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Cuentos de los hermanos Grimm
La vieja del bosque
Una pobre criada cruzaba cierto día un bosque acompañando a sus amos, y
hallándose en lo más espeso, salieron de entre la maleza unos bandidos, que los asesinaron
a todos menos a la muchacha, la cual, asustada, había saltado del coche para ocultarse
detrás de un árbol. Cuando los bandoleros se hubieron alejado con el botín, salió ella de su
escondrijo y contempló aquella enorme desgracia. Echándose a llorar amargamente, dijo:
"¡Qué voy a hacer ahora, desdichada de mí! No sabré salir del bosque, en el que no vive un
alma. Habré de morir de hambre." Y, por más que corrió de un lado a otro buscando un
camino, no pudo hallar ninguno. Al anochecer sentóse al pie de un árbol y encomendóse a
Dios, firmemente decidida a quedarse allí, pasara la que pasara.
Al cabo de un rato llegó volando una palomita blanca, con una llavecita de oro en el
pico. Depositándola en su mano, le dijo:
- ¿Ves aquel gran árbol de allá? Tiene una cerradura; ábrela conesta llave. Dentro
encontrarás comida en abundancia, y no tendrás que sufrir hambre.
Dirigióse la muchacha al árbol, lo abrió y encontró dentro una escudilla llena de
leche, y pan blanco en tal abundancia que no pudo comérselo todo. Una vez estuvo
satisfecha, dijo: "Es la hora en que las gallinas suben a su palo. Me siento tan cansada que
también yo me acostaría con gusto en mi cama."
He aquí que volvió la palomita con otra llave de oro en el pico:
- Abre aquel otro árbol - díjole -. Encontrarás en él una cama.
Y, en efecto, al abrirlo apareció una hermosa y blanda camita. La joven rezó sus
oraciones, pidiendo a Dios Nuestro Señor que la guardase durante la noche; seguidamente
se metió en el lecho y se durmió. A la mañana siguiente apareció por tercera vez la
palomita y le dijo:
- Abre aquel árbol de allí y encontrarás vestidos - y, al hacerlo, salieron vestidos
magníficos, adornados con oro y pedrería, dignos de la más encumbrada princesa. Y la
muchacha vivió allí una temporada, presentándose la palomita todos los días para atender
las necesidades de la muchacha.
Y era de verdad una vida buena y tranquila.
Pero un día le preguntó la paloma:
- ¿Quieres hacer algo por mí?
- Con toda mi alma - respondió la muchacha. Díjole entonces la palomita:
- Te llevaré a una casa muy pequeña. Entrarás y, junto al hogar, estará sentada una
vieja que te dirá: "Buenos días." Pero tú no respondas, haga lo que haga, sino que te diriges
hacia la derecha, donde hay una puerta. La abres, y te encontrarás en un aposento con una
mesa, sobre la cual verás un montón de anillos de todas clases. Los hay magníficos, con
centelleantes piedras preciosas; pero déjalos. Busca, en cambio, uno muy sencillo que ha
de estar entre ellos. Cógelo y tráemelo lo más rápidamente que puedas.
Encaminóse la muchacha a la casita y entró. Allí estaba la vieja, que, al verla,
abriendo unos ojos como naranjas, le dijo:
- Buenos días, hija mía.
Pero ella no respondió y se dirigió a la puerta.
- ¿Adónde vas? - exclamó la vieja, reteniéndola por la falda -. Ésta es mi casa, y
nadie puede entrar sin mi permiso.
Pero la muchacha no abrió la boca, y soltándose de una sacudida, entró en la
habitación. Sobre la mesa había una grancantidad de sortijas que brillaban y refulgían
como estrellas. Esparciólas todas buscando la sencilla; mas no aparecía por ninguna parte.
Mientras estaba así ocupada, vio que la vieja se escabullía con una jaula que encerraba un
pájaro. Corriendo a ella, quitóle de la mano la jaula. El pájaro tenía en el pico el anillo que
buscaba. Apoderóse de él y se apresuró a salir de la casa, pensando que acudiría la
palomita a buscar la sortija: pero no fue así. Apoyóse entonces en un árbol, dispuesta a
aguardar la llegada de la paloma, y, mientras estaba de tal guisa, parecióle como si el árbol
se volviera blando y flexible, y bajara las ramas. Y, de pronto, las ramas le rodearon el
cuerpo y se transformaron en dos brazos, y, al volverse ella, vio que el árbol era un apuesto
doncel que, abrazándola y besándola, le dijo:
- Me has redimido y librado del poder de la vieja, que es una malvada bruja. Me
había transformado en árbol, y todos los días me convertía por dos horas en una paloma
blanca, sin que pudiese yo recobrar la figura humana mientras ella estuviese en posesión
del anillo.
Quedaron desencantados al mismo tiempo sus criados y caballos, todos ellos
transformados también en árboles, y todos juntos se marcharon a su reino, pues se trataba
del hijo de un rey. Allí se casaron la muchacha y el príncipe, y vivieron felices.
La cenicienta
Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin,
llamó a su hija única y la dijo: -Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá
desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré. Poco después cerró los
ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó
siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su
blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la
niña se casó de nuevo.
La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy
duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana. No
queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que
coma, váyase a la cocina con la criada. -La quitaron sus vestidos buenos, la pusieron
una basquiña remendada y vieja y la dieron unos zuecos. -¡Qué sucia está la orgullosa
princesa! -decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde
por la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre,
coser y lavar; sus hermanas la hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella
y la vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por
la noche cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía
cama, y la pasaba recostada al lado del hogar, y como siempre estaba, llena de polvo
y ceniza, la llamaban la Cenicienta.
Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que
querían las trajese. -Un bonito vestido -dijo la una. -Una buena sortija, -añadió la
segunda. -Y tú Cenicienta, ¿qué quieres? la dijo. Padre, traedme la primera rama que
encontréis en el camino. -Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas
adornadas de perlas y piedras preciosas, y a su regreso, al pasar por un bosque
cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama de zarza, y la cortó. Cuando
volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la
cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto
que regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso
árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y
siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto la
concedía el pajarillo lo que deseaba.
Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días, e invitó a
ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por
esposa. Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas,
llamaron a la Cenicienta y la dijeron. -Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las
hebillas, pues vamos a una boda al palacio del rey. La Cenicienta las escuchó llorando,
pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra se lo
permitiese. -Cenicienta, la dijo: estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a una boda?
¿No tienes vestidos ni zapatos y quieres bailar? -Pero como insistiese en sus súplicas,
la dijo por último: -Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes
de dos horas, vendrás con nosotras: -La joven salió al jardín por la puerta trasera y
dijo: -Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a
recoger.
Las buenas en el puchero,las malas en el caldero.
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos tórtolas y por
último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que
acabaron por bajarse a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo
pi, pi, y los restantes pájaros comenzaron también a decir pi, pi, y pusieron todos los
granos buenos en el plato. Aun no había trascurrido una hora, y ya estaba todo
concluido y se marcharon volando. Llevó entonces la niña llena de alegría el plato a su
madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero la dijo: -No, Cenicienta, no
tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras; mas viendo que lloraba
añadió: -Si puedes recoger de entre la ceniza dos platos llenos de lentejas en una
hora, irás con nosotras. -Creyendo en su interior, que no podría hacerlo, vertió los dos
platos de lentejas en la ceniza y se marchó, pero la joven salió entonces al jardín por
la puerta trasera y volvió a decir: -Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del
cielo, venid todos y ayudadme a recoger.
Las buenas en el puchero, las malas en el caldero.
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas, y por
último comenzaron a revolotear alredor del hogar todos los pájaros del cielo que
acabaron por bajarse a la ceniza y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi,
pi, y los demás pájaros comenzaron a decir también pi, pi, y pusieron todas las
lentejas buenas en el plato, y aun no había trascurrido media hora, cuando ya estaba
todo concluido y se marcharon volando. Llevó la niña llena de alegría el plato a su
madrastra, creyendo la permitiría ir a la boda, pero la dijo: -Todo es inútil, no puedes
venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de nosotras. -La volvió
entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas.
En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del
árbol, y comenzó a decir:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
El pájaro la dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y
seda; en seguida se puso el vestido y se marchó a la boda; sus hermanas y madrastra
no la conocieron, creyendo sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy
hermosa con su vestido de oro, y ni aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo
estaría mondando lentejas sentada en el hogar. Salió a su encuentro el hijo del rey, la
tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndola bailar con nadie, pues no la soltó
de la mano, y si se acercaba algún otro a invitarla, le decía: -es mi pareja.
Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe la dijo: -Iré contigo
y te acompañaré: -pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y
saltó al palomar, entonces aguardó el hijo del rey a que fuera su padre y le dijo que la
doncella extranjera había saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la
Cenicienta; trajeron una piqueta y un martillo para derribar el palomar, pero no había
nadie dentro, y cuando llegaron a la casa de la Cenicienta, la encontraron sentada en
el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en la chimenea, pues la
Cenicienta había entrado y salido muy ligera en el palomar y corrido hacia el sepulcro
de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se
fue a sentar con su basquiña gris a la cocina.
Al día siguiente; cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta y se marcharon
sus padres y hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
Diola entonces el pájaro un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y
cuando se presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su
extraordinaria belleza; el príncipe que la estaba aguardando la cogió de la mano y
bailó toda la noche con ella; cuando iba algún otro a invitarla, decía: -Es mi pareja. Al
amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del rey la siguió para ver la
casa en que entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había
en él un hermoso árbol muy grande, del cuál colgaban hermosas peras; la Cenicienta
trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por dónde había ido, pero aguardó
hasta que vino su padre y le dijo: -La doncella extranjera se me ha escapado; me
parece que ha saltado el peral. El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mandó traer
una hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa,
estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues había saltado
por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre, donde dejó al pájaro
sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris.
Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también la
Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito:
Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea, de oro y plata,
muy bien tejido.
Diola entonces el pájaro un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que
ninguno de los anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y cuando se presentó en la
boda con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro; el príncipe
bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a invitarla, le decía: -Es mi
pareja.
Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en acompañarla, mas
se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del rey había mandado
untar toda la escalera de pez y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la
joven; levantole el príncipe y vio que era muy pequeño, bonito y todo de oro. Al día
siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le dijo: -He decidido sea mi esposa a la
que venga bien este zapato de oro. -Alegráronse mucho las dos hermanas porque
tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el zapato en su cuarto para
probársele, su madre estaba a su lado, pero no se le podía meter, porque sus dedos
eran demasiado largos y el zapato muy pequeño; al verlo la dijo su madre alargándola
un cuchillo: -Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie: -La joven
se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el
hijo del rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia, y se marchó con ella,
pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su padrastro, en
cuyo árbol había dos palomas, que comenzaron a decir.
No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.
Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa
a la novia fingida y dijo no era la que había pedido, que se probase el zapato la otra
hermana. Entró ésta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón era
demasiado grueso; entonces su madre la alargó un cuchillo y la dijo: -Córtate un
pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie. -La joven se cortó un
pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y ocultando el dolor, salió a ver al hijo del
rey, que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando
pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir:
No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.
Se detuvo, la miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su
casa a la novia fingida: -Tampoco es esta la que busco, dijo: -¿Tenéis otra hija? -No,
contestó el marido; de mi primera mujer tuve una pobre chica, a que llamamos la
Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que
buscáis. -El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó: -No, no, está
demasiado sucia para atreverme a enseñarla.- Se empeñó sin embargo en que saliera
y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después
a presencia del príncipe que la alargó el zapato de oro; se sentó en su banco, sacó de
su pie el pesado zueco y se puso el zapato que la venía perfectamente, y cuando se
levantó y la vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado
con él, y dijo: -Esta es mi verdadera novia. -La madrastra y las dos hermanas se
pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su caballo y se marchó con
ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas blancas.
Sigue, príncipe, sigue adelante
sin parar un solo instante,
pues ya encontraste el dueño
del zapatito pequeño.
Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta,
una en el derecho y otra en el izquierdo.
Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en
su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a
la izquierda, y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la
mayor en el ojo derecho y a la menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una
un ojo; a su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y las
palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su
falsedad y envidia.
Verdezuela
(Rapunzel)
Había una vez un hombre y una mujer que vivían solos y desconsolados por no
tener hijos, hasta que, por fin, la mujer concibió la esperanza de que Dios Nuestro Señor se
disponía a satisfacer su anhelo. La casa en que vivían tenía en la pared trasera una ventanita
que daba a un magnífico jardín, en el que crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba
rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya que pertenecía a una bruja muy
poderosa y temida de todo el mundo. Un día asomóse la mujer a aquella ventana a
contemplar el jardín, y vio un bancal plantado de hermosísimas verdezuelas, tan frescas y
verdes, que despertaron en ella un violento antojo de comerlas. El antojo fue en aumento
cada día que pasaba, y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo la color y
desmirriándose, a ojos vistas. Viéndola tan desmejorada, le preguntó asustado su marido:
"¿Qué te ocurre, mujer?" - "¡Ay!" exclamó ella, "me moriré si no puedo comer las
verdezuelas del jardín que hay detrás de nuestra casa". El hombre, que quería mucho a su
esposa, pensó: "Antes que dejarla morir conseguiré las verdezuelas, cueste lo que cueste."
Y, al anochecer, saltó el muro del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un puñado de
verdezuelas y las llevó a su mujer. Ésta se preparó enseguida una ensalada y se la comió
muy a gusto; y tanto le y tanto le gustaron, que, al día siguiente, su afán era tres veces más
intenso. Si quería gozar de paz, el marido debía saltar nuevamente al jardín. Y así lo hizo,
al anochecer. Pero apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un terrible sobresalto, pues
vio surgir ante sí la bruja. "¿Cómo te atreves," díjole ésta con mirada iracunda, "a entrar
cual un ladrón en mi jardín y robarme las verdezuelas? Lo pagarás muy caro." - "¡Ay!"
respondió el hombre, "tened compasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran
necesidad: mi esposa vio desde la ventana vuestras verdezuelas y sintió un antojo tan
grande de comerlas, que si no las tuviera se moriría." La hechicera se dejó ablandar y le
dijo: "Si es como dices, te dejaré coger cuantas verdezuelas quieras, con una sola
condición: tienes que darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré como una
madre." Tan apurado estaba el hombre, que se avino a todo y, cuando nació el hijo, que era
una niña, presentóse la bruja y, después de ponerle el nombre de Verdezuela; se la llevó.
Verdezuela era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la
hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni
escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana. Cuando la bruja quería entrar,
colocábase al pie y gritaba:
“Verdezuela, Verdezuela,
Suéltame tu cabellera!
Verdezuela tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro. Cuando oía
la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en torno a un gancho de la ventana
y las dejaba colgantes: y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas. Al
cabo de algunos años, sucedió que el hijo del Rey, encontrándose en el bosque, acertó a
pasar junto a la torre y oyó un canto tan melodioso, que hubo de detenerse a escucharlo. Era
Verdezuela, que entretenía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz. El príncipe quiso
subir hasta ella y buscó la puerta de la torre, pero, no encontrando ninguna, se volvió a
palacio. No obstante, aquel canto lo había arrobado de tal modo, que todos los días iba al
bosque a escucharlo. Hallándose una vez oculto detrás de un árbol, vio que se acercaba la
hechicera, y la oyó que gritaba, dirigiéndose a o alto:
“Verdezuela, Verdezuela,
Suéltame tu cabellera!”
Verdezuela soltó sus trenzas, y la bruja se encaramó a lo alto de la torre. "Si ésta es la
escalera para subir hasta allí," se dijo el príncipe, "también yo probaré fortuna." Y al día
siguiente, cuando ya comenzaba a oscurecer, encaminóse al pie de la torre y dijo:
“Verdezuela, Verdezuela,
Suéltame tu cabellera!
Enseguida descendió la trenza, y el príncipe subió. En el primer momento, Verdezuela se
asustó mucho al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el príncipe
le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó que su canto había impresionado de tal
manera su corazón, que ya no había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera
de subir a verla. Al escucharlo perdió Verdezuela el miedo, y cuando él le preguntó si lo
quería por esposo, viendo la muchacha que era joven y apuesto, pensó, "Me querrá más que
la vieja," y le respondió, poniendo la mano en la suya: "Sí; mucho deseo irme contigo; pero
no sé cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas, tráete una madeja de seda; con ellas
trenzaré una escalera y, cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu caballo."
Convinieron en que hasta entonces el príncipe acudiría todas las noches, ya que de día iba
la vieja. La hechicera nada sospechaba, hasta que un día Verdezuela le preguntó:
"Decidme, tía Gothel, ¿cómo es que me cuesta mucho más subiros a vos que al príncipe,
que está arriba en un santiamén?" - "¡Ah, malvada!" exclamó la bruja, "¿qué es lo que
oigo? Pensé que te había aislado de todo el mundo, y, sin embargo, me has engañado." Y,
furiosa, cogió las hermosas trenzas de Verdezuela, les dio unas vueltas alrededor de su
mano izquierda y, empujando unas tijeras con la derecha, zis, zas, en un abrir y cerrar de
ojos cerrar de ojos se las cortó, y tiró al suelo la espléndida cabellera. Y fue tan despiadada,
que condujo a la pobre Verdezuela a un lugar desierto, condenándola a una vida de
desolación y miseria.
El mismo día en que se había llevado a la muchacha, la bruja ató las trenzas cortadas al
gancho de la ventana, y cuando se presentó el príncipe y dijo:
“Verdezuela, Verdezuela,
Suéltame tu cabellera!
La bruja las soltó, y por ellas subió el hijo del Rey. Pero en vez de encontrar a su adorada
Verdezuela hallóse cara a cara con la hechicera, que lo miraba con ojos malignos y
perversos: "¡Ajá!" exclamó en tono de burla, "querías llevarte a la niña bonita; pero el
pajarillo ya no está en el nido ni volverá a cantar. El gato lo ha cazado, y también a ti te
sacará los ojos. Verdezuela está perdida para ti; jamás volverás a verla." El príncipe, fuera
de sí de dolor y desesperación, se arrojó desde lo alto de la torre. Salvó la vida, pero los
espinos sobre los que fue a caer se le clavaron en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante
por el bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas y llorando sin cesar la pérdida de su
amada mujercita. Y así anduvo sin rumbo por espacio de varios años, mísero y triste.
Blancanieves
Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de
una venta-na con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como
plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en
la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se
dijo.
-¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra
como la madera de ébano!
Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la
sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano. Por todo eso fue llamada
Blancanieves. Y al na-cer la niña, la reina murió.
Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y
no po-día soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando
se ponía frente a él, mirándose le preguntaba: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién
es la más hermosa de esta región?”. Entonces el espejo respondía: “La Reina es la más
hermosa de esta región”. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la
verdad. Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años
era tan bella co-mo la clara luz del día y aún más linda que la reina. Ocurrió que un día
cuando le preguntó al espejo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más
hermosa de esta región?”, el espejo respondió: “La Reina es la hermosa de este lugar,
pero la linda Blancanieves lo es mucho más”. Entonces la reina tuvo miedo y se puso
amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a Blancanieves el
corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y
su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba
reposo, ni de día ni de noche. Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo: “Lleva esa niña
al bosque; no quiero que aparezca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones
y su hígado como prueba”. El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el
corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó: “¡Mi buen cazador, no me
mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más”. Como era tan linda el
cazador tuvo piedad y dijo: “¡Corre, pues, mi pobre niña!” Pensaba, sin embargo, que las
fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si le
quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus
pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión.
El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los comió creyendo comer los pulmones y el
hígado de Blancanieves. Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes
bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árboles la
asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros
filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían
ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para
descansar. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda
imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada
uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos
pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas
cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed,
Blancanieves comió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino
de cada vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. Pero
ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que
finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió.
Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y
extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete farolitos y vieron que alguien había
venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo:
“¿Quién se sentó en mi sillita?”. El segundo: “¿Quién comió en mi platito?” El tercero:
“¿Quién comió de mi pan?”. El cuarto: “¿Quién comió de mis legumbres?”. El quinto.
“¿Quién pinchó con mi tenedor?”. El sexto: “¿Quién cortó con mi cuchillo? El séptimo:
“¿Quién bebió en mi vaso?”. Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña
arruga en su cama y dijo: “¿Quién anduvo en mi lecho?”. Los otros acudieron y
exclamaron: “¡Alguien se ha acostado en el mío también!” Mi rando en el suyo, el séptimo
descubrió a Blancanieves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con
exclamaciones de asombro. Entonces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a
Blancanieves. “¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta niña!”. Y sintieron una alegría
tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo enano se
acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la noche. Al amanecer,
Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron
amables y le preguntaron. “¿Cómo te llamas?”. “Me llamo Blancanieves” -respondió ella.
“¿Cómo llegaste hasta nuestra casa?”. Entonces, ella les contó que su madrastra había
querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella permitiéndole correr durante
todo el día hasta encontrar la casita. Los enanos le dijeron: “Si quieres hacer la tarea de la
casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio
puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada. “Sí” -respondió Blancanieves- acepto de
todo corazón. Y se quedó con ellos. Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas
los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban
por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista. Durante todo el día la niña
permanecía sola; los buenos enanos la previnieron: “¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá
que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!”
La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de
Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso
ante el espejo y dijo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de
esta región?”. Entonces, el espejo respondió. Pero, pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más. La Reina es la más hermosa de este lugar
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que
el cazador la había engañado y de que Blancanieves vivía. Reflexionó y buscó un nuevo
modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región la envidia no
le daría tregua ni reposo. Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como
una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible. Así, disfrazada, atravesó las siete
montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó: “¡Vendo buena
mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!”
Blancanieves miró por la ventana y dijo: “Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?”.
“Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores”. La vieja sacó una
trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó: “Bien puedo dejar entrar a esta buena
mujer”. Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta. “¡Niña -
dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe”.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo.
Pero rápidamente la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó
como muerta. “Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella”. Y se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a la casa y se asustaron mucho al ver
a Blancanieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía.
Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco. Cuando los
enanos supieron lo que había pasado dijeron: “La vieja vendedora no era otra que la
malvada reina”.
Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó: “¡Espejito, espejito, de
mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Entonces, como la vez anterior,
respondió: “La Reina es la más hermosa de este lugar, pero pasando los bosques, en la casa
de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más”. Cuando oyó estas palabras toda la
sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que Blancanieves había
recobrado la vida. “Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer”. Y con la
ayuda de sortilegios, en los que era experta, fabricó un peine envenenado. Luego se
disfrazó tomando el aspecto de otra vieja. Así, vestida, atravesó las siete montañas y llegó a
la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó: “¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo!
¡Vendo!”. Blancanieves miró desde adentro y dijo: “Sigue tu camino; no puedo dejar entrar
a nadie, ni menos con lo que pasó antes”. “Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el
peine envenenado y levantándolo en el aire”. Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y
abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra la vieja le dilo: “Ahora te
voy a peinar como corresponde”. La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó
hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su
efecto y la pequeña cayó sin conocimiento. “¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-
ahora sí que acabé contigo!”. Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con
ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la
madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron,
Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le advirtieron una
vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie. En cuanto llegó a su casa la reina
se colocó frente al espejo y dijo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más
hermosa de esta región?”. Y el espejito, respondió nuevamente: La Reina es la más
hermosa de este lugar. Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda
Blancanieves lo es mucho más. “La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció
y tembló de cólera”. “Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la
vida a mí misma”. Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie
podía entrar y fabricó una manzana envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja
y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la
muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se disfrazó de campesina y
atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos. Golpeó. Blancanieves
sacó la cabeza por la ven-tana y dijo: “No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han
prohibido”. “No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te
voy a dar una”. “No -dijo Blancanieves- tampoco debo aceptar nada”. “¿Ternes que esté
envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y
yo la blanca”. La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja
contenía veneno. La bella manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina
comer no pudo resistir más, estiró la mano y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un
trozo en la boca, cayó muerta. Entonces la vieja la examinó con mirada horrible, rió muy
fuerte y dijo. “Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez
los enanos no podrán reanimarte!”. Vuelta a su casa interrogó al espejo: “¡Espejito, espejito
de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Y el espejo finalmente
respondió: “La Reina es la más hermosa de esta región”. Entonces su corazón envidioso
encontró reposo, si es que los corazones envidiosos pueden encontrar alguna vez reposo. A
la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin
que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna
cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y con
vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo. La
pusieron en una parihuela. Se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego
quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus
mejillas sonrosadas. Los enanos se dijeron: “No podemos ponerla bajo la negra tierra”. E
hicieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron
adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey.
Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para
cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y
más tarde una palomita. Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin
descomponerse; al contrario, parecía dormir, ya que siempre estaba blanca como la nieve,
roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.
Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a
pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y
leyó lo que estaba escrito en letras de oro. Entonces dijo a los enanos: “Dénme ese ataúd;
les daré lo que quieran a cambio”. “No lo daríamos por todo el oro del mundo” -
respondieron los enanos. “En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo, pues no puedo
vivir sin ver a Blancanieves”. La honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el
mundo. Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd.
El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos
tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana
envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera.
Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada. “¡Oh, Dios!,
¿dónde estoy? –exclamó”. “Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría”. Le contó lo
que había pasado y le dijo: “Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo al castillo de
mi padre; serás mi mujer”. Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se
preparó la boda con gran pompa y magnificencia. También fue invitada a la fiesta la
madrastra criminal de Blancanieves. Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el
espejo y preguntó: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta
región?”. El espejo respondió: “La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven
Reina lo es mucho más”. Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto
miedo, que no supo qué hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no
encontró reposo hasta no ver a la joven reina. Al entrar reconoció a Blancanieves y la
angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la dejaron clavada al piso sin poder
moverse. Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los
colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos
incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.
Los tres pelos de oro del diablo
Érase una vez una mujer muy pobre que dio a luz un niño. Como el pequeño vino al mundo
envuelto en la tela de la suerte, predijéronle que al cumplir los catorce años se casaría con la
hija del Rey. Ocurrió que unos días después el Rey pasó por el pueblo, sin darse a conocer, y
al preguntar qué novedades había, le respondieron:
- Uno de estos días ha nacido un niño con una tela de la suerte. A quien esto sucede, la
fortuna lo protege. También le han pronosticado que a los catorce años se casará con la hija
del Rey.
El Rey, que era hombre de corazón duro, se irritó al oír aquella profecía, y, yendo a encontrar
a los padres, les dijo con tono muy amable:
- Vosotros sois muy pobres; dejadme, pues, a vuestro hijo, que yo lo cuidaré.
Al principio, el matrimonio se negaba, pero al ofrecerles el forastero un buen bolso de oro,
pensaron: "Ha nacido con buena estrella; será, pues, por su bien" y, al fin, aceptaron y le
entregaron el niño.
El Rey lo metió en una cajita y prosiguió con él su camino, hasta que llegó al borde de un
profundo río. Arrojó al agua la caja, y pensó: "Así he librado a mi hija de un pretendiente bien
inesperado." Pero la caja, en lugar de irse al fondo, se puso a flotar como un barquito, sin que
entrara en ella ni una gota de agua. Y así continuó, corriente abajo, hasta cosa de dos millas
de la capital del reino, donde quedó detenida en la presa de un molino. Uno de los mozos, que
por fortuna se encontraba presente y la vio, sacó la caja con un gancho, creyendo encontrar
en ella algún tesoro. Al abrirla ofrecióse a su vista un hermoso chiquillo, alegre y vivaracho.
Llevólo el mozo al molinero Y su mujer, que, como no tenían hijos, exclamaron:
- ¡Es Dios que nos lo envía!
Y cuidaron con todo cariño al niño abandonado, el cual creció en edad, salud y buenas
cualidades.
He aquí que un día el Rey, sorprendido por una tempestad, entró a guarecerse en el molino y
preguntó a los molineros si aquel guapo muchacho era hijo suyo.
- No -respondieron ellos-, es un niño expósito; hace catorce años que lo encontramos en una
caja, en la presa del molino.
Comprendió el Rey que no podía ser otro sino aquel niño de la suerte que había arrojado al
río, y dijo.
- Buena gente, ¿dejaríais que el chico llevara una carta mía a la Señora Reina? Le daré en
pago dos monedas de oro.
- ¡Como mande el Señor Rey! -respondieron los dos viejos, y mandaron al mozo que se
preparase. El Rey escribió entonces una carta a la Reina, en los siguientes términos: "En
cuanto se presente el muchacho con esta carta, lo mandarás matar y enterrar, y esta orden
debe cumplirse antes de mi regreso."
Púsose el muchacho en camino con la carta, pero se extravió, y al anochecer llegó a un gran
bosque. Vio una lucecita en la oscuridad y se dirigió allí, resultando ser una casita muy
pequeña. Al entrar sólo había una anciana sentada junto al fuego, la cual asustóse al ver al
mozo y le dijo:
- ¿De dónde vienes y adónde vas?
- Vengo del molino -respondió él- y voy a llevar una carta a la Señora Reina. Pero como me
extravié, me gustaría pasar aquí la noche.
- ¡Pobre chico! -replicó la mujer-. Has venido a dar en una guarida de bandidos, y si vienen te
matarán.
- Venga quien venga, no tengo miedo -contestó el muchacho-. Estoy tan cansado que no
puedo dar un paso más - y, tendiéndose sobre un banco, se quedó dormido en el acto.
A poco llegaron los bandidos y preguntaron, enfurecidos, quién era el forastero que allí
dormía.
- ¡Ay! -dijo la anciana-, es un chiquillo inocente que se extravió en el bosque; lo he acogido por
compasión. Parece que lleva una carta para la Reina.
Los bandoleros abrieron el sobre y leyeron el contenido de la carta, es decir, la orden de que
se diera muerte al mozo en cuanto llegara. A pesar de su endurecido corazón, los ladrones se
apiadaron, y el capitán rompió la carta y la cambió por otra en la que ordenaba que al llegar el
muchacho lo casasen con la hija del Rey. Dejáronlo luego descansar tranquilamente en su
banco hasta la mañana, y, cuando se despertó, le dieron la carta y le mostraron el camino. La
Reina, al recibir y leer la misiva, se apresuró a cumplir lo que en ella se le mandaba: Organizó
una boda magnífica, y la princesa fue unida en matrimonio al favorito de la fortuna. Y como el
muchacho era guapo y apuesto, su esposa vivía feliz y satisfecha con él. Transcurrido algún
tiempo, regresó el Rey a palacio y vio que se había cumplido el vaticinio: el niño de la suerte
se había casado con su hija.
- ¿Cómo pudo ser eso? -preguntó-. En mi carta daba yo una orden muy distinta.
Entonces la Reina le presentó el escrito, para que leyera él mismo lo que allí decía. Leyó el
Rey la carta y se dio cuenta de que había sido cambiada por otra. Preguntó entonces al joven
qué había sucedido con el mensaje que le confiara, y por qué lo había sustituido por otro.
- No sé nada -respondió el muchacho-. Debieron cambiármela durante la noche, mientras
dormía en la casa del bosque.
- Esto no puede quedar así -dijo el Rey encolerizado-. Quien quiera conseguir a mi hija debe ir
antes al infierno y traerme tres pelos de oro de la cabeza del diablo. Si lo haces, conservarás a
mi hija.
Esperaba el Rey librarse de él para siempre con aquel encargo; pero el afortunado muchacho
respondió:
- Traeré los tres cabellos de oro. El diablo no me da miedo-. Se despidió de su esposa y
emprendió su peregrinación.
Condújolo su camino a una gran ciudad; el centinela de la puerta le preguntó cuál era su oficio
y qué cosas sabía.
- Yo lo sé todo -contestó el muchacho.
- En este caso podrás prestarnos un servicio -dijo el guarda-. Explícanos por qué la fuente de
la plaza, de la que antes manaba vino, se ha secado y ni siquiera da agua.
- Lo sabréis -afirmó el mozo-, pero os lo diré cuando vuelva.
Siguió adelante y llegó a una segunda ciudad, donde el guarda de la muralla le preguntó, a su
vez, cuál era su oficio y qué cosas sabía.
- Yo lo sé todo -repitió el muchacho.
- Entonces puedes hacernos un favor. Dinos por qué un árbol que tenemos en la ciudad, que
antes daba manzanas de oro, ahora no tiene ni hojas siquiera.
- Lo sabréis -respondió él-, pero os lo diré cuando vuelva.
Prosiguiendo su ruta, llegó a la orilla de un ancho y profundo río que había de cruzar.
Preguntóle el barquero qué oficio tenía y cuáles eran sus conocimientos.
- Lo sé todo -respondió él.
- Siendo así, puedes hacerme un favor -prosiguió el barquero-. Dime por qué tengo que estar
bogando eternamente de una a otra orilla, sin que nadie venga a relevarme.
- Lo sabrás -replicó el joven-, pero te lo diré cuando vuelva.
Cuando hubo cruzado el río, encontró la entrada del infierno. Todo estaba lleno de hollín; el
diablo había salido, pero su ama se hallaba sentada en un ancho sillón.
- ¿Qué quieres? -preguntó al mozo; y no parecía enfadada.
- Quisiera tres cabellos de oro de la cabeza del diablo -respondióle él-, pues sin ellos no podré
conservar a mi esposa.
- Mucho pides -respondió la mujer-. Si viene el diablo y te encuentra aquí, mal lo vas a pasar.
Pero me das lástima; veré de ayudarte.
Y, transformándolo en hormiga, le dijo:
- Disimúlate entre los pliegues de mi falda; aquí estarás seguro.
- Bueno -respondió él-, no está mal para empezar; pero es que, además, quisiera saber tres
cosas: por qué una fuente que antes manaba vino se ha secado y no da ni siquiera agua; por
qué un árbol que daba manzanas de oro no tiene ahora ni hojas, y por qué un barquero ha de
estar bogando sin parar de una a otra orilla, sin que nunca lo releven.
- Son preguntas muy difíciles de contestar -dijo la vieja-, pero tú quédate aquí tranquilo y
callado y presta atento oído a lo que diga el diablo cuando yo le arranque los tres cabellos de
oro.
Al anochecer llegó el diablo a casa, y ya al entrar notó que el aire no era puro:
- ¡Huelo, huelo a carne humana! -dijo-; aquí pasa algo extraño.
Y registró todos los rincones, buscando y rebuscando, pero no encontró nada. El ama le
increpó:
- Yo venga barrer y arreglar; pero apenas llegas tú, lo revuelves todo. Siempre tienes la carne
humana pegada en las narices. ¡Siéntate y cena, vamos!
Comió y bebió, y, como estaba cansado, puso la cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que
lo despiojara un poco.
A los pocos minutos dormía profundamente, resoplando y roncando. Entonces, la vieja le
agarró un cabello de oro y, arrancándoselo, lo puso a un lado. - ¡Uy! -gritó el diablo-, ¿qué
estás haciendo?
- He tenido un mal sueño -respondió la mujer- y te he tirado de los pelos.
- ¿Y qué has soñado? -preguntó el diablo.
- He soñado que una fuente de una plaza de la que manaba vino, se había secado y ni
siquiera salía agua de ella. ¿Quién tiene la culpa?
- ¡Oh, si lo supiesen! -contestó el diablo-. Hay un sapo debajo de una piedra de la fuente; si lo
matasen volvería a manar vino.
La vieja se puso a despiojar al diablo, hasta que lo vio nuevamente dormido, y roncando de un
modo que hacía vibrar los cristales de las ventanas. Arrancóle entonces el segundo cabello.
- ¡Uy!, ¿qué haces? -gritó el diablo, montando en cólera.
- No lo tomes a mal -excusóse la vieja- es que estaba soñando.
- ¿Y qué has soñado ahora?
- He soñado que en un cierto reino crecía un manzano que antes producía manzanas de oro,
y, en cambio, ahora ni hojas echa. ¿A qué se deberá esto?
- ¡Ah, si lo supiesen! -respondió el diablo-. En la raíz vive una rata que lo roe; si la matasen, el
árbol volvería a dar manzanas de oro; pero si no la matan, el árbol se secará del todo. Mas
déjame tranquilo con tus sueños; si vuelves a molestarme te daré un sopapo.
La mujer lo tranquilizó y siguió despiojándolo, hasta que lo vio otra vez dormido y lo oyó
roncar. Cogiéndole el tercer cabello, se lo arrancó de un tirón. El diablo se levantó de un salto,
vociferando y dispuesto a arrearle a la vieja; pero ésta logró apaciguarlo por tercera vez,
diciéndole:
- ¿Y qué puedo hacerle, si tengo pesadillas?
- ¿Qué has soñado, pues? -volvió a preguntar, lleno de curiosidad.
- He visto un barquero que se quejaba de tener que estar siempre bogando de una a otra
orilla, sin que nadie vaya a relevarlo. ¿Quién tiene la culpa?
- ¡Bah, el muy bobo! -respondió el diablo-. Si cuando le llegue alguien a pedirle que lo pase le
pone el remo en la mano, el otro tendrá que bogar y él quedará libre. Teniendo ya el ama los
tres cabellos de oro y habiéndole sonsacado la respuesta a las tres preguntas, dejó descansar
en paz al viejo ogro, que no se despertó hasta la madrugada.
Marchado que se hubo el diablo, la vieja sacó la hormiga del pliegue de su falda y devolvió al
hijo de la suerte su figura humana.
- Ahí tienes los tres cabellos de oro -díjole-; y supongo que oirías lo que el diablo respondió a
tus tres preguntas.
- Sí -replicó el mozo-, lo he oído y no lo olvidaré.
- Ya tienes, pues, lo que querías, y puedes volverte.
Dando las gracias a la vieja por su ayuda, salió el muchacho del infierno, muy contento del
éxito de su empresa. Al llegar al lugar donde estaba el barquero, pidióle éste la prometida
respuesta.
- Primero pásame -dijo el muchacho-, y te diré de qué manera puedes librarte-. Cuando
estuvieron en la orilla opuesta, le transmitió el consejo del diablo: - Al primero que venga a
pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano.
Siguió su camino y llegó a la ciudad del árbol estéril, donde le salió al encuentro el guarda, a
quien había prometido una respuesta. Repitióle las palabras del diablo: - Matad la rata que roe
la raíz y volverá a dar manzanas de oro.
Agradecióselo el guarda y le ofreció, en recompensa, dos asnos cargados de oro. Finalmente,
se presentó a las puertas de la otra ciudad, aquella en que se había secado la fuente, y dijo al
guarda lo que oyera al diablo:
- Hay un sapo bajo una piedra de la fuente. Buscadlo y matadlo y volveréis a tener vino en
abundancia.
Dióle las gracias el guarda, y, con ellas, otros dos asnos cargados de oro.
Al cabo, el afortunado mozo estuvo de regreso a palacio, junto a su esposa, que sintió una
gran alegría al verlo de nuevo, y a la que contó sus aventuras. Entregó al Rey los tres cabellos
de oro del diablo, y al reparar el monarca en los cuatro asnos con sus cargas de oro, díjole,
muy contento:
- Ya que has cumplido todas las condiciones, puedes quedarte con mi hija. Pero, querido
yerno, dime de dónde has sacado tanto oro. ¡Es un tesoro inmenso! - He cruzado un río -
respondióle el mozo- y lo he cogido de la orilla opuesta, donde hay oro en vez de arena.
- ¿Y no podría yo ir a buscar un poco? -preguntó el Rey, que era muy codicioso.
- Todo el que queráis -dijo el joven-. En el río hay un barquero que os pasará, y en la otra
margen podréis llenar los sacos.
El avaro rey se puso en camino sin perder tiempo, y al llegar al río hizo seña al barquero de
que lo pasara. El barquero le hizo montar en la barca, y, antes de llegar a la orilla opuesta.
poniéndole en la mano la pértiga, saltó a tierra. Desde aquel día, el Rey tiene que estar
bogando; es el castigo por sus pecados.
- ¿Y está bogando todavía?
- ¡Claro que sí! Nadie ha ido a quitarle la pértiga de la mano.
Hansel y Gretel
Erase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel, y
una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevamente matrimónio después de
que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero un día
una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la
malvada esposa del leñador le dijo: “No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno.
Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque
cuando salgamos a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los
dejaremos allí para que ya no encuentren su camino de regreso a casa. El leñador se
negó a esta idea porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque
morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo: “Tonto, ¿no te
das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de
hambre?”- Y tanto insistió la malvada mujer, que finalmente convenció a su marido de
abandonar a los niños en el bosque. Afortunadamente los niños estaban aún despiertos
y escucharon todo lo que planearon sus padres. “Gretel” dijo Hansel a su hermana:
“No te preocupes que ya tengo la solución”. A la mañana siguiente todo ocurrió como
se había planeado. La mujer levantó a los pequeños muy temprano, les dió un pedazo
de pan a cada uno y los cuatro emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el
leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín
para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y
sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría
que se perdieran dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa,
encendieron un fuego, sentaron a los niños en un árbol caido y les dijeron “Aguarden
aquí hasta que terminemos de trabajar”. Por largas horas los niños esperaron hasta
que se hizo de noche, ellos permanecieron junto al fuego tranquilos porque oían a lo
lejos un CLAP-CLAP, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía.
Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera
ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más oscura Gretel
decidió que era tiempo de volver, pero Hansel le dijo que debían esperar que saliera la
luna y así lo hicieron, cuando la luna iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel
fue como si hubiera delante de ellos un camino de plata.
A la mañana siguiente los dos niños golpearon la puerta de su padre; “¡Hemos
llegado!” gritaron los niños, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró
inmensamente, porque lamentaba mucho lo que había hecho.
Vivieron nuevamente los cuatro juntos un tiempo más, pero a los pocos días, una
hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no
quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la
única solución. Los niños oyeron esto una segunda vez, pero esta vez Hansel no pudo
salir a recojer los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta para
que los niños no se pudieran escapar. “No importa” le dijo Hansel a Gretel: “No te
preocupes, que algo se me ocurrirá mañana”, Aún no había salido el sol cuando los
cuatros dejaron la casa, Hansel fue dejando caer todo a lo largo del camino, las
miguitas del pan que le habían dado antes de partir la malvada madrastra.
Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, y esperaron mucho
tiempo allí sentados, cuando estaba oscureciendo quisieron volver a casa, Oh! que
gran sorpresa se llevaron los niños cuando comprobaron que todas las miguitas
dejadas por Hansel se las habían comido las aves del bosque y no quedaba ni una
solita.
Solos, con mucha hambre y llenos de miedo, los dos niños se encontraron en un
bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas
horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla
más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces!. Los
techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las
puertas de turrón, el camino de confites, “¡un verdadero manjar!” dijo Hansel quien
corrió hacia la casita diciendo a su hermana: “¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu
podrás comerte las ventanas!” Y así diciendo y corriendo, los niños se avalanzaron
sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosamente salía a su
encuentro una malvada bruja que inmediatamente los llamó y los invitó a seguir
“Veo que querían comer mi casa” dijo la bruja “Pues ahora ¡yo los voy a comer a
ustedes!” y los tomó prisioneros. Y así diciendo los examinó: “Tu, la niña” dijo mirando
a Gretel “me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro que está muy
flacucho y así no me lo puedo comer, pues solo lamería los huesos”. Y sin prestar
atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en un diminuto cuart o
esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Una noche
mientras la bruja dormía los niños empezaron a crear un plan. “Como la bruja es muy
corta de vista” dijo Gretel “cuando ella te pida que le muestres uno de sus dedos para
sentir si ya estas rellenito, tu lo que vas a sacar por entre los barrotes de la jaula es
este huesito de pollo, de forma tal que la bruja sienta lo huesudo de tu mano y decidía
esperar un tiempo más” y ambos estuvieron de acuerdo con la idea. Sin embargo, y
como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un mal día la bruja
vociferó: “Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el
día y sigue flaco como el día que llegó”. Entonces encendió y gigantesco horno le gritó
a Gretel, “métete dentro para ver si ya está caliente”, pero la niña, que sabía que en
realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela también, le replicó:
“No se como hacerlo”. “Quítate” grito la bruja, moviendo los brazos de lado a lado y
lanzando maldiciones a diestra y siniestra, “estoy fastidiada” le dijo: “Si serás tonta. Es
lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo” Y se metió dentro del horno. Gretel,
sin dudar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja
que, dando grandes gritos pedía que la sacaran de aquel gran horno, fue así como ese
día la bruja murió quemada en su propia trampa. Gretel corrió entonces junto a su
hermano y lo liberó de su prisión.
Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con
montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que
pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron y caminaron sin
descansar y finalmente dieron con la casa de su padre quien al verlos llegar se llenó de
júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que
lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se hubieron
reencontrado, les contó que la malvada esposa había muerto y que nunca más volvería
a lastimarlos, los niños entonces recordaron y vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos
ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.
El príncipe rana
En aquellos tiempos, cuando se cumplían todavía los deseos, vivía un rey, cuyas hijas
eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol,
que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro. Cerca del palacio del rey
había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo lilo, había una fuente;
cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla de la
fresca fuente; cuando iba a estar mucho tiempo, llevaba una bola de oro, que tiraba a
lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito.
Pero sucedió una vez que la bola de oro de la hija del rey no cayó en sus manos,
cuando la tiró a lo alto, sino que fue a parar al suelo y de allí rodó al agua. La hija del
rey la siguió con los ojos, pero la bola desapareció, y la fuente era muy honda, tan
honda que no se veía su fondo. Entonces comenzó a llorar, y lloraba cada vez más alto
y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, la dijo una voz:
-¿Qué tienes, hija del rey, que te lamentas de modo que puedes enternecer a una
piedra?
Miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que
sacaba del agua su asquerosa cabeza:
-¡Ah! ¿eres tú, vieja azotacharcos? -la dijo-; lloro por mi bola de oro, que se me ha
caído a la fuente.
-Tranquilízate y no llores -la contestó la rana-; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das,
si te devuelvo tu juguete?
-Lo que quieras, querida rana -la dijo-; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y
hasta la corona dorada que llevo puesta.
La rana contestó:
-Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada;
pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus
juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en
tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de
oro.
-¡Ah! -la dijo-; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro.
Pero pensó para sí: «¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus
iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres.»
La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al
fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en
la yerba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, le cogió y
se marchó con él saltando.
-¡Espera, espera! -la gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú.
Pero de poco la sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no la hizo caso,
corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su
fuente.
Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando
comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando
llegó arriba, llamó a la puerta y dijo:
-Hija del rey, la más pequeña, ábreme.
Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la
rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se
puso muy triste. El rey al ver su tristeza la preguntó:
-Hija mía, ¿qué tienes? ¿hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte?
-¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana.
-¿Qué te quiere la rana?
-¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se
me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de
haberme exigido promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera
salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar.
Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo:
-Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría
agua de la fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme.
Entonces dijo el rey:
-Debes cumplirla lo que la has prometido, ve y ábrela.
Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su
silla. Se colocó allí y dijo:
-Ponme encima de ti.
La niña vaciló hasta que lo mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla:
-Quiero subir encima de la mesa -y así que la puso allí, dijo-: Ahora acércame tu plato
dorado, para que podamos comer juntas.
Hízolo en seguida; pero se vio bien que no lo hacía de buena gana. La rana comió
mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo:
-Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos
juntas.
La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana,
que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el sapo se incomodó y dijo:
-No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad.
Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto
estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y la dijo:
-Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre.
La princesa se incomodó entonces mucho, la cogió y la tiró contra la pared con todas
sus fuerzas.
-Ahora descansarás, rana asquerosa.
Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y
amables, que fue desde entonces, por la voluntad de su padre, su querido compañero
y esposo y la refirió que había sido encantado por una mala hechicera y que nadie
podía sacarle de la fuente más que ella sola y que al día siguiente se marcharían a su
país.
Entonces durmieron hasta el otro día y en cuanto salió el sol se metieron en un coche
tirado por siete caballos blancos que llevaban plumas blancas en la cabeza y t enían por
riendas cadenas de oro; detrás iba el criado del joven rey, que era el fiel Enrique. El
fiel Enrique se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había
puesto tres varillas de hierro encima del corazón para que no saltase del dolor y la
tristeza. Pero el joven rey debía hacer el viaje en su coche: el fiel Enrique subió
después de ambos, se colocó detrás de ellos e iba lleno de alegría por la libertad de su
amo. Y cuando hubieron andado un poco del camino oyó el hijo del rey una cosa que
sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo:
-¿Enrique, se ha roto el coche?
-No señor, no se rompió,
es tan solo una varilla
de las que en mi corazón
para impedir se saltase
por la pena y el dolor
puse, mientras en la fuente
estabais, cual rana, vos.
Todavía volvió a sonar otra vez y otra vez en el camino y el hijo del rey creía siempre
que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban del corazón del fiel Enrique
porque su señor era libre y feliz.

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Cuentos de los hermanos grimm

  • 1. Cuentos de los hermanos Grimm La vieja del bosque Una pobre criada cruzaba cierto día un bosque acompañando a sus amos, y hallándose en lo más espeso, salieron de entre la maleza unos bandidos, que los asesinaron a todos menos a la muchacha, la cual, asustada, había saltado del coche para ocultarse detrás de un árbol. Cuando los bandoleros se hubieron alejado con el botín, salió ella de su escondrijo y contempló aquella enorme desgracia. Echándose a llorar amargamente, dijo: "¡Qué voy a hacer ahora, desdichada de mí! No sabré salir del bosque, en el que no vive un alma. Habré de morir de hambre." Y, por más que corrió de un lado a otro buscando un camino, no pudo hallar ninguno. Al anochecer sentóse al pie de un árbol y encomendóse a Dios, firmemente decidida a quedarse allí, pasara la que pasara. Al cabo de un rato llegó volando una palomita blanca, con una llavecita de oro en el pico. Depositándola en su mano, le dijo: - ¿Ves aquel gran árbol de allá? Tiene una cerradura; ábrela conesta llave. Dentro encontrarás comida en abundancia, y no tendrás que sufrir hambre. Dirigióse la muchacha al árbol, lo abrió y encontró dentro una escudilla llena de leche, y pan blanco en tal abundancia que no pudo comérselo todo. Una vez estuvo satisfecha, dijo: "Es la hora en que las gallinas suben a su palo. Me siento tan cansada que también yo me acostaría con gusto en mi cama." He aquí que volvió la palomita con otra llave de oro en el pico: - Abre aquel otro árbol - díjole -. Encontrarás en él una cama. Y, en efecto, al abrirlo apareció una hermosa y blanda camita. La joven rezó sus oraciones, pidiendo a Dios Nuestro Señor que la guardase durante la noche; seguidamente se metió en el lecho y se durmió. A la mañana siguiente apareció por tercera vez la palomita y le dijo: - Abre aquel árbol de allí y encontrarás vestidos - y, al hacerlo, salieron vestidos magníficos, adornados con oro y pedrería, dignos de la más encumbrada princesa. Y la muchacha vivió allí una temporada, presentándose la palomita todos los días para atender las necesidades de la muchacha. Y era de verdad una vida buena y tranquila.
  • 2. Pero un día le preguntó la paloma: - ¿Quieres hacer algo por mí? - Con toda mi alma - respondió la muchacha. Díjole entonces la palomita: - Te llevaré a una casa muy pequeña. Entrarás y, junto al hogar, estará sentada una vieja que te dirá: "Buenos días." Pero tú no respondas, haga lo que haga, sino que te diriges hacia la derecha, donde hay una puerta. La abres, y te encontrarás en un aposento con una mesa, sobre la cual verás un montón de anillos de todas clases. Los hay magníficos, con centelleantes piedras preciosas; pero déjalos. Busca, en cambio, uno muy sencillo que ha de estar entre ellos. Cógelo y tráemelo lo más rápidamente que puedas. Encaminóse la muchacha a la casita y entró. Allí estaba la vieja, que, al verla, abriendo unos ojos como naranjas, le dijo: - Buenos días, hija mía. Pero ella no respondió y se dirigió a la puerta. - ¿Adónde vas? - exclamó la vieja, reteniéndola por la falda -. Ésta es mi casa, y nadie puede entrar sin mi permiso. Pero la muchacha no abrió la boca, y soltándose de una sacudida, entró en la habitación. Sobre la mesa había una grancantidad de sortijas que brillaban y refulgían como estrellas. Esparciólas todas buscando la sencilla; mas no aparecía por ninguna parte. Mientras estaba así ocupada, vio que la vieja se escabullía con una jaula que encerraba un pájaro. Corriendo a ella, quitóle de la mano la jaula. El pájaro tenía en el pico el anillo que buscaba. Apoderóse de él y se apresuró a salir de la casa, pensando que acudiría la palomita a buscar la sortija: pero no fue así. Apoyóse entonces en un árbol, dispuesta a aguardar la llegada de la paloma, y, mientras estaba de tal guisa, parecióle como si el árbol se volviera blando y flexible, y bajara las ramas. Y, de pronto, las ramas le rodearon el cuerpo y se transformaron en dos brazos, y, al volverse ella, vio que el árbol era un apuesto doncel que, abrazándola y besándola, le dijo: - Me has redimido y librado del poder de la vieja, que es una malvada bruja. Me había transformado en árbol, y todos los días me convertía por dos horas en una paloma blanca, sin que pudiese yo recobrar la figura humana mientras ella estuviese en posesión del anillo. Quedaron desencantados al mismo tiempo sus criados y caballos, todos ellos transformados también en árboles, y todos juntos se marcharon a su reino, pues se trataba del hijo de un rey. Allí se casaron la muchacha y el príncipe, y vivieron felices.
  • 3. La cenicienta Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su hija única y la dijo: -Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré. Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo. La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana. No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma, váyase a la cocina con la criada. -La quitaron sus vestidos buenos, la pusieron una basquiña remendada y vieja y la dieron unos zuecos. -¡Qué sucia está la orgullosa princesa! -decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde por la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus hermanas la hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y la vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba recostada al lado del hogar, y como siempre estaba, llena de polvo y ceniza, la llamaban la Cenicienta. Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían las trajese. -Un bonito vestido -dijo la una. -Una buena sortija, -añadió la segunda. -Y tú Cenicienta, ¿qué quieres? la dijo. Padre, traedme la primera rama que encontréis en el camino. -Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas, y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama de zarza, y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto la concedía el pajarillo lo que deseaba. Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días, e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y la dijeron. -Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una boda al palacio del rey. La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra se lo
  • 4. permitiese. -Cenicienta, la dijo: estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a una boda? ¿No tienes vestidos ni zapatos y quieres bailar? -Pero como insistiese en sus súplicas, la dijo por último: -Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes de dos horas, vendrás con nosotras: -La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo: -Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Las buenas en el puchero,las malas en el caldero. Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que acabaron por bajarse a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los restantes pájaros comenzaron también a decir pi, pi, y pusieron todos los granos buenos en el plato. Aun no había trascurrido una hora, y ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó entonces la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero la dijo: -No, Cenicienta, no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras; mas viendo que lloraba añadió: -Si puedes recoger de entre la ceniza dos platos llenos de lentejas en una hora, irás con nosotras. -Creyendo en su interior, que no podría hacerlo, vertió los dos platos de lentejas en la ceniza y se marchó, pero la joven salió entonces al jardín por la puerta trasera y volvió a decir: -Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Las buenas en el puchero, las malas en el caldero. Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas, y por último comenzaron a revolotear alredor del hogar todos los pájaros del cielo que acabaron por bajarse a la ceniza y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los demás pájaros comenzaron a decir también pi, pi, y pusieron todas las lentejas buenas en el plato, y aun no había trascurrido media hora, cuando ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo la permitiría ir a la boda, pero la dijo: -Todo es inútil, no puedes venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de nosotras. -La volvió entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas. En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del árbol, y comenzó a decir: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido. El pájaro la dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó a la boda; sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro, y ni aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo
  • 5. estaría mondando lentejas sentada en el hogar. Salió a su encuentro el hijo del rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndola bailar con nadie, pues no la soltó de la mano, y si se acercaba algún otro a invitarla, le decía: -es mi pareja. Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe la dijo: -Iré contigo y te acompañaré: -pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y saltó al palomar, entonces aguardó el hijo del rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella extranjera había saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro, y cuando llegaron a la casa de la Cenicienta, la encontraron sentada en el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en la chimenea, pues la Cenicienta había entrado y salido muy ligera en el palomar y corrido hacia el sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se fue a sentar con su basquiña gris a la cocina. Al día siguiente; cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta y se marcharon sus padres y hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido. Diola entonces el pájaro un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y cuando se presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su extraordinaria belleza; el príncipe que la estaba aguardando la cogió de la mano y bailó toda la noche con ella; cuando iba algún otro a invitarla, decía: -Es mi pareja. Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del rey la siguió para ver la casa en que entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había en él un hermoso árbol muy grande, del cuál colgaban hermosas peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por dónde había ido, pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo: -La doncella extranjera se me ha escapado; me parece que ha saltado el peral. El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mandó traer una hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa, estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues había saltado por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre, donde dejó al pájaro sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris. Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también la Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido.
  • 6. Diola entonces el pájaro un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que ninguno de los anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y cuando se presentó en la boda con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro; el príncipe bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a invitarla, le decía: -Es mi pareja. Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en acompañarla, mas se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del rey había mandado untar toda la escalera de pez y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; levantole el príncipe y vio que era muy pequeño, bonito y todo de oro. Al día siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le dijo: -He decidido sea mi esposa a la que venga bien este zapato de oro. -Alegráronse mucho las dos hermanas porque tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el zapato en su cuarto para probársele, su madre estaba a su lado, pero no se le podía meter, porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño; al verlo la dijo su madre alargándola un cuchillo: -Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie: -La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el hijo del rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia, y se marchó con ella, pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su padrastro, en cuyo árbol había dos palomas, que comenzaron a decir. No sigas más adelante, detente a ver un instante, que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño. Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa a la novia fingida y dijo no era la que había pedido, que se probase el zapato la otra hermana. Entró ésta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón era demasiado grueso; entonces su madre la alargó un cuchillo y la dijo: -Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie. -La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir: No sigas más adelante, detente a ver un instante, que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño. Se detuvo, la miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su casa a la novia fingida: -Tampoco es esta la que busco, dijo: -¿Tenéis otra hija? -No, contestó el marido; de mi primera mujer tuve una pobre chica, a que llamamos la Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscáis. -El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó: -No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.- Se empeñó sin embargo en que saliera
  • 7. y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después a presencia del príncipe que la alargó el zapato de oro; se sentó en su banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato que la venía perfectamente, y cuando se levantó y la vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él, y dijo: -Esta es mi verdadera novia. -La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su caballo y se marchó con ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas blancas. Sigue, príncipe, sigue adelante sin parar un solo instante, pues ya encontraste el dueño del zapatito pequeño. Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta, una en el derecho y otra en el izquierdo. Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda, y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a la menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una un ojo; a su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su falsedad y envidia. Verdezuela (Rapunzel) Había una vez un hombre y una mujer que vivían solos y desconsolados por no tener hijos, hasta que, por fin, la mujer concibió la esperanza de que Dios Nuestro Señor se disponía a satisfacer su anhelo. La casa en que vivían tenía en la pared trasera una ventanita que daba a un magnífico jardín, en el que crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya que pertenecía a una bruja muy poderosa y temida de todo el mundo. Un día asomóse la mujer a aquella ventana a contemplar el jardín, y vio un bancal plantado de hermosísimas verdezuelas, tan frescas y verdes, que despertaron en ella un violento antojo de comerlas. El antojo fue en aumento cada día que pasaba, y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo la color y desmirriándose, a ojos vistas. Viéndola tan desmejorada, le preguntó asustado su marido: "¿Qué te ocurre, mujer?" - "¡Ay!" exclamó ella, "me moriré si no puedo comer las verdezuelas del jardín que hay detrás de nuestra casa". El hombre, que quería mucho a su esposa, pensó: "Antes que dejarla morir conseguiré las verdezuelas, cueste lo que cueste." Y, al anochecer, saltó el muro del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un puñado de verdezuelas y las llevó a su mujer. Ésta se preparó enseguida una ensalada y se la comió muy a gusto; y tanto le y tanto le gustaron, que, al día siguiente, su afán era tres veces más intenso. Si quería gozar de paz, el marido debía saltar nuevamente al jardín. Y así lo hizo,
  • 8. al anochecer. Pero apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un terrible sobresalto, pues vio surgir ante sí la bruja. "¿Cómo te atreves," díjole ésta con mirada iracunda, "a entrar cual un ladrón en mi jardín y robarme las verdezuelas? Lo pagarás muy caro." - "¡Ay!" respondió el hombre, "tened compasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran necesidad: mi esposa vio desde la ventana vuestras verdezuelas y sintió un antojo tan grande de comerlas, que si no las tuviera se moriría." La hechicera se dejó ablandar y le dijo: "Si es como dices, te dejaré coger cuantas verdezuelas quieras, con una sola condición: tienes que darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré como una madre." Tan apurado estaba el hombre, que se avino a todo y, cuando nació el hijo, que era una niña, presentóse la bruja y, después de ponerle el nombre de Verdezuela; se la llevó. Verdezuela era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana. Cuando la bruja quería entrar, colocábase al pie y gritaba: “Verdezuela, Verdezuela, Suéltame tu cabellera! Verdezuela tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro. Cuando oía la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en torno a un gancho de la ventana y las dejaba colgantes: y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas. Al cabo de algunos años, sucedió que el hijo del Rey, encontrándose en el bosque, acertó a pasar junto a la torre y oyó un canto tan melodioso, que hubo de detenerse a escucharlo. Era Verdezuela, que entretenía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz. El príncipe quiso subir hasta ella y buscó la puerta de la torre, pero, no encontrando ninguna, se volvió a palacio. No obstante, aquel canto lo había arrobado de tal modo, que todos los días iba al bosque a escucharlo. Hallándose una vez oculto detrás de un árbol, vio que se acercaba la hechicera, y la oyó que gritaba, dirigiéndose a o alto: “Verdezuela, Verdezuela, Suéltame tu cabellera!” Verdezuela soltó sus trenzas, y la bruja se encaramó a lo alto de la torre. "Si ésta es la escalera para subir hasta allí," se dijo el príncipe, "también yo probaré fortuna." Y al día siguiente, cuando ya comenzaba a oscurecer, encaminóse al pie de la torre y dijo: “Verdezuela, Verdezuela, Suéltame tu cabellera! Enseguida descendió la trenza, y el príncipe subió. En el primer momento, Verdezuela se asustó mucho al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el príncipe le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó que su canto había impresionado de tal manera su corazón, que ya no había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera de subir a verla. Al escucharlo perdió Verdezuela el miedo, y cuando él le preguntó si lo quería por esposo, viendo la muchacha que era joven y apuesto, pensó, "Me querrá más que la vieja," y le respondió, poniendo la mano en la suya: "Sí; mucho deseo irme contigo; pero no sé cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas, tráete una madeja de seda; con ellas
  • 9. trenzaré una escalera y, cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu caballo." Convinieron en que hasta entonces el príncipe acudiría todas las noches, ya que de día iba la vieja. La hechicera nada sospechaba, hasta que un día Verdezuela le preguntó: "Decidme, tía Gothel, ¿cómo es que me cuesta mucho más subiros a vos que al príncipe, que está arriba en un santiamén?" - "¡Ah, malvada!" exclamó la bruja, "¿qué es lo que oigo? Pensé que te había aislado de todo el mundo, y, sin embargo, me has engañado." Y, furiosa, cogió las hermosas trenzas de Verdezuela, les dio unas vueltas alrededor de su mano izquierda y, empujando unas tijeras con la derecha, zis, zas, en un abrir y cerrar de ojos cerrar de ojos se las cortó, y tiró al suelo la espléndida cabellera. Y fue tan despiadada, que condujo a la pobre Verdezuela a un lugar desierto, condenándola a una vida de desolación y miseria. El mismo día en que se había llevado a la muchacha, la bruja ató las trenzas cortadas al gancho de la ventana, y cuando se presentó el príncipe y dijo: “Verdezuela, Verdezuela, Suéltame tu cabellera! La bruja las soltó, y por ellas subió el hijo del Rey. Pero en vez de encontrar a su adorada Verdezuela hallóse cara a cara con la hechicera, que lo miraba con ojos malignos y perversos: "¡Ajá!" exclamó en tono de burla, "querías llevarte a la niña bonita; pero el pajarillo ya no está en el nido ni volverá a cantar. El gato lo ha cazado, y también a ti te sacará los ojos. Verdezuela está perdida para ti; jamás volverás a verla." El príncipe, fuera de sí de dolor y desesperación, se arrojó desde lo alto de la torre. Salvó la vida, pero los espinos sobre los que fue a caer se le clavaron en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante por el bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas y llorando sin cesar la pérdida de su amada mujercita. Y así anduvo sin rumbo por espacio de varios años, mísero y triste. Blancanieves Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo. -¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano! Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano. Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la niña, la reina murió. Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-día soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién
  • 10. es la más hermosa de esta región?”. Entonces el espejo respondía: “La Reina es la más hermosa de esta región”. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella co-mo la clara luz del día y aún más linda que la reina. Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”, el espejo respondió: “La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más”. Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche. Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo: “Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como prueba”. El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó: “¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más”. Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo: “¡Corre, pues, mi pobre niña!” Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves. Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árboles la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves comió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió. Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete farolitos y vieron que alguien había venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo: “¿Quién se sentó en mi sillita?”. El segundo: “¿Quién comió en mi platito?” El tercero: “¿Quién comió de mi pan?”. El cuarto: “¿Quién comió de mis legumbres?”. El quinto. “¿Quién pinchó con mi tenedor?”. El sexto: “¿Quién cortó con mi cuchillo? El séptimo: “¿Quién bebió en mi vaso?”. Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama y dijo: “¿Quién anduvo en mi lecho?”. Los otros acudieron y exclamaron: “¡Alguien se ha acostado en el mío también!” Mi rando en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanieves, acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Entonces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves. “¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta niña!”. Y sintieron una alegría
  • 11. tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la noche. Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron. “¿Cómo te llamas?”. “Me llamo Blancanieves” -respondió ella. “¿Cómo llegaste hasta nuestra casa?”. Entonces, ella les contó que su madrastra había querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita. Los enanos le dijeron: “Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada. “Sí” -respondió Blancanieves- acepto de todo corazón. Y se quedó con ellos. Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista. Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron: “¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!” La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Entonces, el espejo respondió. Pero, pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. La Reina es la más hermosa de este lugar La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que el cazador la había engañado y de que Blancanieves vivía. Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible. Así, disfrazada, atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó: “¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!” Blancanieves miró por la ventana y dijo: “Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?”. “Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores”. La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó: “Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer”. Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta. “¡Niña - dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe”. Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápidamente la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta. “Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella”. Y se fue. Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blancanieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco. Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron: “La vieja vendedora no era otra que la malvada reina”. Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó: “¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Entonces, como la vez anterior, respondió: “La Reina es la más hermosa de este lugar, pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más”. Cuando oyó estas palabras toda la sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que Blancanieves había
  • 12. recobrado la vida. “Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer”. Y con la ayuda de sortilegios, en los que era experta, fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó tomando el aspecto de otra vieja. Así, vestida, atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó: “¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!”. Blancanieves miró desde adentro y dijo: “Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie, ni menos con lo que pasó antes”. “Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantándolo en el aire”. Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra la vieja le dilo: “Ahora te voy a peinar como corresponde”. La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento. “¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer- ahora sí que acabé contigo!”. Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le advirtieron una vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie. En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Y el espejito, respondió nuevamente: La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. “La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera”. “Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma”. Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos. Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ven-tana y dijo: “No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido”. “No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una”. “No -dijo Blancanieves- tampoco debo aceptar nada”. “¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y yo la blanca”. La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. La bella manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir más, estiró la mano y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta. Entonces la vieja la examinó con mirada horrible, rió muy fuerte y dijo. “Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán reanimarte!”. Vuelta a su casa interrogó al espejo: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. Y el espejo finalmente respondió: “La Reina es la más hermosa de esta región”. Entonces su corazón envidioso encontró reposo, si es que los corazones envidiosos pueden encontrar alguna vez reposo. A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo. La pusieron en una parihuela. Se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas. Los enanos se dijeron: “No podemos ponerla bajo la negra tierra”. E hicieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ángulos, la pusieron
  • 13. adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey. Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y más tarde una palomita. Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al contrario, parecía dormir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano. Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba escrito en letras de oro. Entonces dijo a los enanos: “Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio”. “No lo daríamos por todo el oro del mundo” - respondieron los enanos. “En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo, pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves”. La honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el mundo. Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada. “¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? –exclamó”. “Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría”. Le contó lo que había pasado y le dijo: “Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo al castillo de mi padre; serás mi mujer”. Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran pompa y magnificencia. También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Después de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó: “¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?”. El espejo respondió: “La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho más”. Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al principio no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo hasta no ver a la joven reina. Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la dejaron clavada al piso sin poder moverse. Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte. Los tres pelos de oro del diablo Érase una vez una mujer muy pobre que dio a luz un niño. Como el pequeño vino al mundo envuelto en la tela de la suerte, predijéronle que al cumplir los catorce años se casaría con la hija del Rey. Ocurrió que unos días después el Rey pasó por el pueblo, sin darse a conocer, y al preguntar qué novedades había, le respondieron: - Uno de estos días ha nacido un niño con una tela de la suerte. A quien esto sucede, la fortuna lo protege. También le han pronosticado que a los catorce años se casará con la hija del Rey. El Rey, que era hombre de corazón duro, se irritó al oír aquella profecía, y, yendo a encontrar a los padres, les dijo con tono muy amable: - Vosotros sois muy pobres; dejadme, pues, a vuestro hijo, que yo lo cuidaré. Al principio, el matrimonio se negaba, pero al ofrecerles el forastero un buen bolso de oro, pensaron: "Ha nacido con buena estrella; será, pues, por su bien" y, al fin, aceptaron y le entregaron el niño.
  • 14. El Rey lo metió en una cajita y prosiguió con él su camino, hasta que llegó al borde de un profundo río. Arrojó al agua la caja, y pensó: "Así he librado a mi hija de un pretendiente bien inesperado." Pero la caja, en lugar de irse al fondo, se puso a flotar como un barquito, sin que entrara en ella ni una gota de agua. Y así continuó, corriente abajo, hasta cosa de dos millas de la capital del reino, donde quedó detenida en la presa de un molino. Uno de los mozos, que por fortuna se encontraba presente y la vio, sacó la caja con un gancho, creyendo encontrar en ella algún tesoro. Al abrirla ofrecióse a su vista un hermoso chiquillo, alegre y vivaracho. Llevólo el mozo al molinero Y su mujer, que, como no tenían hijos, exclamaron: - ¡Es Dios que nos lo envía! Y cuidaron con todo cariño al niño abandonado, el cual creció en edad, salud y buenas cualidades. He aquí que un día el Rey, sorprendido por una tempestad, entró a guarecerse en el molino y preguntó a los molineros si aquel guapo muchacho era hijo suyo. - No -respondieron ellos-, es un niño expósito; hace catorce años que lo encontramos en una caja, en la presa del molino. Comprendió el Rey que no podía ser otro sino aquel niño de la suerte que había arrojado al río, y dijo. - Buena gente, ¿dejaríais que el chico llevara una carta mía a la Señora Reina? Le daré en pago dos monedas de oro. - ¡Como mande el Señor Rey! -respondieron los dos viejos, y mandaron al mozo que se preparase. El Rey escribió entonces una carta a la Reina, en los siguientes términos: "En cuanto se presente el muchacho con esta carta, lo mandarás matar y enterrar, y esta orden debe cumplirse antes de mi regreso." Púsose el muchacho en camino con la carta, pero se extravió, y al anochecer llegó a un gran bosque. Vio una lucecita en la oscuridad y se dirigió allí, resultando ser una casita muy pequeña. Al entrar sólo había una anciana sentada junto al fuego, la cual asustóse al ver al mozo y le dijo: - ¿De dónde vienes y adónde vas? - Vengo del molino -respondió él- y voy a llevar una carta a la Señora Reina. Pero como me extravié, me gustaría pasar aquí la noche. - ¡Pobre chico! -replicó la mujer-. Has venido a dar en una guarida de bandidos, y si vienen te matarán. - Venga quien venga, no tengo miedo -contestó el muchacho-. Estoy tan cansado que no puedo dar un paso más - y, tendiéndose sobre un banco, se quedó dormido en el acto. A poco llegaron los bandidos y preguntaron, enfurecidos, quién era el forastero que allí dormía. - ¡Ay! -dijo la anciana-, es un chiquillo inocente que se extravió en el bosque; lo he acogido por compasión. Parece que lleva una carta para la Reina. Los bandoleros abrieron el sobre y leyeron el contenido de la carta, es decir, la orden de que se diera muerte al mozo en cuanto llegara. A pesar de su endurecido corazón, los ladrones se apiadaron, y el capitán rompió la carta y la cambió por otra en la que ordenaba que al llegar el muchacho lo casasen con la hija del Rey. Dejáronlo luego descansar tranquilamente en su banco hasta la mañana, y, cuando se despertó, le dieron la carta y le mostraron el camino. La Reina, al recibir y leer la misiva, se apresuró a cumplir lo que en ella se le mandaba: Organizó una boda magnífica, y la princesa fue unida en matrimonio al favorito de la fortuna. Y como el muchacho era guapo y apuesto, su esposa vivía feliz y satisfecha con él. Transcurrido algún tiempo, regresó el Rey a palacio y vio que se había cumplido el vaticinio: el niño de la suerte se había casado con su hija. - ¿Cómo pudo ser eso? -preguntó-. En mi carta daba yo una orden muy distinta. Entonces la Reina le presentó el escrito, para que leyera él mismo lo que allí decía. Leyó el Rey la carta y se dio cuenta de que había sido cambiada por otra. Preguntó entonces al joven qué había sucedido con el mensaje que le confiara, y por qué lo había sustituido por otro. - No sé nada -respondió el muchacho-. Debieron cambiármela durante la noche, mientras
  • 15. dormía en la casa del bosque. - Esto no puede quedar así -dijo el Rey encolerizado-. Quien quiera conseguir a mi hija debe ir antes al infierno y traerme tres pelos de oro de la cabeza del diablo. Si lo haces, conservarás a mi hija. Esperaba el Rey librarse de él para siempre con aquel encargo; pero el afortunado muchacho respondió: - Traeré los tres cabellos de oro. El diablo no me da miedo-. Se despidió de su esposa y emprendió su peregrinación. Condújolo su camino a una gran ciudad; el centinela de la puerta le preguntó cuál era su oficio y qué cosas sabía. - Yo lo sé todo -contestó el muchacho. - En este caso podrás prestarnos un servicio -dijo el guarda-. Explícanos por qué la fuente de la plaza, de la que antes manaba vino, se ha secado y ni siquiera da agua. - Lo sabréis -afirmó el mozo-, pero os lo diré cuando vuelva. Siguió adelante y llegó a una segunda ciudad, donde el guarda de la muralla le preguntó, a su vez, cuál era su oficio y qué cosas sabía. - Yo lo sé todo -repitió el muchacho. - Entonces puedes hacernos un favor. Dinos por qué un árbol que tenemos en la ciudad, que antes daba manzanas de oro, ahora no tiene ni hojas siquiera. - Lo sabréis -respondió él-, pero os lo diré cuando vuelva. Prosiguiendo su ruta, llegó a la orilla de un ancho y profundo río que había de cruzar. Preguntóle el barquero qué oficio tenía y cuáles eran sus conocimientos. - Lo sé todo -respondió él. - Siendo así, puedes hacerme un favor -prosiguió el barquero-. Dime por qué tengo que estar bogando eternamente de una a otra orilla, sin que nadie venga a relevarme. - Lo sabrás -replicó el joven-, pero te lo diré cuando vuelva. Cuando hubo cruzado el río, encontró la entrada del infierno. Todo estaba lleno de hollín; el diablo había salido, pero su ama se hallaba sentada en un ancho sillón. - ¿Qué quieres? -preguntó al mozo; y no parecía enfadada. - Quisiera tres cabellos de oro de la cabeza del diablo -respondióle él-, pues sin ellos no podré conservar a mi esposa. - Mucho pides -respondió la mujer-. Si viene el diablo y te encuentra aquí, mal lo vas a pasar. Pero me das lástima; veré de ayudarte. Y, transformándolo en hormiga, le dijo: - Disimúlate entre los pliegues de mi falda; aquí estarás seguro. - Bueno -respondió él-, no está mal para empezar; pero es que, además, quisiera saber tres cosas: por qué una fuente que antes manaba vino se ha secado y no da ni siquiera agua; por qué un árbol que daba manzanas de oro no tiene ahora ni hojas, y por qué un barquero ha de estar bogando sin parar de una a otra orilla, sin que nunca lo releven. - Son preguntas muy difíciles de contestar -dijo la vieja-, pero tú quédate aquí tranquilo y callado y presta atento oído a lo que diga el diablo cuando yo le arranque los tres cabellos de oro. Al anochecer llegó el diablo a casa, y ya al entrar notó que el aire no era puro: - ¡Huelo, huelo a carne humana! -dijo-; aquí pasa algo extraño. Y registró todos los rincones, buscando y rebuscando, pero no encontró nada. El ama le increpó: - Yo venga barrer y arreglar; pero apenas llegas tú, lo revuelves todo. Siempre tienes la carne humana pegada en las narices. ¡Siéntate y cena, vamos! Comió y bebió, y, como estaba cansado, puso la cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que lo despiojara un poco. A los pocos minutos dormía profundamente, resoplando y roncando. Entonces, la vieja le agarró un cabello de oro y, arrancándoselo, lo puso a un lado. - ¡Uy! -gritó el diablo-, ¿qué estás haciendo?
  • 16. - He tenido un mal sueño -respondió la mujer- y te he tirado de los pelos. - ¿Y qué has soñado? -preguntó el diablo. - He soñado que una fuente de una plaza de la que manaba vino, se había secado y ni siquiera salía agua de ella. ¿Quién tiene la culpa? - ¡Oh, si lo supiesen! -contestó el diablo-. Hay un sapo debajo de una piedra de la fuente; si lo matasen volvería a manar vino. La vieja se puso a despiojar al diablo, hasta que lo vio nuevamente dormido, y roncando de un modo que hacía vibrar los cristales de las ventanas. Arrancóle entonces el segundo cabello. - ¡Uy!, ¿qué haces? -gritó el diablo, montando en cólera. - No lo tomes a mal -excusóse la vieja- es que estaba soñando. - ¿Y qué has soñado ahora? - He soñado que en un cierto reino crecía un manzano que antes producía manzanas de oro, y, en cambio, ahora ni hojas echa. ¿A qué se deberá esto? - ¡Ah, si lo supiesen! -respondió el diablo-. En la raíz vive una rata que lo roe; si la matasen, el árbol volvería a dar manzanas de oro; pero si no la matan, el árbol se secará del todo. Mas déjame tranquilo con tus sueños; si vuelves a molestarme te daré un sopapo. La mujer lo tranquilizó y siguió despiojándolo, hasta que lo vio otra vez dormido y lo oyó roncar. Cogiéndole el tercer cabello, se lo arrancó de un tirón. El diablo se levantó de un salto, vociferando y dispuesto a arrearle a la vieja; pero ésta logró apaciguarlo por tercera vez, diciéndole: - ¿Y qué puedo hacerle, si tengo pesadillas? - ¿Qué has soñado, pues? -volvió a preguntar, lleno de curiosidad. - He visto un barquero que se quejaba de tener que estar siempre bogando de una a otra orilla, sin que nadie vaya a relevarlo. ¿Quién tiene la culpa? - ¡Bah, el muy bobo! -respondió el diablo-. Si cuando le llegue alguien a pedirle que lo pase le pone el remo en la mano, el otro tendrá que bogar y él quedará libre. Teniendo ya el ama los tres cabellos de oro y habiéndole sonsacado la respuesta a las tres preguntas, dejó descansar en paz al viejo ogro, que no se despertó hasta la madrugada. Marchado que se hubo el diablo, la vieja sacó la hormiga del pliegue de su falda y devolvió al hijo de la suerte su figura humana. - Ahí tienes los tres cabellos de oro -díjole-; y supongo que oirías lo que el diablo respondió a tus tres preguntas. - Sí -replicó el mozo-, lo he oído y no lo olvidaré. - Ya tienes, pues, lo que querías, y puedes volverte. Dando las gracias a la vieja por su ayuda, salió el muchacho del infierno, muy contento del éxito de su empresa. Al llegar al lugar donde estaba el barquero, pidióle éste la prometida respuesta. - Primero pásame -dijo el muchacho-, y te diré de qué manera puedes librarte-. Cuando estuvieron en la orilla opuesta, le transmitió el consejo del diablo: - Al primero que venga a pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano. Siguió su camino y llegó a la ciudad del árbol estéril, donde le salió al encuentro el guarda, a quien había prometido una respuesta. Repitióle las palabras del diablo: - Matad la rata que roe la raíz y volverá a dar manzanas de oro. Agradecióselo el guarda y le ofreció, en recompensa, dos asnos cargados de oro. Finalmente, se presentó a las puertas de la otra ciudad, aquella en que se había secado la fuente, y dijo al guarda lo que oyera al diablo: - Hay un sapo bajo una piedra de la fuente. Buscadlo y matadlo y volveréis a tener vino en abundancia. Dióle las gracias el guarda, y, con ellas, otros dos asnos cargados de oro. Al cabo, el afortunado mozo estuvo de regreso a palacio, junto a su esposa, que sintió una gran alegría al verlo de nuevo, y a la que contó sus aventuras. Entregó al Rey los tres cabellos de oro del diablo, y al reparar el monarca en los cuatro asnos con sus cargas de oro, díjole, muy contento:
  • 17. - Ya que has cumplido todas las condiciones, puedes quedarte con mi hija. Pero, querido yerno, dime de dónde has sacado tanto oro. ¡Es un tesoro inmenso! - He cruzado un río - respondióle el mozo- y lo he cogido de la orilla opuesta, donde hay oro en vez de arena. - ¿Y no podría yo ir a buscar un poco? -preguntó el Rey, que era muy codicioso. - Todo el que queráis -dijo el joven-. En el río hay un barquero que os pasará, y en la otra margen podréis llenar los sacos. El avaro rey se puso en camino sin perder tiempo, y al llegar al río hizo seña al barquero de que lo pasara. El barquero le hizo montar en la barca, y, antes de llegar a la orilla opuesta. poniéndole en la mano la pértiga, saltó a tierra. Desde aquel día, el Rey tiene que estar bogando; es el castigo por sus pecados. - ¿Y está bogando todavía? - ¡Claro que sí! Nadie ha ido a quitarle la pértiga de la mano. Hansel y Gretel Erase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel, y una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevamente matrimónio después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero un día una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la malvada esposa del leñador le dijo: “No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno. Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque cuando salgamos a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los dejaremos allí para que ya no encuentren su camino de regreso a casa. El leñador se negó a esta idea porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo: “Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de hambre?”- Y tanto insistió la malvada mujer, que finalmente convenció a su marido de abandonar a los niños en el bosque. Afortunadamente los niños estaban aún despiertos y escucharon todo lo que planearon sus padres. “Gretel” dijo Hansel a su hermana: “No te preocupes que ya tengo la solución”. A la mañana siguiente todo ocurrió como se había planeado. La mujer levantó a los pequeños muy temprano, les dió un pedazo de pan a cada uno y los cuatro emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría que se perdieran dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa, encendieron un fuego, sentaron a los niños en un árbol caido y les dijeron “Aguarden aquí hasta que terminemos de trabajar”. Por largas horas los niños esperaron hasta que se hizo de noche, ellos permanecieron junto al fuego tranquilos porque oían a lo lejos un CLAP-CLAP, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más oscura Gretel decidió que era tiempo de volver, pero Hansel le dijo que debían esperar que saliera la luna y así lo hicieron, cuando la luna iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel fue como si hubiera delante de ellos un camino de plata.
  • 18. A la mañana siguiente los dos niños golpearon la puerta de su padre; “¡Hemos llegado!” gritaron los niños, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente, porque lamentaba mucho lo que había hecho. Vivieron nuevamente los cuatro juntos un tiempo más, pero a los pocos días, una hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la única solución. Los niños oyeron esto una segunda vez, pero esta vez Hansel no pudo salir a recojer los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta para que los niños no se pudieran escapar. “No importa” le dijo Hansel a Gretel: “No te preocupes, que algo se me ocurrirá mañana”, Aún no había salido el sol cuando los cuatros dejaron la casa, Hansel fue dejando caer todo a lo largo del camino, las miguitas del pan que le habían dado antes de partir la malvada madrastra. Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, y esperaron mucho tiempo allí sentados, cuando estaba oscureciendo quisieron volver a casa, Oh! que gran sorpresa se llevaron los niños cuando comprobaron que todas las miguitas dejadas por Hansel se las habían comido las aves del bosque y no quedaba ni una solita. Solos, con mucha hambre y llenos de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces!. Los techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el camino de confites, “¡un verdadero manjar!” dijo Hansel quien corrió hacia la casita diciendo a su hermana: “¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás comerte las ventanas!” Y así diciendo y corriendo, los niños se avalanzaron sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosamente salía a su encuentro una malvada bruja que inmediatamente los llamó y los invitó a seguir “Veo que querían comer mi casa” dijo la bruja “Pues ahora ¡yo los voy a comer a ustedes!” y los tomó prisioneros. Y así diciendo los examinó: “Tu, la niña” dijo mirando a Gretel “me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro que está muy flacucho y así no me lo puedo comer, pues solo lamería los huesos”. Y sin prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en un diminuto cuart o esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Una noche mientras la bruja dormía los niños empezaron a crear un plan. “Como la bruja es muy corta de vista” dijo Gretel “cuando ella te pida que le muestres uno de sus dedos para sentir si ya estas rellenito, tu lo que vas a sacar por entre los barrotes de la jaula es este huesito de pollo, de forma tal que la bruja sienta lo huesudo de tu mano y decidía esperar un tiempo más” y ambos estuvieron de acuerdo con la idea. Sin embargo, y como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un mal día la bruja vociferó: “Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue flaco como el día que llegó”. Entonces encendió y gigantesco horno le gritó a Gretel, “métete dentro para ver si ya está caliente”, pero la niña, que sabía que en
  • 19. realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela también, le replicó: “No se como hacerlo”. “Quítate” grito la bruja, moviendo los brazos de lado a lado y lanzando maldiciones a diestra y siniestra, “estoy fastidiada” le dijo: “Si serás tonta. Es lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo” Y se metió dentro del horno. Gretel, sin dudar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos pedía que la sacaran de aquel gran horno, fue así como ese día la bruja murió quemada en su propia trampa. Gretel corrió entonces junto a su hermano y lo liberó de su prisión. Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron y caminaron sin descansar y finalmente dieron con la casa de su padre quien al verlos llegar se llenó de júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se hubieron reencontrado, les contó que la malvada esposa había muerto y que nunca más volvería a lastimarlos, los niños entonces recordaron y vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna. El príncipe rana En aquellos tiempos, cuando se cumplían todavía los deseos, vivía un rey, cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol, que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro. Cerca del palacio del rey había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo lilo, había una fuente; cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente; cuando iba a estar mucho tiempo, llevaba una bola de oro, que tiraba a lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito. Pero sucedió una vez que la bola de oro de la hija del rey no cayó en sus manos, cuando la tiró a lo alto, sino que fue a parar al suelo y de allí rodó al agua. La hija del rey la siguió con los ojos, pero la bola desapareció, y la fuente era muy honda, tan honda que no se veía su fondo. Entonces comenzó a llorar, y lloraba cada vez más alto y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, la dijo una voz: -¿Qué tienes, hija del rey, que te lamentas de modo que puedes enternecer a una piedra? Miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que sacaba del agua su asquerosa cabeza: -¡Ah! ¿eres tú, vieja azotacharcos? -la dijo-; lloro por mi bola de oro, que se me ha caído a la fuente.
  • 20. -Tranquilízate y no llores -la contestó la rana-; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das, si te devuelvo tu juguete? -Lo que quieras, querida rana -la dijo-; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y hasta la corona dorada que llevo puesta. La rana contestó: -Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro. -¡Ah! -la dijo-; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro. Pero pensó para sí: «¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres.» La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, le cogió y se marchó con él saltando. -¡Espera, espera! -la gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú. Pero de poco la sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no la hizo caso, corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente. Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta y dijo: -Hija del rey, la más pequeña, ábreme. Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza la preguntó: -Hija mía, ¿qué tienes? ¿hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte? -¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana. -¿Qué te quiere la rana?
  • 21. -¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de haberme exigido promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar. Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo: -Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría agua de la fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme. Entonces dijo el rey: -Debes cumplirla lo que la has prometido, ve y ábrela. Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla. Se colocó allí y dijo: -Ponme encima de ti. La niña vaciló hasta que lo mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla: -Quiero subir encima de la mesa -y así que la puso allí, dijo-: Ahora acércame tu plato dorado, para que podamos comer juntas. Hízolo en seguida; pero se vio bien que no lo hacía de buena gana. La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo: -Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos juntas. La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el sapo se incomodó y dijo: -No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad. Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y la dijo: -Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre. La princesa se incomodó entonces mucho, la cogió y la tiró contra la pared con todas sus fuerzas. -Ahora descansarás, rana asquerosa. Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y amables, que fue desde entonces, por la voluntad de su padre, su querido compañero
  • 22. y esposo y la refirió que había sido encantado por una mala hechicera y que nadie podía sacarle de la fuente más que ella sola y que al día siguiente se marcharían a su país. Entonces durmieron hasta el otro día y en cuanto salió el sol se metieron en un coche tirado por siete caballos blancos que llevaban plumas blancas en la cabeza y t enían por riendas cadenas de oro; detrás iba el criado del joven rey, que era el fiel Enrique. El fiel Enrique se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto tres varillas de hierro encima del corazón para que no saltase del dolor y la tristeza. Pero el joven rey debía hacer el viaje en su coche: el fiel Enrique subió después de ambos, se colocó detrás de ellos e iba lleno de alegría por la libertad de su amo. Y cuando hubieron andado un poco del camino oyó el hijo del rey una cosa que sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo: -¿Enrique, se ha roto el coche? -No señor, no se rompió, es tan solo una varilla de las que en mi corazón para impedir se saltase por la pena y el dolor puse, mientras en la fuente estabais, cual rana, vos. Todavía volvió a sonar otra vez y otra vez en el camino y el hijo del rey creía siempre que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban del corazón del fiel Enrique porque su señor era libre y feliz.