Elena Medel y su poema 'Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches
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ELENA MEDEL (1985)
La joven Elena Medel es una de las promesas de la literatura española. Se trata de una
de las poetisas andaluzas más conocidas en la actualidad, y ya con 16 años ganó el
premio Andalucía Joven con su primer poemario Mi primer bikini (DVD, 2002).
Posteriormente ha publicado otros dos libros de poemas, Vacaciones (2004) y Tara
(2006) y el cuaderno Un soplo en el corazón (2007). Sus poemas han sido traducidos al
alemán, árabe, esloveno, inglés, italiano, polaco y portugués.
Ha publicado artículos sobre actualidad cultural o viajes en la edición andaluza de El
País, y ejerce la crítica literaria en medios impresos y digitales como Clarín y Mercurio.
Residió en la madrileña Residencia de Estudiantes en 2006. Junto a la también poeta
Alejandra Vanessa, coordina las actividades del colectivo La Bella Varsovia, centrado en
la difusión de la cultura y la promoción de los jóvenes creadores. Su obra aparece en
diversas antologías de la reciente poesía española como La lógica de Orfeo (2003).
A continuación, paso a estudiar uno de sus poemas, titulado “Aquello en lo que te fijas
cuando salimos por las noches”:
Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.
Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
por dentro de tanta soledad.
Elena Medel (2006): Tara.
El poema “Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches” es una
composición que habla de la frustración de crecer, de hacerse mayor y descubrir lo
ingrato que puede llegar a ser la edad adulta. La poeta cordobesa, aún muy joven y con
mucha proyección entonces (y aún), nos habla de su educación sentimental, desde los
cuentos que le narraba su madre hasta lo que descubre más tarde, en ese eterno regreso a
la infancia: “vuelvo a tener diez años”.
Los 14 versos del poema se presentan en dos estrofas, donde el cuerpo principal lo
constituye la primera y la conclusión aparece en la segunda, los dos últimos versos. La
autora se vale de versos polimétricos de arte mayor, desde los 10 hasta los 23, en una
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clara audacia formal propia de la poesía contemporánea. Podemos encontrar rastros de
asonancia (“balbuceos / reino / pequeños”) así como algunos encabalgamientos suaves,
como el llamativo “le quiero / suciamente”. La forma contemporánea esconde el uso
paralelístico de los dísticos donde el verso séptimo (“Y yo susurraba…”) y el
duodécimo (“conducen a una mujer-seria…”) funcionan a modo de conclusión.
Los principales campos semánticos nos remiten a lo mágico de los cuentos frente a los
misterios de la vida, que se corresponden con el período de la niñez y el paso a la edad
adulta, con una línea isotópica presente en todo el poema: los “zapatos”. Así, la niña,
que quizá fuera Medel, recuerda sus “balbuceos” en un “reino eterno”, en una
actualización de la historia de la Cenicienta que le cuenta su madre: “Tus zapatos son
mágicos”.
La llegada al mundo adulto le sirve para “camuflar mi identidad”, lo cual la lleva a ser
“una-mujer-seria”. En este mundo, en la vida de los mayores, se ama “suciamente” y el
encontronazo con la realidad la lleva “Descalza, de puntillas” a ser de nuevo una niña:
“vuelvo a tener diez años”, con los miedos que esa edad entraña: “a morirme / (…) de
tanta soledad”.
El diálogo entre la madre con la hija (“Mi madre me enseñó”) nos remite a una
educación tradicional en la que convine ceder el cuerpo (“renunciando a la propiedad
particular”) y que la anima a creer en ella misma (“me convenció de que podría
transformar los balbuceos / en música de cámara”). Ahí aparecen los cuentos, los
cuentos de hadas tan necesarios en el desarrollo de la imaginación de los niños, en esos
“zapatos” que nos remiten a la Cenicienta (“Tus zapatos son mágicos”). La madre le
habla los príncipes (“Pierde uno y ganarás un marido”), mientras que la niña sueña para
sí con su príncipe azul: “Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él”.
Entonces, la niña crece y toma decisiones respecto a su vida, donde los zapatos de
“colores” le servirían “para camuflar mi identidad” o, si son “sobrios”, ser ella misma.
Esta contraposición, esta dualidad de la vida adulta donde se conjuga lo personal y lo
laboral, la lleva a ese príncipe azul con el que soñaba y del cual se ha enamorado: “le
quiero /suciamente”. El amor y el sexo ya no son cuentos de hadas, la cenicienta ha
descubierto el amor en la vida adulta.
Así, la nueva princesa se encuentra con el desamor y, “Descalza, de puntillas”, es la
nueva cenicienta que ha perdido los dos zapatos de tacón, sufre y llora la pérdida del
príncipe que no era tan azul, sino a lo mejor verde. La mujer regresa a la niñez, “vuelvo
a tener diez años”, y al sufrimiento (“y a morirme / por dentro”) porque el mundo adulto
no es grato, “de tanta soledad” y sucio. A esa conclusión ha llegado tras fijarse cuando
“salimos por las noches”.
Pablo Torío Sánchez