3. Para los persas (800 a.C.), la mujer que había tenido
un hijo, igual que la mujer que estaba menstruando,
era "impura" y se le aislaba por cuatro o más días en
un cuarto que tenía desparramada paja seca y alejada
quince pasos del fuego y el agua (elementos limpios).
En la India oriental (Siglo VI a.C.), los ritos de
purificación de la mujer menstruante eran muy
precisos, y establecían que la mujer debía frotarse los
dientes, hacer gárgaras doce veces y lavarse manos y
pies; posteriormente zambullirse doce veces en el río,
y tras salir de él, frotarse con lodo que llevara estiércol
fresco, volver a zambullirse en el agua treinta y cuatro
veces, y repetir las friegas de lodo; repetir la inmersión
veinticuatro veces, frotarse el cuerpo con azafrán y,
para terminar, otros veinticuatro chapuzones más.
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5. Hasta fines del Siglo XIX prevalecieron las ideas de
la medicina griega, que veían la menstruación como
una forma de excreción de residuos. Hipócrates
(466-377 a.C.) consideraba que la sangre menstrual
era un producto de desecho y esto era debido a que
la mujer generaba demasiada sangre. Apuntaba que
el origen de este sangrado se debía a que la mujer
era excesivamente caliente y solo por este medio
lograba atemperar el organismo. Galeno (Siglo II
d.C.), pensaba lo contrario, pues para él la sangre
menstrual aparecía debido a la imperfección de la
mujer, que era fría y húmeda, por la falta del calor
necesario, lo que causaba una digestión anormal de
los alimentos; la función del sangrado era eliminar
los materiales de desperdicio.
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7. En los siglos XVIII y XIX la "melancolía" se puso de
moda. Los casos de depresión y suicidio, cuando
sus protagonistas eran del género femenino, se
relacionaron con el supremo poder del útero, que
actuaba a capricho sobre el estado de la mujer. La
mayoría de las autoridades médicas creían que
durante el periodo menstrual la mujer estaba
especialmente débil y predispuesta a una gran
variedad de enfermedades perniciosas. Para ello
recomendaban reposo y tratar de evitar cualquier
tipo de actividad física o mental. Estaba
completamente prohibido bailar, montar en
bicicleta, correr, remar, así como cualquier tipo de
ejercicios atléticos; también era peligroso viajar en
automóvil, tren o carruaje.
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9. Durante el período que puede llamarse de pre pubertad y que precede a la aparición
de las reglas, la niña no experimenta todavía el disgusto de su cuerpo; se siente
orgullosa por irse convirtiendo en mujer, observa con satisfacción la madurez de su
pecho, se rellena el corpiño con pañuelos y se jacta en presencia de sus hermanas
mayores; todavía no capta la significación de los fenómenos que se producen en
ella. Su primera menstruación se la revela y aparecen los sentimientos de
vergüenza. Si ya existían, se confirman y exageran a partir de ese momento.
Todos los testimonios concuerdan: que la niña haya sido advertida o no, el
acontecimiento siempre le parece repugnante y humillante. Es muy frecuente que su
madre haya descuidado prevenirla; se ha observado que las mujeres descubren de
mejor grado a sus hijas los misterios del embarazo, del parto e incluso de las
relaciones sexuales que el de la menstruación; y es porque ellas mismas sienten
horror por esa servidumbre femenina, horror que refleja los antiguos terrores
místicos de los varones y que ellas transmiten a su descendencia
Es entonces cuando en la niña nace o se exacerba el disgusto por su cuerpo,
demasiado carnal. Y, pasada la primera sorpresa, el malestar mensual no se borra
por eso: en cada nueva ocasión, la joven vuelve a experimentar el mismo disgusto
ante aquel olor insípido y corrompido que asciende de sí misma -olor de pantano, de
violetas marchitas-, ante aquella sangre menos roja y más sospechosa que la que
fluía de sus heridas infantiles.
Simone de Beauvoir
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11. También los muchachos, ciertamente, en el momento de su pubertad,
sienten su cuerpo como una presencia embarazosa; pero, orgullosos de su
virilidad desde la infancia, es a esa virilidad a la que, orgullosamente,
trascienden el momento de su formación; se muestran entre sí con orgullo el
vello que les crece en las piernas y que los convierte en hombres; más que
nunca, su sexo es objeto de comparación y desafío. Convertirse en adultos
es una metamorfosis que los intimida: muchos adolescentes experimentan
angustia cuando se anuncia una libertad exigente, pero acceden con alegría
a la dignidad de varón. Por el contrario, para transformarse en persona
mayor, la niña tiene que confinarse en los límites que le impondrá su
feminidad. El muchacho admira en su vello naciente promesas indefinidas;
ella permanece confundida ante el «drama brutal y cerrado» que detiene su
destino.
Al igual que el pene extrae del contexto social su valor privilegiado, del
mismo modo es el contexto social el que hace de la menstruación una
maldición. El uno simboliza la virilidad, l a otra la feminidad, y porque
la feminidad significa alteridad e inferioridad, su revelación es acogida
con escándalo.
Simone de Beauvoir
12. La mancilla menstrual la inclina a la mujer hacia el
disgusto y el temor. «¡He ahí lo que significan esas
palabras: ser mujer!» La fatalidad que hasta
entonces pesaba sobre ella confusamente y desde
fuera, está agazapada en su vientre; no hay medio de
escapar; y se siente acosada. En una sociedad
sexualmente igualitaria, no encararía ella la
menstruación sino como su manera singular de
acceder a su vida adulta; el cuerpo humano conoce
en hombres y mujeres muchas otras servidumbres
más repugnantes, a las cuales se acomodan
fácilmente, porque, siendo comunes a todos, no
representan una tara para nadie; las reglas inspiran
horror a la adolescente, porque la precipitan a una
categoría inferior y mutilada.
Simone de Beauvoir