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1
GASTÓN COURTOIS
EL ARTE DE DIRIGIR
2
LICENCIA ECLESIÁSTICA
NIHIL OBSTAT:
D. Martín Arroyo
Censor.
IMPRIMATUR:
t JOSÉ MARÍA.
Obispo Aux. y Vicario general.
Madrid, 9 de agosto de 1963.
Con autorización de la Editorial francesa PLEU-KUS. Paris.—Titulo
del original: «L'ART D'ETRE CHEF».—Traductor: Juan Oteo y
Uruñuela, Pbro.
© ES PROPIEDAD Copyright by Sociedad
3
ABATE GASTÓN COURTOIS
Sacerdote francés, perteneciente a la Congregación de los Hijos de la
Caridad.
—Es Procurador general de los Hijos de la Caridad.
—Dignatario de la Iglesia Católica Oriental.
—Director general de la UNIÓN DE LAS OBRAS CATÓLICAS DE FRANCIA.
—Fundador del Movimiento de CORAZONES VALIENTES y ALMAS VALIENTES de
Francia. (Dosmillones de muchachos.)
—Capellán general, nombrado por la Santa
Sede, de la OFICINA INTERNACIONAL CATÓLICA DE LA INFANCIA.
—Director eclesiástico de la UNIÓN DE LAS RELIGIOSAS PARROQUIALES de Francia.
—Asesor general de la OFICINA INTERNACIONAL
CATÓLICA DE LA INFANCIA.
—«Sacerdote ejemplar y que viene realizando una labor verdaderamente
meritoria.»
(Carta del Exento. Sr. D. Juan Ricote, de 28 de julio de 1955, en
nombre y por en cargo del Excmo. Sr. Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá,
al Abate Gastón Courtois.)
4
EDITIONS «FIEURUS>-PARIS
OBRAS DEL ABATE GASTÓN COURTOIS
EDITADAS POR LA SOCIEDAD DE EDUCACIÓN «ATENAS», S. A., CON
PERMISO DE EDITIONS «FLEURUS».—PARÍS
El secreto del mando (152 págs., 5. a
ed.).
El arte de dirigir (224 págs., 6. a
ed.).
¿Sabemos educar? (168 págs., 4.a
ed.).
¿Sabemos mandar? (118 págs., 2. a
ed.).
El arte de educar a los niños de hoy (240 páginas, 4.a
ed.).
El Magníficat meditado (64 págs.).
Prácticas de perfección (196 págs.).
El joven sacerdote (184 págs.).
Unidos con Jesús (272 págs.).
La hora de Jesús, I (262 págs., 2. a
ed.).
La hora de Jesús, II (250 págs., 2. a
ed.).
La hora de Jesús, III.—La religiosa frente a su vocación (182 págs.).
Rutas de Espiritualidad, I (224 págs.). Rutas de Espiritualidad, II (238 págs.).
Estados de Perfección, I.—Eligieron lo mejor (250 págs.).
Estados de Perfección, II.—Vidas inmoladas (288 págs.).
¡Orar! ¿Por qué?... ¿Cómo?... ¿Cuándo?... (208 páginas).
5
CAPITULO PRIMERO
LA MISIÓN DEL JEFE (1)
S U M A R I O
I.—Lo que es el jefe.
II.—Por qué se necesitan jefes.
III.—La gran misión del Jefe
IV.—Lo que hace al Jefe.
(1) La palabra francesa Chef equivale a jefe, cabeza, principal, fundador,
caudillo, superior de algún cuerpo u oficio, rey, etc.
I. LO QUE ES EL JEFE
1. Jefe, etimológicamente, es el que está a la cabeza, o mejor dicho, el que es la
cabeza; cabeza que ve, y piensa y hace obrar, pero en beneficio del cuerpo entero.
(Nota 1.)
2. Es jefe el que sabe y quiere y realiza, y también hace saber, querer y realizar.
3. Es jefe el que, sabiendo lo que quiere, sabe también proporcionar el esfuerzo al
fin pretendido.
4. Nadie es jefe más que en la medida en que sea capaz de hacer que un grupo
participe del ideal de que él vive y de conducirlo a la realización superando todos los
obstáculos.
5. Decidir no es nada; lo importante es que las decisiones sean ejecutadas. Ser jefe
no es sólo mandar, sino escoger a los que han de realizar, educarlos, animarlos,
sostenerlos, revisarlos.
6. Cuando llega la hora de tomar decisiones, de incurrir responsabilidades, de imponer
sacrificios, ¿dónde hallar los auxiliares para las empresas arriesgadas, sino en esas
naturalezas superiores, empapadas de voluntad de vencer, que sólo ven claramente los
medios conducentes a la victoria y que encuentran el valor de arriesgarlo todo? [FOCH]
7. Compréndase bien el sentido y la grandeza del nombre «jefe». Jefe es el que sabe
hacerse obedecer y amar a la vez- Jefe no es el impuesto, sino el que se impone. No
olvidéis que para mandar a los hombres se ha de saber mandar.
8. Ser jefe no es sólo hacer una obra, sino, sobre todo, hacer los hombres,
buscarlos, unirlos, amarlos y ser de ellos amado. Saint-Exupéry dice en Pierre des Hommes:
«La grandeza de un oficio está quizá, sobre todo, en unir a los hombres.» Esto
particularmente es verdad en el oficio o profesión de jefe.
9. Jefe es otra cosa que presidente. Presidente, presida lo que quiera, por
definición es, no un hombre de pie, sino un señor sentado, que arbitra los consejos de
los presididos y en ellos saca una preponderante mayoría. Puede ser hábil, influyente,
pero no manda, no es un jefe.
10. ¿Queréis saber cuál es el verdadero jefe de una empresa? Preguntaos a quién será
imputada la responsabilidad, en caso de fracasar.
11. Ser jefe no consiste en dar pruebas de vigor, de elocuencia, de audacia o de habilidad.
Ser jefe tampoco consiste en reunir en torno suyo sentimentales o interesadas
adhesiones. Ser jefe consiste esencialmente en saber hacer trabajar a los hombres en
comunidad, en conocer y utilizar lo mejor las habilidades de cada uno, en señalar el
puesto más eficaz para cada uno, en infundir en todos el espíritu de solidaridad y de
igualdad en la faena de que son responsables en los diferentes puestos de un mismo
equipo o cuadrilla.
7
12. El jefe no se conoce por la electricidad de la mirada, ni por la prominencia
del maxilar, ni por los labios finos, ni por la resolución de la voz. Jefes hay dulces
en la mirada, de tono modesto, de aspecto sin presunción; los hay también, como
San Pablo, feos y débiles, y los más grandes jefes detestan la ostentación.
El jefe no se define por señales externas, sino por una misión propia. El es, sobre
todo, quien toma sobre sus hombros la carga de los otros.
13. En conocer al hombre en general, a sus hombres en particular, y a sus
subordinados directos bien a fondo; el conocer de manera exacta sus contratos y
atenerse a ellos; el acordarse durante el trabajo que se trata de voluntades, que no de
ruedas o máquinas; el descubrir consiguientemente el más amplio campo a la iniciativa
de ellos; el conseguir de este modo la agilidad, el celo, el entusiasmo en vez de la
inacción indiferente y mecánica; el hacer que reine disciplina de consentimiento, más
bien que de imposición violenta; el mantener la subordinación de los intereses
particulares al interés general; el reducir o contener incesantemente las tendencias
centrífugas en fecunda coordinación; ésta es la función esencial del jefe; para ésta es
necesario e irreemplazable.
14. El hombre es un ser social y la libertad individual debe estar encauzada y
disciplinada hacia el bien común. Pero sería imprudente dejar a la perspicacia de cada
socio el cuidado de resolver lo que el bien común reclama de él, y todavía más, dejar
al arbitrio de su voluntad el cuidado de conformar a él su conducta.
El jefe no es más que el mandatario del bien común, que tiene que interpretar, defender
y realizar, en servicio del interés superior del grupo y, por tanto, de la persona de
cada uno. (NOTA2.)
15. Reconócese el verdadero jefe por esta señal: su sola presencia es para los hombres
que él dirige un estímulo para excederse a sí mismos en servicio del bien común.
Si sustituís «presencia» por «recuerdo», entonces ya tendréis los grandes jefes.
II. POR QUÉ SE NECESITAN JEFES
16. Una asamblea es incapaz de mandar. Tropa sin jefe es cuerpo sin cabeza. Tropa sin
jefe es tropel, rebaño errante a la aventura y a merced de la primera espantada.
17. Una asamblea, excelente para vigilar, siempre es impropia para funcionar. Un
grupo no puede mandar nada, nada, ni un desayuno [MAUROIS: «Dialogues sur le
Commandement».]
18. En contra de todas las teorías igualitarias, muchos hombres sienten la instintiva
necesidad de apoyarse en otro que los supera.
Cuando no tienen quien les comprenda y anime, se ven vacilantes e inseguros. La
presencia del jefe, digno de tal nombre, es para cada uno apoyo, fuerza seguridad.
19. Sin un jefe que ordene y coordine, sin un jefe que piense y transmita su
8
pensamiento a los subordinados, como la cabeza transmite a los miembros el influjo
nervioso, un grupo humano se agota en esfuerzos yuxtapuestos, que se neutralizan
y terminan siempre en un fracaso, tanto más falaz cuanto mayor era la
voluntad de cada uno, fracaso simbolizado en la torre de Babel y en la
corte del rey Pétaud [Son vulgares los dichos: «Casa de Zambrano, todos mandan
menos el amo», y «Casa de Astrearena, todos mandan y nadie gobierna». (Nota del T.)
Antiguamente, en Francia, los mendigos de una localidad, a ejemplo de las
comunidades, nombraban su jefe, a quien llamaban por guasa el Rey Pedigüeño, en
francés Pétaud. De aquí la frase «la corte del rey Pétaud» se aplica, ya a la casa en que
todos quieren mandar y ninguno obedecer, ya a la reunión o junta en que todos
quieren hablar a la vez. (N. del E.) mostrar desconfianza, haciéndole temible la
«inspección», o manifestar confianza, diciéndole: «Precisamente porque es peligroso os
elegí para este trabajo, porque sé que puedo contar con vos.» Esto no suprime la
necesidad de la inspección; pero ésta se convierte en una ayuda bien vista o en una
comprobación del deber cumplido [A. Carrard. op. cit, pág.
20. Cuando falta jefe, manda la anarquía, y la anarquía no es buena más
que para destruir, nunca para construir.
21. El jefe, signo visible de la autoridad, lo es también de la unidad.
Ordenando, coordina y evita que un grupo se disgregue, se desorganice y
muera.
22. Tened por algún tiempo un grupo sin jefe; las mejores
voluntades se desunen, las energías más entusiastas se paralizan, vendrán
los razonamientos y, por fin, quedará pulverizado.
23. Para unir eficazmente a los hombres con miras a salir adelante con
una empresa, es necesario el jefe, principio de unidad y cohesión, capaz
de exponer e imponer a todos el bien colectivo y también capaz de
arrastrar y entusiasmar a todos para la prosecución de este bien.
24. En toda sociedad hay tantos elementos de discordia como socios,
porque cada uno entra en ella con la mezquindad de su egoísmo. Si la
causa del bien común, o de la misión que hay que cumplir, en orden a
dicho bien, no la toma por su cuenta un jefe responsable, pronto los
conflictos, la falta de inteligencia y la incuria general habrán logrado
disgregarlo todo.
25. En todo grupo humano, sea cual sea, es necesario un jefe, y un jefe
que se haga obede cer. A él toca coordinar las actividades con miras al
máximo rendimiento. Por más que sean generosos y deseinteresados,
los sacrificios que nos están coordinados desembocan fatalmente en un
fracaso, tanto más doloroso cuanto que se trata precisamente de
personas sinceras y de buena voluntad.
26. Para hacer una grande obra hay que reunir los esfuerzos que,
dispersos, quedarían estériles. Hay que seguir la pista indicada por el
jefe, no porque en sí es la mejor —muchas veces hay mil otros
modos de hacerlo tan bien—, sino que es la mejor porque él la
9
indica y porque sólo ella hará la unión fecunda de las voluntades y
corazones.
27. Un equipo mediocre puede animarse y excederse al soplo de un jefe
de valía.
Un equipo excelente puede enervarse y disociarse al seguir a un jefe
mediocre cuya conducta descorazona las buenas voluntades y apaga los
entusiasmos.
28. Para justificar el principio de autoridad no hay para qué invocar un
contrato social pri mitivo o un consentimiento positivo de los socios.
Esto es superficial. Debiendo la acción humana estar unificada,
coordinada, para que de muchos esfuerzos se componga uno solo, la
autoridad es una de las condiciones de la vida del hombre. Tiene su
fundamento en la naturaleza de las cosas y, por consiguiente, en Dios,
princi pio de nuestra naturaleza y de nuestro ser.
29. Como Hacedor que es de todas las cosas. Dios es el Señor
supremo: su autoridad es soberana; pero ha querido asociar a los
hombres para su acción en el mundo. ¡Oh grandeza de la misión del
jefe!; su autoridad es una participación de la autoridad divina. (Nota 3.)
30. En verdad es cosa excelente el espíritu de equipo. Un jefe, por
bien dotado que esté, no puede saberlo todo, ni conocerlo ni verlo
todo; y el empeño que todos sus colaboradores pondrán en el trabajo
será proporcionado al sentimiento que tengan de su responsabilidad en
la obra que se ha de realizar. Pero hay una idea falsa del equipo, que
tendería a convertirlo en algo absoluto, que absorbe y condiciona el
papel de jefe.
Decíase en la «Revue des Jeunes», en octubre de 1935: En el equipo el
jefe acepta dar en cada instante pruebas de su valor y de no deber más
que a su capacidad el derecho de mandar o de orientar, puesto que no
es él, sino el trabajo, quien, manda.
31. Un equipo o cuadrilla sin jefe es algo absurdo, aunque se
componga de personas de mucha valía.
Cuanto más fuertes son las personas de un equipo, tanto más
necesario es un jefe para encauzar sus energías, orientarlas hacia
objetos determinados adoptados por todos, y aunarlos a sincronizar la
acción; de otro modo esto correrá riesgo de desparramar las fuerzas,
dispersar los esfuerzos, invadir el terreno de otro y, sobre todo, esas
brillantes salidas de estampía, sin preocuparse del vecino, que tienen
como efecto el comprometer la armonía y el equilibrio del conjunto.
10
Véase el comentario del General de la Porte du Theil, entonces
Comisario Scout de Francia, hoy Comisario General des Chantiers de
leu-neusse.
«Le Chef», del 15 de enero de 1936:
«No es él quien manda, es el trabajo.» Pero ¡esto es la negación de
toda autoridad!
Negación en su fundamento: todo poder viene de Dios. Todo jefe es
elegido y consagrado por Dios mismo, y Dios escoge al que quiere, y
no es por necesidad ni el mejor ni el más fuerte ni el más inteligente.
Además, ¿cómo juzgar del relativo peso de todas las cualidades del
alma de un jefe? (Nota 4).
Negación en las consecuencias. No es el jefe quien juzga el trabajo,
sino el trabajo, la obra material es el que le juzga; y como esto en
último término es absurdo, hay que decir que es la idea que cada uno
se forma del trabajo. Y, ¿quién no ve así un excelente pretexto para
todo abandono y disciplina? Formar una sociedad que descanse
exclusivamente en el espíritu de equipo con tales extremos es
levantarla sobre arena.
Toda sociedad tiene como base una jerarquía, una autoridad legítima y
en su origen divina; autoridad cuyo ejercicio está regulado por el
espíritu de equipo bien entendido, que une a los jefes con sus
subordinados, pero que deja al jefe en nombre de la investidura que ha
recibido la iniciativa, el poder directivo, la responsabilidad.
Si en rigor puede concebirse un jefe que no forme equipo con los
subordinados, no es posible concebir un equipo sin jefe.
«El jefe no debe más que o su trabajo el derecho de mandar». Es
desmedido orgullo el de quien no hace de jefe más que por creerse
con capacidad superior a los demás.
32. «No esperéis nada decisivo de movimientos colectivos, de la
actividad de asociaciones generosamente ofrecidas para la elaboración
de un ideal. Todas estas buenas voluntades anóni mas no hacen más que
trabajar la tierra. Los granos de semilla son los que darán cosecha, y
estos granos son los jefes, los hombres de corazón puro y de voluntad
fecunda» [PAUL BAUDOIN en la Revue des Jeunes del 10 de abril de 1939].
33. No hay que imaginarse que el mandar es fácil y que con una cara
hermética y una voz imperiosa ya está ganada la partida. Para ser jefe
se necesita tener el amor del prójimo y la cultura que permite conocer
al hombre y escudriñar los últimos repliegues del alma. Además se
precisa pertenecer a esta espiritual aristocracia que tiene por divisa:
11
servir. Pero con servicio desinteresado, perseverante, resuelto, que
reclama convicciones, entusiasmo, carácter.
12
III. LA GRAN MISIÓN DEL JEFE: SERVIR (NOTA 5)
34. Una nación, para vivir, necesita que los individuos escojan una doctrina, se
conserven fieles a ella, se fijen una regla, una consigna: «Yo he escogido y me
he impuesto una disci plina: servir» [WEYGAND].
35. Toda autoridad viene de Dios, pero se ha concedido al jefe un beneficio de
los demás, no para beneficio personal.
36. La autoridad puede definirse: derecho demandar lo más conveniente al bien
general social. (NOTA 6.)
37. El jefe no desempeña su papel sino cuando proclama no su voluntad, sino el
bien colectivo, y cuando es guiado no por el interés privado, sino por el interés
general.
38. El verdadero jefe no busca dominar por dominar. No se aprovecha de los
hombres, sino les ayuda en servicio de una causa que los supera: la obsesión de
la obra que se ha de terminar es el principal elemento del alma del jefe. (Nota
7.)
39. Mandar es servir: servir a Dios, en cuyo nombre se manda —porque toda
autoridad que no se funda en El es al fin ilusoria y usurpada—; servir a los que
uno manda, que sin jefe estarían en peligro de ser rebaño sin pastor; servir a la
causa que nos sobrepuja y merece adhesión, obediencia y, si es preciso, el
sacrificio propio.
40. ¡Hermoso oficio es el de jefe! Pero es también algo más que un oficio, es
una vocación, un llamamiento, una como predestinación; porque «toda
autoridad viene de Dios», lo que sitúa a quien desempeña función de jefe como
intermediario entre Dios y sus subordinados. El texto escritural no admite
restricciones ni reservas. Se es jefe «en nombre de Dios», y únicamente para
realizar en los otros hombres una imagen más semejante a Dios, ayudándoles a
hacerse más hombres, haciéndoles adquirir conciencia de su dignidad de
criaturas divinas, ayudándoles a poner en práctica los dones que tienen
providencialmente recibidos [Mgr. PINSON, Obispo de Saint-Flour, 25 de
agosto de 1943.]
41. La autoridad es un servicio, pero un servicio magnífico. Consiste, no en
acariciar caprichos individuales, sino en obligar a la nación a ejecutar lo que la
naturaleza y la conciencia exigen de ella. (Nota 8.)
Además, hasta cuando el jefe resiste a la opinión extraviada y cuando somete la
nación a duros y necesarios sacrificios, no es un déspota. Sirve, aunque como
servidor animoso y leal.
13
La nación no debe reclamar, sino seguirle. Y le seguirá, pues verá claramente
que el jefe, a pesar de la rudeza, o mejor, por su misma rudeza, no pretende
mandar hacer simplemente lo que quiere, sino lo que ella quiere de veras como
nación y no como lucha de egoísmos.
42. «Sirviendo» manifiestamente el bien común, el jefe, a su modo, da ejemplo
de obediencia y, además, hace presente a toda mirada lo que legítima y exige la
obediencia: el bien común impuesto por la naturaleza y por Dios. [P. Mersch,
«Morale et Corps mystique>>. Página 240.]
43. El jefe es el que manda; también es el que asume resueltamente y a la
vista de todos lo más penoso de la obediencia.
El jefe no decide arbitrariamente; su regla es buscar resonancia en lo más
hondo de sus dirigidos. El jefe es quien orienta y ayuda; alégran-se los
subordinados al pensar que el jefe no está más que para ayudarles a querer.
44. Basta, para que la autoridad aumente, ejercerla conforme a su naturaleza;
es decir, sirviendo al bien común.
Que en el jefe el individuo quede absorbido de algún modo y desaparezca en la
función. Esta desaparición varonil y denodada confiérele un prestigio y una
fuerza que ninguna guardia proporciona. Llegando a ser personaje público, pero
de manera clara y visible, elévase por su mismo servicio por encima de los
mezquinos egoísmos. Su voz resuena de modo diferente que las demás: es la
voz de la conciencia moral buscando el bien superior colectivo. Entonces las
decisiones parecen más fuertes que la voluntad del hijo del sol, que sea: fuertes
por las reivindicaciones sociales de todo nuestro ser, fuertes por la voluntad de
Dios.
45. La autoridad está ligada, sobre todo, a la existencia y a la conciencia de
una misión superior, de la que está encargado el jefe, no para provecho suyo,
sino para el bien de los que conduce y cuya responsabilidad asume. El jefe no
manda por placer, desde fuera, como lo hace el amo que manda a esclavos y
saca un provecho del trabajo de los otros, no; antes bien, para conducir una
comunidad mediante una ingeniosa ordenación de medios a la completa
realización material y a su más elevado valor moral.
Su misión le domina como una vocación, le pertenece. Su comunidad es la que
le posee. El es de ella, para hacerla llegar a ser todo cuanto puede, todo cuanto
debe ser. El sirve. Y si está compenetrado de la idea de su misión, obsesionado
por esta vocación, consagrado a este servicio, entonces, y sólo entonces, es un
jefe [DUNOYER DE SEGONZAC, Jeunesse... France, nov. 40]
46. Desde luego, jefe no es el que anima, persuade, arrastra, convence, sino el
que manda en nombre de la autoridad de que se halla legítimamente investido, y
para él es ésta la más noble manera de servir. Su misión es un verdadero
servicio social.
47. Mandar es servir. El jefe para el servicio de la comunidad, sin que esto
14
quiera decir que ha de estar a sus órdenes: éstas, con demasiada frecuencia, no
son sino la expresión de sus caprichos o de sus fantasías, cuando no el fruto de
sugestiones extrañas más o menos interesadas.
Razón hay para decir del jefe que debe ser el intérprete del bien común; esto,
empero, no significa que él deba ser el intérprete de la voluntad general. Esta,
dadas las variaciones de sensibilidad propias de la psicología de las multitudes,
con mucha frecuencia no es otra cosa que la inconstante opinión pública, en
contradicción frecuente con el verdadero bien superior del conjunto.
El jefe no es un simple delegado de la comunidad, sino su guía en la prosecución
de sus más altos fines. Aun si está elegido y designado por sus iguales, la
autoridad de que es depositario le da derecho de mandar, sin que cada vez
tenga que emplear para hacerse obedecer la persuasión y argumentos
personales.
48. Un jefe está poseído del sentimiento de la responsabilidad. Tener el
sentimiento de la responsabilidad no significa que se tema un castigo si no se
cumple la obligación. Un jefe de verdad jamás piensa en las sanciones en que
podría incurrir de parte de otros jefes superiores a él en la jerarquía.
Pero estos hombres que él tiene no quiere que sufran inútilmente; no quiere
que sean injustamente castigados; no quiere que estén privados del poco
bienestar que pueden tener.
No quiere que anden tres kilómetros de más porque las órdenes han sido mal
dadas. No quiere que después de una larga etapa anden errantes por el pueblo
a que acaban de llegar, sin saber en dónde han de dejar la mochila, sin tener
paja para tenderse, sin tener, si es posible, la sopa caliente que les conforte.
Piensa en todo, todo lo vigila, no va ni a comer ni a descansar hasta que todo
está en orden. Una cosa hay en que no piensa, es en su propio cansancio. Si no
es el esclavo de sus superiores, es el esclavo del deber de protección que tiene
para con los suyos. Este sentimiento de la necesidad de los otros, muchas veces
le hace capaz de trabajos que parecen superiores a las fuerzas humanas [O.
CLÉMENT, Revue «Idees», abril 42, página 14]
15
IV. LO QUE HACE AL JEFE
49.Lo que da al jefe el derecho de mandar no es directamente su capacidad; es
el mandato auténtico que ha recibido. Más no llenará eficazmente su misión de
jefe en bien de la colectividad si no desarrolla en sí las cualidades que le hagan
digno del título de jefe.
50.El ejercicio del poder es la prueba en la que los faltos de las cualidades
constitutivas de los jefes se manifiestan pronto frivolos y provocan, en los que
deben conducir, la terrible tentación de tratarlos de usurpadores.
51. El jefe verdadero se da a conocer en que cerca de él se experimenta una
impresión casi física de fuerza y seguridad, y en que se siente uno pronto a
seguirle en todas partes a donde lo pida. «Con él nos hubiera hecho ir hasta el fin
del mundo», decían los veteranos de Napoleón.
52. Cerca de sus hombres, amándolos tanto por ellos mismos, seres de carne y
sangre, criados a semejanza de un Dios, en quien Patrich Arbois creía con toda su
alma, como porque ellos disponían, cada cual por su parte, de una partecita de la
fuerza de la patria, el joven oficial, de año en año, había adquirido esta expe-
riencia humana, hecha de benevolencia y fuerza, de comprensión y de prudencia,
de rigidez y de tacto, sin la cual no hay verdadero jefe [PIERRE VARILLON, «Feux
Masques», Revue des Deu.T Mondes, 15-VII-1944].
53. La confianza en un jefe es una consecuencia directa de la admiración y de la
seguridad que inspira; pero la admiración y seguridad, para ser duraderas, han de
ser merecidas por las cualidades intelectuales y morales que forman a los
verdaderos jefes.
54. El verdadero jefe es el que es admirado, amado y seguido. Se le admira: se
confía en él, se reconoce su competencia, sus cualidades, su valor, sábese que con
él ni se extravía uno ni jamás se queda sin salida. Se le ama: hay con
fianza en su desinterés, en su espíritu de servicio y se sabe que para él cada uno de
sus encomendados vale por una realidad, mejor dicho, vale por una persona y por
eso puede él contar con cada uno. Se le sigue: su palabra, su presencia, su mirada,
hasta su recuerdo, son otros tantos estímulos. Se está dispuesto a sacrificar se con
él, o también por él, en servicio de la causa que él representa.
55. El ejerci cio del mando es otra cosa que el llevar una insignia, el derecho al
saludo de parte de algunas categorías de funcionarios, y como argumento
supremo, el derecho a castigar.
Supone actividad extrema, un permanente don de sí mismo, el cuidado de realizar,
el gusto de las responsabilidades, un sincero y profundo amor de los hombres,
una perfecta dignidad de vida [DE LA PORTE DU THEILL]
56.Muchos jefes, revestidos de mando, que ostentan uniforme y galones, no
16
tienen autoridad alguna. La eficacia de los gestos del verdadero jefe no depende
del traje, sino que brota de su persona, de su cuerpo, de su alma. El desgaste del
traje no hace que desaparezca el prestigio, pero sí el desgaste del alma.
57.El jefe debe estar siempre y en todas partes presente. La presencia tiene una
eficacia que con nada puede reemplazarse: el gesto, la mirada, la voz, el porte y los
modales es lo esencial de un jefe y esto es por lo que actúa.
Porque en el jefe lo que importa es el hombre, y sus cualidades de hombre se
manifiestan, primero y principalmente, en las cosas menudas.
De una suma de cosas pequeñas nace la autoridad del jefe. Por ejemplo: la
atención que presta a un detalle que se impone.
El jefe debe tomar las cuestiones una por una, y a los hombres uno por uno, para
que su acción, en defecto de la persona, se desarrolle siempre y en todas partes
por la posibilidad de sorprenderlos en todo momento, llegando de improviso sin
causarles ansiedad, pero forzándoles a estar siempre a punto, de modo que se
cree en ellos una conciencia, y una conciencia siempre alerta. Ahí está el secreto
de los jefes, tan desemejantes como un Conde y un Turena.
58. Lo que hace al jefe es la voluntad, el deseo, la necesidad de actuar en los
hombres para transformarlos, levantarlos y encadenarlos para algo más y mejor.
59. Jefe es cualquiera que ama de verdad a sus hombres: descubriendo lo mejor
que hay en cada uno y queriendo a toda costa acarrear los a ponerlos al servicio
del conjunto. Esto no se logra sin luchas, porque la ley de la pereza
es una ley natural.
60. Sólo el que está emocionado por la realidad humana, el que está empapado
de la inmensidad de la vida, es digno de ser jefe. Y por falta de jefes de verdad
nuestra nación se marchita [PAUL BAVDIN. Revue des Jeunes, 10-IV-39]
61. El hombre sati sfecho de lo que tiene y le rodea, el hombre; sin preocupación
de cambio, sin deseo de ver el mundo de otra manera que como está, desde luego
está falto de algo para llegar a ser jefe: todo lo más podrá ser un expedidor de
negocios ordinarios.
62. Para ser jefe se necesita lo que a cada grupo falta para cumplir con lo que es
su razón de existir, saber darle el complemento a medida y según la necesidad, y
una vez recibido auténtico mandato, obrar en consecuencia.
63. El temperamento de jefes es el que tiene vocación para asumir no sólo su
parte normal de responsabilidad y peligros, sino también las numerosas partes que
millares de hombres descargan en torno de él. Es, en primer lugar, un vicario; él
no es un domador que esclaviza, ni un príncipe que humilla, ni un emboscado fa-
vorito.
17
He de estar más despierto que los otros para ser el primero en advertir el peligro
o la suerte; más perspicaz, para interpretar mejor los datos o antecedentes de la
acción; más seguro de juicio; más pronto en la decisión, para que la acción estalle
en el momento querido; más audaz en aceptar los peligros necesarios, para obligar
a los otros a aceptar los suyos; más valeroso, para dominar las timideces
circundantes; más perseverante, para vencer la pérdida de tiempo y los obstáculos;
finalmente, más resistente a la soledad, al mismo tiempo que más rico de calor
humano. No se agranda esta vocación anegándola en un mentiroso misterio. Todo
el misterio consiste en su complejidad y en el raro equilibrio de cualidades
diversas que exige [BUSSY-ROBIN]
18
CAPITULO SEGUNDO CUALIDADES DEL JEFE
SUMARIO
I.—Fe en la misión.
II.—Sentido de la autoridad.
III.—Espíritu de decisión e iniciativa.
IV.—Espíritu de disciplina.
V.—Energía realizadora.
VI.—Calma y dominio de sí mismo.
Vil.—Sentido de la realidad.
VIII.—Competencia.
IX.—Espíritu de previsión.
X.—Conocimiento de los nombres.
XI.—Benevolencia de espíritu.
XII.—Bondad de corazón.
XIII.—Respeto de la dignidad humana.
XIV.—Espíritu de Justicia.
XV.—Firmeza.
XVI.—Ejemplo,
XVII— Humildad.
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I. FE EN LA MISIÓN
64. El jefe que no tiene fe en la causa a que sirve no merece el nombre de jefe. Empero,
no basta creer, es necesario hacer partícipes de su fe y entusiasmo. Se necesita que cada
uno de sus encomendados comprenda su propia responsabilidad en la obra que se ha de
realizar; corresponde al jefe hacer comunicar a sus hombres en el ideal de que está
animado. (Nota 10.)
65. «La fuerza eficaz de un ejército —dijo Marmont— no crece en razón del número de
soldados y de elementos materiales, sino mucho más en razón del espíritu que lo anima.»
Esto es y resulta verdadero para todo grupo humano, sea el que sea. Infundir el espíritu,
crear el clima, comunicar el fuego, es uno de los trabajos más principales de la misión del
jefe.
66. El jefe que no tiene fe en su misión no puede ser afortunado; esto en todo el signifi-
cado de la palabra; no tiene en sí alegría, va de cara al fracaso.
67. Un jefe abatido es un jefe ya batido.
68. Un jefe escéptico, con cualquiera forma de escepticismo, elegante o cínico, es un des-
tructor de entusiasmo, tanto en sí como en los demás.
69. Nada más engañoso para el jefe y para los subordinados que un escéptico «¿para
qué?» o un descorazonante «no hay nada que hacer». Reaccionar vigorosamente; todavía
hay algo que hacer, todo puede servir.
70. Cuando oigáis que alguien os dice: «No hay nada que hacer», traducidlo así: aquí
todo está por hacer, pero yo no estoy en condiciones de hacer nada.
71. No hay tarea inferior ni ser inferior, sino que lo que es inferior es el cumplir mal la
tarea [PEGUY]
72. La sola fe en la grandeza de la empresa y en las posibilidades de realización despierta
en el jefe las energías bastantes para excederse a sí y para arrastrar a los otros a seguirle.
73. «Para llegar a la meta en cualquier cosa, la primera condición es creerla posible», decía
Luis XIV.
74. La acción en común, sea la que sea, exige demasiados s
acrificios de intereses
particulares, supone mucha y rígida tensión de fuerzas, disciplina muy prudente de
libertades, para poder pasar sin fe, sin aliento, sin mística.
75. Todo lo que vive, alienta; lo que no alien ta está muerto.
76. No se hace bien más que lo que se hace con pasión. El que trabaja simplemente para
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ganar dinero y el que no siente la pasión del oficio, jamás será hombre de valía, menos aún
de jefe.
77. Todas las empresas humanas, las más humildes y las más levantadas, las profanas y las
sagradas, están sometidas a las mismas condiciones orgánicas. Creer, esperar, amar, son
las virtudes necesarias a todo hombre que pretenda hacer obra viva y fecunda. Creer en
lo que emprende y esperar el éxito; amar su trabajo y ofrecer a los hombres el fruto de
su trabajo son las condiciones primeras y necesarias, sin las que ninguna empresa
prospera.
La inteligencia no puede proseguir el esfuerzo de construcción si no cree en la verdad y
utilidad de la faena. El valor sólo puede afrontar las dificultades cuando espera vencerlas.....
Finalmente, todos los resortes de la acción son tanto más frágiles cuanto son más violen-
tos, como no vayan impuestos por el amor [P. Doncoeur.]
78. El jefe que no ha logrado comunicar su entusiasmo por la faena común ordenada al
bien común se parece al maquinista que quisiera hacer avanzar la locomotora sin vapor.
79. El entusiasmo, ante todo, nace de una nrofunda convicción, de un pensamiento bien
madurado y que llega a ser tan obsesionante aue impone la invencible necesidad de
exteriorizarlo.
80. Exígese, ante todo, a los oficiales, que sean hombres convencidos y persuadidos;
atrevámonos a decir la palabra: que sean apóstoles dotados, en altísimo grado, de la
facultad de «prender el fuego sagrado» en las almas jóvenes: en esas almas de veinte años,
dispuestas para las impresiones hondas y que una chispa puede encender para toda la vida,
pero que también el escepticismo de los primeros jefes habidos podría enfriar para
siempre [L.YMJTEY, Le Role Social de l’officer, página 43]
81. El ascendiente de los verdaderos jefes viene de la amplitud de sus proyectos. El hom-
bre tiene necesidad de extensos horizontes: se ahoga en lo mezquino.
82. El jefe que padece de timidez en el ideal jamás será adiestrador de hombres.
83. Poca inteligencia, empleada por un corazón apasionado, irá mucho más lejos que un
genio manejado por un alma fría [Maurois, Dialogues sur le Commandement, pág. 116]
84. Hacer creer en su suerte, para el jefe es la mejor suerte.
85. El jefe que cree en su suerte se da un aire de seguridad que descarta las veleidades
de resistencia. No conoce la indecisión, tan dañosa para el éxito. Tiene la convicción de
que triunfará, haga lo que haga, y así se encuentra al abrigo de las nefastas consecuencias
del «esfuerzo revertido». Obedece a su impresión instintiva, continuamente dictada por lo
subconsciente, abundante en anteriores experiencias. (Nota 11.)
86. La delicadeza de espíritu y la bondad de corazón serán nada sin ese aire vivo, sin esa
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expresión animada que habéis de tener si queréis entusiasmar a vuestros encomendados.
87. No seáis de aquellos que al ver delante una media botella se lamentan de que la
mitad esté yacía.
88. Quizá hay en el mundo más pensamientos bajos y malos que pensamientos levanta-
dos; pero el poder de un solo pensamiento de amor es infinitamente superior a un
pensamiento de odio.
89. El que tiene razones para estar descontento de sí, se piensa está descontento de los
otros.
90. ¿Puede concebirse un jefe dormido, que no vigila? Sin duda, hay cuidados de la
responsabilidad, pero también hay sus exigencias y no es la menor el optimismo. (Nota
12.)
91. Los disgustados no hacen más que cosas bobas; los descuidados no hacen más que
cosas oscuras; los pesimistas no hacen más que cosas muertas.
92. Bien sé yo que algunos pretenden que sean reclutados los optimistas casi exclusiva-
mente entre los imbéciles, y una parte entre las gentes que quizá no son del todo
imbéciles, pero que al menos lo son a sobrehaz. Evidentemente, esta tesis puédese
ensayar y probar; pero también puédese probar que es mucho más sagaz, cuando es
posible ser optimista que, ser pesimista. La hermosa se crece viendo el lado feo de las
cosas; la hermosa se crece pudiendo decir, cuando un siniestro acontece, lo había
predicho.
Cada cosa, cada acontecimiento tiene cuando menos, dos caras: una hermosa y una fea.
¿Por qué mirar la fea y no, por el contrario, contentarse con mirar la hermosa?
En la vida hay que ser optimista: los ,pesimistas no llegan a nada; tienen miedo de todo,
dudan de todo, son filósofos muy infelices que no concluyen nada; reflexionan siempre, se
preguntan siempre con qué pie han de tediar, y esperando, esperando, jamás bailan.
Hay que ser optimista, en absoluto optimista [Camilo Cavallier, Sagesse du Chef, páginas
26 y 33.]
93. El mundo no será en verdad feliz sino cuando todos los hombres tengan alma de
artista; es decir, cuando todos tengan gusto en su ocupación, comprendiendo la
hermosura y la bondad [Rodin]
94. El jefe dinámico es el que, teniendo fe en su misión, cree en el éxito de su causa, saca
de los menores acontecimientos toda la parte favorable y no se deja abatir ni por la
contradicción ni por la falta de éxito.
95. El jefe jamás se espanta de tener contratiempos, contradicciones, dificultades.
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Cuando un desagradable suceso acontece, ¿es el primer movimiento de queja, de dolor,
quizá de encolerizarse? Otro tanto de energía mal gastada. Lo mejor es mirar fríamente la
situación y decirse: ¿Qué podría hacer yo para que este duro golpe sea el punto de partida
de alguna cosa mejor? ¿Cómo me las ingeniaré para rebo-tar y transformar este disgusto
en ventaja?
Hasta cuando no se ve la solución inmediata, el hecho de reaccionar positivamente
constituye la mejor actitud para limitar los daños. Hay tejas que sirven para construir; hay
pepi-tas que son simientes.
96. El jefe, con toda humildad y verdad, ha de tener cierta dosis de confianza en sí mismo:
confianza razonable, no presuntuosa, por la rea-lidad de sus talentos y posibilidades.
Porque ser humilde no consiste en decir: «nada tengo, nada soy», «nada puedo», pues la
conclusión es obvia, «no hago nada», sino en decir: he recibido un número de talentos.
No tengo el derecho de gloriarme en mí mismo; antes tengo obligación de desarrollarlos y
explotarlos en beneficio de los demás.
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II.- SENTIDO DE LA AUTORIDAD (Nota 13.)
97. El jefe es el signo sensible de la autoridad.
98. El jefe ha de tener concepto elevado de su misión de jefe. En cualquier grado que
esté puesto representa la autoridad; tiene obligación de hacerla respetar en su persona.
99. Haciendo respetar la autoridad, el jefe sirve a la colectividad humana a cuyo frente
está puesto.
100. Importancia de la autoridad del jefe para la eficiencia de la tropa: «Tropa bien
man. dada, menos instruida, vale más que tropa más instruida, menos manejable», decía
Lyautey [Du role social de l'officier]
101. La autoridad es un depósito que tiene confiado; no tiene derecho para dilapidarlo.
La autoridad es una fuerza; no tiene derecho para malgastarla. La autoridad es una
partecita de la majestad divina; no tiene derecho para hacerla despreciar.
102. Un jefe, bueno de niño, bueno de muchacho, no tardaría en dejarse caminar por sus
huellas de bonachón. Mas por encima de la persona está el principio de autoridad, que re-
sultaría lesionado con el mayor perjuicio del grupo entero.
103. El jefe que no inspira respeto no es digno del puesto que ocupa. Y para hacerse
respetar es necesario ser respetable, no sólo en el ejercicio de la función, sino en toda la
vida.
104. Grandeza y servidumbre del jefe: el jefe está comprometido por la causa a que se
entregó y por el grado en que sirve a dicha causa. El jefe no tiene el derecho de decaer del
rango; toda falta, aun las privadas, es una disminución de prestigio para el ideal que
representa.
105. Depositario de una porción de autoridad, el jefe no tiene el derecho de abdicar;
debe al interés general el hacer respetar la autoridad.
106. Los hombres no apetecen la complacencia de una autoridad débil; pero están
satisfechos encontrando uno que sea fuerte y en quien puedan apoyarse; la firmeza varonil
los asegura; la debilidad complaciente los hace desconfiados y por fin les disgusta
[Lacordaire]
107. El bien común marca exactamente los límites de la autoridad de un jefe; pero, a la
vez, le da la fuerza y el ascendiente.' La conciencia de que se habla y se obra en nombre
del bien social, comunica al superior esa firmeza inflexible y esa seguridad, sin las que no
es de verdad jefe. Como dentro de los límites del bien común verdaderamente hay
autoridad, es decir, poder de unir y de obligar; no usar de ella, o hacerlo con mano débil,
sería traicionar al bien común, permitiendo hacerse molesto el vigor imprescindible del
derecho. »
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108. Firmemente creo no haber jamás observado que las gentes se hayan quejado de tener
impuestas cosas difíciles, siempre y cuando han estado bien mandadas.
Al contrario, a la falta de ordenamiento suceden las más temibles revueltas. Yo me
pregunto si lo que con el nombre de libertad reivindicaron tan enérgicamente nuestros
padres era otra cosa que el derecho a ser bien mandados [Forestier]
109. Por ningún pretexto puede un jefe rebajar en su persona la noción de la autoridad:
que no es ella un privilegio personal, sino la forma especial, eminente, que reviste su
«servicio»; dejarse arrastrar hasta la camaradería sería en él trancionar a su misión; así
perdería con el prestigio la confianza, que es la condición indispensable de su actuación.)
Como el padre de familia en quien el amor no excluye el vigor, así manda el jefe [Dunoyer
de Segonzac, Revue des Jeunes, 18-1-1941] (Nota 14.)
110. En la medida posible el deber del jefe es prevenir el descontento y poner remedio a
las injusticias antes de cualquier queja. Para conseguirlo ha de guardar contacto con
aquellos que manda. Exponga, pues, su persona.
Vaya a las trincheras, si es general; llegúese a la fábrica con los obreros, si es patrón; el
mandar nunca es un privilegio, es una carga.
Necesario es que el jefe tenga un poco de imaginación y que, esforzándose por tener
presente la vida de todos, ahorre a los que están a sus órdenes sufrimientos y molestias
evitables. El secreto de ser amado es amar —y saber el oficio mejor que todos—. Los
hombres aguantan ser mandados, y hasta desean serlo, con tal que estén bien mandados
[A. Maurois. L'art de commander]
111. Jefe es quien sabe tener autoridad y tomar responsabilidad. De ningún modo es
necesario que tenga plumas en la testa, ni entorchados en todo el cuerpo; ni menos que
tenga diplomas o grados universitarios. Pero es indispensable que tenga carácter y
deseable que tenga imaginación.
Es necesario que sea bastante sagaz, para saber rodearse de consejeros, y bastante seguro
de juicio, para tomar decisiones por sí solo [General Lapont]
112. El jefe sabe perfectamente que no tiene la ciencia infusa: necesita informarse,
documentarse, aun de sus subordinados, que muchas ve. ces están más en contacto con
las realidades y dificultades inmediatas.
Mas al oir sus advertencias no debe estar nunca sujetado por nadie. El soviet o consejo es
el embrollo. Diligente en buscar luces, un jefe de verdad no busca por ningún lado apoyo.
Muda, sí, de parecer; no consiente en compartir responsabilidades. Repetidas veces
Napoleón, en el Memorial, explica lo que fue en orden a esto su propia práctica.
Escuchaba a todos, provocaba las advertencias, se hacía presentar memorías y oía que
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cada uno le hablase con toda libertad. Después de esto decidía él solo.
113. Para un jefe la mayor desgracia es tener miedo de hablar y actuar como jefe.
114. Cuando un jefe llega a olvidar su condición de jefe, los subordinados1 tienen buen
cuidado de olvidarlo también.
115. El jefe debidamente constituido no tiene por qué excusarse del rango de superior,
no tiene que mendigar la obediencia. Mande sin arrogancia, pero mande. Guarde su puesto
sin orgullo, pero guárdelo. La falta de autoridad es mucho más perjudicial a la colectividad
que no el exceso.
116. Jefes hay que por deseo de popularidad o por pueril igualamiento han tenido por
bueno practicar ilimitadamente el no oponerse y ceder; pero han provocado la incuria, el
desorden, la ruina, la derrota.
117. Cuando por falsa humildad, por reparo de las responsabilidades o por miedo de
molestar, el jefe vacila en tomar una decisión y en hacer respetar su autoridad, prepara un
estado de anarquía cuyas víctimas serán él mismo y sus subordinados.
118. Hablábase cierto día a Santo Tomás de Aquino de muchos posibles candidatos para
el cargo de superior.
—Fulano es un sabio.
—Que nos enseñe —respondió Santo Tomás.
—Zutano es un santo.
—Que niegue por nosotros.
—Mengano es un jefe.
—Que se ponga al frente y que nos mande.
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III. ESPÍRITU DA DECISIÓN Y DE INICIATIVA (Nota 15.)
119. Puédense tener cualidades excelentes y no tener disposición más que de subalterno;
lo que revela al jefe es la iniciativa y el valor de las responsabilidades.
120. El hombre que «asume las responsabilidades» es aquel que, habiéndolo pesado
todo y examinado con frialdad, ha visto los peligros, ha contrapesado éstos con los
resultados y ha juzgado que el resultado sobrepuja en mucho al riesgo y después ha
decidido marchar [Foch]
121. El jefe que tiene miedo de las responsabilidades y que Umita sus ambiciones a las
cosas fáciles y ordinarias, siempre se hallará falto de inspiración para animar a los demás.
122. Una oportuna decisión, aunque imperfecta, seguida de tenaz ejecución, es mejor
que la espera indefinida de una resolución ideal que o nunca o muy tarde será ejecutada.
123. He aquí lo que Pedro de la Forcé escribió de la mentalidad de los ministros que
rodeaban a Luis XVI: «Intimidaba la preocupación de no moverse más que siguiendo la
costumbre, y parecía que todo intento marcado con fuerte sello personal tuviese aire de
originalidad peligrosa; si una atrevida iniciativa osaba presentarse, interponíase la etiqueta,
que hacía lentas todas las cosas, y los pareceres para llegar hasta el señor pasaban por
tantos trámites que entretanto la ocasión se había escapado.» Sabido es a qué catástrofe
condujeron esta timidez afectada y este conformismo paralizador.
124. Para un jefe nada hay más pernicioso que la Impotencia para decidirse. La voluntad
incapaz de determinarse a aceptar o rechazar un proyecto vacila perpetuamente. Cierto
que antes de decidirse ha de preceder un examen leal y concienzudo de las soluciones
presentes; pero querer encontrar la solución perfecta y del todo adecuada es una
quimera. En este sentido, decisión es mejor que precisión, porque de la constante
oscilación del jefe nace el enervamiento de los colaboradores, la inquietud de los
operarios, sin contar las pérdidas de tiempo y de dinero; y al fin, el jefe indeciso, so
pretexto de evitar la precipitación, provoca nuevas complicaciones.
125. Jefe es todo aquel que, para estar siempre pronto para obrar, ha adquirido buenos
reflejos, porque la vida es una suma de decisiones pequeñas, y la fidelidad a estas
decisiones nimias dispone al jefe para tomar las grandes en el momento más imprevisto.
126. Un jefe jamás debe quedarse pasivo o inactivo", pues si no trata de dominar los
acontecimientos será por ellos dominado. «La alegría del alma está en la acción», ésta era
la divisa de Shelly, que Lyautey tomó por suya. En verdad podría decirse que la salvación
del jefe está en la acción.
127. El jefe que espera órdenes o tiempos mejores para actuar no es un verdadero jefe.
128. El jefe ha de saber tomar iniciativas, y para esto tiene que ser enemigo de la rutina,
de los caminos trillados, de las fórmulas estereotipadas. Nada ha producido mayor daño
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en multitud de jóvenes dotados de disposiciones para ser jefes que un funcionarismo que,
poco a poco, les causa esclerosis. Ahora bien, para tener iniciativas hay que conservar el
alma joven y ágil, no temer a la imaginación, pues según la fórmula de Maurois en los
Diálogos sobre el mando, «el territorio de lo posible es de superficie elástica», y del jefe
depende el dilatarla o el contraerla.
129. Las dos nociones de responsabilidad y de autoridad están estrechamente
relacionadas: no andan solas, sino en función mutua una de otra. No puede haber
responsabilidad más que donde hay autoridad, porque para estar obligado a
responsabilidad es necesario estar en condiciones de responder. Y, al revés, no podrá
haber autoridad sino allí donde haya responsabilidad, porque una autoridad irresponsable
sería una locura, un absurdo. La autoridad debe crecer con la responsabilidad.
130. La iniciativa puede muy bien consistir, no en tenar el jefe por sí mismo determinacio-
nes que son competencia de un jefe superior, sino en dar las órdenes impuestas por la
situación.
131. Los bereberes tienen un proverbio: «Escoge y ganarás.» Y ¿si no hay razón de
escoger? No importa: escoge o tu ruina es segura [Maurois. Dialogues sur le
Commandement]
132. La capacidad de decisión es una cualidad específica del mando. Si el jefe está des-
provisto de ella se paraliza el negocio; y si, por el contrario, la toman sus colaboradores,
tenemos la anarquía.
133. Hay que tener un temperamento ávido de responsabilidades. Las decisiones hay
que tomarlas antes de que nos sean impuestas; conviene ir delante de las
responsabilidades [Foch]
134. Es jefe nato quien concibe con entusiasmo lo que se ha de hacer, decide con
prontitud y arrastra a los otros por la prontitud de su «lección.
135. Mejor es tener pocas ideas y ejecutarlas que tener muchas y no ejecutar ninguna.
136. La obediencia no será alegre y confiada sino cuando el jefe sabe lo que quiere y lo
quiere con energía; es decir, cuando manifieste espíritu o ánimo decidido.
Nada es tan nocivo a la autoridad como aparecer vacilante, andar buscando salidas o
retroceder. A la vez se asesta un golpe a la admiración debida « la superioridad del jefe v a
la tranquilidad y reposo legítimo de los subordinados.
137. ¿Habéis observado alguna vez a los chóferes en las encrucijadas? Delante, el
conductor con determinación señala la dirección y se mantiene en ella; los demás,
prudentemente, hacen lugar. Cualquier vacilación es entonces cien veces más peligrosa
que la audacia [A. Maürois, Dialogues sur le Commandement]
138. La obediencia pasiva no es nunca el relajamiento de un hombre delante de otro
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hombre. Es la voluntaria desaparición de un individuo ante una función. Cuando yo me
pongo delante del coronel, ¡atención! (con vivo placer, os lo aseguro), no es delante de
un hombre de quien choco los tacones. Es ante un principio de autoridad que juzgo útil y
respetable, y sin el cual las sociedades humanas, nodrizas de vuestra preciosa libertad,
jamás habrían existido [ídem, Dialogues sur le Commandement, páginas 54-55]
139. La decisión es la solución de un problema, cuyos datos, como vivos y humanos, son
complejos y delicados; de un problema nuevo al que no satisface ninguna solución del
todo acabada. Ante todo, hay que concentrar la atención en estos datos, observarlos,
estudiarlos, purgarlos de cualquier prejuicio, detallar, pedir referencias precisas y
contrastadas, ser imparcial con respecto a sus propios pensamientos. Más luego de
tomada la decisión, hay que seguir con energía hasta la ejecución.
140. El «quizá» de Montaigne es conveniente para un filósofo; para ser un jefe es mejor
el sí o el no [Dautry, Métier d'Homme]
141. Obrar es, precisamente, «sacar en cualquier momento, de entre el embrollo de los
hechos y de las circunstancias, la cuestión clara, que puede resolverse en aquel instante»
[Grasset]
142. Sabed lo que queréis y hacedlo. La voluntad es un agente ejecutivo. Para cumplir
con éxito su cometido debe distinguirse por su poder, energía, vigor, continuidad en el
esfuerzo, tenacidad. Esas son las cualidades del carácter.
143. Se necesita saber: los conocimientos son base indispensable. Precisa el poder, y para
ello desarrollar las facultades de entendimiento, juicio, análisis y síntesis. Pero si todo esto
funciona en el vacío, ¿para qué?
Se ha de decidir y querer con voluntad sostenida, inflexible, para llegar hasta el fin.
Lo importante es obrar para realizar los planes, para conseguir los resultados. Trabajad,
poner piedra sobre piedra. Construid. Hay que hacer algo. Hay que obrar. Hay que
obtener resultados... Resultados, ¿eh?, ¡no reconozco más que esto! [Foch]
144. El hombre que es incapaz de decidirse, el que siempre deja las cosas para luego, el
que tiene inclinación a buscar en el último minuto la solución, el que no interviene hasta
que la cosa va mal, no ha nacido para ser jefe. El jefe se conoce por el espíritu de decisión.
Vivir es elegir y elegir es siempre sacrificar algo. Podría un hombre ser un sabio, un
técnico notable, un filósofo eminente; pero si en tiempo oportuno no sabe tomar la
decisión que se impone, y hacerla respetar, no es un jefe.
145. Quizá más que ningún otro el espíritu del jefe está en íntima unión con la voluntad,
que impondrá atención, esfuerzo, y por encima de todo la elección, puando ya esté
verificada, dejando de lado el examen, debe al momento volver al centro y eliminar
imperiosamente todas las posibilidades menos una. ¡Cuántas inteligencias deslumbrantes,
eruditas en todos los ramos, pero incapaces de elegir, han causado la ruina de las
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empresas que jamás debieron estarles confiadas! Sin duda, no es ésta la cualidad menos
necesaria para el don de fortaleza, constitutivo de los jefes.
30
IV.- ESPÍRITU DE DISCIPLINA
146. La mayor parte de los jefes tienen que obedecer a otros superiores tanto como
mandar a los inferiores. A los que están por debajo de ellos débenles el ejemplo de
respeto y obediencia a sus propios superiores.
147. El verdadero jefe se esfuerza por penetrar el pensamiento de los superiores y
concilia la independencia y originalidad de sus proyectos personales con el respeto de las
órdenes legítimas. Extralimitarse no sólo es personal insubordinación, sino un desorden
tanto más grave cuanto que es responsable de una colectividad.
148. Discutir las decisiones del superior jerárquico siempre es pernicioso, porque las más
de las veces la discusión está fundada en el vacío, sin tener los elementos necesarios de
juicio, y determina en los subordinados una va cilación en la obediencia, suficiente para
hacer fracasar los planes mejor combinados.
149. Sólo el comenzar la ejecución leal de una orden permite juzgar la importancia real de
las dificultades que nuestra nativa pereza y el miedo de ser atropellados en nuestra rutina
han muchas veces exagerado a placer.
150. La crítica deprime la moral: ataca al valor de los individuos; introduce en los grupos
la incertidumbre y el desacuerdo, y rompe la unidad de plan y de acción.
151. Aunque investido de una autoridad, cuyo principio se remonta hasta Dios, el jefe,
con todo, quédase hombre. Y porque es hombre no puede no tener en sí alguna
imperfección.
Cierto; el jefe tiene la obligación de valorizarse incesantemente y de todos modos, para
estar a la altura de su misión y ser merecedor del mando. Sus subordinados, empero, y
sus colaboradores principalmente, quienes al vivir cerca de él pueden con más facilidad
descubrir los puntos débiles, han de tener cuidado de no dejarse hipnotizar por ellos.
Serían ellos mismos las primeras víctimas del desprestigio del jefe a sus ojos.
Se ha de creer en el jefe, para estar prontos a seguirle hasta el fin, y es necesario que el
jefe sienta que su equipo cree en él, para que tenga el valor de pedir a los que le rodean
los esfuerzos y sacrificios que los llevarán a todos a la victoria.
152. El jefe verdadero atenúa las faltas de los superiores, cuando se dan, sintiéndose
satisfecho de manifestar a los subordinados que todo el éxito es debido al jefe
responsable.
153. Cuanto de más alto viene la crítica, tanto más daño puede causar. Un jefe que
critica a su superior delante de los subordinados se arriesga a perder su influencia y a ver
pasados por el tamiz sus propios métodos. En realidad, lo moral descansa en lo legal, en la
fidelidad para con los jefes.
154. La disciplina no es fecunda más que a condición de ser alegre y activa. El simple
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conformismo pasivo, tímido, el vago temor de los reproches o de las sanciones, están
desprovistos de verdadero valor social. Lo que hace consentir la disciplina ha de ser una
poderosa sensación del interés común, del honor común, de la obra o empresa común.
Entonces la disciplina no peligrará en suprimir o debilitar las iniciativas [SERTILLANGES]
155. <<Ser disciplinado no quiere decir callarse, abstenerse o no hacer más que lo que se
cree poder emprender siguiendo el arte de evitar responsabilidades, sino más bien actuar
en conformidad con las órdenes recibidas, y para ello encontrar en su invención, en la
consulta, en la reflexión, a posibilidades de ejecutar las órdenes, y en su carácter, energía
para salvar los peligros que van unidos a la ejecución» [MAUROIS]
156. Para un jefe, disciplina no es lo mismo que ejecución de las órdenes recibidas en
cuanto que parecen razonables, convenientes y aun posibles; disciplina significa que ha
abrazado completamente las ideas del jefe que dio la orden y que hace todo lo posible
para cumplirlas. Disciplina no quiere decir silencio o abstención para no hacer nada más
que lo que os parezca posible sin comprometer; no es el arte de zafarse a las
responsabilidades; por el contrario, es actuar en el sentido de las órdenes recibidas
[Maurois]
157. Si el jefe subalterno se contenta con unir su voluntad con la del superior, si no llega
hasta conformar su juicio con el juicio de aquel a quien está sometido; si no tiene para
con él la confianza absoluta y la docilidad de una «desposada», la armonía del «hogar», de
la autoridad, será precaria, con detrimento del fin buscado en común [Foch 2]
158. La disciplina no apunta a matar la personalidad, sino a regular y coordinar los
esfuerzos.
159. El aumento de disciplina se traduce siempre en aumento de bienestar, lo
mismo que el desarrollo de la energía en un suplemento de fuerza.
160. En todos los grados de la escala social, lo mismo en la vida familiar que en la
profesional, se impone, de un lado, la restauración del sentido de la autoridad, y de otro,
la reeducación del espíritu de disciplina.
«La disciplina —dice un antiguo proverbio militar— es la fuerza principal de los
ejércitos.» También es la fuerza principal de una nación que quiere no perecer. Un
resurgimiento nacional pide la colaboración y adhesión de todos.
Habrá, quizá, muchos caminos para salir de un bosque. Pero el que se ha de seguir es el
escogido por el jefe debidamente nombrado. Teóricamente podrán, quizá, imaginarse
mejores, pero, de hecho, el mejor será el que haya indicado, y precisamente por haberlo
indicado. Si cada uno, guiado por su fantasía o por sus instintos, tira por su lado, seguiráse
la neutralización de las fuerzas del grupo y pronto también la desaparición del grupo como
tal.
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Además, un jefe posee elementos de información ignorados de los súbditos. Una vez
tomada «en junta» la determinación, ha de tener certeza de que se seguirá, pues no es
posible aplicar sus facultades de jefe para el bien general si no tiene absoluta seguridad
sobre este punto.
33
V. ENERGÍA REALIZADORA
161. El jefe no ha de contentarse con tomar una decisión; la decisión tiene que
«encarnarse en la realidad». Lo que cuenta no es la orden dada, sino la orden ejecutada.
162. Jefe sin energía no puede ser jefe. No se trata de una energía brutal, sino de una
energía ejecutiva que proporciona el esfuerzo con el fin que pretende obtener, que mira
siempre las posibilidades para que no se encuentre sin aliento en el preciso momento de
tomar una cota.
163. El jefe ha de tener razón resistente; no debe acobardarse por los primeros
obstáculos; conoce el lema «a hombre valiente nada es imposible», y conforme al dicho
del general Clément Grandcour, «el verdadero jefe, civil, o militar, espiritual o temporal,
saca posibles de lo imposible»; en eso mismo se le reconocerá.
164. Nada se obtiene sin trabajo, y el hombre activo no tiene que sorprenderse de
encontrar dificultades. Estas pueden nacer de sí mismo, y no son éstas las menos duras de
resolver. Pueden también nacer de los subordinados o, las más de las veces, de parte de
aquellos que debieran serle sostén y apoyo. Asimismo pueden venir de las circunstancias y
de la rfitma naturaleza de las cosas. El verdadero jefe acepta siempre lo irreparable y,
como decía Lyautey, «él se las arreglará».
165. El jefe espera las dificultades, aunque no se deja hipnotizar por ellas. Previstas o
imprevistas, forman parte del programa.
166. Las dificultades se presentan para ser vencidas. Para un jefe las dificultades no son
barreras que le detienen, sino trampolines que le dan ocasión de excederse al obligarle a
sobrepujarlas.
167. Un jefe, aun siendo muy flexible y «realista», no ha de cambiar con mucha frecuencia
de dirección. Los cambios demasiado frecuentes inquietan a los subordinados y les quitan
la confianza.
168. El éxito depende de la perseverancia y tenacidad en la ejecución todavía más que de
la habilidad de la concepción.
169. El don del jefe es el don de la fuerza, pero entendiendo «por alma fuerte no la que
sólo conoce las emociones fuertes, sino más bien aquella cuyo equilibrio no turban las
fuertes emociones», según decía Foch.
170. No hay acción sin riesgo, pero quien nada arriesga nada tiene. Hase de pesar el
riesgo, probar de disminuirlo; pero, según el reglamento de Marina, «se ha de correr con
ánimo valeroso y resuelto».
171. El esfuerzo es la única fuente segura de libertad y de ideal contra la anarquía interior
de los instintos y apetitos egoístas. Quien salva el esfuerzo, salva la personalidad y, por lo
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mismo, salva a la comunidad.
172. Cualquier cosa que hagáis en la vida, hacerla con el mayor vigor posible [Lyautey]
173. Nadie puede ser verdadero jefe si no sabe triunfar de los obstáculos excepcionales,
y no triunfará si no da muestras de una voluntad también excepcional.
Ahora bien; nada exige mayor grado de voluntad; nada ejercita más las facultades que el
mandar a las pasiones, a los deseos vehementes, al mismo exterior, reprimiendo todo
gesto inútil o excesivo de alegría, de dolor, de espanto, de entusiasmo, de horror; a la
fisonomía que se sabe conservar impasible en presencia de las más grandes angustias.
Todo esto forma el dominio de sí mismo y es culpe en el rostro rasgos austeros y le
comunica ese aire a la vez inseguro e inexorable que obliga a la obediencia; pues quien es
inflexible para con sus debilidades ha de serlo para con las de los otros. Quien sabe
imponerse a sí mismo, sabrá desafiar la resistencia de los subordinados. Es decir, el
completo dominio de sí mismo prepara la autoridad [J. Toülemonde, L'Art de commander,
página 102]
174. La menor resistencia exige alguna firmeza y tenacidad.
175. ¿E inteligencia? Ciertamente, se necesita. Pero sobre todo, voluntad: voluntad fija, que
no se desparrama. Todo está en esto: querer...
Aun con mediana inteligencia, quien encauza toda su voluntad hacia un hito concreto y
persevera con ánimo constante, está seguro de alcanzarlo. Tomad una idea, fijadla como
otra estrella polar, caminad con los ojos clavados en ella. No se llega a triunfar más que
por el trabajo encarnizado y bien dirigido [Foch] (Nota 16.)
176. Sólo los atrevidos realizan. Sólo los que organizan tienen éxito.
Muchas veces lo que puede parecer «suerte» o «acaso» no es sino el fruto de un largo
trabajo de preparación y de empeño de llegar.
177. La acción no es otra cosa que una incesante adaptación de sí mismo y de lo que
arrastra la vida a un fin visto con claridad y buscado con tesón. :
178. Cualquiera que sea el ideal que anima al jefe, hay horas en que el trabajo cotidiano
puede hacérsele pesado. Es hombre y siéntese envuelto por una atmósfera de tedio con
sus puntas de amargura: tan ingratas resultan muchas veces las condiciones de trabajo.
Recuerde entonces que ningún esfuerzo es pedido y que ningún fracaso es definitivo.
179. Pálpese que el jefe no se decide sino por motivos muy elevados, por obligación, por
el bien de todos, olvidándose de sí mismo, y, además, con dominio de sí, de sus
emociones, de su capricho y de su genio. Nunca turbado, nunca sorprendido, nunca
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desconcertado. Pero pálpese también que, una vez tomada la decisión, nada hará doblegar
su voluntad, y que si tiene el alma bastante grande para reconocer sus yerros y para
corregir sus miras, tiene el alma d
emasiado grande para no asegurar las obligaciones
necesarias, aun a costa de su paz [P. BessieRes]
180. Todo jefe tiene que prepararse para una vida dura, física y moralmente, con mezcla
de éxitos y reveses, de alegrías y desengaños, de apoyos y dificultades; mas quien se
renunció a sí mismo para entregarse a la empresa no se dejará arredrar por esta
perspectiva, ya que tiene él otra en su corazón: la de la fecundidad invisible de su acción,
que trasciende las apariencias. En esta fe es donde encuentra la escondida fuente de sus
mejores energías.
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VI. CALMA Y DOMINIO DE SÍ MISMO
181. Para tener calma ha de haberse tomado la costumbre de jamás dramatizar las cosas, y
según la fórmula de Foch: «No tomar por lo trágico las cosas sencillas y simplificar las
cosas trágicas.»
182. El jefe que quiere ser digno de mandar debe comenzar por hacerse capaz de
mandarse a sí mismo. Sin dominio de sí propio nadie puede pretender el dominio de las
cosas, y menos todavía el de las personas.
183. Toda la persona del jefe ha de irradiar una impresión de serenidad, a fin de que
sientan seguridad todos los que le rodean.
184. La menor señal de inquietud, de depresión y «a fortiori» de perturbación, que
estando a solas no tendría graves consecuencias, puede tener repercusiones irreparables
en el grupo que mandáis.
185. Un jefe no conoce el miedo, o si lo conoce, nadie ha de saberlo. El debe dar la
impresión de que será en todo y siempre superior a los acontecimientos, según la fuerte
expresión de La Varende. Con los reflejos abolidos, dominada la naturaleza y, si hay
necesidad, cómico del valor, acepta todos los peligros siempre que su aparente sangre fría
asegure a los suyos y les evite el pánico, que en la guerra es el peor de los peligros.
186. Por instinto, en los momentos de peligro se mira la cara del jefe: si se sorprende en
él desasosiego o angustia, esta impresión se refleja en la colectividad con un coeficiente
tanto mayor cuanto mayor es la estima del jefe y la confianza de poder contar con él.
187. Uno de los generales de Verdún, que aguardaba en su puesto de mando las noticias
del ataque y no podía saber sino lo que migajas le comunicaba el teléfono, nota: «La
inquietud me devora, la angustia me tortura y, no obstante, si quiero conservar mi
prestigio, irradiar confianza, he de presentarme a los ojos que me preguntan a hurtadillas,
con una cara impasible. Mi gesto debe ser sobrio, mi voz firme, mi pensamiento claro. No
conozco prueba más dura y, a la vez, más decisiva para la voluntad del jefe» [General
Passaga, citado por Picard en Verdun, 1916, pág. 388.]
188. La calma en seguida causa la impresión de una voluntad que sabe lo que quiere y
que no consentirá desviarse del blanco. Una mirada sosegada y tranquila es bastante
muchas veces para inspirar una como seguridad a los indóciles: entonces sienten por
instinto que no tienen ellos la última palabra.
189. Todos los que han estado en la guerra recuerdan la inquieta mirada de la tropa
hacia el oficial que la manda en momentos difíciles: la calma o el alegre disimulo de un
joven jefe de sección, ¿no resultan entonces más engendradores de confianza que los
brillantes y alocados de un veterano ayudante?
190. Para estar tranquilo, el jefe tiene que saber cuidarse y tomarse el tiempo de reposo
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necesario, evitando tanto el agotamiento como el exceso de trabajo.
191. La salud y la facultad de trabajo están en primer puesto entre las condiciones
requeridas para ser jefe. La grandeza de la obra es todavía menos exigente que la
continuidad del esfuerzo, y mientras que la enfermedad permite al sabio sus
investigaciones y al artista sus creaciones, aniquila la acción del jefe.
192. Para un jefe es un arte el saber tomar descanso, pero es un arte indispensable, y el
jefe que lo descuida en sí mismo está expuesto, un día u otro, a perder el dominio de los
reflejos. Gengis Khan decía que el jefe incansable no vale para mandar.
193. Todos los conductores de pueblos sienten la necesidad de aislarse para meditar con
calma y se reservan tiempo para elaborar su acción inmediata o lejana. Gaixiéni llamaba a
esto «el baño del cerebro».
194. El jefe, a fuerza de darse, se vaciará rápidamente si no cuida de abastecerse
intelectual y espiritualmente. Ha de distribuir el tiempo de manera que cuide cada día de
tener una o dos horas de meditación y lectura. Con sus compañeros debe tener con
regularidad reuniones que le proporcionen no sólo amistad y descanso, sino que le
permitan seguir en común encuestas y reflexiones.
Ante todo, ha de conservar y cultivar en si la facultad inventiva: buscar sin parar nuevas
iniciativas, nuevas experiencias; hacer el balance de lo que conoce desde su juventud;
aventurar hipótesis nuevas, que de seguida vendrán los hechos a debilitar o confirmar;
permanecer accesible a la riqueza humana, que muy bien podría traerle el hallazgo de sus
años juveniles [Michel Herr, Revue Esprit de mai, 1941, página 461]
195. Como siempre tengo más cosas que hacer que tiempo para hacerlas, y el pensar en
esto me preocupa y estorba, no considero las cosas que he de hacer, sino el tiempo que
puedo emplear.
Lo emplearé sin perder nada, comenzando por las más importantes, y no me inquietaré
por las que no estén hechas [Mons. DoPanloup]
196. El jefe evita las palabras inútiles; sabe ser discreto, no publica sus proyectos ni los
estados de ánimo. Richelieu afirmaba que el secreto es el alma de los negocios, y que se ha
de oír mucho y hablar poco para actuar con eficacia.
197. El silencio del jefe, índice de una voluntad firme y de una intensa reflexión, inspira
respeto. La verborrea y la charla hacen decaer el prestigio muchas veces; siempre, la
confianza.
198. Para tener calma el jefe no debe jamás dejarse desbordar, ni por las ocupaciones, ni
por los acontecimientos, ni aun por los hombres, y puede añadirse: ni por sí mismo.
199. El hombre de acción no se entretiene en deplorar lo que le viene en contra; lo
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acepta como un nuevo dato del problema que tiene que resolver [Grasset]
200. Jamás digáis «estoy fuera de mí», porque después de cierto tiempo esto llegará a ser
en vosotros como una obsesión y una necesidad de repetirlo sin cesar; acabaréis
creyéndolo, y esto será abrir la puerta a todas las impaciencias y a la fatiga nerviosa.
201. Lo que fatiga y enerva no es tanto lo que se hace como lo que no se llega a hacer;
ésta es la razón por qué el jefe prudente ha de organizar su vida. Tener el sentido de la
jerarquía de los valores, establecer el orden de urgencia para su actividad y proporcionar a
la importancia de cada esfuerzo el tiempo que le debe estar reservado.
202. «La paciencia es una gran garantía de orden»y jdice el educador americano Huger. Y
añade, con razóní «Perder el dominio propio es siempre el medio más seguro de perder la
autoridad sobre los demás. Una postura tranquila, que nace no de temperamento
flemático, sino de la disciplina personal, ejerce en el mundo, nervioso, desordenado, una
influencia de sugestión a la que no resiste.»
203. Dicho está por un antiguo poeta de la India: «Subyúgate a ti mismo para subyugar a
los otros. No siendo por una fuerza personal, ¿cómo podrías conducirlo hasta querer lo
que tú quieres?»
204. Un jefe irritado o excitable cesa de cumplir la más esencial de sus funciones, Cual es
encarnar la autoridad y el orden verdadero: tampoco él es otra cosa que una maestra de
esa disipación, de esa inquietud, de esa falta de regularidad que pretende combatir en
otros. Y desde entonces, por más celo que despliegue, no podrá irradiar el espíritu de
orden [Foerster, L'Ecole et le caractére, página 219]
205. Vais a dominar a los hombres, no es momento oportuno para perder el dominio
propio.
206. Si se presentan obstáculos imprevistos, únicamente el jefe es quien no debe
emocionarse.
Cuando todos estén desanimados tendrá que gallear todavía para infundir valor en los
otros, aun cuando para sí no lo tenga.
207. Véanse los consejos dados por un patrón conocedor de los negocios para el caso
de crisis: «No digáis a vuestros colaboradores: ¡esto no es nada, sois unos cobardes!;
tampoco exageréis en sentido inverso, gritándoles: ¡todo está perdido, sálvese el que
pueda!; antes bien, decidles: la situación es muy grave y pide toda vuestra energía; pero
estad tranquilos y tened confianza en mi fuerza, como yo la tengo en vuestra abnegación»
[Courau, Le Patrón et son equipe, página 200]
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VII.- SENTIDO DE LA REALIDAD
208. Bueno es tener una idea grande, alimentar un Bello ideal; pero si el ideal es
quimérico y la idea se queda en imaginación, todo esto no es nada. Es preciso que el ideal
encarne en la realidad. Y aquí es donde el jefe, para no extraviarse, para evitar toda
desviación entre la inteligencia y la vida, necesita desarrollar en sí mismo el sentido de la
realidad.
209. La misión de jefe implica algunas contraindicaciones. Es un oficio que no conviene al
soñador; quien al vivir en la estratosfera olvida que tiene la cabeza sobre los hombros y
los pies en la tierra.
210. Es un oficio que tampoco conviene al pesimista mórbido, quien no queriendo ver
más que el lado malo de las cosas, de los hombres y de los sucesos, se ha hecho incapaz
de descubrir todas las posibilidades que se le ofrecen escondidas.
211. Es un oficio que tampoco conviene al optimista bobo, cuya natural sencillez le pone
por juguete de los astutos y charlatanes.
212. Este cargo no conviene tampoco al verboso, que se cree haber obrado porque ha
hablado, y que no se da cuenta que, al pagarse de palabra, se alimenta de ilusiones.
213. El cargo de jefe requiere a un hombre que tenga la cabeza sobre los hombros y los
pies en la tierra. Puede todo resumirse en este principio: la falta de adaptación a la
realidad es la ineptitud primera para el mando.
214. Influenciada por la filosofía subjetiva y por causa del exceso de enseñanzas
puramente teóricas, la inteligencia no es para muchos la facultad de ver lo real, sino la
facultad de especular y disertar brillantemente. Del hombre hábil para hablar se dice: «Es
inteligente.»
Constrúyense sistemas en la imaginación, amontonándose hipótesis; creeríase perder el
rango yendo a ver sobre el terreno lo que hay. Ha sido una gran debilidad, en todos los
departamentos de la actividad nacional, de los estados directores. Demasiados espíritus
brillantes se habían de tal manera acostumbrado a hacer juegos de manos con los sistemas
financieros, económicos y militares, que habían perdido el contacto con las realidades
humildes de la vida y antes con el sentido común.
215. Tener sentido de la realidad es, ante todo, conocer objetivamente la realidad y
conocer lo que la realidad puede sostener de posibilidades ahora y en lo venidero.
216. Ver claro, ver lo verdadero, ver lo justo, tal debe ser la mirada del jefe.
217. La peor alteración del espíritu es el ver las cosas como uno quiere que sean, en vez
de verlas tales como son [BOSSUET]
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218. «No os contentéis con lo que se os diga —aconsejaba Foch—, id a verlo con
vuestros ojos.
No os pregunto qué es lo que pensáis. Decidme lo que hay... Hechos, hechos. Hay que
verlos.
Esos quedan. No los haréis desaparecer con el sentimiento.»
219. Tener sentido de la realidad es conocerse a sí mismo, conocer sus posibles tan bien
como sus límites. Esto forma parte de los datos del problema, y se ha de tener el valor de
saber lo que es antes de tener el valor de saber lo que se quiere.
220. Tener sentido de la realidad es, en vez de lamentarse estérilmente de los efectos de
los subordinados, poner todo el empeño en aprovecharlos según su capacidad. ,
221. Tener sentido de lo real es desconfiar de las fórmulas totalmente hechas. No hay
formulario tan completo en el que los casos que se presentan tengan una solución ya
impresa de antemano.
Hay que estudiar y resolver cada caso por sí mismo. Las soluciones totalmente hechas son
cosa de empleados de oficina, es decir, de los que no se atreven, o porque no saben, o
porque no conocen más que el famoso «precedente» administrativo, padre de la «odiosa
rutina, que atolla tantas energías para transformarlas en estériles».
222. El jefe ha de andar siempre alerta. Jamás ha de considerar su organización como
definitiva.
Desde cierto punto de vista resulta menos difícil poner una institución en marcha que el
mantenerla en buen orden de marcha, puesto que la vida es algo tan variable que se
necesita renovar incesantemente los conceptos para encuadrarlos en las nuevas
condiciones de las circunstancias y de las personas.
El jefe que se adormeciese en la rutina no tardaría en perder contacto con la realidad y
pronto llegará a ser un inadaptado.
223. Un jefe se hace viejo ya desde que rehusa volver a pensar los problemas, ya desde
que no se siente con fuerza para renovar sus conceptos y los cuadros.
224. El desarrollo de la acción hace olvidar con sobrada frecuencia la necesidad de volver
a pensar, para toda empresa, continuamente en su origen, espíritu, mística y porvenir. Uno
ha arrancado con gran entusiasmo; luego, falto de tiempo, absorbido por la faena que
sobreviene al día, deslizase en el automatismo.
Un jefe de Estado o un industrial ingenioso tendrán a su lado un grupo de hombres de
ciencia encargados de este único empeño: de reponer la obra a punto, de cuidarla con
inteligencia y espiritualidad.
Hoy sería conveniente multiplicar los encargados de estudiar y los de misión en todos los
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organismos colectivos, considerando su función no como una amable sinecura, sino como
una de las más esenciales entre todas [Bussy-Robin]
225. El jefe jamás debe hacer tabla rasa de lo pasado. Hay interés, cuando toma las
palancas del mando en las manos, de que no se resuelva todo, y sobre todo de no dar la
impresión de que quiere cambiar por el simple placer de cambiar algo.
Mas, por otra parte, derecho tiene de querer los progresos que, ya por experiencia, ya
por estudio, se imponen, sin dejarse jamás detener por la objeción: «Siempre Se ha hecho
así.» Lo pasado es interesante para explicar lo presente; mas nunca podría sujetar a los
que desean hacer el porvenir.
226. «Hay que estudiar los asuntos», repetía Foch constantemente. Y él estudiaba a fondo
todos los suyos. Desde luego, encarga el examen de los mismos a los que trabajan con él.
«Mirad también todas las vueltas y revueltas.»
Quien le informe no ha de llevarle impresiones: «No os pido vuestra mariera de pensar,
sino cosas precisas, realidades.»
Hasta cuando pregunta si hace frío, no se le ha de responder: el aire es fresco, sino
cuántos grados marca el termómetro. Informes seguros, exactos, comprobados; sólo «los
hechos constituyen para él una base sólida». «No os apoyéis en frases, sino en hechos.
Con éstos podéis construir.»
No os paguéis de palabras si queréis no ser pagados con decepciones.
Fuera elegancia, fuera sentimiento. Se dice: «Yo creo que... se hace el elegante»: «Pienso
que el enemigo hará esto... o aquello.» Mal: «yo creo»... ¡Se ha de estar seguro! Hay que
estudiar, ver las posibilidades, contarlas, juzgar, decidir, y entonces va bien [Lieut-colonel
Buauet En écoutant le Moréchál Foch]
227. Muchas reglas tenidas por intangibles por los practicones de espíritu corto cesan
de ser aplicables a poco que cambien los datos del problema. De querer aplicar, con datos
inseguros, las reglas demasiado invariables, se termina en evidentes absurdos; también los
que han profundizado estas cuestiones —sean filósofos u hombres de acción—, todos al
unísono han vituperado el abuso del formulismo.
Nada más perjudicial al Estado que aquellos que quieren gobernar las naciones por las
máximas que sacan de los libros [Richelieu]
Pocas máximas son para todos verdaderas [Vauvenargues]
Nada es absoluto en la guerra [Napoleón]
Fuera los moldes, hay que aprender a discurrir [Foch]
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228. Tener sentido de lo real es tenerlo de todo lo real. Algunos hay que tienen, a veces,
la tentación de hipnotizarse con un detalle y de no mirar, más que tal pormenor. El
verdadero jefe jamás pierde de vista el conjunto; mira siempre en su espíritu presente «la
síntesis de que está encargado». Esto le facilita el poder mirar el sentido de las
proporciones y el dar a cada cosa su relativa importancia.
229. «El jefe —decía Lyautey— ha de ser el técnico de ideas generales», pero las ideas
generales no han de ser vagas generalidades. Vea las relaciones algunas veces lejanas que
unen dos problemas; dé a la cuestión presente su verdadero valor, sin disminuirlo, porque
haya de tener repercusiones; sin aumentarlas, porque no es la única que nos interesa, y
porque no debe triunfar a costa de otros asuntos o de otros intereses igualmente
legítimos.
230. La energía de espíritu es la cualidad preferida del jefe, no tanto con miras a trabajar
en el análisis arduo de un asunto difícil como para concentrarse rápidamente sobre una
cuestión urgente que resolver, abarcando fuertemente, de una vez, todos los datos de la
cuestión y todas las incidencias de la solución.
Esta energía supone una intuición que ningún ingenio geométrico puede detener en su
vuelo; una extensión de miras que ninguna especialidad absorbe; una flexibilidad de
adaptación que ninguna rutina anquilosa; una solicitud de los acuerdos que ninguna psicosis
de detalle reduce, y, finalmente, esta cultura general que, dando conocimiento de todo,
prepara a comprenderlo todo.
231. Tener sentido de lo real es también desarrollar en sí ese como olfato, que permite
ver al instante las nuevas posibilidades que se presentan con un cambio de situación para
utilizarlas y tomar una nueva decisión adaptada a las circunstancias.
232. Hay que saber, según el dicho de Talleyrand, «aceptar lo inevitable para hacerlo
utilizable».
233. Es necesario que la intuición del jefe sea constante y que su capacidad constructiva
sea templada por el sentido práctico de las posibilidades de realización. No es bastante el
lanzarse adelante, sin reflexión, contando sólo con su audacia o con su buena estrella,
porque, según confesión del mismo Napoleón, «con la audacia se puede emprender todo,
empero no sé puede hacer todo».
234. Un gran jefe nos pone en presencia de las cosas tales cuales son, sólo que nos
manifiesta que podremos hacer con ellas otras cosas. No por su capricho, sino por el bien
público; no arrebatado quiméricamente por la imagen que proyecta ante sí, con
clarividencia traza la ruta por lo mejor del terreno. Su misión, y primeramente para sí.
Prefiere lo real a su ideal, como prefiere su faena a su persona[Henri Poükrat]
235. Unos no ven más que las dificultades; otros quieren ignorarlas. Lo mejor es ver las
posibilidades pensando en las dificultades y hallar en las primeras recursos para vencer las
segundas.
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236. Cuando se es de veras todo un hombre, se toma de las cosas lo presente, como es,
y se trabaja para que en lo venidero estén algo más ajustadas a lo qué deben ser.
237. Si hay un pesimismo desalentador, consistente en cruzarse de brazos ante la
fatalidad, hay también un optimismo pernicioso, que sustenta la ilusión so pretexto de
conservar la confianza [Levis-Mirepoix. Renue des Deux-Mondes. 1-1-41]
238. Hay planes muy bien hechos; no son los planes los que faltan, ni tampoco las ideas:
mas para cada circunstancia hay entre ellos uno bueno y nada más. Quizá es el menos
bello de todos, el menos grandioso, el que conquistara menos gloria; pero, seguramente,
es el único que la realidad hace posible, y ése es el que ha de escogerse.
El jefe que tiene la responsabilidad y toma la decisión, debe tener esta noción de lo
posible. Si le falta, podrá ser un estético militar eminente, pero no un jefe de veras.
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VIII. COMPETENCIA
239. El valor no es el exclusivo fundamento de la autoridad del jefe
No es menos verdad que el jefe tiene que desarrollar la competencia para estar en
disposición de servir mejor, y su autoridad moral crecerá en proporción de las muestras
que diere de valor.
240. La competencia del jefe no es de la misma naturaleza que la de los subordinados. Su
competencia ha de consistir esencialmente en poseer las nociones generales necesarias y
el suficiente conocimiento de las diferentes ramas de actividades para organizar el
conjunto de ellas.
Cuanto mayor es la responsabilidad del jefe, tanto más ha de evadirse de la
especialización, mientras que cuanto más el agente es un ejecutor, tanto más ha de dar
pruebas de su capacidad técnica.
241. La competencia específica del jefe es una competencia de gobierno, que consiste en
prever, organizar, mandar, comprobar, en orden a la faena o misión que se ha de llenar;
competencia que permite apreciar los valores relativos y ponderar las oportunidades;
competencia psicológica que se adquiere con la práctica del manejo de los hombres.
242. La competencia profesional no es sólo una condición de prestigio, sino cuestión de
moralidad. «La mayor inmoralidad —escribía Napoleón a su hermano José— es ejercer un
cargo que no se sabe.»
243. No se puede pedir al jefe que sea competente en todo. No habría jefes. El jefe
domina las ideas generales: ése es su propio dominio. Si, además, tiene algún otro talento
particular, tanto mejor, o, quizá, tanto peor. Quizá tanto peor, porque si tiene la debilidad
de entregarse a sus éxitos, se achicará y no será más que un especialista.
El jefe deja los especializados para cuando no ha visto que serán útiles y eficaces, y dentro
de los límites prefijados. El es quien se esfuerza para «dominar la situación», orientando y
coordinando los esfuerzos.
244. La cultura no consiste en saberlo todo, ni en saber un poco de todo, sino en tener
dominio de las cosas para tomarlas miradas desde lo alto.
245. No hay que pedir al jefe que sea competente en todo —aunque ha de tener en su
favor una competencia indiscutida e indiscutible—, sino para hacer, al menos para juzgar,
apreciar y decidir con conocimiento de causa.
246. El que no es más que militar, no es sino un mal militar; quien no es más que
profesor, no es sino un mal profesor; quien no es más que un industrial, no es sino un mal
industrial. El hombre completo, el que quiere cumplir de lleno su destino y ser digno de
guiar a hombres; en una palabra, ser jefe; este tal ha de tener sus ventanales abiertos a
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todo lo que honra a la humanidad [Lyautey]
247. Además de la competencia técnica requerida, la competencia peculiar del jefe es la
que consiste en el arte de crear la unidad, sabiendo ordenar y coordinar los esfuerzos de
cada uno con miras a la obra común.
248. La victoria no se contenta con las virtudes de última hora. La realidad del campo de
batalla es que allí no se estudia; se hace, sencillamente, lo que se puede para aplicar lo que
se sabe.
Desde luego, para poder allí un poco es necesario saber mucho y bien [Foch]
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IX. ESPÍRITU DE PREVISIÓN
249. El bueno o mal resultado depende mucho de las miradas del jefe sobre el porvenir.
El jefe no puede trabajar sólo «al día». Ha de prever para plazo más o menos largo las
consecuencias de sus decisiones, la oposición o dificultades que puede encontrar y la
parada que tendrá que montar en las diferentes hipótesis.
250. La costumbre de prever y de vivir en el porvenir es lo que permite la rapidez de
cálculo y la prontitud de decisión. «Si estoy siempre dispuesto, decía Napoleón, es porque
antes de emprender he meditado mucho tiempo. Vivo adelantado en dos años y tengo
previsto lo que pueda ocurrir.»
251. A puro de prever y preparar es como se hace uno capaz de improvisación cuando
las circunstancias lo piden. Y, al contrario, si deliberadamente se remite perezosamente a
la inspiración del momento, se camina al desastre.
252. No es un genio quien me revela en secreto lo que yo tengo que hacer en una
circunstancia no esperada para los otros, sino la reflexión, la meditación [Napoleón]
253. Difícilmente se imagina cuánto se esfuerzan los grandes jefes en prever con
precisión. Véase a Mangín preparando la revancha del fuerte de Douaumond: «Nada se ha
dejado a la ventura.» Utilizó todos los informes recibidos de sus aviones, de las patrullas,
de los desertores; los clasificó, recortados, verificados... ¡qué trabajo supone todo esto!
Sólo entonces acometió y el triunfo fue completo. El mismo método en 1917 en Fismes:
«En el mapa se contaba, no por kilómetros, sino por metros; cada salida de las trincheras
estaba estudiada en las múltiples posibilidades; se notaban los menores accidentes del
terreno, las ruinas de las casuchas, los troncos de los árboles cascados; se trasladaban las
señales para orientarse en las fotografías de avión y en los planos directivos; el tiro de la
artillería y el alcance del tiro, el desplazamiento de los cañones, el avance de la infantería, a
la cobertura de los obuses; todo estaba determinado en un segundo» [Maurois]
254. El jefe que no está siempre en vela, en previsión de dificultades, en intuición de los
acontecimientos; el que no proyecta su voluntad en el misterioso porvenir, para plantar en
él con anticipación jalones de su marcha: iniciativas, creaciones, campañas, propaganda...;
que no sabe, cuidadoso de lo real, son atosigar la imaginación, construir un plano,
establecer un programa, combinar horarios, asegurarse de las posiciones de repliegue o de
las líneas de socorro, no es más que «un encargado de negocios» inerte, vacilante,
rutinario, que al no dominar la vida será por ella dominado y vencido.
255. Cuanto más precisa sea la idea que el jefe se forme de lo venidero, tanto la idea
tendrá más probabilidad de convertirse en realidad. Querer no significa sólo decir lo que
se quiere; es representarse con energía cómo se obrará. (Maurois: Dialogues sur le
Commandement.)
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X. CONOCIMIENTO DE LOS HOMBRES
256. El arte de conducir hombres es difícil. Lo es primeramente porque depende de dones
naturales desigualmente repartidos, y también porque las leyes psicológicas, que son la
base de las relaciones entre jefes y subordinados, están muy poco conocidas.
257. Un hombre de experiencias, entrado en años, que rápidamente llegó a sacar
adelante una empresa industrial, empleando numeroso personal, respondía a los amigos
que se admiraban de un tan rápido éxito: «Yo no conocía las máquinas, es verdad; pero
conocía bien a los hombres.»
258. Primero hay que hacer rueda de gente, como en familia, para ver lo que valen
[Foch]
259. Conocer su oficio bueno es, y puede ser lo bastante para el artesano que trabaja
solo; pero el jefe, por definición, tiene que mandar a otros hombres, y el conocimiento de
los hombres a los que ha de mandar le es tan necesario como el conocimiento de la tarea
para la que los debe mandar.
260. El primer servicio del jefe consiste en estudiar y comprender a los que debe formar.
Siendo toda educación un contacto, no es posible tener contacto con ellos si no hay unión
entre las dos partes: el jefe y sus subordinados, adaptación del que manda al que obedece,
a fin de que un día haya adaptación del que obedece al que manda. [Mgr. Pinson, Obispo
de St. Flour. 84]
261. El ideal para el jefe es colocar a cada uno en su puesto: the righí man in the right
place. Un hombre que se encuentra delante de una tarea que le puede, parece zurdo y
desmañado; un hombre que ocupa el sitio que le conviene parece siempre inteligente.
262. No siempre resulta fácil hallar para cada uno el sitio que le conviene; mas por
experiencia se sabe que muchas veces basta un desplazamiento, al parecer insignificante,
para convertir en bueno a un mal obrero.
263. Es falso decir que un hombre vale tanto como otro hombre, y hay que conocer
bien a sus hombres para poner el hombre preciso en el sitio que le conviene.
264. El jefe debe conocer a sus hombres para estar en condiciones de adaptar las
órdenes a la capacidad de cada uno, dejando a los que se lo merezcan mucho de iniciativa
y teniendo más de la mano a los que no puedan actuar solos, con todo un teclado que
corre desde la orden a secas hasta la sutil persuasión. Hay jefes tan poco hábiles que,
cuando han hablado, los subordinados sienten ganas de hacer todo lo contrario de lo que
se ha dispuesto.
265. Un individuo calificado como malo por un jefe puede ser estimado como excelente
por otro jefe, sólo porque el segundo ha sabido ganarlo, mientras que el primero no lo
comprendió.
48
266. No juzguéis de ligero a nadie como incapaz. Son muchos menos los incapaces de lo
que generalmente se cree; lo que sí son muchos los mal aprovechados, a quienes no se ha
dado el empleo que convenía.
267. Un grupo, sea cual sea, no tiene cohesión mientras sus miembros no se conocen
mutuamente, y conocen a su jefe, y se creen conocidos de todos ellos; el ser humano
tiene necesidad de sentirse apreciado, estimado, comprendido, conocido, para entregarse
totalmente a la faena que tiene impuesta, y será capaz de excederse a sí mismo si sabe que
su jefe cuenta con él personalmente para un esfuerzo que hay que hacer.
268. Todo hombre tiene más o menos confusamente el sentimiento de dignidad humana, y
espera que su personalidad sea reconocida. Ser tratado como un número o como una
simple rueda de una máquina determina en él un complejo de inferioridad que tratará de
compensar con la indiferencia, la rebelión o el desprecio.
269. El jefe tiene que dar a cada uno la impresión de que le reconoce una individualidad
propia, que no le confunde con los otros, que lo distingue por tener una existencia y valor
singulares en medio de la multitud de semejantes.
270. Este profundo conocimiento es a la vez para el jefe la mayor habilidad y la mayor
fuente de su poder: éste es el secreto de los caudillos de los pueblos. (Napoleón, tirando
de la oreja: «¡Hola, tú; te vi en Marengo!>>)
271. El jefe, siempre que es posible, llama a cada uno por su nombre, sin olvidar que el
nombre es para cada uno la palabra más dulce e importante del diccionario.
272. El conocimiento de los hombres permite apreciar con exactitud la moral del grupo
y determinar lo que se le puede exigir en un momento dado sin peligro de provocar
desorden. Este es el que da la sensación de lo que se llama «lo practicable»; sin él la
disciplina se rompe.
273. Todo jefe, que es más o menos educado no puede ejercer su bienhechora influencia
más que siendo a la vez perspicaz para adivinar las necesidades, las aptitudes, los gustos,
los caracteres y los reflejos de sus hombres. No es bastante conocer el corazón humano;
es preciso tener el instinto de adivinar lo que pasa en el alma de los encomendados.
274. Para conocer bien a los hombres, el jefe debe precaverse de las simplificaciones
exageradas. El hombre no es siempre razonable y sencillo, sino un ser c
on múltiples
tendencias, que se compensan y equilibran las unas con las otras, sometido, además, a
variaciones más o menos frecuentes, según el temperamento, el carácter, la salud, el
ambiente que le rodea, los acontecimientos que le afectan.
275. Conocer, según la etimología francesa (cconnaítre = naitre avec»), es nacer con,
vivir con, sentir con. No hay verdadero conocimiento sino en cuanto se simpatiza, se
penetra en las penas y dificultades de cada uno, se sabe sustituirle en su puesto.
49
276. El hombre inquieto busca siempre a quien confiar el objeto de sus inquietudes;
más vale que la confidencia sea recogida por el jefe, que podrá rectificar el error o
testimoniar la simpatía. De otro modo, el hombre está tentado de pedir ayuda a un
ignorante o a un irresponsable.
277. El jefe ha de esforzarse para estar en contacto con los subordinados. Esto le dará
ocasión para observaciones fecundas, porque así podrá sorprender infraganti las más
espontáneas reacciones, a la vez que podrá romper las timideces que paralizan y provocan
las confidencias que dan descanso.
278. El hombre que carece del instinto de adivinarlo que pasa en el alma de sus
subordinados puede ser un genio en otro plan, pero nunca será un jefe de verdad.
279. El hombre que se queja no exige nece sanamente que se le dé una satisfacción;
desea, sobre todo, ser escuchado con interés y que se provoque una decisión en el
sentido que sea.
280. Para apreciar a sus hombres, el jefe tiene que desarrollar en si, enfrente de ellos, una
disposición afable y benévola, porque los defectos, frecuentemente, son más visibles que
las cualidades. Ademas, la importancia de un defecto no puede ser algo absoluto en valor,
depende esencialmente de las cualidades que le contrapesan y de la naturaleza de la
función encomendada al interesado.
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  • 2. 2 LICENCIA ECLESIÁSTICA NIHIL OBSTAT: D. Martín Arroyo Censor. IMPRIMATUR: t JOSÉ MARÍA. Obispo Aux. y Vicario general. Madrid, 9 de agosto de 1963. Con autorización de la Editorial francesa PLEU-KUS. Paris.—Titulo del original: «L'ART D'ETRE CHEF».—Traductor: Juan Oteo y Uruñuela, Pbro. © ES PROPIEDAD Copyright by Sociedad
  • 3. 3 ABATE GASTÓN COURTOIS Sacerdote francés, perteneciente a la Congregación de los Hijos de la Caridad. —Es Procurador general de los Hijos de la Caridad. —Dignatario de la Iglesia Católica Oriental. —Director general de la UNIÓN DE LAS OBRAS CATÓLICAS DE FRANCIA. —Fundador del Movimiento de CORAZONES VALIENTES y ALMAS VALIENTES de Francia. (Dosmillones de muchachos.) —Capellán general, nombrado por la Santa Sede, de la OFICINA INTERNACIONAL CATÓLICA DE LA INFANCIA. —Director eclesiástico de la UNIÓN DE LAS RELIGIOSAS PARROQUIALES de Francia. —Asesor general de la OFICINA INTERNACIONAL CATÓLICA DE LA INFANCIA. —«Sacerdote ejemplar y que viene realizando una labor verdaderamente meritoria.» (Carta del Exento. Sr. D. Juan Ricote, de 28 de julio de 1955, en nombre y por en cargo del Excmo. Sr. Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá, al Abate Gastón Courtois.)
  • 4. 4 EDITIONS «FIEURUS>-PARIS OBRAS DEL ABATE GASTÓN COURTOIS EDITADAS POR LA SOCIEDAD DE EDUCACIÓN «ATENAS», S. A., CON PERMISO DE EDITIONS «FLEURUS».—PARÍS El secreto del mando (152 págs., 5. a ed.). El arte de dirigir (224 págs., 6. a ed.). ¿Sabemos educar? (168 págs., 4.a ed.). ¿Sabemos mandar? (118 págs., 2. a ed.). El arte de educar a los niños de hoy (240 páginas, 4.a ed.). El Magníficat meditado (64 págs.). Prácticas de perfección (196 págs.). El joven sacerdote (184 págs.). Unidos con Jesús (272 págs.). La hora de Jesús, I (262 págs., 2. a ed.). La hora de Jesús, II (250 págs., 2. a ed.). La hora de Jesús, III.—La religiosa frente a su vocación (182 págs.). Rutas de Espiritualidad, I (224 págs.). Rutas de Espiritualidad, II (238 págs.). Estados de Perfección, I.—Eligieron lo mejor (250 págs.). Estados de Perfección, II.—Vidas inmoladas (288 págs.). ¡Orar! ¿Por qué?... ¿Cómo?... ¿Cuándo?... (208 páginas).
  • 5. 5 CAPITULO PRIMERO LA MISIÓN DEL JEFE (1) S U M A R I O I.—Lo que es el jefe. II.—Por qué se necesitan jefes. III.—La gran misión del Jefe IV.—Lo que hace al Jefe. (1) La palabra francesa Chef equivale a jefe, cabeza, principal, fundador, caudillo, superior de algún cuerpo u oficio, rey, etc.
  • 6. I. LO QUE ES EL JEFE 1. Jefe, etimológicamente, es el que está a la cabeza, o mejor dicho, el que es la cabeza; cabeza que ve, y piensa y hace obrar, pero en beneficio del cuerpo entero. (Nota 1.) 2. Es jefe el que sabe y quiere y realiza, y también hace saber, querer y realizar. 3. Es jefe el que, sabiendo lo que quiere, sabe también proporcionar el esfuerzo al fin pretendido. 4. Nadie es jefe más que en la medida en que sea capaz de hacer que un grupo participe del ideal de que él vive y de conducirlo a la realización superando todos los obstáculos. 5. Decidir no es nada; lo importante es que las decisiones sean ejecutadas. Ser jefe no es sólo mandar, sino escoger a los que han de realizar, educarlos, animarlos, sostenerlos, revisarlos. 6. Cuando llega la hora de tomar decisiones, de incurrir responsabilidades, de imponer sacrificios, ¿dónde hallar los auxiliares para las empresas arriesgadas, sino en esas naturalezas superiores, empapadas de voluntad de vencer, que sólo ven claramente los medios conducentes a la victoria y que encuentran el valor de arriesgarlo todo? [FOCH] 7. Compréndase bien el sentido y la grandeza del nombre «jefe». Jefe es el que sabe hacerse obedecer y amar a la vez- Jefe no es el impuesto, sino el que se impone. No olvidéis que para mandar a los hombres se ha de saber mandar. 8. Ser jefe no es sólo hacer una obra, sino, sobre todo, hacer los hombres, buscarlos, unirlos, amarlos y ser de ellos amado. Saint-Exupéry dice en Pierre des Hommes: «La grandeza de un oficio está quizá, sobre todo, en unir a los hombres.» Esto particularmente es verdad en el oficio o profesión de jefe. 9. Jefe es otra cosa que presidente. Presidente, presida lo que quiera, por definición es, no un hombre de pie, sino un señor sentado, que arbitra los consejos de los presididos y en ellos saca una preponderante mayoría. Puede ser hábil, influyente, pero no manda, no es un jefe. 10. ¿Queréis saber cuál es el verdadero jefe de una empresa? Preguntaos a quién será imputada la responsabilidad, en caso de fracasar. 11. Ser jefe no consiste en dar pruebas de vigor, de elocuencia, de audacia o de habilidad. Ser jefe tampoco consiste en reunir en torno suyo sentimentales o interesadas adhesiones. Ser jefe consiste esencialmente en saber hacer trabajar a los hombres en comunidad, en conocer y utilizar lo mejor las habilidades de cada uno, en señalar el puesto más eficaz para cada uno, en infundir en todos el espíritu de solidaridad y de igualdad en la faena de que son responsables en los diferentes puestos de un mismo equipo o cuadrilla.
  • 7. 7 12. El jefe no se conoce por la electricidad de la mirada, ni por la prominencia del maxilar, ni por los labios finos, ni por la resolución de la voz. Jefes hay dulces en la mirada, de tono modesto, de aspecto sin presunción; los hay también, como San Pablo, feos y débiles, y los más grandes jefes detestan la ostentación. El jefe no se define por señales externas, sino por una misión propia. El es, sobre todo, quien toma sobre sus hombros la carga de los otros. 13. En conocer al hombre en general, a sus hombres en particular, y a sus subordinados directos bien a fondo; el conocer de manera exacta sus contratos y atenerse a ellos; el acordarse durante el trabajo que se trata de voluntades, que no de ruedas o máquinas; el descubrir consiguientemente el más amplio campo a la iniciativa de ellos; el conseguir de este modo la agilidad, el celo, el entusiasmo en vez de la inacción indiferente y mecánica; el hacer que reine disciplina de consentimiento, más bien que de imposición violenta; el mantener la subordinación de los intereses particulares al interés general; el reducir o contener incesantemente las tendencias centrífugas en fecunda coordinación; ésta es la función esencial del jefe; para ésta es necesario e irreemplazable. 14. El hombre es un ser social y la libertad individual debe estar encauzada y disciplinada hacia el bien común. Pero sería imprudente dejar a la perspicacia de cada socio el cuidado de resolver lo que el bien común reclama de él, y todavía más, dejar al arbitrio de su voluntad el cuidado de conformar a él su conducta. El jefe no es más que el mandatario del bien común, que tiene que interpretar, defender y realizar, en servicio del interés superior del grupo y, por tanto, de la persona de cada uno. (NOTA2.) 15. Reconócese el verdadero jefe por esta señal: su sola presencia es para los hombres que él dirige un estímulo para excederse a sí mismos en servicio del bien común. Si sustituís «presencia» por «recuerdo», entonces ya tendréis los grandes jefes. II. POR QUÉ SE NECESITAN JEFES 16. Una asamblea es incapaz de mandar. Tropa sin jefe es cuerpo sin cabeza. Tropa sin jefe es tropel, rebaño errante a la aventura y a merced de la primera espantada. 17. Una asamblea, excelente para vigilar, siempre es impropia para funcionar. Un grupo no puede mandar nada, nada, ni un desayuno [MAUROIS: «Dialogues sur le Commandement».] 18. En contra de todas las teorías igualitarias, muchos hombres sienten la instintiva necesidad de apoyarse en otro que los supera. Cuando no tienen quien les comprenda y anime, se ven vacilantes e inseguros. La presencia del jefe, digno de tal nombre, es para cada uno apoyo, fuerza seguridad. 19. Sin un jefe que ordene y coordine, sin un jefe que piense y transmita su
  • 8. 8 pensamiento a los subordinados, como la cabeza transmite a los miembros el influjo nervioso, un grupo humano se agota en esfuerzos yuxtapuestos, que se neutralizan y terminan siempre en un fracaso, tanto más falaz cuanto mayor era la voluntad de cada uno, fracaso simbolizado en la torre de Babel y en la corte del rey Pétaud [Son vulgares los dichos: «Casa de Zambrano, todos mandan menos el amo», y «Casa de Astrearena, todos mandan y nadie gobierna». (Nota del T.) Antiguamente, en Francia, los mendigos de una localidad, a ejemplo de las comunidades, nombraban su jefe, a quien llamaban por guasa el Rey Pedigüeño, en francés Pétaud. De aquí la frase «la corte del rey Pétaud» se aplica, ya a la casa en que todos quieren mandar y ninguno obedecer, ya a la reunión o junta en que todos quieren hablar a la vez. (N. del E.) mostrar desconfianza, haciéndole temible la «inspección», o manifestar confianza, diciéndole: «Precisamente porque es peligroso os elegí para este trabajo, porque sé que puedo contar con vos.» Esto no suprime la necesidad de la inspección; pero ésta se convierte en una ayuda bien vista o en una comprobación del deber cumplido [A. Carrard. op. cit, pág. 20. Cuando falta jefe, manda la anarquía, y la anarquía no es buena más que para destruir, nunca para construir. 21. El jefe, signo visible de la autoridad, lo es también de la unidad. Ordenando, coordina y evita que un grupo se disgregue, se desorganice y muera. 22. Tened por algún tiempo un grupo sin jefe; las mejores voluntades se desunen, las energías más entusiastas se paralizan, vendrán los razonamientos y, por fin, quedará pulverizado. 23. Para unir eficazmente a los hombres con miras a salir adelante con una empresa, es necesario el jefe, principio de unidad y cohesión, capaz de exponer e imponer a todos el bien colectivo y también capaz de arrastrar y entusiasmar a todos para la prosecución de este bien. 24. En toda sociedad hay tantos elementos de discordia como socios, porque cada uno entra en ella con la mezquindad de su egoísmo. Si la causa del bien común, o de la misión que hay que cumplir, en orden a dicho bien, no la toma por su cuenta un jefe responsable, pronto los conflictos, la falta de inteligencia y la incuria general habrán logrado disgregarlo todo. 25. En todo grupo humano, sea cual sea, es necesario un jefe, y un jefe que se haga obede cer. A él toca coordinar las actividades con miras al máximo rendimiento. Por más que sean generosos y deseinteresados, los sacrificios que nos están coordinados desembocan fatalmente en un fracaso, tanto más doloroso cuanto que se trata precisamente de personas sinceras y de buena voluntad. 26. Para hacer una grande obra hay que reunir los esfuerzos que, dispersos, quedarían estériles. Hay que seguir la pista indicada por el jefe, no porque en sí es la mejor —muchas veces hay mil otros modos de hacerlo tan bien—, sino que es la mejor porque él la
  • 9. 9 indica y porque sólo ella hará la unión fecunda de las voluntades y corazones. 27. Un equipo mediocre puede animarse y excederse al soplo de un jefe de valía. Un equipo excelente puede enervarse y disociarse al seguir a un jefe mediocre cuya conducta descorazona las buenas voluntades y apaga los entusiasmos. 28. Para justificar el principio de autoridad no hay para qué invocar un contrato social pri mitivo o un consentimiento positivo de los socios. Esto es superficial. Debiendo la acción humana estar unificada, coordinada, para que de muchos esfuerzos se componga uno solo, la autoridad es una de las condiciones de la vida del hombre. Tiene su fundamento en la naturaleza de las cosas y, por consiguiente, en Dios, princi pio de nuestra naturaleza y de nuestro ser. 29. Como Hacedor que es de todas las cosas. Dios es el Señor supremo: su autoridad es soberana; pero ha querido asociar a los hombres para su acción en el mundo. ¡Oh grandeza de la misión del jefe!; su autoridad es una participación de la autoridad divina. (Nota 3.) 30. En verdad es cosa excelente el espíritu de equipo. Un jefe, por bien dotado que esté, no puede saberlo todo, ni conocerlo ni verlo todo; y el empeño que todos sus colaboradores pondrán en el trabajo será proporcionado al sentimiento que tengan de su responsabilidad en la obra que se ha de realizar. Pero hay una idea falsa del equipo, que tendería a convertirlo en algo absoluto, que absorbe y condiciona el papel de jefe. Decíase en la «Revue des Jeunes», en octubre de 1935: En el equipo el jefe acepta dar en cada instante pruebas de su valor y de no deber más que a su capacidad el derecho de mandar o de orientar, puesto que no es él, sino el trabajo, quien, manda. 31. Un equipo o cuadrilla sin jefe es algo absurdo, aunque se componga de personas de mucha valía. Cuanto más fuertes son las personas de un equipo, tanto más necesario es un jefe para encauzar sus energías, orientarlas hacia objetos determinados adoptados por todos, y aunarlos a sincronizar la acción; de otro modo esto correrá riesgo de desparramar las fuerzas, dispersar los esfuerzos, invadir el terreno de otro y, sobre todo, esas brillantes salidas de estampía, sin preocuparse del vecino, que tienen como efecto el comprometer la armonía y el equilibrio del conjunto.
  • 10. 10 Véase el comentario del General de la Porte du Theil, entonces Comisario Scout de Francia, hoy Comisario General des Chantiers de leu-neusse. «Le Chef», del 15 de enero de 1936: «No es él quien manda, es el trabajo.» Pero ¡esto es la negación de toda autoridad! Negación en su fundamento: todo poder viene de Dios. Todo jefe es elegido y consagrado por Dios mismo, y Dios escoge al que quiere, y no es por necesidad ni el mejor ni el más fuerte ni el más inteligente. Además, ¿cómo juzgar del relativo peso de todas las cualidades del alma de un jefe? (Nota 4). Negación en las consecuencias. No es el jefe quien juzga el trabajo, sino el trabajo, la obra material es el que le juzga; y como esto en último término es absurdo, hay que decir que es la idea que cada uno se forma del trabajo. Y, ¿quién no ve así un excelente pretexto para todo abandono y disciplina? Formar una sociedad que descanse exclusivamente en el espíritu de equipo con tales extremos es levantarla sobre arena. Toda sociedad tiene como base una jerarquía, una autoridad legítima y en su origen divina; autoridad cuyo ejercicio está regulado por el espíritu de equipo bien entendido, que une a los jefes con sus subordinados, pero que deja al jefe en nombre de la investidura que ha recibido la iniciativa, el poder directivo, la responsabilidad. Si en rigor puede concebirse un jefe que no forme equipo con los subordinados, no es posible concebir un equipo sin jefe. «El jefe no debe más que o su trabajo el derecho de mandar». Es desmedido orgullo el de quien no hace de jefe más que por creerse con capacidad superior a los demás. 32. «No esperéis nada decisivo de movimientos colectivos, de la actividad de asociaciones generosamente ofrecidas para la elaboración de un ideal. Todas estas buenas voluntades anóni mas no hacen más que trabajar la tierra. Los granos de semilla son los que darán cosecha, y estos granos son los jefes, los hombres de corazón puro y de voluntad fecunda» [PAUL BAUDOIN en la Revue des Jeunes del 10 de abril de 1939]. 33. No hay que imaginarse que el mandar es fácil y que con una cara hermética y una voz imperiosa ya está ganada la partida. Para ser jefe se necesita tener el amor del prójimo y la cultura que permite conocer al hombre y escudriñar los últimos repliegues del alma. Además se precisa pertenecer a esta espiritual aristocracia que tiene por divisa:
  • 11. 11 servir. Pero con servicio desinteresado, perseverante, resuelto, que reclama convicciones, entusiasmo, carácter.
  • 12. 12 III. LA GRAN MISIÓN DEL JEFE: SERVIR (NOTA 5) 34. Una nación, para vivir, necesita que los individuos escojan una doctrina, se conserven fieles a ella, se fijen una regla, una consigna: «Yo he escogido y me he impuesto una disci plina: servir» [WEYGAND]. 35. Toda autoridad viene de Dios, pero se ha concedido al jefe un beneficio de los demás, no para beneficio personal. 36. La autoridad puede definirse: derecho demandar lo más conveniente al bien general social. (NOTA 6.) 37. El jefe no desempeña su papel sino cuando proclama no su voluntad, sino el bien colectivo, y cuando es guiado no por el interés privado, sino por el interés general. 38. El verdadero jefe no busca dominar por dominar. No se aprovecha de los hombres, sino les ayuda en servicio de una causa que los supera: la obsesión de la obra que se ha de terminar es el principal elemento del alma del jefe. (Nota 7.) 39. Mandar es servir: servir a Dios, en cuyo nombre se manda —porque toda autoridad que no se funda en El es al fin ilusoria y usurpada—; servir a los que uno manda, que sin jefe estarían en peligro de ser rebaño sin pastor; servir a la causa que nos sobrepuja y merece adhesión, obediencia y, si es preciso, el sacrificio propio. 40. ¡Hermoso oficio es el de jefe! Pero es también algo más que un oficio, es una vocación, un llamamiento, una como predestinación; porque «toda autoridad viene de Dios», lo que sitúa a quien desempeña función de jefe como intermediario entre Dios y sus subordinados. El texto escritural no admite restricciones ni reservas. Se es jefe «en nombre de Dios», y únicamente para realizar en los otros hombres una imagen más semejante a Dios, ayudándoles a hacerse más hombres, haciéndoles adquirir conciencia de su dignidad de criaturas divinas, ayudándoles a poner en práctica los dones que tienen providencialmente recibidos [Mgr. PINSON, Obispo de Saint-Flour, 25 de agosto de 1943.] 41. La autoridad es un servicio, pero un servicio magnífico. Consiste, no en acariciar caprichos individuales, sino en obligar a la nación a ejecutar lo que la naturaleza y la conciencia exigen de ella. (Nota 8.) Además, hasta cuando el jefe resiste a la opinión extraviada y cuando somete la nación a duros y necesarios sacrificios, no es un déspota. Sirve, aunque como servidor animoso y leal.
  • 13. 13 La nación no debe reclamar, sino seguirle. Y le seguirá, pues verá claramente que el jefe, a pesar de la rudeza, o mejor, por su misma rudeza, no pretende mandar hacer simplemente lo que quiere, sino lo que ella quiere de veras como nación y no como lucha de egoísmos. 42. «Sirviendo» manifiestamente el bien común, el jefe, a su modo, da ejemplo de obediencia y, además, hace presente a toda mirada lo que legítima y exige la obediencia: el bien común impuesto por la naturaleza y por Dios. [P. Mersch, «Morale et Corps mystique>>. Página 240.] 43. El jefe es el que manda; también es el que asume resueltamente y a la vista de todos lo más penoso de la obediencia. El jefe no decide arbitrariamente; su regla es buscar resonancia en lo más hondo de sus dirigidos. El jefe es quien orienta y ayuda; alégran-se los subordinados al pensar que el jefe no está más que para ayudarles a querer. 44. Basta, para que la autoridad aumente, ejercerla conforme a su naturaleza; es decir, sirviendo al bien común. Que en el jefe el individuo quede absorbido de algún modo y desaparezca en la función. Esta desaparición varonil y denodada confiérele un prestigio y una fuerza que ninguna guardia proporciona. Llegando a ser personaje público, pero de manera clara y visible, elévase por su mismo servicio por encima de los mezquinos egoísmos. Su voz resuena de modo diferente que las demás: es la voz de la conciencia moral buscando el bien superior colectivo. Entonces las decisiones parecen más fuertes que la voluntad del hijo del sol, que sea: fuertes por las reivindicaciones sociales de todo nuestro ser, fuertes por la voluntad de Dios. 45. La autoridad está ligada, sobre todo, a la existencia y a la conciencia de una misión superior, de la que está encargado el jefe, no para provecho suyo, sino para el bien de los que conduce y cuya responsabilidad asume. El jefe no manda por placer, desde fuera, como lo hace el amo que manda a esclavos y saca un provecho del trabajo de los otros, no; antes bien, para conducir una comunidad mediante una ingeniosa ordenación de medios a la completa realización material y a su más elevado valor moral. Su misión le domina como una vocación, le pertenece. Su comunidad es la que le posee. El es de ella, para hacerla llegar a ser todo cuanto puede, todo cuanto debe ser. El sirve. Y si está compenetrado de la idea de su misión, obsesionado por esta vocación, consagrado a este servicio, entonces, y sólo entonces, es un jefe [DUNOYER DE SEGONZAC, Jeunesse... France, nov. 40] 46. Desde luego, jefe no es el que anima, persuade, arrastra, convence, sino el que manda en nombre de la autoridad de que se halla legítimamente investido, y para él es ésta la más noble manera de servir. Su misión es un verdadero servicio social. 47. Mandar es servir. El jefe para el servicio de la comunidad, sin que esto
  • 14. 14 quiera decir que ha de estar a sus órdenes: éstas, con demasiada frecuencia, no son sino la expresión de sus caprichos o de sus fantasías, cuando no el fruto de sugestiones extrañas más o menos interesadas. Razón hay para decir del jefe que debe ser el intérprete del bien común; esto, empero, no significa que él deba ser el intérprete de la voluntad general. Esta, dadas las variaciones de sensibilidad propias de la psicología de las multitudes, con mucha frecuencia no es otra cosa que la inconstante opinión pública, en contradicción frecuente con el verdadero bien superior del conjunto. El jefe no es un simple delegado de la comunidad, sino su guía en la prosecución de sus más altos fines. Aun si está elegido y designado por sus iguales, la autoridad de que es depositario le da derecho de mandar, sin que cada vez tenga que emplear para hacerse obedecer la persuasión y argumentos personales. 48. Un jefe está poseído del sentimiento de la responsabilidad. Tener el sentimiento de la responsabilidad no significa que se tema un castigo si no se cumple la obligación. Un jefe de verdad jamás piensa en las sanciones en que podría incurrir de parte de otros jefes superiores a él en la jerarquía. Pero estos hombres que él tiene no quiere que sufran inútilmente; no quiere que sean injustamente castigados; no quiere que estén privados del poco bienestar que pueden tener. No quiere que anden tres kilómetros de más porque las órdenes han sido mal dadas. No quiere que después de una larga etapa anden errantes por el pueblo a que acaban de llegar, sin saber en dónde han de dejar la mochila, sin tener paja para tenderse, sin tener, si es posible, la sopa caliente que les conforte. Piensa en todo, todo lo vigila, no va ni a comer ni a descansar hasta que todo está en orden. Una cosa hay en que no piensa, es en su propio cansancio. Si no es el esclavo de sus superiores, es el esclavo del deber de protección que tiene para con los suyos. Este sentimiento de la necesidad de los otros, muchas veces le hace capaz de trabajos que parecen superiores a las fuerzas humanas [O. CLÉMENT, Revue «Idees», abril 42, página 14]
  • 15. 15 IV. LO QUE HACE AL JEFE 49.Lo que da al jefe el derecho de mandar no es directamente su capacidad; es el mandato auténtico que ha recibido. Más no llenará eficazmente su misión de jefe en bien de la colectividad si no desarrolla en sí las cualidades que le hagan digno del título de jefe. 50.El ejercicio del poder es la prueba en la que los faltos de las cualidades constitutivas de los jefes se manifiestan pronto frivolos y provocan, en los que deben conducir, la terrible tentación de tratarlos de usurpadores. 51. El jefe verdadero se da a conocer en que cerca de él se experimenta una impresión casi física de fuerza y seguridad, y en que se siente uno pronto a seguirle en todas partes a donde lo pida. «Con él nos hubiera hecho ir hasta el fin del mundo», decían los veteranos de Napoleón. 52. Cerca de sus hombres, amándolos tanto por ellos mismos, seres de carne y sangre, criados a semejanza de un Dios, en quien Patrich Arbois creía con toda su alma, como porque ellos disponían, cada cual por su parte, de una partecita de la fuerza de la patria, el joven oficial, de año en año, había adquirido esta expe- riencia humana, hecha de benevolencia y fuerza, de comprensión y de prudencia, de rigidez y de tacto, sin la cual no hay verdadero jefe [PIERRE VARILLON, «Feux Masques», Revue des Deu.T Mondes, 15-VII-1944]. 53. La confianza en un jefe es una consecuencia directa de la admiración y de la seguridad que inspira; pero la admiración y seguridad, para ser duraderas, han de ser merecidas por las cualidades intelectuales y morales que forman a los verdaderos jefes. 54. El verdadero jefe es el que es admirado, amado y seguido. Se le admira: se confía en él, se reconoce su competencia, sus cualidades, su valor, sábese que con él ni se extravía uno ni jamás se queda sin salida. Se le ama: hay con fianza en su desinterés, en su espíritu de servicio y se sabe que para él cada uno de sus encomendados vale por una realidad, mejor dicho, vale por una persona y por eso puede él contar con cada uno. Se le sigue: su palabra, su presencia, su mirada, hasta su recuerdo, son otros tantos estímulos. Se está dispuesto a sacrificar se con él, o también por él, en servicio de la causa que él representa. 55. El ejerci cio del mando es otra cosa que el llevar una insignia, el derecho al saludo de parte de algunas categorías de funcionarios, y como argumento supremo, el derecho a castigar. Supone actividad extrema, un permanente don de sí mismo, el cuidado de realizar, el gusto de las responsabilidades, un sincero y profundo amor de los hombres, una perfecta dignidad de vida [DE LA PORTE DU THEILL] 56.Muchos jefes, revestidos de mando, que ostentan uniforme y galones, no
  • 16. 16 tienen autoridad alguna. La eficacia de los gestos del verdadero jefe no depende del traje, sino que brota de su persona, de su cuerpo, de su alma. El desgaste del traje no hace que desaparezca el prestigio, pero sí el desgaste del alma. 57.El jefe debe estar siempre y en todas partes presente. La presencia tiene una eficacia que con nada puede reemplazarse: el gesto, la mirada, la voz, el porte y los modales es lo esencial de un jefe y esto es por lo que actúa. Porque en el jefe lo que importa es el hombre, y sus cualidades de hombre se manifiestan, primero y principalmente, en las cosas menudas. De una suma de cosas pequeñas nace la autoridad del jefe. Por ejemplo: la atención que presta a un detalle que se impone. El jefe debe tomar las cuestiones una por una, y a los hombres uno por uno, para que su acción, en defecto de la persona, se desarrolle siempre y en todas partes por la posibilidad de sorprenderlos en todo momento, llegando de improviso sin causarles ansiedad, pero forzándoles a estar siempre a punto, de modo que se cree en ellos una conciencia, y una conciencia siempre alerta. Ahí está el secreto de los jefes, tan desemejantes como un Conde y un Turena. 58. Lo que hace al jefe es la voluntad, el deseo, la necesidad de actuar en los hombres para transformarlos, levantarlos y encadenarlos para algo más y mejor. 59. Jefe es cualquiera que ama de verdad a sus hombres: descubriendo lo mejor que hay en cada uno y queriendo a toda costa acarrear los a ponerlos al servicio del conjunto. Esto no se logra sin luchas, porque la ley de la pereza es una ley natural. 60. Sólo el que está emocionado por la realidad humana, el que está empapado de la inmensidad de la vida, es digno de ser jefe. Y por falta de jefes de verdad nuestra nación se marchita [PAUL BAVDIN. Revue des Jeunes, 10-IV-39] 61. El hombre sati sfecho de lo que tiene y le rodea, el hombre; sin preocupación de cambio, sin deseo de ver el mundo de otra manera que como está, desde luego está falto de algo para llegar a ser jefe: todo lo más podrá ser un expedidor de negocios ordinarios. 62. Para ser jefe se necesita lo que a cada grupo falta para cumplir con lo que es su razón de existir, saber darle el complemento a medida y según la necesidad, y una vez recibido auténtico mandato, obrar en consecuencia. 63. El temperamento de jefes es el que tiene vocación para asumir no sólo su parte normal de responsabilidad y peligros, sino también las numerosas partes que millares de hombres descargan en torno de él. Es, en primer lugar, un vicario; él no es un domador que esclaviza, ni un príncipe que humilla, ni un emboscado fa- vorito.
  • 17. 17 He de estar más despierto que los otros para ser el primero en advertir el peligro o la suerte; más perspicaz, para interpretar mejor los datos o antecedentes de la acción; más seguro de juicio; más pronto en la decisión, para que la acción estalle en el momento querido; más audaz en aceptar los peligros necesarios, para obligar a los otros a aceptar los suyos; más valeroso, para dominar las timideces circundantes; más perseverante, para vencer la pérdida de tiempo y los obstáculos; finalmente, más resistente a la soledad, al mismo tiempo que más rico de calor humano. No se agranda esta vocación anegándola en un mentiroso misterio. Todo el misterio consiste en su complejidad y en el raro equilibrio de cualidades diversas que exige [BUSSY-ROBIN]
  • 18. 18 CAPITULO SEGUNDO CUALIDADES DEL JEFE SUMARIO I.—Fe en la misión. II.—Sentido de la autoridad. III.—Espíritu de decisión e iniciativa. IV.—Espíritu de disciplina. V.—Energía realizadora. VI.—Calma y dominio de sí mismo. Vil.—Sentido de la realidad. VIII.—Competencia. IX.—Espíritu de previsión. X.—Conocimiento de los nombres. XI.—Benevolencia de espíritu. XII.—Bondad de corazón. XIII.—Respeto de la dignidad humana. XIV.—Espíritu de Justicia. XV.—Firmeza. XVI.—Ejemplo, XVII— Humildad.
  • 19. 19 I. FE EN LA MISIÓN 64. El jefe que no tiene fe en la causa a que sirve no merece el nombre de jefe. Empero, no basta creer, es necesario hacer partícipes de su fe y entusiasmo. Se necesita que cada uno de sus encomendados comprenda su propia responsabilidad en la obra que se ha de realizar; corresponde al jefe hacer comunicar a sus hombres en el ideal de que está animado. (Nota 10.) 65. «La fuerza eficaz de un ejército —dijo Marmont— no crece en razón del número de soldados y de elementos materiales, sino mucho más en razón del espíritu que lo anima.» Esto es y resulta verdadero para todo grupo humano, sea el que sea. Infundir el espíritu, crear el clima, comunicar el fuego, es uno de los trabajos más principales de la misión del jefe. 66. El jefe que no tiene fe en su misión no puede ser afortunado; esto en todo el signifi- cado de la palabra; no tiene en sí alegría, va de cara al fracaso. 67. Un jefe abatido es un jefe ya batido. 68. Un jefe escéptico, con cualquiera forma de escepticismo, elegante o cínico, es un des- tructor de entusiasmo, tanto en sí como en los demás. 69. Nada más engañoso para el jefe y para los subordinados que un escéptico «¿para qué?» o un descorazonante «no hay nada que hacer». Reaccionar vigorosamente; todavía hay algo que hacer, todo puede servir. 70. Cuando oigáis que alguien os dice: «No hay nada que hacer», traducidlo así: aquí todo está por hacer, pero yo no estoy en condiciones de hacer nada. 71. No hay tarea inferior ni ser inferior, sino que lo que es inferior es el cumplir mal la tarea [PEGUY] 72. La sola fe en la grandeza de la empresa y en las posibilidades de realización despierta en el jefe las energías bastantes para excederse a sí y para arrastrar a los otros a seguirle. 73. «Para llegar a la meta en cualquier cosa, la primera condición es creerla posible», decía Luis XIV. 74. La acción en común, sea la que sea, exige demasiados s acrificios de intereses particulares, supone mucha y rígida tensión de fuerzas, disciplina muy prudente de libertades, para poder pasar sin fe, sin aliento, sin mística. 75. Todo lo que vive, alienta; lo que no alien ta está muerto. 76. No se hace bien más que lo que se hace con pasión. El que trabaja simplemente para
  • 20. 20 ganar dinero y el que no siente la pasión del oficio, jamás será hombre de valía, menos aún de jefe. 77. Todas las empresas humanas, las más humildes y las más levantadas, las profanas y las sagradas, están sometidas a las mismas condiciones orgánicas. Creer, esperar, amar, son las virtudes necesarias a todo hombre que pretenda hacer obra viva y fecunda. Creer en lo que emprende y esperar el éxito; amar su trabajo y ofrecer a los hombres el fruto de su trabajo son las condiciones primeras y necesarias, sin las que ninguna empresa prospera. La inteligencia no puede proseguir el esfuerzo de construcción si no cree en la verdad y utilidad de la faena. El valor sólo puede afrontar las dificultades cuando espera vencerlas..... Finalmente, todos los resortes de la acción son tanto más frágiles cuanto son más violen- tos, como no vayan impuestos por el amor [P. Doncoeur.] 78. El jefe que no ha logrado comunicar su entusiasmo por la faena común ordenada al bien común se parece al maquinista que quisiera hacer avanzar la locomotora sin vapor. 79. El entusiasmo, ante todo, nace de una nrofunda convicción, de un pensamiento bien madurado y que llega a ser tan obsesionante aue impone la invencible necesidad de exteriorizarlo. 80. Exígese, ante todo, a los oficiales, que sean hombres convencidos y persuadidos; atrevámonos a decir la palabra: que sean apóstoles dotados, en altísimo grado, de la facultad de «prender el fuego sagrado» en las almas jóvenes: en esas almas de veinte años, dispuestas para las impresiones hondas y que una chispa puede encender para toda la vida, pero que también el escepticismo de los primeros jefes habidos podría enfriar para siempre [L.YMJTEY, Le Role Social de l’officer, página 43] 81. El ascendiente de los verdaderos jefes viene de la amplitud de sus proyectos. El hom- bre tiene necesidad de extensos horizontes: se ahoga en lo mezquino. 82. El jefe que padece de timidez en el ideal jamás será adiestrador de hombres. 83. Poca inteligencia, empleada por un corazón apasionado, irá mucho más lejos que un genio manejado por un alma fría [Maurois, Dialogues sur le Commandement, pág. 116] 84. Hacer creer en su suerte, para el jefe es la mejor suerte. 85. El jefe que cree en su suerte se da un aire de seguridad que descarta las veleidades de resistencia. No conoce la indecisión, tan dañosa para el éxito. Tiene la convicción de que triunfará, haga lo que haga, y así se encuentra al abrigo de las nefastas consecuencias del «esfuerzo revertido». Obedece a su impresión instintiva, continuamente dictada por lo subconsciente, abundante en anteriores experiencias. (Nota 11.) 86. La delicadeza de espíritu y la bondad de corazón serán nada sin ese aire vivo, sin esa
  • 21. 21 expresión animada que habéis de tener si queréis entusiasmar a vuestros encomendados. 87. No seáis de aquellos que al ver delante una media botella se lamentan de que la mitad esté yacía. 88. Quizá hay en el mundo más pensamientos bajos y malos que pensamientos levanta- dos; pero el poder de un solo pensamiento de amor es infinitamente superior a un pensamiento de odio. 89. El que tiene razones para estar descontento de sí, se piensa está descontento de los otros. 90. ¿Puede concebirse un jefe dormido, que no vigila? Sin duda, hay cuidados de la responsabilidad, pero también hay sus exigencias y no es la menor el optimismo. (Nota 12.) 91. Los disgustados no hacen más que cosas bobas; los descuidados no hacen más que cosas oscuras; los pesimistas no hacen más que cosas muertas. 92. Bien sé yo que algunos pretenden que sean reclutados los optimistas casi exclusiva- mente entre los imbéciles, y una parte entre las gentes que quizá no son del todo imbéciles, pero que al menos lo son a sobrehaz. Evidentemente, esta tesis puédese ensayar y probar; pero también puédese probar que es mucho más sagaz, cuando es posible ser optimista que, ser pesimista. La hermosa se crece viendo el lado feo de las cosas; la hermosa se crece pudiendo decir, cuando un siniestro acontece, lo había predicho. Cada cosa, cada acontecimiento tiene cuando menos, dos caras: una hermosa y una fea. ¿Por qué mirar la fea y no, por el contrario, contentarse con mirar la hermosa? En la vida hay que ser optimista: los ,pesimistas no llegan a nada; tienen miedo de todo, dudan de todo, son filósofos muy infelices que no concluyen nada; reflexionan siempre, se preguntan siempre con qué pie han de tediar, y esperando, esperando, jamás bailan. Hay que ser optimista, en absoluto optimista [Camilo Cavallier, Sagesse du Chef, páginas 26 y 33.] 93. El mundo no será en verdad feliz sino cuando todos los hombres tengan alma de artista; es decir, cuando todos tengan gusto en su ocupación, comprendiendo la hermosura y la bondad [Rodin] 94. El jefe dinámico es el que, teniendo fe en su misión, cree en el éxito de su causa, saca de los menores acontecimientos toda la parte favorable y no se deja abatir ni por la contradicción ni por la falta de éxito. 95. El jefe jamás se espanta de tener contratiempos, contradicciones, dificultades.
  • 22. 22 Cuando un desagradable suceso acontece, ¿es el primer movimiento de queja, de dolor, quizá de encolerizarse? Otro tanto de energía mal gastada. Lo mejor es mirar fríamente la situación y decirse: ¿Qué podría hacer yo para que este duro golpe sea el punto de partida de alguna cosa mejor? ¿Cómo me las ingeniaré para rebo-tar y transformar este disgusto en ventaja? Hasta cuando no se ve la solución inmediata, el hecho de reaccionar positivamente constituye la mejor actitud para limitar los daños. Hay tejas que sirven para construir; hay pepi-tas que son simientes. 96. El jefe, con toda humildad y verdad, ha de tener cierta dosis de confianza en sí mismo: confianza razonable, no presuntuosa, por la rea-lidad de sus talentos y posibilidades. Porque ser humilde no consiste en decir: «nada tengo, nada soy», «nada puedo», pues la conclusión es obvia, «no hago nada», sino en decir: he recibido un número de talentos. No tengo el derecho de gloriarme en mí mismo; antes tengo obligación de desarrollarlos y explotarlos en beneficio de los demás.
  • 23. 23 II.- SENTIDO DE LA AUTORIDAD (Nota 13.) 97. El jefe es el signo sensible de la autoridad. 98. El jefe ha de tener concepto elevado de su misión de jefe. En cualquier grado que esté puesto representa la autoridad; tiene obligación de hacerla respetar en su persona. 99. Haciendo respetar la autoridad, el jefe sirve a la colectividad humana a cuyo frente está puesto. 100. Importancia de la autoridad del jefe para la eficiencia de la tropa: «Tropa bien man. dada, menos instruida, vale más que tropa más instruida, menos manejable», decía Lyautey [Du role social de l'officier] 101. La autoridad es un depósito que tiene confiado; no tiene derecho para dilapidarlo. La autoridad es una fuerza; no tiene derecho para malgastarla. La autoridad es una partecita de la majestad divina; no tiene derecho para hacerla despreciar. 102. Un jefe, bueno de niño, bueno de muchacho, no tardaría en dejarse caminar por sus huellas de bonachón. Mas por encima de la persona está el principio de autoridad, que re- sultaría lesionado con el mayor perjuicio del grupo entero. 103. El jefe que no inspira respeto no es digno del puesto que ocupa. Y para hacerse respetar es necesario ser respetable, no sólo en el ejercicio de la función, sino en toda la vida. 104. Grandeza y servidumbre del jefe: el jefe está comprometido por la causa a que se entregó y por el grado en que sirve a dicha causa. El jefe no tiene el derecho de decaer del rango; toda falta, aun las privadas, es una disminución de prestigio para el ideal que representa. 105. Depositario de una porción de autoridad, el jefe no tiene el derecho de abdicar; debe al interés general el hacer respetar la autoridad. 106. Los hombres no apetecen la complacencia de una autoridad débil; pero están satisfechos encontrando uno que sea fuerte y en quien puedan apoyarse; la firmeza varonil los asegura; la debilidad complaciente los hace desconfiados y por fin les disgusta [Lacordaire] 107. El bien común marca exactamente los límites de la autoridad de un jefe; pero, a la vez, le da la fuerza y el ascendiente.' La conciencia de que se habla y se obra en nombre del bien social, comunica al superior esa firmeza inflexible y esa seguridad, sin las que no es de verdad jefe. Como dentro de los límites del bien común verdaderamente hay autoridad, es decir, poder de unir y de obligar; no usar de ella, o hacerlo con mano débil, sería traicionar al bien común, permitiendo hacerse molesto el vigor imprescindible del derecho. »
  • 24. 24 108. Firmemente creo no haber jamás observado que las gentes se hayan quejado de tener impuestas cosas difíciles, siempre y cuando han estado bien mandadas. Al contrario, a la falta de ordenamiento suceden las más temibles revueltas. Yo me pregunto si lo que con el nombre de libertad reivindicaron tan enérgicamente nuestros padres era otra cosa que el derecho a ser bien mandados [Forestier] 109. Por ningún pretexto puede un jefe rebajar en su persona la noción de la autoridad: que no es ella un privilegio personal, sino la forma especial, eminente, que reviste su «servicio»; dejarse arrastrar hasta la camaradería sería en él trancionar a su misión; así perdería con el prestigio la confianza, que es la condición indispensable de su actuación.) Como el padre de familia en quien el amor no excluye el vigor, así manda el jefe [Dunoyer de Segonzac, Revue des Jeunes, 18-1-1941] (Nota 14.) 110. En la medida posible el deber del jefe es prevenir el descontento y poner remedio a las injusticias antes de cualquier queja. Para conseguirlo ha de guardar contacto con aquellos que manda. Exponga, pues, su persona. Vaya a las trincheras, si es general; llegúese a la fábrica con los obreros, si es patrón; el mandar nunca es un privilegio, es una carga. Necesario es que el jefe tenga un poco de imaginación y que, esforzándose por tener presente la vida de todos, ahorre a los que están a sus órdenes sufrimientos y molestias evitables. El secreto de ser amado es amar —y saber el oficio mejor que todos—. Los hombres aguantan ser mandados, y hasta desean serlo, con tal que estén bien mandados [A. Maurois. L'art de commander] 111. Jefe es quien sabe tener autoridad y tomar responsabilidad. De ningún modo es necesario que tenga plumas en la testa, ni entorchados en todo el cuerpo; ni menos que tenga diplomas o grados universitarios. Pero es indispensable que tenga carácter y deseable que tenga imaginación. Es necesario que sea bastante sagaz, para saber rodearse de consejeros, y bastante seguro de juicio, para tomar decisiones por sí solo [General Lapont] 112. El jefe sabe perfectamente que no tiene la ciencia infusa: necesita informarse, documentarse, aun de sus subordinados, que muchas ve. ces están más en contacto con las realidades y dificultades inmediatas. Mas al oir sus advertencias no debe estar nunca sujetado por nadie. El soviet o consejo es el embrollo. Diligente en buscar luces, un jefe de verdad no busca por ningún lado apoyo. Muda, sí, de parecer; no consiente en compartir responsabilidades. Repetidas veces Napoleón, en el Memorial, explica lo que fue en orden a esto su propia práctica. Escuchaba a todos, provocaba las advertencias, se hacía presentar memorías y oía que
  • 25. 25 cada uno le hablase con toda libertad. Después de esto decidía él solo. 113. Para un jefe la mayor desgracia es tener miedo de hablar y actuar como jefe. 114. Cuando un jefe llega a olvidar su condición de jefe, los subordinados1 tienen buen cuidado de olvidarlo también. 115. El jefe debidamente constituido no tiene por qué excusarse del rango de superior, no tiene que mendigar la obediencia. Mande sin arrogancia, pero mande. Guarde su puesto sin orgullo, pero guárdelo. La falta de autoridad es mucho más perjudicial a la colectividad que no el exceso. 116. Jefes hay que por deseo de popularidad o por pueril igualamiento han tenido por bueno practicar ilimitadamente el no oponerse y ceder; pero han provocado la incuria, el desorden, la ruina, la derrota. 117. Cuando por falsa humildad, por reparo de las responsabilidades o por miedo de molestar, el jefe vacila en tomar una decisión y en hacer respetar su autoridad, prepara un estado de anarquía cuyas víctimas serán él mismo y sus subordinados. 118. Hablábase cierto día a Santo Tomás de Aquino de muchos posibles candidatos para el cargo de superior. —Fulano es un sabio. —Que nos enseñe —respondió Santo Tomás. —Zutano es un santo. —Que niegue por nosotros. —Mengano es un jefe. —Que se ponga al frente y que nos mande.
  • 26. 26 III. ESPÍRITU DA DECISIÓN Y DE INICIATIVA (Nota 15.) 119. Puédense tener cualidades excelentes y no tener disposición más que de subalterno; lo que revela al jefe es la iniciativa y el valor de las responsabilidades. 120. El hombre que «asume las responsabilidades» es aquel que, habiéndolo pesado todo y examinado con frialdad, ha visto los peligros, ha contrapesado éstos con los resultados y ha juzgado que el resultado sobrepuja en mucho al riesgo y después ha decidido marchar [Foch] 121. El jefe que tiene miedo de las responsabilidades y que Umita sus ambiciones a las cosas fáciles y ordinarias, siempre se hallará falto de inspiración para animar a los demás. 122. Una oportuna decisión, aunque imperfecta, seguida de tenaz ejecución, es mejor que la espera indefinida de una resolución ideal que o nunca o muy tarde será ejecutada. 123. He aquí lo que Pedro de la Forcé escribió de la mentalidad de los ministros que rodeaban a Luis XVI: «Intimidaba la preocupación de no moverse más que siguiendo la costumbre, y parecía que todo intento marcado con fuerte sello personal tuviese aire de originalidad peligrosa; si una atrevida iniciativa osaba presentarse, interponíase la etiqueta, que hacía lentas todas las cosas, y los pareceres para llegar hasta el señor pasaban por tantos trámites que entretanto la ocasión se había escapado.» Sabido es a qué catástrofe condujeron esta timidez afectada y este conformismo paralizador. 124. Para un jefe nada hay más pernicioso que la Impotencia para decidirse. La voluntad incapaz de determinarse a aceptar o rechazar un proyecto vacila perpetuamente. Cierto que antes de decidirse ha de preceder un examen leal y concienzudo de las soluciones presentes; pero querer encontrar la solución perfecta y del todo adecuada es una quimera. En este sentido, decisión es mejor que precisión, porque de la constante oscilación del jefe nace el enervamiento de los colaboradores, la inquietud de los operarios, sin contar las pérdidas de tiempo y de dinero; y al fin, el jefe indeciso, so pretexto de evitar la precipitación, provoca nuevas complicaciones. 125. Jefe es todo aquel que, para estar siempre pronto para obrar, ha adquirido buenos reflejos, porque la vida es una suma de decisiones pequeñas, y la fidelidad a estas decisiones nimias dispone al jefe para tomar las grandes en el momento más imprevisto. 126. Un jefe jamás debe quedarse pasivo o inactivo", pues si no trata de dominar los acontecimientos será por ellos dominado. «La alegría del alma está en la acción», ésta era la divisa de Shelly, que Lyautey tomó por suya. En verdad podría decirse que la salvación del jefe está en la acción. 127. El jefe que espera órdenes o tiempos mejores para actuar no es un verdadero jefe. 128. El jefe ha de saber tomar iniciativas, y para esto tiene que ser enemigo de la rutina, de los caminos trillados, de las fórmulas estereotipadas. Nada ha producido mayor daño
  • 27. 27 en multitud de jóvenes dotados de disposiciones para ser jefes que un funcionarismo que, poco a poco, les causa esclerosis. Ahora bien, para tener iniciativas hay que conservar el alma joven y ágil, no temer a la imaginación, pues según la fórmula de Maurois en los Diálogos sobre el mando, «el territorio de lo posible es de superficie elástica», y del jefe depende el dilatarla o el contraerla. 129. Las dos nociones de responsabilidad y de autoridad están estrechamente relacionadas: no andan solas, sino en función mutua una de otra. No puede haber responsabilidad más que donde hay autoridad, porque para estar obligado a responsabilidad es necesario estar en condiciones de responder. Y, al revés, no podrá haber autoridad sino allí donde haya responsabilidad, porque una autoridad irresponsable sería una locura, un absurdo. La autoridad debe crecer con la responsabilidad. 130. La iniciativa puede muy bien consistir, no en tenar el jefe por sí mismo determinacio- nes que son competencia de un jefe superior, sino en dar las órdenes impuestas por la situación. 131. Los bereberes tienen un proverbio: «Escoge y ganarás.» Y ¿si no hay razón de escoger? No importa: escoge o tu ruina es segura [Maurois. Dialogues sur le Commandement] 132. La capacidad de decisión es una cualidad específica del mando. Si el jefe está des- provisto de ella se paraliza el negocio; y si, por el contrario, la toman sus colaboradores, tenemos la anarquía. 133. Hay que tener un temperamento ávido de responsabilidades. Las decisiones hay que tomarlas antes de que nos sean impuestas; conviene ir delante de las responsabilidades [Foch] 134. Es jefe nato quien concibe con entusiasmo lo que se ha de hacer, decide con prontitud y arrastra a los otros por la prontitud de su «lección. 135. Mejor es tener pocas ideas y ejecutarlas que tener muchas y no ejecutar ninguna. 136. La obediencia no será alegre y confiada sino cuando el jefe sabe lo que quiere y lo quiere con energía; es decir, cuando manifieste espíritu o ánimo decidido. Nada es tan nocivo a la autoridad como aparecer vacilante, andar buscando salidas o retroceder. A la vez se asesta un golpe a la admiración debida « la superioridad del jefe v a la tranquilidad y reposo legítimo de los subordinados. 137. ¿Habéis observado alguna vez a los chóferes en las encrucijadas? Delante, el conductor con determinación señala la dirección y se mantiene en ella; los demás, prudentemente, hacen lugar. Cualquier vacilación es entonces cien veces más peligrosa que la audacia [A. Maürois, Dialogues sur le Commandement] 138. La obediencia pasiva no es nunca el relajamiento de un hombre delante de otro
  • 28. 28 hombre. Es la voluntaria desaparición de un individuo ante una función. Cuando yo me pongo delante del coronel, ¡atención! (con vivo placer, os lo aseguro), no es delante de un hombre de quien choco los tacones. Es ante un principio de autoridad que juzgo útil y respetable, y sin el cual las sociedades humanas, nodrizas de vuestra preciosa libertad, jamás habrían existido [ídem, Dialogues sur le Commandement, páginas 54-55] 139. La decisión es la solución de un problema, cuyos datos, como vivos y humanos, son complejos y delicados; de un problema nuevo al que no satisface ninguna solución del todo acabada. Ante todo, hay que concentrar la atención en estos datos, observarlos, estudiarlos, purgarlos de cualquier prejuicio, detallar, pedir referencias precisas y contrastadas, ser imparcial con respecto a sus propios pensamientos. Más luego de tomada la decisión, hay que seguir con energía hasta la ejecución. 140. El «quizá» de Montaigne es conveniente para un filósofo; para ser un jefe es mejor el sí o el no [Dautry, Métier d'Homme] 141. Obrar es, precisamente, «sacar en cualquier momento, de entre el embrollo de los hechos y de las circunstancias, la cuestión clara, que puede resolverse en aquel instante» [Grasset] 142. Sabed lo que queréis y hacedlo. La voluntad es un agente ejecutivo. Para cumplir con éxito su cometido debe distinguirse por su poder, energía, vigor, continuidad en el esfuerzo, tenacidad. Esas son las cualidades del carácter. 143. Se necesita saber: los conocimientos son base indispensable. Precisa el poder, y para ello desarrollar las facultades de entendimiento, juicio, análisis y síntesis. Pero si todo esto funciona en el vacío, ¿para qué? Se ha de decidir y querer con voluntad sostenida, inflexible, para llegar hasta el fin. Lo importante es obrar para realizar los planes, para conseguir los resultados. Trabajad, poner piedra sobre piedra. Construid. Hay que hacer algo. Hay que obrar. Hay que obtener resultados... Resultados, ¿eh?, ¡no reconozco más que esto! [Foch] 144. El hombre que es incapaz de decidirse, el que siempre deja las cosas para luego, el que tiene inclinación a buscar en el último minuto la solución, el que no interviene hasta que la cosa va mal, no ha nacido para ser jefe. El jefe se conoce por el espíritu de decisión. Vivir es elegir y elegir es siempre sacrificar algo. Podría un hombre ser un sabio, un técnico notable, un filósofo eminente; pero si en tiempo oportuno no sabe tomar la decisión que se impone, y hacerla respetar, no es un jefe. 145. Quizá más que ningún otro el espíritu del jefe está en íntima unión con la voluntad, que impondrá atención, esfuerzo, y por encima de todo la elección, puando ya esté verificada, dejando de lado el examen, debe al momento volver al centro y eliminar imperiosamente todas las posibilidades menos una. ¡Cuántas inteligencias deslumbrantes, eruditas en todos los ramos, pero incapaces de elegir, han causado la ruina de las
  • 29. 29 empresas que jamás debieron estarles confiadas! Sin duda, no es ésta la cualidad menos necesaria para el don de fortaleza, constitutivo de los jefes.
  • 30. 30 IV.- ESPÍRITU DE DISCIPLINA 146. La mayor parte de los jefes tienen que obedecer a otros superiores tanto como mandar a los inferiores. A los que están por debajo de ellos débenles el ejemplo de respeto y obediencia a sus propios superiores. 147. El verdadero jefe se esfuerza por penetrar el pensamiento de los superiores y concilia la independencia y originalidad de sus proyectos personales con el respeto de las órdenes legítimas. Extralimitarse no sólo es personal insubordinación, sino un desorden tanto más grave cuanto que es responsable de una colectividad. 148. Discutir las decisiones del superior jerárquico siempre es pernicioso, porque las más de las veces la discusión está fundada en el vacío, sin tener los elementos necesarios de juicio, y determina en los subordinados una va cilación en la obediencia, suficiente para hacer fracasar los planes mejor combinados. 149. Sólo el comenzar la ejecución leal de una orden permite juzgar la importancia real de las dificultades que nuestra nativa pereza y el miedo de ser atropellados en nuestra rutina han muchas veces exagerado a placer. 150. La crítica deprime la moral: ataca al valor de los individuos; introduce en los grupos la incertidumbre y el desacuerdo, y rompe la unidad de plan y de acción. 151. Aunque investido de una autoridad, cuyo principio se remonta hasta Dios, el jefe, con todo, quédase hombre. Y porque es hombre no puede no tener en sí alguna imperfección. Cierto; el jefe tiene la obligación de valorizarse incesantemente y de todos modos, para estar a la altura de su misión y ser merecedor del mando. Sus subordinados, empero, y sus colaboradores principalmente, quienes al vivir cerca de él pueden con más facilidad descubrir los puntos débiles, han de tener cuidado de no dejarse hipnotizar por ellos. Serían ellos mismos las primeras víctimas del desprestigio del jefe a sus ojos. Se ha de creer en el jefe, para estar prontos a seguirle hasta el fin, y es necesario que el jefe sienta que su equipo cree en él, para que tenga el valor de pedir a los que le rodean los esfuerzos y sacrificios que los llevarán a todos a la victoria. 152. El jefe verdadero atenúa las faltas de los superiores, cuando se dan, sintiéndose satisfecho de manifestar a los subordinados que todo el éxito es debido al jefe responsable. 153. Cuanto de más alto viene la crítica, tanto más daño puede causar. Un jefe que critica a su superior delante de los subordinados se arriesga a perder su influencia y a ver pasados por el tamiz sus propios métodos. En realidad, lo moral descansa en lo legal, en la fidelidad para con los jefes. 154. La disciplina no es fecunda más que a condición de ser alegre y activa. El simple
  • 31. 31 conformismo pasivo, tímido, el vago temor de los reproches o de las sanciones, están desprovistos de verdadero valor social. Lo que hace consentir la disciplina ha de ser una poderosa sensación del interés común, del honor común, de la obra o empresa común. Entonces la disciplina no peligrará en suprimir o debilitar las iniciativas [SERTILLANGES] 155. <<Ser disciplinado no quiere decir callarse, abstenerse o no hacer más que lo que se cree poder emprender siguiendo el arte de evitar responsabilidades, sino más bien actuar en conformidad con las órdenes recibidas, y para ello encontrar en su invención, en la consulta, en la reflexión, a posibilidades de ejecutar las órdenes, y en su carácter, energía para salvar los peligros que van unidos a la ejecución» [MAUROIS] 156. Para un jefe, disciplina no es lo mismo que ejecución de las órdenes recibidas en cuanto que parecen razonables, convenientes y aun posibles; disciplina significa que ha abrazado completamente las ideas del jefe que dio la orden y que hace todo lo posible para cumplirlas. Disciplina no quiere decir silencio o abstención para no hacer nada más que lo que os parezca posible sin comprometer; no es el arte de zafarse a las responsabilidades; por el contrario, es actuar en el sentido de las órdenes recibidas [Maurois] 157. Si el jefe subalterno se contenta con unir su voluntad con la del superior, si no llega hasta conformar su juicio con el juicio de aquel a quien está sometido; si no tiene para con él la confianza absoluta y la docilidad de una «desposada», la armonía del «hogar», de la autoridad, será precaria, con detrimento del fin buscado en común [Foch 2] 158. La disciplina no apunta a matar la personalidad, sino a regular y coordinar los esfuerzos. 159. El aumento de disciplina se traduce siempre en aumento de bienestar, lo mismo que el desarrollo de la energía en un suplemento de fuerza. 160. En todos los grados de la escala social, lo mismo en la vida familiar que en la profesional, se impone, de un lado, la restauración del sentido de la autoridad, y de otro, la reeducación del espíritu de disciplina. «La disciplina —dice un antiguo proverbio militar— es la fuerza principal de los ejércitos.» También es la fuerza principal de una nación que quiere no perecer. Un resurgimiento nacional pide la colaboración y adhesión de todos. Habrá, quizá, muchos caminos para salir de un bosque. Pero el que se ha de seguir es el escogido por el jefe debidamente nombrado. Teóricamente podrán, quizá, imaginarse mejores, pero, de hecho, el mejor será el que haya indicado, y precisamente por haberlo indicado. Si cada uno, guiado por su fantasía o por sus instintos, tira por su lado, seguiráse la neutralización de las fuerzas del grupo y pronto también la desaparición del grupo como tal.
  • 32. 32 Además, un jefe posee elementos de información ignorados de los súbditos. Una vez tomada «en junta» la determinación, ha de tener certeza de que se seguirá, pues no es posible aplicar sus facultades de jefe para el bien general si no tiene absoluta seguridad sobre este punto.
  • 33. 33 V. ENERGÍA REALIZADORA 161. El jefe no ha de contentarse con tomar una decisión; la decisión tiene que «encarnarse en la realidad». Lo que cuenta no es la orden dada, sino la orden ejecutada. 162. Jefe sin energía no puede ser jefe. No se trata de una energía brutal, sino de una energía ejecutiva que proporciona el esfuerzo con el fin que pretende obtener, que mira siempre las posibilidades para que no se encuentre sin aliento en el preciso momento de tomar una cota. 163. El jefe ha de tener razón resistente; no debe acobardarse por los primeros obstáculos; conoce el lema «a hombre valiente nada es imposible», y conforme al dicho del general Clément Grandcour, «el verdadero jefe, civil, o militar, espiritual o temporal, saca posibles de lo imposible»; en eso mismo se le reconocerá. 164. Nada se obtiene sin trabajo, y el hombre activo no tiene que sorprenderse de encontrar dificultades. Estas pueden nacer de sí mismo, y no son éstas las menos duras de resolver. Pueden también nacer de los subordinados o, las más de las veces, de parte de aquellos que debieran serle sostén y apoyo. Asimismo pueden venir de las circunstancias y de la rfitma naturaleza de las cosas. El verdadero jefe acepta siempre lo irreparable y, como decía Lyautey, «él se las arreglará». 165. El jefe espera las dificultades, aunque no se deja hipnotizar por ellas. Previstas o imprevistas, forman parte del programa. 166. Las dificultades se presentan para ser vencidas. Para un jefe las dificultades no son barreras que le detienen, sino trampolines que le dan ocasión de excederse al obligarle a sobrepujarlas. 167. Un jefe, aun siendo muy flexible y «realista», no ha de cambiar con mucha frecuencia de dirección. Los cambios demasiado frecuentes inquietan a los subordinados y les quitan la confianza. 168. El éxito depende de la perseverancia y tenacidad en la ejecución todavía más que de la habilidad de la concepción. 169. El don del jefe es el don de la fuerza, pero entendiendo «por alma fuerte no la que sólo conoce las emociones fuertes, sino más bien aquella cuyo equilibrio no turban las fuertes emociones», según decía Foch. 170. No hay acción sin riesgo, pero quien nada arriesga nada tiene. Hase de pesar el riesgo, probar de disminuirlo; pero, según el reglamento de Marina, «se ha de correr con ánimo valeroso y resuelto». 171. El esfuerzo es la única fuente segura de libertad y de ideal contra la anarquía interior de los instintos y apetitos egoístas. Quien salva el esfuerzo, salva la personalidad y, por lo
  • 34. 34 mismo, salva a la comunidad. 172. Cualquier cosa que hagáis en la vida, hacerla con el mayor vigor posible [Lyautey] 173. Nadie puede ser verdadero jefe si no sabe triunfar de los obstáculos excepcionales, y no triunfará si no da muestras de una voluntad también excepcional. Ahora bien; nada exige mayor grado de voluntad; nada ejercita más las facultades que el mandar a las pasiones, a los deseos vehementes, al mismo exterior, reprimiendo todo gesto inútil o excesivo de alegría, de dolor, de espanto, de entusiasmo, de horror; a la fisonomía que se sabe conservar impasible en presencia de las más grandes angustias. Todo esto forma el dominio de sí mismo y es culpe en el rostro rasgos austeros y le comunica ese aire a la vez inseguro e inexorable que obliga a la obediencia; pues quien es inflexible para con sus debilidades ha de serlo para con las de los otros. Quien sabe imponerse a sí mismo, sabrá desafiar la resistencia de los subordinados. Es decir, el completo dominio de sí mismo prepara la autoridad [J. Toülemonde, L'Art de commander, página 102] 174. La menor resistencia exige alguna firmeza y tenacidad. 175. ¿E inteligencia? Ciertamente, se necesita. Pero sobre todo, voluntad: voluntad fija, que no se desparrama. Todo está en esto: querer... Aun con mediana inteligencia, quien encauza toda su voluntad hacia un hito concreto y persevera con ánimo constante, está seguro de alcanzarlo. Tomad una idea, fijadla como otra estrella polar, caminad con los ojos clavados en ella. No se llega a triunfar más que por el trabajo encarnizado y bien dirigido [Foch] (Nota 16.) 176. Sólo los atrevidos realizan. Sólo los que organizan tienen éxito. Muchas veces lo que puede parecer «suerte» o «acaso» no es sino el fruto de un largo trabajo de preparación y de empeño de llegar. 177. La acción no es otra cosa que una incesante adaptación de sí mismo y de lo que arrastra la vida a un fin visto con claridad y buscado con tesón. : 178. Cualquiera que sea el ideal que anima al jefe, hay horas en que el trabajo cotidiano puede hacérsele pesado. Es hombre y siéntese envuelto por una atmósfera de tedio con sus puntas de amargura: tan ingratas resultan muchas veces las condiciones de trabajo. Recuerde entonces que ningún esfuerzo es pedido y que ningún fracaso es definitivo. 179. Pálpese que el jefe no se decide sino por motivos muy elevados, por obligación, por el bien de todos, olvidándose de sí mismo, y, además, con dominio de sí, de sus emociones, de su capricho y de su genio. Nunca turbado, nunca sorprendido, nunca
  • 35. 35 desconcertado. Pero pálpese también que, una vez tomada la decisión, nada hará doblegar su voluntad, y que si tiene el alma bastante grande para reconocer sus yerros y para corregir sus miras, tiene el alma d emasiado grande para no asegurar las obligaciones necesarias, aun a costa de su paz [P. BessieRes] 180. Todo jefe tiene que prepararse para una vida dura, física y moralmente, con mezcla de éxitos y reveses, de alegrías y desengaños, de apoyos y dificultades; mas quien se renunció a sí mismo para entregarse a la empresa no se dejará arredrar por esta perspectiva, ya que tiene él otra en su corazón: la de la fecundidad invisible de su acción, que trasciende las apariencias. En esta fe es donde encuentra la escondida fuente de sus mejores energías.
  • 36. 36 VI. CALMA Y DOMINIO DE SÍ MISMO 181. Para tener calma ha de haberse tomado la costumbre de jamás dramatizar las cosas, y según la fórmula de Foch: «No tomar por lo trágico las cosas sencillas y simplificar las cosas trágicas.» 182. El jefe que quiere ser digno de mandar debe comenzar por hacerse capaz de mandarse a sí mismo. Sin dominio de sí propio nadie puede pretender el dominio de las cosas, y menos todavía el de las personas. 183. Toda la persona del jefe ha de irradiar una impresión de serenidad, a fin de que sientan seguridad todos los que le rodean. 184. La menor señal de inquietud, de depresión y «a fortiori» de perturbación, que estando a solas no tendría graves consecuencias, puede tener repercusiones irreparables en el grupo que mandáis. 185. Un jefe no conoce el miedo, o si lo conoce, nadie ha de saberlo. El debe dar la impresión de que será en todo y siempre superior a los acontecimientos, según la fuerte expresión de La Varende. Con los reflejos abolidos, dominada la naturaleza y, si hay necesidad, cómico del valor, acepta todos los peligros siempre que su aparente sangre fría asegure a los suyos y les evite el pánico, que en la guerra es el peor de los peligros. 186. Por instinto, en los momentos de peligro se mira la cara del jefe: si se sorprende en él desasosiego o angustia, esta impresión se refleja en la colectividad con un coeficiente tanto mayor cuanto mayor es la estima del jefe y la confianza de poder contar con él. 187. Uno de los generales de Verdún, que aguardaba en su puesto de mando las noticias del ataque y no podía saber sino lo que migajas le comunicaba el teléfono, nota: «La inquietud me devora, la angustia me tortura y, no obstante, si quiero conservar mi prestigio, irradiar confianza, he de presentarme a los ojos que me preguntan a hurtadillas, con una cara impasible. Mi gesto debe ser sobrio, mi voz firme, mi pensamiento claro. No conozco prueba más dura y, a la vez, más decisiva para la voluntad del jefe» [General Passaga, citado por Picard en Verdun, 1916, pág. 388.] 188. La calma en seguida causa la impresión de una voluntad que sabe lo que quiere y que no consentirá desviarse del blanco. Una mirada sosegada y tranquila es bastante muchas veces para inspirar una como seguridad a los indóciles: entonces sienten por instinto que no tienen ellos la última palabra. 189. Todos los que han estado en la guerra recuerdan la inquieta mirada de la tropa hacia el oficial que la manda en momentos difíciles: la calma o el alegre disimulo de un joven jefe de sección, ¿no resultan entonces más engendradores de confianza que los brillantes y alocados de un veterano ayudante? 190. Para estar tranquilo, el jefe tiene que saber cuidarse y tomarse el tiempo de reposo
  • 37. 37 necesario, evitando tanto el agotamiento como el exceso de trabajo. 191. La salud y la facultad de trabajo están en primer puesto entre las condiciones requeridas para ser jefe. La grandeza de la obra es todavía menos exigente que la continuidad del esfuerzo, y mientras que la enfermedad permite al sabio sus investigaciones y al artista sus creaciones, aniquila la acción del jefe. 192. Para un jefe es un arte el saber tomar descanso, pero es un arte indispensable, y el jefe que lo descuida en sí mismo está expuesto, un día u otro, a perder el dominio de los reflejos. Gengis Khan decía que el jefe incansable no vale para mandar. 193. Todos los conductores de pueblos sienten la necesidad de aislarse para meditar con calma y se reservan tiempo para elaborar su acción inmediata o lejana. Gaixiéni llamaba a esto «el baño del cerebro». 194. El jefe, a fuerza de darse, se vaciará rápidamente si no cuida de abastecerse intelectual y espiritualmente. Ha de distribuir el tiempo de manera que cuide cada día de tener una o dos horas de meditación y lectura. Con sus compañeros debe tener con regularidad reuniones que le proporcionen no sólo amistad y descanso, sino que le permitan seguir en común encuestas y reflexiones. Ante todo, ha de conservar y cultivar en si la facultad inventiva: buscar sin parar nuevas iniciativas, nuevas experiencias; hacer el balance de lo que conoce desde su juventud; aventurar hipótesis nuevas, que de seguida vendrán los hechos a debilitar o confirmar; permanecer accesible a la riqueza humana, que muy bien podría traerle el hallazgo de sus años juveniles [Michel Herr, Revue Esprit de mai, 1941, página 461] 195. Como siempre tengo más cosas que hacer que tiempo para hacerlas, y el pensar en esto me preocupa y estorba, no considero las cosas que he de hacer, sino el tiempo que puedo emplear. Lo emplearé sin perder nada, comenzando por las más importantes, y no me inquietaré por las que no estén hechas [Mons. DoPanloup] 196. El jefe evita las palabras inútiles; sabe ser discreto, no publica sus proyectos ni los estados de ánimo. Richelieu afirmaba que el secreto es el alma de los negocios, y que se ha de oír mucho y hablar poco para actuar con eficacia. 197. El silencio del jefe, índice de una voluntad firme y de una intensa reflexión, inspira respeto. La verborrea y la charla hacen decaer el prestigio muchas veces; siempre, la confianza. 198. Para tener calma el jefe no debe jamás dejarse desbordar, ni por las ocupaciones, ni por los acontecimientos, ni aun por los hombres, y puede añadirse: ni por sí mismo. 199. El hombre de acción no se entretiene en deplorar lo que le viene en contra; lo
  • 38. 38 acepta como un nuevo dato del problema que tiene que resolver [Grasset] 200. Jamás digáis «estoy fuera de mí», porque después de cierto tiempo esto llegará a ser en vosotros como una obsesión y una necesidad de repetirlo sin cesar; acabaréis creyéndolo, y esto será abrir la puerta a todas las impaciencias y a la fatiga nerviosa. 201. Lo que fatiga y enerva no es tanto lo que se hace como lo que no se llega a hacer; ésta es la razón por qué el jefe prudente ha de organizar su vida. Tener el sentido de la jerarquía de los valores, establecer el orden de urgencia para su actividad y proporcionar a la importancia de cada esfuerzo el tiempo que le debe estar reservado. 202. «La paciencia es una gran garantía de orden»y jdice el educador americano Huger. Y añade, con razóní «Perder el dominio propio es siempre el medio más seguro de perder la autoridad sobre los demás. Una postura tranquila, que nace no de temperamento flemático, sino de la disciplina personal, ejerce en el mundo, nervioso, desordenado, una influencia de sugestión a la que no resiste.» 203. Dicho está por un antiguo poeta de la India: «Subyúgate a ti mismo para subyugar a los otros. No siendo por una fuerza personal, ¿cómo podrías conducirlo hasta querer lo que tú quieres?» 204. Un jefe irritado o excitable cesa de cumplir la más esencial de sus funciones, Cual es encarnar la autoridad y el orden verdadero: tampoco él es otra cosa que una maestra de esa disipación, de esa inquietud, de esa falta de regularidad que pretende combatir en otros. Y desde entonces, por más celo que despliegue, no podrá irradiar el espíritu de orden [Foerster, L'Ecole et le caractére, página 219] 205. Vais a dominar a los hombres, no es momento oportuno para perder el dominio propio. 206. Si se presentan obstáculos imprevistos, únicamente el jefe es quien no debe emocionarse. Cuando todos estén desanimados tendrá que gallear todavía para infundir valor en los otros, aun cuando para sí no lo tenga. 207. Véanse los consejos dados por un patrón conocedor de los negocios para el caso de crisis: «No digáis a vuestros colaboradores: ¡esto no es nada, sois unos cobardes!; tampoco exageréis en sentido inverso, gritándoles: ¡todo está perdido, sálvese el que pueda!; antes bien, decidles: la situación es muy grave y pide toda vuestra energía; pero estad tranquilos y tened confianza en mi fuerza, como yo la tengo en vuestra abnegación» [Courau, Le Patrón et son equipe, página 200]
  • 39. 39 VII.- SENTIDO DE LA REALIDAD 208. Bueno es tener una idea grande, alimentar un Bello ideal; pero si el ideal es quimérico y la idea se queda en imaginación, todo esto no es nada. Es preciso que el ideal encarne en la realidad. Y aquí es donde el jefe, para no extraviarse, para evitar toda desviación entre la inteligencia y la vida, necesita desarrollar en sí mismo el sentido de la realidad. 209. La misión de jefe implica algunas contraindicaciones. Es un oficio que no conviene al soñador; quien al vivir en la estratosfera olvida que tiene la cabeza sobre los hombros y los pies en la tierra. 210. Es un oficio que tampoco conviene al pesimista mórbido, quien no queriendo ver más que el lado malo de las cosas, de los hombres y de los sucesos, se ha hecho incapaz de descubrir todas las posibilidades que se le ofrecen escondidas. 211. Es un oficio que tampoco conviene al optimista bobo, cuya natural sencillez le pone por juguete de los astutos y charlatanes. 212. Este cargo no conviene tampoco al verboso, que se cree haber obrado porque ha hablado, y que no se da cuenta que, al pagarse de palabra, se alimenta de ilusiones. 213. El cargo de jefe requiere a un hombre que tenga la cabeza sobre los hombros y los pies en la tierra. Puede todo resumirse en este principio: la falta de adaptación a la realidad es la ineptitud primera para el mando. 214. Influenciada por la filosofía subjetiva y por causa del exceso de enseñanzas puramente teóricas, la inteligencia no es para muchos la facultad de ver lo real, sino la facultad de especular y disertar brillantemente. Del hombre hábil para hablar se dice: «Es inteligente.» Constrúyense sistemas en la imaginación, amontonándose hipótesis; creeríase perder el rango yendo a ver sobre el terreno lo que hay. Ha sido una gran debilidad, en todos los departamentos de la actividad nacional, de los estados directores. Demasiados espíritus brillantes se habían de tal manera acostumbrado a hacer juegos de manos con los sistemas financieros, económicos y militares, que habían perdido el contacto con las realidades humildes de la vida y antes con el sentido común. 215. Tener sentido de la realidad es, ante todo, conocer objetivamente la realidad y conocer lo que la realidad puede sostener de posibilidades ahora y en lo venidero. 216. Ver claro, ver lo verdadero, ver lo justo, tal debe ser la mirada del jefe. 217. La peor alteración del espíritu es el ver las cosas como uno quiere que sean, en vez de verlas tales como son [BOSSUET]
  • 40. 40 218. «No os contentéis con lo que se os diga —aconsejaba Foch—, id a verlo con vuestros ojos. No os pregunto qué es lo que pensáis. Decidme lo que hay... Hechos, hechos. Hay que verlos. Esos quedan. No los haréis desaparecer con el sentimiento.» 219. Tener sentido de la realidad es conocerse a sí mismo, conocer sus posibles tan bien como sus límites. Esto forma parte de los datos del problema, y se ha de tener el valor de saber lo que es antes de tener el valor de saber lo que se quiere. 220. Tener sentido de la realidad es, en vez de lamentarse estérilmente de los efectos de los subordinados, poner todo el empeño en aprovecharlos según su capacidad. , 221. Tener sentido de lo real es desconfiar de las fórmulas totalmente hechas. No hay formulario tan completo en el que los casos que se presentan tengan una solución ya impresa de antemano. Hay que estudiar y resolver cada caso por sí mismo. Las soluciones totalmente hechas son cosa de empleados de oficina, es decir, de los que no se atreven, o porque no saben, o porque no conocen más que el famoso «precedente» administrativo, padre de la «odiosa rutina, que atolla tantas energías para transformarlas en estériles». 222. El jefe ha de andar siempre alerta. Jamás ha de considerar su organización como definitiva. Desde cierto punto de vista resulta menos difícil poner una institución en marcha que el mantenerla en buen orden de marcha, puesto que la vida es algo tan variable que se necesita renovar incesantemente los conceptos para encuadrarlos en las nuevas condiciones de las circunstancias y de las personas. El jefe que se adormeciese en la rutina no tardaría en perder contacto con la realidad y pronto llegará a ser un inadaptado. 223. Un jefe se hace viejo ya desde que rehusa volver a pensar los problemas, ya desde que no se siente con fuerza para renovar sus conceptos y los cuadros. 224. El desarrollo de la acción hace olvidar con sobrada frecuencia la necesidad de volver a pensar, para toda empresa, continuamente en su origen, espíritu, mística y porvenir. Uno ha arrancado con gran entusiasmo; luego, falto de tiempo, absorbido por la faena que sobreviene al día, deslizase en el automatismo. Un jefe de Estado o un industrial ingenioso tendrán a su lado un grupo de hombres de ciencia encargados de este único empeño: de reponer la obra a punto, de cuidarla con inteligencia y espiritualidad. Hoy sería conveniente multiplicar los encargados de estudiar y los de misión en todos los
  • 41. 41 organismos colectivos, considerando su función no como una amable sinecura, sino como una de las más esenciales entre todas [Bussy-Robin] 225. El jefe jamás debe hacer tabla rasa de lo pasado. Hay interés, cuando toma las palancas del mando en las manos, de que no se resuelva todo, y sobre todo de no dar la impresión de que quiere cambiar por el simple placer de cambiar algo. Mas, por otra parte, derecho tiene de querer los progresos que, ya por experiencia, ya por estudio, se imponen, sin dejarse jamás detener por la objeción: «Siempre Se ha hecho así.» Lo pasado es interesante para explicar lo presente; mas nunca podría sujetar a los que desean hacer el porvenir. 226. «Hay que estudiar los asuntos», repetía Foch constantemente. Y él estudiaba a fondo todos los suyos. Desde luego, encarga el examen de los mismos a los que trabajan con él. «Mirad también todas las vueltas y revueltas.» Quien le informe no ha de llevarle impresiones: «No os pido vuestra mariera de pensar, sino cosas precisas, realidades.» Hasta cuando pregunta si hace frío, no se le ha de responder: el aire es fresco, sino cuántos grados marca el termómetro. Informes seguros, exactos, comprobados; sólo «los hechos constituyen para él una base sólida». «No os apoyéis en frases, sino en hechos. Con éstos podéis construir.» No os paguéis de palabras si queréis no ser pagados con decepciones. Fuera elegancia, fuera sentimiento. Se dice: «Yo creo que... se hace el elegante»: «Pienso que el enemigo hará esto... o aquello.» Mal: «yo creo»... ¡Se ha de estar seguro! Hay que estudiar, ver las posibilidades, contarlas, juzgar, decidir, y entonces va bien [Lieut-colonel Buauet En écoutant le Moréchál Foch] 227. Muchas reglas tenidas por intangibles por los practicones de espíritu corto cesan de ser aplicables a poco que cambien los datos del problema. De querer aplicar, con datos inseguros, las reglas demasiado invariables, se termina en evidentes absurdos; también los que han profundizado estas cuestiones —sean filósofos u hombres de acción—, todos al unísono han vituperado el abuso del formulismo. Nada más perjudicial al Estado que aquellos que quieren gobernar las naciones por las máximas que sacan de los libros [Richelieu] Pocas máximas son para todos verdaderas [Vauvenargues] Nada es absoluto en la guerra [Napoleón] Fuera los moldes, hay que aprender a discurrir [Foch]
  • 42. 42 228. Tener sentido de lo real es tenerlo de todo lo real. Algunos hay que tienen, a veces, la tentación de hipnotizarse con un detalle y de no mirar, más que tal pormenor. El verdadero jefe jamás pierde de vista el conjunto; mira siempre en su espíritu presente «la síntesis de que está encargado». Esto le facilita el poder mirar el sentido de las proporciones y el dar a cada cosa su relativa importancia. 229. «El jefe —decía Lyautey— ha de ser el técnico de ideas generales», pero las ideas generales no han de ser vagas generalidades. Vea las relaciones algunas veces lejanas que unen dos problemas; dé a la cuestión presente su verdadero valor, sin disminuirlo, porque haya de tener repercusiones; sin aumentarlas, porque no es la única que nos interesa, y porque no debe triunfar a costa de otros asuntos o de otros intereses igualmente legítimos. 230. La energía de espíritu es la cualidad preferida del jefe, no tanto con miras a trabajar en el análisis arduo de un asunto difícil como para concentrarse rápidamente sobre una cuestión urgente que resolver, abarcando fuertemente, de una vez, todos los datos de la cuestión y todas las incidencias de la solución. Esta energía supone una intuición que ningún ingenio geométrico puede detener en su vuelo; una extensión de miras que ninguna especialidad absorbe; una flexibilidad de adaptación que ninguna rutina anquilosa; una solicitud de los acuerdos que ninguna psicosis de detalle reduce, y, finalmente, esta cultura general que, dando conocimiento de todo, prepara a comprenderlo todo. 231. Tener sentido de lo real es también desarrollar en sí ese como olfato, que permite ver al instante las nuevas posibilidades que se presentan con un cambio de situación para utilizarlas y tomar una nueva decisión adaptada a las circunstancias. 232. Hay que saber, según el dicho de Talleyrand, «aceptar lo inevitable para hacerlo utilizable». 233. Es necesario que la intuición del jefe sea constante y que su capacidad constructiva sea templada por el sentido práctico de las posibilidades de realización. No es bastante el lanzarse adelante, sin reflexión, contando sólo con su audacia o con su buena estrella, porque, según confesión del mismo Napoleón, «con la audacia se puede emprender todo, empero no sé puede hacer todo». 234. Un gran jefe nos pone en presencia de las cosas tales cuales son, sólo que nos manifiesta que podremos hacer con ellas otras cosas. No por su capricho, sino por el bien público; no arrebatado quiméricamente por la imagen que proyecta ante sí, con clarividencia traza la ruta por lo mejor del terreno. Su misión, y primeramente para sí. Prefiere lo real a su ideal, como prefiere su faena a su persona[Henri Poükrat] 235. Unos no ven más que las dificultades; otros quieren ignorarlas. Lo mejor es ver las posibilidades pensando en las dificultades y hallar en las primeras recursos para vencer las segundas.
  • 43. 43 236. Cuando se es de veras todo un hombre, se toma de las cosas lo presente, como es, y se trabaja para que en lo venidero estén algo más ajustadas a lo qué deben ser. 237. Si hay un pesimismo desalentador, consistente en cruzarse de brazos ante la fatalidad, hay también un optimismo pernicioso, que sustenta la ilusión so pretexto de conservar la confianza [Levis-Mirepoix. Renue des Deux-Mondes. 1-1-41] 238. Hay planes muy bien hechos; no son los planes los que faltan, ni tampoco las ideas: mas para cada circunstancia hay entre ellos uno bueno y nada más. Quizá es el menos bello de todos, el menos grandioso, el que conquistara menos gloria; pero, seguramente, es el único que la realidad hace posible, y ése es el que ha de escogerse. El jefe que tiene la responsabilidad y toma la decisión, debe tener esta noción de lo posible. Si le falta, podrá ser un estético militar eminente, pero no un jefe de veras.
  • 44. 44 VIII. COMPETENCIA 239. El valor no es el exclusivo fundamento de la autoridad del jefe No es menos verdad que el jefe tiene que desarrollar la competencia para estar en disposición de servir mejor, y su autoridad moral crecerá en proporción de las muestras que diere de valor. 240. La competencia del jefe no es de la misma naturaleza que la de los subordinados. Su competencia ha de consistir esencialmente en poseer las nociones generales necesarias y el suficiente conocimiento de las diferentes ramas de actividades para organizar el conjunto de ellas. Cuanto mayor es la responsabilidad del jefe, tanto más ha de evadirse de la especialización, mientras que cuanto más el agente es un ejecutor, tanto más ha de dar pruebas de su capacidad técnica. 241. La competencia específica del jefe es una competencia de gobierno, que consiste en prever, organizar, mandar, comprobar, en orden a la faena o misión que se ha de llenar; competencia que permite apreciar los valores relativos y ponderar las oportunidades; competencia psicológica que se adquiere con la práctica del manejo de los hombres. 242. La competencia profesional no es sólo una condición de prestigio, sino cuestión de moralidad. «La mayor inmoralidad —escribía Napoleón a su hermano José— es ejercer un cargo que no se sabe.» 243. No se puede pedir al jefe que sea competente en todo. No habría jefes. El jefe domina las ideas generales: ése es su propio dominio. Si, además, tiene algún otro talento particular, tanto mejor, o, quizá, tanto peor. Quizá tanto peor, porque si tiene la debilidad de entregarse a sus éxitos, se achicará y no será más que un especialista. El jefe deja los especializados para cuando no ha visto que serán útiles y eficaces, y dentro de los límites prefijados. El es quien se esfuerza para «dominar la situación», orientando y coordinando los esfuerzos. 244. La cultura no consiste en saberlo todo, ni en saber un poco de todo, sino en tener dominio de las cosas para tomarlas miradas desde lo alto. 245. No hay que pedir al jefe que sea competente en todo —aunque ha de tener en su favor una competencia indiscutida e indiscutible—, sino para hacer, al menos para juzgar, apreciar y decidir con conocimiento de causa. 246. El que no es más que militar, no es sino un mal militar; quien no es más que profesor, no es sino un mal profesor; quien no es más que un industrial, no es sino un mal industrial. El hombre completo, el que quiere cumplir de lleno su destino y ser digno de guiar a hombres; en una palabra, ser jefe; este tal ha de tener sus ventanales abiertos a
  • 45. 45 todo lo que honra a la humanidad [Lyautey] 247. Además de la competencia técnica requerida, la competencia peculiar del jefe es la que consiste en el arte de crear la unidad, sabiendo ordenar y coordinar los esfuerzos de cada uno con miras a la obra común. 248. La victoria no se contenta con las virtudes de última hora. La realidad del campo de batalla es que allí no se estudia; se hace, sencillamente, lo que se puede para aplicar lo que se sabe. Desde luego, para poder allí un poco es necesario saber mucho y bien [Foch]
  • 46. 46 IX. ESPÍRITU DE PREVISIÓN 249. El bueno o mal resultado depende mucho de las miradas del jefe sobre el porvenir. El jefe no puede trabajar sólo «al día». Ha de prever para plazo más o menos largo las consecuencias de sus decisiones, la oposición o dificultades que puede encontrar y la parada que tendrá que montar en las diferentes hipótesis. 250. La costumbre de prever y de vivir en el porvenir es lo que permite la rapidez de cálculo y la prontitud de decisión. «Si estoy siempre dispuesto, decía Napoleón, es porque antes de emprender he meditado mucho tiempo. Vivo adelantado en dos años y tengo previsto lo que pueda ocurrir.» 251. A puro de prever y preparar es como se hace uno capaz de improvisación cuando las circunstancias lo piden. Y, al contrario, si deliberadamente se remite perezosamente a la inspiración del momento, se camina al desastre. 252. No es un genio quien me revela en secreto lo que yo tengo que hacer en una circunstancia no esperada para los otros, sino la reflexión, la meditación [Napoleón] 253. Difícilmente se imagina cuánto se esfuerzan los grandes jefes en prever con precisión. Véase a Mangín preparando la revancha del fuerte de Douaumond: «Nada se ha dejado a la ventura.» Utilizó todos los informes recibidos de sus aviones, de las patrullas, de los desertores; los clasificó, recortados, verificados... ¡qué trabajo supone todo esto! Sólo entonces acometió y el triunfo fue completo. El mismo método en 1917 en Fismes: «En el mapa se contaba, no por kilómetros, sino por metros; cada salida de las trincheras estaba estudiada en las múltiples posibilidades; se notaban los menores accidentes del terreno, las ruinas de las casuchas, los troncos de los árboles cascados; se trasladaban las señales para orientarse en las fotografías de avión y en los planos directivos; el tiro de la artillería y el alcance del tiro, el desplazamiento de los cañones, el avance de la infantería, a la cobertura de los obuses; todo estaba determinado en un segundo» [Maurois] 254. El jefe que no está siempre en vela, en previsión de dificultades, en intuición de los acontecimientos; el que no proyecta su voluntad en el misterioso porvenir, para plantar en él con anticipación jalones de su marcha: iniciativas, creaciones, campañas, propaganda...; que no sabe, cuidadoso de lo real, son atosigar la imaginación, construir un plano, establecer un programa, combinar horarios, asegurarse de las posiciones de repliegue o de las líneas de socorro, no es más que «un encargado de negocios» inerte, vacilante, rutinario, que al no dominar la vida será por ella dominado y vencido. 255. Cuanto más precisa sea la idea que el jefe se forme de lo venidero, tanto la idea tendrá más probabilidad de convertirse en realidad. Querer no significa sólo decir lo que se quiere; es representarse con energía cómo se obrará. (Maurois: Dialogues sur le Commandement.)
  • 47. 47 X. CONOCIMIENTO DE LOS HOMBRES 256. El arte de conducir hombres es difícil. Lo es primeramente porque depende de dones naturales desigualmente repartidos, y también porque las leyes psicológicas, que son la base de las relaciones entre jefes y subordinados, están muy poco conocidas. 257. Un hombre de experiencias, entrado en años, que rápidamente llegó a sacar adelante una empresa industrial, empleando numeroso personal, respondía a los amigos que se admiraban de un tan rápido éxito: «Yo no conocía las máquinas, es verdad; pero conocía bien a los hombres.» 258. Primero hay que hacer rueda de gente, como en familia, para ver lo que valen [Foch] 259. Conocer su oficio bueno es, y puede ser lo bastante para el artesano que trabaja solo; pero el jefe, por definición, tiene que mandar a otros hombres, y el conocimiento de los hombres a los que ha de mandar le es tan necesario como el conocimiento de la tarea para la que los debe mandar. 260. El primer servicio del jefe consiste en estudiar y comprender a los que debe formar. Siendo toda educación un contacto, no es posible tener contacto con ellos si no hay unión entre las dos partes: el jefe y sus subordinados, adaptación del que manda al que obedece, a fin de que un día haya adaptación del que obedece al que manda. [Mgr. Pinson, Obispo de St. Flour. 84] 261. El ideal para el jefe es colocar a cada uno en su puesto: the righí man in the right place. Un hombre que se encuentra delante de una tarea que le puede, parece zurdo y desmañado; un hombre que ocupa el sitio que le conviene parece siempre inteligente. 262. No siempre resulta fácil hallar para cada uno el sitio que le conviene; mas por experiencia se sabe que muchas veces basta un desplazamiento, al parecer insignificante, para convertir en bueno a un mal obrero. 263. Es falso decir que un hombre vale tanto como otro hombre, y hay que conocer bien a sus hombres para poner el hombre preciso en el sitio que le conviene. 264. El jefe debe conocer a sus hombres para estar en condiciones de adaptar las órdenes a la capacidad de cada uno, dejando a los que se lo merezcan mucho de iniciativa y teniendo más de la mano a los que no puedan actuar solos, con todo un teclado que corre desde la orden a secas hasta la sutil persuasión. Hay jefes tan poco hábiles que, cuando han hablado, los subordinados sienten ganas de hacer todo lo contrario de lo que se ha dispuesto. 265. Un individuo calificado como malo por un jefe puede ser estimado como excelente por otro jefe, sólo porque el segundo ha sabido ganarlo, mientras que el primero no lo comprendió.
  • 48. 48 266. No juzguéis de ligero a nadie como incapaz. Son muchos menos los incapaces de lo que generalmente se cree; lo que sí son muchos los mal aprovechados, a quienes no se ha dado el empleo que convenía. 267. Un grupo, sea cual sea, no tiene cohesión mientras sus miembros no se conocen mutuamente, y conocen a su jefe, y se creen conocidos de todos ellos; el ser humano tiene necesidad de sentirse apreciado, estimado, comprendido, conocido, para entregarse totalmente a la faena que tiene impuesta, y será capaz de excederse a sí mismo si sabe que su jefe cuenta con él personalmente para un esfuerzo que hay que hacer. 268. Todo hombre tiene más o menos confusamente el sentimiento de dignidad humana, y espera que su personalidad sea reconocida. Ser tratado como un número o como una simple rueda de una máquina determina en él un complejo de inferioridad que tratará de compensar con la indiferencia, la rebelión o el desprecio. 269. El jefe tiene que dar a cada uno la impresión de que le reconoce una individualidad propia, que no le confunde con los otros, que lo distingue por tener una existencia y valor singulares en medio de la multitud de semejantes. 270. Este profundo conocimiento es a la vez para el jefe la mayor habilidad y la mayor fuente de su poder: éste es el secreto de los caudillos de los pueblos. (Napoleón, tirando de la oreja: «¡Hola, tú; te vi en Marengo!>>) 271. El jefe, siempre que es posible, llama a cada uno por su nombre, sin olvidar que el nombre es para cada uno la palabra más dulce e importante del diccionario. 272. El conocimiento de los hombres permite apreciar con exactitud la moral del grupo y determinar lo que se le puede exigir en un momento dado sin peligro de provocar desorden. Este es el que da la sensación de lo que se llama «lo practicable»; sin él la disciplina se rompe. 273. Todo jefe, que es más o menos educado no puede ejercer su bienhechora influencia más que siendo a la vez perspicaz para adivinar las necesidades, las aptitudes, los gustos, los caracteres y los reflejos de sus hombres. No es bastante conocer el corazón humano; es preciso tener el instinto de adivinar lo que pasa en el alma de los encomendados. 274. Para conocer bien a los hombres, el jefe debe precaverse de las simplificaciones exageradas. El hombre no es siempre razonable y sencillo, sino un ser c on múltiples tendencias, que se compensan y equilibran las unas con las otras, sometido, además, a variaciones más o menos frecuentes, según el temperamento, el carácter, la salud, el ambiente que le rodea, los acontecimientos que le afectan. 275. Conocer, según la etimología francesa (cconnaítre = naitre avec»), es nacer con, vivir con, sentir con. No hay verdadero conocimiento sino en cuanto se simpatiza, se penetra en las penas y dificultades de cada uno, se sabe sustituirle en su puesto.
  • 49. 49 276. El hombre inquieto busca siempre a quien confiar el objeto de sus inquietudes; más vale que la confidencia sea recogida por el jefe, que podrá rectificar el error o testimoniar la simpatía. De otro modo, el hombre está tentado de pedir ayuda a un ignorante o a un irresponsable. 277. El jefe ha de esforzarse para estar en contacto con los subordinados. Esto le dará ocasión para observaciones fecundas, porque así podrá sorprender infraganti las más espontáneas reacciones, a la vez que podrá romper las timideces que paralizan y provocan las confidencias que dan descanso. 278. El hombre que carece del instinto de adivinarlo que pasa en el alma de sus subordinados puede ser un genio en otro plan, pero nunca será un jefe de verdad. 279. El hombre que se queja no exige nece sanamente que se le dé una satisfacción; desea, sobre todo, ser escuchado con interés y que se provoque una decisión en el sentido que sea. 280. Para apreciar a sus hombres, el jefe tiene que desarrollar en si, enfrente de ellos, una disposición afable y benévola, porque los defectos, frecuentemente, son más visibles que las cualidades. Ademas, la importancia de un defecto no puede ser algo absoluto en valor, depende esencialmente de las cualidades que le contrapesan y de la naturaleza de la función encomendada al interesado.