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Para Marisela Díaz Cruz, que fue la que me hizo comenzar con esto, sin saber cómo iba a acabar.
Para Diana Castillo (Dianis), Miranda Taylor Cosgrove y Araceli Enríquez Téllez
Cada una, a su manera logró conquistarme, y cada una es especial, a su manera en esta historia
Sólo alguien como yo podría hacer algo como esto para alguien como ustedes
Si con esto no logro llamar su atención entonces me doy por vencido
Pero a pesar de todo… gracias por ser mis musas.
De la escuela de la guerra de la vida. — Lo que no me mata, me hace más fuerte.
—Friedrich Nietzsche
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INDICE
Oneshot 1: Phantom Woman 3
Arco 1: San Andrés 7
Arco 2:King of time 53
Arco 3: Red and Blue 73
Oneshot 2: Hogaku 93
Arco 4: War Code 106
Arco 5: Miriath 143
Arco 6: Crystal Skull 196
Arco 7: Serpent Dance 219
Oneshot 3: Hero 282
Número de Certificado de Derechos de Autor: 03-2014-102110484500-01
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ONESHOT 1: PHANTOM WOMAN
Fiesta
7: 40 de la tarde. Era la hora de salida, una vez concluidas las clases, los alumnos se apresuraban a salir de la
escuela con dirección a sus hogares.
—Si —les dijo Román a sus amigas— Una de mis primas va a cumplir 15 años y le vamos a hacer una fiesta.
—¿Cuándo es —preguntó Mariela.
—El próximo sábado —les contestó el chico.
—¿Y porque quieres que vayamos? —le preguntó Areli que no estaba tan convencida a diferencia de su hermana.
—Porque yo voy a ser chambelán —les dijo Román, las chicas notaron que cuando dijo “chambelán” sonreía en
demasía.
—Pues ya veremos —dijeron a coro las hermanas— Veremos si nuestros padres nos dejan.
—Está bien —les dice Román y se despide de ambas.
El chico se dirigió a su casa y al llegar, su madre sirvió de cenar, y durante ésta, la madre le pregunta a su hijo:
—¿Ya invitaste a tus amigas?
—Si —le dijo Román con algo de pena, se sentía incómodo por la pregunta de su madre.
—¿No son las que me habías dicho que te gustaban? —le pregunta su madre un poco en tono de burla.
—No sé —dice el chico poniéndose colorado.
En ese momento, llegó el hermano de Román, Julián. A pesar de asistir a la misma escuela que el chico, llegó un
poco más tarde y también se sentó a comer, su madre le hizo la misa pregunta que a su hermano y Julián contestó:
—Invité a Ricardo y a Darina.
Román pensaba que su hermano había hecho lo mismo que él, al invitar a alguien que le gustaba aunque en realidad
no sabía si era cierto.
Poco después llegó la madre de la quinceañera y tía de los dos.
—Les vengo a dejar los boletos para entrar al salón —dijo ella— Recuerden que sin ellos no van a poder entrar al
salón.
—Si —le dijo Román— Yo necesito 3
—Y yo también —le dijo Julián.
La tía les entregó los boletos a los chicos y uno a cada uno de sus padres. Después se retiró.
Al día siguiente, el chico se levantó y se fue a la escuela, en el camino se encontró a las chicas que había invitado,
Román les preguntó:
—¿Las dejaron ir?
—Si —le dijeron ambas.
—Pero no sabemos cómo llegar —le dijo Mariela.
—Es fácil —les explicó Román, el chico entonces procedió a explicarles el camino para llegar al salón donde se
celebraría el evento.
—Pues a ver si no nos perdemos —le dice Areli en tono de burla.
—No hay pierde —les dijo Román.
Después de la salida de la escuela, los 3 fueron platicando sobre las cosas del vals, los pasos de baile, los trajes y
otras cosas, el chico se fue a su casa y al llegar encontró a la familia de su primo Oscar.
—¿Acaban de llegar? —pregunta Román.
—Si —le dice Oscar— ¿No nos estás viendo?
—Era retórica —le dijo Román.
Los adultos se fueron a casa de la anfitriona a arreglar unos asuntos previos a la fiesta, el hermano de Román y Oscar
se quedaron en casa de aquel a jugar, posteriormente y después de que los hermanos pequeños de Oscar se fueron a un
parque cercano a jugar, sólo quedaron en casa Román, Julián y Oscar, éste le dijo a Julián.
—Vamos a jugar en tu computadora.
Pero su primo replicó:
—No, ya no tengo juegos buenos, además ya casi no los juego.
—¿Por qué ya no juegas? —le preguntó su primo.
—Porque ya bajé de calificación —le contestó Julián
—Mejor vemos la televisión —sugirió Román.
Sin embargo, no pasó nada interesante hasta el día siguiente, día de la fiesta.
Al otro día, los chicos se levantaron temprano, todos se bañaron y se alistaron.
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En ese momento tocaron el timbre, llegaron Darina y Ricardo, Julián les presentó sus amigos a Román y a Oscar
porque no los conocían, 10 minutos después, Areli y Mariela también llegaron. Y Román las presentó a su hermano y su
primo.
Al mediodía, todos fueron a casa de la tía de Román y madre de la quinceañera, llamada Delia, después todos fueron
a misa y saliendo, ya se iban al salón, Román les dio los boletos a sus amigas diciéndoles:
—No los vayan a perder, porque sólo con esto van a poder entrar.
—Si —dijeron las hermanas.
Todos los invitados llegaron al salón y se fueron sentando poco a poco en las mesas, como Román era chambelán, se
sentó junto con Delia y los otros chambelanes en la mesa principal donde lo podían ver todos. Entonces sirvieron de comer.
En un momento Oscar le mencionó a Román:
—Tu amiga, la que se llama Mariela me recordó a una novia que tuve.
—¿Quién? —le preguntó Román.
—Una chica que conocí hace unos años, se llamaba Luz, se parece bastante a ella.
A las 8 de la noche dio comienzo el vals y realmente los chambelanes se lucieron frente a todos, y más la
quinceañera, luego, todos se pusieron a bailar hasta las 10 de la noche, cuando terminó la fiesta, casi todos los invitados,
excepto los que vivían lejos se fueron a sus casas, excepto la familia que se fue a casa de Román y también Areli y Mariela
que no podían ya irse porque ya era muy tarde.
Todos se acomodaron para dormir hasta que sólo quedaron 4 chicos sin sitio para dormir: Román, Oscar, Areli y
Mariela. Los adultos discutían para ver dónde iban a dormir los chicos.
—¿Dónde van a dormir los chicos? —preguntó uno de ellos.
—No lo sé —dijo la madre de Román— Es que aquí ya no caben.
—Mejor que duerman en tu casa —le dijo el papá de Román a la madre de Delia.
—Pero van a estar solas —dijo el padre de Oscar y hermano del papá de Román.
—Pero van a estar con ellos dos— dijo la madre de Oscar señalando a su hijo y a Román.
Finalmente los 4 se terminaron yendo a la casa de la mamá de Delia, una casa desocupada, porque la mamá de Delia
tiene dos casas, en una viven y la otra la rentan, ellos fueron a dormir a la rentada, que estaba vacía en ese momento. Eran
ya las 10 de la noche.
Fantasma
Los 4 llegaron a la casa, era grande y sólo tenía un cuarto muy grande en el segundo piso donde había una gran litera
y unos pocos muebles.
—Aquí se duermen —dijo el papá de Román que había acompañado a los chicos— Mañana se van a la casa.
—Si —le dijeron los 4.
El padre se fue y una vez que los 4 se quedaron solos, Román se levantó diciendo:
—¿Saben que pienso?
—¿Qué cosa? le preguntó Oscar.
—No creo que debamos dormir aún.
—¿Por qué? —le preguntaron las chicas.
—Estamos solos en una casa prácticamente abandonada y sin adultos —les explicó Román—, podemos quedarnos
despiertos toda la noche, podemos hacer lo que queramos.
—Es cierto— le dice Mariela.
—Pero ¿Cómo qué? —preguntó Areli.
Aunque al principio improvisaron un poco, unos minutos más tarde los chicos ya estaban ocupados haciendo muchas
cosas, y así siguieron hasta poco después de las 11 de la noche.
—¿Y ahora qué? —preguntó Mariela.
—Pues —dice Oscar mientras saca unos binoculares de una bolsa que tenía consigo— Traje esto.
—Esos son de mi papá —dijo Román al verlos— ¿Cómo los conseguiste?
—Ya vez —le dijo Oscar—Habilidades que tengo.
—¿Y para qué los quieres? —le preguntó Mariela.
—No lo sé —le dijo el chico— Para ver.
—¿Ver qué? —le preguntó Areli.
—La gente tal vez —contestó Oscar algo indeciso.
—¿A esta hora? —le replicó Román, acto seguido le quitó los binoculares, el chico entonces sacó su cabeza por la
ventana y observó a través de los binoculares apuntando hacia las azoteas de las casas y más allá.
—¿Qué estás mirando? —le preguntan a Román.
—Mi casa —les contesta el chico— Se ve muy cerca.
—Préstamelos —le dijo Oscar— Yo también quiero ver.
—Espera un poco —le dijo Román.
Como Román no hizo caso, Oscar quiso quitarle los binoculares, al forcejear, el chico soltó los binoculares y cayeron
en el suelo, frente a la casa, en la banqueta.
5
—Oh no —dijo Román— Me van a matar, esos binoculares son de mi papá.
—Tú los soltaste —le dijo Oscar.
—Pero tú me hiciste soltarlos —le responde Román— Ve por ellos antes de que se los lleven.
—¿Y yo porque? —se quejaba Oscar.
—Porque tú me hiciste tirarlos —le respondió Román.
—Es que está oscuro —le replicó Oscar.
—¿Tienes miedo? —le preguntó su primo.
—No— dijo Oscar— Pero…
—Entonces ve —le dijo Román.
—Pero que alguien me acompañe —dijo al fin Oscar.
—Bien —le dijo Román— Que vaya una de las chicas contigo.
—Pues yo no voy —dijo Areli.
—Pues yo tampoco —dijo también su hermana.
Las chicas comenzaron a discutir, hasta que Román las tranquilizó diciendo:
—Hagan un volado, a ver quién gana.
—De acuerdo —dijeron las hermanas.
Areli sacó una moneda y pidió cara, su hermana se quedó con cruz, lanzaron la moneda al aire y cayó cruz.
—Gané —dijo Mariela en tono triunfal— Ahora ve con Oscar por los binoculares.
—Pues ya qué— dijo Areli en tono malhumorado.
Los dos bajaron a la calle mientras Román y Mariela los veían desde la ventana, luego los dos primeros llegaron a
donde habían caído los binoculares.
—¿No se rompieron? —preguntó Román.
—No —le dijo Oscar.
—Entonces ya suban —les indicó el chico.
Los chicos de abajo, no hicieron caso, porque se quedaron mirando algo al final de la calle, entonces subieron
demasiado rápido, como si estuvieran asustados, al subir estaban jadeando de lo cansados que estaban.
—¿Por qué corrieron? —les pregunta Román.
—Es que vimos algo que parecía un fantasma —le dijo Oscar.
—Estás loco —le replicó Mariela.
—No, en serio —le dijo su hermana— Mira con los binoculares al final de la calle.
Román observó con los binoculares a través de la ventana y vio al final de la calle algo que parecía una mancha
blanca con una forma vagamente humana, entonces el chico se asustó.
—¿Será la llorona? —se preguntaba Areli.
—No —le dijo Oscar— Esa es diferente, además, no está gritando.
Román volvió a observar con los binoculares y el fantasma estaba muy cerca, el chico se asustó y soltó los
binoculares, afortunadamente, esta vez, cayeron dentro de la casa.
—Ahora lo recuerdo —mencionó Román— Ya había visto esto antes.
—¿Qué quieres decir? —le preguntaron.
—Hace casi un año tuve un sueño —les contaba el chico— Yo estaba en esta casa, pero estaba hecha ruinas, estaba
todo muy oscuro, me asomé por la ventana y vi a ese fantasma, sólo que un poco diferente, no tenía pies, flotaba en el aire,
pero lo más horrible es que no tenía rostro, en su cara había un vacío completamente negro.
Los chicos se volvieron a asomar y vieron al fantasma frente a la casa y en la calle, curiosamente el fantasma tomó la
forma descrita por Román. Los chicos se espantaron y corrieron a meterse a la cama. Entonces Mariela dijo:
—¿Saben qué? creo que ya es muy tarde.
—Sí, yo ya tengo sueño —dijo Areli muy tensa.
—Entonces vamos a dormir —dijeron los chicos también tensos.
—Si —dijeron las chicas.
En eso Román dijo:
—¿Saben qué? deberíamos construir una fortaleza—
¿Cómo? —le preguntaron los otros 3.
—Con estas cosas que están aquí —les dijo Román mientras les señalaba.
Eran cajas de cartón vacías, algunas tarimas y otras cosas. Los chicos aceptaron y en unos minutos ya tenían hecha
una “fortaleza”, usando como pared lateral un ropero vacío, y con cajas arriba de éste y haciendo de una pared más alta,
pusieron una tarima en la parte de debajo de la cama que fungía como pared, cubierta por una cobija y dejando un hueco
para la entrada. Sobre las cajas y amarradas a los tubos de la cama, había unas cobijas a la cama de arriba de la litera, para
que fungiera como techo.
Los chicos entonces se acostaron, los 4 en la cama de abajo. Pasaron 20 minutos, Román y Oscar no podían dormir,
Román se levantó porque quería ir al baño, a pesar del miedo que tenía, pero pudo más su necesidad, cuando volvió,
encontró a Oscar levantado, éste le preguntó:
—¿A dónde habías ido?
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Román iba a responder que al baño, pero no pudo porque alcanzó a ver en una ventana posterior al fantasma, a
pesar de que estaba lejos, Román lo distinguió bien, el chico se asustó y le dijo a su primo:
—Metete a la “casita” rápido.
Oscar también vio al fantasma y entraron rápidamente al lugar. Entonces los chicos intentaron olvidar lo que vieron y
finalmente, se quedaron dormidos.
Final
Al otro día, a las 6 de la mañana, Oscar se había levantado para ir al baño, cuando volvió, vio a Román
despertándose, el chico le preguntó:
—¿A dónde habías ido?
A diferencia de la noche pasada, Oscar esta vez le pudo responder:
—Fui al baño.
—¿Te vas a volver a dormir?— le preguntó Román.
—Si —le dijo Oscar bostezando— Si las chicas siguen dormidas, voy a dormirme de nuevo, creo que aún es muy
temprano.
—Yo también me voy a volver a dormir —le dijo Román.
Ambos chicos se acostaron y se volvieron a quedar dormidos.
Luego de dos o 3 horas aproximadamente, Román se volvió a despertar, en eso, va entrando a la casa, el papá de
Román, el chico se asusta y grita, despertando a los otros 3 los cuales también se espantan y gritan.
—¿Por qué gritas? —le dice su papá.
—Me asustaste —le respondió el chico.
Los 3 chicos también se levantan ya más tranquilos al descubrir quién los visitaba.
—Vámonos a la casa —les dice el señor.
Los 4 chicos se levantaron, se alistaron y fueron a la casa de Román, en el camino le comentaban al papá de Román
sobre lo sucedido la noche pasada. Al final del relato, el padre les dijo:
—Lo debieron haber soñado.
—Pero no fue un sueño —le dijo Oscar.
—No nos cree —dice Román— Olvídalo, para que luego no digan que estamos locos.
—Está bien —le dijo Oscar.
Los chicos llegaron a casa y desayunaron. Luego se pusieron a jugar. A la una de la tarde, la familia de Oscar se
despedía de todos para irse a su casa.
—Nos vemos luego —les dijo Oscar a los otros chicos.
—Si —le dijo Román— Cuídate.
Posteriormente, las chicas también hicieron lo mismo:
—Nos tenemos que ir a nuestra casa.
—Si —le dice Mariela— Ya es tarde.
—Las acompaño— se ofreció Román.
Los 3 chicos caminaron y a medio camino Areli se adelantó, sin tomar importancia a esto, los otros dos chicos
siguieron caminando.
—Tu primo me cayó bien— le platicó Mariela.
—Si —le dijo Román— Siempre sucede así, tiene mucha suerte con las mujeres.
—¿Tú crees que lo que pasó ayer haya sido verdad? —le preguntó la chica.
—No lo sé —le contestó el chico— Pero fue muy real como para que fuera un sueño.
—Pues yo quiero creer que fue un sueño —le dijo ella— Porque sí me dio miedo, pero hasta eso fue interesante.
—Cierto —afirmó Román.
Los dos chicos llegan a casa de Mariela y el chico le dice:
—Gracias por venir a mi fiesta.
—Gracias a ti por todo lo que pasó —le dijo la chica.
—Aunque no lo tenía planeado —comentó Román— Pero supongo que estuvo bien.
—Nos vemos en la escuela —le dice Mariela y le da un beso en el cachete que deja a Román sonrojado.
—Gracias —alcanza a decir Román antes de que Mariela entre a su casa y no lo escuche.
El chico vuelve a su casa sonriendo y evidentemente feliz, de que al parecer, todo salió bien.
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ARCO 1: SAN ANDRES
El viaje
—Levántense ya —se oía un grito desde abajo, provocando que los chicos despertaran y contestando con un
somnoliento:
—Ya voy.
El primero en levantarse fue Román, quien lo hacía con toda la calma del mundo, pero al recordar qué día era ese,
como impulsado por una fuerza desconocida hasta para él, se levantó más rápidamente y levantó a su vez a su hermano:
—Ya párate, hay que llegar temprano.
—Es cierto —le dice su hermano ya despierto— Lo había olvidado.
Ambos chicos se levantan, se visten, se ponen los zapatos y bajan a desayunar.
—Dense prisa —les decía su madre, también afanada en servir a sus hijos— Si no, llegarán tarde.
—Lo sabemos —dicen a coro los chicos.
Julián le pregunta a su madre:
—¿Qué hay de desayunar?
Ella le responde:
—Cereal.
El chico se alegra.
Después de desayunar Julián pregunta:
—¿Ya estás listo?
—Uff —le contesta Román— Desde hace dos semanas estoy listo, no puedo creer que por fin el día haya llegado.
—Yo tampoco —le dice su hermano.
—¿Y a dónde crees que nos lleven? —pregunta el chico.
—No lo sé —le responde— Dijeron que era una sorpresa, pero eso a mí no me importa, lo que me importa es que
vamos a estar libres de adultos por dos semanas.
—Claro —les dice su mamá— A ustedes sólo les importa eso ¿verdad?
—Pues si —le dice Julián— Pero no lo tomes a mal.
—Entonces ya váyanse o se les hará tarde —les dice su madre a los dos.
—Si —dicen los chicos.
Después de un rato los chicos se despiden.
—Bueno —dicen los chicos— Ya nos vamos.
—Si —dice uno de ellos— Nos vemos en dos semanas.
—Cuídense mucho —les dice su madre.
—Claro —le responden ellos.
En el trayecto a la escuela, Román le pregunta a su hermano:
—¿Y Oscar y Julio?
—Ya se han ido —le contesta Julián.
—¿Ya se fueron? —le pregunta Román extrañado.
—Si —dice Julián— Dijeron que querían llegar temprano, ya que querían tener los mejores lugares en el camión.
—No creo —le dice Román— Porque tengo entendido que los lugares ya están asignados.
—Pues yo no sé —le dice Julián —Pero ellos ya nos están esperando en la escuela.
—Pues allá vamos —le responde Román.
—Oye —le pregunta Julián a su hermano— ¿Qué llevas en la mochila?
—Pues algo de comida para el camino, y unas dos mudas de ropa.
—Yo tengo 3 mudas de ropa —le dice su hermano— Por si las dudas.
—Pero si de veras uno puede sentarse donde quiera en el camión, entonces debemos darnos prisa para que Oscar y
Julio, no nos quiten los mejores lugares— le dijo Román a su hermano.
—Es cierto —le contesta Julián— Démonos prisa.
Comenzaron a correr el kilómetro de distancia que les quedaba hacia la escuela. Llegando a la escuela, un poco
cansados, ven un grupo de chicos alrededor de un camión estacionado en el patio de la escuela, eran los chicos, que como
ellos, irían a la excursión, todos ellos eran del grupo de ambos chicos, ya que los dos grupos irían a la excursión, por eso
conocen a todos.
Los hermanos se separan y cada uno va a saludar a sus amigos personalmente.
Román llega y saluda a sus amigos:
—Hola Gerardo, tú también llegaste temprano.
—Si —le responde Gerardo— Casi te deja el camión.
—Si todavía no salen —le dice extrañado el chico.
—¿Y creen que quepamos todos en el camión? —pregunta Gerardo.
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—No lo sé —le dice Mariela— Somos alrededor de 30, tal vez sí quepamos, además, me parece que van a ir de otros
grupos.
—¿Otros grupos? —pregunta Román.
—Si —le responde Jennifer— Es que les dio envidia de que nosotros fuéramos de paseo y ellos no, por eso se
apuntaron.
—Entiendo —dice Román y posteriormente pregunta:
—¿No han visto a Oscar?
—Andaba por aquí —le responde David— Pero luego se fue a ver si lo dejaban subirse al camión, pero creo que no lo
dejaron.
—¿Y en cuánto tiempo salimos? —pregunta Román.
—En unos 20 minutos —le responden.
—Bien, no falta mucho —dijo al fin el chico.
En otra parte, Julián también platicaba con sus amigos, nada más verlo venir le dijeron:
—Miren quien llegó, es Julián —menciona Darina al verlo.
—Hola, ya vine, ¿ya nos podemos ir? —dijo el chico al llegar con sus amigos.
—Eso crees —le dice Isabel— Falta que llegue más gente.
—¿Mas? —pregunta extrañado Julián— ¿Y vamos a caber todos?
—Tenemos que caber allí —le responde Darina.
—¿Entonces me levanté más temprano para nada? —Se quejó Julián.
—Es que eres un tonto —le dicen Rubí y Marisol.
—Ustedes ya estaban aquí ¿cierto? —les dice Julián a las chicas.
—Si —le dicen Rubí y Marisol— Por eso nos dieron los mejores lugares, y aunque tú te levantaste temprano, llegaste
tarde.
—Si —le dice sólo Marisol— Es que eres bien flojo.
—Para mí —dice Darina— Los 3 son flojos, ya ven que como son de la misma familia.
—El que seamos primos no quiere decir que seamos iguales —le dice Rubí a Darina.
—Si —le dice Isabel— Es que lo tonto viene de familia.
Y todos comienzan a reír menos Julián, Rubí y Marisol.
De vuelta al grupo de Román, éste ve llegar a Julio y a Oscar, Julián también los ve. Oscar venía acompañado de dos
chicas, que Román reconoció muy bien, porque se sintió celoso, aunque nadie se dio cuenta, tal vez ni él mismo.
Los 4 chicos llegan y saludan a todos.
—Hola.
—Hola —le responden.
—¿Por qué hasta ahorita? —le pregunta Román a Oscar.
—Se nos hizo un poco tarde, pero llegamos.
—¿No habían salido primero ustedes? —les pregunta Román.
—Es que —le responde Julio— Llegamos temprano, y como aún no había nadie, nos fuimos a caminar y nos
encontramos con Diana y Luz, entonces nos pusimos a platicar.
—¿De qué? —pregunta Román en un tono como de un padre que interroga a su hija.
—No te pongas celoso —le dice Julio— Sólo somos amigos.
—No, no estoy celoso —dice rápidamente Román y algo apenado, pero no pudo evitar ponerse rojo y de esto todos
se dieron cuenta.
—Pues te pusiste rojo —le dijo Oscar.
Román trataba de disimular pero no pudo.
Julio se separa del grupo de Román y llega a saludar al grupo del hermano de Julián, con una voz medio prepotente
para impresionar a las chicas:
—Ya llegué chicas.
—No —le dice Rubí— Si no nos dices, no nos damos cuenta.
—Si quieres te prestamos un micrófono —le dice Marisol en broma.
—¿Dónde andabas? —le pregunta Julián.
—Andaba paseándome por allí —le responde Julio.
—Ah —le dicen en un tono sarcástico.
—¿Qué no me crees? de todas maneras ya llegué —dijo el chico.
—Bueno, no importa —le dice Julián y continua— ¿Quién falta?
—Faltan bastantes todavía —le responde Isabel— Faltan Gaby, Karla, Paulina, y no recuerdo quién más.
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—¿Tu hermana todavía no llega? —le pregunta Rubí a Isabel.
—No —le dice Isabel— Me dijo que ya me fuera, que luego me alcanzaba porque tenía unas cosas que hacer.
—Ah, ya veo —le dice Rubí.
—Es cierto —le dice Julián a Rubí— ¿Y tus otras hermanas?
—Dijeron que después llegaban, es que mi mamá las mandó a algo y se tardaron un poco.
Un rato después llegaron las dos hermanas restantes: Delia y Selena, pero llegaron al grupo de Román.
—Mira Román —le dice Mariela— Tus primas ya llegaron.
—Sí, ya me di cuenta —le dice Román en tono algo sarcástico.
—Se tardaron un poco ¿no? —pregunta el chico.
—No te enojes —le dicen sus primas— De todas maneras todavía no se van.
—¿Y quién más falta? —pregunta Selena.
—Faltan bastantes —dice Luz— Faltan Pilar, Norma, Nayeli, Jessica, Carlos, Juan Carlos, Luis Daniel, Abel, José
Daniel, Sara y Araceli.
—¿Todos ellos? —dice Román.
—Si —dice Diana— Todos nosotros, espero que sí nos podamos acomodar bien en el camión.
10 minutos después, llegaron todos los demás que hacían falta, eran ya 5 para las 8 de la mañana, a esa hora, uno de
los maestros salió y mandó llamar a los alumnos:
—Muchachos, necesito que se junten para verificar si ya llegaron todos.
Todos los chicos se aglutinan alrededor del profesor.
—Conforme vayan escuchando su nombre, van subiendo al camión —les indicó el profesor.
Uno por uno, fueron subiendo al camión conforme iban oyendo su nombre, eran en total 30. Una vez arriba, Oscar y
Román se sentaron en el mismo lugar, Román ve que hay varios que se quedaron abajo y no subieron al camión, entonces
le comenta a su primo:
—Yo pensaba que ellos iban a ir también.
—Yo también —dice Oscar— Pero al parecer sólo vinieron a vernos cuando nos vayamos.
—Entonces sí vamos a caber todos —le dice Román.
Una vez que todos los alumnos han subido al camión, el profesor sube y les dice a los alumnos:
—Son en total 30 alumnos, espero que cuando los vuelva a ver, estén de nuevo los 30.
Y le dice al chofer:
—Me los traes completos.
—No se preocupe profe —le responde el chofer, con un lenguaje informal pero también amable— No va a faltar
ninguno, y si se me pierde uno, pues le traigo otro más aplicado.
Esto provoca la risa de todos, el profesor se baja del camión y luego el chofer agrega:
—Bueno chicos, agárrense, porque ya nos vamos.
—¿A dónde iremos? —pregunta uno de los chicos.
—Es una sorpresa muchachos —les dice el chofer— No les puedo decir nada más.
El camión sale de la escuela y se interna en la carretera, aumentando la velocidad al tiempo que aumenta la emoción
de los chicos por descubrir cuál será su destino.
Leyendas
El camión avanza a toda velocidad por la carretera, pasando por pintorescos paisajes, pero los chicos no hacen caso
de esto, ya que van platicando entre ellos:
Oscar le comenta a Román:
—¿Y qué tal?
—¿Qué cosa? —le responde el chico.
—Tú ya sabes de lo que hablo —le dice Oscar moviendo el rostro y señalándole a Diana, que está sentada en otro
lado sin saber que hablan de ella.
—Ah... Eso —dice Román como si se acabara de enterar de algo que ya sabía— No sé.
—¿Cómo que no se? —le increpa Oscar— Lo que pasa es que no hablas, necesitas ser más sociable.
—Es que no se me ocurre qué decirle —le responde Román.
—¿Y por qué no intentas con otra? —le dice Oscar.
—No funciona —le dice Román.
—Es que no te animas —le dice Oscar.
—Claro que si —le dice Román— Ya me le he declarado a Jennifer, Mariela, Pilar y Sara, y lo sabes, ninguna me ha
hecho caso, además, ellas están interesadas en ti, no sé qué les das que tienes tanta suerte con las mujeres.
—Si —dice Oscar en un tono prepotente— Lo sé.
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—De todas maneras —dice Román— Ninguna de ellas se compara con Diana, y menos mal que a ella todavía no te
le has declarado.
—Pues a mí ella no me gusta, y al parecer yo tampoco, por mí no hay problema, pero si quieres que te haga caso,
tienes que hablarle —le dice Oscar.
—Es que no puedo —responde el chico.
—Sólo ve con ella y hazle la plática, mira, está sola y aburrida esperándote.
—No exageres —le dijo Román.
—Sólo ve y habla con ella —le indicó su primo.
—Pero ¿qué le digo? —se pregunta Román.
—No sé —le dice Oscar— Lo que se te ocurra, pero no tarugadas, dile… que cómo le ha ido en la escuela, que si no
le entiende a una materia, y cosas así, ya verás que poco a poco sale la plática.
—Pues voy a ver qué se me ocurre —le dice Román y se levanta hacia el lugar de Diana. Se sienta nervioso al lado
de ella y le dice:
—Hola.
Ella le responde lo mismo un poco indiferente.
Pero ninguno dice nada, Román mira discretamente a Oscar haciéndole señas de “¿Qué más?”. Oscar le responde en
voz baja que le hable, Román hace una mueca queriendo decir “¿Qué le digo?”, Oscar le dice:
—Pregúntale cómo le va en la escuela.
—¿Y cómo vas? —le pregunta Román a Diana.
—¿En qué? —le responde Diana.
—En la escuela —le dice el chico.
—Ah —le responde Diana— Bien.
—Ah —dice Román—… ¿Y se te ha hecho fácil?
—Un poco —le dice ella
Se vuelven a quedar callados y Román le vuelve a hacer las mismas muecas a Oscar, éste le responde lo mismo,
Román no tiene de otra más que regresar al lugar que ocupaba con Oscar, su primo le dice:
—Necesitas aprender más.
—¿Y me vas a enseñar? —pregunta Román
—¿Yo por qué? —se queja su primo.
—Porque tú sabes de estas cosas —le responde Román— Ya ves, tienes a 4 chicas tras de ti.
—Está bien —le dice Oscar— A lo mejor te ayudo —y se levanta.
—¿A dónde vas? —le pregunta Román.
—A hablarle, a ver qué le digo —le dice el chico.
—No, no vayas —le rogó Román.
—¿Por qué? —preguntó Oscar.
—¿Qué tal si se enamora de ti? —mencionó Román.
—Claro que no —le dice Oscar— Voy a decirle algo sobre ti.
—¿Qué cosa? —interroga Román.
—Ya verás —le dice Oscar y se dirige con Diana, platican pero Román, por más que quiere oír, no oye nada y siente
que los celos lo consumen.
5 minutos después, Oscar regresa, lo primero que hace Román al verlo es preguntarle:
—¿Qué pasó?
—Pues —le dice Oscar haciendo la espera a propósito más larga— No le pude entender bien lo que me dijo, pero yo
creo y pienso que a lo mejor, lo más probable es que no sabe.
—Eso no me dice nada —le dice Román.
—Pues a mí tampoco —le dice Oscar— Pero aun así, nada de eso es necesario.
—¿Por qué lo dices?— le pregunta Román.
—Porque tú le gustas —dice al fin su primo.
Román se sorprende y sus ojos obtienen una especie de brillo.
—¿Yo le gusto? —y sonríe.
—Si —le dice Oscar— Sólo tienes que hablarle y todo caerá por su propio peso.
—Ese es el problema —le dice Román.
—No —le dice Oscar enfatizando el “tú”— Ese es tú problema.
—Oye —le dice a Oscar— ¿Y cómo sabes que le gusto?
—Se le ve luego, luego —le dice Oscar— Yo ya te dije, ponte listo, o si no, cualquiera te la podría bajar.
Román pensó que ese “cualquiera” sonó a un “yo” y se quedó pensando si era cierto lo que le dijo Oscar.
3 horas más tarde los chicos comienzan a desesperarse.
—Oiga chofer —le pregunta uno de los Daniel— ¿Ya casi llegamos?
—Ya falta poco —les responde el chofer— No se desesperen.
11
—¿Qué tanto? —pregunta Sara.
—Ya falta poco tiempo niños, no se desesperen —le responde de nuevo el chofer.
—Pero quiero ir al baño —se oye desde el fondo del camión.
—Yo también —responde otro.
—Está bien —les dice el chofer— Nos vamos a detener en la primera gasolinera que vea.
—Pero pasamos muchas ya —replica Karla.
—Es que nadie me dijo que querían ir al baño —le dice el chofer.
No había terminado de hablar cuando apareció una gasolinera.
—Ya ven, allá hay una —les dice el chofer.
El camión llega a la gasolinera, bastante descuidada y algo antigua.
—Los que quieran ir al baño, bájense —les dice el chofer.
Pero se bajan todos, y no necesariamente al baño, los que van al baño, van al baño. El chofer también se baja y va a
una tienda cercana. Los chicos van bajando del camión y Román despierta a Oscar, que se había quedado dormido.
—Oye despierta.
—¿Qué? ¿Ya llegamos? —preguntó el chico somnoliento.
—No— le responde Román –Nos detuvimos a descansar.
—Entonces déjame dormir —le dice Oscar y se acomoda de nuevo a como estaba dormido.
—No —le dice Román— Hace calor, vamos a bajarnos.
—Está bien —le dice éste y ambos chicos bajan.
Una vez abajo Oscar se pregunta:
—¿Dónde estamos?
—No lo sé —le responde Román.
—¿Y cómo cuánto faltara para llegar a donde vamos a ir? —se preguntaba Oscar.
—El chofer dice que ya falta poco… bueno, eso dice él, con eso de que no sabemos a dónde nos llevan —le
respondió Román.
—Vamos a ir a un lugar llamado San Andrés —menciona Diana, que en ese momento va llegando con los chicos.
—¿Y tú cómo sabes? —le preguntan.
—Oh, ya sabes, yo me enteré antes que todos —les dijo la chica.
—¿Y ahí, qué onda o qué hay? —le pregunta Oscar.
—No tengo idea —les dice Diana— Sólo sé que el lugar a donde vamos se llama San Andrés.
—No sé tú —le dice Román a Oscar— Pero a mí me suena como a un pueblito perdido en provincia.
—Puede ser —responde Oscar y agrega:
—¿Cómo estás tan segura de eso Diana?
—¿Recuerdan cuando hace dos días la maestra Dolores me envió a la dirección a entregarle unos papeles al
director? —les dijo la chica.
—Si —contestan ambos chicos.
—Pues…— continua Diana— Como el director estaba atendiendo a otra persona, no me atendió en ese momento,
pero oí lo que decían sobre la excursión, el director estaba hablando con el maestro para quedar de acuerdo con el viaje,
aunque no pude oír mucho porque la puerta estaba cerrada, alcancé a oír que el lugar donde íbamos a ir se llama San
Andrés, luego ya no puse atención.
—Pues yo pienso —menciona Román— Que sí es un pueblito perdido.
—¿Y porque nos enviarían a un lugar así? —se interroga Oscar.
—Supongo que por esas cosas de estar en contacto con la naturaleza y cosas así —menciona la chica— Además,
eso tiene sentido, porque si hubieran dicho que íbamos a ir a un pueblito perdido en la provincia, les aseguro que nadie se
habría animado, por eso no nos dicen a dónde nos llevan.
—Pues si —menciona Román— Pero para eso, pudieron haber hecho el viaje obligatorio.
—No exactamente —menciona Diana— Los maestros querían que los alumnos fueran por su propia voluntad, por
ellos mismos, sin tener que obligarlos o tener que darles puntos extras, y yo creo que todos se apuntaron al viaje, sólo
porque vamos a tardar dos semanas.
—Si —dice Oscar— No importa donde estés. Mientras no haya nadie que te diga qué hacer.
—Exactamente —le dice Román— ¿Y mientras qué esperamos?
—No sé —menciona Diana— Esperamos que vengan todos, porque andan dispersos, podemos... no sé... andar por
allí.
—Si —dice Oscar— De hecho, tengo que ir al baño, ahorita nos vemos —y se va dejando a los chicos solos, Román
entiende esto a la perfección y lo confirma cuando Oscar le da un pequeño codazo y le dice en voz baja:
—Vas.
Una vez que se ha ido el chico, Román le pregunta a Diana algo tímidamente:
—¿Quieres dar una vuelta?
—Claro —le dice la chica y caminan.
12
A ninguno se le ocurre decir nada, a lo lejos, y sin que se den cuenta, Oscar los observaba. Entonces a Román se le
ocurre preguntar:
—¿Te puedo preguntar algo?
—Depende —le responde Diana.
—¿De qué? —le pregunta el chico.
—Pues no sé lo que me vayas a preguntar —le dice Diana.
—Hace rato se te acercó Oscar en el camión, después de que yo me fui... bueno, ¿Qué piensas de él o qué te dijo?
—Nada —contestó la chica.
—Yo me refiero si… —titubeó Román.
—Ah... eso, soló lo veo como amigo —respondió Diana para alivio de Román.
—¿De veras? —preguntó Román que no estaba convencido del todo dada la suerte de su primo con las mujeres.
—Si —menciona la chica— De hecho, se me hace raro que tenga tantas chicas tras de él.
—¿A poco sabes eso? —pregunta Román.
—Sí, todo mundo lo sabe —dice Diana— Oscar es una especie de mujeriego y esas personas a mí no me interesan.
—Si —le dice Román— Porque esas personas podrían engañarte.
—Cierto —le dice la chica— Bueno, eso es lo que yo pienso.
—Está bien —le dice el chico— Está bien lo que tu pienses.
—Si —le responde Diana y agrega—: ¿Por qué lo preguntas?
—No, por nada —le responde el chico— Sólo era curiosidad, sólo se me hacía raro que no te gustara cuando a casi
todas las chicas del salón las atrae, ¿ni mi hermano tampoco?
—Tu hermano tampoco —dice Diana— Recuerda que también Karla y Darina andan tras él.
—Cierto —menciona Román— Yo soy el único que no tiene a nadie tras de él.
—¿Y las chicas que te ganó Oscar?
—Esas ni me gustaban tanto —menciona Román— Jennifer, es muy orgullosa, Mariela, pensaba que como que no se
lo iba a tomar enserio lo nuestro, además, sólo me quiere como amigo, Pilar, definitivamente no le gusto y Sara, pues... con
ella es algo confuso, no sé si le gusto o no.
—No pues estás grave chico —le dice Diana.
—Tú pareces ser la única que no está interesada en Oscar —le dice Román.
—Eso es porque a mí me gustan otro tipo de personas —y cuando ella dijo “otro tipo de personas”, mira a Román de
una manera un poco lasciva, de esto se dio cuenta Román y se puso rojo. Ya no le quiso preguntar qué tipo de personas.
—De cualquier manera —menciona Diana— Quizá algún día encuentras a alguien especial.
—¿Tú crees? —dice Román un poco ilusionado creyendo que Diana habla de ella misma.
—Si —le dice Diana –Todos tenemos a alguien especial.
—¿Y tú tienes a alguien especial? —pregunta Román un poco asustado por la respuesta que le pudiera dar Diana.
—No —le dice ella— Aún no.
El chico al oír esto, sonríe para sus adentros.
Los dos chicos llegan caminando a otro lado donde ven a Oscar platicando con Jennifer, Mariela y Pilar, Román al ver
esto, se sintió un poco mal.
—Que no te importe eso —le dice Diana— Puedes ir.
Los chicos van a ellos y preguntan:
—¿De qué hablan?
—No, nada sin importancia —menciona Mariela.
—Ah por cierto —menciona Diana— No sé si Oscar ya les dijo.
—¿Qué cosa? —preguntaron las chicas.
—Que ya sabemos a dónde vamos —respondió Diana.
—¿Ah sí? —le pregunta Jennifer— ¿A dónde?
—A un lugar llamado San Andrés —afirma Diana.
—¿Y allí que hay? —pregunta Mariela.
—No sabemos —menciona Oscar— Pero sabemos que así se llama a donde vamos a ir.
—¿Y porque no nos dirían a dónde vamos a ir? —pregunta Jennifer.
—Porque —les explica Diana— San Andrés me suena a un pueblito perdido en la provincia, los maestros querían que
fuéramos y por eso no nos dijeron a dónde íbamos a ir, para que nadie al final se echara para atrás.
—Ah ya entiendo —dice Mariela— Si nos hubieran dicho que íbamos a ir un pueblo perdido, nadie se hubiera
animado ¿cierto?
—Exacto —menciona Diana— Yo creo que si hubieran dicho Acapulco o lugares así, nadie lo piensa dos veces.
—Si —menciona Jennifer— Hubiéramos ido a la playa.
—Si —dice Oscar— Era mejor la playa, pero bueno, ya estamos aquí.
—Si —expresa Román— Por mí no hay problema.
13
—Yo tampoco tengo problema —menciona Diana— Mientras no haya adultos que nos digan lo que tengamos que
hacer.
—¿Saben lo que pienso? —indaga Oscar.
—¿Qué? —le preguntan los demas chicos.
—Debería de haber alguien por aquí que conozca ese lugar, podemos preguntarle cómo es, para darnos una idea.
—¿Pero a quién? —menciona Román.
—Ese es el problema —dice Oscar— ¿A quién?
Los chicos ven a un hombre algo viejo salir de la tienda, se le acercan y Oscar le pregunta:
—Disculpe señor ¿Sabe hacia dónde queda San Andrés?
—¿Para qué quieren saber? —les pregunta el señor.
—Es que vamos a ir de excursión allá —le dice Jennifer.
—¿Qué cosa? —les dice el señor casi gritando y en un tono que los espantó.
—¿Qué? ¿Hay algo de malo allí? —le pregunta Diana.
—No vayan niños —les dice el señor— Mejor regresen por donde vinieron.
—¿Por qué? —preguntaron los chicos.
—Ese pueblo está embrujado —les dice el hombre.
—¿Embrujado? —dicen los chicos sorprendidos.
—Si niños, se aparecen fantasmas, se oyen ruidos, la gente desaparece, cosas como esas suceden allí—
—¡Genial¡ —menciona Oscar.
—No niños —les dice el señor— Esto es algo serio, les recomiendo que no vayan —y se va.
—¿Ustedes le creen? —les pregunta Román a los chicos.
—No —mencionan todos.
—Ha de estar loco el señor ese —menciona Jennifer.
—Mejor preguntemos a otro —menciona Oscar.
De la misma tienda sale una anciana, se le acercan los chicos y le hacen la misma pregunta que al señor, al oír el
nombre de San Andrés, la señora hace una cara de espanto, y se aleja persignándose. Los chicos se quedan mudos, hasta
que Román dice:
—¿En serio es tan peligroso ir allí?
—No lo sé —dice Oscar— ¿Y porque los maestros nos enviarían a un lugar así?
—Tal vez ellos no estaba enterados —menciona Mariela.
—O tal vez, no creyeron en las leyendas —dice Jennifer.
—De todas maneras —menciona Diana— Allí tiene que vivir gente, la gente va y viene, pasan por allí ¿cierto?
—Sí, cierto —dice Oscar— Esas personas estaban locas.
—Si —menciona Román— Ya ven que la gente de provincia es muy supersticiosa.
—Claro —le responden los chicos.
Se oye el claxon del camión, es el chofer que indica a los chicos que ya es hora de irse. Los chicos se reúnen y suben
al camión, éste comienza a manejar. A estas alturas, ya todos los chicos ya saben a dónde van y lo que les podría esperar,
porque los rumores sobre el pueblo embrujado ya se han esparcido entre todos.
—Al menos —menciona Román— Las vacaciones ya no van a ser tan aburridas como pensaba.
—Cierto —menciona Oscar y observa a Román.
—¿No me digas que tienes miedo?
—No, para nada —menciona Román— No tengo miedo... aún.
—No te lo creas tanto —menciona Oscar— Son mentiras.
—Y tú hace rato decías que era genial ver fantasmas —le increpa Román.
—Si —menciona Oscar— Pero una cosa es decir eso y otra muy diferente es tener un fantasma enfrente.
—Eso sí —dice el chico— No olvides que tú y yo ya hemos visto uno.
—Por eso no tengo miedo —dice Oscar.
A la tres de la tarde, el chofer menciona:
—Ya estamos por llegar, desde aquí se ve a dónde vamos a llegar.
Todos los chicos observan por la ventana y ven un pueblo pequeño, de unas 150 casas y otros edificios
aproximadamente, edificios de arquitectura vernácula popular, todos dispersas alrededor de una torre que forma parte de
una iglesia y que sobresale de las demás por su altura, el área urbana del pueblo no pasa del kilómetro cuadrado. Más allá
de la zona urbana van apareciendo cada vez menos casas hasta que poco a poco se pierden entre los bosques que cubren
por completo los cerros que rodean el pueblo.
—¿Ese es San Andrés? —menciona Román.
—Si —dice Oscar— Debe ser allí.
Todos los chicos observan sorprendidos porque ya conocen lo que se habla del pueblo. A medida que se acercaban,
los chicos sentían una extraña mezcla, de miedo, impresión y emoción.
14
San Andrés
El camión entra en el pueblo y los chicos observan que hay mucha gente afuera observándolos.
—Miren, hay mucha gente afuera —menciona Oscar.
—¿Nos habrán recibido? —pregunta Román.
—O tal vez nunca han visto un camión pasar por aquí —dice Julián.
El camión sigue avanzando y llega al centro del pueblo, donde hay una plaza con un parque y árboles, al centro un
kiosco y alrededor, la iglesia, que es el edificio más grande del pueblo, al lado, la presidencia municipal, el camión da vuelta
en una esquina y se detiene en un edificio de dimensiones parecidas a la presidencia, de estilo arquitectónico colonial.
—Es aquí muchachos —menciona el chofer y señalándoles el edificio— Aquí se van a quedar.
—¿Aquí qué es? —preguntan los chicos.
—Un hostal— menciona el chofer.
—¿Un hotel?
—No niños, un hostal —aclara el chofer— Es lo mismo que un hotel, pero más pequeño.
—Ah —mencionan los chicos al ver el edificio que en realidad es muy grande para ser considerado como hostal.
—Vayan bajando con cuidado —les menciona el chofer— Y también bajen sus cosas con cuidado.
Los chicos van bajando y van viendo a algunos pueblerinos que los observan un poco extrañados, los chicos los miran
a ellos sorprendidos de la misma manera.
—Entonces aquí es el famoso San Andrés —menciona Jennifer dando un vistazo.
—Si —dice Rubí— Es aquí.
Más allá de la plaza central aparecen casas del mismo estilo arquitectónico colonial, parecidas a las de Taxco o
Guanajuato, como ya se había mencionado, la extensión del pueblo no pasa del kilómetro cuadrado, después de este límite,
aparecen casas solas esparcidas esporádicamente hasta que se pierden entre los cerros que rodean el pueblo.
—No sé si los maestros sabían que este lugar era así, porque yo pienso que de esta manera, sí estaremos en
contacto con la naturaleza —menciona Julián.
—Pues yo pienso que los maestros nunca vinieron aquí —expresa Diana— Sólo eligieron el primer pueblo que vieron
en el mapa y nos mandaron aquí.
—Si es que este pueblo aparece en el mapa —menciona Román.
—Honestamente, no sé si pueda aguantar dos semanas aquí —menciona Oscar, en eso ve un grupo de chicas
caminando por allí, Oscar sonríe y menciona sin que nadie lo oiga:
—Tal vez sí.
—Vengan —menciona el chofer— Voy a regístralos en el hostal.
Todos se acercan a la puerta principal del hostal, de grandes dimensiones y el chofer toca la puerta, abren un hombre
y una mujer de aproximadamente 50 años. La mujer pregunta:
—¿Se les ofrece algo?
—Buenas tardes, disculpe, me enviaron de la ciudad de México —les explica el chofer— Me dijeron que les trajera un
grupo de chicos de una escuela de allá.
—Ah —menciona la mujer— ¿Son los chicos de la escuela de México?
—Si señora —le aclara el chofer— Son ellos —y les muestra a los 30 niños que vienen con él.
—Pasen, pasen —menciona el hombre.
El chofer y los chicos entran por la puerta grande y lo primero que ven es un pequeño cuartito donde se registran los
huéspedes a su izquierda, al fondo se ven varias habitaciones, todas distribuidas alrededor de un patio donde hay una
fuente que está iluminada, ya que el patio no posee techo, el edificio tiene 3 pisos de puras habitaciones con las
comodidades mínimas.
—Disculpe —pregunta el chofer a los señores— ¿Y aquí van a caber todos? es que son 30.
—Por supuesto —le responde el señor— Caben hasta 100 personas.
Después de registrar a los chicos, el chofer les dice:
—Bueno, muchachos, yo me voy, vengo por ustedes el 9 de Agosto, en dos semanas.
—Sí señor —le dicen los chicos algo tristes— Nos vemos.
—Hasta luego y con su permiso —se despide el chofer, se sube en su camión y se aleja hasta salir del pueblo.
Los niños al verlo irse sienten como si los hubieran abandonado a su suerte en un lugar desconocido y alejado de la
civilización, como si solamente confiaran en el chofer, y como si hubieran querido irse con él.
—Chicos, vengan —les dice la señora— Les voy a mostrar sus habitaciones a cada uno, para que se acomoden.
—Disculpe —pregunta una de las chicas— ¿Cómo nos vamos a acomodar?
—Todavía no lo sé —menciona la mujer— Tal vez de dos o 3 por habitación, evidentemente hay más mujeres que
hombres.
La señora repartió al final de a dos por habitación, a cada par, le mostró su habitación y los chicos dejaron sus cosas,
hubo que meter a 3 mujeres en una sola habitación, para evitar dejar a un hombre y una mujer en la misma habitación, ya
que eran 19 mujeres y sólo 11 hombres.
—Después de que se acomoden —les dijo el señor— Vengan al comedor para que coman un poco, en ese comedor
—y les señala un cuarto más grande que los otros donde habían varias mesas.
15
—Si señora, gracias —respondieron a coro los chicos.
—No me digan señora —les dice la mujer en un tono amable, casi maternal— Háblenme de tú, llámenme por mi
nombre, que es Benigna, estoy aquí para servirles.
—Si gracias señora... perdón Benigna —dijeron los muchachos.
—Y mi nombre es Pedro, su seguro servidor —les menciona el hombre.
—Mucho gusto —contestaron los niños.
—Si necesitan algo, sólo háblenos —les dicen los señores.
—Gracias —contestan a coro los chicos.
Los señores se van y los chicos comentan entre sí:
—¿Qué les parece el lugarcito?
—Pues como para dos semanas —menciona Luis Daniel— Está bien para mí.
—Mientras haya música y televisión— menciona Darina— No hay problema por mí.
—Es cierto —menciona José— ¿Hay aquí señal?
Todos los chicos sacan sus celulares y uno por uno van diciendo.
—Yo no tengo señal.
—Yo tampoco.
—El mío está muerto.
—No tengo señal.
—Nadie tiene señal —menciona Oscar— Este lugar está perdido.
—Pues yo tengo un mp3 —menciona Carlos— Al menos con esto estaré entretenido, mientras no se le acabe la pila.
—Para estos casos —menciona Sara— Mejor me hubiera traído un libro.
—Si —menciona Jennifer— Yo también.
—No hay problema —menciona Oscar— Mientras no hayan adultos aquí, que nos digan que hacer, me siento bien
donde sea.
—¿Y los señores qué? —menciona Román.
—¿Qué tal si resultan ser muy sobreprotectores o algo así? —menciona Selena.
—No creo —menciona Delia— Se ve que son buena onda.
—Si —dice Pilar— Pero no por eso no vamos a desobedecerlos ¿o sí?
—Si —menciona Gerardo— No hay que abusar de su confianza.
—Saben lo que en realidad me preocupa un poco —afirma Román— Y aunque se burlen, ¿Serán ciertas todas las
cosas que nos dijo el señor de la gasolinera?
—¿De los fantasmas y todo eso? —pregunta Oscar— No lo creo.
—Yo tampoco —menciona Diana— No sé por qué nos habrán dicho eso, pero no lo creo.
—Yo tampoco —decían los demás.
—Pero para que la señora esa se haya persignado nada más mencionar el nombre de San Andrés, pues... —
menciona Román pero es interrumpido por Oscar que dijo como cambiando de tema:
—Oigan, ya tengo hambre.
—Yo también —menciona Mariela.
—Pues, los señores nos dijeron que fuéramos al comedor grande, que allí nos iban a dar de comer.
—Vamos pues —dijo el chico.
Todos los chicos llegan a un cuarto el doble de grande que las habitaciones, donde hay un conjunto de mesas, que
los señores previamente ya habían acomodado de manera que pareciera una única mesa muy larga y que ocupaba de
extremo a extremo del lugar. El comedor, junto con la cocina tenían decorados propios de una cocina típica mexicana, con
acabados y azulejos de estilo colonial y barroco, hechos de cerámica de talavera, todo esto hacía que el ambiente se
sintiera bien, que se antojara cualquier tipo de comida. Sobre la mesa, estaban ya dispuestos 32 platos, de frijoles bayos,
arroz refrito, carne de res con mole, salsa, y todo tipo de comida tradicional mexicana. Había también, varias pilas de tortillas
envueltas en servilletas ricamente bordadas que estaban puestas en canastas de paja y jarras de agua de fruta natural
distribuidas lo largo de la mesa, el aroma de la comida se percibía en el aire animando a los chicos a comer.
—Pasen, pasen —les dijo la señora— Siéntense donde gusten.
—Gracias —dijeron los muchachos y se sentaron uno a uno en las sillas.
Como de costumbre, Oscar, Román y Diana se sentaron juntos, por los intereses personales del segundo.
—Genial —le dice Oscar a Román— La comida se ve deliciosa.
—Huele tan bien, que con sólo olerla se prueba —le dice Román.
—Si —le dice Diana— Esto es lo que comen en los pueblos, por eso viven muchos años.
Los chicos se sentaron y comieron con gusto todo lo que les prepararon lo señores, ellos también se sentaron a
comer con ellos. En medio de la comida, uno de los chicos les pregunta a los señores:
—¿Y qué hacen para divertirse aquí?
Todos los demás chicos miran con disgusto al chico que habló, porque piensan que la pregunta fue de mal gusto, ya
que de esa manera, les estaría diciendo a los señores que ese lugar era aburrido, pero los señores no hicieron caso de esto
y le contestaron:
16
—Aquí los niños sólo juegan los juegos antiguos como la víbora de la mar, muy pocas personas tienen radio o
televisión, y este edificio es de los pocos.
—Menos mal —dice José.
—Yo quisiera preguntarles algo —menciona Sara.
—¿Qué cosa? —le dicen los señores.
—Cuando veníamos para acá, nos dijeron que este lugar estaba embrujado, ¿Es cierto?
Todos dejan de comer y miran a la chica. Los señores se quedan observándola muy serios y al fin contestan con un
rotundo:
—Sí.
Los niños al oír esto se estremecen, pero los señores no se dan cuenta de esto.
—¿En serio? —pregunta Oscar algo asustado.
—Bueno —explica el señor Pedro— No es que esté embrujado, que haya una maldición o algo así, lo que sucede es
que todas las noches se oyen ruidos, se oyen lamentos de una mujer, ruidos que se oyen en todo el pueblo, además, hay
gente que desaparece.
—¿Desaparecen? —preguntan los chicos cada vez más asustados.
—Si —completa su esposa— Y sin dejar rastro.
—Por eso —continúa el señor— El pueblo es pequeño. Porque bastante gente se ha mudado de aquí, somos
alrededor de 500 habitantes.
—Y eso es muy poco— prosigue la señora— Considerando que hubo una época en la cual este pueblo pasaba de los
15 mil habitantes.
—Lo peor de todo es que la gente poco a poco se va del pueblo —continua el señor Pedro— Parece que llegará el día
en que este pueblo desaparezca.
Los chicos se compadecen al oír esto.
—¿Y ustedes han visto algún fantasma o algo así? —les pregunta Jennifer.
—En este edificio no —les contesta la mujer— No hemos visto nada de eso, algunos dicen que sí, pero no se saben
explicar, lo único que oímos son ruidos, y casi todos provienen de la iglesia antigua.
—¿Cuál iglesia? —preguntan los chicos
—A unos 600 metros de aquí —les contesta el señor— Están las ruinas de la primera iglesia que se edificó en este
lugar en el siglo XVII, pero quedó abandonada después de la guerra cristera, para esa época ya estaban construyendo una
nueva, que es la actual, la iglesia antigua quedó abandonada y en estado de ruinas, es de allí de donde vienen casi todos
los ruidos.
—¿Podemos ir a la iglesia abandonada? —le pregunta Oscar.
—Terminando de comer —les dice la señora— Los vamos a llevar a recorrer el pueblo, y si quieren, pasamos por allí,
pero no se emocionen, porque como es de día, no van a ver nada.
—Ya decía yo —dice Julián— Hay que ir en la noche.
—No niños —les dice la señora— Es muy peligroso, y no lo digo solo porque puedan ver algo, sino por otras razones,
ya que ustedes no conocen aquí, podrían perderse.
Los niños dejan de hacer preguntas y siguen comiendo.
Recorrido
Terminando de comer, los señores les dicen a los chicos:
—¿Ya están listos para ir a pasear?
—Claro —le contestan éstos.
Chicos y señores salen de la casa y dando la vuelta por donde había entrado el camión, llegan a la plaza principal y a
la iglesia actual.
—Ésta, niños —les explican los señores —Es la iglesia actual de las que les hablábamos, la construyeron a principios
del siglo XX, pero se tardaron en construirla, ya que la obra estuvo parada por la Revolución, la terminaron en 1929.
Los chicos observaban el edificio más alto del pueblo, tenía un estilo arquitectónico propio de las iglesias pueblerinas,
pero también tenía algunos acabados y diseños realizados industrialmente.
—No sé si lo sabían —menciona Mariela— Pero en todos los pueblos, las iglesias son los edificios más grandes que
hay.
—Eso es porque en los pueblos, las tradiciones y costumbres, están más arraigadas —le explica Daniel— La gente
suele ser más religiosa.
—¿Y la otra iglesia a dónde queda? —le pregunta Oscar a los señores.
—Hacia allá —le responde la señora Benigna señalando hacia el oriente— Pero iremos hasta el final allá.
Siguen caminando y llegan a un mercado que abarcaba una manzana entera, pero algo pequeña.
—El mercado del pueblo —les dicen los señores— No es muy grande comparado con otros, pero tiene lo
suficiente…o lo necesario.
Caminado un poco más llegan a la presidencia.
—Esta es la presidencia.
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—¿Es municipal? —pregunta uno.
—No —le dicen— Es sólo del pueblo, por eso es tan pequeña.
Luego señalan enfrente de la presidencia.
—Allí están el parque y en medio, el kiosco del pueblo, en ese kiosco, en ocasiones se hacen las fiestas patronales y
la banda del pueblo viene a tocar, también ponen juegos mecánicos, hay juegos pirotécnicos, queman castillos, hay bailes, y
muchas otras cosas más, viene mucha gente de los alrededores, el ambiente se pone muy bueno esos días.
—¿Y cuándo es la fiesta patronal? —pregunta Diana.
—El día de San Andrés —le responde la señora— El 30 de Noviembre.
La plaza era un cuadrado dividido en 4 partes iguales en forma de triángulos delimitados por caminos empedrados, en
el centro había un kiosco. Los 4 triángulos están llenos de árboles.
—Y eso es todo lo interesante de este pueblo —le dice el señor Pedro.
—¿Entonces ya podemos ir a la iglesia abandonada? —le preguntan los chicos.
—Si —les dice la señora— Pero no nos podemos quedar mucho tiempo.
Camino al convento los señores se encuentran con un conocido.
—¿Cómo te va Pedro?, ¿Ahora ter tocó ser nana?
—No exactamente —le responde éste— Estos chicos vienen de México, se quedaron en nuestro hostal y les estoy
mostrando el pueblo.
—Ah ya veo, y ¿a dónde piensas llevarlos ahorita?
—A la iglesia abandonada —contestan los señores.
—¿De veras piensas llevarlos allá? —les dice el amigo algo sorprendido.
—Pues si —le responde la esposa del señor Pedro— No hay problema, porque es de día.
—Sí, pero puede ser peligroso, recuerda que esa iglesia ya no está bien firme, se puede derrumbar en cualquier
momento —le dice su amigo.
—No vamos a entrar —le dice el señor— Sólo vamos a verla de lejos.
—Bueno, luego nos vemos —se despide el amigo y se va.
—¿Y ese señor también cree que el lugar esta embrujado? —le preguntan al señor Pedro.
—De hecho —les responde la señora— Todos lo creen.
Unos minutos después, llegan a la iglesia en ruinas.
—Esa es chicos —les dice el señor señalándoles con el dedo— La famosa iglesia embrujada.
—Entonces es esa la iglesia —comentan los chicos.
—Si —les confirma la señora Benigna.
La iglesia estaba sólo en pie en la parte de la torre y algunos muros, el techo estaba caído a la mitad y lo que quedaba
de éste, estaba lleno de agujeros de todos los tamaños y formas por donde entraba la luz del sol, había ya crecido
abundante vegetación dentro y fuera de la iglesia, los chicos alcanzaron a ver algunos objetos abandonados y tirados que
usaban antes en la iglesia, alrededor de ésta aproximadamente 15 casas, todas abandonadas y en similar estado que la
iglesia. Los muros de la iglesia estaban ennegrecidos como si hubieran sido quemados. Había también bastante basura y
montones de tierra con varias plantas dentro y fuera de la estructura.
—La iglesia fue construida, como les dije, en el siglo XVII, funcionó como la iglesia principal hasta la época de la
guerra cristera —menciona el señor Pedro.
—¿Qué sucedió entonces? —le pregunta Diana.
—No estoy muy seguro —les dice el señor— Por lo poco que me contaba mi abuelo, durante la guerra cristera, la
gente creía que los soldados del gobierno volverían por ellos a buscarlos y por eso dejaron el pueblo, cuando la iglesia y el
gobierno llegaron a un acuerdo, entonces se construyó la nueva iglesia, ya que la antigua había sido dañada por una bomba
que explotó allí, después de que se construyó la nueva iglesia, que es la actual, la gente se fue a vivir alrededor de ésta y el
pueblo comenzó a crecer, hasta los 70s, cuando comenzó todo esto de lo embrujado.
—Sólo que —prosigue la señora— Los ruidos siempre se habían oído desde que la iglesia fue abandonada, pero
como los fenómenos paranormales se comenzaron a intensificar desde la década de los 70s, es desde esa época en que la
población del pueblo, se mantuvo sin crecer, y luego comenzó a bajar, por la gente que se mudaba a otro lado.
—¿Y por qué desde esa época se comenzó a intensificar eso? —pregunta Diana.
—No sabemos —le responden los señores.
—¿Y han visto algo anormal en esta iglesia? —les preguntan los chicos.
—Pues —dicen ellos— No hemos visto nada.
—Pero nos han contado —continúa la señora— Que aquí se aparece el fantasma de una mujer, otras veces se oyen
coros de iglesia cantando y otras veces, se oyen balazos de metralleta.
—Y eso lo ha visto sólo la gente que tiene el valor de venir en la noche acá —aclara el señor Pedro— Pero ya casi
nadie lo intenta.
—De hecho —continúa la señora— Conocimos hace algunos años a un sujeto que vino a vivir aquí, para alejarse del
caos citadino.
—¿Qué pasó con él? —le preguntan los niños.
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—Pues —los señores continúan— Él no creía en las cosas que pasaban aquí, a pesar de que las oía, se sintió muy
valiente y vino a la iglesia él solo en la noche, no sabemos lo que habrá visto, pero a partir de entonces, se volvió muy serio,
no hablaba, ni comía ni nada, estaba ido, luego, un día desapareció y no lo volvimos a ver.
—Ha de haber visto algo horrible para quedar así —dijo Oscar.
—¿Entonces no podemos entrar a ver? —pregunta Julio.
—No —les responden los señores— La estructura está muy débil, no vaya a ser que se caiga sobre nosotros.
Estuvieron como 15 minutos dando vueltas alrededor de la iglesia, como analizándola, hasta que los señores les
dijeron:
—Ya está oscureciendo, es hora de irnos.
A pesar de que los chicos, por un lado, querían quedarse para ver si era cierto lo que decían, y por otro, les daba
miedo quedarse allí en la noche, se terminaron yendo con los señores.
Los chicos volvieron al hostal y cenaron, después a las 9 de la noche se acomodaron para dormir.
—La gente de aquí tiene la costumbre de dormirse temprano ¿No? —menciona Julio.
—Pues si —dice Julián— Debe ser porque nadie quiere estar despierto a las 10 de la noche.
—Exactamente —dijo la señora Benigna que en ese momento pasaba a la habitación de los dos— Hay muy poca
gente despierta después de las 10, por lo mismo de que les da miedo salir en la noche.
—Pues qué mal —dice Julián— Tanto que hacer en la noche.
—Pues realmente nada —les dice la señora— Aquí no hay bares ni antros ni nada de eso, todos los negocios cierran
a las 10, y a esa hora, casi no hay nadie en el pueblo que esté despierto.
Luego agrega:
—¿No se les ofrece nada?
—No —contestaron los chicos.
—Entonces que duerman bien —les dice la señora.
—Gracias, buenas noches —les dicen los niños
—Buenas noches —se despide la señora Benigna y se aleja de ahí.
En otra habitación:
—Oye ¿dónde vamos a dormir? —le dice Oscar a su primo.
—No sé —le contesta Román— Tal vez aquí, recuerda que en cada habitación van dos.
—Es cierto —le dice Oscar— Entonces ve a dormir con tu novia.
—¿Con quién? —le pregunta Román.
—Ya sabes de quién hablo —le responde Oscar.
—Ah pues —le dice Román en tono de sarcasmo— A ver si tú cabes con 4 chicas en la cama.
—No, no era en serio —comenta Oscar— De todas maneras, las chicas duermen separadas de los chicos.
—Ya lo sé —le dice Román.
—¿Qué? —le pregunta Oscar— ¿Sí querías dormir con Diana?
—No, no es eso —decía Román titubeando— Es que… no, mejor olvídalo.
Llega entonces el señor Pedro y les dice a los muchachos:
—Duerman bien muchachos, mañana nos vamos a levantar temprano.
—¿Qué tan temprano? —le preguntan.
—A las 7 de la mañana —les responde el señor Pedro.
—¿No es demasiado temprano? —se quejas Oscar.
—No —les dice el señor— Aquí la gente siempre se levanta temprano, trabaje o no.
—Con razón se duermen tan temprano —dice Oscar.
—Duerman bien —les dice el señor.
—Gracias y buenas noches —le dicen los chicos y apagan la luz, el señor se va.
Oscar se acomoda para dormir, Román se queda pensando unos segundos y pregunta a Oscar:
—¿Tú crees que sea cierto lo que dicen de que este lugar está embrujado?
—No lo creo —le responde su primo.
—Pero todos dijeron que sí —argumentó Román
—Pues todos están locos —le dijo Oscar
—¿Tú crees? —le preguntó Oscar
—No lo sé —le contesta Oscar en un tono un tanto molesto— No sé ni me importa, sólo quiero dormir.
—Está bien —le dice Román— Buenas noches.
—Buenas noches —le contesta Oscar y se queda dormido.
Román entonces se queda pensando un rato lo que le preguntó a Oscar y mejor decide dormirse. Cuando estaba a
punto de quedarse dormido, oye un grito desgarrador a lo lejos y se despierta algo sobresaltado, observa y mira a su
compañero de cama profundamente dormido, piensa que a lo mejor lo soñó, observa el reloj de su celular y ve que son las
19
10 con 30 minutos de la noche, decide volver a dormir y cuando está otra vez a punto de quedarse dormido, oye otro grito,
más fuerte y más espantoso que el anterior, esta vez todos los chicos del hostal despiertan por el grito sobresaltados. Eran
ya las 11 de la noche.
Sustos
—¿Qué fue eso? —preguntó Oscar sobresaltado.
—Se oyó un grito muy feo —dice Román— Ya había oído uno antes pero pensé que había sido mi imaginación.
—Sí se oyen gritos aquí —dice Oscar y se levanta a ponerse los zapatos.
—¿Qué vas a hacer? —le pegunta Román.
—No sé —dice Oscar— Ya no creo que pueda dormir, voy a salir.
Ambos chicos se ponen los zapatos y salen al patio central del edificio, iluminado por la luz de la luna, de una manera
tan brillante que pareciera de día, afuera hay varios chicos que también despertaron por el grito y se levantaron.
Oscar encuentra a Diana y a otras chicas que estaban con ella, Román les dice:
—Al parecer ustedes también oyeron ese grito ¿verdad?
—Si —dice Diana— Fue espantoso.
—Todos lo oímos —menciona Julián que iba llegando con los chicos— Pero los señores no lo oyeron.
—Tal vez ellos ya están acostumbrados —menciona Román.
—O tal vez, sólo los ignoran —dice Diana.
—¿Cómo van a ignorar un grito así de feo? —dice Oscar— Ese fue el grito más horrible que he oído en mi vida.
—Pues al parecer —dice Julián— Aquí eso no es gran cosa, ya deben de estar acostumbrados.
Julio llega con el grupo y les dice:
—¿Cómo ven?, al parecer todo lo que decían de este lugar era cierto.
—Si —dice Diana— Me empezó a dar miedo.
—No seas miedosa —le dice Julio— Mientras estés conmigo, no habrá nada que temer —y la abraza poniendo a
Román celoso.
—¿Contigo? —le dice Diana— Prefiero estar sola.
—No lo creo —le dice Julio— No creo que sean tan valientes de andar por allí en la noche, y más después de lo que
oímos.
—¿Y tú no? —le dice Román.
—¿Pues? —dice Julio, se queda pensando y al fin dice:
—Hagamos una apuesta.
—¿Qué clase de apuesta? —le preguntan los chicos.
—A que no son capaces de ir en este momento a la iglesia abandonada.
—¿Estás loco? —le dice Oscar— Es muy peligroso, y no solo porque pudiera aparecer algo allí.
—Si —continua Román— Además los señores se pueden enojar.
—No creo que se den cuenta —menciona Julio— Si no se despertaron con semejante grito, entonces nada los
despertará.
—Pues de todas maneras, no vamos a ir —menciona Oscar con un tono que hacía parecer que no estaba seguro de
lo que estaba diciendo.
—¿Qué? ¿Les da miedo? —les dice Julio en tono burlón.
—La verdad sí —menciona Diana.
—Pues tú tal vez sí, porque eres mujer —menciona Julio— Pero ustedes —dirigiéndose a Román y a Oscar— ¿Son
igual de miedosos que ella?
—No— dicen los dos— Sí podemos salir en la noche, pero con una condición.
—¿Cuál? —pregunta Julio.
—Que vengan más, si se animan, para no estar tan solos —dice Oscar.
—Está bien —dice Julio— De todas maneras eso no cambiará nada.
Julio se sube a una parte de la fuente para que lo oigan mejor y habla en una voz, lo suficientemente alta para que
todos lo oigan y lo suficientemente baja para no despertar a los señores:
—Muchachos, estamos organizando una expedición a la iglesia abandonada, para descubrir si el grito que hace rato
oímos fue real, ¿Quién se apunta?
—Yo no —dice uno de los chicos.
—Yo tampoco, están locos —dicen otros.
Algunos chicos prefieren olvidar los sucedido y deciden volver a dormir, sólo quedaron afuera Román, Julián, Julio,
Diana, Oscar, Mariela, Jennifer, Darina, Rubí, Luz, Pilar y Sara.
—¿Sólo ustedes? —pregunta Julio— ¿Sólo somos 12 valientes en este lugar?
—Pues si —le dice Sara— Sólo que yo quiero ver, qué tan valiente eres tú.
—Yo también —dice Oscar.
—Pues bien —menciona Julio— Saquen algunas cosas que necesitemos como lámparas o cosas así y vámonos.
—Bien —contestan los chicos.
20
Los chicos entraron a sus habitaciones, y 5 minutos después, salieron cambiados de ropa, con lámparas y mochilas.
—Bien —menciona Julio— Salgamos de aquí.
—¿Cómo vamos a salir si la puerta está cerrada? —le pregunta Oscar.
—Tranquilo —le contesta Julio— Puedo abrir la cerradura con un alambre.
Al instante el chico saca un alambre de su bolsa del pantalón y le da forma de gancho, la introduce en la cerradura y
ésta se abre, los chicos salen a la calle y caminan por las calles desiertas del pueblo.
—Qué diferencia ¿verdad? —comentaba Román.
—¿Qué cosa? —le responde Oscar.
—El lugar se ve lindo con sus paisajes de día, pero de noche, cambia bastante —dice el chico.
—Incita miedo —menciona Diana.
—No sean cobardes —menciona Julio— Sólo está muy oscuro porque ya se ocultó la luna, sigan caminando.
Los chicos siguen avanzando y en minutos salen del pueblo, es cuando a lo lejos ven la silueta oscura de la iglesia en
ruinas y es cuando comienzan a ponerse nerviosos. Algunos se detienen.
—¿Qué sucede muchachos? —les pregunta Julio— ¿Les dio miedo?
—No, que va —dice Julián— Hasta se ve que a ti te empieza a dar miedo.
—Claro que no —responde Julio, y prosigue titubeando—: …pero por si las dudas, vamos juntos.
Los chicos se juntaron mucho, Oscar tenia a las 4 chicas que estaban interesadas en él a su lado, abrazándose entre
sí y hasta Román tenia a Diana a su lado, pero ninguno se dio cuenta, ya que se estaban acercando a la iglesia abandonada
y se ponían muy nerviosos, incluso sudaban a pesar de que hacía bastante frio.
Entonces, una nube descubrió la Luna, haciéndola iluminar la región repleta de oscuridad, los chicos pudieron ver con
claridad la torre de la iglesia abandonada cuando ya estaban frente a ella. Es cuando Julio les pregunta con una voz que
hacía dudar lo que decía:
—¿Todavía quieren ir a la iglesia?, porque si quieren, ya nos podemos regresar.
—¿A dónde se fue el valiente? —le dicen las chicas.
—No, no tengo miedo —replica Julio— Es sólo una sugerencia.
—Pues yo no me voy —menciona Oscar— Ya estamos hasta acá y ni modo de regresarnos.
—Si —dice Julián— La verdad, esto es emocionante.
—¿Entones entramos todos? —menciona Jennifer.
—Claro —dice Román— Pero todos juntos.
Los chicos entran por un gran agujero al costado de la iglesia y encienden sus lámparas, van caminando lentamente
por el atrio de la antigua iglesia e iluminando todo con las lámparas. Los chicos van viendo las cosas, viejas pinturas y rotas,
algunos objetos ya sucios y gastados, bancas carcomidas y un aroma a humedad casi insoportable, todo lo van viendo
mientras recuerdan todo lo que les han dicho sobre el lugar. De repente...
—¡Ahhh¡ —se oye un grito que asusta a todos.
—¿Qué fue eso? —grita Julián alterado y apuntando su lámpara hacia abajo.
—Es que vi un ratón —menciona Mariela— Y me espantó.
—¿Sólo por un ratón te pones así? —le replica Julio.
—Es que soy mujer —le contesta la chica— ¿Qué querías?
Uno de los chicos toma una piedra y se la lanza al ratón, el animal huye.
—¿Ves? —le dice Román— Ya se fue, te aseguro que el ratón tenía más miedo que tú.
Los chicos siguen caminado y Román siente algo, voltea rápidamente atrás de él, pero no ve nada.
—¿Qué pasa? —le preguntan.
—No sé —les responde el chico asustado— Me pareció sentir que alguien estaba detrás de mí.
En eso oyen un ruido y las chicas gritan.
—¿Qué fue eso? —se preguntan los chicos.
Todos alumbran arriba y ven que un florero grande se cayó al suelo rompiéndose.
—¿Quién tiró esa cosa? —pregunta Diana.
—Se ha de haber caído sola —le responde Rubí.
—No creo, alguien la tuvo que haber tirado —dice Delia.
—¿Cómo que alguien? —pregunta Darina.
—Este lugar sí da miedo —menciona Oscar.
—Saben —comenta Julián— Esto me recuerda el video de Facundo ¿No sé si lo habrán visto?
—Si —le dice Julio— Donde se mete a un cementerio y ve un fantasma.
—Pues pienso hacer lo mismo —y empieza a gritar:
—Salgan fantasmas, no les tengo miedo.
—¿Estás loco? —le dice Pilar— No los invoques.
—No creo que haya fantasmas aquí —dice Julián— Porque si los hubiera, ya se hubieran aparecido, dense cuenta de
que todos los ruidos que hemos oído hasta ahora, fueron provocados por cosas naturales, como el ratón y el florero.
—¿Y lo que yo sentí no cuenta? —le reclama Román.
—Ah, pues… no sé —le dice Julián.
—Esto lo hago —dice Julián— Para que no se sientan tan estresados con esto, para llevarla tranquilamente.
21
—Pues en ese caso —le dice Julio— Déjame hacer a mí mi parodia.
Acto seguido, se pone la lámpara de manera que le alumbre la cara desde abajo, y dice lo siguiente:
—Estamos en el interior de la iglesia abandonada, en el pueblo de San Andrés, venimos a investigar si los rumores
son ciertos de que hay fantasmas aquí.
—¿Y eso de qué fue? —le pregunta Sara.
—De la película de El proyecto de la bruja de Blair —dice Julio —¿Qué no la han visto?
—Yo pensaba que era del programa de Extranormal—menciona Luz.
—Pues no— les dice Julio— Se ve que no ven la televisión.
En eso oyen otro ruido más fuerte.
—¿Qué fue ese ruido? —menciona Román.
—No lo sé —dice Oscar— Vino de allá —y señala con su lámpara, todos señalan allí mismo y ven el altar mayor de la
iglesia, en un estado deplorable.
—Este es el altar mayor —menciona Oscar— O era.
Los chicos comienzan a caminar hacia el altar, el techo frente a éste estaba hueco por un agujero que dejaba entrar la
luz de la luna, de manera que ya no fue necesario usar lámparas, por lo que las apagaron.
—Debió haber sido muy lindo en sus mejores tiempos —menciona Diana.
—Si —dice Jennifer— Lastima que lo hayan abandonado.
—Oigan —dice Román— Vean el halo de luz que entra por el hueco.
—¿Cuál? —le preguntan los chicos.
—Ese —les señala con el dedo— Frente al altar.
—Se ve demasiado curioso —menciona Darina.
—Si —dice Rubí— Como si tomara forma…
—¿Forma? —dice Julio— ¿Forma como… humana?
—Algo así —dijeron las chicas.
La figura empezó a moverse como si tuviera vida y esto espantó a los chicos.
—Esa cosa se mueve —dice Diana.
—Debe ser el viento —le dice Julio muy asustado pero tratando de disimularlo.
La figura blanca se acerca hacia ellos.
—Viene para acá —dice Julián.
—¿Qué hacemos? —dice Román.
—Mmm, déjenme pensar —dice Julio— … ¡Corran!
No había terminado de gritar la palabra y los chicos ya estaban afuera de la iglesia corriendo a todo lo que daban sus
piernas. En el camino y mientras corrían, a Oscar se lo ocurrió gritarle a Julio, que estaba algo retirado:
—¿Querías ver fantasmas valiente? Pues ya los tienes.
—Ya cállate —le grita Julio.
En menos de un minuto, los chicos de nuevo llegaron al hostal, entraron y cerraron de nuevo, a pesar de esto, nadie
se despertó, los chicos entraron en la primera habitación que llegaron, todos se metieron a la cama y se taparon con las
cobijas, abrazándose entre todos, ya nadie dijo nada y al final se quedaron dormidos.
Los chicos de la escuela
Al día siguiente, en el desayuno, ninguno de los chicos que habían salido la noche anterior habló, parecían tristes, los
señores los miraron extrañados, hasta que el señor Pedro les pregunta:
—¿Qué tienen?
—Nada —le respondió Oscar— No se preocupen.
—Parece como si hubieran visto un fantasma —les dijo la señora Benigna.
—No, estamos bien —decían los chicos.
Sus mismos compañeros que no habían ido con ellos la noche anterior los veían raros. Cuando los señores salieron,
Luis Daniel, uno de los que no salieron, les preguntó:
—Ya cuenten ¿Qué vieron?
—Nada —dijeron ellos.
—No les creo —dice Selena— Por algo traen esas caras.
—De todas maneras —dice Julián— No creo que nos crean ¿O sí?
Los otros chicos dejaron de hacerles preguntas. Al terminar de comer, los 12 chicos que salieron antes se reunieron
entre sí:
—¿Todavía no han podido olvidar lo que vieron verdad?
—Pues no —dijo uno
—Yo tampoco —mencionó otro.
—Pues les propongo algo —les habla Román— Vamos a imaginar que lo que ayer pasó fue un sueño, de esa manera
evitaremos sentirnos tan mal y los señores no van a sospechar nada.
—Me parece bien —dicen todos.
22
En eso llegan los señores y les dicen a los chicos que se reúnan, una vez hecho esto, los señores les dicen:
—Si ya están listos, los vamos a llevar a la secundaria, para que la conozcan.
—¿Hay secundaria aquí? —preguntan los chicos.
—Si —les dice el señor Pedro— No los llevamos ayer, porque cuando ustedes llegaron, ellos ya habían salido de
clases.
—Al parecer —comenta Julián— Los pueblerinos tiene menos vacaciones que los citadinos.
—¿Y dónde está esa secundaria? —pregunta uno de ellos.
—Casi saliendo del pueblo —le responde la señora Benigna.
Chicos y señores salen a la calle de nuevo, llaman la atención porque son bastantes. En el camino van platicando.
—¿Cuántos alumnos hay en la escuela?
—No son muchos —les dice el señor Pedro— Son 3 grupos, uno de primero, otro de segundo y uno de tercero, cada
grupo tiene alrededor de 20 alumnos y sólo hay un turno.
—¿Tan poquitos son? —pregunta Diana.
—Si —les dicen los señores— Además, en este momento sólo están los del grupo de tercero, ya que los otros
también salieron de paseo como ustedes.
—Que coincidencia —decían los chicos.
—Van en tercero —dijo Diana— Entonces son un año menores que nosotros.
Llegando a la escuela, los chicos vieron la escuela de la que les hablaban:
—¿Es esta? —preguntaron ellos.
—Si —les dijeron los señores.
La escuela era alrededor de la mitad de extensión que el hostal donde los chicos estaban, tenía forma de rectángulo
largo, y en esta distribución habían 3 cuartos centrales que eran los 3 salones de los 3 grados, del lado derecho estaba un
cuarto algo más grande que los salones, que era la dirección, y del izquierdo, un cuartito que era una cooperativa, y también
los baños, frente a estos cuartos, estaba una área de terreno, que media unos 10 metros de los salones a la puerta de
entrada, este terreno funcionaba como patio, estaba sin pavimentar y tenía mucho polvo. La escuela no estaba cercada,
salvo una malla de alambre de apenas metro y medio de alto y en mal estado.
Los chicos vieron a otros niños como de la edad de ellos, jugando en el patio a juegos típicos de la región, Oscar pudo
ver a las mismas chicas que había visto cuando llegaron al pueblo, en eso una señora sale de la dirección y llega a la puerta
a donde estaban ellos. Era la maestra del grupo que jugaba afuera y al mismo tiempo, la directora.
—Que milagro Benigna —saludaba la susodicha a la señora— Y esos chicos ¿Quiénes son?
—Son los chicos que te comenté —le responde la señora— Que vienen de México.
—¿Ah, son ellos? —preguntó la profesora.
—Sí, les vine a mostrar la escuela —le dijo la señora.
—Pues hazlos pasar.
—Con mucho gusto —dice la señora Benigna y ordena a los chicos—: Pasen muchachos.
La maestra les abrió la puerta y los chicos entraron al patio de la escuela, los chicos que jugaban allí, vieron a los
otros, se detuvieron y se agruparon entre ellos, los dos grupos quedaron de frente mirándose extrañados unos a otros. La
maestra les explicaba a sus alumnos:
—Muchachos, estos chicos que ven aquí, vienen de la capital, vinieron aquí para que se conozcan y tal vez, se hagan
amigos, que eso es lo que yo espero, que no les de pena hablarles y contarles nuestras costumbres y nuestra forma de vida.
Pero ambos grupos estaban nerviosos y no decían nada. Hasta que sólo 10 chicos de los 20 que estaban allí, se
animaron a hablar y se acercaron al grupo de los otros. Cada uno se fue presentando:
—Me llamo Josué, mucho gusto.
—Y yo soy Víctor.
—Yo soy Alejandra.
—Mi nombre es Noé.
—Me llamo Martha.
—Yo soy Minerva.
—Me llamo Beatriz.
—Yo soy Miguel.
—Yo soy Samuel.
—Y yo soy Leticia.
Los chicos del hostal también se presentaron de la misma manera. Los dos señores y la maestra fueron a platicar
aparte y todos los chicos hablaban entre sí:
—¿Qué saben de la iglesia abandonada que está cerca de aquí?
—¿Para qué quieren saber? —les pregunta Martha.
—Curiosidad —aclara Oscar.
—Pues muchas cosas —dice Minerva— Para empezar, esa iglesia está embrujada.
—Si —dice Beatriz— Todas las noches, siempre se escucha algún tipo de ruido, es rara la noche, en la que no se
oiga nada.
—¿Y ustedes han oído algo? —les pregunta Román.
23
—Si —les dice Miguel —De día no se oye nada, pero cuando salimos de aquí, que es cuando ya comienza a
oscurecer, pues nos vamos corriendo, porque la verdad, sí nos da miedo.
—Y es que construyeron la escuela cerca de esa iglesia —les dice Josué.
—Mi papá —comenta Samuel— Quería cambiarme de escuela, pero como ésta es la única, no tiene de otra.
—Nuestro papá quería mudarse de aquí —comentan Noé y Alejandra, que son hermanos— Pero no tenemos dinero.
—¿Y qué saben de qué en la iglesia se aparece un fantasma? —les pregunta Diana.
—Me han contado —dice Minerva— Que es el fantasma de una mujer que anda en pena allí, que se murió hace como
100 años, y no sé qué más.
—¿Lo han visto? —preguntaron los chicos.
—No —contesta Víctor— Y no me gustaría verlo.
—Al principio sí da miedo —les dice Noé— Pero luego te acostumbras.
—Pero no por eso dejas de sentir miedo —completa su hermana.
—¿Por qué la curiosidad? —pregunta Beatriz.
—Es que nosotros también hemos oído esos ruidos —comentan los chicos.
—De hecho —dice Julio— Ya hemos ido a la iglesia abandonada… y de noche.
—¿Fueron a la iglesia de noche? —dicen los chicos de la escuela sorprendidos en voz alta, aun así, los señores y la
maestra apenas y no los oyeron.
—Qué valientes son —dice Martha mirando de una manera un poco lasciva a Oscar.
—Si —contesta éste al darse cuenta de que Martha la miraba de una manera especial— …Algo.
—Lo que nosotros vimos —les explica Julián— Fue una especie de halo de luz con forma casi humana.
—Debe ser el fantasma —le aclaran los chicos de la escuela.
—¿Entonces vi realmente un fantasma? —dice Oscar.
—Si —dice Beatriz— Sólo vieron, y me sorprende que lo cuenten.
—Bueno —dice Oscar —No es la primera vez que veo un fantasma.
—¿No les pasó nada? —les pregunta Josué.
—No —le responde Jennifer— Sólo el susto.
—¿Entonces eso fue lo que vieron? —pregunta Carlos que no había ido con los chicos la noche anterior.
—Pues si —menciona Julio.
—Por eso andaban desanimados —menciona Paola.
—¿Entonces no fueron todos? —les pregunta Víctor.
—Sólo fuimos 12 —les responde Román.
—Si lo que dicen es cierto —les comenta Minerva— Son las primera personas que conozco que van a esa iglesia y lo
cuentan.
—Pero eso fue porque no sabíamos lo que decían de aquí —les dice Román.
—Si —les dice Diana— De haber sabido, yo creo que no hubiéramos ido.
—Si —les menciona Beatriz— Eso mismo creen los otros que vienen y que piensan que aquí no pasa nada, pero se
llevan el susto de su vida.
—No sé —dice Samuel— Todo esto me hace dudar.
—¿Qué cosa? —le dice Julio.
—¿Cómo sabemos que de veras fueron allí en la noche?
—Claro que fuimos —les dice Román— Vimos al fantasma.
—Pero nosotros nunca hemos ido allí de noche —les explica Samuel— Y a pesar de eso sabemos que existe el
fantasma y cómo es, por que otros lo han visto, a ustedes les pudieron haber dicho lo mismo y ya.
—¿Pues qué pruebas quieres? —le preguntan los chicos del hostal.
—Que vayan de nuevo —les dice Samuel.
—Bien —le dice Julio— Pero ustedes tendrán que venir con nosotros para demostrarles todo.
—Aceptamos —dice Samuel y dirigiéndose a sus compañeros les pregunta—: ¿Verdad?
—Si —contestan ellos pero sonó como un “no sé”.
—Esta noche —les dice Julio— A las 11 de la noche, nos vemos en el kiosco, de allí, todos juntos nos iremos a la
iglesia.
—Y que nadie se entere —dice Samuel.
Sellan su pacto con un apretón de manos. Luego Julio les dice a sus compañeros:
—¿Verdad que vamos a ir de nuevo allí?
—Pues… no se… —decían los otros.
—Aun cuando veamos otra vez esa cosa —dice Julio— Ya no le tenemos miedo.
—Es cierto —dice Oscar— Es sólo una mancha de luz, no puede hacernos daño.
—Si —decían los otros— Vamos a ir de nuevo.
—¿Y ustedes no van? —les pregunta Julio a los que no habían ido la noche anterior.
—No sabemos —les responde Paola— Vamos a pensar eso.
—Bien —y habla dirigiéndose a los escolares:
—Trato hecho.
24
En eso oyen la voz del señor Pedro diciéndoles a sus chicos:
—Ya es hora de irnos.
Los chicos se despiden y salen de la escuela. Los de la escuela comentaban:
—Que chicos tan guapos —decía Minerva— Y más ese que se llama Oscar.
—Si —le dice Martha —Pero ese es para mí.
—Claro que no —le responde Minerva— Ese me lo quedo yo.
—Pues no están tan mal —comenta Leticia— Pero vi uno mejor que ese.
—Pues a mí me pareció linda la chica que se llamaba Diana —comenta Samuel.
Los chicos volvían al hostal, Oscar y Román platicaban entre sí:
—¿De veras vamos a ir de nuevo a la iglesia? —pregunta Román.
—Claro —dice Oscar— Ya se me pasó el miedo de ayer.
—Bien —dice Julio— Esta noche iremos de nuevo a la iglesia abandonada.
—Si —le responde Oscar y continúa—: Por cierto, esa chica.
—¿Cuál? —le pregunta Román.
—La que se llamaba Leticia —le dice Oscar.
—¿Esa qué? —le cuestiona Román.
—Todo el tiempo te estaba mirando, analizando como escáner, creo que le gustas —le dijo el chico.
—No creo —dice Román
—Si —le dice Oscar— Me sorprende que no te hayas dado cuenta.
—Sí me di cuenta —le dice Román— Pero no le hice mucho caso, ya sabes en quién estoy interesado.
—¿Y crees que te haga caso? —le pregunta Oscar.
—No lo sé —le responde— Pero lo voy a intentar.
—Pues pónte al tiro —le dice Oscar— Porque vi que el que se llamaba Samuel, se le quedaba viendo a Diana.
—¿En serio? —pregunta Román.
—Palabra —le dice Oscar— No despegaba sus ojos de ella.
—Rayos —dice Román y cambiando de tema para evadir el asunto—: Además bien que me di cuenta que las chicas
que se llamaban Beatriz, Minerva y Martha se te quedaban viendo a ti.
—Si —le dice Oscar en un tono de presunción— Ya lo sabía.
—Maldito suertudo —le dice Román.
—No es mi culpa sabes —le dice Oscar— Así soy yo.
El primer fantasma
Esa noche, mientras los señores y los otros chicos dormían, los 12 que habían salido la noche anterior volvieron a
escabullirse y llegaron al kiosco a esperar a los otros chicos, eran las 11 de la noche. Esperaron 5 minutos y nada.
—A mí se me hace que les dio miedo —menciona Julio.
—Posiblemente —dice Julián.
—Miren —señala Román— Allí vienen.
Los 10 chicos llegaron con mochilas, lámparas y todo lo necesario.
—Perdón —se disculpaba Leticia— Nos costó un poco de trabajo escaparnos.
—Yo pensaba que se habían acobardado —les dice Julio.
—Claro que no —les dice Josué— Ya estamos aquí.
—Pues vamos a la iglesia —les dice Julián.
—De acuerdo —contestaron los otros.
Los chicos comenzaron a caminar en dirección a la iglesia, de manera lenta e iluminados por la luz de la luna, lo
curioso es que al parecer, a Oscar la iban siguiendo bastantes chicas, incluyendo a Martha, Minerva y Beatriz, y a Román, lo
seguía Leticia muy de cerca, Diana se dio cuenta y se acercó también al chico. Cuando llegaron de nuevo a la iglesia,
habían olvidado esto. Los chicos sacaron sus lámparas.
—Bien —decían los 12 chicos del hostal— Aquí estamos de nuevo, vamos.
Entraron de nuevo y encendieron sus lámparas, se podían oír los latidos del corazón de la tensión y el miedo.
—Tengan cuidado —les advierte Miguel— La estructura de la iglesia está muy débil, podría derrumbarse en cualquier
momento.
—Lo sabemos —le dicen— Y a pesar de eso estamos aquí.
Los chicos caminan por donde caminaron la noche anterior.
—Me empezó a dar miedo de nuevo —dice Oscar.
—Y tú querías venir ¿No? —le dice Román.
—Pues ya estamos aquí —le contesta el chico— Ya qué.
Siguen caminando. Julián le dice a Julio:
—¿Qué pasó con la bruja de Blair, con Facundo y con los de Extranormal?
—No sé —le contesta Julio— Les ha de haber dado miedo venir.
—Hey —dice Román— Otra vez.
25
—¿Qué cosa? —le preguntan.
—Volví a sentir una presencia detrás de mí —dijo el chico.
Los chicos iluminan la parte de atrás y no ven nada.
—Allá no hay nada.
—Pues yo también lo sentí —dice Leticia.
—¿También tú? —le pregunta Román.
—Si —le responde ella— Es normal que se sientan presencias aquí.
Los chicos siguen caminando y se oyen varios gritos de las chicas que asustan a todos:
—¿Qué sucede?
—Hay ratones aquí.
—Otra vez lo mismo —les dice Julio— No les hacen nada.
—Pero son feos —les dice Leticia y abraza a Román, como por un impulso, Diana hace lo mismo gritando de la
misma manera que Leticia, Román se pone rojo.
Siguen caminando y ven los restos del jarrón que se cayó solo la noche anterior, los 12 chicos se lo comentan a los
otros.
—¿Y cómo saben que es ese?
—Era el único que había.
—Más adelante —señala Román con la lámpara— Está el altar mayor y el agujero en el techo, allí se apareció la cosa
blanca.
—¿En el altar mayor?
—Sí.
—Entonces vamos allí.
Los chicos llegan al altar, en las mismas condiciones que estaba cuando fueron la noche anterior. Voltean hacia arriba
y vuelven a ver la misma figura blanca de la noche pasada, acercándose a ellos.
—Allí está otra vez —dice Román.
—¿Eso fue lo que vieron? —les preguntan los chicos de la escuela.
—Si —les responden ellos.
—¿Nos vamos de nuevo, corriendo como locos? —pregunta Julio.
—No —le responde Josué —Sólo es una mancha de luz, no creo que haga daño.
Los chicos ven bajar la mancha de luz frente a ellos, están nerviosos y quieren correr, pero sus piernas no se mueven,
la figura empieza a tomar una forma humana, Román fue el primero en darse cuenta y se acerca hasta enfrente de la figura.
La figura humana toma entonces la forma de una mujer. Por alguna razón, esto les quita un poco el miedo.
La mujer era algo más alta que los chicos, una mujer de una edad aproximada de 25 años, tenía un vestido de novia
de color blanco y con estilo victoriano y toda ella era de color blanco, su piel a pesar de tener una tonalidad carnal, estaba
muy blanca, tenía el cabello suelto y largo, que le llegaba a los hombros y a la mitad de la espalda. Ella miraba fijamente a
los niños con unos ojos azules.
Los chicos al mirarla dejaron de sentir miedo, pero no por eso dejaban de estar nerviosos.
—No tengo miedo —dijo Román y se acercó lentamente a ella.
—Espera —le dijo Leticia— Puede ser peligroso.
—No lo creo —les dijo el chico sin apartar su mirada de la aparición, caminó hacia ella como hipnotizado y estuvieron
frente a frente.
—Que hermosa se ve, con la luz de la luna que le cae en el rostro —decía Oscar.
—Si —le decían casi todos los hombres allí reunidos— Es hermosa.
También las chicas lo reconocían.
Román y el fantasma se veían y los chicos veían también esto, luego de unos segundos que se hicieron eternos, el
fantasma movió la boca, como queriendo decir algo, pero no entendieron.
—Parece que quiere hablar —dice Diana.
—Pero no se le entiende nada —dice Julián.
De repente, el fantasma se desvaneció y desapareció frente a ellos. Román seguía allí como ido hasta que le
hablaron.
—Román ¿Qué paso? —le preguntaron.
—El fantasma me habló —le dice a los chicos.
—Pero no se le entendió nada —le dijeron.
—Yo si le entendí —les dice el chico— Me pidió ayuda.
—¿Ayuda?
—Sí, pero sólo dijo eso —dijo el chico.
—No puedo creer que hayamos visto un fantasma frente a frente —menciona Oscar— Y no nos dio miedo.
—Eso es muy valiente —le dice Beatriz.
—Bueno chicos —les dice Julio— Creo que es hora de irnos.
—Buena idea —les dicen.
26
Los chicos llegan de nuevo al pueblo y se despiden de los demás, los 12 chicos caminan al hostal. En el camino
Román le comenta a Oscar:
—Sabes, cuando tuve al fantasma frente a mí, no me dio miedo, hasta eso me dio un poco de lástima.
—¿Por qué? —le pregunta su primo.
—No lo sé —le contesta Román— Vas a pensar que estoy loco, pero creo que pude ver en sus ojos mucha tristeza.
—Pues yo no sé —le dice Oscar— Pero para mí ese fantasma estaba linda.
—Si —interviene Julio— Dan ganas de desear que estuviera viva.
—¿Para qué? —le preguntan los otros.
—Ehhh… no por nada —le responde Julio.
Los chicos llegan al hostal y se acuestan a dormir, pero Román tarda en dormir, porque se quedan pensando en lo
sucedido.
Invitación
Al otro día los señores despiertan a los chicos.
—Levántense chicos, vayan a desayunar.
Los chicos se incorporan y entran al comedor, la comida ya estaba servida, ellos se sientan.
—¿Ustedes no comen? —les pregunta Diana a los señores.
—No —le responden ellos— Nosotros ya desayunamos.
—Vamos a salir a un pueblo cercano a conseguir algunas cosas, ¿no les gustaría venir? —dice el señor Pedro.
—Sí, me gustaría… —menciona Oscar, pero siente un codazo de su compañera de al lado.
—¿Qué? —preguntan los señores.
—No… nada, olvídenlo —les dice el chico— Mejor me quedo.
—Bien —les dicen los señores— Volveremos en la noche, les dejamos encargado el lugar.
—¿Y si vienen clientes a hospedarse? —preguntan los chicos.
—No creo —les dice el señor— Pueden pasar semanas sin que vengan personas.
Los señores se van y Oscar le dice a Jennifer, que fue la que le dio el codazo:
—¿Por qué me pegaste?
—No seas tonto —le dice ella— Nos dejaron todo el lugar para nosotros.
—¿Y eso qué? —le responde Román— ¿Qué podemos hacer aquí?
—¿Qué les parece si damos una vuelta por el pueblo? —propone Jennifer.
—¿Todos juntos?
—No sé, tal vez por allí podríamos separarnos y ver qué encontramos de interesante —dice la chica.
—Bien.
—O podríamos visitar a los chicos de la secundaria de nuevo —sugiere Román.
—¿Pues a quién quieres ver? —le dice Julio.
—Yo creo que a Leticia —le dice Oscar.
—¿Ah sí? —le contesta Román— Pues tú vas a ver a Martha, a Minerva y a Beatriz ¿No?
—Ya cálmense —les dice Julián— Primero acaben de desayunar y luego vamos.
—Si —le responden los otros.
Luego Oscar se dirige a Román:
—No me digas que no te has dado cuenta.
—¿De qué? —pregunta Román.
—Le gustas a Leticia —le dice Oscar.
—¿Y eso qué?
—Qué Diana esta celosa.
—¿Celosa?
—Si —le responde Oscar— Ayer cuando fuimos a la iglesia, Leticia se te pegó todo el camino, Diana lo vio, y también
se te pegó.
—¿A poco? —menciona Román.
—¿Qué no te diste cuenta? —le dice Oscar y continúa—: A mí me pasa algo parecido con Martha, Minerva y Beatriz,
se me acercan y luego llegan las otras 4 chicas.
—¿Tantas mujeres para ti solo? —le dice Román— Pero si tú qué sabes de eso, lo dices, puede que tengas razón.
—Claro que la tengo —le dice Oscar.
—Pero pienso que Diana sólo hace eso, porque le cae mal Leticia —le dice Román.
—Pero le cae mal porque está celosa —aclara Oscar.
—¿Eso crees? —pregunta Román.
—Claro —le dice Oscar pasando su brazo por detrás del cuello del chico— Ahora tienes dos para escoger, que
complicado ¿No?
—Ni tanto —le dice Román— Leticia sí está bonita.
—La verdad si —le dice Oscar
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(HOTD) Las Grandes Casas de Westeros y su estado previo a la Danza de los Dra...
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Historias de fantasmas en la fiesta de quince años

  • 1.
  • 2. 1 Para Marisela Díaz Cruz, que fue la que me hizo comenzar con esto, sin saber cómo iba a acabar. Para Diana Castillo (Dianis), Miranda Taylor Cosgrove y Araceli Enríquez Téllez Cada una, a su manera logró conquistarme, y cada una es especial, a su manera en esta historia Sólo alguien como yo podría hacer algo como esto para alguien como ustedes Si con esto no logro llamar su atención entonces me doy por vencido Pero a pesar de todo… gracias por ser mis musas. De la escuela de la guerra de la vida. — Lo que no me mata, me hace más fuerte. —Friedrich Nietzsche
  • 3. 2 INDICE Oneshot 1: Phantom Woman 3 Arco 1: San Andrés 7 Arco 2:King of time 53 Arco 3: Red and Blue 73 Oneshot 2: Hogaku 93 Arco 4: War Code 106 Arco 5: Miriath 143 Arco 6: Crystal Skull 196 Arco 7: Serpent Dance 219 Oneshot 3: Hero 282 Número de Certificado de Derechos de Autor: 03-2014-102110484500-01
  • 4. 3 ONESHOT 1: PHANTOM WOMAN Fiesta 7: 40 de la tarde. Era la hora de salida, una vez concluidas las clases, los alumnos se apresuraban a salir de la escuela con dirección a sus hogares. —Si —les dijo Román a sus amigas— Una de mis primas va a cumplir 15 años y le vamos a hacer una fiesta. —¿Cuándo es —preguntó Mariela. —El próximo sábado —les contestó el chico. —¿Y porque quieres que vayamos? —le preguntó Areli que no estaba tan convencida a diferencia de su hermana. —Porque yo voy a ser chambelán —les dijo Román, las chicas notaron que cuando dijo “chambelán” sonreía en demasía. —Pues ya veremos —dijeron a coro las hermanas— Veremos si nuestros padres nos dejan. —Está bien —les dice Román y se despide de ambas. El chico se dirigió a su casa y al llegar, su madre sirvió de cenar, y durante ésta, la madre le pregunta a su hijo: —¿Ya invitaste a tus amigas? —Si —le dijo Román con algo de pena, se sentía incómodo por la pregunta de su madre. —¿No son las que me habías dicho que te gustaban? —le pregunta su madre un poco en tono de burla. —No sé —dice el chico poniéndose colorado. En ese momento, llegó el hermano de Román, Julián. A pesar de asistir a la misma escuela que el chico, llegó un poco más tarde y también se sentó a comer, su madre le hizo la misa pregunta que a su hermano y Julián contestó: —Invité a Ricardo y a Darina. Román pensaba que su hermano había hecho lo mismo que él, al invitar a alguien que le gustaba aunque en realidad no sabía si era cierto. Poco después llegó la madre de la quinceañera y tía de los dos. —Les vengo a dejar los boletos para entrar al salón —dijo ella— Recuerden que sin ellos no van a poder entrar al salón. —Si —le dijo Román— Yo necesito 3 —Y yo también —le dijo Julián. La tía les entregó los boletos a los chicos y uno a cada uno de sus padres. Después se retiró. Al día siguiente, el chico se levantó y se fue a la escuela, en el camino se encontró a las chicas que había invitado, Román les preguntó: —¿Las dejaron ir? —Si —le dijeron ambas. —Pero no sabemos cómo llegar —le dijo Mariela. —Es fácil —les explicó Román, el chico entonces procedió a explicarles el camino para llegar al salón donde se celebraría el evento. —Pues a ver si no nos perdemos —le dice Areli en tono de burla. —No hay pierde —les dijo Román. Después de la salida de la escuela, los 3 fueron platicando sobre las cosas del vals, los pasos de baile, los trajes y otras cosas, el chico se fue a su casa y al llegar encontró a la familia de su primo Oscar. —¿Acaban de llegar? —pregunta Román. —Si —le dice Oscar— ¿No nos estás viendo? —Era retórica —le dijo Román. Los adultos se fueron a casa de la anfitriona a arreglar unos asuntos previos a la fiesta, el hermano de Román y Oscar se quedaron en casa de aquel a jugar, posteriormente y después de que los hermanos pequeños de Oscar se fueron a un parque cercano a jugar, sólo quedaron en casa Román, Julián y Oscar, éste le dijo a Julián. —Vamos a jugar en tu computadora. Pero su primo replicó: —No, ya no tengo juegos buenos, además ya casi no los juego. —¿Por qué ya no juegas? —le preguntó su primo. —Porque ya bajé de calificación —le contestó Julián —Mejor vemos la televisión —sugirió Román. Sin embargo, no pasó nada interesante hasta el día siguiente, día de la fiesta. Al otro día, los chicos se levantaron temprano, todos se bañaron y se alistaron.
  • 5. 4 En ese momento tocaron el timbre, llegaron Darina y Ricardo, Julián les presentó sus amigos a Román y a Oscar porque no los conocían, 10 minutos después, Areli y Mariela también llegaron. Y Román las presentó a su hermano y su primo. Al mediodía, todos fueron a casa de la tía de Román y madre de la quinceañera, llamada Delia, después todos fueron a misa y saliendo, ya se iban al salón, Román les dio los boletos a sus amigas diciéndoles: —No los vayan a perder, porque sólo con esto van a poder entrar. —Si —dijeron las hermanas. Todos los invitados llegaron al salón y se fueron sentando poco a poco en las mesas, como Román era chambelán, se sentó junto con Delia y los otros chambelanes en la mesa principal donde lo podían ver todos. Entonces sirvieron de comer. En un momento Oscar le mencionó a Román: —Tu amiga, la que se llama Mariela me recordó a una novia que tuve. —¿Quién? —le preguntó Román. —Una chica que conocí hace unos años, se llamaba Luz, se parece bastante a ella. A las 8 de la noche dio comienzo el vals y realmente los chambelanes se lucieron frente a todos, y más la quinceañera, luego, todos se pusieron a bailar hasta las 10 de la noche, cuando terminó la fiesta, casi todos los invitados, excepto los que vivían lejos se fueron a sus casas, excepto la familia que se fue a casa de Román y también Areli y Mariela que no podían ya irse porque ya era muy tarde. Todos se acomodaron para dormir hasta que sólo quedaron 4 chicos sin sitio para dormir: Román, Oscar, Areli y Mariela. Los adultos discutían para ver dónde iban a dormir los chicos. —¿Dónde van a dormir los chicos? —preguntó uno de ellos. —No lo sé —dijo la madre de Román— Es que aquí ya no caben. —Mejor que duerman en tu casa —le dijo el papá de Román a la madre de Delia. —Pero van a estar solas —dijo el padre de Oscar y hermano del papá de Román. —Pero van a estar con ellos dos— dijo la madre de Oscar señalando a su hijo y a Román. Finalmente los 4 se terminaron yendo a la casa de la mamá de Delia, una casa desocupada, porque la mamá de Delia tiene dos casas, en una viven y la otra la rentan, ellos fueron a dormir a la rentada, que estaba vacía en ese momento. Eran ya las 10 de la noche. Fantasma Los 4 llegaron a la casa, era grande y sólo tenía un cuarto muy grande en el segundo piso donde había una gran litera y unos pocos muebles. —Aquí se duermen —dijo el papá de Román que había acompañado a los chicos— Mañana se van a la casa. —Si —le dijeron los 4. El padre se fue y una vez que los 4 se quedaron solos, Román se levantó diciendo: —¿Saben que pienso? —¿Qué cosa? le preguntó Oscar. —No creo que debamos dormir aún. —¿Por qué? —le preguntaron las chicas. —Estamos solos en una casa prácticamente abandonada y sin adultos —les explicó Román—, podemos quedarnos despiertos toda la noche, podemos hacer lo que queramos. —Es cierto— le dice Mariela. —Pero ¿Cómo qué? —preguntó Areli. Aunque al principio improvisaron un poco, unos minutos más tarde los chicos ya estaban ocupados haciendo muchas cosas, y así siguieron hasta poco después de las 11 de la noche. —¿Y ahora qué? —preguntó Mariela. —Pues —dice Oscar mientras saca unos binoculares de una bolsa que tenía consigo— Traje esto. —Esos son de mi papá —dijo Román al verlos— ¿Cómo los conseguiste? —Ya vez —le dijo Oscar—Habilidades que tengo. —¿Y para qué los quieres? —le preguntó Mariela. —No lo sé —le dijo el chico— Para ver. —¿Ver qué? —le preguntó Areli. —La gente tal vez —contestó Oscar algo indeciso. —¿A esta hora? —le replicó Román, acto seguido le quitó los binoculares, el chico entonces sacó su cabeza por la ventana y observó a través de los binoculares apuntando hacia las azoteas de las casas y más allá. —¿Qué estás mirando? —le preguntan a Román. —Mi casa —les contesta el chico— Se ve muy cerca. —Préstamelos —le dijo Oscar— Yo también quiero ver. —Espera un poco —le dijo Román. Como Román no hizo caso, Oscar quiso quitarle los binoculares, al forcejear, el chico soltó los binoculares y cayeron en el suelo, frente a la casa, en la banqueta.
  • 6. 5 —Oh no —dijo Román— Me van a matar, esos binoculares son de mi papá. —Tú los soltaste —le dijo Oscar. —Pero tú me hiciste soltarlos —le responde Román— Ve por ellos antes de que se los lleven. —¿Y yo porque? —se quejaba Oscar. —Porque tú me hiciste tirarlos —le respondió Román. —Es que está oscuro —le replicó Oscar. —¿Tienes miedo? —le preguntó su primo. —No— dijo Oscar— Pero… —Entonces ve —le dijo Román. —Pero que alguien me acompañe —dijo al fin Oscar. —Bien —le dijo Román— Que vaya una de las chicas contigo. —Pues yo no voy —dijo Areli. —Pues yo tampoco —dijo también su hermana. Las chicas comenzaron a discutir, hasta que Román las tranquilizó diciendo: —Hagan un volado, a ver quién gana. —De acuerdo —dijeron las hermanas. Areli sacó una moneda y pidió cara, su hermana se quedó con cruz, lanzaron la moneda al aire y cayó cruz. —Gané —dijo Mariela en tono triunfal— Ahora ve con Oscar por los binoculares. —Pues ya qué— dijo Areli en tono malhumorado. Los dos bajaron a la calle mientras Román y Mariela los veían desde la ventana, luego los dos primeros llegaron a donde habían caído los binoculares. —¿No se rompieron? —preguntó Román. —No —le dijo Oscar. —Entonces ya suban —les indicó el chico. Los chicos de abajo, no hicieron caso, porque se quedaron mirando algo al final de la calle, entonces subieron demasiado rápido, como si estuvieran asustados, al subir estaban jadeando de lo cansados que estaban. —¿Por qué corrieron? —les pregunta Román. —Es que vimos algo que parecía un fantasma —le dijo Oscar. —Estás loco —le replicó Mariela. —No, en serio —le dijo su hermana— Mira con los binoculares al final de la calle. Román observó con los binoculares a través de la ventana y vio al final de la calle algo que parecía una mancha blanca con una forma vagamente humana, entonces el chico se asustó. —¿Será la llorona? —se preguntaba Areli. —No —le dijo Oscar— Esa es diferente, además, no está gritando. Román volvió a observar con los binoculares y el fantasma estaba muy cerca, el chico se asustó y soltó los binoculares, afortunadamente, esta vez, cayeron dentro de la casa. —Ahora lo recuerdo —mencionó Román— Ya había visto esto antes. —¿Qué quieres decir? —le preguntaron. —Hace casi un año tuve un sueño —les contaba el chico— Yo estaba en esta casa, pero estaba hecha ruinas, estaba todo muy oscuro, me asomé por la ventana y vi a ese fantasma, sólo que un poco diferente, no tenía pies, flotaba en el aire, pero lo más horrible es que no tenía rostro, en su cara había un vacío completamente negro. Los chicos se volvieron a asomar y vieron al fantasma frente a la casa y en la calle, curiosamente el fantasma tomó la forma descrita por Román. Los chicos se espantaron y corrieron a meterse a la cama. Entonces Mariela dijo: —¿Saben qué? creo que ya es muy tarde. —Sí, yo ya tengo sueño —dijo Areli muy tensa. —Entonces vamos a dormir —dijeron los chicos también tensos. —Si —dijeron las chicas. En eso Román dijo: —¿Saben qué? deberíamos construir una fortaleza— ¿Cómo? —le preguntaron los otros 3. —Con estas cosas que están aquí —les dijo Román mientras les señalaba. Eran cajas de cartón vacías, algunas tarimas y otras cosas. Los chicos aceptaron y en unos minutos ya tenían hecha una “fortaleza”, usando como pared lateral un ropero vacío, y con cajas arriba de éste y haciendo de una pared más alta, pusieron una tarima en la parte de debajo de la cama que fungía como pared, cubierta por una cobija y dejando un hueco para la entrada. Sobre las cajas y amarradas a los tubos de la cama, había unas cobijas a la cama de arriba de la litera, para que fungiera como techo. Los chicos entonces se acostaron, los 4 en la cama de abajo. Pasaron 20 minutos, Román y Oscar no podían dormir, Román se levantó porque quería ir al baño, a pesar del miedo que tenía, pero pudo más su necesidad, cuando volvió, encontró a Oscar levantado, éste le preguntó: —¿A dónde habías ido?
  • 7. 6 Román iba a responder que al baño, pero no pudo porque alcanzó a ver en una ventana posterior al fantasma, a pesar de que estaba lejos, Román lo distinguió bien, el chico se asustó y le dijo a su primo: —Metete a la “casita” rápido. Oscar también vio al fantasma y entraron rápidamente al lugar. Entonces los chicos intentaron olvidar lo que vieron y finalmente, se quedaron dormidos. Final Al otro día, a las 6 de la mañana, Oscar se había levantado para ir al baño, cuando volvió, vio a Román despertándose, el chico le preguntó: —¿A dónde habías ido? A diferencia de la noche pasada, Oscar esta vez le pudo responder: —Fui al baño. —¿Te vas a volver a dormir?— le preguntó Román. —Si —le dijo Oscar bostezando— Si las chicas siguen dormidas, voy a dormirme de nuevo, creo que aún es muy temprano. —Yo también me voy a volver a dormir —le dijo Román. Ambos chicos se acostaron y se volvieron a quedar dormidos. Luego de dos o 3 horas aproximadamente, Román se volvió a despertar, en eso, va entrando a la casa, el papá de Román, el chico se asusta y grita, despertando a los otros 3 los cuales también se espantan y gritan. —¿Por qué gritas? —le dice su papá. —Me asustaste —le respondió el chico. Los 3 chicos también se levantan ya más tranquilos al descubrir quién los visitaba. —Vámonos a la casa —les dice el señor. Los 4 chicos se levantaron, se alistaron y fueron a la casa de Román, en el camino le comentaban al papá de Román sobre lo sucedido la noche pasada. Al final del relato, el padre les dijo: —Lo debieron haber soñado. —Pero no fue un sueño —le dijo Oscar. —No nos cree —dice Román— Olvídalo, para que luego no digan que estamos locos. —Está bien —le dijo Oscar. Los chicos llegaron a casa y desayunaron. Luego se pusieron a jugar. A la una de la tarde, la familia de Oscar se despedía de todos para irse a su casa. —Nos vemos luego —les dijo Oscar a los otros chicos. —Si —le dijo Román— Cuídate. Posteriormente, las chicas también hicieron lo mismo: —Nos tenemos que ir a nuestra casa. —Si —le dice Mariela— Ya es tarde. —Las acompaño— se ofreció Román. Los 3 chicos caminaron y a medio camino Areli se adelantó, sin tomar importancia a esto, los otros dos chicos siguieron caminando. —Tu primo me cayó bien— le platicó Mariela. —Si —le dijo Román— Siempre sucede así, tiene mucha suerte con las mujeres. —¿Tú crees que lo que pasó ayer haya sido verdad? —le preguntó la chica. —No lo sé —le contestó el chico— Pero fue muy real como para que fuera un sueño. —Pues yo quiero creer que fue un sueño —le dijo ella— Porque sí me dio miedo, pero hasta eso fue interesante. —Cierto —afirmó Román. Los dos chicos llegan a casa de Mariela y el chico le dice: —Gracias por venir a mi fiesta. —Gracias a ti por todo lo que pasó —le dijo la chica. —Aunque no lo tenía planeado —comentó Román— Pero supongo que estuvo bien. —Nos vemos en la escuela —le dice Mariela y le da un beso en el cachete que deja a Román sonrojado. —Gracias —alcanza a decir Román antes de que Mariela entre a su casa y no lo escuche. El chico vuelve a su casa sonriendo y evidentemente feliz, de que al parecer, todo salió bien.
  • 8. 7 ARCO 1: SAN ANDRES El viaje —Levántense ya —se oía un grito desde abajo, provocando que los chicos despertaran y contestando con un somnoliento: —Ya voy. El primero en levantarse fue Román, quien lo hacía con toda la calma del mundo, pero al recordar qué día era ese, como impulsado por una fuerza desconocida hasta para él, se levantó más rápidamente y levantó a su vez a su hermano: —Ya párate, hay que llegar temprano. —Es cierto —le dice su hermano ya despierto— Lo había olvidado. Ambos chicos se levantan, se visten, se ponen los zapatos y bajan a desayunar. —Dense prisa —les decía su madre, también afanada en servir a sus hijos— Si no, llegarán tarde. —Lo sabemos —dicen a coro los chicos. Julián le pregunta a su madre: —¿Qué hay de desayunar? Ella le responde: —Cereal. El chico se alegra. Después de desayunar Julián pregunta: —¿Ya estás listo? —Uff —le contesta Román— Desde hace dos semanas estoy listo, no puedo creer que por fin el día haya llegado. —Yo tampoco —le dice su hermano. —¿Y a dónde crees que nos lleven? —pregunta el chico. —No lo sé —le responde— Dijeron que era una sorpresa, pero eso a mí no me importa, lo que me importa es que vamos a estar libres de adultos por dos semanas. —Claro —les dice su mamá— A ustedes sólo les importa eso ¿verdad? —Pues si —le dice Julián— Pero no lo tomes a mal. —Entonces ya váyanse o se les hará tarde —les dice su madre a los dos. —Si —dicen los chicos. Después de un rato los chicos se despiden. —Bueno —dicen los chicos— Ya nos vamos. —Si —dice uno de ellos— Nos vemos en dos semanas. —Cuídense mucho —les dice su madre. —Claro —le responden ellos. En el trayecto a la escuela, Román le pregunta a su hermano: —¿Y Oscar y Julio? —Ya se han ido —le contesta Julián. —¿Ya se fueron? —le pregunta Román extrañado. —Si —dice Julián— Dijeron que querían llegar temprano, ya que querían tener los mejores lugares en el camión. —No creo —le dice Román— Porque tengo entendido que los lugares ya están asignados. —Pues yo no sé —le dice Julián —Pero ellos ya nos están esperando en la escuela. —Pues allá vamos —le responde Román. —Oye —le pregunta Julián a su hermano— ¿Qué llevas en la mochila? —Pues algo de comida para el camino, y unas dos mudas de ropa. —Yo tengo 3 mudas de ropa —le dice su hermano— Por si las dudas. —Pero si de veras uno puede sentarse donde quiera en el camión, entonces debemos darnos prisa para que Oscar y Julio, no nos quiten los mejores lugares— le dijo Román a su hermano. —Es cierto —le contesta Julián— Démonos prisa. Comenzaron a correr el kilómetro de distancia que les quedaba hacia la escuela. Llegando a la escuela, un poco cansados, ven un grupo de chicos alrededor de un camión estacionado en el patio de la escuela, eran los chicos, que como ellos, irían a la excursión, todos ellos eran del grupo de ambos chicos, ya que los dos grupos irían a la excursión, por eso conocen a todos. Los hermanos se separan y cada uno va a saludar a sus amigos personalmente. Román llega y saluda a sus amigos: —Hola Gerardo, tú también llegaste temprano. —Si —le responde Gerardo— Casi te deja el camión. —Si todavía no salen —le dice extrañado el chico. —¿Y creen que quepamos todos en el camión? —pregunta Gerardo.
  • 9. 8 —No lo sé —le dice Mariela— Somos alrededor de 30, tal vez sí quepamos, además, me parece que van a ir de otros grupos. —¿Otros grupos? —pregunta Román. —Si —le responde Jennifer— Es que les dio envidia de que nosotros fuéramos de paseo y ellos no, por eso se apuntaron. —Entiendo —dice Román y posteriormente pregunta: —¿No han visto a Oscar? —Andaba por aquí —le responde David— Pero luego se fue a ver si lo dejaban subirse al camión, pero creo que no lo dejaron. —¿Y en cuánto tiempo salimos? —pregunta Román. —En unos 20 minutos —le responden. —Bien, no falta mucho —dijo al fin el chico. En otra parte, Julián también platicaba con sus amigos, nada más verlo venir le dijeron: —Miren quien llegó, es Julián —menciona Darina al verlo. —Hola, ya vine, ¿ya nos podemos ir? —dijo el chico al llegar con sus amigos. —Eso crees —le dice Isabel— Falta que llegue más gente. —¿Mas? —pregunta extrañado Julián— ¿Y vamos a caber todos? —Tenemos que caber allí —le responde Darina. —¿Entonces me levanté más temprano para nada? —Se quejó Julián. —Es que eres un tonto —le dicen Rubí y Marisol. —Ustedes ya estaban aquí ¿cierto? —les dice Julián a las chicas. —Si —le dicen Rubí y Marisol— Por eso nos dieron los mejores lugares, y aunque tú te levantaste temprano, llegaste tarde. —Si —le dice sólo Marisol— Es que eres bien flojo. —Para mí —dice Darina— Los 3 son flojos, ya ven que como son de la misma familia. —El que seamos primos no quiere decir que seamos iguales —le dice Rubí a Darina. —Si —le dice Isabel— Es que lo tonto viene de familia. Y todos comienzan a reír menos Julián, Rubí y Marisol. De vuelta al grupo de Román, éste ve llegar a Julio y a Oscar, Julián también los ve. Oscar venía acompañado de dos chicas, que Román reconoció muy bien, porque se sintió celoso, aunque nadie se dio cuenta, tal vez ni él mismo. Los 4 chicos llegan y saludan a todos. —Hola. —Hola —le responden. —¿Por qué hasta ahorita? —le pregunta Román a Oscar. —Se nos hizo un poco tarde, pero llegamos. —¿No habían salido primero ustedes? —les pregunta Román. —Es que —le responde Julio— Llegamos temprano, y como aún no había nadie, nos fuimos a caminar y nos encontramos con Diana y Luz, entonces nos pusimos a platicar. —¿De qué? —pregunta Román en un tono como de un padre que interroga a su hija. —No te pongas celoso —le dice Julio— Sólo somos amigos. —No, no estoy celoso —dice rápidamente Román y algo apenado, pero no pudo evitar ponerse rojo y de esto todos se dieron cuenta. —Pues te pusiste rojo —le dijo Oscar. Román trataba de disimular pero no pudo. Julio se separa del grupo de Román y llega a saludar al grupo del hermano de Julián, con una voz medio prepotente para impresionar a las chicas: —Ya llegué chicas. —No —le dice Rubí— Si no nos dices, no nos damos cuenta. —Si quieres te prestamos un micrófono —le dice Marisol en broma. —¿Dónde andabas? —le pregunta Julián. —Andaba paseándome por allí —le responde Julio. —Ah —le dicen en un tono sarcástico. —¿Qué no me crees? de todas maneras ya llegué —dijo el chico. —Bueno, no importa —le dice Julián y continua— ¿Quién falta? —Faltan bastantes todavía —le responde Isabel— Faltan Gaby, Karla, Paulina, y no recuerdo quién más.
  • 10. 9 —¿Tu hermana todavía no llega? —le pregunta Rubí a Isabel. —No —le dice Isabel— Me dijo que ya me fuera, que luego me alcanzaba porque tenía unas cosas que hacer. —Ah, ya veo —le dice Rubí. —Es cierto —le dice Julián a Rubí— ¿Y tus otras hermanas? —Dijeron que después llegaban, es que mi mamá las mandó a algo y se tardaron un poco. Un rato después llegaron las dos hermanas restantes: Delia y Selena, pero llegaron al grupo de Román. —Mira Román —le dice Mariela— Tus primas ya llegaron. —Sí, ya me di cuenta —le dice Román en tono algo sarcástico. —Se tardaron un poco ¿no? —pregunta el chico. —No te enojes —le dicen sus primas— De todas maneras todavía no se van. —¿Y quién más falta? —pregunta Selena. —Faltan bastantes —dice Luz— Faltan Pilar, Norma, Nayeli, Jessica, Carlos, Juan Carlos, Luis Daniel, Abel, José Daniel, Sara y Araceli. —¿Todos ellos? —dice Román. —Si —dice Diana— Todos nosotros, espero que sí nos podamos acomodar bien en el camión. 10 minutos después, llegaron todos los demás que hacían falta, eran ya 5 para las 8 de la mañana, a esa hora, uno de los maestros salió y mandó llamar a los alumnos: —Muchachos, necesito que se junten para verificar si ya llegaron todos. Todos los chicos se aglutinan alrededor del profesor. —Conforme vayan escuchando su nombre, van subiendo al camión —les indicó el profesor. Uno por uno, fueron subiendo al camión conforme iban oyendo su nombre, eran en total 30. Una vez arriba, Oscar y Román se sentaron en el mismo lugar, Román ve que hay varios que se quedaron abajo y no subieron al camión, entonces le comenta a su primo: —Yo pensaba que ellos iban a ir también. —Yo también —dice Oscar— Pero al parecer sólo vinieron a vernos cuando nos vayamos. —Entonces sí vamos a caber todos —le dice Román. Una vez que todos los alumnos han subido al camión, el profesor sube y les dice a los alumnos: —Son en total 30 alumnos, espero que cuando los vuelva a ver, estén de nuevo los 30. Y le dice al chofer: —Me los traes completos. —No se preocupe profe —le responde el chofer, con un lenguaje informal pero también amable— No va a faltar ninguno, y si se me pierde uno, pues le traigo otro más aplicado. Esto provoca la risa de todos, el profesor se baja del camión y luego el chofer agrega: —Bueno chicos, agárrense, porque ya nos vamos. —¿A dónde iremos? —pregunta uno de los chicos. —Es una sorpresa muchachos —les dice el chofer— No les puedo decir nada más. El camión sale de la escuela y se interna en la carretera, aumentando la velocidad al tiempo que aumenta la emoción de los chicos por descubrir cuál será su destino. Leyendas El camión avanza a toda velocidad por la carretera, pasando por pintorescos paisajes, pero los chicos no hacen caso de esto, ya que van platicando entre ellos: Oscar le comenta a Román: —¿Y qué tal? —¿Qué cosa? —le responde el chico. —Tú ya sabes de lo que hablo —le dice Oscar moviendo el rostro y señalándole a Diana, que está sentada en otro lado sin saber que hablan de ella. —Ah... Eso —dice Román como si se acabara de enterar de algo que ya sabía— No sé. —¿Cómo que no se? —le increpa Oscar— Lo que pasa es que no hablas, necesitas ser más sociable. —Es que no se me ocurre qué decirle —le responde Román. —¿Y por qué no intentas con otra? —le dice Oscar. —No funciona —le dice Román. —Es que no te animas —le dice Oscar. —Claro que si —le dice Román— Ya me le he declarado a Jennifer, Mariela, Pilar y Sara, y lo sabes, ninguna me ha hecho caso, además, ellas están interesadas en ti, no sé qué les das que tienes tanta suerte con las mujeres. —Si —dice Oscar en un tono prepotente— Lo sé.
  • 11. 10 —De todas maneras —dice Román— Ninguna de ellas se compara con Diana, y menos mal que a ella todavía no te le has declarado. —Pues a mí ella no me gusta, y al parecer yo tampoco, por mí no hay problema, pero si quieres que te haga caso, tienes que hablarle —le dice Oscar. —Es que no puedo —responde el chico. —Sólo ve con ella y hazle la plática, mira, está sola y aburrida esperándote. —No exageres —le dijo Román. —Sólo ve y habla con ella —le indicó su primo. —Pero ¿qué le digo? —se pregunta Román. —No sé —le dice Oscar— Lo que se te ocurra, pero no tarugadas, dile… que cómo le ha ido en la escuela, que si no le entiende a una materia, y cosas así, ya verás que poco a poco sale la plática. —Pues voy a ver qué se me ocurre —le dice Román y se levanta hacia el lugar de Diana. Se sienta nervioso al lado de ella y le dice: —Hola. Ella le responde lo mismo un poco indiferente. Pero ninguno dice nada, Román mira discretamente a Oscar haciéndole señas de “¿Qué más?”. Oscar le responde en voz baja que le hable, Román hace una mueca queriendo decir “¿Qué le digo?”, Oscar le dice: —Pregúntale cómo le va en la escuela. —¿Y cómo vas? —le pregunta Román a Diana. —¿En qué? —le responde Diana. —En la escuela —le dice el chico. —Ah —le responde Diana— Bien. —Ah —dice Román—… ¿Y se te ha hecho fácil? —Un poco —le dice ella Se vuelven a quedar callados y Román le vuelve a hacer las mismas muecas a Oscar, éste le responde lo mismo, Román no tiene de otra más que regresar al lugar que ocupaba con Oscar, su primo le dice: —Necesitas aprender más. —¿Y me vas a enseñar? —pregunta Román —¿Yo por qué? —se queja su primo. —Porque tú sabes de estas cosas —le responde Román— Ya ves, tienes a 4 chicas tras de ti. —Está bien —le dice Oscar— A lo mejor te ayudo —y se levanta. —¿A dónde vas? —le pregunta Román. —A hablarle, a ver qué le digo —le dice el chico. —No, no vayas —le rogó Román. —¿Por qué? —preguntó Oscar. —¿Qué tal si se enamora de ti? —mencionó Román. —Claro que no —le dice Oscar— Voy a decirle algo sobre ti. —¿Qué cosa? —interroga Román. —Ya verás —le dice Oscar y se dirige con Diana, platican pero Román, por más que quiere oír, no oye nada y siente que los celos lo consumen. 5 minutos después, Oscar regresa, lo primero que hace Román al verlo es preguntarle: —¿Qué pasó? —Pues —le dice Oscar haciendo la espera a propósito más larga— No le pude entender bien lo que me dijo, pero yo creo y pienso que a lo mejor, lo más probable es que no sabe. —Eso no me dice nada —le dice Román. —Pues a mí tampoco —le dice Oscar— Pero aun así, nada de eso es necesario. —¿Por qué lo dices?— le pregunta Román. —Porque tú le gustas —dice al fin su primo. Román se sorprende y sus ojos obtienen una especie de brillo. —¿Yo le gusto? —y sonríe. —Si —le dice Oscar— Sólo tienes que hablarle y todo caerá por su propio peso. —Ese es el problema —le dice Román. —No —le dice Oscar enfatizando el “tú”— Ese es tú problema. —Oye —le dice a Oscar— ¿Y cómo sabes que le gusto? —Se le ve luego, luego —le dice Oscar— Yo ya te dije, ponte listo, o si no, cualquiera te la podría bajar. Román pensó que ese “cualquiera” sonó a un “yo” y se quedó pensando si era cierto lo que le dijo Oscar. 3 horas más tarde los chicos comienzan a desesperarse. —Oiga chofer —le pregunta uno de los Daniel— ¿Ya casi llegamos? —Ya falta poco —les responde el chofer— No se desesperen.
  • 12. 11 —¿Qué tanto? —pregunta Sara. —Ya falta poco tiempo niños, no se desesperen —le responde de nuevo el chofer. —Pero quiero ir al baño —se oye desde el fondo del camión. —Yo también —responde otro. —Está bien —les dice el chofer— Nos vamos a detener en la primera gasolinera que vea. —Pero pasamos muchas ya —replica Karla. —Es que nadie me dijo que querían ir al baño —le dice el chofer. No había terminado de hablar cuando apareció una gasolinera. —Ya ven, allá hay una —les dice el chofer. El camión llega a la gasolinera, bastante descuidada y algo antigua. —Los que quieran ir al baño, bájense —les dice el chofer. Pero se bajan todos, y no necesariamente al baño, los que van al baño, van al baño. El chofer también se baja y va a una tienda cercana. Los chicos van bajando del camión y Román despierta a Oscar, que se había quedado dormido. —Oye despierta. —¿Qué? ¿Ya llegamos? —preguntó el chico somnoliento. —No— le responde Román –Nos detuvimos a descansar. —Entonces déjame dormir —le dice Oscar y se acomoda de nuevo a como estaba dormido. —No —le dice Román— Hace calor, vamos a bajarnos. —Está bien —le dice éste y ambos chicos bajan. Una vez abajo Oscar se pregunta: —¿Dónde estamos? —No lo sé —le responde Román. —¿Y cómo cuánto faltara para llegar a donde vamos a ir? —se preguntaba Oscar. —El chofer dice que ya falta poco… bueno, eso dice él, con eso de que no sabemos a dónde nos llevan —le respondió Román. —Vamos a ir a un lugar llamado San Andrés —menciona Diana, que en ese momento va llegando con los chicos. —¿Y tú cómo sabes? —le preguntan. —Oh, ya sabes, yo me enteré antes que todos —les dijo la chica. —¿Y ahí, qué onda o qué hay? —le pregunta Oscar. —No tengo idea —les dice Diana— Sólo sé que el lugar a donde vamos se llama San Andrés. —No sé tú —le dice Román a Oscar— Pero a mí me suena como a un pueblito perdido en provincia. —Puede ser —responde Oscar y agrega: —¿Cómo estás tan segura de eso Diana? —¿Recuerdan cuando hace dos días la maestra Dolores me envió a la dirección a entregarle unos papeles al director? —les dijo la chica. —Si —contestan ambos chicos. —Pues…— continua Diana— Como el director estaba atendiendo a otra persona, no me atendió en ese momento, pero oí lo que decían sobre la excursión, el director estaba hablando con el maestro para quedar de acuerdo con el viaje, aunque no pude oír mucho porque la puerta estaba cerrada, alcancé a oír que el lugar donde íbamos a ir se llama San Andrés, luego ya no puse atención. —Pues yo pienso —menciona Román— Que sí es un pueblito perdido. —¿Y porque nos enviarían a un lugar así? —se interroga Oscar. —Supongo que por esas cosas de estar en contacto con la naturaleza y cosas así —menciona la chica— Además, eso tiene sentido, porque si hubieran dicho que íbamos a ir a un pueblito perdido en la provincia, les aseguro que nadie se habría animado, por eso no nos dicen a dónde nos llevan. —Pues si —menciona Román— Pero para eso, pudieron haber hecho el viaje obligatorio. —No exactamente —menciona Diana— Los maestros querían que los alumnos fueran por su propia voluntad, por ellos mismos, sin tener que obligarlos o tener que darles puntos extras, y yo creo que todos se apuntaron al viaje, sólo porque vamos a tardar dos semanas. —Si —dice Oscar— No importa donde estés. Mientras no haya nadie que te diga qué hacer. —Exactamente —le dice Román— ¿Y mientras qué esperamos? —No sé —menciona Diana— Esperamos que vengan todos, porque andan dispersos, podemos... no sé... andar por allí. —Si —dice Oscar— De hecho, tengo que ir al baño, ahorita nos vemos —y se va dejando a los chicos solos, Román entiende esto a la perfección y lo confirma cuando Oscar le da un pequeño codazo y le dice en voz baja: —Vas. Una vez que se ha ido el chico, Román le pregunta a Diana algo tímidamente: —¿Quieres dar una vuelta? —Claro —le dice la chica y caminan.
  • 13. 12 A ninguno se le ocurre decir nada, a lo lejos, y sin que se den cuenta, Oscar los observaba. Entonces a Román se le ocurre preguntar: —¿Te puedo preguntar algo? —Depende —le responde Diana. —¿De qué? —le pregunta el chico. —Pues no sé lo que me vayas a preguntar —le dice Diana. —Hace rato se te acercó Oscar en el camión, después de que yo me fui... bueno, ¿Qué piensas de él o qué te dijo? —Nada —contestó la chica. —Yo me refiero si… —titubeó Román. —Ah... eso, soló lo veo como amigo —respondió Diana para alivio de Román. —¿De veras? —preguntó Román que no estaba convencido del todo dada la suerte de su primo con las mujeres. —Si —menciona la chica— De hecho, se me hace raro que tenga tantas chicas tras de él. —¿A poco sabes eso? —pregunta Román. —Sí, todo mundo lo sabe —dice Diana— Oscar es una especie de mujeriego y esas personas a mí no me interesan. —Si —le dice Román— Porque esas personas podrían engañarte. —Cierto —le dice la chica— Bueno, eso es lo que yo pienso. —Está bien —le dice el chico— Está bien lo que tu pienses. —Si —le responde Diana y agrega—: ¿Por qué lo preguntas? —No, por nada —le responde el chico— Sólo era curiosidad, sólo se me hacía raro que no te gustara cuando a casi todas las chicas del salón las atrae, ¿ni mi hermano tampoco? —Tu hermano tampoco —dice Diana— Recuerda que también Karla y Darina andan tras él. —Cierto —menciona Román— Yo soy el único que no tiene a nadie tras de él. —¿Y las chicas que te ganó Oscar? —Esas ni me gustaban tanto —menciona Román— Jennifer, es muy orgullosa, Mariela, pensaba que como que no se lo iba a tomar enserio lo nuestro, además, sólo me quiere como amigo, Pilar, definitivamente no le gusto y Sara, pues... con ella es algo confuso, no sé si le gusto o no. —No pues estás grave chico —le dice Diana. —Tú pareces ser la única que no está interesada en Oscar —le dice Román. —Eso es porque a mí me gustan otro tipo de personas —y cuando ella dijo “otro tipo de personas”, mira a Román de una manera un poco lasciva, de esto se dio cuenta Román y se puso rojo. Ya no le quiso preguntar qué tipo de personas. —De cualquier manera —menciona Diana— Quizá algún día encuentras a alguien especial. —¿Tú crees? —dice Román un poco ilusionado creyendo que Diana habla de ella misma. —Si —le dice Diana –Todos tenemos a alguien especial. —¿Y tú tienes a alguien especial? —pregunta Román un poco asustado por la respuesta que le pudiera dar Diana. —No —le dice ella— Aún no. El chico al oír esto, sonríe para sus adentros. Los dos chicos llegan caminando a otro lado donde ven a Oscar platicando con Jennifer, Mariela y Pilar, Román al ver esto, se sintió un poco mal. —Que no te importe eso —le dice Diana— Puedes ir. Los chicos van a ellos y preguntan: —¿De qué hablan? —No, nada sin importancia —menciona Mariela. —Ah por cierto —menciona Diana— No sé si Oscar ya les dijo. —¿Qué cosa? —preguntaron las chicas. —Que ya sabemos a dónde vamos —respondió Diana. —¿Ah sí? —le pregunta Jennifer— ¿A dónde? —A un lugar llamado San Andrés —afirma Diana. —¿Y allí que hay? —pregunta Mariela. —No sabemos —menciona Oscar— Pero sabemos que así se llama a donde vamos a ir. —¿Y porque no nos dirían a dónde vamos a ir? —pregunta Jennifer. —Porque —les explica Diana— San Andrés me suena a un pueblito perdido en la provincia, los maestros querían que fuéramos y por eso no nos dijeron a dónde íbamos a ir, para que nadie al final se echara para atrás. —Ah ya entiendo —dice Mariela— Si nos hubieran dicho que íbamos a ir un pueblo perdido, nadie se hubiera animado ¿cierto? —Exacto —menciona Diana— Yo creo que si hubieran dicho Acapulco o lugares así, nadie lo piensa dos veces. —Si —menciona Jennifer— Hubiéramos ido a la playa. —Si —dice Oscar— Era mejor la playa, pero bueno, ya estamos aquí. —Si —expresa Román— Por mí no hay problema.
  • 14. 13 —Yo tampoco tengo problema —menciona Diana— Mientras no haya adultos que nos digan lo que tengamos que hacer. —¿Saben lo que pienso? —indaga Oscar. —¿Qué? —le preguntan los demas chicos. —Debería de haber alguien por aquí que conozca ese lugar, podemos preguntarle cómo es, para darnos una idea. —¿Pero a quién? —menciona Román. —Ese es el problema —dice Oscar— ¿A quién? Los chicos ven a un hombre algo viejo salir de la tienda, se le acercan y Oscar le pregunta: —Disculpe señor ¿Sabe hacia dónde queda San Andrés? —¿Para qué quieren saber? —les pregunta el señor. —Es que vamos a ir de excursión allá —le dice Jennifer. —¿Qué cosa? —les dice el señor casi gritando y en un tono que los espantó. —¿Qué? ¿Hay algo de malo allí? —le pregunta Diana. —No vayan niños —les dice el señor— Mejor regresen por donde vinieron. —¿Por qué? —preguntaron los chicos. —Ese pueblo está embrujado —les dice el hombre. —¿Embrujado? —dicen los chicos sorprendidos. —Si niños, se aparecen fantasmas, se oyen ruidos, la gente desaparece, cosas como esas suceden allí— —¡Genial¡ —menciona Oscar. —No niños —les dice el señor— Esto es algo serio, les recomiendo que no vayan —y se va. —¿Ustedes le creen? —les pregunta Román a los chicos. —No —mencionan todos. —Ha de estar loco el señor ese —menciona Jennifer. —Mejor preguntemos a otro —menciona Oscar. De la misma tienda sale una anciana, se le acercan los chicos y le hacen la misma pregunta que al señor, al oír el nombre de San Andrés, la señora hace una cara de espanto, y se aleja persignándose. Los chicos se quedan mudos, hasta que Román dice: —¿En serio es tan peligroso ir allí? —No lo sé —dice Oscar— ¿Y porque los maestros nos enviarían a un lugar así? —Tal vez ellos no estaba enterados —menciona Mariela. —O tal vez, no creyeron en las leyendas —dice Jennifer. —De todas maneras —menciona Diana— Allí tiene que vivir gente, la gente va y viene, pasan por allí ¿cierto? —Sí, cierto —dice Oscar— Esas personas estaban locas. —Si —menciona Román— Ya ven que la gente de provincia es muy supersticiosa. —Claro —le responden los chicos. Se oye el claxon del camión, es el chofer que indica a los chicos que ya es hora de irse. Los chicos se reúnen y suben al camión, éste comienza a manejar. A estas alturas, ya todos los chicos ya saben a dónde van y lo que les podría esperar, porque los rumores sobre el pueblo embrujado ya se han esparcido entre todos. —Al menos —menciona Román— Las vacaciones ya no van a ser tan aburridas como pensaba. —Cierto —menciona Oscar y observa a Román. —¿No me digas que tienes miedo? —No, para nada —menciona Román— No tengo miedo... aún. —No te lo creas tanto —menciona Oscar— Son mentiras. —Y tú hace rato decías que era genial ver fantasmas —le increpa Román. —Si —menciona Oscar— Pero una cosa es decir eso y otra muy diferente es tener un fantasma enfrente. —Eso sí —dice el chico— No olvides que tú y yo ya hemos visto uno. —Por eso no tengo miedo —dice Oscar. A la tres de la tarde, el chofer menciona: —Ya estamos por llegar, desde aquí se ve a dónde vamos a llegar. Todos los chicos observan por la ventana y ven un pueblo pequeño, de unas 150 casas y otros edificios aproximadamente, edificios de arquitectura vernácula popular, todos dispersas alrededor de una torre que forma parte de una iglesia y que sobresale de las demás por su altura, el área urbana del pueblo no pasa del kilómetro cuadrado. Más allá de la zona urbana van apareciendo cada vez menos casas hasta que poco a poco se pierden entre los bosques que cubren por completo los cerros que rodean el pueblo. —¿Ese es San Andrés? —menciona Román. —Si —dice Oscar— Debe ser allí. Todos los chicos observan sorprendidos porque ya conocen lo que se habla del pueblo. A medida que se acercaban, los chicos sentían una extraña mezcla, de miedo, impresión y emoción.
  • 15. 14 San Andrés El camión entra en el pueblo y los chicos observan que hay mucha gente afuera observándolos. —Miren, hay mucha gente afuera —menciona Oscar. —¿Nos habrán recibido? —pregunta Román. —O tal vez nunca han visto un camión pasar por aquí —dice Julián. El camión sigue avanzando y llega al centro del pueblo, donde hay una plaza con un parque y árboles, al centro un kiosco y alrededor, la iglesia, que es el edificio más grande del pueblo, al lado, la presidencia municipal, el camión da vuelta en una esquina y se detiene en un edificio de dimensiones parecidas a la presidencia, de estilo arquitectónico colonial. —Es aquí muchachos —menciona el chofer y señalándoles el edificio— Aquí se van a quedar. —¿Aquí qué es? —preguntan los chicos. —Un hostal— menciona el chofer. —¿Un hotel? —No niños, un hostal —aclara el chofer— Es lo mismo que un hotel, pero más pequeño. —Ah —mencionan los chicos al ver el edificio que en realidad es muy grande para ser considerado como hostal. —Vayan bajando con cuidado —les menciona el chofer— Y también bajen sus cosas con cuidado. Los chicos van bajando y van viendo a algunos pueblerinos que los observan un poco extrañados, los chicos los miran a ellos sorprendidos de la misma manera. —Entonces aquí es el famoso San Andrés —menciona Jennifer dando un vistazo. —Si —dice Rubí— Es aquí. Más allá de la plaza central aparecen casas del mismo estilo arquitectónico colonial, parecidas a las de Taxco o Guanajuato, como ya se había mencionado, la extensión del pueblo no pasa del kilómetro cuadrado, después de este límite, aparecen casas solas esparcidas esporádicamente hasta que se pierden entre los cerros que rodean el pueblo. —No sé si los maestros sabían que este lugar era así, porque yo pienso que de esta manera, sí estaremos en contacto con la naturaleza —menciona Julián. —Pues yo pienso que los maestros nunca vinieron aquí —expresa Diana— Sólo eligieron el primer pueblo que vieron en el mapa y nos mandaron aquí. —Si es que este pueblo aparece en el mapa —menciona Román. —Honestamente, no sé si pueda aguantar dos semanas aquí —menciona Oscar, en eso ve un grupo de chicas caminando por allí, Oscar sonríe y menciona sin que nadie lo oiga: —Tal vez sí. —Vengan —menciona el chofer— Voy a regístralos en el hostal. Todos se acercan a la puerta principal del hostal, de grandes dimensiones y el chofer toca la puerta, abren un hombre y una mujer de aproximadamente 50 años. La mujer pregunta: —¿Se les ofrece algo? —Buenas tardes, disculpe, me enviaron de la ciudad de México —les explica el chofer— Me dijeron que les trajera un grupo de chicos de una escuela de allá. —Ah —menciona la mujer— ¿Son los chicos de la escuela de México? —Si señora —le aclara el chofer— Son ellos —y les muestra a los 30 niños que vienen con él. —Pasen, pasen —menciona el hombre. El chofer y los chicos entran por la puerta grande y lo primero que ven es un pequeño cuartito donde se registran los huéspedes a su izquierda, al fondo se ven varias habitaciones, todas distribuidas alrededor de un patio donde hay una fuente que está iluminada, ya que el patio no posee techo, el edificio tiene 3 pisos de puras habitaciones con las comodidades mínimas. —Disculpe —pregunta el chofer a los señores— ¿Y aquí van a caber todos? es que son 30. —Por supuesto —le responde el señor— Caben hasta 100 personas. Después de registrar a los chicos, el chofer les dice: —Bueno, muchachos, yo me voy, vengo por ustedes el 9 de Agosto, en dos semanas. —Sí señor —le dicen los chicos algo tristes— Nos vemos. —Hasta luego y con su permiso —se despide el chofer, se sube en su camión y se aleja hasta salir del pueblo. Los niños al verlo irse sienten como si los hubieran abandonado a su suerte en un lugar desconocido y alejado de la civilización, como si solamente confiaran en el chofer, y como si hubieran querido irse con él. —Chicos, vengan —les dice la señora— Les voy a mostrar sus habitaciones a cada uno, para que se acomoden. —Disculpe —pregunta una de las chicas— ¿Cómo nos vamos a acomodar? —Todavía no lo sé —menciona la mujer— Tal vez de dos o 3 por habitación, evidentemente hay más mujeres que hombres. La señora repartió al final de a dos por habitación, a cada par, le mostró su habitación y los chicos dejaron sus cosas, hubo que meter a 3 mujeres en una sola habitación, para evitar dejar a un hombre y una mujer en la misma habitación, ya que eran 19 mujeres y sólo 11 hombres. —Después de que se acomoden —les dijo el señor— Vengan al comedor para que coman un poco, en ese comedor —y les señala un cuarto más grande que los otros donde habían varias mesas.
  • 16. 15 —Si señora, gracias —respondieron a coro los chicos. —No me digan señora —les dice la mujer en un tono amable, casi maternal— Háblenme de tú, llámenme por mi nombre, que es Benigna, estoy aquí para servirles. —Si gracias señora... perdón Benigna —dijeron los muchachos. —Y mi nombre es Pedro, su seguro servidor —les menciona el hombre. —Mucho gusto —contestaron los niños. —Si necesitan algo, sólo háblenos —les dicen los señores. —Gracias —contestan a coro los chicos. Los señores se van y los chicos comentan entre sí: —¿Qué les parece el lugarcito? —Pues como para dos semanas —menciona Luis Daniel— Está bien para mí. —Mientras haya música y televisión— menciona Darina— No hay problema por mí. —Es cierto —menciona José— ¿Hay aquí señal? Todos los chicos sacan sus celulares y uno por uno van diciendo. —Yo no tengo señal. —Yo tampoco. —El mío está muerto. —No tengo señal. —Nadie tiene señal —menciona Oscar— Este lugar está perdido. —Pues yo tengo un mp3 —menciona Carlos— Al menos con esto estaré entretenido, mientras no se le acabe la pila. —Para estos casos —menciona Sara— Mejor me hubiera traído un libro. —Si —menciona Jennifer— Yo también. —No hay problema —menciona Oscar— Mientras no hayan adultos aquí, que nos digan que hacer, me siento bien donde sea. —¿Y los señores qué? —menciona Román. —¿Qué tal si resultan ser muy sobreprotectores o algo así? —menciona Selena. —No creo —menciona Delia— Se ve que son buena onda. —Si —dice Pilar— Pero no por eso no vamos a desobedecerlos ¿o sí? —Si —menciona Gerardo— No hay que abusar de su confianza. —Saben lo que en realidad me preocupa un poco —afirma Román— Y aunque se burlen, ¿Serán ciertas todas las cosas que nos dijo el señor de la gasolinera? —¿De los fantasmas y todo eso? —pregunta Oscar— No lo creo. —Yo tampoco —menciona Diana— No sé por qué nos habrán dicho eso, pero no lo creo. —Yo tampoco —decían los demás. —Pero para que la señora esa se haya persignado nada más mencionar el nombre de San Andrés, pues... — menciona Román pero es interrumpido por Oscar que dijo como cambiando de tema: —Oigan, ya tengo hambre. —Yo también —menciona Mariela. —Pues, los señores nos dijeron que fuéramos al comedor grande, que allí nos iban a dar de comer. —Vamos pues —dijo el chico. Todos los chicos llegan a un cuarto el doble de grande que las habitaciones, donde hay un conjunto de mesas, que los señores previamente ya habían acomodado de manera que pareciera una única mesa muy larga y que ocupaba de extremo a extremo del lugar. El comedor, junto con la cocina tenían decorados propios de una cocina típica mexicana, con acabados y azulejos de estilo colonial y barroco, hechos de cerámica de talavera, todo esto hacía que el ambiente se sintiera bien, que se antojara cualquier tipo de comida. Sobre la mesa, estaban ya dispuestos 32 platos, de frijoles bayos, arroz refrito, carne de res con mole, salsa, y todo tipo de comida tradicional mexicana. Había también, varias pilas de tortillas envueltas en servilletas ricamente bordadas que estaban puestas en canastas de paja y jarras de agua de fruta natural distribuidas lo largo de la mesa, el aroma de la comida se percibía en el aire animando a los chicos a comer. —Pasen, pasen —les dijo la señora— Siéntense donde gusten. —Gracias —dijeron los muchachos y se sentaron uno a uno en las sillas. Como de costumbre, Oscar, Román y Diana se sentaron juntos, por los intereses personales del segundo. —Genial —le dice Oscar a Román— La comida se ve deliciosa. —Huele tan bien, que con sólo olerla se prueba —le dice Román. —Si —le dice Diana— Esto es lo que comen en los pueblos, por eso viven muchos años. Los chicos se sentaron y comieron con gusto todo lo que les prepararon lo señores, ellos también se sentaron a comer con ellos. En medio de la comida, uno de los chicos les pregunta a los señores: —¿Y qué hacen para divertirse aquí? Todos los demás chicos miran con disgusto al chico que habló, porque piensan que la pregunta fue de mal gusto, ya que de esa manera, les estaría diciendo a los señores que ese lugar era aburrido, pero los señores no hicieron caso de esto y le contestaron:
  • 17. 16 —Aquí los niños sólo juegan los juegos antiguos como la víbora de la mar, muy pocas personas tienen radio o televisión, y este edificio es de los pocos. —Menos mal —dice José. —Yo quisiera preguntarles algo —menciona Sara. —¿Qué cosa? —le dicen los señores. —Cuando veníamos para acá, nos dijeron que este lugar estaba embrujado, ¿Es cierto? Todos dejan de comer y miran a la chica. Los señores se quedan observándola muy serios y al fin contestan con un rotundo: —Sí. Los niños al oír esto se estremecen, pero los señores no se dan cuenta de esto. —¿En serio? —pregunta Oscar algo asustado. —Bueno —explica el señor Pedro— No es que esté embrujado, que haya una maldición o algo así, lo que sucede es que todas las noches se oyen ruidos, se oyen lamentos de una mujer, ruidos que se oyen en todo el pueblo, además, hay gente que desaparece. —¿Desaparecen? —preguntan los chicos cada vez más asustados. —Si —completa su esposa— Y sin dejar rastro. —Por eso —continúa el señor— El pueblo es pequeño. Porque bastante gente se ha mudado de aquí, somos alrededor de 500 habitantes. —Y eso es muy poco— prosigue la señora— Considerando que hubo una época en la cual este pueblo pasaba de los 15 mil habitantes. —Lo peor de todo es que la gente poco a poco se va del pueblo —continua el señor Pedro— Parece que llegará el día en que este pueblo desaparezca. Los chicos se compadecen al oír esto. —¿Y ustedes han visto algún fantasma o algo así? —les pregunta Jennifer. —En este edificio no —les contesta la mujer— No hemos visto nada de eso, algunos dicen que sí, pero no se saben explicar, lo único que oímos son ruidos, y casi todos provienen de la iglesia antigua. —¿Cuál iglesia? —preguntan los chicos —A unos 600 metros de aquí —les contesta el señor— Están las ruinas de la primera iglesia que se edificó en este lugar en el siglo XVII, pero quedó abandonada después de la guerra cristera, para esa época ya estaban construyendo una nueva, que es la actual, la iglesia antigua quedó abandonada y en estado de ruinas, es de allí de donde vienen casi todos los ruidos. —¿Podemos ir a la iglesia abandonada? —le pregunta Oscar. —Terminando de comer —les dice la señora— Los vamos a llevar a recorrer el pueblo, y si quieren, pasamos por allí, pero no se emocionen, porque como es de día, no van a ver nada. —Ya decía yo —dice Julián— Hay que ir en la noche. —No niños —les dice la señora— Es muy peligroso, y no lo digo solo porque puedan ver algo, sino por otras razones, ya que ustedes no conocen aquí, podrían perderse. Los niños dejan de hacer preguntas y siguen comiendo. Recorrido Terminando de comer, los señores les dicen a los chicos: —¿Ya están listos para ir a pasear? —Claro —le contestan éstos. Chicos y señores salen de la casa y dando la vuelta por donde había entrado el camión, llegan a la plaza principal y a la iglesia actual. —Ésta, niños —les explican los señores —Es la iglesia actual de las que les hablábamos, la construyeron a principios del siglo XX, pero se tardaron en construirla, ya que la obra estuvo parada por la Revolución, la terminaron en 1929. Los chicos observaban el edificio más alto del pueblo, tenía un estilo arquitectónico propio de las iglesias pueblerinas, pero también tenía algunos acabados y diseños realizados industrialmente. —No sé si lo sabían —menciona Mariela— Pero en todos los pueblos, las iglesias son los edificios más grandes que hay. —Eso es porque en los pueblos, las tradiciones y costumbres, están más arraigadas —le explica Daniel— La gente suele ser más religiosa. —¿Y la otra iglesia a dónde queda? —le pregunta Oscar a los señores. —Hacia allá —le responde la señora Benigna señalando hacia el oriente— Pero iremos hasta el final allá. Siguen caminando y llegan a un mercado que abarcaba una manzana entera, pero algo pequeña. —El mercado del pueblo —les dicen los señores— No es muy grande comparado con otros, pero tiene lo suficiente…o lo necesario. Caminado un poco más llegan a la presidencia. —Esta es la presidencia.
  • 18. 17 —¿Es municipal? —pregunta uno. —No —le dicen— Es sólo del pueblo, por eso es tan pequeña. Luego señalan enfrente de la presidencia. —Allí están el parque y en medio, el kiosco del pueblo, en ese kiosco, en ocasiones se hacen las fiestas patronales y la banda del pueblo viene a tocar, también ponen juegos mecánicos, hay juegos pirotécnicos, queman castillos, hay bailes, y muchas otras cosas más, viene mucha gente de los alrededores, el ambiente se pone muy bueno esos días. —¿Y cuándo es la fiesta patronal? —pregunta Diana. —El día de San Andrés —le responde la señora— El 30 de Noviembre. La plaza era un cuadrado dividido en 4 partes iguales en forma de triángulos delimitados por caminos empedrados, en el centro había un kiosco. Los 4 triángulos están llenos de árboles. —Y eso es todo lo interesante de este pueblo —le dice el señor Pedro. —¿Entonces ya podemos ir a la iglesia abandonada? —le preguntan los chicos. —Si —les dice la señora— Pero no nos podemos quedar mucho tiempo. Camino al convento los señores se encuentran con un conocido. —¿Cómo te va Pedro?, ¿Ahora ter tocó ser nana? —No exactamente —le responde éste— Estos chicos vienen de México, se quedaron en nuestro hostal y les estoy mostrando el pueblo. —Ah ya veo, y ¿a dónde piensas llevarlos ahorita? —A la iglesia abandonada —contestan los señores. —¿De veras piensas llevarlos allá? —les dice el amigo algo sorprendido. —Pues si —le responde la esposa del señor Pedro— No hay problema, porque es de día. —Sí, pero puede ser peligroso, recuerda que esa iglesia ya no está bien firme, se puede derrumbar en cualquier momento —le dice su amigo. —No vamos a entrar —le dice el señor— Sólo vamos a verla de lejos. —Bueno, luego nos vemos —se despide el amigo y se va. —¿Y ese señor también cree que el lugar esta embrujado? —le preguntan al señor Pedro. —De hecho —les responde la señora— Todos lo creen. Unos minutos después, llegan a la iglesia en ruinas. —Esa es chicos —les dice el señor señalándoles con el dedo— La famosa iglesia embrujada. —Entonces es esa la iglesia —comentan los chicos. —Si —les confirma la señora Benigna. La iglesia estaba sólo en pie en la parte de la torre y algunos muros, el techo estaba caído a la mitad y lo que quedaba de éste, estaba lleno de agujeros de todos los tamaños y formas por donde entraba la luz del sol, había ya crecido abundante vegetación dentro y fuera de la iglesia, los chicos alcanzaron a ver algunos objetos abandonados y tirados que usaban antes en la iglesia, alrededor de ésta aproximadamente 15 casas, todas abandonadas y en similar estado que la iglesia. Los muros de la iglesia estaban ennegrecidos como si hubieran sido quemados. Había también bastante basura y montones de tierra con varias plantas dentro y fuera de la estructura. —La iglesia fue construida, como les dije, en el siglo XVII, funcionó como la iglesia principal hasta la época de la guerra cristera —menciona el señor Pedro. —¿Qué sucedió entonces? —le pregunta Diana. —No estoy muy seguro —les dice el señor— Por lo poco que me contaba mi abuelo, durante la guerra cristera, la gente creía que los soldados del gobierno volverían por ellos a buscarlos y por eso dejaron el pueblo, cuando la iglesia y el gobierno llegaron a un acuerdo, entonces se construyó la nueva iglesia, ya que la antigua había sido dañada por una bomba que explotó allí, después de que se construyó la nueva iglesia, que es la actual, la gente se fue a vivir alrededor de ésta y el pueblo comenzó a crecer, hasta los 70s, cuando comenzó todo esto de lo embrujado. —Sólo que —prosigue la señora— Los ruidos siempre se habían oído desde que la iglesia fue abandonada, pero como los fenómenos paranormales se comenzaron a intensificar desde la década de los 70s, es desde esa época en que la población del pueblo, se mantuvo sin crecer, y luego comenzó a bajar, por la gente que se mudaba a otro lado. —¿Y por qué desde esa época se comenzó a intensificar eso? —pregunta Diana. —No sabemos —le responden los señores. —¿Y han visto algo anormal en esta iglesia? —les preguntan los chicos. —Pues —dicen ellos— No hemos visto nada. —Pero nos han contado —continúa la señora— Que aquí se aparece el fantasma de una mujer, otras veces se oyen coros de iglesia cantando y otras veces, se oyen balazos de metralleta. —Y eso lo ha visto sólo la gente que tiene el valor de venir en la noche acá —aclara el señor Pedro— Pero ya casi nadie lo intenta. —De hecho —continúa la señora— Conocimos hace algunos años a un sujeto que vino a vivir aquí, para alejarse del caos citadino. —¿Qué pasó con él? —le preguntan los niños.
  • 19. 18 —Pues —los señores continúan— Él no creía en las cosas que pasaban aquí, a pesar de que las oía, se sintió muy valiente y vino a la iglesia él solo en la noche, no sabemos lo que habrá visto, pero a partir de entonces, se volvió muy serio, no hablaba, ni comía ni nada, estaba ido, luego, un día desapareció y no lo volvimos a ver. —Ha de haber visto algo horrible para quedar así —dijo Oscar. —¿Entonces no podemos entrar a ver? —pregunta Julio. —No —les responden los señores— La estructura está muy débil, no vaya a ser que se caiga sobre nosotros. Estuvieron como 15 minutos dando vueltas alrededor de la iglesia, como analizándola, hasta que los señores les dijeron: —Ya está oscureciendo, es hora de irnos. A pesar de que los chicos, por un lado, querían quedarse para ver si era cierto lo que decían, y por otro, les daba miedo quedarse allí en la noche, se terminaron yendo con los señores. Los chicos volvieron al hostal y cenaron, después a las 9 de la noche se acomodaron para dormir. —La gente de aquí tiene la costumbre de dormirse temprano ¿No? —menciona Julio. —Pues si —dice Julián— Debe ser porque nadie quiere estar despierto a las 10 de la noche. —Exactamente —dijo la señora Benigna que en ese momento pasaba a la habitación de los dos— Hay muy poca gente despierta después de las 10, por lo mismo de que les da miedo salir en la noche. —Pues qué mal —dice Julián— Tanto que hacer en la noche. —Pues realmente nada —les dice la señora— Aquí no hay bares ni antros ni nada de eso, todos los negocios cierran a las 10, y a esa hora, casi no hay nadie en el pueblo que esté despierto. Luego agrega: —¿No se les ofrece nada? —No —contestaron los chicos. —Entonces que duerman bien —les dice la señora. —Gracias, buenas noches —les dicen los niños —Buenas noches —se despide la señora Benigna y se aleja de ahí. En otra habitación: —Oye ¿dónde vamos a dormir? —le dice Oscar a su primo. —No sé —le contesta Román— Tal vez aquí, recuerda que en cada habitación van dos. —Es cierto —le dice Oscar— Entonces ve a dormir con tu novia. —¿Con quién? —le pregunta Román. —Ya sabes de quién hablo —le responde Oscar. —Ah pues —le dice Román en tono de sarcasmo— A ver si tú cabes con 4 chicas en la cama. —No, no era en serio —comenta Oscar— De todas maneras, las chicas duermen separadas de los chicos. —Ya lo sé —le dice Román. —¿Qué? —le pregunta Oscar— ¿Sí querías dormir con Diana? —No, no es eso —decía Román titubeando— Es que… no, mejor olvídalo. Llega entonces el señor Pedro y les dice a los muchachos: —Duerman bien muchachos, mañana nos vamos a levantar temprano. —¿Qué tan temprano? —le preguntan. —A las 7 de la mañana —les responde el señor Pedro. —¿No es demasiado temprano? —se quejas Oscar. —No —les dice el señor— Aquí la gente siempre se levanta temprano, trabaje o no. —Con razón se duermen tan temprano —dice Oscar. —Duerman bien —les dice el señor. —Gracias y buenas noches —le dicen los chicos y apagan la luz, el señor se va. Oscar se acomoda para dormir, Román se queda pensando unos segundos y pregunta a Oscar: —¿Tú crees que sea cierto lo que dicen de que este lugar está embrujado? —No lo creo —le responde su primo. —Pero todos dijeron que sí —argumentó Román —Pues todos están locos —le dijo Oscar —¿Tú crees? —le preguntó Oscar —No lo sé —le contesta Oscar en un tono un tanto molesto— No sé ni me importa, sólo quiero dormir. —Está bien —le dice Román— Buenas noches. —Buenas noches —le contesta Oscar y se queda dormido. Román entonces se queda pensando un rato lo que le preguntó a Oscar y mejor decide dormirse. Cuando estaba a punto de quedarse dormido, oye un grito desgarrador a lo lejos y se despierta algo sobresaltado, observa y mira a su compañero de cama profundamente dormido, piensa que a lo mejor lo soñó, observa el reloj de su celular y ve que son las
  • 20. 19 10 con 30 minutos de la noche, decide volver a dormir y cuando está otra vez a punto de quedarse dormido, oye otro grito, más fuerte y más espantoso que el anterior, esta vez todos los chicos del hostal despiertan por el grito sobresaltados. Eran ya las 11 de la noche. Sustos —¿Qué fue eso? —preguntó Oscar sobresaltado. —Se oyó un grito muy feo —dice Román— Ya había oído uno antes pero pensé que había sido mi imaginación. —Sí se oyen gritos aquí —dice Oscar y se levanta a ponerse los zapatos. —¿Qué vas a hacer? —le pegunta Román. —No sé —dice Oscar— Ya no creo que pueda dormir, voy a salir. Ambos chicos se ponen los zapatos y salen al patio central del edificio, iluminado por la luz de la luna, de una manera tan brillante que pareciera de día, afuera hay varios chicos que también despertaron por el grito y se levantaron. Oscar encuentra a Diana y a otras chicas que estaban con ella, Román les dice: —Al parecer ustedes también oyeron ese grito ¿verdad? —Si —dice Diana— Fue espantoso. —Todos lo oímos —menciona Julián que iba llegando con los chicos— Pero los señores no lo oyeron. —Tal vez ellos ya están acostumbrados —menciona Román. —O tal vez, sólo los ignoran —dice Diana. —¿Cómo van a ignorar un grito así de feo? —dice Oscar— Ese fue el grito más horrible que he oído en mi vida. —Pues al parecer —dice Julián— Aquí eso no es gran cosa, ya deben de estar acostumbrados. Julio llega con el grupo y les dice: —¿Cómo ven?, al parecer todo lo que decían de este lugar era cierto. —Si —dice Diana— Me empezó a dar miedo. —No seas miedosa —le dice Julio— Mientras estés conmigo, no habrá nada que temer —y la abraza poniendo a Román celoso. —¿Contigo? —le dice Diana— Prefiero estar sola. —No lo creo —le dice Julio— No creo que sean tan valientes de andar por allí en la noche, y más después de lo que oímos. —¿Y tú no? —le dice Román. —¿Pues? —dice Julio, se queda pensando y al fin dice: —Hagamos una apuesta. —¿Qué clase de apuesta? —le preguntan los chicos. —A que no son capaces de ir en este momento a la iglesia abandonada. —¿Estás loco? —le dice Oscar— Es muy peligroso, y no solo porque pudiera aparecer algo allí. —Si —continua Román— Además los señores se pueden enojar. —No creo que se den cuenta —menciona Julio— Si no se despertaron con semejante grito, entonces nada los despertará. —Pues de todas maneras, no vamos a ir —menciona Oscar con un tono que hacía parecer que no estaba seguro de lo que estaba diciendo. —¿Qué? ¿Les da miedo? —les dice Julio en tono burlón. —La verdad sí —menciona Diana. —Pues tú tal vez sí, porque eres mujer —menciona Julio— Pero ustedes —dirigiéndose a Román y a Oscar— ¿Son igual de miedosos que ella? —No— dicen los dos— Sí podemos salir en la noche, pero con una condición. —¿Cuál? —pregunta Julio. —Que vengan más, si se animan, para no estar tan solos —dice Oscar. —Está bien —dice Julio— De todas maneras eso no cambiará nada. Julio se sube a una parte de la fuente para que lo oigan mejor y habla en una voz, lo suficientemente alta para que todos lo oigan y lo suficientemente baja para no despertar a los señores: —Muchachos, estamos organizando una expedición a la iglesia abandonada, para descubrir si el grito que hace rato oímos fue real, ¿Quién se apunta? —Yo no —dice uno de los chicos. —Yo tampoco, están locos —dicen otros. Algunos chicos prefieren olvidar los sucedido y deciden volver a dormir, sólo quedaron afuera Román, Julián, Julio, Diana, Oscar, Mariela, Jennifer, Darina, Rubí, Luz, Pilar y Sara. —¿Sólo ustedes? —pregunta Julio— ¿Sólo somos 12 valientes en este lugar? —Pues si —le dice Sara— Sólo que yo quiero ver, qué tan valiente eres tú. —Yo también —dice Oscar. —Pues bien —menciona Julio— Saquen algunas cosas que necesitemos como lámparas o cosas así y vámonos. —Bien —contestan los chicos.
  • 21. 20 Los chicos entraron a sus habitaciones, y 5 minutos después, salieron cambiados de ropa, con lámparas y mochilas. —Bien —menciona Julio— Salgamos de aquí. —¿Cómo vamos a salir si la puerta está cerrada? —le pregunta Oscar. —Tranquilo —le contesta Julio— Puedo abrir la cerradura con un alambre. Al instante el chico saca un alambre de su bolsa del pantalón y le da forma de gancho, la introduce en la cerradura y ésta se abre, los chicos salen a la calle y caminan por las calles desiertas del pueblo. —Qué diferencia ¿verdad? —comentaba Román. —¿Qué cosa? —le responde Oscar. —El lugar se ve lindo con sus paisajes de día, pero de noche, cambia bastante —dice el chico. —Incita miedo —menciona Diana. —No sean cobardes —menciona Julio— Sólo está muy oscuro porque ya se ocultó la luna, sigan caminando. Los chicos siguen avanzando y en minutos salen del pueblo, es cuando a lo lejos ven la silueta oscura de la iglesia en ruinas y es cuando comienzan a ponerse nerviosos. Algunos se detienen. —¿Qué sucede muchachos? —les pregunta Julio— ¿Les dio miedo? —No, que va —dice Julián— Hasta se ve que a ti te empieza a dar miedo. —Claro que no —responde Julio, y prosigue titubeando—: …pero por si las dudas, vamos juntos. Los chicos se juntaron mucho, Oscar tenia a las 4 chicas que estaban interesadas en él a su lado, abrazándose entre sí y hasta Román tenia a Diana a su lado, pero ninguno se dio cuenta, ya que se estaban acercando a la iglesia abandonada y se ponían muy nerviosos, incluso sudaban a pesar de que hacía bastante frio. Entonces, una nube descubrió la Luna, haciéndola iluminar la región repleta de oscuridad, los chicos pudieron ver con claridad la torre de la iglesia abandonada cuando ya estaban frente a ella. Es cuando Julio les pregunta con una voz que hacía dudar lo que decía: —¿Todavía quieren ir a la iglesia?, porque si quieren, ya nos podemos regresar. —¿A dónde se fue el valiente? —le dicen las chicas. —No, no tengo miedo —replica Julio— Es sólo una sugerencia. —Pues yo no me voy —menciona Oscar— Ya estamos hasta acá y ni modo de regresarnos. —Si —dice Julián— La verdad, esto es emocionante. —¿Entones entramos todos? —menciona Jennifer. —Claro —dice Román— Pero todos juntos. Los chicos entran por un gran agujero al costado de la iglesia y encienden sus lámparas, van caminando lentamente por el atrio de la antigua iglesia e iluminando todo con las lámparas. Los chicos van viendo las cosas, viejas pinturas y rotas, algunos objetos ya sucios y gastados, bancas carcomidas y un aroma a humedad casi insoportable, todo lo van viendo mientras recuerdan todo lo que les han dicho sobre el lugar. De repente... —¡Ahhh¡ —se oye un grito que asusta a todos. —¿Qué fue eso? —grita Julián alterado y apuntando su lámpara hacia abajo. —Es que vi un ratón —menciona Mariela— Y me espantó. —¿Sólo por un ratón te pones así? —le replica Julio. —Es que soy mujer —le contesta la chica— ¿Qué querías? Uno de los chicos toma una piedra y se la lanza al ratón, el animal huye. —¿Ves? —le dice Román— Ya se fue, te aseguro que el ratón tenía más miedo que tú. Los chicos siguen caminado y Román siente algo, voltea rápidamente atrás de él, pero no ve nada. —¿Qué pasa? —le preguntan. —No sé —les responde el chico asustado— Me pareció sentir que alguien estaba detrás de mí. En eso oyen un ruido y las chicas gritan. —¿Qué fue eso? —se preguntan los chicos. Todos alumbran arriba y ven que un florero grande se cayó al suelo rompiéndose. —¿Quién tiró esa cosa? —pregunta Diana. —Se ha de haber caído sola —le responde Rubí. —No creo, alguien la tuvo que haber tirado —dice Delia. —¿Cómo que alguien? —pregunta Darina. —Este lugar sí da miedo —menciona Oscar. —Saben —comenta Julián— Esto me recuerda el video de Facundo ¿No sé si lo habrán visto? —Si —le dice Julio— Donde se mete a un cementerio y ve un fantasma. —Pues pienso hacer lo mismo —y empieza a gritar: —Salgan fantasmas, no les tengo miedo. —¿Estás loco? —le dice Pilar— No los invoques. —No creo que haya fantasmas aquí —dice Julián— Porque si los hubiera, ya se hubieran aparecido, dense cuenta de que todos los ruidos que hemos oído hasta ahora, fueron provocados por cosas naturales, como el ratón y el florero. —¿Y lo que yo sentí no cuenta? —le reclama Román. —Ah, pues… no sé —le dice Julián. —Esto lo hago —dice Julián— Para que no se sientan tan estresados con esto, para llevarla tranquilamente.
  • 22. 21 —Pues en ese caso —le dice Julio— Déjame hacer a mí mi parodia. Acto seguido, se pone la lámpara de manera que le alumbre la cara desde abajo, y dice lo siguiente: —Estamos en el interior de la iglesia abandonada, en el pueblo de San Andrés, venimos a investigar si los rumores son ciertos de que hay fantasmas aquí. —¿Y eso de qué fue? —le pregunta Sara. —De la película de El proyecto de la bruja de Blair —dice Julio —¿Qué no la han visto? —Yo pensaba que era del programa de Extranormal—menciona Luz. —Pues no— les dice Julio— Se ve que no ven la televisión. En eso oyen otro ruido más fuerte. —¿Qué fue ese ruido? —menciona Román. —No lo sé —dice Oscar— Vino de allá —y señala con su lámpara, todos señalan allí mismo y ven el altar mayor de la iglesia, en un estado deplorable. —Este es el altar mayor —menciona Oscar— O era. Los chicos comienzan a caminar hacia el altar, el techo frente a éste estaba hueco por un agujero que dejaba entrar la luz de la luna, de manera que ya no fue necesario usar lámparas, por lo que las apagaron. —Debió haber sido muy lindo en sus mejores tiempos —menciona Diana. —Si —dice Jennifer— Lastima que lo hayan abandonado. —Oigan —dice Román— Vean el halo de luz que entra por el hueco. —¿Cuál? —le preguntan los chicos. —Ese —les señala con el dedo— Frente al altar. —Se ve demasiado curioso —menciona Darina. —Si —dice Rubí— Como si tomara forma… —¿Forma? —dice Julio— ¿Forma como… humana? —Algo así —dijeron las chicas. La figura empezó a moverse como si tuviera vida y esto espantó a los chicos. —Esa cosa se mueve —dice Diana. —Debe ser el viento —le dice Julio muy asustado pero tratando de disimularlo. La figura blanca se acerca hacia ellos. —Viene para acá —dice Julián. —¿Qué hacemos? —dice Román. —Mmm, déjenme pensar —dice Julio— … ¡Corran! No había terminado de gritar la palabra y los chicos ya estaban afuera de la iglesia corriendo a todo lo que daban sus piernas. En el camino y mientras corrían, a Oscar se lo ocurrió gritarle a Julio, que estaba algo retirado: —¿Querías ver fantasmas valiente? Pues ya los tienes. —Ya cállate —le grita Julio. En menos de un minuto, los chicos de nuevo llegaron al hostal, entraron y cerraron de nuevo, a pesar de esto, nadie se despertó, los chicos entraron en la primera habitación que llegaron, todos se metieron a la cama y se taparon con las cobijas, abrazándose entre todos, ya nadie dijo nada y al final se quedaron dormidos. Los chicos de la escuela Al día siguiente, en el desayuno, ninguno de los chicos que habían salido la noche anterior habló, parecían tristes, los señores los miraron extrañados, hasta que el señor Pedro les pregunta: —¿Qué tienen? —Nada —le respondió Oscar— No se preocupen. —Parece como si hubieran visto un fantasma —les dijo la señora Benigna. —No, estamos bien —decían los chicos. Sus mismos compañeros que no habían ido con ellos la noche anterior los veían raros. Cuando los señores salieron, Luis Daniel, uno de los que no salieron, les preguntó: —Ya cuenten ¿Qué vieron? —Nada —dijeron ellos. —No les creo —dice Selena— Por algo traen esas caras. —De todas maneras —dice Julián— No creo que nos crean ¿O sí? Los otros chicos dejaron de hacerles preguntas. Al terminar de comer, los 12 chicos que salieron antes se reunieron entre sí: —¿Todavía no han podido olvidar lo que vieron verdad? —Pues no —dijo uno —Yo tampoco —mencionó otro. —Pues les propongo algo —les habla Román— Vamos a imaginar que lo que ayer pasó fue un sueño, de esa manera evitaremos sentirnos tan mal y los señores no van a sospechar nada. —Me parece bien —dicen todos.
  • 23. 22 En eso llegan los señores y les dicen a los chicos que se reúnan, una vez hecho esto, los señores les dicen: —Si ya están listos, los vamos a llevar a la secundaria, para que la conozcan. —¿Hay secundaria aquí? —preguntan los chicos. —Si —les dice el señor Pedro— No los llevamos ayer, porque cuando ustedes llegaron, ellos ya habían salido de clases. —Al parecer —comenta Julián— Los pueblerinos tiene menos vacaciones que los citadinos. —¿Y dónde está esa secundaria? —pregunta uno de ellos. —Casi saliendo del pueblo —le responde la señora Benigna. Chicos y señores salen a la calle de nuevo, llaman la atención porque son bastantes. En el camino van platicando. —¿Cuántos alumnos hay en la escuela? —No son muchos —les dice el señor Pedro— Son 3 grupos, uno de primero, otro de segundo y uno de tercero, cada grupo tiene alrededor de 20 alumnos y sólo hay un turno. —¿Tan poquitos son? —pregunta Diana. —Si —les dicen los señores— Además, en este momento sólo están los del grupo de tercero, ya que los otros también salieron de paseo como ustedes. —Que coincidencia —decían los chicos. —Van en tercero —dijo Diana— Entonces son un año menores que nosotros. Llegando a la escuela, los chicos vieron la escuela de la que les hablaban: —¿Es esta? —preguntaron ellos. —Si —les dijeron los señores. La escuela era alrededor de la mitad de extensión que el hostal donde los chicos estaban, tenía forma de rectángulo largo, y en esta distribución habían 3 cuartos centrales que eran los 3 salones de los 3 grados, del lado derecho estaba un cuarto algo más grande que los salones, que era la dirección, y del izquierdo, un cuartito que era una cooperativa, y también los baños, frente a estos cuartos, estaba una área de terreno, que media unos 10 metros de los salones a la puerta de entrada, este terreno funcionaba como patio, estaba sin pavimentar y tenía mucho polvo. La escuela no estaba cercada, salvo una malla de alambre de apenas metro y medio de alto y en mal estado. Los chicos vieron a otros niños como de la edad de ellos, jugando en el patio a juegos típicos de la región, Oscar pudo ver a las mismas chicas que había visto cuando llegaron al pueblo, en eso una señora sale de la dirección y llega a la puerta a donde estaban ellos. Era la maestra del grupo que jugaba afuera y al mismo tiempo, la directora. —Que milagro Benigna —saludaba la susodicha a la señora— Y esos chicos ¿Quiénes son? —Son los chicos que te comenté —le responde la señora— Que vienen de México. —¿Ah, son ellos? —preguntó la profesora. —Sí, les vine a mostrar la escuela —le dijo la señora. —Pues hazlos pasar. —Con mucho gusto —dice la señora Benigna y ordena a los chicos—: Pasen muchachos. La maestra les abrió la puerta y los chicos entraron al patio de la escuela, los chicos que jugaban allí, vieron a los otros, se detuvieron y se agruparon entre ellos, los dos grupos quedaron de frente mirándose extrañados unos a otros. La maestra les explicaba a sus alumnos: —Muchachos, estos chicos que ven aquí, vienen de la capital, vinieron aquí para que se conozcan y tal vez, se hagan amigos, que eso es lo que yo espero, que no les de pena hablarles y contarles nuestras costumbres y nuestra forma de vida. Pero ambos grupos estaban nerviosos y no decían nada. Hasta que sólo 10 chicos de los 20 que estaban allí, se animaron a hablar y se acercaron al grupo de los otros. Cada uno se fue presentando: —Me llamo Josué, mucho gusto. —Y yo soy Víctor. —Yo soy Alejandra. —Mi nombre es Noé. —Me llamo Martha. —Yo soy Minerva. —Me llamo Beatriz. —Yo soy Miguel. —Yo soy Samuel. —Y yo soy Leticia. Los chicos del hostal también se presentaron de la misma manera. Los dos señores y la maestra fueron a platicar aparte y todos los chicos hablaban entre sí: —¿Qué saben de la iglesia abandonada que está cerca de aquí? —¿Para qué quieren saber? —les pregunta Martha. —Curiosidad —aclara Oscar. —Pues muchas cosas —dice Minerva— Para empezar, esa iglesia está embrujada. —Si —dice Beatriz— Todas las noches, siempre se escucha algún tipo de ruido, es rara la noche, en la que no se oiga nada. —¿Y ustedes han oído algo? —les pregunta Román.
  • 24. 23 —Si —les dice Miguel —De día no se oye nada, pero cuando salimos de aquí, que es cuando ya comienza a oscurecer, pues nos vamos corriendo, porque la verdad, sí nos da miedo. —Y es que construyeron la escuela cerca de esa iglesia —les dice Josué. —Mi papá —comenta Samuel— Quería cambiarme de escuela, pero como ésta es la única, no tiene de otra. —Nuestro papá quería mudarse de aquí —comentan Noé y Alejandra, que son hermanos— Pero no tenemos dinero. —¿Y qué saben de qué en la iglesia se aparece un fantasma? —les pregunta Diana. —Me han contado —dice Minerva— Que es el fantasma de una mujer que anda en pena allí, que se murió hace como 100 años, y no sé qué más. —¿Lo han visto? —preguntaron los chicos. —No —contesta Víctor— Y no me gustaría verlo. —Al principio sí da miedo —les dice Noé— Pero luego te acostumbras. —Pero no por eso dejas de sentir miedo —completa su hermana. —¿Por qué la curiosidad? —pregunta Beatriz. —Es que nosotros también hemos oído esos ruidos —comentan los chicos. —De hecho —dice Julio— Ya hemos ido a la iglesia abandonada… y de noche. —¿Fueron a la iglesia de noche? —dicen los chicos de la escuela sorprendidos en voz alta, aun así, los señores y la maestra apenas y no los oyeron. —Qué valientes son —dice Martha mirando de una manera un poco lasciva a Oscar. —Si —contesta éste al darse cuenta de que Martha la miraba de una manera especial— …Algo. —Lo que nosotros vimos —les explica Julián— Fue una especie de halo de luz con forma casi humana. —Debe ser el fantasma —le aclaran los chicos de la escuela. —¿Entonces vi realmente un fantasma? —dice Oscar. —Si —dice Beatriz— Sólo vieron, y me sorprende que lo cuenten. —Bueno —dice Oscar —No es la primera vez que veo un fantasma. —¿No les pasó nada? —les pregunta Josué. —No —le responde Jennifer— Sólo el susto. —¿Entonces eso fue lo que vieron? —pregunta Carlos que no había ido con los chicos la noche anterior. —Pues si —menciona Julio. —Por eso andaban desanimados —menciona Paola. —¿Entonces no fueron todos? —les pregunta Víctor. —Sólo fuimos 12 —les responde Román. —Si lo que dicen es cierto —les comenta Minerva— Son las primera personas que conozco que van a esa iglesia y lo cuentan. —Pero eso fue porque no sabíamos lo que decían de aquí —les dice Román. —Si —les dice Diana— De haber sabido, yo creo que no hubiéramos ido. —Si —les menciona Beatriz— Eso mismo creen los otros que vienen y que piensan que aquí no pasa nada, pero se llevan el susto de su vida. —No sé —dice Samuel— Todo esto me hace dudar. —¿Qué cosa? —le dice Julio. —¿Cómo sabemos que de veras fueron allí en la noche? —Claro que fuimos —les dice Román— Vimos al fantasma. —Pero nosotros nunca hemos ido allí de noche —les explica Samuel— Y a pesar de eso sabemos que existe el fantasma y cómo es, por que otros lo han visto, a ustedes les pudieron haber dicho lo mismo y ya. —¿Pues qué pruebas quieres? —le preguntan los chicos del hostal. —Que vayan de nuevo —les dice Samuel. —Bien —le dice Julio— Pero ustedes tendrán que venir con nosotros para demostrarles todo. —Aceptamos —dice Samuel y dirigiéndose a sus compañeros les pregunta—: ¿Verdad? —Si —contestan ellos pero sonó como un “no sé”. —Esta noche —les dice Julio— A las 11 de la noche, nos vemos en el kiosco, de allí, todos juntos nos iremos a la iglesia. —Y que nadie se entere —dice Samuel. Sellan su pacto con un apretón de manos. Luego Julio les dice a sus compañeros: —¿Verdad que vamos a ir de nuevo allí? —Pues… no se… —decían los otros. —Aun cuando veamos otra vez esa cosa —dice Julio— Ya no le tenemos miedo. —Es cierto —dice Oscar— Es sólo una mancha de luz, no puede hacernos daño. —Si —decían los otros— Vamos a ir de nuevo. —¿Y ustedes no van? —les pregunta Julio a los que no habían ido la noche anterior. —No sabemos —les responde Paola— Vamos a pensar eso. —Bien —y habla dirigiéndose a los escolares: —Trato hecho.
  • 25. 24 En eso oyen la voz del señor Pedro diciéndoles a sus chicos: —Ya es hora de irnos. Los chicos se despiden y salen de la escuela. Los de la escuela comentaban: —Que chicos tan guapos —decía Minerva— Y más ese que se llama Oscar. —Si —le dice Martha —Pero ese es para mí. —Claro que no —le responde Minerva— Ese me lo quedo yo. —Pues no están tan mal —comenta Leticia— Pero vi uno mejor que ese. —Pues a mí me pareció linda la chica que se llamaba Diana —comenta Samuel. Los chicos volvían al hostal, Oscar y Román platicaban entre sí: —¿De veras vamos a ir de nuevo a la iglesia? —pregunta Román. —Claro —dice Oscar— Ya se me pasó el miedo de ayer. —Bien —dice Julio— Esta noche iremos de nuevo a la iglesia abandonada. —Si —le responde Oscar y continúa—: Por cierto, esa chica. —¿Cuál? —le pregunta Román. —La que se llamaba Leticia —le dice Oscar. —¿Esa qué? —le cuestiona Román. —Todo el tiempo te estaba mirando, analizando como escáner, creo que le gustas —le dijo el chico. —No creo —dice Román —Si —le dice Oscar— Me sorprende que no te hayas dado cuenta. —Sí me di cuenta —le dice Román— Pero no le hice mucho caso, ya sabes en quién estoy interesado. —¿Y crees que te haga caso? —le pregunta Oscar. —No lo sé —le responde— Pero lo voy a intentar. —Pues pónte al tiro —le dice Oscar— Porque vi que el que se llamaba Samuel, se le quedaba viendo a Diana. —¿En serio? —pregunta Román. —Palabra —le dice Oscar— No despegaba sus ojos de ella. —Rayos —dice Román y cambiando de tema para evadir el asunto—: Además bien que me di cuenta que las chicas que se llamaban Beatriz, Minerva y Martha se te quedaban viendo a ti. —Si —le dice Oscar en un tono de presunción— Ya lo sabía. —Maldito suertudo —le dice Román. —No es mi culpa sabes —le dice Oscar— Así soy yo. El primer fantasma Esa noche, mientras los señores y los otros chicos dormían, los 12 que habían salido la noche anterior volvieron a escabullirse y llegaron al kiosco a esperar a los otros chicos, eran las 11 de la noche. Esperaron 5 minutos y nada. —A mí se me hace que les dio miedo —menciona Julio. —Posiblemente —dice Julián. —Miren —señala Román— Allí vienen. Los 10 chicos llegaron con mochilas, lámparas y todo lo necesario. —Perdón —se disculpaba Leticia— Nos costó un poco de trabajo escaparnos. —Yo pensaba que se habían acobardado —les dice Julio. —Claro que no —les dice Josué— Ya estamos aquí. —Pues vamos a la iglesia —les dice Julián. —De acuerdo —contestaron los otros. Los chicos comenzaron a caminar en dirección a la iglesia, de manera lenta e iluminados por la luz de la luna, lo curioso es que al parecer, a Oscar la iban siguiendo bastantes chicas, incluyendo a Martha, Minerva y Beatriz, y a Román, lo seguía Leticia muy de cerca, Diana se dio cuenta y se acercó también al chico. Cuando llegaron de nuevo a la iglesia, habían olvidado esto. Los chicos sacaron sus lámparas. —Bien —decían los 12 chicos del hostal— Aquí estamos de nuevo, vamos. Entraron de nuevo y encendieron sus lámparas, se podían oír los latidos del corazón de la tensión y el miedo. —Tengan cuidado —les advierte Miguel— La estructura de la iglesia está muy débil, podría derrumbarse en cualquier momento. —Lo sabemos —le dicen— Y a pesar de eso estamos aquí. Los chicos caminan por donde caminaron la noche anterior. —Me empezó a dar miedo de nuevo —dice Oscar. —Y tú querías venir ¿No? —le dice Román. —Pues ya estamos aquí —le contesta el chico— Ya qué. Siguen caminando. Julián le dice a Julio: —¿Qué pasó con la bruja de Blair, con Facundo y con los de Extranormal? —No sé —le contesta Julio— Les ha de haber dado miedo venir. —Hey —dice Román— Otra vez.
  • 26. 25 —¿Qué cosa? —le preguntan. —Volví a sentir una presencia detrás de mí —dijo el chico. Los chicos iluminan la parte de atrás y no ven nada. —Allá no hay nada. —Pues yo también lo sentí —dice Leticia. —¿También tú? —le pregunta Román. —Si —le responde ella— Es normal que se sientan presencias aquí. Los chicos siguen caminando y se oyen varios gritos de las chicas que asustan a todos: —¿Qué sucede? —Hay ratones aquí. —Otra vez lo mismo —les dice Julio— No les hacen nada. —Pero son feos —les dice Leticia y abraza a Román, como por un impulso, Diana hace lo mismo gritando de la misma manera que Leticia, Román se pone rojo. Siguen caminando y ven los restos del jarrón que se cayó solo la noche anterior, los 12 chicos se lo comentan a los otros. —¿Y cómo saben que es ese? —Era el único que había. —Más adelante —señala Román con la lámpara— Está el altar mayor y el agujero en el techo, allí se apareció la cosa blanca. —¿En el altar mayor? —Sí. —Entonces vamos allí. Los chicos llegan al altar, en las mismas condiciones que estaba cuando fueron la noche anterior. Voltean hacia arriba y vuelven a ver la misma figura blanca de la noche pasada, acercándose a ellos. —Allí está otra vez —dice Román. —¿Eso fue lo que vieron? —les preguntan los chicos de la escuela. —Si —les responden ellos. —¿Nos vamos de nuevo, corriendo como locos? —pregunta Julio. —No —le responde Josué —Sólo es una mancha de luz, no creo que haga daño. Los chicos ven bajar la mancha de luz frente a ellos, están nerviosos y quieren correr, pero sus piernas no se mueven, la figura empieza a tomar una forma humana, Román fue el primero en darse cuenta y se acerca hasta enfrente de la figura. La figura humana toma entonces la forma de una mujer. Por alguna razón, esto les quita un poco el miedo. La mujer era algo más alta que los chicos, una mujer de una edad aproximada de 25 años, tenía un vestido de novia de color blanco y con estilo victoriano y toda ella era de color blanco, su piel a pesar de tener una tonalidad carnal, estaba muy blanca, tenía el cabello suelto y largo, que le llegaba a los hombros y a la mitad de la espalda. Ella miraba fijamente a los niños con unos ojos azules. Los chicos al mirarla dejaron de sentir miedo, pero no por eso dejaban de estar nerviosos. —No tengo miedo —dijo Román y se acercó lentamente a ella. —Espera —le dijo Leticia— Puede ser peligroso. —No lo creo —les dijo el chico sin apartar su mirada de la aparición, caminó hacia ella como hipnotizado y estuvieron frente a frente. —Que hermosa se ve, con la luz de la luna que le cae en el rostro —decía Oscar. —Si —le decían casi todos los hombres allí reunidos— Es hermosa. También las chicas lo reconocían. Román y el fantasma se veían y los chicos veían también esto, luego de unos segundos que se hicieron eternos, el fantasma movió la boca, como queriendo decir algo, pero no entendieron. —Parece que quiere hablar —dice Diana. —Pero no se le entiende nada —dice Julián. De repente, el fantasma se desvaneció y desapareció frente a ellos. Román seguía allí como ido hasta que le hablaron. —Román ¿Qué paso? —le preguntaron. —El fantasma me habló —le dice a los chicos. —Pero no se le entendió nada —le dijeron. —Yo si le entendí —les dice el chico— Me pidió ayuda. —¿Ayuda? —Sí, pero sólo dijo eso —dijo el chico. —No puedo creer que hayamos visto un fantasma frente a frente —menciona Oscar— Y no nos dio miedo. —Eso es muy valiente —le dice Beatriz. —Bueno chicos —les dice Julio— Creo que es hora de irnos. —Buena idea —les dicen.
  • 27. 26 Los chicos llegan de nuevo al pueblo y se despiden de los demás, los 12 chicos caminan al hostal. En el camino Román le comenta a Oscar: —Sabes, cuando tuve al fantasma frente a mí, no me dio miedo, hasta eso me dio un poco de lástima. —¿Por qué? —le pregunta su primo. —No lo sé —le contesta Román— Vas a pensar que estoy loco, pero creo que pude ver en sus ojos mucha tristeza. —Pues yo no sé —le dice Oscar— Pero para mí ese fantasma estaba linda. —Si —interviene Julio— Dan ganas de desear que estuviera viva. —¿Para qué? —le preguntan los otros. —Ehhh… no por nada —le responde Julio. Los chicos llegan al hostal y se acuestan a dormir, pero Román tarda en dormir, porque se quedan pensando en lo sucedido. Invitación Al otro día los señores despiertan a los chicos. —Levántense chicos, vayan a desayunar. Los chicos se incorporan y entran al comedor, la comida ya estaba servida, ellos se sientan. —¿Ustedes no comen? —les pregunta Diana a los señores. —No —le responden ellos— Nosotros ya desayunamos. —Vamos a salir a un pueblo cercano a conseguir algunas cosas, ¿no les gustaría venir? —dice el señor Pedro. —Sí, me gustaría… —menciona Oscar, pero siente un codazo de su compañera de al lado. —¿Qué? —preguntan los señores. —No… nada, olvídenlo —les dice el chico— Mejor me quedo. —Bien —les dicen los señores— Volveremos en la noche, les dejamos encargado el lugar. —¿Y si vienen clientes a hospedarse? —preguntan los chicos. —No creo —les dice el señor— Pueden pasar semanas sin que vengan personas. Los señores se van y Oscar le dice a Jennifer, que fue la que le dio el codazo: —¿Por qué me pegaste? —No seas tonto —le dice ella— Nos dejaron todo el lugar para nosotros. —¿Y eso qué? —le responde Román— ¿Qué podemos hacer aquí? —¿Qué les parece si damos una vuelta por el pueblo? —propone Jennifer. —¿Todos juntos? —No sé, tal vez por allí podríamos separarnos y ver qué encontramos de interesante —dice la chica. —Bien. —O podríamos visitar a los chicos de la secundaria de nuevo —sugiere Román. —¿Pues a quién quieres ver? —le dice Julio. —Yo creo que a Leticia —le dice Oscar. —¿Ah sí? —le contesta Román— Pues tú vas a ver a Martha, a Minerva y a Beatriz ¿No? —Ya cálmense —les dice Julián— Primero acaben de desayunar y luego vamos. —Si —le responden los otros. Luego Oscar se dirige a Román: —No me digas que no te has dado cuenta. —¿De qué? —pregunta Román. —Le gustas a Leticia —le dice Oscar. —¿Y eso qué? —Qué Diana esta celosa. —¿Celosa? —Si —le responde Oscar— Ayer cuando fuimos a la iglesia, Leticia se te pegó todo el camino, Diana lo vio, y también se te pegó. —¿A poco? —menciona Román. —¿Qué no te diste cuenta? —le dice Oscar y continúa—: A mí me pasa algo parecido con Martha, Minerva y Beatriz, se me acercan y luego llegan las otras 4 chicas. —¿Tantas mujeres para ti solo? —le dice Román— Pero si tú qué sabes de eso, lo dices, puede que tengas razón. —Claro que la tengo —le dice Oscar. —Pero pienso que Diana sólo hace eso, porque le cae mal Leticia —le dice Román. —Pero le cae mal porque está celosa —aclara Oscar. —¿Eso crees? —pregunta Román. —Claro —le dice Oscar pasando su brazo por detrás del cuello del chico— Ahora tienes dos para escoger, que complicado ¿No? —Ni tanto —le dice Román— Leticia sí está bonita. —La verdad si —le dice Oscar