1. El Tesoro escondido
Cuenta una antigua leyenda paraguaya, que si en tu casa escuchas ruidos extraños, oís ruidos de cadenas o
ves un espectro deambulando es porque cerca, muy cerca, hay un tesoro escondido. Esto le ocurrió a Dionisio.
El y su familia se establecieron en una localidad llamada Campo Nuevo. Comenzaron a construir su casa y
pronto empezaron a escuchar ruidos extraños, aullidos y voces misteriosas. En una ocasión una sombra empujó
a Dionisio de su bicicleta unos metros, y en otra, un espectro, sacudió fuertemente un naranjo hasta hacer caer
casi todos los frutos. Una noche escucharon un fuerte golpe en la puerta de entrada, Dionisio se levantó de la
cama para ver que ocurría. Una sombra envuelta en niebla se paseaba por el frente de la casa. El miedo se
apoderó de la familia y pensaron seriamente en abandonar la finca ya que no podían pegar un ojo en toda la
noche. Se encerraban cuando llegaba la noche y no se animaban a salir hasta que saliera el sol.
The Ghost of Japanese Girl O Sumi Accidentally Drowned in Idamachi Pond Haunts the Place , R. Gordon Smith
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Dionisio, que había escuchado la leyenda pero nunca había creído en ella, comenzó a pensar que seguramente
había un tesoro escondido en su propiedad. Ellos eran humildes y un hallazgo de esa naturaleza podría dar
lugar a una oportunidad de progreso para toda la familia. La casa había quedado sin terminar por falta de
recursos La cosecha de algodón no había sido buena y apenas les alcanzaba el dinero para pagar la comida. Su
mujer, Azucena lloraba y sus hijos querían mudarse. No soportaban la idea de convivir con esas
presencias misteriosas. Azucena, tenía un gallinero con varias gallinas, tres perros y dos gatos. Una noche en
que los aullidos envolvieron la casa, escucharon cacarear a las gallinas, ladrar a los perros y maullar a los gatos
con un vigor fuera de lo común.
Azucena, que estaba sola con sus hijos temiendo que algún espectro pudiera entrar a la casa, amontonó varios
muebles contra la puerta. Al día siguiente tres gallinas, uno de los perros y los dos gatos habían desaparecido.
Los animales que se esfumaron eran todos blancos. Al fantasma por lo visto, no le gustaban los animales de
color blanco. Dionisio que era muy valiente, al día siguiente compró una pala y comenzó a cavar. La finca era
grande y avanzaba lentamente.
Entonces pidió ayuda a dos de sus primos y entre todos dieron vuelta el terreno con picos y palas. Los aullidos
y las voces se agudizaban por las noches, su mujer quería marcharse con sus hijos, pero el entusiasmo y la
valentía de Dionisio por descubrir las riquezas los calmaba por lo menos durante el día. Dionisio sabía también,
por las historias que había escuchado hasta entonces que solo una persona debería encontrar el tesoro. La
leyenda decía que si más de una persona veía el tesoro, este desaparecería ante sus ojos. Cansados de cavar
estaban a punto de abandonar la búsqueda, cuando se les ocurrió mirar hacia unos arbustos. Una luz
resplandeciente, mezcla de bruma y sol los envolvía. Los arrancaron rápidamente. Aunque estaban cansados
2. continuaron paleando con entusiasmo. Allí encontraron un envoltorio hecho con sábanas de hilo ajadas y
sucias. En su interior había una antigua ollita de hierro con tapa. Y dentro de la ollita un puñado de relucientes
monedas españolas de oro.
Dionisio y sus dos primos contemplaron embelesados el hallazgo. No podían creer lo que estaban viendo. Al
instante, la ollita y todo su contenido se transformó en carbón esfumándose de su vista. Dionisio haciendo
caso a la antigua leyenda, les dijo a sus primos que se marcharan para continuar cavando solo. Esa noche no
pudieron dormir. Los fantasmas golpearon las puertas y ventanas, sacudiéndolas con una potencia increíble.
Era una fuerza sobrenatural que hacía temblar toda la casa. Al día siguiente, Dionisio tomó la pala y cavó más
profundamente en el mismo lugar con la esperanza de encontrar algo más. En el mismo lugar apareció otro
envoltorio. Era un baúl de madera envuelto con varias capas de tela. Seguramente sábanas, pero estaban
deterioradas por la humedad y el paso del tiempo. El baúl estaba cerrado con un candado de hierro muy
oxidado. Dionisio no tardó en quebrarlo con una tenaza. Al abrirlo se desplegó el fruto de tanto esfuerzo. El
baúl contenía muchas alhajas. Había collares, diademas, aros y pulseras. Todos de oro antiguo. Muchos
engarzados con piedras preciosas de maravillosos colores. Un tesoro de valor incalculable. En esta oportunidad
estaba solo. Espero un tiempo para asegurarse que no desaparecería. El tesoro continuó ante su vista sin
desaparecer tal cual narra la leyenda. Comunicó la noticia a su familia y a sus primos que alborozados
festejaron el hallazgo. Las sombras y los aullidos se retiraron de la casa. Volvieron a aparecer las gallinas, el
perro y los dos gatos. Los fantasmas ya no tenían que custodiar su tesoro. No sabemos adónde fueron a parar,
seguramente se retiraron a descansar, después de tantos años de vagar en las sombras custodiando su fortuna.
Hay infinidad de leyendas cuyo origen está centrado en la guerra del Paraguay. En ese entonces, ante el avance
del ejército enemigo, familias enteras debían desplazarse dejando atrás sus propiedades y sus pertenencias.
Como no podían llevar todo a cuestas, muchas familias optaban por enterrar sus tesoros en el campo para
volver a recuperarlos cuando la guerra hubiera terminado. Estos consistían mayormente en monedas de oro y
alhajas con piedras preciosas de altísimo valor. Llevarlos consigo también era un gran riesgo ya que estaban a
la merced de rateros y ladrones. Muchos volvieron y desenterraron sus pertenencias, pero muchos otros
murieron en la guerra y sus tesoros quedaron ocultos en el campo. Nuevas familias se establecieron y nadie
sabía dónde estaban ocultos esos tesoros. Pero dicen, que si por la noche se escuchan alaridos, ruidos de
cadenas o ves sombras escondidas, es que el alma de los antiguos moradores están custodiando sus tesoros y
si buscas bien seguramente encontrarás un tesoro escondido. Fin
3. El Interno 66
Como todos los días, por la mañana me encuentro con varios compañeros de quinto grado para ir caminando
hasta la escuela. Carlos, mi compañero de banco, el más alto y corpulento del curso. Tabo, flaquito y pálido,
siempre con miedo a todo. Andrés, el carilindo, le decimos el Facha, por el que todas las chicas suspiran, y yo,
Martín.
Siempre salimos temprano, para ir charlando tranquilos y siempre pasamos por un lugar maravilloso. En
realidad, nunca entramos y desde la calle apenas podemos ver algo. El predio debe ocupar unas dos manzanas.
Está rodeado de un paredón altísimo, pero una reja flanquea la entrada. A través de la reja podemos ver
estacionados, decenas de colectivos destartalados.
London Bus ,
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Dice mi papá que cuando los colectivos tienen un accidente o el choque es muy grande, muchas veces no
conviene arreglarlos porque es muy caro, entonces los remolcan hasta ese depósito y los usan como repuestos
para otros vehículos.
La verdad es que solo vimos entrar o salir a un señor que llega por las mañanas que parece ser el cuidador.
Para nosotros es como un parque de diversiones inaccesible al que miramos con la pretensión de poder
ingresar sin pagar entrada. Muchas veces es nuestro tema de conversación. Que por donde se podrá entrar,
que qué pasaría si saltáramos la reja, que si el señor lo cuidará día y noche, y así continuamos divagando sobre
la posibilidad de introducirnos en el preciado depósito vehicular.
Por la tarde, al volver de la clase de gimnasia, vimos que el cuidador estaba cerrando la reja y luego se iba
caminando despacito hacia la parada de colectivos.
Carlos, vio al instante una oportunidad.- ¿Y si entramos? Nos preguntó entusiasmado.
-No, mejor nos vamos, dijo Tabo con esos ojos de cordero miedoso.
-¡Si! ¡Dale, entremos! Se entusiasmó el Facha.
4. Yo miré el reloj y vi que todavía era temprano. ¡Total! ¿Cuánto tiempo tardaríamos en dar una vuelta?, con una
hora alcanza y sobra, pensé.
Carlos ya estaba montado en lo alto de la reja y nos daba una mano para ayudarnos a treparla. Tabo, como
siempre, fue el último. Enganchó la pierna en el travesaño y mientras trepaba repetía: -Nos van a agarrar, va a
venir la policía, nos van a dar una flor de paliza.
Carlos enojado le gritó-¡O te callas o te vas!
Ya estábamos todos adentro. Era un paraíso. Colectivos de todos los colores y de todas las líneas, acarreando
tremendos choques. Algunos hacía rato que estaban allí, por el óxido de los hierros. Otros parecían más
recientes. Había varios incendiados.
Nos llamó la atención el interno 24 de la línea 106. Todo el frente y el lateral derecho destrozado. ¿Qué habría
pasado? No quedaba una ventanilla sana de ese lado y los asientos, tapizados en cuerina negra, estaban
destrozados. El accidente debió ser terrible.
El interno 24 estaba medio inclinado, pero igual entramos a mirar. Todos menos Tabo, que se quedó
petrificado en medio del playón.
Una niebla espesa comenzó a descender. ¡Qué humedad!, pensé.
En el interior, encontramos entre los hierros retorcidos de los asientos desencajados, un chupete, un zapato,
anteojos rotos, un diario, otro zapato de mujer. Había vidrios del tamaño de la sal gruesa desparramados en el
interior. Un escarpín de bebé colgaba del espejo retrovisor del conductor. Pensé que posiblemente eran las
pertenencias perdidas de los pasajeros.
Un grito nos sobresaltó. Salimos disparados a la carrera. Era Tabo. -Algo se movió allá atrás. ¡Vayámonos!. Dijo
asustado.
Carlos preguntó: -¿Por dónde?
-Atrás del 88. Vi algo que se movió. Me quiero ir.
El Facha, le dijo -Es temprano todavía. -¡Vamos a ver! y salió corriendo hacía el sitio señalado, seguido a corta
distancia por Carlos que estaba a sus anchas.
Yo también tenía ganas de ir a investigar pero lo vi tan alterado a Tabo que decidí quedarme un rato con el y
ver qué pasaba.
Transcurrieron unos minutos y la impaciencia me estaba afectando. ¿Y? Grité con todas mis fuerzas.
-¡Vengan, Vengan! se escuchó la voz de Carlos. Lo agarré del brazo a Tabo y le dije: -Vamos a ver.
-¡No! ¡No quiero! protestó
-! O venís o venís! Le dije y lo arrastré contra su voluntad.
Había un colectivo en perfectas condiciones. El interno 66 de la línea 60. Carlos y el Facha se habían
acomodado en su interior. Carlos estaba sentado al volante cual conductor profesional. Subimos y nos
sentamos en los primeros asientos. Todos reíamos divertidos. Hasta Tabo parecía contento con el
descubrimiento..
De repente se cerraron las puertas automáticamente.
5. -¿Qué tocaste? Le grité
-¡Nada! ¡No toqué nada!!Te lo juro!
De pronto se encendieron las luces. -¡Algo tocaste! Le dijo el Facha.
Carlos sorprendido gritó: -¡Te juró que no! Y como un resorte saltó de la butaca del conductor para sentarse
junto a nosotros, en los asientos de pasajeros.
Nos miramos todos extrañados. Tabo comenzó a transpirar de los nervios y a restregarse las manos.
No habíamos salido de nuestro asombro cuando el motor comenzó a rugir. La palanca de cambios se movió
como por arte de magia y el colectivo comenzó a avanzar lentamente por el playón, conducido por quién sabe
quién. El chofer fantasma puso segunda y avanzó a mayor velocidad. Luego tercera y finalmente pasó en pocos
segundos a cuarta.
El colectivo avanzaba por el playón, rodeando otro grupo de vehículos estacionados en el centro del mismo a
gran velocidad. Teníamos que sujetarnos fuertemente de los asientos para no caernos.
Tabo lloraba y gritaba sin parar. Pronto los cuatro acompañamos sus gritos a coro. A nuestros gritos se
sumaron risas fantasmales que agregaron pánico a esa experiencia descontrolada. De pronto sonó el timbre de
la puerta trasera. El chofer fantasma redujo la velocidad, la puerta trasera se abrió y se cerró en segundos para
volver a tomar carrera rápidamente.
Los cuatro, impávidos sin saber qué hacer, veíamos caer la tarde en nuestro viaje misterioso a ninguna parte.
La velocidad impedía que pudiéramos pararnos.
Carlos comenzó a arrastrarse por el piso mientras se sujetaba de los asientos y tomando a Tabo del brazo lo
obligó a tirarse al piso hacia la puerta trasera. De repente, escuchamos nuevamente el timbre de la puerta
trasera, era nuestra oportunidad de escapar.
Carlos ya estaba con Tabo junto a la puerta. El colectivo redujo la velocidad, frenó y la puerta se abrió. Carlos y
Tabo se arrojaron del colectivo. El Facha y yo no llegamos a tiempo ya que la puerta volvió a cerrarse en
segundos.
Carlos y Tabo que estaban a salvo, nos miraban espantados desde el playón. Y nosotros continuamos nuestro
viaje estirados en el piso junto a la puerta trasera, entre las carcajadas de los espectros que nos acompañaban,
con la esperanza de que alguno tocara el ansiado timbre.
La noche se acercaba. Mientras tanto, Carlos Y Tabo arrastraron un par de cubiertas para depositarlas en medio
de esa pista macabra con la intención de detener al interno 66. Pero el fantasma maniobró esquivando el
obstáculo con destreza mientras lanzaba una carcajada que resonó como un tambor.
Pensé que jamás podríamos abandonar esa máquina siniestra ya que el timbre no volvió a sonar.
Carlos seguía tramando la manera de detener al colectivo. Entonces, se paró a un costado y estiró el brazo. El
chofer detuvo su marcha y abrió la puerta delantera para permitir su ingreso. Pero Carlos no subió. El chofer,
entonces, volvió a acelerar en loca carrera.
Con el Facha nos arrastramos hacia la puerta delantera y esperamos. Nuevamente Carlos estiró el brazo en un
nuevo intento por detener la alocada marcha. El chofer frenó y abrió la puerta delantera. Ahí nos abalanzamos
y nos arrojamos rápidamente.
6. Estábamos a salvo. Un poco magullados, pero vivos. Salimos corriendo, trepamos la reja del portón y llegamos
a la calle. Cuando miramos hacía atrás. El interno 66 de la línea 106 estaba estacionado en el lugar de siempre.
Fin
7. Un cuento
Publicado por plasticidades el marzo 22, 2014
Una vez un hombre, después de largos días de paciencia, logró armar un barquito de esos
que se forman pieza por pieza dentro de una botella.
Cerró la botella el hombre con un tapón de corcho y lo puso en la sala de su casa, sobre la
chimenea. Allí la mostraba orgullosamente a sus amigos.
Un día que el hombre estaba viendo su barquito, notó asombrado que una de sus pequeñas
ventanas se había abierto, y a través de ella observó algo que lo dejó asombrado: en una
sala como la suya, sobre una chimenea como la suya estaba otra botella igual a la suya,
nomás que extremadamente más pequeña, con otro barquito dentro como el suyo. Y la
botella estaba siendo mostrada a sus amigos por un hombrecito diminuto que no parecía
sufrir nada por el hecho de estar dentro de una botella.
El hombre sacó el tapón y con unas pinzas cogió al hombrecito, pero lo apretó de tal
manera que lo ahogó.
Entonces el hombre escuchó un ruido. Volvió la vista y descubrió asustado que una de sus
ventanas de la sala se había abierto. Un ojo enorme lo atisbaba desde afuera. Y lo último
que alcanzó a mirar el hombre fue un par de enormes pinzas que avanzaban hacia él como
las fauces de un animal monstruoso.
Armando Fuentes Aguirre
No. 81, Mayo – Junio 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 29
Publicado por plasticidades el abril 17, 2012
8. Armando Fuentes Aguirre, (Catón)
Nació en Saltillo, Coahuila (1938).
Es licenciado en Derecho, en Letras Españolas y en Pedagogía. Hizo sus estudios en el
prestigioso Ateneo Fuente de su ciudad natal, en la Universidad de Coahuila, en la Escuela
Normal Superior de ese estado y en la UNAM. Desde1978 es cronista de Saltillo. Fúndala
Escuela de Ciencias dela Comunicación dela Universidad Autónoma de Coahuila; también,
Radio Concierto, emisora que dirige y que los saltillenses consideran orgullo de su
comunidad. Por su labor cultural y filantrópica, ha recibido innumerables distinciones, entre
las que destaca el grado de doctor honoris causa dela Universidad Autónoma de Nuevo
León.
Autor de varios libros, todos ellos de éxito inusitado, cada año dicta un centenar de
conferencias en el país y en el extranjero mientras sus colaboraciones aparecen diariamente
en 157 publicaciones y periódicos de toda la república.
Cuando Catón no viaja, reparte su tiempo entre Saltillo, ciudad a la que profesa un
apasionado amor y que considera una mezcla de Florencia, París y Nueva York, y su retiro
montañés de Potrero de Ábrego, en la sierra de Arteaga, hermosa región agreste de
Coahuila.
Lleva más de 45 años de matrimonio con su esposa, María de la Luz. Es padre de cuatro
hijos y considera su mayor gloria ser abuelo de trece nietos.[i]