1. La mujer que intentó parar el ‘Brexit’
Gina Miller obligó a Theresa May a pasar por el
Parlamento para activar la salida de la UE. Ahora tiene
que llevar escolta
Ilustración. / VÍDEO: Declaraciones de Gina Miller, el pasado noviembre, cuando el
Tribunal Superior falló a su favor respecto al 'Brexit'. Costhanzo / REUTERS-EL PAÍS
La han amenazado con pegarle un tiro y meterla en un cubo de
basura. Le han llamado “orangután” y “puta”. El periódico The Sun
se refirió a ella como “una millonaria nacida en el extranjero” que
trata de subvertir la democracia británica. Y los jueces que le dieron
la razón son, según el Daily Mail, “enemigos del pueblo”. Al menos
tres personas han sido detenidas y otras 12 han sido investigadas por
amenazas serias contra ella. Ahora debe llevar escolta y se ha visto
obligada a modificar sus rutinas, incluida la de utilizar el transporte
público.
La propia Gina Miller, que decidió cuestionar ante los tribunales la
autoridad del Gobierno para iniciar el Brexit y ganó, se mostró
2. asombrada por “el nivel de abusos personales” que ha recibido “solo
por plantear una pregunta legítima”. Pero siguió adelante. Y lo que
sus atacantes no comprenden es que lo hizo precisamente por las
amenazas. Fueron estas, ha reconocido, las que la hacían más fuerte
y le convencían de que no debía abandonar.
Los abusos no son algo nuevo para Gina Miller, nacida hace 51 años
en una familia acomodada de lo que fue la Guyana británica.
Cuando tenía 10 años, sus padres la enviaron con su hermano a un
internado en el sur de Inglaterra, para ahorrarles la complicada
situación política que atravesaba su país. Su madre le dio un frasco
de su perfume favorito (L’Air du Temps, de Nina Ricci) para que lo
oliera cuando sintiera nostalgia. Pero el primer fin de semana sus
compañeras de internado vaciaron el frasco y lo llenaron de agua.
Fue el inicio de una rutina de acoso escolar que padeció.
A los 13 años el dinero dejó de llegar. Las circunstancias políticas
en Guyana le impedían a los padres seguir enviando giros. Así que
Gina y su hermano, dos años mayor, se trasladaron a un piso que
años atrás había adquirido su madre cerca de sus colegios. Gina
empezó a trabajar, después de clase y los fines de semana, como
limpiadora en hoteles y restaurantes. Sabedora de que, hasta que su
hermano cumpliera 16 años, sería ilegal vivir sin supervisión adulta,
Gina salía cada mañana a la calle vestida con trajes y tacones,
adquiridos en tiendas de beneficencia, para aparentar más edad. En
una gasolinera que había de camino, los cambiaba por el uniforme
escolar.
Terminado el colegio se matriculó en Derecho en una universidad
londinense pero abandonó antes de las exámenes finales, por una
dolorosa circunstancia personal que no ha hecho pública. A los 21
años se casó y se quedó embarazada de su primer hijo, que sufrió
daños cerebrales al nacer. A los 23, ya separada de su primer
marido, Miller vivía en un piso del este de Londres, madre soltera de
un hijo con discapacidad, trabajando de camarera en el Pizza
3. Express y repartiendo en la calle octavillas con ofertas de telefonía
móvil.
Hoy Miller es cofundadora de una firma de inversión privada de la
City y vive con su tercer esposo y sus hijos en una casa de siete
millones de libras en el exclusivo barrio de Chelsea. Pero su pasado
convierte en particularmente ofensivas las descalificaciones que la
retratan como un ejemplar prototípico de esa élite londinense alejada
de un pueblo cuyo mandato, expresado en el referéndum del 23 de
junio, desprecia y osa cuestionar.
La política y la ley están en su ADN, cortesía de un padre, fallecido
en 2013, que luchó contra el régimen guyanés de Forbes Burnham,
antes de convertirse en fiscal general. En 2012, Gina Miller creó con
su tercer marido, millonario gestor de fondos, una ONG que puso en
marcha una campaña por una mayor transparencia en el sector
financiero. Su intromisión en los intereses de la City le valió, entre
los ejecutivos de la milla cuadrada, el sobrenombre de “la viuda
negra”. De nuevo, lejos de dejarse intimidar por los ataques, los
abusos del sistema bancario vuelven a estar en su punto de mira,
según anunció en The Times.
Votante laborista —“estoy haciendo el trabajo que deberían hacer
ellos, es vergonzoso”—, Miller se implicó en la campaña por la
permanencia en la UE y estudió a conciencia el artículo 50 del
Tratado de Lisboa, que establece el mecanismo para la salida de un
Estado miembro de la UE. La noche del referéndum, se encontraba
en casa con su marido y sus hijos. El resto de la familia se acostó
pero ella siguió pegada a la televisión. Cuando su hijo de 11 años se
levantó de la cama llorando, dice Miller que sintió la necesidad de
actuar.
Cuatro días después pronunció una conferencia sobre diversidad en
la City. Charlando con uno de los socios de la firma de abogados
organizadora del evento, se dio cuenta de que no era la única que
pensaba que la legislación constitucional británica no permitía a la
4. primera ministra actuar en virtud de la prerrogativa real sin
consentimiento del Parlamento. También comprendió que si ella no
lo hacía, no lo haría nadie. Se pasó el verano leyendo jurisprudencia.
“En una habitación llena de hombres”, explicó en The Times, “tengo
que saber más que ellos”.
El resto, valga el lugar común, es historia. La que hizo Gina Miller
al ganar en el Supremo su causa contra el Gobierno y obligarle a
contar con la autorización del Parlamento para activar el Brexit.
Como se ha visto esta semana, en la que los diputados aprobaron por
amplia mayoría la activación del artículo 50, la victoria de Miller no
detendrá el proceso. Pero esa —se ha cansado de decirlo— no era su
intención. Lo que planteó, insiste, es “un tema legal, no político”.
Pero no por ello es menos trascendente.
La norma más fundamental del ordenamiento constitucional
británico es la soberanía del Parlamento. En el contexto del auge del
populismo, sostiene Miller, defender el proceso legal es importante.
“Principios fundamentales de nuestra Constitución, como el imperio
de la ley y la separación de poderes, proporcionan el marco en el que
el populismo puede expresarse y florecer”, escribía en un artículo en
New Statesman dirigido a estudiantes de Derecho. “Pero populismo
no es anarquía y, aunque es fácil comprender por qué muchos
desean pegar una patada al sistema, es menos claro qué cambios a
mejor están proponiendo. Para estudiantes y políticos, la lección es
clara: la política no existe en el vacío y nuestra Constitución es el
pegamento que mantiene a nuestra sociedad junta”.
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/02/07/actualidad/1486465653_925458.html?
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