1. TEXTOS PARA REFLEXIONAR
ÓSCAR ROMERO
Óscar Romero es hoy día en toda América Latina, y probablemen-
te en el mundo entero, el modelo de cristiano en el que más gente
se ha mirado y de quien más personas han aprendido a responder
con fuerza y con valentía a le fe en Jesús.
Era arzobispo de San Salvador (la máxima autoridad de la Iglesia
salvadoreña) cuando fue asesinado, un 24 de marzo de 1980, por
un francotirador a sueldo de la extrema derecha y de las bandas pa-
ramilitares de El Salvador. Su delito: haberse puesto de forma de-
cidida e inequívoca de parte de los pobres y desheredados de su país.
Nació en Ciudad Barrios, una pequeña localidad cercana a la fron-
tera con Honduras, un 17 de agosto de 1917. De chaval nunca tuvo
buena salud; era un tanto enfermizo. Era muy inteligente, y sus pa-
dres, al ver que le gustaba ser sacerdote, le enviaron al Seminario
Diocesano. El rector le envió a estudiar a Roma. A los veinticuatro
años era ordenado sacerdote, y regresó a su país para hacerse car-
go de una parroquia.
Sus años sacerdotales estuvieron salpicados de responsabilidades en
el seno de la Iglesia. Pronto fue secretario del obispo, luego rector
del Seminario, secretario general de los obispos de Centroamérica,
etc.
Era un hombre de letras. Le gustaba mucho leer, y su cultura era amplia. Pronto le nombraron obispo de una pe-
queña diócesis salvadoreña. Era el año 1970.
En sus años de sacerdote hizo numerosas amistades. Quizá su mejor amigo era el padre Rutilio Grande, jesuita,
con quien hablaba mucho, aunque tenía una forma diferente de ver las cosas. Romero era conservador, y no le
gustaba meterse en líos. El P Grande era párroco de Aguilares, una pequeña aldea. Estaba muy cerca de los po-
.
bres, y apoyaba todas las luchas del pueblo por su liberación. A pesar de las diferencias, se llevaban muy bien.
Como obispo fue testigo de muchas injusticias y desmanes en los que los pobres sufrían. Poco a poco se iba dan-
do cuenta. Pero tenía miedo de definirse claramente; no lo veía claro.
En el año 1977 fue nombrado arzobispo de San Salvador. Era la primera autoridad de la Iglesia. Muchos pien-
san que fue nombrado precisamente por su talante conservador y poco dado a definirse a favor de las luchas po-
pulares. Pero Óscar Romero era ante todo un cristiano de arriba abajo. Y fue viendo las injusticias, las matan-
zas, los problemas. Lo que acabó de convertirle fue el asesinato de su amigo Rutilio Grande. Lo mataron en com-
pañía de un anciano y un niño. El arzobispo presidió el funeral, haciendo llamadas a la reconciliación, pero
condenando tajantemente a los culpables. Desde entonces, todas sus intervenciones lo fueron a favor de los más
necesitados, criticando al Gobierno que hacía desaparecer a tantos salvadoreños, poniendo su casa y todos los me-
dios de la Iglesia a disposición de las necesidades de los pobres, emitiendo programas por radio haciendo llama-
das a la paz, a la justicia, a la libertad.
Era un arzobispo querido por la gente sencilla de su país. Le gustaba decir que él era la «voz de los que no te-
nían voz». Muchas Iglesias de otros países admiraban a este hombre por su fuerza y valentía.
En marzo de 1980, cuando solo llevaba tres años de arzobispo, fue asesinado. Su memoria todavía se venera en
su país y en multitud de comunidades cristianas. Es el pastor de todos. El pastor mártir. Estas son algunas de sus
palabras:
«El mundo al que la Iglesia ha de servir es el mundo de los pobres.»
«Les ordeno: ¡cese la represión!»
«Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Habrán matado un obispo, pero la Iglesia, que es el pueblo,
seguirá adelante.»
«Muchas veces he sido amenazado de muerte. Debo decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resu-
rrección. Como pastor, estoy obligado por encargo de Dios a dar mi vida por aquellos a los que amo, que son to-
dos los salvadoreños, incluidos los que pretenden asesinarme. Si hubieran de cumplirse las amenazas, entonces quie-
ro ofrecer ya mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador.»
La víspera de su asesinato recibió una carta de Pedro Casaldáliga en la que el obispo brasileño le transmitía su
solidaridad. Óscar le contestó, pero no pudo enviar la carta. Los amigos de ambos lo hicieron después del fune-
ral. También le enviaron la túnica ensangrentada de Romero, la que llevaba puesta mientras celebraba la misa en
la que fue asesinado, al consagrar el pan y el vino. Casaldáliga le dedicó estas palabras:
«El pueblo te hizo santo. Los pobres te enseñaron a leer el evangelio. Como un hermano herido por tanta muer-
te hermana, tú sabías llorar, sabías tener miedo, pero sabías dar tu palabra libre. iSan Romero de América, pas-
tor y mártir nuestro, nadie hará callar tu última homilía!»
Betania – 4.o ESO Documentos para el aula