texto argumentativo, ejemplos y ejercicios prácticos
Cuento
1. La princesa de fuego
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que
se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el
regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los
tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos
regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien
se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el
joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es
sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se
ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan
enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos
y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada,
terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella
piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser
como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra,
dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo,
las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la
princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor
humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de
fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había
prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
2. Dos duendes dos deseos
Hubo una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera el existían el día y la noche, y
en la tierra sólo vivían criaturas mágicas y extrañas, dos pequeños duendes que soñaban con saltar
tan alto, que pudieran llegar a atrapar las nubes.
Un día, la Gran Hada de los Cielos los descubrió saltando una y otra vez, en un juego inútil y
divertido a la vez, tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. Tanto le
divirtió aquel juego, y tanto se rio, que decidió regalar un don mágico a cada uno.
- ¿Qué es lo que más desearías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más - preguntó al que
parecía más inquieto.
El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo,
respondió al momento.
- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más
allá del sol!
- ¿Seguro? - dijo el hada - ¿No quieres ninguna otra cosa?
El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró
que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste
saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente
dejaron de verlo camino de las estrellas.
El Hada, entoces, se dirigió al otro duende.
- ¿Y tú?, ¿qué es lo que más quieres?
El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Se rascó la
barbilla, se estiró las orejas, miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se
acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso un gesto triste, y finalmente respondió:
- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo para sujetar a mi amigo. Se va a matar del golpe
cuando caiga.
En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y
acercando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir claramente la cara
horrorizada del primer duende ante lo que iba a ser el tortazo más grande de la historia. Pero el
hada sopló sobre el segundo duende, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.
3. Con el corazón casi fuera del pecho y los ojos llenos de lágrimas, el primer duende lamentó haber
sido tan impulsivo, y abrazó a su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su
propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradecido por su generosidad, el duende
saltarín se ofreció a intercambiar los dones, guardando para sí el inútil don de atrapar duendes, y
cediendo a su compañero la habilidad de saltar sobre las nubes. Pero el segundo duende, que
sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así,
sucesivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos serían igual de felices.
El hada, conmovida por el compañerismo y la amistad de los dos duendes, regaló a cada uno los
más bellos objetos que decoraban sus cielos: el sol y la luna. Desde entonces, el duende que
recibió el sol salta feliz cada mañana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día
cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgulloso la
luz de la luna durante toda la noche.