1) El documento habla sobre la necesidad de desaprender las viejas prácticas educativas y rutinas para crear un nuevo camino de educación. 2) Propone que la educación debe ser un proceso colectivo, lleno de ilusión y esperanza, en el que los educadores sean constructores de caminos en lugar de seguir senderos trazados por otros. 3) Finalmente, señala algunos cambios necesarios como pasar de enseñar conocimientos a enseñar a vivir y centrarse más en el aprendizaje de los estudiantes.
1. Aprender a desaprender: Necesidad de una nueva
cultura educativa ANTONIO PÉREZ ESCLARIN
Eduardo Galeano nos recuerda la historia, que es también de
Mario Benedetti, de aquel hombre y aquella mujer que, fascinados por ese paisaje
de colorido y luz que veían brotar ante sus ojos, se dijeron fascinados: “Vamos a
buscar el horizonte”. Caminaban y caminaban, y a medida que avanzaban, el
horizonte se iba alejando de ellos. Decidieron apresurar sus pasos, no detenerse ni
un momento, desoír los gritos del cansancio, el hambre, la sed…Inútil, por mucho
que aceleraron la marcha y multiplicaron sus esfuerzos, el horizonte seguía
igualmente lejano, inalcanzable. Cansados y decepcionados, con los pies
destrozados de tanto andar y ante el vértigo de la sensación de haberse fatigado
inútilmente, se tumbaron sobre el piso y se dijeron derrotados: “¿Para qué nos sirve
el horizonte si nunca vamos a alcanzarlo?” Y oyeron una voz que les decía: “¡Para
que sigan caminando!”
En educación, como en la vida, no hay camino hecho, se hace camino al andar.
Muchos piensan que el camino ya está hecho y se lanzan a recorrerlo
rutinariamente: programas, clases, evaluaciones, notas…Se suceden los cursos y
los años siempre iguales. La gran tragedia de la educación es pensar que educar
es recorrer rutinariamente caminos trazados por otros y no inventar caminos
nuevos. La rutina crea la ilusión de que se camina, pero es un movimiento que, si
bien se presenta como fácil, nos va alejando de la meta porque nos va desalmando,
nos va agusanando el corazón, nos hace perder el entusiasmo, lleva a
convencernos de que no existe horizonte alguno.
Otros hablan de la necesidad de buscar caminos nuevos, de que ya no sirven los
viejos, pero se quedan instalados en sus seguridades, hablando del camino, en
lugar de ponerse a trazarlo. Tal vez, cambian sus palabras, asimilan el discurso de
los cambios, pero siguen enquistados en las viejas prácticas, rituales y rutinas, que
con frecuencia les llevan en dirección opuesta a la que dicen quieren ir o están
yendo. Olvidan la pedagogía, esa necesaria reflexión de la práctica para adecuarla
a las intencionalidades, para que el hacer pedagógico sea coherente con los fines
y las metas, para convencerse de una vez que los frutos que queremos recoger
deben estar ya implícitos en la semilla, que es imposible educar para, si no
2. educamos en: Educar en y para la participación, en y para el trabajo, en y para la
creatividad, en y para la libertad, en y para la convivencia…
Hay quienes confunden el camino con las superautopistas que nos brindan las
nuevas tecnologías y piensan que si ponemos computadoras e Internet en las
escuelas y si incorporamos a las aulas el powerpoint y el videobim, ya tenemos
resuelto el problema educativo. Ignoran que las nuevas tecnologías son sólo medios
que debemos saberlas aprovechar, pero que ciertamente no nos van a librar del
esfuerzo de “hacer camino”.
Otros confunden el camino con el mapa: gastan sus energías en elaborar una
maravillosa planificación estratégica, con su misión y su visión perfectamente
redactadas, en la que plantean su proyecto educativo, especificando objetivos y
estrategias, pero el proyecto queda ahí, en el papel, no pone a caminar la escuela
en un movimiento innovador, consciente y reflexivo, no desrutiniza las prácticas, no
enseña a desaprender, no genera participación, investigación, entusiasmo,
cooperación.
Tan negativo es no tener horizonte como pensar que ya hemos llegado a él o peor,
creer que somos el horizonte. La autocomplacencia impide avanzar. El único modo
de conseguir el horizonte es seguirlo buscando, porque la meta no está al final del
camino, sino que consiste precisamente en seguir caminando y buscando siempre,
en no claudicar, en administrar la esperanza y seguir fieles en la búsqueda de una
educación siempre renovada. Esto exige vivir en estado de éxodo. Cada día exige
sus rupturas con prácticas acomodadas, rutinas, hábitos…Supone que los
educadores se asuman como constructores de caminos y no como dadores de
programas y caminadores de sendas abiertas por otros; como protagonistas de los
cambios necesarios, como investigadores en la cotidianidad de las aulas y escuelas,
lo que sólo es posible si se hace de la reflexión permanente , de la pregunta, del
diálogo de saberes, una práctica habitual, si cada uno se asume más como aprendiz
que como docente (“El sabio quiere aprender; el necio enseñar”), lo que supone
humildad, un estado de insatisfacción permanente y sobre todo el disfrute: El
educador es una persona que goza con lo que hace, que acude con ilusión, “con el
corazón maquillado de alegría”, a la tarea diaria, porque entiende y asume la
transcendencia de su misión, porque se siente educador, maestro, no por
obligación, sino por vocación, y entiende y asume que toda genuina educación
supone una propuesta ética, política y pedagógica para la transformación.
Este caminar haciendo camino no puede ignorar el contexto tanto nacional como
mundial, donde cada día resulta más y más difícil educar: Polarización extrema que
lleva a vernos como enemigos, renuncia a la crítica (la “verdad” es la “verdad de los
3. míos), incapacidad de diálogo genuino, de escucha profunda para comprender y
colaborar, aplastamiento de la diversidad como riqueza, violencia, inseguridad e
impunidad, miedo; renuncia de los padres a asumirse como los primeros y
principales educadores; relativismo ético( “Todo vale”, si me produce ganancia,
poder, placer…El fin justifica los medios), consumismo, mediocridad, insensibilidad,
vida light, fe que no se traduce en compromiso de vida, sobreinformación que asfixia
el pensamiento….
Este hacer camino al andar, este permanente desaprender, esta conversión,
supone que debe ser:
Un caminar colectivo. Todos somos necesarios en actitud de búsqueda. Abrir
caminos conlleva siempre la aventura y el riesgo de equivocación y de pérdida, pero
son aventuras y riesgos de aprendizaje creativo y emancipador. “El que cambia,
puede equivocarse. El que no cambia, vive equivocado”. Existir es cambiar.
Cerrarse al cambio es darle la espalda a la vida. En el momento en que dejas de
buscar el cambio, es que te han cambiado a ti. Los tiempos de incertidumbre y crisis
que vivimos, deben espolear el pensamiento crítico y autocrítico, la creatividad y el
coraje de los genuinos educadores. No basta con exigir que la educación se adapte
a los cambios, sino que ella debe dirigir los cambios en un sentido ético y estético.
Por ello, frente a la creciente colonización de las mentes, la educación debe
orientarse a formar personas capaces de pensar con su cabeza, de pensarse para
constituirse en sujetos autónomos de su propia vida, de pensar la educación para
transformarla, de pensar el mundo humano para todos e involucrarse en su
transformación.
Un caminar lleno de ilusión y de esperanza. Es imposible educar sin esperanza. El
desencanto, como el miedo, es falta de fe. Para la fe realmente evangélica,
enraizada en la paradoja de la cruz, el fracaso no existe; no puede existir el
desencanto. Moltman afirma que “la esperanza es el centro de la fe cristiana”, y
Gabriel Marcel decía que la “esperanza es la tela de la que está hecha nuestra
alma”. Pasar del desencanto al re-encanto. ¡Otro mundo es posible! ¡Otra vida es
posible! ¡Otro país es posible! ¡Otro colegio es posible! ¡Otra educación es
posible!…. La educación no puede ser meramente un medio de ganarse la vida,
sino que tiene que convertirse y ser un medio para ganar a la vida a los demás, para
provocar ganas de vivir con sentido y con proyecto. Para aprender a vivir, a defender
la vida donde quiera que esté amenazada, a convivir con el otro diferente, a dar
vida, a dar la vida. Anatole France decía que: “Nunca se da tanto como cuando se
da esperanza”. No podemos renunciar a nuestra vocación de constructores de
historia. La educación exige la convicción de que es posible el cambio, implica la
4. esperanza militante de que los seres humanos podemos reinventar el mundo en
una dirección ética y estética distinta a la marcha de hoy. Esperanza crítica, no
ingenua, que necesita del compromiso y sobre todo del testimonio coherente para
hacerse historia concreta. El Derecho a soñar no aparece en la Declaración de los
Derechos Humanos, pero sin este derecho y sin el agua que da de beber a los otros,
todos los demás derechos se morirían de sed. Soñemos que es posible una
educación distinta, una Venezuela fraternal, un mundo humano y humanizador y
hagamos del sueño un proyecto de vida. Todas las grandes conquistas de la
humanidad comenzaron siendo el sueño de algunos inconformes que entregaron
su vida a conseguir el sueño y fueron capaces de arrastrar a otros en la construcción
del sueño imposible. Lo imposible de hoy, será la realidad de mañana. Soñemos y
hagamos del sueño un diseño, por ello, “disoñemos” el nuevo futuro, la nueva
educación, el mundo nuevo. El Cardenal Suenens declaraba: “Felices los que tienen
la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su
sueño tome cuerpo en la Historia”. Pero hay que anunciar y vivir una esperanza
creíble. No se trata de esperar sentados. Esperamos andando, caminando. Según
Marcuse, “la esperanza nos ha sido dada para servir a los desesperanzados”. De
esperanza en esperanza caminamos, esperanzándonos, esperanzando
(Casaldáliga). No sólo hacemos camino andando. Somos camino.
A continuación, voy a señalar brevemente algunos cambios necesarios y urgentes
en esa perspectiva del desaprender:
1.-De docente a educador (De enseñar conocimientos y materias, a enseñar a vivir).
Hoy la gran tarea de todos es educar, humanizar, ayudar a cada persona a descubrir
su misión en la vida y a vivirla en plenitud. En consecuencia, cada docente debe
ser, antes que profesor de una materia, un educador. Su tarea primordial es ayudar
a cada estudiante a conocerse, aceptarse, quererse, y emprender el camino de su
propia realización, para alcanzar la plenitud y la auténtica felicidad. Ahora bien, la
plenitud sólo es posible en el encuentro, pues como decía Camus: “Es imposible la
felicidad a solas”. De ahí la necesidad de enseñar el amor y enseñar con amor. El
amor nos realiza, nos constituye como personas. Desgraciadamente, el corazón no
va a la escuela. El amor es donación, entrega. “Amar es querer el bien para el otro
en cuanto otro”, como lo definió Aristóteles. Supone salir de uno mismo (egoísmo)
para buscar el bien y la felicidad del otro. En definitiva, amar implica buscar la
fraternidad universal y cósmica, educar para convivir con el otro diferente, y sobre
todo educar para la solidaridad, para el servicio, que es una forma privilegiada de
amar. En definitiva, sólo será posible convivir, es decir, vivir con, si hay personas
dispuestas a vivir para, a servir, a constituirse en una verdadero regalo para los
demás. Este es el sentido verdadero de la espiritualidad cristiana: Seguir a Jesús
5. es proseguir su proyecto, construir la fraternidad, convertirse al Dios de Jesús, a la
religión de Jesús, a los valores de Jesús.
No podemos olvidar que todos educamos o deseducamos, pues “enseñamos lo que
somos”. Es imposible educar de un modo neutro. Los alumnos no sólo aprenden de
sus educadores, sino que aprenden a sus educadores. Cada profesor, además de
su materia, enseña una gran variedad de lecciones: De inclusión o de exclusión; de
respeto o irrespeto; de responsabilidad o irresponsabilidad; de cariño o miedo; de
amor a la materia, o aborrecimiento; de honestidad o deshonestidad; de igualdad o
preferencia; de autoestima o desprecio de sí mismo…(Reflexión sobre los maestros
y profesores que hemos tenido. ¿Cómo los recordamos? A algunos con dolor: nos
deseducaron; a otros con indiferencia; a algunos con verdadero agradecimiento:
nos sentimos comprendidos, valorados, ayudados, queridos…¿Cómo me van a
recordar los alumnos que tengo?).
.
2.-De la enseñanza al aprendizaje (Del aprendizaje de la cultura, a la cultura del
aprendizaje)
El derecho a la educación es derecho al aprendizaje. Los docentes enseñamos,
pero ¿qué aprenden los alumnos? ¿Aprenden a ser mejores, a convivir con los otros
diferentes, a hacer, a resolver problemas, a aprender permanentemente, a lo largo
y ancho de toda la vida? Hay que democratizar el derecho al aprendizaje. La
pedagogía debe ser paidocéntrica y no magistocéntrica. Los docentes están al
servicio de los alumnos, para ayudarles a aprender, y no al revés. La planificación
debe partir de los alumnos, de sus saberes e inquietudes, y busca motivarlos para
que quieran aprender (no parte del texto, del programa). Los textos y programas
están al servicio del alumno y no al revés. Hay que leer la calidad desde el
aprendizaje. Hay que garantizar a todos las herramientas esenciales para un
aprendizaje autónomo y permanente (lectura, educación lectora, hacer alumnos
lectores, multialfabetización: lectura de todo tipo de textos y del contexto, de los
nuevos lenguajes digitales; escritura: enseñar a producir, más que a reproducir, la
escritura es un medio de pensamiento, de comunicación, de creatividad…; lógica,
solución de problemas; ubicación espacio temporal…) y actitudes (curiosidad,
investigación, deseos de aprender y de hacer las cosas cada vez mejor, exigencia,
esfuerzo…) El fin no es enseñar, sino lograr que todos (discriminación positiva) los
alumnos aprendan. Error de confundir memorización con aprendizaje (uno sólo se
aprende de memoria lo que no entiende. Hay que cultivar la memoria no como
trastero de cosas inútiles, sino como almacén de semillas que van a posibilitar
nuevos aprendizajes). No es lo mismo aprendizaje que rendimiento escolar, que
6. notas. Se estudia para pasar, para sacar buenas notas, pero no para aprender. Todo
gira en torno a indicadores cuantitativos: cuántos ingresaron, cuántos concluyeron,
cuántos desertaron…pero no se mide qué aprendieron y para qué les sirve lo
aprendido. La calidad del docente y del sistema se mide por los aprendizajes de los
alumnos (calidad integral. Personas: padres, madres, esposos de calidad;
ciudadanos de calidad, profesionales de calidad, cristianos de calidad).
Calidad del docente: Valora su profesión y la ejerce con orgullo y responsabilidad.
Va al centro con ilusión, se prepara bien, disfruta enseñando, comunica su
entusiasmo, contagia, planifica para motivar, para lograr que sus alumnos disfruten.
Vive en formación permanente (como persona, como profesional, como ciudadano)
para ser mejor y hacer cada vez mejor lo que hace. Persona cercana y cariñosa (en
educación es imposible efectividad sin afectividad, calidad sin calidez). Se preocupa
por los alumnos, los quiere (ellos se sienten queridos, valorados, tomados en
cuenta; sienten que el profesor está a su servicio, está para ayudarles); quiere su
materia (por eso, siempre está buscando, investigando, leyendo, comprando
nuevos materiales…). Tiene expectativas positivas respecto a todos y cada uno de
sus alumnos. Se responsabiliza por los resultados.
3.-Del individuo a la comunidad.
Los centros educativos deben entenderse y asumirse como comunidades de vida,
de participación democrática, de búsqueda intelectual, de diálogo y aprendizaje
compartido, de discusión abierta sobre las tendencias socializadoras. Comunidades
educativas que rompan las absurdas barreras artificiales entre escuela y sociedad,
en las que se aprende porque se vive, porque se participa, se construyen
cooperativamente alternativas a los problemas individuales y sociales, se fomenta
la iniciativa, se toleran las discrepancias, se integran las diferentes visiones y
propuestas, se construye, en breve, la genuina democracia. Maestros y alumnos
aprenden democracia viviendo y construyendo realmente su comunidad
democrática de aprendizaje y vida. De ahí que el modo de organización y de
comunicación, de ejercer la autoridad y el poder, la forma en que se tratan los
diferentes miembros de la comunidad educativa, el respeto a la diversidad y las
diferencias, la responsabilidad y el compromiso con que cada uno asume sus tareas
y obligaciones, la defensa de los derechos de los más débiles, la solidaridad y
discriminación positiva que se practica en todos los recintos y tiempos escolares
que privilegia a los menos favorecidos y estimula la pedagogía del éxito para todos,
la manera como se resuelven los problemas y se enfrentan los conflictos (la calidad
de un centro educativo no se determina por si tiene o no conflictos, sino por el modo
de resolverlos), los modos de celebración, trabajo y producción, deben en cierta
7. forma expresar el modo de vida y de organización de la nueva sociedad que
buscamos y queremos. Se trata, en definitiva, de transformar profundamente
nuestros centros educativos para que se transformen en semillas y ya también
microcosmos de la nueva sociedad que pretendemos.
Esto sólo será posible si nos reculturizamos y vamos pasando progresivamente de
la cultura del individualismo que tanto practicamos y fomentamos en los centros
escolares a la cultura de la cooperación y la comunidad. Debemos combatir con
decisión el aislamiento de los docentes (cada uno se considera en su aula dueño y
señor, raramente se visitan en los salones para aprender del compañero, no
planifican ni evalúan juntos, no se resuelven los problemas de uno entre todos, no
se contrastan ni debaten las propuestas pedagógicas, no hay tiempos para la
reflexión cooperativa…); el individualismo e insolidaridad de los alumnos que
buscan el éxito académico sin preocuparse por el fracaso de los demás; y el
desinterés y desconexión educativa de los padres y representantes. La creación de
culturas cooperativas y comunitarias entre directivos, maestros, profesores,
alumnos y comunidad contribuye a aprovechar las experiencias de unos y de otros,
pone los recursos a disposición de todos, proporciona apoyo y estímulo y crea un
clima de confianza en el que no se ocultan, sino que se enfrentan los problemas y
se celebran los éxitos. Los alumnos aprenden a compartir, más que a competir.
Y no olvidemos que reculturizar implica reestructurar, lo que a su vez, implica
promover la verdadera participación (no la falsa, la sumisa: padres que vienen
cuando los llamamos y hacen lo que les indicamos; alumnos que estudian y
obedecen; docentes que cumplen con su deber y nunca proponen nada), y estar
dispuestos a redistribuir o democratizar el poder.
Comunidad de aprendizaje (Comunidad inteligente que se autocorrige y se
renueva): En una verdadera comunidad democrática de aprendizaje, docentes,
alumnos y comunidad han de estar real y activamente implicados en la elaboración
y desarrollo de las decisiones más importantes. El hecho de trabajar juntos no es
sólo una forma de establecer relaciones y de resolución de conflictos, sino que es
también fuente de aprendizaje: ayuda a reconocer problemas, a allanar dificultades,
a responsabilizarse, a instar y afrontar el cambio, a contemplar los problemas como
cuestiones a resolver y no como ocasiones para culpar a otro, a valorar las voces
diferentes e incluso las disidentes.
Una comunidad de aprendizaje asume la calidad como tarea colectiva, que
compromete a todos. Todos se plantean como reto, tanto personal como colectivo,
mejorar. Esto implica estar activamente comprometidos en combatir y superar la
cultura de la rutina, de la tarea, del conformismo, de los rituales burocráticos, para
8. hacer de cada centro educativo una organización inteligente, que aprende
permanentemente de lo que hace. La organización sólo puede aprender cuando sus
miembros lo hacen; sin aprendizaje individual, no puede haber aprendizaje
organizacional. Pero el aprendizaje organizacional no se da sin más si los individuos
aprenden; sólo se da de la reflexión en equipo acerca de cada uno de los
aprendizajes. Senge plantea que las organizaciones que aprenden son aquellas en
las que las personas aprenden continuamente y juntas a aprender. Ya no se trata
meramente de organizar el aprender, sino también de aprender a organizarse.
El genuino aprendizaje implica cambio en la conducta. Si no hay cambio, no hay
aprendizaje. De ahí que lo verdaderamente difícil para aprender a aprender, es,
como lo venimos repitiendo, aprender a desaprender, a transformar la rutina y los
modos de hacer las cosas que se han enquistado en la cultura escolar. La
organización inteligente es una organización que se autocorrige y se renueva.
Todos aprenden y aprenden de todos. Cada miembro (directivo, docente,
administrativo, obrero…) se siente parte importante e insustituible de la
organización, identificado con su misión y como tal comprometido en su mejora
continua, en la solución de los problemas. Más que como docente de un grado o de
una materia, o como ejecutor de una tarea, cada uno se percibe como miembro de
un proyecto. La identidad con la misión del centro le exige involucrarse activamente
en su mejora continua, en la superación de los problemas y en la transformación
permanente. Por ello, siente como suyos los logros y los fallos, los éxitos y las
carencias. De esta forma, la fidelidad no es tanto con la memoria (el pasado), sino
con la imaginación (creatividad). Cada uno se percibe no como un trabajador que
cumple con las tareas asignadas, sino como protagonista de los cambios educativos
necesarios, como creador de nuevo currículo, de nuevas relaciones, como gestor
de la nueva educación de calidad que se pretende.
Cuando un centro educativo se decide a aprender en serio entra en un círculo
vivificador: es un centro en el que se experimenta, se reflexiona, se investiga, se
innova, se escribe, se difunde, se lee, se comparte, se compromete. En ese centro,
no hay lugar ni para solitarios ni para insolidarios.
Comunidad de vida. Cada uno percibe al otro como compañero, como aliado, como
alguien dispuesto a ayudar y al que se puede ayudar. Todo el personal del centro
educativo es un gran equipo, unido en la identidad y en la misión, en el que cada
uno asume su trabajo con entera responsabilidad y cuida y se preocupa por los
demás. La colaboración y la cooperación combaten el individualismo, la
competitividad, el conformismo, pasivismo, mediocridad; nutren a todos e impulsan
a cambiar actitudes, superar barreras, desarrollar autonomías. No es posible hoy la
9. verdadera calidad de un docente si no es capaz de trabajar en equipo
4.-De la evaluación punitiva, a la evaluación formadora.
Necesitamos pasar de enseñar para evaluar, a evaluar para enseñar mejor. Más
que juzgar el pasado, la evaluación debe ayudarnos a preparar el futuro. La
evaluación debe asumirse como una cultura tanto individual como colectiva y
permanente para revisar los procesos y los resultados y emprender los cambios
necesarios. Evaluación que ayuda a descubrir tanto al alumno como al docente sus
fortalezas, sus carencias, sus necesidades. Evaluar no para clasificar y castigar,
sino para ayudar, para evitar el fracaso, para que todos tengan éxito.
No olvidemos que cada docente es evaluado a la luz de los resultados de las
evaluaciones que propone. El único modo de demostrar la idoneidad de un docente
es mediante los éxitos de sus alumnos. Si ellos salen mal, él también sale mal. (Hay
educadores que se enorgullecen de sus fracasos). La genuina evaluación no castiga
nunca el error, sino que lo asume como una maravillosa oportunidad de aprendizaje
(si decimos que el error enseña, ¿por qué lo castigamos?).
Es muy necesario pensar bien las evaluaciones, para ver qué queremos lograr con
ellas, para determinar si realmente estamos insistiendo (y logrando) lo importante,
lo que habíamos planificado. ¿Qué queremos: alumnos que sepan marcar o que
sepan redactar; alumnos capaces de exponer su propio pensamiento o que sepan
repetir el de los demás; alumnos egoístas e individualistas o alumnos generosos y
solidarios? ¿Alumnos que sacan buenas notas o que van adquiriendo un
aprendizaje autónomo y la capacidad y el deseo de seguir aprendiendo siempre?
¿Qué significa que un alumno pasó sociales con 15, si unos meses después no
tiene la menor idea de los procesos históricos, sociales, culturales…? ¿Qué miden
en verdad las notas o calificaciones? Resulta una verdadera tragedia el comprobar
que la mayoría sólo estudia para pasar y no para aprender. El mundo educativo se
reproduce a sí mismo. La mayor parte de las cosas que se aprenden en la escuela
y el liceo sólo sirven para continuar en ellos, no sirven para la vida, por eso se
olvidan y no pasa nada. Si enseñamos a pensar, a producir, a crear, las
evaluaciones deben ser ejercicios de pensamiento, de producción, de creación (y
en esto es muy difícil copiarse). No olvidemos nunca que la finalidad de un buen
maestro es hacerse inútil: es decir, que ha enseñado a sus alumnos de tal modo a
aprender que ya no necesitan de él.
5.-De la formación puntual y para obtener diplomas, certificados y títulos, a la
formación permanente para transformar las prácticas y transformarse como
persona.
10. Ser educador es vivir en formación. En estos tiempos de Cambio de Época, más
que Época de cambios, el docente que ha dejado de aprender se convierte en un
freno y un obstáculo para el aprendizaje de los alumnos. (En nuestra sociedad de
la información, los conocimientos, como los yogures, nos vienen hoy con fecha de
vencimiento). ¿Cómo va a provocar el deseo de aprender el docente que no lo
tiene? ¿Cómo va a entusiasmar a los alumnos el docente que ha perdido la ilusión?.
Hay que seguirse formando siempre, pero no todo estudio es formativo, es
transformador. Algunos estudios más que formar, deforman, echan a perder.
Algunos se suben a la altura de sus nuevos títulos como si fueran un pedestal y
desde allí empiezan a considerarse superiores a los demás. Muchas tesis vacunan
contra el verdadero deseo de investigar, de resolver problemas, de presentar
aportes. Muchos postgrados son verdaderos procesos de corrupción, donde se
venden tesis, se roban ideas, y sin embargo, el graduado no se plantea cómo obtuvo
su título, sino que tiene título. Algunos, con sus estudios de postgrado se alejan de
los alumnos, de los compañeros, no aceptan las críticas, piensan que uno lo hace
bien, que es un buen docente, porque tiene un postgrado… Necesitamos títulos que
nos permitan descender, bajar al nivel de los alumnos con más debilidades, para
ayudarles a levantarse .Como dice García Márquez: “Nadie tiene derecho de mirar
a otra persona de arriba abajo si no es para ayudarle a levantarse”). Estudios que
realmente lleven a mejoras en el aprendizaje de los alumnos.
Hay que formarse para transformarse como persona, como ciudadano, como
educador, para ser mejor y hacer mejor. Vivir siempre en proceso de formación.
Formarse es construirse, inventarse, soñarse, llegar a ser esa persona, ese padre,
esa madre, ese hijo, esa vecina, ese educador que uno aspira ser. Necesitamos
conocimientos que lleven a co-nacimientos. Conocimientos que lleven a
compromisos, conocimientos que sirvan para servir. Formarse para irse
convirtiendo en un profesional de la reflexión, que va sometiendo a crítica todo: lo
que es, lo que hace, lo que sucede (reflexiona sobre el ser, sobre el hacer, sobre el
aprender, sobre el acontecer). En educación se reflexiona muy poco. Hay un fuerte
déficit de pedagogía. Reflexión para irse convirtiendo en un investigador en la
acción, de la acción, para la acción. El aula y el centro se van transformando en un
taller, en un laboratorio de investigación, de solución de problemas…
El proceso de formación debe ser colectivo: se trata de convertir la escuela o el liceo
en un centro de formación no sólo de los alumnos, sino también de sus docentes,
directivos, y comunidad. En ellos se combate con fuerza la rutina, los rituales
escolares, esa cultura escolar enquistada desde años y que asfixia todas las
innovaciones. Todo suceso (entrada y salida de los alumnos, cantina, utilización del
tiempo y del espacio, celebraciones, actos patrióticos, actividades especiales,
11. recreos, visita a la biblioteca, trabajo en los talleres, utilización de las nuevas
tecnologías, semana de la escuela, consejos de maestros, reuniones de
representantes, jornadas formativas…) se asume con espíritu crítico, como
oportunidad para aprender, para mejorar, para cambiar. No podrá enseñar a
aprender quien no aprende de su enseñar; en consecuencia, la práctica pedagógica
debe ser asumida como un proceso de investigación. Los docentes deben entender
que no van al centro educativo sólo a enseñar, sino que van sobre todo a aprender,
a hacerse mejores personas, mejores compañeros, mejores profesionales.
Este proceso formativo debe ser permanente: Si uno sigue necesitando de
formadores, es que no ha terminado de comprender en qué consiste la formación.
Asumir los nuevos estudios no como etapas definitivas, sino como momentos más
intensos y sistemáticos en un proceso formativo inacabado. Es lo que decía el
maestro Rodríguez: “Terminó su formación sólo significa que se le dieron los medios
y actitudes para seguir aprendiendo”.