1. Como el vilano
Hermoso es el reino del amor,
pero triste es también.
Porque el corazón del amante
triste es en las horas de la soledad,
cuando mira los ojos amados
que inaccesibles se posan en las nubes ligeras.
Nació el amante para la dicha,
para la eterna propagación del amor,
que de su corazón se expande
para verterse sin término
en el puro corazón de la amada entregada.
Pero la realidad de la vida,
la solicitación de las diarias horas,
la misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo inspirado del
juvenil corazón que él ama,
todo conspira contra la perduración sin descanso de la llama
imp0sible.
Aquí el amante contempla
el rostro joven
el adorado perfil rubio,
el gracioso cuerpo que reposado un instante en sus brazos descansa.
Viene de lejos y pasa,
y pasa siempre,
y mientras ese cuerpo duerme o gime de amor en los brazos
amados,
el amante sabe que pasa,
que el amor mismo pasa,
y que este fuego generoso que en él no pasa
presencia puro el tránsito dulcísimo de lo que eternamente pasa.
Por eso el amante sabe
que su amada le ama
una hora, mientras otra hora sus ojos
2. leves discurren
en la nube falaz que pasa y se aleja.
Y sabe que todo el fuego que común se ha elevado
sólo en él dura. Porque ligera y transitoria es la muchacha
que se entrega y se rehúsa,
que gime y sonríe.
Y el amante la mira
con el infinito amor de lo que se sabe instantáneo.
Dulce es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
verla en los brazos
en su efímera entrega.
«Tuyo soy-dice el cuerpo armonioso-.
pero sólo un instante.
Mañana,
ahora mismo,
despierto de este beso y contemplo
el país, este río, esa rama, aquel pájaro.»
Y el amante la mira
infinitamente pesaroso -g]orioso y cargado-.
Mientras ella ligera se exime,
adorada y dorada
y leve discurre.
Y pasa, y se queda. Y se alza y vuelve.
Siempre leve, siempre aquí, siempre ,allí; siempre.
Como el vilano.
3. Yo te he querido como nunca...
Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa
llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.
De nada serviría besar tu oscura encrucijada
de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar
que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.
Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia
este mundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.
Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la cabeza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul
4. si la noche es de plomo.
No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido a sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa
7. Sueño de las dos ciervas
¡Oh terso claroscuro del durmiente!
Derribadas las lindes, fluyó el sueño.
Sólo el espacio.
Luz y sombra, dos ciervas velocísimas,
huyen hacia la hontana de aguas frescas,
centro de todo.
¿Vivir no es más que el roce de su viento?
Fuga del viento, angustia, luz y sombra:
forma de todo.
Y las ciervas, las ciervas incansables,
flechas emparejadas hacia el hito,
huyen y huyen.
El árbol del espacio. (Duerme el hombre...)
Al fin de cada rama hay una estrella.
Noche: los siglos.
Duerme y se agita con terror: comprende.
Ha comprendido, y se le eriza el alma.
¡Gélido sueño!
Huye el gran árbol que florece estrellas,
huyen las ciervas de los pies veloces,
huye la fuente.
¿Por qué nos huyes, Dios, por qué nos huyes?
Tu veste en rastro, tu cabello en cauda,
¿dónde se anegan?
¿Hay un hondón, bocana del espacio,
negra rotura hacia la nada, donde
viertes tu aliento?
Ay, nunca formas llegarán a esencia,
nunca ciervas a fuente fugitiva.
¡Ay, nunca, nunca!
9. Amor, amor, catástrofe...
Amor, amor, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a techos
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales. Andas, ando
por entre escombros
de estíos y de inviernos
derrumbados. Se extinguen
las normas y los pesos.
Toda hacia atrás la vida
se va quitando siglos,
frenética, de encima
desteje, galopando,
su curso, lento antes;
se desvive de ansia
de borrarse la historia,
de no ser más que el puro
anhelo de empezarse
otra vez. El futuro
se llama ayer. Ayer
oculto, secretísimo
que se nos olvidó
y hay que reconquistar
con la sangre y el alma,
detrás de aquellos otros
ayeres conocidos.
¡Atrás y siempre atrás!
¡Retrocesos, en vértigo
por dentro, hacia el mañana!
¡Que caiga todo! Ya
lo siento apenas. Vamos
a fuerza de besar,
inventando las ruinas
del mundo, de la mano
10. tú y yo
por entre el gran fracaso
de la flor y del orden.
Y ya siento entre tactos,
entre abrazos, tu piel
que me entrega el retorno
al palpitar primero,
sin luz, antes del mundo,
total, sin forma, caos.
11. Tú
Tu vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tu tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
Ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encapricho una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
13. Rosa íntima
Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
y todo queda contenido en ella,
breve imagen del mundo,
¡amor!, la única rosa.
Rosa, la rosa... Pero aquella rosa...
La primavera vuelve
con la rosa
grana, rosa amarilla, blanca, grana;
y todos se embriagan con la rosa,
la rosa igual a la otra rosa.
¿Igual es una rosa que otra rosa?
¿Todas las rosas son la misma rosa?
Sí. Pero aquella rosa...
La rosa que se aísla en una mano,
que se huele hasta el fondo de ella y uno,
la rosa para el seno del amor,
para la boca del amor y el alma,
...Y para el alma era aquella rosa
que se escondía, dulce entre las rosas,
y que una tarde ya no se vio más.
¿De qué amarillo aquella fresca rosa?
Todo, de rosa en rosa, loco vive,
la luz, el ala, el aire,
la honda y la mujer,
y el hombre, y la mujer y el hombre.
La rosa pende, bella
y delicada, para todos,
su cuerpo sin penumbra y sin secreto,
a un tiempo lleno y suave,
íntimo y evidente, ardiente y dulce.
Esta rosa, esa rosa, la otra rosa...
Sí. Pero aquella rosa...
15. Primavera
Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella,
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas
y los nardos crecían silencios
dentro del corazón
hasta taparnos la garganta.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar sonaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros,
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada
Cuando era primavera.
16. Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todos los hombres olvidaban su muerte
y se tendían confiados, juntos, sobre la tierra
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo.
yo buscaba
las huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena,
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias.
Cuando era primavera.
Pero, ¡ay!, tan sólo
cuando era primavera en España.
Solamente en España,
antes, cuando era primavera
17. Rumor de espejos
El cuerpo en que yo vivía
nunca supo de mi cuerpo.
Nada preguntó por él
y de mí salió sin verlo.
Llegó a una fuente. En sus aguas
vio la flor azul del cielo:
-Di, ¿cómo te llamas, flor?...
-Nombre soy de tu silencio.
Nada entendió. Subió al monte
de la soledad. El viento,
se desnudaba en la cumbre
de Dios, todo su misterio.
-Di, viento: ¿cuál es tu nombre?...
-Nombre soy de tu silencio.
Y dos águilas volaron,
resbalando, hasta mi sueño.
Siguió mi cuerpo tras ellas,
olvidándose en su vuelo,
de sí mismo, y nuevamente
entró en mí, sin yo saberlo.
¿Y está en mí?... (Busco su nombre;
pero al buscarlo, me pierdo
dentro del mundo que trajo
mi cuerpo hasta mi silencio.)
18. «¿Lleno de ti mismo estás
y buscas nombre a tu cuerpo?»,
siento que un rumor me canta,
quebrando, en mí, dos reflejos...
Llamo en él y en él estoy.
Salgo de mí y en él entro...
¡Aún no conozco mi nombre
pero sé que lo navego!