Este capítulo presenta a Roberto Arias, un reconocido forense que disfruta de su trabajo. Mientras examina el cuerpo de un joven fallecido por balazos, recuerdos de su pasado amoroso lo invaden y comienza a llorar silenciosamente. A pesar de aparentar calma, por dentro se siente destrozado. El paisaje nocturno de la luna y las estrellas acompañan su momento de tristeza y recuerdos del amor perdido.
4. 1ª edición
Impreso en Colombia / Printed in Colombia
Impreso por
Portada: Obra titulada Not Mice e ilustrada por Alex Andreyev.
Todos los derechos reservados al autor. Not copyright intented.
Terminada el 15 de Noviembre del 2012.
Prohibida la reproducción o copia de esta novela sin la autorización de los
5. 5
Agradecimientos.
Mi vida va dedicada a ti, no solo a los atardeceres más
brillantes, no solo a las sonrisas más sencillas; sino, a
mi escritor favorito: Jhoan Emmanuel Orjuela Quiroga.
Aunque su fe en mí aún no está restaurada, les
dedico, a los suspiros de mi vida, a las dos maravillas
más perfectas de mi existencia, mis madres: Nancy y
Sandra. Sin ustedes, seguiría perdida.
A mis amores eternos, a todos los que amé en
aquellos tiempos, no los olvido, aquí están en mi corazón,
olvidados, pero ahí se encuentran.
A mis hermanos del alma, que ni el tiempo ni el dolor
han podido borrar. Me han hecho crecer, se han ido y
han regresado. Pero, sin importar qué, aún perduran los
recuerdos, los anhelos y los sueños que solíamos
compartir. No los he olvidado, y nunca lo haré, espero
ustedes tampoco. A ellos; Erick Omar Arellano Ramírez y
Carlos Eduardo Hernández Ortega, les agradezco la
ayuda que en algún momento necesité.
También le agradezco a la profesora Adriana
Hernández por incitarnos a explorar este maravilloso
mundo. Sin sus constantes críticas y regaños nunca
hubiera podido ver en mí el gran talento que, gracias a
algunas personas, siempre oculté. Gracias profesora, por
ser la motivadora principal de este relato.
6. 6
Por último y menos importante, a esa persona que
estuvo ahí. Aunque haya sido invisible, yo pude verlo,
pude apreciar su esfuerzo y su trabajo, pude verlo
padecer bajo mi mando, pude verlo arrepentirse de sus
errores; este libro también va dedicado a Esteban
Gómez. Que hizo gran parte de esta historia. Sin él, esto
no sería nada más que una mariposa sin alas.
Les agradezco por no perderse, por no irse, por no
dejarme sola. Les agradezco por ser mi compañía en
esta noche llena de sueños y deseos, que se vuelven
alcanzables a su lado. A ustedes, los más grandes
personajes de mi vida, les dedico este relato.
También, va dedicado a aquel ser que siempre me
influenció a ingresar, sin miedo, a este mundo. A ese ser
que siempre quiso mi muerte:
Querido Abalam…
B. Mack Stefan.
7. 7
Mi pequeña y sufrible Stephannye, mi postre agridulce,
mi sal y limón. A partir de este día, te dedicaré este libro
y los otoños venideros, las mañanas cálidas y frías. Te
tengo que agradecer todo lo que he aprendido en este
trabajo, ya que el 80% me lo has enseñado tú. Desde
ortografía, hasta cómo mejorar la redacción, o, cómo ser
un gran escritor, este último, siendo imposible para mí,
porque yo no soy usted, no soy un escritor de
nacimiento, de naturaleza. A mí no me surgen ideas tan
espectaculares e intrigantes como a usted.
Mi pequeña maestra, tú siendo menor que yo, me
trataste de enseñar toda esa sabiduría que has
recopilado en tu pequeña mentecita. Siempre estaré
agradecido contigo. Como terminar este escrito banal y
sin sentido sin agradecerle a la docente que nos asignó
este trabajo, que nos puso a sufrir y a pelear entre mi
compañera de novela y yo. La profesora Adriana
Hernández, sin ella no me hubiera dado cuenta de todo
el talento que Stephannye tiene, sin ella no hubiera
tenido la oportunidad de ser el pequeño discípulo de
Stephannye, sin ella no hubiera podido aprender
muchas de las cosas que aprendí tratando de hacer este
escrito. Sin ella…
Es un duro y largo camino cuando te enfrentas al mundo
solo, cuando nadie te alcanza y te coge la mano. Puedes
encontrar amor si buscas dentro de tu alma: el vacío que
sientes desaparecerá.
Esteban Gómez.
8. 8
Índice
Prólogo 10
Antes, cuando la felicidad solía existir 11
Capítulo 1:
Una noche, un recuerdo, un dolor 14
Capítulo 2:
Se despidieron en silencio 20
Capítulo 3:
Realidad, cruda y cruel realidad 25
Capítulo 4:
Deseos de mi imaginación, dolor de mi cuerpo 31
Capítulo 5:
La oscuridad, una dulce y cruel compañía 39
Capítulo 6:
Duermo despierto 50
Capítulo 7:
Tus recuerdos, son una tortura 54
Capítulo 8:
¿Cómo sería mi vida sin mí? 63
9. 9
Capítulo 9:
Somos invisibles 69
Capítulo 10:
Nuestra promesa de amor eterno 76
Nostálgico ayer, que hoy se convierte en solitaria actualidad
88
Autobiografías de los autores 95
10. 10
Prólogo
¿Qué es la realidad? ¿Es realmente ésta, la realidad que
debemos vivir? ¿O será una ilusión pretendiendo ser
real? ¿Qué pasa cuando empezamos a confundir entre
lo que es real y lo que es ficticio? ¿Te imaginas?
Roberto, el personaje principal de éste libro está
inspirado en esta filosófica cuestión, cuyos
pensamientos lo llevarán a una conclusión que ni
siquiera él aceptará, aunque eso signifique la muerte.
Aunque eso signifique la soledad. Narrado en primera y
tercera persona con un gran estilo que atrapa al lector
en una ola de sentimientos desde el primer instante en
el que lo lee. ¿Qué pasará cuando descubramos que
nuestro único amor nunca perteneció al margen de lo
real?
11. 11
Antes, cuando la felicidad solía existir.
Éramos felices, claro que lo éramos.
Pero, los momentos felices no regresarán, porque
la felicidad, por muy bella que sea, siempre será uno de
los sentimientos más efímeros que existan.
Nos conocimos, y mi mirada atrapó la suya en
un movimiento fugaz. Fue mágico, rápido y duradero.
Después de aquel contacto visual nuestras vidas nunca
fueron las mismas.
Me costó mucho conquistarla. Gracias a su
forma de ser, tuve que cambiar mi ideología para que
ella cambiara la suya y se fijara en mí; un cerebrito sin
vida social. Fue difícil acercarme a ella, muy difícil,
puesto que yo no era el único.
Era la más hermosa de todo el instituto, y ante
mis ojos, era la única chica para mí.
No sé qué la hizo enamorarse de mí, pero, sea lo
que sea, agradezco que haya pasado. Agradezco que me
haya pasado a mí. Cambió mi vida. El haberme
encontrado con ella, cambió mi vida.
Nuestra relación no fue perfecta, la chica de mis
sueños tenía el gran defecto de desaparecer. La primera
vez que lo hizo, fue la vez que más me dolió, puesto que
yo creía que nuestro amor era perfecto y no tenía final,
hasta que un día, después de uno de sus berrinches,
salió; sin maletas, solo con un pequeño cuaderno y
12. 12
regresó 2 meses después. La busqué durante mucho
tiempo, la busqué sin descanso, la busqué sin
encontrarla. Y en esa búsqueda, empecé a perderme.
Era un hombre seguro, pero, gracias a ella, empecé a
dudar, desde lo verdadero que era nuestro amor, hasta
mi propia existencia. Hasta de nuestra propia
existencia en este mundo.
Después de un tiempo, despertarme y no verla a
mi lado, era lo más común que ella podía hacer.
Hasta que un día, Airyn decidió jugar con mis
sentimientos hacía ella.
Desapareció y esta vez no fueron dos meses, ni
tres, ni cuatro, esta vez habían sido tres años… tres
malditos años de los cuales sufrí mi condena, sufrí el
castigo divino de un ser inexistente por mi propia
ignorancia. Por la ignorancia e impotencia de no
haberla entendido. No me di cuenta, en todas las veces
de huyó de mí, que, realmente, no estaba huyendo,
simplemente quería escapar de si misma. Quería
escapar de su sufrimiento. Quería escapar del
monstruo que la consumía y se hacía llamar ella
misma.
Me hubiera gustado ayudarla… Si me hubiera
hablado, ninguno de los dos habría terminado de la
manera en que lo hicimos...
Airyn… Regresa.
13. 13
Dedicado a todos aquellos que nunca dejaron de creer,
que nunca dejaron de confiar, que, aunque sea
imposible, aún continúan amando.
14. 14
Una noche, un recuerdo, un dolor.
Capítulo 1
Una noche frívola, una compañía que se
transformaba en un simple recuerdo y un nuevo
sentimiento crecía en su interior.
Así se sentía; confundido. Pero, continuaba ahí;
inmóvil, soñando despierto.
Se encontraba solo, trabajando. No prestaba
demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor,
sencillamente miraba a través de la ventana, tomando
un poco de distancia. Quería un pequeño momento
para sí mismo, quería descansar de la sociedad, quería
desaparecer del mundo y navegar por él convertido en
polvo.
Más no quería morir, quería aprender a vivir
para sentir que la muerte había sido bien merecida.
El estruendo proveniente a unos centímetros de
su mano, lo sacó de todo pensamiento. Había dejado
caer el bisturí con el cual estaba terminando su último
trabajo.
Aquellos pensamientos no eran más que
innecesarios y una gran distracción a la hora de
desarrollar una actividad importante, pero, aun así,
solía llevarlos consigo a todo lugar.
15. 15
Un joven, de aproximadamente 28 años, yacía en
una fría mesa de metal. Tenía el cabello negro y corto,
seco y, a la vez, sucio; puesto que la sangre que había
emanado de su cráneo ya se había secado y adherido al
mismo. Para cualquier persona común, era una escena
incomoda, muy similar a la de un asesinato; el aroma
que el cadáver emanaba era realmente repugnante.
Además, el olor a formol que se concentraba por toda la
habitación, no ayudaba mucho. Asqueroso, pero, para
nuestro personaje, era algo totalmente normal. Tantos
años practicando con situaciones similares, que había
llegado al punto que se le hacía raro que la habitación
donde trabajaba no oliera a sangre, formol o,
simplemente, a muerto.
—Ha llegado tu hora— dijo tomando el bisturí de
nuevo y, con más fuerza que la vez pasada, con la
mano derecha e insertándolo en el pecho de su
paciente.
Disfrutaba su trabajo. Debo admitir,
personalmente, que es realmente inquietante que un
ser humano disfrute tal profesión. A mí parecer, es
desalmado y antihumano. ¿Abrir personas podría ser
un trabajo respetable? Me siento obligado a decir que
es realmente admirable y Roberto Arias, un reconocido
forense, sabía acerca de esto a la perfección. Pero, para
responder a mi pregunta anterior, debo decir que sí. O
así lo veía este personaje, admirable, realmente
admirable. Pero, permítanme continuar con la
narración.
Roberto se encontraba en un gran edificio, en el
cual podía hacer, callado y atento, sus experimentos. El
16. 16
sitio en el cual había sido asignado el último año era
muchísimo más agradable que el resto. Los aparatos y
utensilios para trabajar eran de excelente calidad, el
personal era ordenado, y bien distribuido; chicas
hermosas por doquier. Realmente no hacían más que
pasear y mostrar sus cuerpos por todo el recinto, aun
así, a ninguno le incomodaba; excepto cuando estaban
ocupados y las señoritas, que ni mancas ni perezosas,
se les insinuaban interrumpiendo concentración
alguna. Ninguna de ellas le gustaba, ni le parecía
hermosa, pero era un hombre joven y desde hacía ya 3
años se encontraba solo. Y, como dicen por ahí: en
tiempos de guerra, cualquier hueco es trinchera.
Aunque, regresando a la edificación; era un lugar
tranquilo, lleno de silencio, un lugar perfecto para
trabajar. Bastaba con decir que era agradable, y eso era
suficiente para Roberto.
—Qué caso tan interesante, pulmones
destrozados —pronunció introduciendo sus brazos en
la caja torácica de su paciente—. Evidente, murió a
balazos. Qué muerte tan trágica, siendo tan joven.
Solía ver muchos casos así a diario, jóvenes que
perdían la vida por entrar en peleas callejeras. Esa
clase de personas le producían asco, pero, esa noche, la
cual era muy diferente al resto, hizo que aquel joven,
que anteriormente había sido reconocido por su madre,
le diera lástima. Pensaba que Dios lo hubiera salvado,
si tan solo existiera.
Continuaba con su trabajo, limpio y notando
hasta los más mínimos detalles, por fuera se veía
calmado y concentrado, pero su interior estaba hecho
17. 17
añicos. Por alguna extraña razón, dejó el bisturí en la
mesa y se dirigió a la ventana. Ya había anochecido,
por lo cual podía observar a la luna que se encontraba
en medio del cielo como la actriz principal de un
espectáculo de estrellas, donde ella, era la más brillante
y la más hermosa. La luna, llamando la atención de
cualquiera que quisiera verla, lo acompañaba esa
noche, cuando él se sentía ligeramente triste. Se llenó
de pensamientos innecesarios, y la recordó; ignorando
todo a su alrededor y siguiendo a la luna en cada uno
de sus movimientos. Su interior estalló, explotó de la
manera más silenciosa posible; tiernas lágrimas
buscaron escape de sus ojos y siguieron la fuga por sus
mejillas. Así es; lloró. Se preguntaba, dejando salir su
dolor por medio de saladas gotas de agua, ¿por qué una
reacción así? ¿Por qué un llanto tan conmovedor, si tan
sólo miraba la luna? Sus propios pensamientos le
respondieron: porque la luna se la recordaba. Ella, tan
hermosa y sumisa, lo hacía hundirse en una terrible
depresión. ¿Por qué? Porque la luna era como ella, sin
que nadie le dijera lo linda que era, sabía lo hermoso
que su rostro podía llegar a lucir bajo la luz del sol.
Pero, ¿para qué llorar ahora? Todo había
terminado. Sumido en sus pensamientos, recordó sus
facciones. Recordó que sus cabellos eran largos, lisos y
rojos, su piel era tersa, exactamente como la de un niño
pequeño, sus ojos eran hermosamente grises, en los
cuales se perdía sin razón alguna. Pero, sí había una
razón para recordarla; él la amaba. Subió la mirada y
observó, por última vez, aquella bella señorita que
iluminaba el lugar y le extendía las manos para
acobijarlo en un manto de amor y, secándose las
lágrimas, decidió regresar a terminar su trabajo.
18. 18
Después de algunos minutos, terminando de arreglar el
lugar, se alistó, guardó sus cosas y decidió irse a casa.
Roberto Arias era un reconocido médico forense
de la Cuidad de México. Había sido aclamado y
exaltado por su impecable trabajo durante sus años de
estudio, y además, era claramente admirado por tantos
logros alcanzados con tan sólo 28 años. Sin embargo,
era un hombre con una personalidad perdida.
Constantemente trataba de encontrarse así mismo, sin
resultado alguno. Era un hombre solitario y fanático de
la belleza. Belleza en todas sus formas: arte, música,
arquitectura, comida, mujeres, etc. En especial en ésta
última: mujeres. Roberto pensaba que la belleza de las
mujeres no tenía comparación y era única en el mundo.
Consideraba que, muy fácilmente, se puede encontrar
una mujer con una linda cara o con un bello cuerpo,
pero, muy pocas veces se encuentra a una mujer
hermosa, pero, hermosa en todo el sentido de la
palabra.
Hermosa en cada simple detalle: sus ojos, su
cara, sus labios, su cabello, su cuerpo, su forma de
pensar y su inteligencia. Estas cosas eran lo más
importante para él a la hora de identificar a una mujer
como perfecta. Claramente, él tampoco se quedaba
atrás; era un hombre muy apuesto, con un excelente
gusto a la hora de vestir y sumamente interesante.
Era un nuevo amanecer en la vida de Roberto,
sin embargo, después de una noche tan reconfortante
como la que había tenido el día anterior, decidió no ir a
trabajar, ateniéndose a las consecuencias.
Se levantó temprano, preparó un espectacular
desayuno y salió a caminar. Caminó y caminó tratando,
sin obtener resultado, de hallar una respuesta. ¿A qué?
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A toda su vida. Roberto creía que su vida no tenía
sentido, y en realidad esto era cierto. Por un momento
olvidó el lugar en donde se encontraba y se sentó en
una banca, necesitaba pensar. ¿Habría algún
propósito en su vida? Tal vez, pero él único que podía
responder esa pregunta era él mismo.
Pasó varios minutos en aquella banca, solo,
pensando y analizando cada detalle de su vida,
finalmente dirigió la mirada hacia el horizonte.
—¿Qué es?— susurró suavemente para sí mismo
con un poco de amargura. —¿Quién será ese ser
maravilloso que me hará confiar de nuevo en el amor, o
mejor dicho… en la vida?
Una bella lágrima rodó por su mejilla,
quebrantando su alma, y con mucho dolor pronunció
algunas palabras:
—Tengo que seguir adelante. Creeré en sus
palabras y la esperaré.
Aún sentado en la banca, observó su reloj y
decidió regresar a su apartamento.
20. 20
Se despidieron en silencio.
Capítulo 2
Caminaba lentamente cuando, de repente, sonó su
celular, interrumpiendo pensamiento alguno.
Inconscientemente lo tomó y contestó.
—¿Aló?— dijo seriamente, aún perdido en sí mismo.
—¿Roberto? Amigo, ¿qué tal todo?— contestó una voz
conocida.
—Bien, todo está bien. Perdóneme, ¿con quién hablo?—
carraspeó un poco limpiando su garganta.
La voz al otro lado sonrió nerviosa, no llamaba para
saludarlo.
—Alberto, soy Alberto… —hubo una pausa incomoda y
corta de parte de ambos— Yo… llamaba para darte una
noticia.
21. 21
—Claro, dime.
—Tengo noticias sobre ella —se detuvo—, tengo noticias
sobre Airyn.
—¿Ella? ¿Airyn?— su corazón se aceleró, aunque, su
amigo no se escuchaba muy feliz.
—Sí…—hizo una pausa, pensando muy bien lo que iba
a decir— Está muerta. Hoy… revisando tu lista de
pacientes, hallé su nombre y, al confirmar, supe que
era ella…— calló un momento, esperando una
respuesta.
Roberto se puso frío, sintió que todo a su
alrededor se desvanecía. Tenía un nudo en la garganta,
no podía pronunciar ni una sola palabra. Sus
pensamientos eran confusos y desordenados.
Necesitaba calmarse.
—Roberto —continuó su amigo al notar que no
respondía—, Debes practicarle la autopsia mañana en
la mañana. Ven a las 8 y te explicaré con detalles… —
suspiró— Lamento todo esto, sé por lo que pasaron
y…—Alberto sabía que su amigo estaba devastado,
cualquier clase de consuelo sería una perdida de
tiempo— Me despido, te veo mañana.
22. 22
No se escuchó más del otro lado del teléfono.
Alberto había colgado. Roberto aún no lo asimilaba.
Ella le había prometido regresar y empezar una vida
juntos. Además, ¿cómo había muerto? Se veía tan
saludable la última vez que la vio. Pero, eso fue hace 3
años, pudo haber enfermado repentinamente y él no se
habría dado cuenta. Aun así, él había perdido todo
contacto con ella después de aquella pelea.
En medio de la calle paró un momento y lloró.
Las lágrimas brotaban sin parar y su corazón se rompía
en mil trozos. La única persona que lo mantenía con los
pies sobre la tierra, había muerto.
Entró a su apartamento y se tumbó sobre el
primer sillón de la sala que encontró. Recordó cada
momento con ella: cada beso, cada abrazo, cada
mentira, cada golpe. Todo, lo recordó todo, en especial
una cosa. Melancólico, se levantó y buscó un cajón de
madera bellamente decorado y lo abrió. Se encontraban
valiosos tesoros en aquel cofre. Tomó el primer papel
café que vio y lo abrió, era la última carta que ella le
había enviado:
“Octubre 22 del 98.
Roberto, con el corazón en el alma te pido un favor: no
me vuelvas a escribir. Sé que suena duro pero lo
necesito, no quiero lastimarte con mis mentiras, no
quiero herir a la persona que dio su vida por mí. No
quiero verte sufrir, no quiero seguir siendo la culpable de
tus lágrimas.
Quiero que te enamores de una verdadera mujer,
bella y sencilla, no de una cruel e inconsciente chica que
sólo piensa en ella. Quiero que seas feliz, quiero que
23. 23
alguien, con un corazón puro, te enseñe a amar. Yo no
puedo… no, no pude. Por favor, olvídame.
Olvida mi amor, mis caricias, mis besos. Olvida
nuestras peleas sobre quién amaba más a quién. Olvida
todas las noches que dormí en tu pecho después de
entregarme a ti, sin esperar nada a cambio.
Tampoco es necesario recordar todos los
problemas que solucionamos tomados de la mano,
llevando al mundo al extremo, ¡gritándole que no
importaba nadie más, si nosotros estábamos juntos!
Pero, sobrevive sin mí. Sé fuerte y enamórate de alguien
especial, de alguien mejor que yo.
Te amo, pero, será lo mejor para los dos.
No trates de buscarme, porque ya será muy tarde.
Adiós.
Con amor, Airyn.”
La leyó una y otra vez sin encontrar sentido a
esas atroces palabras. Sus lágrimas volvieron a brotar
de sus ojos, cayendo sobre el papel arrugado. Lo estrujó
fuertemente sintiendo rabia consigo mismo por
abandonarla en el peor momento de su vida, por
haberle hecho caso a esas confusas palabras: “No trates
de buscarme”. Arrojó fuertemente las cartas al suelo
mientras se hundía en un llanto desconsolado. Gritó su
nombre varias veces y se disculpó con el aire por
haberla dejado. Tratando de encontrarla, se perdió, aún
más, en la confusión. Nadie lo escuchaba, sólo, tal vez,
24. 24
aquellos seres del más allá, a los cuales les atraían su
dolor. No estaba sólo, estaba con ellos. Solo que él no
lograba verlos, aún no.
Con la vista nublada, caminó hasta su
habitación, tomó la fotografía de su amada y se recostó
en su cama. La sostuvo fuertemente y llorando, se
quedó profundamente dormido, con lo único que
lograba mantenerlo ahora con vida, que era, tal vez, el
débil recuerdo de la mujer que amó.
Los recuerdos lastiman, hieren el alma y la
destrozan. Los recuerdos alimentan las lágrimas del
ser, lo vuelven vulnerable y estúpido. Los recuerdos nos
hacen personas.
25. 25
Realidad, cruda y cruel realidad.
Capítulo 3
Un sonido agudo y molesto empezó a sonar.
El reloj, que se encontraba a escasos centímetros
de la cabecera de su cama, lo molestaba. Abrió los ojos
lentamente para asegurarse que, lastimosamente,
seguía vivo. Acarició suavemente el vidrio que hacía
parte del hermoso marco que contenía una vieja
fotografía de Airyn. La miró una vez más, mientras
dolorosos sentimientos lastimaban su alma, de nuevo.
Entre lágrima y lágrima, un nuevo dolor lo
atormentaba y lo hacía sentirse miserable, aunque en
realidad, lo era. Sin importar lo que sintiera, debía
prepararse para enfrentarse a la dura realidad de que
la mujer que amó, ahora yacía muerta y fría, en una
cruel cama de metal.
Logró incorporarse en contra de su voluntad en
el filo de la cama. Tomó su cabeza entre las manos y
apoyó sus pies descalzos en el suelo, era un suelo frío y
diferente. Sus dedos se movieron lenta y cortamente
debajo de su cuerpo, sintiendo un suelo cruel, ya no
sentía lo mismo. Sin ánimos, se levantó y caminó hasta
el baño arrastrando sus pies, giró el tomo de la puerta,
26. 26
produciendo un chillido molesto al cual no puso
importancia.
En su mente, solo se escuchaba la voz de aquella
chica de cabellos rojos que se había ido para no
regresar. Se quedó en la puerta mientras la tristeza y el
dolor lo invadían, de nuevo. Esas lágrimas; frías y
calladas, volvían a salir de sus ojos. Volvían a
recordarle lo sólo que estaba desde que ella se había
ido. No quería moverse, su cuerpo no reaccionaba. No
tenía por qué moverse, ¿de qué servía la vida si ahora
no la vivía con ella? Era cruel pensar que todo se había
acabado tan rápido, que todo el amor que se tenían
había muerto, como ella. Aún con la mirada fija en el
piso, con los ojos rojos de tanto llorar y con el corazón
destrozado, continuaba apretando el tomo de la puerta
con tanta fuerza que se empezaba a hacer daño. Creía
que se merecía todo el dolor del mundo por no haber
actuado como un verdadero hombre y haber ido detrás
de ella cuando debió, cuando tuvo la oportunidad,
cuando aún no se había convertido en un cobarde.
Abrió la puerta, despacio y sin prisa. Arrastró
sus pies, sin levantar la mirada. Su corazón se
comprimía, el mismo dolor experimentado la tarde
anterior se repetía para atormentarlo.
¿Cuánto más tendrá que sufrir éste hombre?
¿Durante cuánto tiempo su mente seguirá creando esta
fantasía?
Su mente no era más que un arma cruel. Un
arma filosa y sanguinaria, no hacía más que repetir los
recuerdos con ella una y otra vez. No hacía más que
repetir las películas que juntos crearon, las promesas
que juntos hicieron, las promesas que juntos
rompieron… Su mente no hacía más que recordarle la
27. 27
felicidad vivida a su lado, y la felicidad que nunca más
regresaría.
—Un día dijiste que me besarías.
—Te he besado mil veces.
Ella me sonrió dulcemente.
—Ese día dijiste que me besarías como nadie nunca lo
ha hecho, y me dirías cosas…
—Te he dicho mil cosas.
Ella volvió a sonreír.
—Ese día dijiste que me dirías mil cosas que nadie me
ha dicho.
Ese recuerdo, esa felicidad impura.
Levantó la mirada, lentamente, hasta que se topó
con su figura en el espejo.
—Quiero que ése día sea hoy.
Esta vez volteó a mirarme, desafiante.
28. 28
Continuaba con la vista perdida en el espejo,
analizando su esbelto cuerpo.
La miré de reojo, su mirada no se apartaba de la
mía. Mis ojos, en un instante, se quedaron clavados en
los suyos. No sé cómo se había acercado tanto a mi
rostro, tampoco sé en qué momento había desaparecido
la distancia entre mis labios y los suyos.
Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, sus ojos
andaban perdidamente rodeando la figura reflejada en
aquel objeto. Roberto no se movía. Se veía, se seguía, se
aniquilaba con su propia mirada, pero, no se atrevía a
dar un paso.
Sus labios sabían a fresa, su aliento recorría mi
boca, llenando mi cuerpo de su fragancia.
Extendió su mano, moviendo sus dedos
lentamente. Aún inmóvil, no sabía cómo responder
cuando escuchó a su propia alma llorar. Escuchó cómo
su ser sollozaba. Eran sonidos llenos de dolor y
angustia. Se notaba, con tan solo escucharlo, que
quería ser liberado de esa prisión, de esa fría prisión
que los recuerdos estaban creando para él.
Posé mi mano en su cadera y la acerqué
lentamente, ¡no quería tenerla lejos! Y no iba a permitir
que unos cuantos centímetros me alejaran de ese bello
cuerpo que deseaba todas las mañana al verla despertar
a mi lado.
29. 29
Casi de inmediato, giró y clavó sus ojos en el
espejo que se hallaba a su espalda, al frente de la
puerta del baño. Su mirada buscaba, en el otro reflejo,
la esperanza que cada uno —que en realidad eran el
mismo— necesitaba. Se rogaban perdón, se pedían
auxilio. Pero, ambos eran incapaces de ayudarse, no
podían, ninguno de los dos era del mismo mundo. No
duró mucho el contacto visual entre ambos.
Sus manos recorrían mi cabello, lo acariciaban, lo
peinaban y lo despeinaban. Nuestros cuerpos jugaban,
inocentemente, con las sensaciones producidas por aquel
beso. Su lengua no era más que una pequeña joya
juguetona dentro de mi boca. Quise igualarla, así que
jugué con ella así como ella lo hacía conmigo. En un
movimiento rápido, terminó sentada encima de mí, aun
besándome, aun descubriendo mi cuerpo son su lengua,
aun amándome más. Porque me amaba… ¿cierto?
Sus recuerdos desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos. Aunque aquel instante de su vida había
sido muy corto, él reconoció, en sí mismo, aquellos
suspiros. Era él, era el chico escondido dentro del
cascarón, era el chico que la había enamorado. ¿Qué
había pasado? ¿Quién lo había convertido en un ser
lleno de inseguridades y miedos?
Con la puerta abierta, con la mirada pérdida,
con la mano extendida, con los ojos llenos de lágrimas,
con las mejillas ardiendo, con el corazón abierto, murió
de nuevo.
30. 30
—No… —suspiró— ¡Vuelve! Yo… te quiero de vuelta…
¡Airyn!— le gritaba al aire, porque no había nadie para
escucharlo.
Un sonido desgarrador salió desde lo más
profundo de su alma, recorrió su garganta y buscó
escape por medio de su boca. Ahora, su llanto era más
aterrador. Aquellos seres invisibles no hacían más que
cubrir sus oídos, su dolor era el de ellos. Dolía mucho
escucharlo, quería escapar, quería salir de su cuerpo y
buscar la felicidad perdida en otro lugar, en otro
cuerpo, en otra vida.
Eran gritos mudos, eran dolorosos. Esta vez,
estaba arrodillado mientras inhalaba y exhalaba con
gran dificultad. Gritó una y otra vez, continúo así por
algunos minutos. Quería salir de su dolor a gritos. Toda
la ira, tristeza y sufrimiento acumulado el día de ayer
salía a borbotones por su cuerpo.
¡Escapar! Solo eso quería.
Después de unos minutos, se recuperó, se alistó
y salió a la calle con la intención de ir a su trabajo.
31. 31
Deseos de mi imaginación,
dolor de mi cuerpo.
Capítulo 4
Salió sin prisa a la calle.
Era una mañana tranquila. Dejó la puerta de su
apartamento y se internó en las grandes y hermosas
calles de la capital. Paso por paso, observaba todo a su
alrededor. Admiraba todo de una manera diferente. Se
daba cuenta de que su comportamiento era ridículo.
Después de aquel tiempo de angustia que acababa de
experimentar en el baño, logró calmarse un poco. Se
preguntaba qué había sido todo lo que había ocurrido
en ese lugar. También, sabía, con certeza, que la había
recordado. Pero, aún no entendía la razón. ¿Por qué
debería importarle una chica que lo había abandonado?
¿Por qué sentirse angustiado por la muerte de una
desconocida? Después de su partida, ella no era más
que eso; una desconocida muy formal.
32. 32
Prosiguió su camino al trabajo, mientras
múltiples pensamientos daban vueltas y vueltas en su
cabeza, incluso, llegó a pensar que aquello no había
sido nada más que una mala jugada de su
subconsciente. Ella estaba muerta. Mientras ignoraba
al mundo, caminando, recordó uno de los tantos días
con ella.
Sentí un leve respiro en mi oído derecho y me
estremecí un poco. Abrí los ojos despacio mientras una
delgada línea de luz entraba por la ventana que aún no
había sido abierta por ninguno de los dos.
A paso constante continuaba con el largo trote
hasta su trabajo, tal era la confusión que lo había
invadido que olvidó sacar el auto del garaje. No le
importaba irse a pie, solo quería irse de ese lugar, que
se suponía que lo ayudaría a olvidarla.
La habitación era grande y la cama un poco
ancha, pero a ella le encantaba separar la distancia
apegándose a mí, la hacía sentir segura. Se encontraba
dormida en mi pecho mientras sus cabellos recorrían el
resto de la cama con libertad.
El semáforo se encontraba en rojo, tenía las
manos en los bolsillos moviendo los dedos
inquietamente mientras miraba hacía el otro lado de la
calle, simplemente esperando.
33. 33
Sus ojos, aun cerrados, se escondían detrás de
ese delgado manto rojo de hermosos cabellos. Por lo que
veía en su rostro, no tenía ni el más mínimo deseo de
levantarse, bueno, y quién lo haría, era domingo en la
mañana y solo quería disfrutar ese día con la mujer que
me quitaba el sueño.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro, la
rodeé con el brazo izquierdo y acaricié su bello rostro con
la mano derecha. Retiré un poco el cabello que se
encontraba pegado en sus bellas mejillas y en su frente,
al parecer, sintió mis dedos y vi como su boca se
doblaba para formar una sencilla sonrisa
La creía dormida hasta que apretó con delicadeza
mi cuerpo y lo apegó al de ella. Jamás creí que la ropa
podría sobrar en un momento así.
El sonido de un auto aproximándose a gran
velocidad lo sacó de sus pensamientos. Sin pensarlo,
había cruzado la calle justo cuando el semáforo había
cambiado a verde. El conductor del auto, a unos pocos
centímetros de él, bajó la ventanilla, sacó su cabeza y le
gritó, enfadado, que colocara atención por dónde
caminada. Se disculpó, y sin más, prosiguió su camino.
La miré y nuestras miradas se perdieron en un
sinfín de suplicas. Deseoso de tenerla de nuevo, la tomé
en brazos, la levanté y lentamente, acortando la maldita
distancia que nos separaba, acerqué mis labios a los
suyos y sentí su calor, de nuevo.
Rodeó mi cuello con sus cálidas manos,
acariciando mi cabello. La sostuve con fuerza, no quería
tenerla apartada de mí ni un segundo más. Su lengua se
34. 34
adentró en mi cavidad, hurgándola, saboreándola.
Recorría cada lugar de una manera exquisita. Mi lengua
se unió al recorrido pero en la boca contraria. Nuestras
lenguas bailaban una con la otra. Se conocían y se
exploraban juntas.
Ahora, por lo menos, estaba pendiente de lo que
sucedía a su alrededor, pero, solo un poco. Si era
atropellado o no, no era de gran importancia. Su vida
nunca había sido importante antes, aunque la tuviera a
ella. Ahora que la había perdido, su estado le importaba
muy poco.
¡Maldito oxigeno! Tuve que separarme de su sus
dulces labios para poder tomar un poco de aire. Pero,
aquel instante no duró mucho, puesto que ella aprovechó
tal momento para tomarme por sorpresa y devorar mis
labios con pasión.
Sus manos dejaron mi cuello y rodearon mi
cuerpo. Desabotonó la camisa que traía puesta, la quitó
despacio y con cuidado, sus dedos rozaron mis hombros
y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.
Había sido tocado por otras manos antes, pero mi
cuerpo no había reaccionado igual, ella era la única que
podía hacerme estremecer con un solo roce, ella era la
única en mi vida.
Mi mente estaba confundida, dentro de mí había
una sopa extraña y confusa de sentimientos. La pasión
me invadió, quería devorarla en ese instante. Mis manos
se posaron en sus piernas y fueron subiendo lentamente
por su cintura. Me separé un poco para hacerle saber
35. 35
que todo estaría bien, que no estaba cometiendo ningún
error.
Su mirada continuaba baja, sus pies seguían el
mismo ritmo y sus oídos estaban sordos. Solo se
escuchaba a sí mismo en sus recuerdos.
Despacio, la recosté debajo de mi cuerpo, la besé
de nuevo. ¡Amo el sabor de sus labios! Tan dulce, tan
delicada. Esta es la calidez que mi cuerpo había buscado
durante años en cuerpos extraños. En cuerpos hermosos
y en mentes vacías.
Ella era el equilibrio perfecto entre la belleza y la
inteligencia. Quería verla un momento más. ¡Oh, maldita
distancia! ¡Vete ya, quiero tenerla cerca! Aunque me
encontraba a escasos centímetros de su rostro sentía que
la distancia nos volvía dos seres totalmente distintos y
alejados. No sé en qué momento nuestras prendas
inferiores desaparecieron y, siendo sincero, tampoco me
importaba. Me sonrió, de nuevo. Besó mi mejilla y se
apegó a mí cerrando sus ojos. Supe que ese era el
momento indicado, me apoyé en mis nudillos y levanté la
cadera.
Invadí su cuerpo con el mío de una manera lenta,
pude notar como apretaba sus ojos con fuerza mientras
su boca se abría para dejar salir un bello pero excitante
gemido. Ese sonido me hizo perder la razón.
Me moví en su interior lentamente para después
subir el ritmo. Su cuerpo ya no se controlaba, se mordía
el labio con fuerza y susurraba mi nombre con
delicadeza, acentuando cada letra. A veces, simplemente
la escuchaba susurrar. El único sonido que se escuchaba
36. 36
era el sonido de mi cuerpo absorbiendo el de ella con
excitación.
Miró al frente y visualizó el edificio, gracias a lo
alto que era. No tenía mucha prisa de llegar, así que
tomó un camino largo. Aún quería seguir recordando lo
bello del momento.
Esos gestos hacían que mi ser quisiera explotar.
Sus gestos, su rostro, sus gemidos. ¡Todo! Mi cuerpo
perdió el control en ella. La manera en que abría los ojos
y me miraba, suplicante, diciendo con esas grises
pupilas que no me apartara, me hacían querer devorarla
a besos.
Pude notar, gracias a que su abdomen se contraía
y su espalda se arqueaba, que estaba llegando al
máximo de sus sensaciones y se liberaba conmigo
dentro. No me indicó que parara, y de todos modos no lo
habría hecho. En ese punto solo quería poseerla por
completo.
Continuaba con esas leves súplicas llenas de
placer y deseo. Pero, en el fondo, no eran más que bellos
deseos de tenerme más cerca que nunca. Después de un
tiempo, supe que ya estaba cerca del clímax. Aceleré un
poco más la velocidad. Mi corazón se aceleró, sentía todo
con más delicadeza.
Estar dentro de ella, sentir sus manos en mi
espalda, acariciándola con ternura, era una sensación
indescriptible. Mi corazón se aceleró aun más y mi
cuerpo se estremeció por completo.
37. 37
Cruzó por unas calles que se encontraban
escondidas, en medio de grandes y lujosas
edificaciones, y prosiguió con su marcha. Siguió unos
cuantos metros y se encontró con la parte trasera del
edificio. Dio la vuelta y se topó con la puerta principal
del hospital donde trabajaba.
Mi respiración estaba entrecortada, abrí los ojos y
vi como me sonreía pícaramente. Sonreí igual
correspondiendo a sus actos de niña pequeña. Salí de
ella delicadamente sin hacerle dañó y caí a su lado,
exhausto.
Volteé a mirarla mientras ella se fijaba en mí y
acariciaba mi rostro, amaba todo sobre ella.
¡Me enloquecía hacerla mía cada mañana! Era mi
rutina favorita. La abracé y suspiré tranquilo… Yo
estaba seguro bajo sus brazos.
Se detuvo en medio de la acera.
¿Desconocida? No, ella era más que eso. Sin
importar qué, ella era la razón de su existir. A la basura
el orgullo. Él la amaba, ella lo había abandonado pero
eso no significa que él haya hecho lo mismo.
Su piel se erizó. No podía ir y hurgar dentro de la
chica que tanto amó. Sacó su teléfono y marcó un
número que conocía de memoria. El otro lado sonó y
sonó hasta que alguien, en la otra línea, contestó.
La conversación fue corta. Se sintió mal al no
cumplir con su trabajo, pero, por lo menos, ahora ya no
tendría que pasar el día con el cuerpo inerte de Airyn.
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Suspiró tranquilo, si faltaba ese día, alguien más
tendría que hacer su trabajo. Por lo cual, decidió ir
hasta la próxima semana.
Tenía el resto del día libre, y, simplemente,
quería que su mente descansara. Decidido, cambió su
rumbo y partió hacía su apartamento.
Caminó un poco y llegó a una gran edificación.
Ingresó en ella y, sacando la llave de su puerta, se
internó en su apartamento. Intentó descansar, pero
simplemente, no pudo, el sueño escapaba de él. Dio mil
vueltas en la cama hasta que se cansó, miró a su
alrededor, gruñendo, había dejado descuidada su casa
durante estos días, todo estaba hecho un chiquero. Así
que, viendo que reconciliar el sueño le era imposible,
decidió organizar su apartamento.
Avanzó hasta la parte trasera donde, escondida
detrás de la lavadora, se encontraba una puerta la cual
contenía todas las cosas de limpieza y que casi nunca
utilizaba. Sacó de ese pequeño cuarto una escoba, un
recogedor y algunos líquidos para deshacer la grasa de
algunos lugares y emprendió la labor de limpiar.
Dejo por último el ático, ya que era lo que menos
le importaba limpiar, gracias a que no recibía muchas
visitas y las personas que venían, no pasaban de la
puerta.
Empezó limpiando la cocina, prosiguió por el
comedor, después la sala, el baño y, de penúltimo, su
cuarto.
Satisfecho, miró todo a su alrededor y sonrió,
estaba brillante, tal y como le gustaba. Recordó, de
repente, que aún no podía cantar victoria, el ático, el
lugar más inhóspito de la casa, aún no estaba limpio,
aunque, nunca había subido allí. Le producía pavor ese
39. 39
gran cuarto; siempre estaba solo y no le gustaba subir
a donde no hubiera mucha luz.
Pensó, que como era de día, podría abrir las
ventanas para que los candentes rayos de luz
atravesaran el lugar y lo iluminaran como debía.
Era un hombre, sí, un hombre por fuera y un
niño por dentro.
La oscuridad; una dulce y cruel compañía.
Capítulo 5
Entró al lugar y al atravesar la puerta, corrió
para abrir las ventanas y dejar entrar un poco de luz.
Miró a su alrededor, ya iluminado, y se dio
cuenta del hermoso lugar que tenía enfrente. Posó las
manos en su cintura y, suspirando, recordó el primer
día en que ambos se habían mudado.
Escuché un estruendo en la parte baja de la casa
y bajé por las escaleras corriendo. Tuve un gran ataque
de risa al ver a mi hermosa novia en el suelo, cubierta
con adornos navideños que le habían caído encima
tratando de subir las escaleras con pesadas cajas en las
manos.
40. 40
—¡Malditas cajas! ¿Qué no las pueden hacer más
ligeras?— Refunfuñaba entre dientes para no ser
escuchada. Reí un poco antes sus caprichos.
—Tú eres la que debería ser más ligera.— respondí
exaltándola un poco y obligándola a voltear su rostro
para toparse con el mío.
«¡Aish!» Fue lo único que la escuché decir mientras
recogía las cosas que había tirado.
Inconscientemente, mientras vagaba por la
habitación, se topó con unas cajas. Eran de diferentes
tamaños y de diferentes contenidos. Miró hacía abajo,
saliendo de su mente, y se agachó para observar qué
era lo que le impedía el paso.
“Navidad” “Cumpleaños de Sofí” “Aniversario”
Sonrió como nunca al darse cuenta de que eran cajas
llenas de álbumes fotográficos, cintas de vídeo y
algunos viejos diarios que ambos solían guardar para
que recordar los momentos felices. Aunque el tiempo
hiciera de las suyas haciendo que su mente olvidara los
momentos alegres, las fotografías aún se encontraban
intactas para recordarles la alegría que ese día les
invadía. Las abrió con entusiasmo, parecía un niño
pequeño; animado y contento. Después de unos
minutos espiando aquellas cajas, vio que una se
encontraba apartada. Con la curiosidad al tope, leyó lo
que la cinta encubierta de polvo, decía.
“Airyn”
41. 41
Se extrañó un poco al ver el nombre de Airyn
impreso en aquella caja que nunca antes había visto.
La tomó, avanzó despacio y se sentó en un lugar
apartado. Podía observar toda la habitación desde ahí.
Suspiró profundo. Una suave brisa se había colado por
la ventana y ahora lo acobijaba, rodeándolo con
ternura, era una sensación hermosa. Posó sus piernas
en el suelo, las estiró, dejando que sus pies recorrieran
el sucio suelo de madera con libertad, observaba la caja
con desconfianza, le daba miedo enterarse de cosas que
no debía.
Esa caja era extraña, era una intrusa
desconocida que invadía sus pensamientos. Llegó a
pensar que ella se la había estado escondiendo todo
este tiempo. Pero, debido a que nunca iba al ático, se
dio cuenta que estaba equivocado. Tal vez,
simplemente, estuvo ahí todo el tiempo y él nunca la
había visto porque le daba miedo subir solo a ese lugar.
Detallaba la caja con la mirada, se encontraba en
buen estado, a comparación de las otras, esta solo tenía
polvo encima. Revisando su interior se dio cuenta de
que, claramente, le pertenecía a ella. La abrió con
desconfianza y sorpresa, lo único que vio fue un
cuaderno y unos cuantos sobres. ¿Por qué Airyn
querría guardar tan solo eso? ¿Era aquello tan
importante para ella?
Sacó el cuaderno, despacio. Estaba cubierto por
una pasta color café oscuro, era dura al tacto, pero,
también, lisa y tersa. Lo abrió con cuidado insertando
algunos dedos en las hojas intermedias. Habían
algunos escritos, notas y números telefónicos. Continuó
espiando aquel mediano cuaderno. Al llegar,
equivocadamente, a la primera página, observó que,
42. 42
con una hermosa letra cursiva, se encontraba el
nombre de alguien.
“Airyn Bumgorthan”
Le sorprendió la caligrafía, puesto que era
delicada y suave. Reflejaba serenidad y al mismo
tiempo; sencillez.
Leyó algunas cosas, realmente no le interesaba la vida
personal de Airyn, puesto que siempre había respetado
su privacidad y además, le tenía miedo a lo que le
pudiera decir, ya que si regresaba y ella se daba cuenta
de lo que había leído, tendría que enfrentarse a uno de
sus grandes escándalos, cosa que no era para nada
agradable. Continuó ojeando aquel interesante objeto
hasta que, unas páginas más adelante, encontró una
breve separación entre su diario y unas… ¿historias?
Se detuvo de tope, al ver que, ahora, su hermosa
caligrafía se había convertido en unos garabatos mal
hechos, junto con frases y palabras en inglés y español.
“You should stop talking about me” “Stop thinking
that I’m yours, stupid demon”
“Please… be quiet.”
“¿Te gustaría callarte? ¡HE DICHO SILENCIO!”
Eran muchas frases las cuales se repetían. Con cada
letra se daba cuenta de que escribía con odio.
43. 43
“¡DETENTE! Ya… he dicho que pares”
“It hurts, mommy, tell them to stop” “¡LAMENTO
DEJARTE, ABALAM!”
Eran crueles con ella misma.
“¡Muérete, basura!”
Esas frases le causaron miedo, escapó de ellas
cerrando el cuaderno. La curiosidad lo llamó de nuevo,
lo volvió a abrir, despacio, esta vez, en una parte
diferente.
Con grandes letras negras y horriblemente mal
dibujadas, halló extraños nombres.
“MIS AMOS:
Abalam.
Lucy.”
«¿Amos?» Retumbó por su cabeza varias veces.
«¿Quiénes son ellos?» Se preguntaba con temor.
Aquella chica, que parecía ser un ángel, terminó siendo
un ser lleno de oscuridad, invisible oscuridad.
Lo siguiente que vio, lo aterró aún más. Con garabatos
un poco más legibles pudo leer algunos párrafos que
rosaban lo sádico y lo extraño.
44. 44
“ADVERTENCIA:
Escúchame muy bien, pequeña niña: Tomaré tu
cuerpo y escribiré por ti. No quiero estar encerrada aquí.
Tengo miedo de ti misma, ¡sálvame!”
Leyó lentamente, trataba de entender esas
palabras.
Encontró unas terroríficas confesiones de ella para su
yo interior. Y no solo eso, dedicatorias, historias,
testamentos, relatos, sueños, dibujos. ¡De todo! Halló
cualquier clase de escrito terrorífico allí.
No quería detenerse, el miedo que lo consumía
no se comparaba con las ansias de leer todo aquello
que se encontraba abierto en sus manos.
“Acariciaba mi cabello en las noches, me decía
que todo iba a estar bien, decía que todo estaría bien si
yo hacía caso a sus palabras. ¡No podía! Y no lo haría…
«¿De qué habla ésta niña?» Pensaba mientras
continuaba leyendo.
Las noches eran frías, pasaban lentamente. Huyo
de mí. Si me he atado yo misma a esto, desearía
haberlo hecho correctamente… No puedo con esto.
Tú, que lees esto, tal vez de noche, tal vez de día,
ayúdame a salir de aquí…”
45. 45
Sin importar qué tan grande era el miedo que llevara
consigo, prosiguió leyendo unas letras que se
encontraban al reverso de la hoja.
“¿Estoy... loca? Pero es que, eso no es posible. Si
siempre pienso muy racionalmente.
No te vayas, sigo siendo igual a ella; distante e
ignorante, dolida, sufrida, con miedo.
Mi bella Lucy, tú, mi preciosa princesa de negros
cabellos, tu cara jamás he visto. Te... necesito. Tus
gemidos de dolor me tranquilizan, mi alma impaciente
ruega tu perdón.
¿Serás tú, también, un demonio? ¿Seré yo
también tu esclava? ¿Seremos tú y yo una para la otra?
Deja de llorar pequeña, las personas que he asesinado
por ti, no regresarán.
«¿A-Asesinatos?» Ahora su mente tartamudeaba.
¿Eso era normal?
Te amo, te necesito... ¿QUÉ OCURRE CONTIGO?
¿Por qué me siento impaciente? ¿Te necesito? ¿Por qué
me olvidaste? Eras lo mejor. ¿Ella te cambió? ¡NO! No
estoy loca, siempre pienso muy racionalmente. No te
vayas, sigo siendo igual a ella.
¿Hasta cuándo, Lucy? Tú también deberías irte como él
lo hizo.
Me siento sola. Tu mano congela mi alma.
Suéltala, mi alma pertenecía a Abalam y si no es de él,
no será de nadie. No llores, no hables, solo cierra tus
ojos y muere.
46. 46
Siento como si te debiera algo. Como si... ya te
hubiera perdido. Como si tenerte a mi lado fuera un
milagro, siento como si, ya hubieras muerto pero
estuvieras presente.”
«¿Qué es esto?» Se replicaba a si mismo.
Su confesión terminó. El pánico lo invadió.
—¿Esto es todo lo que ella siente? ¿Acaso… soy
invisible?— pronunció, sintiéndose cada vez más
impotente.
La hubiera podido ayudar, pero, el temor de que
sus verdaderos pensamientos fueran descubiertos, la
obligó a encerrarse. La obligó a crear una barrera, la
obligó a fingir ser feliz con la vida que le había tocado.
Airyn odiaba conformarse, pero, la vida la obligaba a
ello. Tenía miedo, ella estaba aterrada. Le impedía el
paso a cualquier persona que quisiera entrar en ella,
que quisiera conocerla. No quería perder todo lo que
había construido con esfuerzo, solo por ser sincera.
¡Maldito miedo que la atormentas! Eso era lo único que
le impedía ser feliz; el miedo. Miedo a enfrentarse a la
realidad, miedo de enfrentarse al mundo, miedo a ser
ella. Por eso se refugiaba en la escritura, ella era su
única amiga. La escritura era atenta y callada. La
escuchaba sin miedo, sin juzgarla, la escuchaba de
corazón. Prefería sufrir en silencio, prefería llorar en
libertad, en la libertad de no ser escuchada.
El cuaderno aun continuaba en sus manos, y la
curiosidad no lo abandonada.
47. 47
Su lectura aún no terminaba.
“¡DEJA ESTO, YA! ¡Me duele, mamá… me duele!
Empiezas preguntándote qué hiciste mal,
¿verdad? Tal vez nada... ¿O tal vez sí?
“¿Estás bien? ¡Airyn, responde! ¡Airyn, respira! Lo
lamentamos... Está muerta...”
No seré yo quien escuche esas palabras,
probablemente, ya estaré muerta... o ya lo estoy...
Tengo miedo, lo acepto, tengo mucho miedo... Moriré
pronto... No hago nada por mi vida... pronto será... mi
funeral... Si es que no me tiran por ahí...
Por primera vez en mi vida me haces demasiada
falta, por primera vez en mi vida extraño tu ausencia...
Haces falta en mi vida, Dios. Pero, por favor... No
regreses... No vengas más, no, ¿sabes que no servirá de
nada? Sabes cómo me siento, ¿verdad? ¿Sabes cómo se
siente ser yo?
Tengo más miedo que nunca... A decir verdad...
Morir no es tan malo, es solo que tengo miedo a lo que
pasará después, tengo mucho miedo...
Estoy enferma, tal vez muerta. No soy nada tuyo
pero... Ten piedad, ayúdame... Tengo miedo, tengo
miedo, tengo miedo, tengo miedo, mucho miedo, vivo
aterrada, asustada, llorando, sufriendo.
¡AYUDA! ¿ESTÁS AHÍ? ¡RESPONDE! ¡TE LO
RUEGO! ¡TE LO GRITO CON LÁGRIMAS EN LOS OJOS!
¡A Y Ú D A M E! ¡POR FAVOR¡ Ten piedad de mí... Te
amo.
48. 48
¿Ves? Si te hablan no contestas, pero, ¿qué estoy
diciendo? ¿Por qué me comporto así de ignorante? ¿Por
qué? Dios, Dios, Dios, Dios, ¿Dios o Demonio?
Can you kill me, please? Yes...
No... Please...
STOP IT! I DONT WANT TO DIE! PLEASE!
Ahora... ¿Por qué escribo sin sentido?
Esas malditas voces ¡NO SE CALLAN! ¡MALDITA
SEA! ¡SI DIJERAN ALGO PRODUCTIVO SERÍA GENIAL!
PERO LO ÚNICO QUE REPITEN ES "KILL YOURSELF"
"YOUR LIFE IS NOTHING" YES, I ALREADY KNOW THAT!
¡PERO, NO NECESITO "MÁS" DICIENDOME LO QUE YA
TENGO CLARO!
No me voy a suicidar, Bueno... Lo hago pero
lentamente. Sin que yo misma me dé cuenta. Estoy
devastada psicológicamente, físicamente. Muero
lentamente, justamente lo que él quería, ¿verdad,
Abalam?
¿¡POR QUÉ NOMBRO DEMONIOS!? Están aquí. Se
supone, ¿o no? ¿Solo soy yo hablando conmigo misma?
¿O soy yo hablando con otra yo? Solo llévame contigo,
Abalam...
Me gusta tu nombre, ¿sabes? Bonito nombre para
un demonio que me controla día y noche. Noche, mi
callada compañía, guardas mis secretos. Por momentos
49. 49
no sufro. "Momentos" una pequeña porción de tiempo.
"Tiempo" todo en esta vida. Es enserio... ¿Qué esperas
para llevarme?
Abalam, duerme bien...”
Se aterró por completo. «¿D-Demonios?» Su mente
tartamudeaba, de nuevo, debía detenerse. Lo hizo.
Cerró aquel cuaderno, eso no era normal. Quería
escapar de ahí, se sintió observado por alguien, ¿eran
ellos? Efectivamente, ellos ahora empezaban a formar
parte de su historia.
50. 50
Duermo despierto.
Capítulo 6
Sintió frío.
Despertó temblando, no se había dado cuenta de
que se había quedado dormido en el ático. Sin moverse
mucho, tanteó su celular, lo sacó despacio y vio la hora.
Suspiró levantándose, apenas eran las 8:35 pm. Se
levantó sacudiendo sus ropas. Sin percatarse, el
cuaderno café cayó al suelo. Dirigió la mirada al lugar
donde había escuchado un pequeño ruido, lo levantó
sin pensar en algo más. Se le había cruzado por la
cabeza dejarlo ahí, gracias a lo que había leído, pero, le
pareció mal idea.
Quería terminar lo que había empezado. Miró
una vez más al frente; la luz naranja que atravesaba su
ventana le daba un toque único al lugar. Su interior se
sentía tranquilo, ya no sentía miedo. Ellos se lo habían
llevado.
51. 51
Apretó el cuaderno una vez más, caminó
despacio, como siempre. Su mente estaba vacía, ni una
sola voz se asomaba.
Tuvo la sensación de que había tenido un sueño,
y efectivamente, lo tuvo. Un extraño sueño, y como aún
no quería bajar al primer piso, decidió tratar de
recordarlo, caminando por el lugar.
El silencio era lo que más le gustaba, era
inquietante y hermoso. Aunque, con él sólo viviendo
allí, se le hacía un poco espeluznante.
Recordó el lugar de su sueño, mentalmente,
para no perderse fácilmente. Se encontraba al frente de
un bello lugar de 7 pisos con un gran portón rodeado
por rejas de gran altura, supuso que las habían puesto
para evitar robos a la propiedad. Tenía ventanas de
lado a lado, decorándolo de una manera elegante. Entró
en él y se encontró en la recepción, con una chica joven
atendiendo y organizando los libros. No le puso
atención a la señorita que se encontraba en aquel sitio,
encorvándose de una manera vulgar y grosera,
ignorando a todos y atendiendo de mala gana.
Pero, en ese sueño, antes de entrar, quiso
hacerlo y la vio. Al parecer era invisible para todos, por
lo cual ella también lo ignoró. Notó que era un lugar
grande y lleno de paz, realmente hermoso. Al levantar
la mirada apreció un bello techo; con sencillos tonos
azules que jugaban a ser el firmamento. Tuvo la
sensación, al quedarse fijo admirando tal obra de arte,
que el cielo mismo había invadido el lugar y se había
extendido en lo más alto de la edificación solo para dar
celos a todo aquel que lo mirase. Le encantaba
52. 52
quedarse fijo, viendo aquel cielo, hecho de simple yeso
con tonalidades de color azul y blanco. La presencia de
aquella obra, arriba de su cabeza, le dio la sensación de
estar en el verdadero cielo y de regresar a la tierra en
tan solo unos pocos segundos.
Pero, todo aquello quedó ensombrecido cuando
se dio cuenta de la cantidad de sabiduría que había en
ese lugar —ya que, al parecer, era una biblioteca—,
miles de años en un solo edificio, grandes mentes
antiguas reunidas en un solo lugar —sin contar, claro
está, las que llegarían—. Al bajar la mirada un poco,
pudo apreciar bellas obras de arte colgadas en las
paredes, expresaban un bello aíre de melancolía.
Recordando y perdido entre tantos recuerdos, le pareció
extraño visualizar una puerta recónditamente
escondida, era como si trataran de ocultarla.
Por su mente se cruzó aquella puerta. En aquel
sueño, bajó las escaleras despacio, el lugar seguía
vacío. En realidad… muy vacío. Tomó el barandal con
curiosidad, recorriéndole con lentitud. Sus pasos,
acercándose a la extraña puerta, se escuchaban por
todo el lugar, un eco abrumador y sólido. Sintió algo
cerca de aquel espacio. Se acercó al tomo de la puerta
y, suavemente lo giró, haciendo que aquel portal a un
mundo desconocido produjera un gran crujido que
jugó con el eco, expandiéndose por toda la biblioteca.
Alarmado, se giró asustado asegurándose que
continuaba sin compañía. Al percatarse de aquello,
ingresó al lugar abriendo más la puerta a su paso. Era
extraño sentirse dentro, era como si alguna fuerza
tratara de absorberlo. Con miedo, ingresó por completo.
53. 53
Ese frío cuarto lo asustó, pero lo cautivó a seguir
adelante. Esa extraña habitación tenía algo hipnótico,
era gélido y tétrico, pero, extrañamente acogedor. Le
resultó conocido estar ahí, pero, a la vez, extraño en
muchas formas.
Con su mirada, un poco perdida, visualizó unos
cuadros hermosos a su alrededor, eran grandes y
estaban adornados de una manera sencilla. Cuando
trató de acercarse a uno de ellos, para sentir su
textura, su alrededor empezó a desvanecerse. Ahora
todo era negro, su realidad parecía una pintura
chorreante.
Había salido de su sueño. Ahora, no recordaba
nada.
Sin más, salió de ese lugar. Llegó al primer piso y
se tumbó en la cama, quería descansar de esa cruel
verdad.
54. 54
Tus recuerdos son una tortura.
Capítulo 7
Los parpados me pesaban, aún tenía sueño.
Me sentía extrañamente vacío. ¿Sería la soledad?
¿Sería la soledad que siempre había sentido, pero, que
siempre había ignorado? Efectivamente, estaba solo.
Pero, no solo era el cuarto, no solo era la gran casa
habitada por una sola persona, no solo era el hecho de
no tener amigos, era solo yo. Era la soledad la nueva
dueña de mi vida. No me aterraba estar solo, me
aterraba no darme cuenta de ello. Me aterraba no saber
cómo enfrentarla.
Traté de levantarme, simplemente, pero no pode.
Me pesaba el cuerpo, me dolía el alma, me dolía todo.
No quería enfrentarme al temor de cada mañana; al
temor de que ella ya no estaba. Pocos días habían
pasado después de darme cuenta de la noticia de su
muerte… Pocos días habían pasado cuando dejé de
vivir mi vida y empecé a vivir, perdido, en mis
recuerdos. Era cierto, no hacía más que recordar, llorar
55. 55
y pensar. Cada vez que quería olvidarla y seguir
adelante, mi mente jugaba cruelmente conmigo y me
obligaba a ver su figura reflejada en el espejo, mi
subconsciente me obligaba a verla reflejada en mi
corazón. Ella estaba clavada en mi pecho, ¿quién sería
capaz de quitarla de ahí? Solo la muerte, me decía mi
razón, solo la muerte.
Después de desayunar de mala gana y continuar
la mitad del día postrado en el suelo con aquel
cuaderno en la mano, decidí leerlo de nuevo. Quise
leerlo, sin importar qué podría decirme Airyn cuando
regresara, tenía que saber qué clase de chica se
escondía detrás de esa sonrisa.
No me levanté para leerlo, estaba cómodo en
aquella posición. Estiré los brazos a una distancia
agradable en la cual podía leer y empecé a espiar, de
nuevo, dentro de su verdadero ser.
Luego de indagar algunos títulos sin
importancia, encontré uno interesante: “Tortura”, sin
más, comencé a leerlo, proponiéndome a que ningún
pensamiento de temor o pánico pudiera interrumpirme.
“Tortura
¿Que cómo mataría a alguien? Fácil. No lo mataría, él
mismo lo haría. Lo torturaría de tal forma que la única
solución existente —aunque no fuera esa— sería el
56. 56
suicidio. “Yo no lo maté” diría a la policía. Claro, sí es
que me encuentran, o al cadáver…
¿Cómo lo torturaría? ¡Más fácil aún! Brutal,
dolorosa, lenta y placenteramente... Bebería su sangre,
la saborearía con mis labios, su sucia sangre, su fresca
sangre color carmesí. ¡Sería el mejor día de mi vida!
Poder matar a alguien… Una sádica sonrisa en mi
rostro, una felicidad incomparable, una sensación única.
¡EL PLACER DE ASESINAR A ALGUIEN! Tan simple, tan
excitante, tan perfecto.
No pude ser valiente, el sentimiento incontenible
de querer escapar de esas palabras, me invadía de
nuevo.
Pero, regresando a ese simple y bello asesinato. Les
contaré, mis pequeños amigos de orejas puntiagudas,
como fui guiada a matarlo. Yo, una simple chica. ¿Feliz?
¡Claro que no! Sólo pude conocer la felicidad cuando
asesiné por primera vez, me sentí realizada. Me vi
obligada a vivir una vida que jamás quise vivir, a ser
alguien que jamás quise ser, a fingir ser feliz, a creer que
todo tiene solución si crees en Dios.
¿Dónde está tu Dios ahora? Le pregunté cuando
se introducía el arma a la boca.
¡LA ÚNICA SOLUCIÓN ES LA MUERTE!
Pero antes, debo comenzar con el relato de una bella
muerte. Simple y compleja al mismo tiempo. Empecé a
obsesionarme con él; su sonrisa tan perfecta, tan
hermosa. Se me hizo horrible no poder verlo sonreír en
su último momento de vida. Pero, de todos modos,
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aunque lo haya hecho, mis lágrimas no me hubieran
dejado ver claramente.
Los días transcurrían y Abalam no se callaba. Un
movimiento, un simple momento para obtener mi más
preciado tesoro: su vida. ¡LA OPORTUNIDAD SE DIO Y
ME VOLVÍ LOCA!
Un fuerte golpe en la parte trasera de su cabeza sirvió
para dejarlo inconsciente. Su expresión de dolor
mientras caía al suelo fue única. Una mirada
entrecerrada de dolor y compasión. No había necesidad
de una explicación. Su muerte, había llegado.
Rápidamente lo arrastré hasta aquella cabaña
donde solía encerrarme a hablar y a jugar con Abalam.
Tomé las sogas y lo até en la silla que sería testigo de la
muerte de un sucio mortal. Estaba sangrando por la
parte trasera de su cabeza, así que tomé un trapo, lo
humedecí con alcohol y lo coloqué en su cabeza. Al
tocarlo, dentro de mí, empecé a sentir una gran
necesidad de golpearlo hasta que mis manos se
destrozaran por completo, pero justo cuando levanté mi
mano para azotarle la palma en el cráneo, Abalam me
tomó bruscamente y me aventó contra el gran portón que
nos separaba del despiadado mundo exterior. Mi amo
suele ser brusco cuando está de mal humor. Me levanté
lentamente sin quitarle la mirada de encima.
—¿Qué haces?— dije sacudiéndome la pelusa y el polvo
que había quedado en el vestido que traía puesto.
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—¿Por qué le sigues la corriente a tus impulsos?—
preguntó tranquilamente mientras acariciaba al humano
con sus espeluznantes garras.
Me acerqué lentamente con mucha desconfianza,
temiendo que quisiera volver a lastimarme.
—Deja que despierte— exclamó suavemente.
—Tú no tienes permitido asesinar humanos— metí las
manos en mis bolsillos y me reí de la situación— Si
quisiera, yo podría matarte. Aunque seas mi dueño, me
perteneces. ¿Quieres su alma?— introduje mis
mugrientos dedos en mi boca y los lamí— Pues, qué mal.
Tendrás que esperar a que yo me canse de verlo sufrir y
sangrar, para obtenerla… y sabes que jamás me canso
de ver el sufrimiento ajeno. —Sonreí una vez más, pero
de una manera más sádica y sombría para que pudiera
ver a la clase de bestia que le estaba hablando.
Me paré en la mitad de la cabaña, en donde, en la
parte de arriba, había un circulo dibujado con sangre de
conejo; el cual contenía una “A” mayúscula en medio.
Miré fijamente al demonio que quería robarme el
derecho de torturarlo y sonreí de nuevo. Me incliné hacia
atrás, hasta que mi cabeza tocó mis tobillos y susurré
suavemente un conjuro. Me mordí la lengua fuertemente
para que el conjuro estuviera completo. La sangre de mi
lengua empezó a recorrer mi boca rápidamente, la
escupí. El demonio me miraba de una manera
59. 59
repugnante y temerosa, me tenía miedo. Volví a erguirme
y me tragué un poco de sangre que aún se encontraba en
mi boca. Sabía a miedo y a mentiras.
—¿Ves?— lo mir y recogí una pequeña cantidad
de arena del suelo.
—¿Qué?— respondió enojado aquel demonio.
—Tú muy bien sabes lo que acabo de hacer. Sabes, que
si te acercas, te quemarás en las llamas de la razón y la
verdad; tus mejores amigas.
Dejé caer la arena lentamente esperando una
respuesta. Después de pronunciar tales palabras rugió
de una manera tan diabólica, que creo haberme
asustado.
—Tú no me conoces. Podrás amarme… pero te asesinaré
tan pronto lo asesines a él.
Desapareció.
Por fin estaba sola con mis pensamientos, fantasías y…
él.
Me senté como una pequeña a observarlo. Era tan
hermoso, ¡ya quería que despertara! Podría mostrarle
todos los placeres de la vida: la muerte. “¿A qué sabrá
su sangre?” Pregunté, inconsciente, mientras mi felicidad
y mis deseos de matarlo eran cada vez más grandes.
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Siempre soñé con poder torturar a alguien de la manera
en que lo haría con él. Lo amo, le deseo la muerte, quiero
que sea feliz en el infierno. La tierra es muy sucia para
un amor tan puro como el de nosotros.
Oh, querido, espero que cuando despiertes me
ames igual, porque yo te deseo demasiado.
Tú haces que mi corazón se acelere y se detenga
al mismo tiempo, sonrío al escuchar tu nombre, tu cara,
tus ojos, me enloquecen.
Me levanté despacio sin quitarle la vista de
encima y me acerqué lentamente, acaricié suavemente
su rostro...”
Temblé.
De nuevo, ¡no podía ser valiente! Sus palabras,
que estaban sentenciadas a vivir dentro de un
cuaderno olvidado, me atemorizaban. Noté que el relato
no estaba terminado, pero, de todos modos, no quería
saber cómo terminaría tal locura.
Sabía que debía dejar el miedo, antes de que éste
acabara con mi vida.
Sus historias… sus secretos… sus misterios…
Ella. ¿Quién era ella? ¿Quién es esta monstruosa chica
que dice llamarse Airyn? ¿Yo… me enamoré de un
demonio?
Agité mi cabeza de lado a lado. No, yo me
enamoré de un ángel, de un ángel lleno de pureza. ¿O
de un demonio disfrazado de ángel?
Después de todas esas confesiones, mi mente me
preguntaba y reclamaba por la verdad. ¿Quién es
Airyn?, me cuestionaba.
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Acepto que haya tenido problemas, acepto que
haya sufrido y llorado. Pero, ¿qué significaban esas
historias? ¡Eso no era cierto! Acaso… ¿me había
enamorado de una mentira? Es irreal amar algo que no
existe. ¿Idealicé el amor que ella me daba, ocultando
sus mentiras y su verdadera personalidad, para
convertirla en la chica perfecta? No, no, ¡no! ¡Ella era
real!
Respiraba agitado, no quería aceptar la realidad
de nuestro amor, mi ignorancia no me dejaría.
¿Quién era yo para juzgarla? ¿Quién era yo para
criticar sus sentimientos y calificarlos como impuros?
Tenía que saber la verdad… tenía que saber quién era
Airyn Bumgorthan.
Quería correr hacía ella, pero sabía que debía
pensar en dónde estuvo Airyn antes de morir. Le
gustaba viajar, mucho. Probablemente había estado en
todo México, o probablemente había ido a visitar sus
raíces. Cualquiera de las dos opciones me volvían loco;
estar en su pueblo natal me daba dolor de cabeza,
todos allá me odiaban por ser un chico de ciudad, saber
escribir y por haber corrompido al futuro de
Chignahuapan. ¿Corrompido? ¡Esa chica fue la que me
dio la idea de escaparnos a mitad de la noche! Reí al
recordarlo, se veía hermosa con esa gran sonrisa en su
rostro y con su maleta a medio abrir tratando de subir
al auto con prisa porque sus padres se habían enterado
del plan. Bueno, como no han de enterarse cuando les
gritas: “¡Me escaparé con mi futuro esposo a la capital y
quiero ver cómo le hacen para que me regrese!” mientras
corres a la puerta y escapas a la libertad.
Aquellos recuerdos, aquellos simples recuerdos
que borraban cualquier rastro de tristeza y colocaban
62. 62
una sonrisa en mi rostro; esa clase de recuerdos eran
los que necesitaba para volver a sentir. Qué mal que
llegaran unos cuantos años más tarde…
Empaqué a la carrera un cepillo de dientes,
algunas mudas de ropa, puesto que no me quedaría
muchos días en aquel lugar, un cuaderno junto con
unos lápices, mi celular y demás cosas que me
servirían para una estancia cómoda de corto plazo.
Cerré todo con llave, y aseguré las puertas y las
ventanas. Fui al garaje, me cercioré de tener las llaves
de la casa en el bolsillo, al estar seguro, dejé la maleta
en la parte de atrás y coloqué el cuaderno de Airyn en
el asiento del co-piloto y me dispuse a partir, a lo que
ahora era, el descubrimiento de mi propia verdad.
Estaba seguro que, con tal viaje, la descubría a ella y
descubría quién era yo en realidad.
63. 63
¿Cómo sería mi vida sin mí?
Capítulo 8
Salí de mi hogar, del hogar que juntos habíamos
creado, que juntos habíamos hecho crecer que,
nuevamente juntos, habíamos destruido gracias a la
indiferencia de amarnos como el otro tanto deseaba.
Salí de ese lugar con la esperanza de encontrarla, de
encontrar su recuerdo, de saber quién fue Airyn en los
3 años que estuvo desaparecida.
Pero, no fue así. No fue así como todo resultó…
Encendí el motor, revisé todo lo que llevaba
rápidamente y partí.
Renuncié a mi trabajo, no, realmente, escapé sin decir
una sola palabra. Había apagado mi teléfono móvil
desde que llamé a Alberto, no me imaginé cuántas
64. 64
llamadas perdidas de mis jefes y amigos tenía. No me
importó, solo trabajaba en ese lugar porque ganaba
buen dinero, y con ese dinero podía complacer a Airyn
en todos sus caprichos. Siempre quise ser pintor,
siempre quise dedicar mi vida al arte, no a escarbar en
cuerpos humanos. Abandoné mis sueños por ella,
porque ella se había convertido en el más importante.
La brisa que entraba por la ventana me
tranquilizaba un poco, aunque le tenía miedo al destino
al cual me estaba acercando, sentía la necesidad de
sonreír. Lo hice, una sonrisa nunca está de más, sea
fingida o no.
—¿Sabes que es lo más hermoso del mundo?
—¿Qué?— respondió casi sin ponerme atención.
—El amor no correspondido.
Ya había salido de la capital.
El largo camino que me esperaba no se
comparaba con la combinación de buenos y malos
sentimientos que me invadían en ese momento.
Se sorprendió un poco y volteó a verme.
—¿Cómo es eso posible?— preguntó al no entender la
razón de mis palabras.
65. 65
Reduje la velocidad al llegar a la caseta de cobro, esperé
paciente mi turno, saqué unos cuantos billetes de mi
bolsillo y se los entregué a la señorita que estaba
atendiendo.
—Cuando amas y eres correspondido —respondí— solo
ves lo bello del amor y te ciegas por completo al
entregarte a él. Pero, cuando amas sin ser amado, ves lo
cruel del mundo, lloras y te ciegas de odio. No es posible
amar al mundo si no lo has odiado porque cuando lo
odias, ves todo lo malo en él y cuando lo amas, vuelves
sus defectos invisibles. —hice una pausa y acaricié su
cabello un poco— No es posible amar si antes no se ha
conocido el odio. Porque, cuando amas después de haber
odiado, amas sus defectos como virtudes. —sonrió— No
hay nada mejor que amar después de ser rechazado,
ese "sí" inesperado te llena de vida, de nuevo.
La carretera era larga y recta, el camino estaba vacío, la
velocidad aumentaba, el ritmo de mi corazón se
aceleraba. Sonreí de nuevo, amor no correspondido, el
mejor y más cruel de todos los amores.
Su mirada se clavó en mí, era la técnica más eficaz que
tenía para hacer que me enamorara más de ella. Abrió
su boca, y de ella salieron palabras hermosas, palabras
que me herían, como solo ella sabía hacerlo.
Un auto se aproximaba, a lo lejos en el carril contrario
y a más velocidad de la que yo llevaba, al parecer eran
jóvenes. Efectivamente, en él se encontraban 4
muchachos tomando cerveza y zigzagueado con
66. 66
habilidad. Al pasar a mi lado, pude notar sus
expresiones. Iban perdidos, perdidos en las extrañas
sensaciones que el alcohol les causaba y en su
ignorancia. Supongo que habrán querido salir de sus
problemas con el licor, supongo que han querido
escapar del mundo con la cerveza.
Puse atención a lo que decía.
—Por ser soy yo, la que más me acerco a conocer tu
verdadero yo, debería ser yo la única que pueda
enamorarse de ti. —bajó la mirada, ya no quería
verme— Te he odiado y amado en un corto plazo de
tiempo. Te he conocido, me has abierto la puerta a tu
verdadero ser. Soy yo quien te conozco tanto. Si dices
que se debe odiar para amar, entonces, abre tus ojos y
mírame. Te amo. —¿Me amaba?— Cualquier otra
persona diferente a mí que llegue a amarte, te miente.
Esa persona te ama porque se enamoró de tu máscara,
se enamoró de lo "agradable" y "buena persona" que
eres. Si yo me enamoré de ti fue porque te vi. Te vi
cuando todos te creían invisible. ¿Eso no debería ser
suficiente para amarme tanto como yo lo hago? ¡Mírame!
—alzó su voz, arrugando mi camisa, aún sin mirarme.
Sus lágrimas corrían por sus mejillas, me lastimaba— Al
parecer... –ahora su ojos me aniquilaban el corazón y me
retaban a algo que ya había intentado hacer hace mucho
tiempo…— Al parecer... — sollozó— no es suficiente si no
soy perfecta... —Ahora quería amarla… de nuevo.
—¿Me amaba de verdad?— pregunté para mis adentros.
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Suspiré, ahora dudaba de todo aquello que algún
día me había dicho, por ese cuaderno, ¡por ese maldito
cuaderno!
No tenía porqué esconderme su sufrimiento, yo
era su novio, yo la entendía más que nadie, ¿o, acaso,
su amor a la escritura era mayor al que me tenía?
Después de 3 horas al volante, llegué a mi
destino. Era un lugar muy turístico, lo que más
sobresalía de aquel pueblo era una gigantesca piscina
con toboganes y atracciones de la cual entraba y salía
mucha gente. Habían muchos hoteles, de dos, tres y
hasta cinco estrellas. Nada que pudiera costear,
además, estaba muy alejado del lugar donde vivía
Airyn, ya que ella vivía a las afueras del pueblo.
Continúe mi camino ignorando, y ansiando poder ir a
quedarme, algún día, en ese lugar con ella.
Conduje durante 30 minutos más, y llegué a su
verdadero hogar; Bienvenido al Pequeño Chignahuapan.
Acogedoramente extraño.
Busqué el viejo hotel en el cual me había
quedado hace algunos años atrás. Al encontrarlo,
estacioné mi auto, en lo que solían llamar un “garaje”,
cuando en realidad era una pequeña casa de madera en
el cual solo cabía un vehículo. Saqué mis cosas,
asegurando mi coche, e ingresé en aquel lujoso hotel
que, realmente, no era más que un viejo edificio de 4
pisos que trataban de adornar con manualidades.
No me recordaban en la recepción, y tal era mi
odio por la mayoría de los habitantes de ese lugar, que
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yo tampoco me acordaba de ellos. Simplemente, pedí
una habitación, dejé el dinero y subí las escaleras.
Buscaba el número 412 en alguna de las puertas
del cuarto piso. Lo encontré rápidamente. Era la
habitación del fondo a la derecha. Ingresé tranquilo.
Para ser un hotel de bajos recursos estaba muy bien
organizado y bellamente limpio.
Dejé las cosas en un rincón, cerré las cortinas,
aseguré la puerta y me recosté en la cama. Mi mirada
se perdió en el techo, no, mi mirada se perdió en mí
mismo. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? ¿Solo por
qué leí unos escritos extraños desconfío de un amor sin
comienzo ni fin?
No sabía cuál era mi motivo realmente, tampoco
sabía qué me había llevado a perseguir su recuerdo. Tal
vez era el hecho de que, ahora que estaba muerta,
podía saber quién realmente era esa chica. O
simplemente, era tan cobarde que tomé la primera
excusa estúpida de mi subconsciente para escapar de
mi vida. Pero, sí quería escapar de mi vida, de mi
trabajo, de mis ataduras, de mis miedos, de ella… Si
quería escapar de todo lo que me agobiaba, ¿por qué
escapé al origen de mis temores? ¿Por qué me dirigí al
lugar del cual siempre había querido huir? Mi cobardía
no tenía razón, y al parecer, yo tampoco.
Me levanté de la cama, ya no quería pensar más.
Caminé despacio hasta la ventana, la abrí un poco para
poder observar sin ser observado y me di cuenta,
69. 69
dentro de mi estupidez, y teniendo al diablo enfrente,
que había entrado a la boca del lobo, pero esta vez, no
tendría salida.
Somos invisibles.
Capítulo 9
Eran las 6 de la mañana, o eso pude visualizar en el
reloj que se encontraba a unos centímetros de mi
rostro. No sé muy bien en qué momento me quedé
dormido, solo sabía que había llorado antes de
hundirme en aquel sueño profundo. Estaba cansado y
lo único que quería era dormir hasta, mínimo, las 10.
Pero, aquellos malditos gallos que no se callaban, me
impidieron conciliar el sueño de nuevo. Estuve
despierto todo el día hasta que mi cuerpo,
prácticamente, se cansó de estar recostado y me indicó
que me levantara. Eran, exactamente, las 10 am, 4
horas perdidas por unos pajarracos que,
probablemente, cocinarían en el almuerzo.
Pedí servicio a la habitación y esperé, paciente
un desayuno común. Después de un tiempo, tocaron a
mi puerta, la abrí y recibí el pedido; dos huevos fritos,
tres pedazos de tocino, jugo de naranja y leche con
70. 70
cereal. No me lo esperaba, pero, igual me lo comí,
estaba delicioso. Miré el cuaderno de lejos, siempre
llamaba mi atención. Mi ser explotaba de curiosidad y
deseo de saber qué clase de relatos encontraría en
aquel portal al alma de mi novia. Me acerqué a él y lo
abrí; otra vez, en uno de sus relatos.
“Y por primera vez vi, las hojas de un árbol
desprenderse.
Yo. Bastará con decir que me sentía realmente
confundida por mi comportamiento. No, porque no
entendía qué estaba haciendo o qué había ocurrido
horas antes. Caminaba por la acera, despacio. No tenía
prisa de llegar a casa. El candente sol me cegaba, pero
podía ver claramente hacía dónde me dirigía. Una
residencia se encontraba justo a mi lado, un parque
solitario, una cancha de fútbol sin un sólo jugador, un
árbol sin muchas hojas.
Muchas veces relacionaba a los árboles con la
soledad, me fascinaba la manera en que solos, lograban
ser tan fuertes, pero, al mismo tiempo, sentía lastima por
ellos y por aquellas personas que envejecían tristes y sin
alguien quien los acompañara. Y en ese momento,
cuando me encontraba inmóvil en medio de la acera,
observando aquel árbol solitario, vi por primera vez las
hojas de un árbol desprenderse. Me concentré en ese
bello sonido, donde la única compañía del árbol lo
abandonaba cruelmente para convertirse en basura.
Vi llorar a ese árbol, escuché su llanto en ese bello
sonido.
71. 71
Todo a mí alrededor desapareció y me sentí tan
solitaria como ese pobre árbol. Lloré con él. Comprendía,
a la perfección, su horrible tristeza pero no podía hacer
nada para aliviar su dolor. Me sentí tan inútil al verlo
gritar en un llanto desesperado y profundo. Las hojas,
llorando, gritaban cuánto lo amaban y que odiaban
dejarlo. Y yo me preguntaba: “¿Cómo puedo escuchar
tan espeluznante conversación y no remediar mi error?”
Simple, no puedo, ya todo estaba hecho. Después
de ver tan conmovedora escena, di un paso al frente y
con lagrimas en los ojos pronuncié las palabras que debí
decir antes: “Lo siento”. Miré al suelo fijamente y di otro
paso. Caminé muy despacio sin dejar de mirar al suelo.
“¿Por qué?”, dije una y otra vez mientras las lágrimas
salían de mis ojos y quemaban mis mejillas. Mi mirada
estaba congelada, crucé la calle sin saber a dónde iba
exactamente. “¿Por qué?”, grité con todas mis fuerzas.
¿Qué fuerza anormal me había hecho decir todas
esas cosas horribles? ¿Por qué tenía que alejarme de los
que amaban?
Quién sabe, aunque, ver esa desgarradora escena
me hizo pensar. Me sequé las lágrimas, levanté la
mirada, volteé a mirar aquel árbol que con su mirada me
decía que regresara. Lo hice.
Miré hacia atrás y corrí. Corrí como jamás lo había
hecho, ignorando toda señal de tránsito. Mi corazón latía
fuertemente, mis pies avanzaban a gran velocidad y a
un destino seguro. Crucé la esquina y disminuí la
velocidad. Caminé despacio, pero, segura. Preparé mis
palabras, pero, cuando subí la mirada, las personas a
72. 72
las cuales había herido y quería disculparme, ya se
habían ido.
Y en ese mismo instante entendí, que mi deber era
vagar sola por el mundo.”
Mis ojos aún leían perdidos aquel escrito, mi
corazón me exigía llorar, lo hice.
Lloré como nunca antes lo había hecho y como
nunca antes lo volveré a hacer.
Lo peor de que estuviera muerta no era nunca
más volverla a ver, era nunca más volver a tener la
oportunidad de entenderla…
¿Qué había hecho?
¿Cómo pude ignorar su dolor de esa manera tan
cruel? Estaba arrepentido, pero, el destino me había
quitado la oportunidad de remediar las cosas. Estaba
muerta, ¡muerta! ¿Por qué no entendía eso? ¿Por qué
dentro de mí aún vivía la pequeña e ilusa esperanza de
que aquella chica, no era ella?
Supongo que mi dolor lo atrajo, le llamó la
atención y él quiso hablar conmigo.
Por un momento, mi corazón me habló.
—¿Me has preguntado a mí?
Yo lo escuché como un susurro, lo escuché como
una voz muda, escuché a mi corazón en el sonido de las
hojas que jugaban con el aire, tal como lo había hecho
Airyn.
73. 73
—N-No… —respondí— Me he preguntado a mí
mismo.
—No hables solo, no sabes lo cruel que puedes
llegar a ser contigo mismo cuando estás triste o enojado
—me dijo—. El ser humano tiene la gran debilidad de
dejarse llevar por las emociones y hacerse sufrir —
suspiró, parecía decepcionado—. Durante años, ¡años,
amigo mío! He sido yo, quien recibe la culpa de sus
malos amores. ¡Yo no me encargo de enamorar a nadie!
¿Por qué no lo entienden?
Sufría, mi corazón… sufría.
—¿Quién hace que nos enamoremos?— me
aventuré a preguntar.
Me miró, con una vaga sonrisa. ¿Mi corazón
sonreía?
—Su falta de razón.
«¿Razón?» Pensé… Yo perdí mi razón con ella.
—Sí, la perdiste —al parecer, mi corazón sabía lo
que mi alma me decía— Pero, fue hermoso, ¿no?
74. 74
«¿Hermoso?» Aquella palabra se quedó vagando
en mi mente. ¿Había sido tan hermoso que tenía que
haber terminado con su muerte?
—Fue hermoso verla todas las mañana junto a ti.
—continuó, esta vez, ignorando todo lo que mi ser
decía—. Sus besos, sus caricias, sus sonrisas, los
momentos juntos. Todo, todo fue hermoso. Sin importar
cuánto sufras, todo valió la pena.
—Duele… Duele que todo haya sido hermoso.
—Nadie tiene la capacidad de retirar el dolor de
su vida. Por eso, el dolor tiene la misión de hacer
fuertes a la personas. —se detuvo un momento— Pero,
lastimosamente, la mayoría de las veces, fallan. Se
dejan vencer, y el mismo dolor siente dolor. Yo…
realmente no entiendo el sentido de auto-
compadecerse. No sé porqué tú lo haces. ¿Te hace
sentir mejor?
No sabía qué responder.
—Pensar que no tienes razón de vivir, que eres
un miserable, que tus sentimientos son fríos, pensar
millones de cosas crueles hacía ti mismo, ¿te hace
sentir mejor?
Me observó durante un instante. Era yo, el chico
que era fuerte con y, gracias a ella, se había convertido
en un cobarde.
75. 75
Mi corazón calló, y desde ese día, nunca más lo
he vuelto a escuchar. Desapareció.
Miré hacía abajo.
Aquel cuaderno, aquel frío portal hacía su
verdadero ser, yacía en mis manos. Lo miré de manera
cruel, agradeciéndole, pero al mismo tiempo,
maldiciendo el día en que lo encontré.
Me encontraba ahí, en la mitad de la nada, sin
mucho dinero, con poca ropa, muy posiblemente sin
trabajo. Estaba ahí, destrozado.
Continuaba llorando, esta vez, no por ella, sino
por mí. ¿Quién era yo para ella? ¿Qué clase de
monstruo había sido? No me importaba el hecho de que
se encerrara, ¡tenía que sacarla! Ese era mi trabajo, si
yo era su futuro esposo debí entenderla justo en ese
momento.
¿Fui tan ciego, Dios, tan ciego? La ira me
invadía.
¿Qué hice?, dije, ¿Airyn se merecía mi
incomprensión?
Yo no era nadie, nadie sin ella.
Pasé el resto del día sólo, tirado en una cama,
muriendo.
76. 76
Nuestra promesa de amor eterno.
Capítulo 10
Escuché tu risa.
Abrí los ojos y te vi, te escondías detrás de un gran
árbol que ambos conocíamos. Te miré, y no pude evitar
mirar al árbol también. Era aquel en el cual habíamos
tallado nuestras iniciales y nos habíamos jurado amor
eterno. Te escondías como una pequeña que no quería
ser vista.
¡Te veías hermosa! Hacía mucho tiempo que
extrañaba verte tan brillante y tan hermosa, extrañaba
a la simple Airyn de la cual me enamoré.
Llevabas un vestido blanco que remarcaba, de
una manera única, tu figura. Era un vestido de novia,
con la cola larga y una bella corona en tu cabeza. El
velo colgaba desde tu cabello, ¡oh, tu cabello! Largo y de
color rojo carmesí, rojo ardiente. Solo tú podías lucir
tan perfecta en aquellas ropas, solo tú.
77. 77
Parecías una niña; con una gran sonrisa en tu
rostro, jugueteando con tus cabellos y mirándome.
Mirándome cómo solo tú podías hacerlo.
Me levanté rápidamente y fui detrás de ti. Noté
que tenía un traje elegante que combinada con el tuyo.
¿Por qué estaba vestido de tal manera? La
felicidad era tan grande en aquel momento que no me
importó.
Escapaste de mis brazos y continuaste hacía
aquel valle de flores. Levantabas tu vestido para poder
correr más cómodamente, gritabas: “No podrás
alcanzarme” “Princesa, no sabes de lo que soy capaz de
hacer por ti” pensé. No quería gritar, solo quería
escucharte.
Te alcancé, y al abrazarte por la espalda, caímos
al suelo. Un pastizal verde y cálido nos acompañaba,
calladamente, en aquel beso sublime.
Detuviste el beso al notar algo extraño en mí y
me miraste.
—¿Por qué lloras?— preguntaste de repente.
Te miré y clavé mis ojos en ti. Eras tú, Airyn,
eras tú. Esos ojos grises, esas facciones indescriptibles
que solo tú tenías. Esa paz incomparable que te
rodeaba. De verdad, y después de tanto tiempo, me di
cuenta, eras tú.
Continuabas mirándome, no respondí.
Simplemente, me acerqué y te besé suavemente.
—No es nada. Sólo te extrañaba.
78. 78
Sólo eso.
Sonreíste, me tomaste de la mano y te
levantaste.
—¡Vamos! O llegaremos tarde— dijiste,
entusiasmada.
—¿Tarde? ¿A dónde?
Al parecer, ignoraste mi pregunta y corriste,
jalándome con fuerza. Tenías prisa de llegar a un lugar,
el cual, yo desconocía.
A lo lejos observé algunas sillas, un pastor, un
piano y un… ¿altar?
Después de correr un poco más, llegamos. Me
tomaste de la mano y te arreglaste.
—No te toques —dije tomando tu mano y
poniéndola de nuevo en mi brazo—, estás hermosa. —
sonreíste a mi cumplido. —Airyn… —me acerqué a tu
oído lentamente— ¿Qué hacemos aquí?
No respondiste.
Llegamos hasta donde el pastor se encontraba.
—Estamos aquí reunidos, ante los ojos de Dios y
ante los ojos de las personas aquí presentes, para
79. 79
presenciar la unión de estas dos almas enamoradas. —
pronunció aquel extraño hombre.
¿Unión? No sabía de qué hablaba. No me digas
que…
Miré a mí alrededor y noté la decoración; las
velas, las flores, el altar encima de nosotros y el piano,
que encima tenía unas letras que decían:
“Recién casados”
Aquel lugar, aquel momento, aquella situación,
todo. Me di cuenta de que… ¡Era nuestra boda!
¡Nuestra hermosa boda! La que nunca tuvimos gracias
a tantos problemas.
Mi interior estalló en felicidad. No me contenía,
quería gritar, quería llorar, era feliz. Por fin, después de
tantas lágrimas, después de tantas tragedias, era feliz.
Era realmente feliz.
No me importaba que el lugar estuviera solo, estaba
contigo.
Cuando el pastor terminó, y ambos dijimos
“acepto” con una gran sonrisa en nuestros rostros,
corrimos.
Corrimos hacía aquel árbol y regresamos, ya
casados, a nuestro árbol. Al lugar dónde comenzó
nuestro amor.
Nos recostamos, tenías tu cabeza en mi hombro
y yo la mía en el árbol. Los anillos que llevábamos nos
acompañaban en aquel momento de felicidad.
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Solo se escuchaba a la naturaleza, solo
escuchábamos el latir de nuestros corazones, solo
escuchábamos el sonido puro del amor.
Silencio, solo silencio. No teníamos nada que
decirnos. Nada.
Pero, no todo puede ser perfecto. El amor
perfecto, no existe.
Te escuché, por primera vez en mucho tiempo,
pero, escuché algo que debiste callar.
—¿Por qué viniste?— preguntaste, de repente.
Me extrañé un poco, no sabía de qué hablabas.— ¿Por
qué viniste a buscarme?
Nuevas sensaciones crecían en mi interior, de
nuevo. La felicidad, la felicidad de nuestra boda, fue tan
efímera que mi cuerpo no se adaptó al cambio tan
brusco y no respondió.
Te escuché llorar. Lloraste hundida en mi pecho.
¿Por qué llorabas?
—No lo entiendo… Te dejé para que fueras feliz,
sin mí. ¿Por qué regresaste a este lugar?
—Y-Yo… —me congelé. ¿Qué era todo esto?— No
podía seguir sin ti… Tenía que saber qué había pasado
contigo… No podías haber muerto, ¿verdad?
—No estoy muerta.
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Esas palabras. Esa mentira, tan afilada como mi propio
dolor. La creí, la creí porque necesitaba de sus
mentiras. Prefería vivir en bellas mentiras, porque ya no
soportaba el dolor de la realidad.
Ya no más.
—Yo sé que no lo estás.
—Ella es cruel.
—¿Quién?
—La vida.
Besé tu frente y sonreí.
—No sabes qué tan cruel ha sido conmigo desde que te
dejó partir.
Agachaste tu cabeza, ¿ya no querías verme?
—El destino me obligó a irme. Pero, ahora. Te
pediré un favor…
Te detuviste, me miraste y hablaste de nuevo.
—Espérame. Espérame, de nuevo. Otra vez y por
siempre.
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—Esperarte, pero, ¿de qué hablas?
Me ignoraste y te levantaste. Me estabas dejando,
por segunda vez.
Tu mirada se perdía en el horizonte, la brisa
levantaba tu vestido y alborotaba tu cabello, sin
impedir que te vieras hermosa. Lucías como una diosa
que está esperando en las puertas del Olimpo, así de
majestuosa te veías.
Hermosa, pero cruel. ¿Cómo podías decirme eso
de nuevo?
—Tengo que irme, debo irme. Regresé por una
razón: tenía que dejarte el recuerdo más hermoso de
nuestra relación. Nuestra boda, ese es mi regalo para ti.
Volteaste a verme, esta vez, tu sonrisa ya no
brillaba, estaba siendo opacada por la tristeza del
momento. Solo podía verte, sin pronunciar ni una sola
palabra.
—Creí que al irme, me abandonarías, que te
irías, que serías feliz.
—¡Nunca! —ya era hora de hablar. No te iba a
dejar ir. Me levanté, y quedé justo detrás de ti.— Airyn,
no hagas esto. Quédate conmigo, por favor. No sabes
cuánto me dolió tu partida.
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—Sí, lo sé, porque fui yo quien escapó de tu
amor. Roberto… —volteaste a verme y tomaste mi
mano— Por favor, escúchame.
—Habla… y yo te escucharé.
—Debo irme, es lo que mi corazón me pide que
haga. Esta vez, ya no escaparé de ti. Me iré porque
tengo cosas que terminar en el lugar al cual pertenezco.
—¡Tu lugar es conmigo!
¿Por qué te querías ir de nuevo?
—No entiendes, me duele esto. Me duele mucho.
Pero, te juro —acariciaste mi cuello y te acercaste a mi
rostro—, te juró que regresaré. No te dejaré solo, confía
en mis palabras.
Estaba temblando, ¿por qué Airyn, por qué?
Suspiré, el amor se basa en confianza. Confiaré.
—Te esperaré… Lo haré.
—No te vayas de este lugar, no te vayas de ese
hotel, no regreses a tu trabajo, no hables con nadie. Sé
ciego y sordo al mundo. Sé mío, sé solo mío.
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—¡No lo haré! Ni hoy ni nunca, soy tuyo, mi vida.
Solo tuyo…
Pude ver cómo brillabas, eras radiante. Eras mi
esposa, mi mujer, mi novia, mi vida. Confiaba
ciegamente en ti, solo en ti.
Despacio, te quitaste tu anillo de bodas y me lo
entregaste.
—Te dejo esto, para que sepas que mi juramento
es verdadero. Para que sepas que mi amor por ti, nunca
se acabará.
Lo tomé con lágrimas en los ojos. No podía creer
que tenía que dejarte ir. Sentiste mi dolor y me besaste
de la manera más dulce y suave posible. Pude sentir a
la tierna Airyn que me había enamorado, te pude
sentir. Y fue ese sentimiento el que mantuvo viva la
llama de nuestro de amor.
—Ahora —interrumpiste el beso y hablaste—,
debo pedirte un último favor…
Tomé tu mano, cerré mis ojos y acaricié mi rostro
con el tuyo, no importa qué cosa ibas a decir, yo te iba
a escuchar.
—Roberto, ya es hora de despertar.
Me detuve.
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—¿Despertar? —te miré confundido— Estoy
despierto, aunque crea que esto no es real, es lo más
real que me has permitido sentirte.
—¿Cómo es eso posible?
—Solo yo entiendo la manera en que te amo, solo
yo.
Bajaste tu mirada, cosa que no pude soportar.
—No… No hagas eso. No puedo, Roberto, me
duele.
—No tienes porqué irte. Te prometo una vida,
una vida mejor que la anterior.
Te abracé, colocando tu cabeza en mi regazo.
Debías descansar, debías desahogarte, debías ser la
niña pequeña que siempre ahogaba sus penas en
lágrimas.
—Si estás triste, llora— te dije.
—Por favor, Roberto, despierta— respondiste
hundida en llanto. Solo pude abrazarte fuerte, no sabía
de qué hablabas, pero no quería despertar.
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—No sé a qué te refieres…
—Esto, esto no es real, despierta… Y no me
olvides, no olvides mi juramento, no te olvides de mi
amor, por favor, nunca dejes de amarme. Espérame…
No hablé.
Tomé una gran bocanada de aire y regresé a la
realidad. Mis ojos estaban empapados en lágrimas, mi
mente estaba confundida y perdida, mi cuerpo
temblaba de frío, había estado soñando.
Cerré mis ojos de nuevo, tenía que regresar a ese
mundo de fantasía donde era feliz contigo. No pude,
simplemente no pude. Apreté mis puños gracias a la
impotencia que me invadió. Sentí algo duro en una de
mis manos, tomé el objeto con mis dedos, lo levanté a
la altura de mi rostro y lo miré; era tu anillo. Tu bello
anillo color plata, estaba ahí, en mis manos. La
felicidad regresaba a mí, volví a nacer en ese pequeño
instante y por esa pequeña razón. Tú eras real, el sueño
había sido real.
Me levanté de la cama y me dirigí a la ventana.
Me recosté en el marco de madera, y miré hacía afuera.
Ya había anochecido y el pueblo se encontraba
dormido, mi cuarto estaba oscuro, al igual que las
calles que pasaban enfrente de mis ojos.
Sentí una suave brisa chocar tranquilamente con
mi rostro, sabía que eras tú. Estaba seguro, observando
a mi fiel amiga; la luna, que tú estabas viva y que aquel
sueño había sido real, más real que nosotros dos
juntos.
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Tu juramento se quedó grabado en mi pecho, tus
palabras en mi corazón, y nuestro amor, nuestro
extraño amor, se quedó grabado en la historia del
mundo.
Donde quiera que hayas estado, te esperé, justo
en ese lugar. Nunca me fui, porque mi amor fue fiel a
tus palabras, mi amor fue un loco. Un loco que creyó en
un sueño y se quedó esperando, hasta su muerte, tu
regreso.
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Nostálgico ayer, que hoy se convierte en solitaria
actualidad.
Roberto Arias, fue un reconocido médico forense
de la Ciudad de México. Aclamado y exaltado por su
impecable trabajo durante sus años de estudio, y
además, fue claramente admirado por tantos logros
alcanzados con tan sólo 28 años. Sin embargo, era un
hombre con una personalidad perdida. Trató de
encontrarse así mismo, sin resultado alguno. Terminó
sólo, increíblemente sólo, por motivos desconocidos.
Siguió a su corazón, y nunca debió seguir a ese
loco.
Los años pasaron, y fueron crueles. Ahora, era
un hombre viejo, terco, callado y solitario.
Después de aquel sueño, su vida nunca fue la
misma. No volvió a hablar con alguien más, se encerró
en ese cuarto a escribirle cartas a Airyn para cuando
regresara. Tenía una gran colección de sentimientos
encapsulados en hojas de papel. Esa era la única
manera de hablar con ella.
Pasó sus últimos días en un asilo, ya que, en el
momento en el que se le acabó el dinero, empezó a
trabajar en el hotel y, con 70 años, ya no podía limpiar
aquel lugar. Por eso, gracias a un acto de buena fe lo
dejaron en un hogar para ancianos que quedaba cerca
de la Ciudad de México. Luchó con todas sus fuerzas
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para no irse, puesto que si se iba, Airyn no podría
encontrarlo.
Al final, se rindió, creyó que su corazón la
llamaría al lugar donde él estuviera, creyó que ella
siempre lo estaba escuchando. Por eso no hablaba,
pensaba, para que el aire se llevara sus pensamientos y
se los entregara, directamente, al corazón de su esposa.
Llevó consigo aquel anillo en el momento de su
muerte, nunca se apartó de él. En el instante de su
partida, justo antes de su último suspiro, la recordó.
Recordó porqué la fue a buscar, recordó cómo
ese cuaderno lo atormentó, cómo, desde aquel sueño,
nunca más lo volvió a leer. También recordó su soledad.
La soledad fue su despiadada amiga durante
toda su vida, nunca tuvo compasión de él. Pero,
Roberto aprendió a hacerse fuerte con el dolor, tal como
su corazón le había dicho.
Murió con dudas, en realidad, con solo una: ¿Era
todo real?
Fue lo único que se preguntó momentos antes de
reunirse con la muerte, fue lo único que lo hacía dudar
de ella, ¿era todo real? O… ¿Había sido la soledad tan
cruel que lo había obligado a crearse un amor eterno
que nunca existió?
Estuve ahí en todo momento, así que sí; todo lo
que había vivido era irreal, todo había sido una mala
jugada del destino, todo había sido inventado por su
mente. Su soledad lo llevó a tal punto de la vida, de
inventarse un amor imposible. Se obligó a sí mismo a
creer en el amor. Su vida era irreal, y hasta él mismo
también podría llegar a serlo.
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Pero, el centro de su vida, la razón de su
inexistencia, el único aliento que lo mantenía en pie…
Airyn… Ella, no era real. Nunca lo fue, y sin importar
qué tanto su ser lo deseara, nunca iba a serlo. Su amor
nunca fue real. Ella, simplemente, no era real.
Pero, al final, ¿quién realmente lo es?
Fuera real o no, su amor fue fuerte, sus
palabras fueron verdaderas y sus actos, siempre,
estuvieron basados en la confianza que él le brindó a
aquella chica que nunca existió. Después de escribir
sus cartas, solía leerlas una y otra vez para imaginar
cómo se sentiría Airyn y así, no herirla con sus letras.
Su última carta fue la más dolorosa de todas, porque
nadie la leyó, ni él mismo. Su última carta, aunque fue
para Airyn, fue leída por el aire, solo por él…
“Mi último suspiro, va dedicado a nuestros
recuerdos.
¿Recuerdas esa montaña que solíamos atravesar
los dos, todas las mañanas cuando no éramos más que
amigos? ¿Recuerdas esas noches en vela viendo
películas, leyendo y jugando juegos de mesa?
¿Recuerdas aquel beso que te robé en aquella noche de
viernes? ¿Recuerdas que correspondiste?... Yo sí.
No recuerdo muy bien el momento en que todo se
volcó de cabeza, no recuerdo el momento en el que
comenzaste a alejarte… Hoy ya no recuerdo si soy lo que
soy, o lo que dejé de ser.