Mujeres bíblicas que confiaron en Dios frente a poderosos enemigos
1. Judit y Ester1
Judit llevaba ya tres años y cuatro meses viuda, viviendo en su casa. Se había
hecho construir un aposento sobre el terrado de la casa, se había ceñido de
sayal y se vestía vestidos de viuda; ayunaba durante toda su viudez, a
excepción de los sábados y las vigilias de los sábados, los novilunios y sus
vigilias, las solemnidades y los días de regocijo de la casa de Israel. Era muy
bella y muy bien parecida. Su marido Manasés le había dejado oro y plata,
siervos y siervas, ganados y campos, quedando ella como dueña, y no había
nadie que pudiera decir de ella una palabra maliciosa, porque tenía un gran
temor de Dios. (Jdt 8,4-8)
Debilidad frente a poder
• La experiencia de debilidad es para nosotros algo negativo. La fuerza, el
vigor, la conciencia de poder, nos hacen sentirnos exultantes y sentimos
lástima de aquellos a quienes vemos privados de eso que para nosotros
significa plenitud y vitalidad.
Nos parece natural extender y proyectar en Dios esa misma valoración: «Creo
en Dios Padre Todopoderoso», decimos en el credo como primer artículo de
nuestra fe y, sin embargo, la definición de Dios que encontramos en el NT no
es la de que «Dios es poder», sino que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Hasta la
debilidad de Jesús nos resulta a veces escandalosa y la copla popular de
Machado lo expresa con belleza:
«iOh, no eres tu mi cantar!
No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar».
En algunos manuscritos antiguos de los evangelios, los copistas trataron de
suprimir detalles que ponían de relieve la debilidad de Jesús, como su sudor
de sangre de Getsemaní por ejemplo, como si esa muestra de su fragilidad
humana pudiera poner en peligro la fe en su divinidad.
• La Biblia, sin embargo, intenta convencernos de lo contrario ya desde el AT
y emplea para ello mil recursos. En un pueblo donde los hermanos mayores
tenían todos los privilegios y derechos, se encarga de subrayar que Dios
escoge a los pequeños: Abel frente a Caín, Jacob frente a Esaú, José frente a
sus hermanos, David frente a los suyos. En una cultura en la que la fecundidad
era el valor máximo para una mujer, son precisamente las estériles, las
incapaces de concebir, Sara, Raquel, Ana, Isabel, las que cobran importancia
y sus hijos serán un testimonio de que la acción de Dios se vuelca en esta
debilidad y la transforma. En una sociedad en la que la mujer ocupa un lugar
de inferioridad con respecto al varón y simboliza la no-fuerza, el no-saber, el
no-poder, dos libros bíblicos nos presentan a dos de ellas, Judit y Ester como
realizadoras de grandes hazañas en favor de su pueblo.
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Fuente: Aleixandre, Dolores. La fe de los grandes creyentes. Editorial CCS, Madrid, 1997 (5ª
Edición)
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2. • ¿Es feminista el AT? No lo es en absoluto, más bien refleja la mentalidad de
un pueblo marcado por el signo de lo patriarcal!. Lo que quieren poner de
relieve estos libros es una novedad asombrosa: cuando alguien carece de
posibilidades de actuar por sí mismo, confía en Dios y se pone en sus manos.
EI entonces realiza grandes cosas a través de esa pequeñez.
Ninguna de las dos narraciones tiene pretensiones históricas: los autores se
mueven con total libertad en ese campo, porque lo que les interesa es algo
mas importante: resaltar la victoria del pueblo elegido sobre sus enemigos, no
por medio de su propia fuerza, sino gracias a la intervención de dos mujeres.
JUDIT
• En el escenario que nos presenta el libro de Judit nos encontramos, por una
parte, con un rey divinizado, Nabucodonosor, algo que horroriza al pueblo de
Israel, para quien su Dios es un Dios único y no tolera la gloria de otro. Al
frente de su imponente ejército, esta su general Holofernes, en una situación
de poderío que ha sometido a numerosos pueblos y reyes. Del otro lado esta
Betulia, una pequeña ciudad israelita, incapaz evidentemente de resistir el
sitio de su enemigo.
• Aparece en escena Judit, una mujer viuda, pero joven y hermosa y, sobre
todo, fiel al Señor y acostumbrada a confiarse a EI en la oración. Se diría que
Él la ha estado preparando para una misión y ella obedece y toma sobre sí la
tarea de liberar a su pueblo. Se dirige al campamento enemigo desarmada y
sola y, valiéndose de su atractivo personal, consigue ser invitada a la mesa de
Holofernes y matarle con su propia espada cuando éste se hallaba bajo los
efectos de la borrachera.
La muerte de su general desquició de tal manera a sus huestes, que los
hombres de Israel pudieron perseguirlos y derrotarlos.
EI pueblo entero bendijo a Judit: «Tu eres la exaltación de Jerusalén. Tú el
gran orgullo de Israel. Tu la suprema gloria de nuestra raza» (Jdt 15, 9).
Había sido tan evidente la desproporción entre la superpotencia del enemigo
y la debilidad de aquella mujer que todos reconocieron que había sido Dios
mismo quien, a través de medios inesperados y humanamente
desconcertantes, les había concedido el triunfo.
ESTER
• EI libro de Ester es también un canto a la liberación del pueblo elegido
gracias a la intervención de otra mujer. La historia narra de nuevo otra
amenaza de exterminio, pesando sobre Israel. Los personajes son Asuero,
monarca oriental, Aman, enemigo de los judíos, Mardoqueo, patriota ardiente
y Ester, una mujer judía, a quien Asuero había tomado como una de sus
esposas.
• Aman había conseguido con sus intrigas y su rencor hacia Mardoqueo, a
quien no conseguía someter y que Ie irritaba a por su fidelidad a la ley judía,
que eI rey firmara un decreto para exterminar a los judíos.
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3. Mardoqueo acude a Ester para que ésta interceda por los de su raza: «Quién
sabe si precisamente, para una ocasión semejante, has llegado a ser reina!»
(4, 14). Pero el rey ha ordenado bajo pena de muerte que nadie se atreva a
entrar en su presencia sin su permiso, y menos a interferirse en sus asuntos.
Ester ora el Señor: «Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi socorro,
que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida esta en peligro.
Yo oí desde mi infancia, en mi tribu paterna, que tú Señor, elegiste a Israel de
entre todos los pueblos, y a nuestros padres de entre todos sus mayores para
ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto dijiste.
Acuérdate, Señor, y date a conocer en el día de nuestra aflicción; y dame a
mí valor, rey de los dioses y señor de toda autoridad.
Pon en mis labios palabras armoniosas cuando este en presencia del león» (Est
4, 17I-17m. 17m-17s).
Y, arriesgando su vida, se atreve a acercase al rey.
«AI tercer día, y una vez acabada su oración, se despojo de sus vestidos de
orante y se revistió de reina. Recobrada su espléndida belleza, invocó a Dios,
que vela sobre todos y los salva y, tomando a dos siervas, se apoyó
blandamente en una de ellas, mientras la otra la seguía alzando el ruedo del
vestido. Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro
alegre como de una enamorada, aunque su corazón estaba oprimido por la
angustia. Franqueando todas las puertas, llegó hasta la presencia del rey;
estaba el rey sentado en el trono real, revestido de las vestiduras de las
ceremonias públicas, cubierto de oro y piedras preciosas y con aspecto
verdaderamente impresionante. Alzando su rostro, resplandeciente de gloria,
lanzó una mirada tan colmada de ira que la reina se desvaneció; perdió el
color y apoyo la cabeza sobre la sierva que la precedía. Mudó entonces Dios el
corazón del rey en dulzura, angustiado se precipitó del trono y la tomo en sus
brazos y, en tanto ella se recobraba, Ie dirigía dulces palabras, diciendo:
«¿Qué ocurre, Ester? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi
mandato alcanza solo al común de las gentes. Acércate». Y tomando el rey el
cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester, y la beso, diciendo: «Háblame».
Ella respondió: «Te he visto, señor, como un ángel de Dios y mi corazón se
turbó ante el temor de tu gloria. Porque eres admirable, señor, y tu rostro
está lleno de dignidad» Y, en diciendo esto, se desmayó de nuevo. El rey se
turbó, y todos sus cortesanos se esforzaron por reanimarla. El rey Ie preguntó:
«¿Qué sucede, reina Ester? ¿Que deseas? Incluso la mitad del reino te será
dada».
Respondió la reina Ester: «Si he hallado gracias a tus ojos, ¡oh rey! y si al rey
Ie place, concédeme la vida, este es mi deseo, y la de mi pueblo» (5, 1-3.7-
8).
Israel estaba a salvo.
JUDIT Y ESTER
• Israel recordara sus nombres unidos a palabras gloriosas: valor, audacia,
liberación, salvación. En el fondo de este recuerdo, se guarda una buena
noticia para nosotros, para todos aquellos que se sienten pequeños, débiles,
con conciencia clara de limitación y pobreza. Judit y Ester nos recuerdan
esto: que, cuando alguien reconoce humilde y serenamente su propia
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4. pequeñez y se remite a Aquel que es poderoso y cuyo nombre es Santo, EI se
vuelca en esa debilidad.
Esta experiencia resuena en el Magníficat, en el que María canta las
maravillas que Dios ha hecho en ella, tan pequeña, y que seguirá realizando
en todos los que se encuentran al margen de la historia. María se decidió a
poner su fe en Aquel que levanta a los humildes e invita a los hambrientos a
saciarse de su banquete, mientras que los engreídos, los saciados, los de
arriba, son derribados de sus situaciones de poder.
María de Nazaret llega en su audacia mucho más allá que Judit y que Ester.
Por eso, es ella la verdadera gloria de Jerusalén y la alegría de Israel. Por eso,
es el gran orgullo de ese pueblo que constituimos hoy todos nosotros.
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