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18. TUTUPAKA LLAKKTA O EL MANCEBO QUE VENCIÓ AL DIABLO
Había un joven que acostumbraba salir a diario a la vera de camino a divertirse probando fortuna en competencias
de azar.
De esta manera, se distraía con los viajeros que bajaban y con los que retornaban al subir a su comunidad.
Este joven tenía astucia, además buena suerte para ganar. Así conseguía bastante dinero.
Cierto día vino un arriero arreando una recua numerosa de mulas, cargadas.
Y el joven lo detuvo al arriero y le propuso una partida.
En son de reto le dijo: ·
– Señor mío, vamos; nos distraeremos unos momentos.
– ¡Ya! Nos distraeremos un tanto –, contestó el arriero.
Echaron los dados, y jugaron. Jugaron repetidas vueltas.
En un principio, el joven fue el ganador.
Mulas, cargas, el dinero e incluso el dueño, el arriero, todo limpio, entraron en la ganancia del joven.
Entonces el arriero, algo incomodado propuso y dijo:
– Echémosle nueva partida.
Así jugaron una segunda apuesta. Esta vez al arriero lo tocó e triunfo.
Recuperó las bestias, las cargas y el dinero. Y hasta el propio joven resultó empeñado.
Entonces el arriero le dijo:
– Ahora sí eres mío, me perteneces. Debo, pues, llevarte a mi pueblo.
Dicen que este arriero no era gente, sino el diablo. Sólo había tomado apariencia humana.
El joven ignoraba que fuera el Diablo. Así, le contestó:
– De inmediato ir a tu pueblo no me es posible. Ya después voy a venir.
– Aun tratando de llegar a mi pueblo no lo podrías.
Tres meses de viaje dista a mi pueblo. Mi pueblo nativo es Tutupaka – le dijo el Diablo.
– ¡Verás! No me será difícil llegar allá – dijo con energía el joven.
Ante la decidida afirmación convinieron entre ambos, mediante documento suscrito muy explícito,
para presentarse el joven en el término inaplazable de tres meses. Y el Diablo le advirtió:
– Tres pares de sandalias de fierro y un buen bordón de acero mandarás te hagan después,
ten presente, has de caminar tres meses seguidos. Verás claramente el rastro de los cascos de las bestias en el
camino ir en derechura de mi pueblo; por ellos has de guiarte.
Así, habiendo tratado y convenido muy bien, se despidieron. Y el diablo se marchó arreando sus mulas recto a su
pueblo.
Las acémilas, cuando contempló el joven, daban la sensación de estar trotando en fila como ensartados unos con
otros, unidos por un cordón sin fin, levantando nubes de polvo al compás de la pisada de sus cascos.
Es recién cuando el joven se persuadió que el arriero era el propio Satanás.
Y el joven se volvió a su hogar.
En el momento de ingresar a su casa vio a sus padres, y les habló:
– Padre mío, madre mía, hoy he competido con el diablo. El me ganó en la apuesta.
Quedé comprometido para llegar donde él en el plazo de seis meses. Apenas tres meses tengo para preparar mi
viaje y permanecer aquí con vosotros.
Antes de venirme advirtió– mandarás te hagan tres cambios de sandalias. Así mismo un bordón de acero, fuerte y
largo.
Los padres al oír esto, se opusieron. Le dijeron al hijo:
– De ningún modo irás tú.
Ante esta decisión, él les respondió:
– Es imposible evadir. Como sea marcharé. Así hemos convenido.
Ved –les dijo, mostrándoles el documento.
Desde este momento empezó a prepararse para el viaje. Cada mes transcurrió como si fuera un solo día. Tres
remudas de sandalias mandó trabajar; el bordón de acero también hizo fabricar. Asimismo. provisiones dispuso le
prepararan.
Sin embargo, los padres persistían oponiéndose al viaje, a pesar de estar cercano el día señalado.
Al cumplirse el tercer mes,
contra la disuasión de sus padres, el joven emprendió la jornada, no sin antes despedirse de ellos.
Marchó con el ánimo como si se tratara de estar encaminándose a la muerte. Al verlo alejarse, sus padres le
gritaban:
– Del infierno es casi imposible tu retorno. ¡Ay!, ¡a no volver más te estás yendo!
–¡Si logro vencer al diablo, volveré! ¡Sólo cuando no pudiera dominarlo, ya nunca podré regresar! – les respondió ya
desde lejos volteando la cara hacia ellos.
Con estas palabras sellaron la despedida.
Los padres, embargados por la pena y el llanto, contemplaron mirándolo al hijo perderse en la lejanía del camino.
La marcha fatigosa había comenzado. Y anduvo, trotaba, noche y día, el adolescente.
Así, en ese afán, en su caminar persistente ya habían pasado tres meses.
Y sólo tres días le quedaban para que el pacto se cumpliera.
Es cuando en las playas de un mar inconmensurable las huellas de los pies de las acémilas que el joven rastreaba,
desaparecieron. Ya no se sabía a donde seguían. En las orillas de ese gran mar se borraron.
Las tres remudas de sandalias estaban ya a punto de acabarse.
Tres o cuatro días era que había caminado sin comer. Por todas partes buscó el rastro de los pies de las bestias.
Todo fue en vano.
En ese trance vio a una matrona sentada en la cima de un montículo próximo, con dos niñitos.
Eran hijos de la señora. Uno de ellos era mayorcito y el otro un parvulito.
A ambos, la señora los distraía, estaba haciéndolos jugar.
El joven se llegó hasta ese lugar y lo primero que hizo fue saludar a esa señora. Luego le dijo:
– Madre mía, permitidme os pregunto: ¿Por dónde queda el pueblo Tutupaka?
La matrona a su vez le preguntó:
–¿Cuál es el motivo que te mueve por Tutupaka?
– Es que entre Satanás y yo hubo un lance de competencia y superación. Por esta causa el plazo está a punto de
cumplirse. Caso no llegara yo en el término fijado a ese pueblo, Satanás me cargará en un carro de fuego.
– Ese pueblo yo no conozco. A mi niñito le preguntaré, acaso él haya visto – dijo la señora; y en seguida le preguntó
a su hijito.
– Yo tampoco conozco – dijo el niño.
El hombre entonces delante de la matrona se echó a llorar.
– ¡Qué puedo hacer entonces, oh Madre mía!? – imploró sollozando ante la señora el viajero.
Dicen que esta señora no era una mujer común sino la propia Virgen. Ella era nuestra Soberana, quien le dijo a su
niño:
Hijo mío, has resonar el caracol. Toca a reunión.
Es posible tal vez han visto los volátiles que surcan las alturas.
El niño sopló la trompeta haciendo retumbar los espacios,
esparciendo el grito del instrumento por toda la región, en los cuatro vientos.
Entonces, unas y otras, llegaron en seguida parvadas de avecillas, pájaros diversos bajaron del alto cielo.
Nuestra Soberana tras haberlas contado a las avecitas, a cada una le preguntó:
– ¿Conocéis el pueblo de Tutupaka?
– No. No lo conocernos – respondió cada una.
– Entonces marchaos. Tan sólo para eso fuisteis convocadas.
Volaron, pues, se elevaron los pájaros dispersándose en todas direcciones.
– Hijo mío, nuevamente haz gritar al caracol – díjole la Virgen.
Y resonó por segunda vez el potente sonido, vibrando en los aires.
Y llegaron gavilanes, halcones, gallinazos, águilas, cernícalos...
Descendieron pues, innumerables aves mayores. Sólo el Cóndor no llegó.
Tan luego se posaron, las recontó a estas aves, nuestra Soberana. También a ellas les preguntó:
– ¿Hacia dónde queda Tutupaka, el pueblo? ¿Vosotras lo habéis visto?
– No; no lo hemos visto – respondieron estas aves rapaces.
Todas estas aves se marcharon cuando la Señora les dio orden: "Idos", les dijo.
– Vuelve a tocar la trompeta, hijo mío – reiteró ordenando la Señora.
Hizo resonar aún más alto la bocina, el niño. Y llegó el Mallku.
– ¿Tú conoces el pueblo de Tutupaka? ¿En qué dirección está? – le preguntó la Soberana al Cóndor.
El Mallku contestó:
Mi Soberana, es el pueblo del demonio, Tutupaka. Cosa de dos meses de viaje terrestre dista, nos separa desde
aquí.
Está, pues, aún muy lejos Tutupaka.
Al oír este informe el hombre soltó el llanto.
– ¡Qué me queda ahora, oh Madre mía! – le decía con los ojos anegados –. Encontrándome ante ti, por favor
ayúdame como sea.
Entonces la Señora dirigiéndose al Mallku le dijo y le preguntó:
– No dudamos que tú conoces ese pueblo. Indícanos con exactitud cuál es el camino que conduce allá.
– El demonio acostumbra acortar el trayecto por mitad del mar.
Para él se alarga el océano a manera de un puente. Por allí atraviesa. lo acorta.
Lo que es el camino terrestre está bastante lejos. Este océano es un piélago oblongo. En medio, justo, en la parte
central de este mar, estamos en este momento – explicó el Cóndor.
Entonces la Soberana le ordenó al rey de las alturas;
– Mallku, cárgalo y conduce a este joven.
– Bien, mi Soberana – asintió el Cóndor.
La Virgen les repartió unos panecillos al Mallku y al joven.
Ambos gustaron trozos de esos panes, saciándose con muy poco.
Nuestra Señora dirigiéndose, al joven le dijo:
– Este Mallku tendrá cuidado de darte sus consejos. Te regirás por sus palabras. – Y al Cóndor, le dijo: – Ahora
cárgalo, condúcelo a Tutupaka.
El gran Mallku se echó al joven a las espaldas, advirtiéndole:
– Cerrarás duro los ojos. De ningún modo has de abrirlos. Cuando yo te ordene y diga: "Mira", será momento de que
veas.
Y cargó al joven a través del espacio.
Día y noche enteros lo hizo cruzar, haciéndole surcar por medio del océano.
Tres noches con sus días duró la travesía. Entonces habló el Mallku:
– Abre los ojos y mira – le dijo.
Cuando el joven abrió los ojos, vio que habían ya pasado el océano.
Lo hizo descender en una extensísima playa; allí lo descargó de sus espaldas el Cóndor.
Y le mostró en el confín, diciéndole:
– Aquello que ves es el pueblo de Tutupaka.
Es así que cuando dirigió el joven la mirada a donde le señalaba el Cóndor, vio entre nubes densas de humo
temblar en la lejanía los techos de calamina del pueblo de Tutupaka. Se veía reverberar con las luces del sol. Así
fue.
– Aún torna un descanso. No ingreses todavía al pueblo – le indicó el Cóndor.
En ese instante venían a bañarse en el mar tres jóvenes niñas.
Una vestía de amarillo, la siguiente tenía vestido verde y la otra estaba vestida de color púrpura.
– Las que vienen, las tres son las hijas del demonio.
En seguida la que viste de verde se desnudará en la rivera. Te fijarás cuidadosamente a donde va a desvestirse.
Deslizándote, yendo ocultamente, levantarás la ropa de ella. Mientras se baña harás eso. Con toda diligencia
ocultarás su vestido verde. Y luego simularás no haber visto nada. Sobre ese vestido te echarás, mirando a otra
parte. Entonces, luego de salir del mar, vendrá en busca de su ropa. Se llegará a ti indagando y te preguntará. Te
cerrarás en no responderle. A lo sumo vas a decir: "Vestido alguno, yo nunca he visto". Entre sus ropas estarán sus
sortijas y también su prendedor de oro. Sacarás ambas joyas. Es así que por segunda vez vendrá donde ti para
inquirirte y te exigirá: "Entrégame, dame por favor mis ropas.
Tú las retienes. De todos modos, dame, devuelve; te lo suplico", te dirá exigiéndote. Extremando ella sus exigencias,
tú le declararás el motivo de tu presencia en ese lugar. "Vengo por tener con tu padre un compromiso firmado. En la
fecha se cumple el trato y debo llegar".
Y siguió el Mallku instruyéndolo al joven de este modo:
"Optarás en devolverle las ropas a la niña, menos sus alhajas, recalcándole: "Te devuelvo., tus vestidos, bajo el
compromiso de prestarme tu ayuda estando yo en tu casa". La niña, entonces, al retirarse, te dirá: "Pierde cuidado.
Déjame a mí velar por ti. Y cuanto me pidas, sabré darte". Pero, aún volverá a buscarte, diciendo: "Tenía unas joyas
entre mis vestidos. Y ahora han desaparecido". A esto tienes que decirle: "Tan sólo el único vestido tuyo fue que me
encontré. Anillos, ninguno he visto". Tienes que cerrarte en no declarar. En vista de esto, ella te propondrá cierta
cosa. Y será momento propicio éste para asegurar un trato firme tú con ella. Y así le devolverás sus dos anillos; la
otra joya no has de entregarle por nada.
De esta manera le dio consejos el Mallku y luego levantó el vuelo, remontándose.
El hombre aún permaneció en el mismo lugar, como le había instruido el Cóndor.
Y a aquellas tres tan bellísimas niñas con la vista las seguía como hechizado.
Las tres beldades llegan a la ribera del mar. Esas tres niñas eran de singularísima belleza. Ya una, ya otra superaba
inmensamente tanto a la mayor, como a la menor.
Empero, la hermana del centro a ambas las aventajaba. Tenía lindos ojos de lucero;
excepcionalmente bella era ésta.
Se desvistieron, dejando sus ropas en la orilla. Se metieron al mar para bañarse.
Nadaron hasta mar adentro, hasta la mitad. Jugando y riendo nadaban ellas. Flotaban plácidamente sobre las
ondas.
Entre tanto el hombre, escurriéndose ocultamente, deslizándose con suavidad, pudo traer el vestido verde de la niña
más bella. Y lo ocultó; hizo un bulto muy bien disimulado. Encima, con suma tranquilidad se mantenía tumbado el
joven. Se mostró indiferente, como si nada haya visto. Mirando en dirección opuesta estuvo tirado.
Las doncellas salieron de las aguas del mar. Cada cual se aproximó a donde había dejado sus vestidos. Dos de
ellas se vistieron; pero, la otra se echó a buscar sus ropas.
Las tres jóvenes advirtieron la presencia de un hombre en ese lugar.
La que buscaba sus vestidos se le aproximó para preguntarle. Le dijo:
– Señor, ¿tal vez tú hayas visto mis ropas? Las dejé en la orilla mientras entré a bañarme.
– Ninguna ropa he visto yo. Cansado estoy aquí tomando reposo, no teniendo tiempo ni para ver, ni para levantar
ropa alguna – contestó él.
La muchacha, entonces, se dio media vuelta. Luego se echó a buscar otra vez sus vestidos; pero de ningún modo
pudo encontrarlos. Hasta sus hermanas tuvieron que irse a su hogar.
En este caso, la doncella repitió ir donde el hombre. Y le volvió a indagar.
– Te lo aseguro que tú y nadie más, señor, retiene mis vestidos. Entrégamelos, por favor dámelos. No ha de faltar
cuanto me pidas– le decía.
Entonces, recién el joven le comunicó:
– Con tu padre tenemos un documento suscrito para presentarme ante él en la fecha.
A lo que la doncella le dijo:
– Sí, pues le oí a mi padre decir: "Un individuo debía haber venido. Y no se presenta.
Será hasta esta noche que me permitiré aguardarlo; si no marcharé con un carro de fuego". ¡Ah!, pienso que estás
viniendo a mi casa entonces.
Pierde cuidado, yo en mi casa por ti velaré. Y ten por seguro que también cuanto me pidas te concederé.
Empero, te suplico entregarme mis vestidos.
– Si tu padre dispone ordenarme como le parezca a él, espero que tú me cuidarás – le dijo el mancebo.
Le prometió, pues, la doncella al joven, que todo lo que le pida va a concederle.
Y es así como el joven, por su parte, le devolvió sus prendas.
Ella se apartó llevándose sus ropas. Luego se vistió. En seguida vuelta se aproximó al hombre.
– Dentro de mis prendas tenía yo dos sortijas. Asimismo, había un prendedor de oro de mi blusa.
Esas joyitas también te suplico, señor y caballero, tener a bien devolverme – le pidió la niña.
– Cuestión anillos yo no he visto. Tan sólo el vestido es todo lo que hallé – contestó el joven. Y se aferró en no decir
más. No quiso pues dárselos.
La doncella le apremió. Le exigió con tenacidad al hombre.
– Mi padre, y también mi madre han de resondrarme. "¿Dónde las has extraviado? ¿En dónde has dejado?
Anda, vete a buscar", me dirán. Por eso, ten la bondad de devolvérmelas.
El hombre se obstinó, y se negó diciendo:
– No he visto. No hay nada.
Ante tal actitud, la doncella optó en proponerle:
– Mira pues, podemos casarnos.
Bajo mi promesa de desposarnos, y con la condición de que en mi hogar te cuidaré en todo, atiende mi pedido.
– ¡Convengo! – exclamó el hombre.
– Para tu amparo, en cualquier trance, si te ocurriera en mi casa, ten este anillo. Ven, sígueme. A la habitación
donde yo entraré, entrarás tras de mí. Luego le hablarás a mi padre con estas palabras: "Cumplo pues hoy, lo que
pactamos. Por fin he arribado hasta tu mansión". Mi padre cortésmente te contestará: "Pasad, digno señor. Tomad
asiento, y nos serviremos en la mesa".
A la puerta principal de ingreso, en un ángulo, un galgo llamado "Ninassu" estará repantigado.
Delante de este perro te arrojarás a descansar.
En ese lugar mandará te sirvas un opíparo almuerzo y tú gentilmente lo recibirás; pero no has de comerlo.
Al perro galgo "Ninassu" lo harás comer.
Después mi padre, te designará un aposento, diciéndote: "Reposad en esta pequeña alcoba". Procurarás fijarte en
otro aposento también pequeño, de puerta verde que estará abierta. Pero él ha de brindarte otra salita cuya puerta
estará cerrada, diciéndote: "Aquí descansad". "Disculpad, gran señor, allí no puedo albergarme", le contestarás,
ingresando al apartamento de puerta verde. En ese recinto te arrojarás, aceptando sólo la cama que te ha de
brindar.
Y te advierto pues, de ningún modo probarás los alimentos que han de ofrecerte.
Yo me encargaré de llevarte los alimentos por la noche y entonces te diré lo que conviene para ti.
Habiéndole dado estas instrucciones, se separaron.
La joven doncella tomando la delantera entró a su habitación. El hombre la siguió de lejos, paso a paso. Iba tras de
la niña sin desviarse de sus huellas. Igualmente, por cual puerta ingresó ella, también él entró por la misma puerta.
– ¡Señor, cuán rendido estoy! – dijo arrojándose al suelo. Y en la entrada exterior y principal, en un rincón estuvo un
tremendo galgo repantigado. Junto y cerca del perro él cayó derribándose. ¡A tan inmensa distancia resides tú!
Pero, al fin he venido, he llegado, en la fecha fijada por ti mismo – dijo el viajero.
– Efectivamente, en denantes nomás estuve observando el camino: "Cuándo será su llegada. Y aún no aparece, –
estuve pensando – manifestó el demonio, desde su asiento real en que estuvo dispuesto para cenar.
Y muy caballerosamente le invitó, y dijo: Pasad. Digno señor, sentaos para compartir juntos de mi mesa.
– Poderoso y gran Soberano, no puedo. Cuán rendido me siento. Permitidme descansar aquí mismo.
Me veo ya imposibilitado para ingresar y acompañaros – se excusó finamente el viajero.
Entonces, el señor del Averno dispuso le sea llevada una cena abundante al sitio donde se había echado. Una
variada cena hizo que le llevaran.
Empero, él aceptó recibiendo con muestras de agradecimiento. Y cuantas viandas le sirvieron las dio al galgo.
En un tris, el galgo, tragó todos los potajes. Ya por rutina, fingiendo haberse servido, el hombre dijo:
– Muchísimas gracias, oh Soberano. Nuestro Señor retribuya vuestra largueza.
Y devolvió las vajillas, que los sirvientes le recibieron.
Mas, el joven viajero estuvo mucho tiempo estirajado, en el ángulo de la puerta y estaba abierta. totalmente, de par
en par. Y vio que estaba la de puerta verde y las demás piezas totalmente cerradas.
Habló Satanás y, mostrándole un apartamento cerrado, le dijo:
– Dormid aquí, descansad en esta pieza.
El viajero entonces se excusó:
– No puedo, poderoso señor. Disculpadme el no poder albergarme en esa tu alcoba cerrada. Os ruego darme
hospedaje sólo en aquel pequeño cuarto tuyo que veo abierto.
Y de facto se metió allí. Luego se tendió pesadamente en el piso. Ante el hecho, el demonio no tuvo más que
mandarle llevar allí la cama. El huésped, tan luego la hubo recibido, acomodó y extendió la cama, y se tendió
encima para dormir.
Por la noche, Satanás nuevamente lo llamó; le dijo con mucha cortesía:
– Esta vez sí dignaos pasar, sentémonos juntos y cenaremos.
– Perdonad, mi señor. Tengo un cansancio único. No hay ya valor para levantarme – se excusó el huésped.
– Bien, entonces descansad y reparaos.
De vuestra caminata descansad hasta reconfortaros. Dispondré, pues, que la cena le lleven ahí.
Empero, mañana en la madrugada, tempranito os levantaréis para segar una pequeña parcela. Con un siervo os
voy haceros guiar.
– Está bien, señor · respondió secamente el hombre.
Esa noche hizo que un criado le llevara la cena al aposento. Pero el joven ni probó siquiera, sino todo lo dio, la cena
de él, al perro galgo.
A la medianoche, la hija del demonio, la princesa del vestido verde, fue al apartamento del huésped llevándole los
alimentos.
Esa cena la preparó ella y fue la que hizo se sirviese. Ella, en este acto, le preguntó:
–¿Qué órdenes te impartió mi padre?
– Me dijo: "Un pequeño terreno trigal hay. Eso mañana te molestarás en segármelo. Te haré guiar con un
comisionado".
Así muy de conformidad le hizo de conocimiento de la doncella. Y ella le dijo:
–¡Oh! Ese trigal es inmensísimo. Cortando seguido, ni en diez años acabarías en segar.
Es así de malvado y perverso mi padre. Eso te ordenó intentando domeñarte. Quién sabe, cuántas cosas más,
imposibles te impondrá.
–¿Y cómo podré cumplir o trabajar tarea tan difícil? – dijo el hombre. A lo que la doncella. instruyéndole. dijo:
– Ahora he de entregarte esta sortija. A cambio dame el que tienes en tu poder.
A este anillito solamente le dirás: "¡Ay, Sortijita, sortija! Quisiera ver este trigal totalmente segado, extendido".
Pronunciando esta fórmula dejarás el anillo sobre el trigal.
Y una gavilla del corte inicial, junto con la hoz en actitud de estar segando el trigo, has de colocar; luego tú te
prosternarás en tierra cayendo sobre tu rostro. Verás que así, automáticamente, se trabajará la siega. Tus oídos
percibirán el peculiar sonido del alcacer que va cortándose (¡kkháchekk... kkháchekk!", níspan, ruturparikúnkka).
Esta Sortijita se encargará, dirigirá la faena.
Al estar a punto de cesar y silenciar y ya ni se oiga más el ruido de la hoz (mañana kkháchekk!... ikkháchekkl...
ninkkañáchu), entonces tú echarás a mirar el trigal. Ya por sólo apariencia permanecerás un largo espacio en el
lugar.
En seguida deberás volverte. Y al instante de llegar a la mansión, dirás:
"Ahí está, gran señor, que tu trigal terminé segando.
Enorme en exceso era la extensión de tus sembrados".
Así le instruyó la doncella al joven. Y esa noche durmió el joven con la niña.
La doncella, al rayar la aurora, se trasladó a su propio dormitorio. Luego vino y presurosa lo hizo almorzar, y también
le alistó y puso el refrigerio.
Las viandas que comía Satanás eran feísimas. Pero las que preparó y llevaba la niña eran muy exquisitas.
A la madrugada el demonio le hizo servir y llevar el desayuno con el criado. El mancebo aceptó tal desayuno. Pero
lo echó al tiesto donde se orina. En seguida se levantó del lecho.
En seguida el demonio ordenó le dieran una segadera y que el ordenanza lo conduzca al canto del trigal.
– Esta es la sementera – le dijo el ordenanza, mostrándole el trigal. Y se marchó.
El hombre cortó y entrecruzó unas gavillas únicamente para que el emisario viera.
Después, cumpliendo las instrucciones recibidas de la hija de Satanás, colocó la segur simulando el instante inicial
de segar la mies. E inmediatamente el hombre dijo las palabras mágicas:
– ¡Ay, Sortijita, sortija! Quisiera ver este trigal todo limpio y hermosamente cortado y extendido.
Y colocó el anillo misterioso hacia donde inició la siega simulada. Al echar un vistazo, esos campos trigales eran
extensiones enormes, abras y lomas inacabables. No obstante, el joven se postró cara en tierra.
Atentos sus oídos, escuchaba como si la siega de la mies la estuviera realizando una ingente multitud de peones
movidos automáticamente (¡Kkháchekkl... Kkháchekk...!, níspas kuchuykusiánku).
Hasta cerca al primer turno del masticatorio de la coca duró la siega. Y de ello pasó ya considerable tiempo de
haber silenciado los afanes del trabajo. Todo ahora era un dulce sosiego bucólico.
El joven alzando la cara observó. Y vio que todo estaba en orden y esmeradamente tendida la mies segada.
El anillo permanecía en el mismo lugar donde fue colocado. Y levantándolo, el hombre se dijo: "De veras había sido.
Ahora sí, de todos modos, con esa doncella he de desposarme".
Aún era, en esos momentos, bastante temprano de haber sido terminada la cosecha.
"Me sentaré hecho un haragán", decía para sí el joven. "Pues, si me marcho y presento, me diría: '¿Tan rapidísimo
lo hiciste?'. Cuando estuvo con estos pensamientos, repentinamente apareció un escrito delante de él.
Alzó el papel, lo abrió y le dio lectura.
Era un mensaje urgente de la hija de Satanás. De acuerdo al tenor del mensaje optó por quedarse en el lugar.
Ya al caer la tarde retornó a la casa.
Al presentarse ante el demonio, el joven díole cuenta:
– He aquí, mi señor; concluí la siega de tus trigales. Pero, conste que increíblemente extensísimos eran.
Apenas pude darle fin.
– ¿¡De veras pudiste dar fin!? Cuidado con estar informándome falsamente – le dijo sorprendido y extrañado el
diablo.
– A quien sea, si lo dispones, manda a constatar – repuso el joven.
– ¿¡Conque no!? – dijo Satanás.
Y luego:
– Mañana te toca preparar la era. Allí hacinarás la cosecha – le indicó.
– No hay inconveniente, mi señor – contestó el hombre.
La niña, entonces, volvió a visitar a su novio. Luego le preguntó:
– ¿Y cuánto te dije lograste realizar?
– Efectivamente lo hice. Como me indicaste, lo realicé exactamente. Lo dejé segada la mies, todo limpio.
Y la niña le reiteró otra pregunta:
– ¿Qué trabajo te ha señalado mi padre para mañana?
– Me ordenó preparar la era y reúna allí la cosecha.
La niña, entonces, le dio nuevos avisos e instrucciones.
– Entonces conviene pidas mañana un par de sogas; deben ser de cuero, retorcidas, de las más largas.
Es imprescindible para la trilla, todo cabal. Mi padre te argumentará: "¿Y para qué necesitas tantas cosas?" Tú le
responderás: "Nosotros, en nuestro pueblo, no podemos trabajar sin estos implementos". Entonces te
proporcionará. Llevando las sogas de cuero te encaminarás a la era, en donde arreglarás dicho lugar aparente para
la faena. Todo preparado anteladamente, dejarás cuanto es menester. Entonces pronunciarás las fórmulas del
ensalmo:
"¡Ay, mi anillito! ¡Sortijita preciosa! Desearía ahora ver la era toda expedita, correctamente alistada".
Luego, postrándote en tierra, al cabo de unos momentos observarás el campo. La planicie, la era, verás estar linda,
toda pareja, muy nivelada. En seguida extenderás las sogas como para liar y cargar algo con ellas. Encima de las
sogas hacinarás unas gavillas de mies; y en seguida has de repetir esta plegaria: "¡Ay, Sortijita! ¡Joya preciosa!
Cómo quisiera ver ahora el total de estas gavillas de trigo en perfecto orden hacinadas, en esta era".
Así le instruyó la manera como debe proceder en esa tarea. Luego de esto durmieron juntos ambos amantes.
A la madrugada la niña ya le había servido el almuerzo a su novio.
A esa hora el demonio comenzó a llamar desde su lecho.
– Al hombre ese, llevadle ya el desayuno. A preparar la era tiene que irse – gritó en son de mando.
Los servidores obedientes no tardaron en llevarle el desayuno. El huésped entonces les pidió:
– Dadme cuanto es menester para la faena. Además, necesito dos sogas, las más largas que haya, sogas de cuero
retorcidas – les dijo.
Los criados le dieron aviso al demonio. Le dijeron:
– Dos sogas, las más largas que haya, pide.
– Y, ¿para qué necesita tanto? – dijo Satán.
– Manifiesta él que sin esos Implementos no acostumbran trabajar en su tierra – informaron los servidores.
– ¡Qué importa! ¡Dadle lo que pide! – ordenó Satán.
Los servidores, entonces, le entregaron lo que pidió.
Apenas los hubo recibido, se dirigió al trigal. Rápido llegó a la cima. Dispuso lo concerniente, sin descuidar nada,
para el trabajo del acarreo de la mies segada. Luego colocó la sortija misteriosa. Y pronunció el sortilegio para el
caso.
– ¡Ay, anillito, linda joya! Desearía en este instante que esta era aparezca al ras, toda igualita.
Inmediatamente se postró en tierra.
Y tras unos instantes se irguió, miró en todas direcciones la extensa superficie.
La era estaba maravillosamente allanada. Se veía un campo parejo y hermoso.
Seguidamente extendió ambos lazos de cuero. Los dispuso corno suele hacerse para liar y apretar los tercios de
trigo para su acarreo a la era. Luego repitió la fórmula mágica:
– ¡Ay, Sortijita, sortija preciada! Anhelaría en este mismo instante ver las gavillas segadas de trigo en toda esta
extensión hacinadas en debido orden en el circuito de aquella era.
Se postró él en tierra luego de recitada la plegaria. Y prestando oídos percibió, escuchó que las gavillas eran
levantadas y liadas con el ruido peculiar como ocurre en estas faenas (lliwtas ¡Siwq!...¡Siwq!... ¡Siwq!... nishaqtas
pichata huqarirqarinku).
Al acallarse esos ruidos, a los pocos instantes, el hombre echó un vistazo. Y con gran sorpresa vio la mies reunida y
juntada, sin falta alguna en forma impecable. Luego, cuidadosamente, con devota actitud y reverencia levantó la
joya prodigiosa.
El joven comprobó que era aún bastante temprano. En este preciso instante apareció delante de él, en el mismo
terreno, una misiva.
El texto decía: "Mi padre secretamente envía un observador. No estés sentado. Aparenta estar trabajando".
Advertido de esta manera. el hombre hizo ademán de encontrarse espigando los tallos desperdigados en el campo.
El emisario fue a espiarlo. Miró y observó unos instantes. Y dio media vuelta. Volvió donde Satanás a darle cuenta;
le dijo:
– El hombre ese se encuentra trabajando.
También, tras los momentos que estuvo embromando, el joven volvió y entró donde Satán. Este, en cuanto lo vio, le
preguntó:
– ¿Pudiste realizar la tarea? ¿Pudiste darle término?
– Lo terminé señor. Aquí traigo y te devuelvo las sogas que hiciste me dieran para el trabajo –
y le entregó los lazos de cuero.
Y sin más protocolos se metió a su alcoba, cayendo a plomo en su lecho.
El señor dispuso le lleven los alimentos al alojamiento.
En apariencia aceptó; pero, sin probarlo siquiera, lo dio al perro "Ninassu".
Esa noche Satán, acercándose a su puerta, le habló dándole órdenes. Le dijo:
– Mañana te dirigirás a la era arreando las bestias para pisar en la trilla.
Con indiferencia el mancebo se concretó en contestarle:
– Está bien, señor.
Esa noche todos se entregaron al sueño.
A la medianoche, entró la niña a visitarlo. Le llevó los alimentos. Le sirvió el variado menú de potajes.
Entonces fue que le preguntó:
– ¿Qué tarea te ha señalado esta vez, mi padre, para mañana?
– Arrearás las bestias a la era para hacer pisar en la trilla la mies, me dijo.
Admirada con esto. la niña respondió:
– ¡Uf! Te será imposible arrear las bestias. Podrían matarte. Son feroces. Tienes que implorar a mi anillito.
Para ellos, previamente procederás a abrir la puerta de la caballeriza. Bajo el umbral de esa misma puerta, con las
siguientes palabras será tu oración: "¡Ay mi anillito, anillito! En seguida quisiera que estos haces de trigo sean
uniformemente diseminados para ser pisados y trillados por las bestias".
Luego proseguirás tu oración:
"¡Ay anillito, anillito! Ahora hondo deseo tengo de ver esta mies trillada y apilonada corno para aventarla".
Y cuando todo lo anterior esté cumplido, aún pedirás así: "¡Ay, anillito, anillito! Te suplico que estos mulos vuelvan a
su corral. Este es mi gran deseo en este instante".
De esta manera, todo sin falta le enseñó a orar la niña. Y la noche pasaron juntos entregados al sueño,
Por la mañana, la niña le advirtió expresamente al joven:
– En absoluto cuida de no probar ni una cucharada de las viandas de mis papás.
Mientras tu permanencia en ésta, yo me obligo a servirte. En el momento que comieras el alimento de mis padres, tu
derrota es segura. Así le previno.
Aprovechó del momento el joven para insinuarse y decir a la niña:
– ¿No me sería posible visitarte yendo a tu dormitorio?
– ¡Esto te es imposible! Mis hermanas advertirían y lo dirían a mis padres.
No es norma (1) ni mis padres acostumbran a casarnos, hemos sido criados siempre de este modo; en este pueblo,
todos crían así a sus hijos. Por eso yo quiero casarme contigo y luego irnos a tu pueblo. Por esta razón, te protejo y
te ayudo en todo – le contestó ella.
(1) Aquí termina la traducción que hiciera el P. Lira.
– Bien, si es así, está bien.
No podría ser posible que después de la gran ayuda que me estás prestando, no seamos amantes – respondió el
joven.
Sólo eso lograron decirse aquella madrugada, desde el segundo canto del gallo.
Y apenas brilló el sol en la mañana, le preparó comida y se la sirvió al mancebo, como dicen hacía todas las
mañanas, disponiendo también de su fiambre. La comida que le preparaba solía ser abundante y exquisita.
Luego, el diablo ordenó desde su habitación:
– Llevadle desayuno a ese joven –dijo a su servidumbre– Tiene que ir a trillar las gavillas.
¡Apresúrense! – gritó. Los sirvientes le llevaron el desayuno y le dijeron: – Dice nuestro señor que debes partir a
trillar la mies.
Levantóse el joven de la cama al tiempo que lo hacía el diablo, quien le dio una horqueta y una escoba metálica con
el manojo de pinchos enredados. Entonces, el joven dijo al diablo:
– ¡Yo no podría trabajar con esta vuestra escoba metálica, espinosa y de pinchos enredados! ¡Dadme una escoba
de paja!
Así exigió y le dieron una horqueta, una buena escoba y un aguijón.
Llevando estos utensilios se dirigió al corral del ganado, lo abrió e invocó de esta manera:
– ¡Ay anillito! ¡Sortijita preciosa! Ahora desearía que estos asnos apareciesen en el venteadero.
En seguida los pollinos se desplazaron uno por uno, hacia el venteadero, como si una soga invisible los condujese;
mientras que él iba por detrás, a cierta distancia; así llegaron los animales y el joven al venteadero.
Ya en la era, el joven tomó una brazada de mies, la dispuso por gavillas desordenadas en círculo y luego puso el
anillo en el suelo.
– ¡Ay anillito mío! ¡Sortijita preciada! Ahora quisiera que esta mies apilonada estuviese dispuesta en el venteadero
como para ser trillada
– invocó y se arrojó en el suelo. Entonces escuchó el ruido singular de esta clase de tareas: "¡Siwq!... ¡Siwq!...
¡Siwq!...".
Luego el hombre puso la horqueta como si estuviese arrojando las gavillas, a la escoba como si estuviese barriendo,
y agitando su latiguito lo puso al medio y dijo:
– ¡Ay anillito mío! ¡Sortijita preciosa! Ahora desearía que esta mies fuese trillada y totalmente desmenuzada – dijo.
Tumbóse en el suelo, detrás de la paja que por allí crecía y las bestias entraron; y como en los vesteaderos el grano
es pisado por mucho ganado, así pisaban, mientras que él sólo escuchaba el ruido que hacían.
Cuando abrió los ojos, mucho tiempo después de que todo quedó en silencio, vio que toda la mies estaba
desgranada, mientras que los asnos estaban parados allí cerca. Nuevamente ordenó a su anillito:
– ¡Ay anillito, linda joya! Anhelaría que en este mismo momento todo le trillado estuviese apilonado en forma circular
como para ser venteado.
De nuevo se tendió en el piso y solamente escuchaba que la mies, "¡Chhiwq!... ¡Chhíwq!", se esparramaba.
Y cuando miró, vio que las gavillas trilladas estaban amontonadas hasta alcanzar el tamaño de un cerro. A
continuación, pidió para las bestias:
– ¡Ay Sortijita, Sortijita! Ahora quisiera que estas bestias llegasen a su corraliza.
Y como si una soga invisible tirase de las bestias, éstas llegaron a su corral; mientras el hombre se quedó en el
venteadero por un buen rato y ya muy tarde fue a la casa.
– Ya está, mi señor. Todo el grano está hermosamente trillado, totalmente desmenuzado – diciendo esto entró.
– ¡Muy bien! – respondió el diablo.
– Entonces mañana lo harás ventear y sin derramar un solo grano lo cargarás en las bestias hacia aquí – le dijo
Satán.
– Muy bien, mi señor – respondió el joven.
Se fue a dormir y la muchacha entró llevándole comida.
– ¿Qué te dijo mi padre? – le preguntó.
– Me ha ordenado que mañana ventee el grano – respondió.
– No podrías ventear toda esa mies, sólo el anillo podría hacerlo por ti – dijo la muchacha.
Y continuó: – Por esa razón le ordenarás al anillo de este modo:
"¡Ay anillito mío, mi Sortijita! Ahora desearía que toda esta mies fuese venteada";
de este modo le dirás – así le instruyó. – También pedirás ahora una escoba más, clavarás la horqueta entre las dos
a la vez y las pondrás como si estuviesen barriendo.
Luego le ordenarás al anillito y de este modo cumplirá con la tarea.
Entonces pues, se acostaron allí mismo esa noche. En la madrugada, la muchacha le sirvió de comer y le preparó el
fiambre.
En la mañana, el diablo ordenó desde su cama.
– Que ese hombre parta ya a ventear el grano y llevadle el desayuno – ordenó.
Los sirvientes le alcanzaron el desayuno.
– Ya debes partir a ventear el grano – le recordaron.
El hombre dijo: – Denme una horqueta y una escoba más. Se las dieron y cargándoselas se fue el joven. Al llegar al
venteadero ensartó la horqueta entre ambas escobas. Puso la piedra fundamental (2) en el centro de la pampa y
sobre ella, el anillo.
¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Ahora desearía que esta mies estuviese totalmente venteada – ordenó.
Se arrojó al piso y sintió que el viento venía, mucho viento: "¡Chhiwq!... ¡Chhiwq!... ". mientras oía que el grano era
venteado. El viento ululaba, soplaba con mucha fuerza.
Después de un rato quedó todo en silencio. Abrió los ojos y vio que todo el grano estaba hermosamente venteado y
en un montón tan alto como un cerro. Los granos eran hermosos y tan grandes como piedrecillas, todo el grano
selecto. Recogió su anillo y cogiendo un poco de grano se fue a la casa de Satán. Entró en ella y le dijo:
– Ya terminé de ventear la mies y el grano había sido así de grande y hermoso – explicó.
Entonces el diablo le ordenó:
–¡Corre pues ahora y tráelo cargado en las bestias! – le dijo alcanzándole costales, un agujón e hilo de lana para
coser la boca de los sacos. Le dio miles de miles de costales y para levantar cada uno de ellos se requerían dos
hombres; él solo no podía levantar siquiera uno.
Pero le dijo al diablo:
– No puedo ir, estoy tan cansado por el venteo que acabo de hacer que ahora no podría trasladar el grano hacia
aquí, como tú deseas. Ya iré mañana – respondió el mancebo.
– ¡Bien! respondió Satán.
Esa noche le planteó la cuestión a la muchacha:
– Así me ha ordenado y al no saber cómo podría cumplirla, no le obedecí y le dije que me encontraba cansado.
Al escuchar esto, la muchacha le dio nuevas instrucciones:
– Mañana, muy temprano y antes de que la servidumbre despierte, con las bestias harás cargar los costales. Le
ordenarás al anillito:
"¡Ay anillito, Sortijita! Ahora desearía que estos costales sean cargados en las bestias".
El anillito las hará cargar y después tú dirás: "¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Quisiera ahora que estas bestias
apareciesen al borde del trigal". Y cuando aparezcan al canto de la chacra le dirás: "¡Ay mi anillito, mi Sortijita!
Quisiera que toca la mies venteada estuviese metida en los costales que han traído estas bestias"; así le ordenarás
– dijo.
Y cuando toda la mies esté cargada en los costales, enhebrarás el agujón con el hilo de lana y lo ensartarás en la
boca de uno de los costales, como si estuviese cosiéndolo. Luego dirás: "¡Ay anillito, mi anillito! Deseo que en este
instante todos estos costales sean cosidos con este aguijón y este
hilo de lana". Cuando estén cosidos, le pedirás: "¡Ay anillito, anillito mío! Quisiera que en este momento estos
costales sean cargados en los lomos de las bestias". Y cuando estén cargados: "¡Ay Sortijita, anillito! Ahora
desearía que las bestias cargadas apareciesen en la casa, que ni el señor ni sus criados se hayan levantado aun y
que apenas lleguen, descarguen sus bultos en el zaguán junto a la puerta grande"; así le impetrarás al anillo – de
esta manera le aleccionó.
También le dijo:
– Cargarás un costal en una cetas bestias: ésta lo rechazará, tratará de desgarrarte, morderte, intentará atropellarte,
te agredirá de muchos modos, pero así y todo deberás cargarla; además, deberás premunirte de sogas –. De este
modo la muchacha lo adoctrinó una y otra vez.
Esa mañana, y tal como le dijo, apenas amanecía, pero todavía a oscuras, el mancebo entró en el corral llevando el
más pequeño de los costales. El que trató de cargar en una de las bestias, pero éstas no querían permitírselo;
quisieron cocearlo, desgarrarlo, zarandearlo, atropellarlo, pero el joven logró acomodar el costal en una de las
bestias y la arreó hacia la puerta aun a pesar de su renuencia. Entonces ordenó al anillo mágico:
–¡Ay anillito, Sortijita! Ahora desearía que todos estos costales apareciesen cargados en las bestias. Así, los sacos
aparecerán en el lomo de las bestias. Luego ordenó:
– ¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Quisiera ahora que estas bestias apareciesen al borde del venteadero. Y los
animales, corro si una soga invisible las guiase, fueron llevados al borde del vertedero. Cuando llegaron allí, el
hombre nuevamente conjuró:
– ¡Ay mi anillito, mi Sortijita! Quisiera que los costales que cargan estas bestias fuesen llenados con toda esta mies
de grano selecto.
Mientras, él se escondía detrás de unos arbustos. Sólo escuchaba el ruido producido al ser llenados los costales
con el grano limpio, que sonaba: "iChhiq!... ¡Chhiq!... ¡Chhiq!..."
Cuando abrió los ojos vio todos los costales colmados de grano limpio y enhebrando el agujón con el hilo de lana,
cosió parte de la boca de uno de los costales y pidió:
– ¡Ay anillito, mi anillito! Ahora querría que todos estos costales apareciesen cosidos – y diciendo esto, se ocultó.
Al abrir los ojos comprobó que todos los sacos estaban cosidos. Entonces nuevamente fe ordenó a su anillo:
– ¡Ay anillito, anillito mío! Quisiera que estas bestias fuesen cargadas con los costales llenos de grano.
Ocultóse de nuevo y al abrir los ojos constató que todos los brutos ahí parados ya estaban cargados. Dijo de nuevo
a fa sortija:
– ¡Ay Sortijita, anillito! ahora desearía que las bestias llegaran a la casa sin que el señor ni los criados lo notasen,
que por sí mismas descargasen sus bultos y los amontonasen en el rincón de la entra– da a la casa –, tirándose
seguidamente al suelo.
Al abrir los ojos, las bestias ya no estaban; entonces él se fue rápidamente y cuando llegó a la casa, los costales ya
habían sido descargados y estaban apilonados en el zaguán de la casa.
El diablo no había visto la llegada de las bestias, tampoco ninguno de los que en la casa vivían. El hombre entró
donde estaba el demonio:
– Ya está, señor, ya traje la mies cargada en las bestias – le dijo.
– ¿Dónde está? ¡Descárgala pues! – contestó el diablo. El mancebo respondió:
– Ya las hice descargar.
El demonio salió de su habitación, miró y vio muchísimos sacos apilonados; se acercó más y comprobó que
contenían la mies.
Sin comentar nada, se volvió y se fue a la habitación donde estaba su vieja mujer.
– ¿¡De qué modo habrá ejecutado en estos cinco días todas las tareas tal como se las he mandado¡? – dijo.
Esta le respondió:
– ¡¿Para qué reúnes a esta clase de gentes?! ¡Te vencerá! –, le censuró.
El demonio reflexionó y se dijo para sí: "¿Qué tarea le encomendaré ahora? ¿Cómo podré vencerlo finalmente?",
pensaba. Luego llamó al joven:
– Mañana en la mañana, todos iremos a bañarnos al mar, juntamente con la servidumbre.
Mientras tanto, en la mitad del patio construirás un jardín, con asientos;
que tenga siete fuentes de agua corriente, gran variedad de flores en plena eflorescencia, con todas sus sendas
verdecitas – así le mandó.
El muchacho sólo atinó a decir:
– Está bien, señor mío. Y se puso muy triste, pensando para sí:
"¿De dónde podré sacar agua, cómo voy a cumplir con esta tarea?"
Cavilando de este modo pasó todo el día acongojado.
Ya en la noche, la joven le llevó su comida.
– ¿Qué es lo que te ha ordenado mi padre? – le preguntó.
– Me ha mandado construir un jardín que tenga siete fuentes de agua corriente, asientos, senderos.
prados verdecitos. con toda clase de flores frescas. Ha dicho: "Saldremos en la mañana. a la hora del primer
descanso y volveremos al primer descanso de la tarde; para esa hora debes haberlo construido"; así me ha
intimado. "Si no logras ejecutarlo, te habré vencido" – contóle a la muchacha.
– No te aflijas. Esta no es una tarea complicada, es más bien fácil de realizar – le respondió la moza.
– ¿Y qué debo hacer? – preguntó él.
– Toma este otro de mis anillos y devuélveme el que tienes en tu poder – díjole la doncella.
El muchacho le dio el que tenía consigo, ella le entregó el otro y le dijo:
– Mañana, apenas hayamos partido, te cerrarás la puerta y no la abrirás así golpeen pidiendo que lo hagas. Puede
volver mi padre, adrede, aduciendo: "He olvidado algo mío", para ver lo que haces. Después de esto, limpiarás el
patio y, usando sólo un palito, marcarás con surcos el esbozo del jardín que construirás, señalando la ubicación de
los asientos, las fuentes, todo lo preverás. Entonces pondrás el anillito en la mitad del patio: "¡Ay anillito, Sortijita!
Ahora desearía que en este patio aparezca un jardín con toda clase de flores floreciendo", en diciendo esto de un
salto te meterás en tu habitación y allí te cerrarás. Cuando escuches el ruido que hace el agua al correr, entonces
saldrás. abrirás las puertas y simularás estar aliñando lo que acabas de construir y cuando nosotros estemos
llegando te pondrás a pasear por todos los lados –, así lo instruyó y se acostaron esa noche.
Al día siguiente, Satán le envió su desayuno y todos se fueron hacia el mar.
– Ve haciendo lo que te ordené. Si no lo cumples, entonces te arrojaré al freidero.
Diciéndole esto, se marcharon.
Tal como le había indicado, el mancebo cerró las puertas y barrió el patio. Luego, marcó el croquis de los senderos,
los asientos, las fuentes. Puso la sortija en el medio del patio y le conjuró:
– ¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Deseo que en el patio de esta casa. aparezca un jardín, con sendas, con asientos.
con toda clase de flores y con siete fuentes de agua corriente –. Luego se metió en su habitación y se encerró en
ella. Pasado un momento escuchó el rumor del agua corriente que sonaba: "¡Chhiiq.. !
Después de un tiempo salió de la habitación y vio en el patio un hermoso jardín reverdeciendo, lleno de flores y con
el agua corriendo entre ellas, regándolas. Abrió las puertas de la casa y se puso a pasear en medio de las flores.
Mientras, el diablo regresaba de su baño. "¿Ya habrá ejecutado lo que le encargué?", decíale a su mujer.
– No creo que lo haya logrado. ¿Cómo podría haber cumplido? ¿De dónde hubiese conseguido el agua? Ahora sí lo
venciste – decía ella.
– Esta vez sí lo arrojaré al horno –. Comentando con su mujer de tal guisa, volvía el diablo. Entró a su casa y le
preguntó al joven:
– ¿Cumpliste con mi orden?
– ¡Mira pues! ¡Aquí lo tienes! – replicó el mancebo.
Se moría de rabia el diablo, fuera de sí, al ver lo realizado. Su mujer y sus hijas también admiraron la obra:
su casa estaba hermosa y bella, toda verdecida. El demonio, sin decir nada, se metió en su habitación. Cenó con
sus hijas y llamó al muchacho.
– Pasa. Esta vez comeremos juntos, en mi habitación – le dijo.
– No puedo, estoy cansado. Me quedaré aquí, donde estoy tirado, – le respondió. – Estoy muy fatigado con todas
las tareas que me has mandado hacer –. contestó. Y entrando en su habitación, fingió meterse en su cama a donde
el diablo, con sus sirvientes, le envió la comida. En tanto, la mujer del diablo le reprochaba a éste:
– Cómo es que dijiste: "Ahora ya lo vencí y lo arrojaré al horno" ¿Dónde está que lo batiste?
En cambio, él te ha derrotado–. De este modo lo avergonzó. El diablo no respondió, estaba triste y asustado.
– ¿Estará comprometido con una de nuestras hijas? Por eso te ha vencido–. le recriminaba a su marido. Mientras
que su hija escuchaba furtivamente la conversación.
El diablo meditaba: "De qué manera lograré averiguar las artimañas que usa para vencerme". Así pues, decidió:
– Con los ojos vendados lo haremos bailar juntamente con nuestras hijas. Así podremos averiguar cómo nos está
derrotando.
Los haremos bailar en el jardín que ha construido. "Y la que escojas intencionalmente, con ella te
comprometeremos", le diremos –, así acordaron marido y mujer. Pero todavía no se los diremos, podrían confabular
entre ellos – resolvió el diablo.
De este modo, no le dijeron nada ese día. Se paseaba por el jardín y le decía: "Había sido muy hermoso lo que has
construido. Está muy bien" y no le mandó cumplir ninguna tarea: "Descansa" decíale al joven. Llegada la noche se
durmieron todos.
Y ya muy avanzada ésta, la muchacha entró a la habitación del joven llevándole su comida. – ¿Qué es lo que te ha
ordenado? – preguntó.
– No me ha ordenado nada. Sólo me ha dicho que descanse – le respondió.
Entonces ella le contó lo que había escuchado:
– Mis padres han acordado que mañana nos harán bailar con los ojos vendados en el jardín que has construido.
Por un lado, estarás tú solito y en el otro lado, nosotras tres. Con cuál de las tres te toparás al azar, con ella te
comprometerás. Así se sabrá por qué has vencido una y otra vez a mi padre. Esto han resuelto mis padres – le
relata– Mi madre intuye que estamos comprometidos; en cambio, esa idea ni siquiera se le ha cruzado por su mente
a mi padre–. dijo.
– Ahora, no deberás actuar como un tonto.
Bailaremos, más si me topo contigo, te arrojaré con energía lejos de mí, pero tú me cogerás fuertemente.
"Con esta de tus hijas voy a comprometerme", le dirás; no debes soltarme y en ese mismo instante te quitarás la
venda de los ojos. Si no te la quitas, mi padre te arrojará así vendado al freidero, argumentando: "¡Ajá! ¡Conque
habías querido comprometerte con esta de mis hijas!", arguyendo esto puede arrojarte. Pero si te encuentras con
cualquiera de mis hermanas, ellas no te empujarán –. de tal modo lo aleccionó una y otra vez. Y esa noche durmió
con la muchacha.
Al siguiente día el diablo mandó traer flautistas y tamborileros, luego mandó llamar al mancebo y a sus hijas a
quienes ordenó:
– Ustedes bailarán con los ojos vendados con este joven y la que se tope con él, quedará comprometida – así
ordenó Satán.
– Bien, señor. Está muy bien, padrecito – atinó a decir el hombre.
Los flautistas y tamborileros comenzaron a tañer sus instrumentos.
El diablo mismo les vendó los ojos a los cuatro y colocó a sus hijas en un lado y al mozo en otro; seguidamente,
ordenó que comenzasen a bailar.
En pleno baile se topó con la hija mayor y no hizo nada por rechazarlo; luego tropezó con la menor y sucedió igual:
tampoco opuso resistencia; mientras,
la segunda hija giraba, giraba hasta que se encontraron y ella lo empujó, pero el mozo la tomó con fuerza y al
instante se quitó la venda que lo cubría.
– Con esta de tus hijas me voy a comprometer–, exclamó.
El diablo no dijo nada, apenas comentó: – Sí, está bien.
Mientras que la diablesa se moría de enojo: "También esta vez ha sido vencido este viejo tonto", decía en su
corazón; en tanto el muchacho no soltó a la joven. El diablo dijo:
– No puedes comprometerte inmediatamente con mi hija, debo pensarlo antes.
–Bien– dijo el joven. Pero el diablo ordenó que su hija no saliese de su dormitorio, donde la enclaustró.
El joven quedó muy preocupado, pensando: "Seguramente ahora no saldrá". Pero cuando la noche ya era muy
avanzada, la doncella entró en su habitación.
– Pude salir – dijo. Ahora mis padres se están poniendo de acuerdo.
Mi madre le dice:
– "¡Oye viejo! Hasta a mi hija la has encaminado por mala senda. ¡Seguramente te expondrás a otras derrotas
mayores!
¡Te vencerá!" –. así lo notició. Mi padre está pensando sobre el modo de vencerte definitivamente, de una vez por
todas. Pues ya te falta poco para que lo derrotes totalmente.
Por mi parte, estoy meditando sobre la manera de irnos de aquí, examinando los tesoros de mis padres
– le comentó, y se pusieron a analizar la situación una y otra vez.
– Mañana en la noche te daré mayores instrucciones, pero si él te ordena hacer algo más, esta vez no debes
quedarte callado y actuar tontamente. "Solamente haré esto más, no voy a cumplir ninguna otra tarea", te dirás y te
mostrarás valiente–, le enseñó. – Aunque me encierren, voy a salir de todos modos en las siguientes noches –.
Como era usual, también se acostaron esa noche.
En los días siguientes, el diablo no le mandó hacer nada y así discurrían las jornadas para el mancebo. Apartados,
el diablo y la diablesa complotaban entre ellos:
– Mandaremos que un sirviente arroje tu anillo al medio del océano –díjole él. – Bien–. asentía la vieja diablesa. De
este modo, llamaron a un sirviente y le instruyeron:
– Corre y arroja este anillo de mi mujer al medio del mar –, le mandó.
El sirviente obedeció y llevando el anillo que le dieron, lo arrojó en la mitad del mar. Dicen que relumbraba desde el
tondo del mar porque era de oro. Al volver el sirviente, fue interrogado por el diablo:
– ¿Lo arrojaste? –, preguntó.
– Sí, lo arrojé. Está a mitad del océano y desde el fondo relumbra, como si fuese la luna –, respondió el fámulo.
Esa noche, el diablo llamó al joven y le dijo:
– Mi mujer perdió su anillo en el mar, el día que fuimos a bañarnos. Debes rescatar ese anillo;
se le extravió en la orilla, no pudo ser en otro lugar –, le mandó.
El mancebo respondió:
– Bueno, solamente esta orden más cumpliré; no haré otra.
Ya he realizado todo lo que me has ordenado y, una vez que haya rescatado el anillo, voy a casarme con tu hija,
pues ya te vencí con todo lo que hice – le dijo el joven muy seguro de sí mismo. El diablo le contestó:
– Si lograses rescatar ese anillo, entonces me daré por vencido –, con la seguridad del que se siente seguro
vencedor.
Esa noche, el mancebo se acostó muy apenado, mientras que el demonio hizo que la habitación de su hija fuese
una y otra vez asegurada. Y para garantizar su vigilancia, desde su habitación la llamaba a cada hora por su nombre
y su hija le respondía: "Padre, padre". El muchacho oía todo lo que sucedía y cavilaba "¿Cómo me instruirá sobre la
manera de hallar el anillo?", triste y sin poder conciliar el sueño.
Entonces, no se sabe cómo, su diablo personal la sacó de su habitación. Puso uno de sus anillos debajo de su
almohada y le ordenó:
– ¡Ay Sortijita, anillito mío! Ahora serás tú el que responda en lugar mío cada vez que mi padre me llame: "¡Padre
mío, padre mío!", responderás imitando mi voz –, de ese modo habíale ordenado a su anillo mágico al ponerlo
debajo de su almohada.
Luego entró en la habitación del muchacho, quien se alegró al verla y le dijo:
– Has hecho bien en venir. No estaba en mí de tanta preocupación, pues me ha dicho: "Mi mujer dejó su anillo en el
océano, el día que fuimos a bañarnos. Se le cayó al borde del mar; debes encontrarlo y traérmelo mañana muy
temprano", así me ha ordenado. No sé cómo voy a sacarlo –, le contó a la doncella. Ella le contestó:
– Miente, no está a la orilla del mar. El anillo está al medio mismo del océano. Lo hizo arrojar con uno de sus
sirvientes al centro del mar.
Te ha mentido adrede, con la intención de vencerte. Entonces el joven preguntó:
– ¿¡Cómo lograré sacarlo, entonces!?
– Ni siquiera nuestra Sortijita mágica podría hacerlo. Así de malvado es mi padre –, dijo ella.
Luego de comentar así. se pusieron a escuchar si el anillo estaba respondiendo, imitando su voz como ella le había
pedido, y constataron que éste decía: "Padre, padre", lo que contentó a la joven, que dijo: – Está respondiendo bien
y ahora los dos pongámonos en camino.
Se llevaron un lavatorio casi nuevo que usaba la muchacha y un cuchillo filudo.
Caminaron... caminaron... y llegaron a la orilla del océano llevando esos objetos. Entonces la moza le dijo:
– Debes cortarme en pedacitos y recogerás mi sangre en este lavabo y no permitirás que ni siquiera una mínima
gota se vierta fuera de ella.
Tasajearás mis carnes en pedazos de este tamaño; entonces entrarás hasta el medio del mar, hasta allá, donde
relumbra como si fuese la luz de la luna; hasta allí intentarás arrojar todos los pedazos de carne de la vasija.
Lo que sobre de mi sangre en el lavatorio, si acaso queda algo, debes relavarlo y también echarlo al mismo océano.
Si acaso hubieras derramado algo de mi sangre, no volveré a salir jamás. Si acaso sobrevivo, viviré; y si muero,
moriré en el corazón del piélago.
Mientras tanto, te arrodillarás en la orilla y rezarás a Dios para que salga.
Si no emerjo hasta cuando claree el día, te irás a donde sea; no debes volver donde mi padre.
Si salgo, lo haré cuando el gallo esté cantando. Si volvemos a vernos, será y si no, no será –, diciendo esto se
despidieron muy tristes, llorando a mares.
Entonces se desnudaron hasta quedar como los había parido sus madres y llorando comenzó a amputarla.
La cortó toda, en grandes trozos y no derramó una sola gota de sangre al piso.
Luego entró al medio del mar, llevando el recipiente. El anillo relumbraba como la luz de la luna y con el íntimo
deseo de hacer llegar hasta allí, lanzó las carnes y la sangre; relavó el lavatorio con el agua del mar y vio que en el
cuchillo quedaba una gota de sangre sin que él lo hubiese notado, pero al darse cuenta lavó el cuchillo con esmero.
Así cumplió con lo que le había indicado la joven.
Después se puso de rodillas, llorando e implorando de nuestro Señor. "Si ahora ella no sale, entonces me arrojaré al
océano", pensaba y lloraba. Ya terminaba de cantar el gallo, cuando el mar comenzó a bullir; se movía y se
levantaron olas del tamaño de un cerro. Se rebullía tanto que infundía pánico, pero él permanecía mirando,
esperando.
De pronto la muchacha emergió en el medio del piélago, riendo y llevando el anillo.
Al verla, el joven sintióse alegre. – ¡Aquí está el anillo! –, gritó ella al liberarse.
La muchacha se vistió y el mancebo hizo lo mismo, y llevándose el lavatorio y el cuchillo, se volvieron a la casa de la
muchacha. Cuando llegaron a ella, escucharon que el anillo seguía respondiendo al diablo por ella. Con mucho
sigilo entraron a la habitación del joven. Allí la doncella le dio indicaciones.
– Desde este momento, no obedecerás más a mi padre, así te ordene hacer cualquier cosa.
Le dirás: "Aquí está, rescaté lo que me ordenaste. Lo hice, cumplí con lo que mandaste" y muy enojado llevarás el
anillo hasta mi madre. "Toda la noche lo busqué en el mar y amanecí allí. Me costó mucho esfuerzo hallarlo, pues
estaba en la mitad del océano", le explicarás. Le llevarás el anillo hasta el mismo dormitorio.
Como mis padres podrían presentir algo sobre mí, fingirás no amarme.
"Ahora no deseo casarme con tu hija y deberás pagarme lo que es justo por todas las tareas que he cumplido para
ti, porque debo retornar a mi pueblo, pero descansaré todavía por unos días, pues me encuentro sumamente
cansado por las tareas que cumplí",
así deberás expresarte, demostrando tu hombría; si no lo haces, te ordenará algo más difícil de cumplir.
Sobre los otros asuntos, mañana nos pondremos de acuerdo –, le adoctrinó. Mientras tanto, el día ya amanecía y
añadió:
– Ve ahora; haz como si estuvieses volviendo del mar llevando este anillo.
Simularás que vienes de afuera y tocarás la puerta –, diciendo esto, la muchacha rápidamente entró en su
dormitorio, recogió su anillo, se desnudó y metióse en su cama.
El Joven se dirigió al mar, fingió caminar por la orilla y simuló volver de ella, tal como habíale indicado.
El diablo, luego que ella entró, comenzó nuevamente a llamar a su hija por su nombre, pero esta vez ella no
respondió. Llamó a uno de sus sirvientes:
– Anda y ve a esa mi muchachita que no responde cuando la llamo – le ordenó.
El sirviente fue a verla.
– Está tal como la guardaste, mi señor –, dijo al volver.
– Anda ahora a la habitación de ese joven y mira si ya ha salido–, mandó nuevamente el demonio.
El criado fue a inquirir y vio que el mancebo no estaba.
– No está, mi señor. Seguro que ya fue a rescatar el anillo –, le contó el criado al volver.
– Seguramente no logra rescatarlo hasta ahora, por eso no vuelve–, comentó para sí Satán. Pero en ese mismo
instante, el joven golpeó la puerta. El doméstico salió a ver quién era. Era el muchacho.
– Dice si ya has hallado el anillo. La señora diablesa pregunta por él, está impaciente –, indagó el fámulo.
– Sí, lo hallé –. respondióle molesto el muchacho.
– ¡Dámelo! se lo llevaré –, quiso quitárselo el criado.
– ¡No! Yo lo voy a llevar donde vuestra señora -, contestó muy enojado y no quiso entregárselo; mientras el diablo
escuchaba la discusión, el sirviente volvió a él:
– Ese hombre dice que ha encontrado el anillo; ha vuelto muy irritado y no ha querido entregármelo.
Me ha dicho: "Lo llevaré yo· donde vuestra señora" –, le contó a Satán.
– ¡Recíbelo, recíbelo! –, mandó el demonio. Volvió el sirviente donde el mancebo.
– Dice el señor que lo llevaré yo–, le pidió. Pero no quiso el joven y no soltó la sortija.
En tanto, el demonio meditaba muy compungido:
"¡Cómo es posible que también haya logrado encontrarlo! ¡Ahora sí que me venció!", se decía y se moría de cólera.
– ¡Que lo lleve pues! –, gritó desde su dormitorio. Entonces, el muchacho llevó la sortija donde la mujer de Satán.
– Aquí está, señora; lo hallé. Estaba en la mitad del océano y lo rescaté con mucha dificultad, trabajando toda la
noche, sin dormir. Con esto he cumplido con todo lo que ustedes me han ordenado.
No quiero más a vuestra hija; pero deben pagarme el justiprecio por mi trabajo, pues deseo volver a mi pueblo.
No podría permanecer en este vuestro pueblo –, le dijo enojadísimo a la diablesa. – Y cuídense de ordenarme
realizar otra tarea pues no la cumpliré, porque además me encuentro muy cansado por todo esto que me habéis
obligado hacer. Descansaré aquí en vuestra casa por uno o dos meses; por tanto, deberán alojarme todavía por ese
tiempo, en pago siquiera por el trabajo que hice para ustedes –, le manifestó.
La mujer del diablo se moría del enojo que le causaba oír lo que le decía el mancebo.
– Este viejo es el culpable de que esto pase. Acostumbra reunir a gente de todo jaez y al final es vencido por ellos.
"Los voy a vencer", promete, pero no lo consigue–, pensaba la diablesa exasperada del diablo.
El viejo demonio se levantó de su cama, abrió la habitación de su hija y vio que dormía profundamente, como si
estuviese muerta.
– ¡Por qué razón tú duermes hasta ahora, sin obedecer cuando te llamo! –. resondró a su hija. Ella respondió:
– Como estuviste llamándome toda la noche, no pude pegar pestaña. Por este motivo, recién pude dormitar ahora–.
El diablo atinó a decir:
– ¡Bien! –; se volvió, entró a la habitación de su mujer y ella le recriminó con ira:
– ¡Cómo me dijiste que lo batirías! Dijiste: "Lo voy a vencer!", pero no lo conseguiste! –, le dijo. El diablo preguntó:
– ¿Y qué es lo que dijo? –. La diablesa le respondió:
– "Todavía voy a quedarme por muchos días a descansar, en retribución de todo lo que trabajé para ustedes y
deben pagarme lo justo por ello", eso ha expresado –, y le contó al diablo todo lo que dijo el mancebo. – Dice que
tampoco se comprometerá con nuestra hija, que no la quiere, y cuando le paguemos con justicia el dinero que le
debemos, entonces se irá –, le relató.
– Así será pues. Tendremos que entregarle todo el dinero, puesto que nos ha vencido –, comentaron ambos.
La noche siguiente, la doncella volvió a la habitación donde dormía el joven:
– ¿Qué es lo que dijeron mis padres? –. le preguntó.
– Les dije tal como me instruiste, entonces tu madre casi se muere por la ira –. respondió él. Por su parte, la
muchacha le contó:
– Mis padres han acordado recompensarte por todo lo que has trabajado; dijeron: "Debemos pagarle su dinero" –. le
relató.
Seguidamente, los dos se pusieron a discutir sobre la forma de marcharse.
"Ahora, en estos días, tanto tú como yo, debemos disponernos para irnos sin que ellos lo sepan", acordaron.
Y de este modo se prepararon en los siguientes días. La hija acarreó todas las riquezas de sus padres; las llevó a su
habitación sin que ellos lo notaran, poco a poco. En noche siguiente, volvió al dormitorio del muchacho.
– Mañana en la noche partiremos–, le dijo. –
Para esto, debes tener preparado y a la mano todos tus bultos y, apenas venga, nos marcharemos –, le manifestó. –
¡Claro que sí! –. asintió el mancebo.
Tal como le indicó, al día siguiente el muchacho preparó todo y la esperó listo.
El diablo ya había dejado de guardar a su hija, confiado en que le había dicho que no la quería más.
Esa noche, la moza hizo ademán de desnudarse y acostarse, luego puso uno de sus anillos en la puerta de sus
padres.
– ¡Ay anillito, Sortijita! Quisiera que, desde ahora hasta mañana, sumas a mis padres y sus sirvientes en un total y
profundo sueño, para que no escuchen nuestra partida –,
le invocó y luego entró donde estaba esperando el joven.
– ¡Bueno, ahora partamos! Pongámonos en camino –, le anunció.
– ¡Bien, vamos pues! –, respondió.
Sacaron los bultos a la puerta de afuera y la muchacha entró a la habitación que guardaba todas las riquezas de sus
padres y donde había toda clase de relucientes tesoros.
De allí sacó objetos que eran de oro y plata. También extrajo un trono todo de oro y conjuntando esto hicieron una
carga.
En seguida entraron al corral de las bestias, cada una de ellas con su nombre propio, y las llamó por ellos.
Las más notables eran tres bestias relumbrantes, hermosas, nerviosas y briosas.
El primero se llamaba "Apolino", el siguiente, era 'Wapachola" y el tercero "Atizador";
los tres animales eran fornidos. La segunda, "Wapachola", era una hembra overa manchada. Los otros dos eran
machos:
"Apolino" era negro y "Atizador", marrón. llamó:
– ¡"Apolino" sal! –. y salió la bestia más brava. Ordenó de nuevo y salieron "Wapachola". la bestia hembra, y
"Atizador". Cargaron los bultos en "Apolino" y "Atizador"; luego la muchacha recogió su anillo y montaron en
"Wapachola", que, dicen, corría como el viento.
Apenas se alejaron un poco de la casa, la joven pidió a su anillo:
– ¡Ay anillito, mi anillito! Deseo que, para mañana, cuando mis padres miren este jardín que construyó mi marido, se
haya convertido en basural y que la mies que ha trabajado, se vuelva arena –. invocó. Dicho esto, partieron raudos y
rápidamente llegaron a la orilla del océano que de pronto se hizo puente y por el cual cruzaron. Rayó el alba y
amanecieron muy lejos.
Mientras tanto, el diablo se levantó y salió de su habitación. Miró al jardín y vio que éste se había convertido en
basural.
– ¡¿Cómo es que se ha transformado en basural?! –. miró atónito.
No quedaba ni una flor, tampoco ninguna de las siete fuentes. Fue a la habitación de su hija y encontró su cama
vacía; fue a la del mancebo y tampoco halló a nadie, estaba vacía. Al ver esto, Satán se asustó:
– ¡Qué es esto! ¡Dónde se han ido! –, exclamó y entró donde la vieja diablesa y le dijo: – ¡Mira hacia afuera! ¡No
queda nada del jardín que construyó y tampoco está nuestra hija! –, la anotició.
La vieja se levantó con prontitud; examinó todo con la mirada y constató que no quedaba nada.
Tampoco estaban sus mejores bestias y se derramaba arena de los costales; los examinó todos y al ver que todos
estaban repletos de arena, increpó acremente al viejo Satán.
El diablo discurrió: "Seguro se han ido", y montando otra bestia fue detrás de ellos, siguiendo las huellas de los
caballos;
mientras tanto, la vieja subida encima de la casa lo seguía con la mirada. Cuando ya estuvo a punto de darles
alcance, su hija se dio cuenta y le advirtió al mancebo:
– Nos persigue mi padre. Ahora nos será difícil escapar–. le dijo
y rápidamente convirtió a las bestias y su carga en un corral, en un establo grande. Ella se convirtió en una flor y al
joven le dijo:
– Tú te convertirás en un viejito con una azada motosa. Te preguntará:
"¿No pasaron por acá un joven y una muchacha montados en sendas bestias?" Tú le responderás: "No, no
pasaron"; pero cuidado que arrancando la flor quiera llevársela, arguyendo: "Me la llevaré". No se lo permitirás, le
amenazarás con esta azada motosa: "Si lo haces te golpearé" y él se irá –. le instruyó.
Entonces se transmutaron en lo que había previsto.
Luego llegó su padre hasta el lugar donde ella habíase convertido en flor. Y cuando llegó Satán, ya era un jardín
donde un viejito con una azada motosa estaba regando unas flores. Le dijo:
– Padrecito, quisiera preguntarte –. al anciano.
– ¿Qué deseas saber? Pregunta lo que quieras –, le contestó.
– ¿No han pasado por aquí un joven y una muchacha montados en sendas bestias y jalando otros dos animales? –
interrogó.
– Yo no he visto nada –. replicó. Vivo aquí año tras año, cuidando estas flores, no ha pasado nunca nadie por aquí.
Tú eres el primero en llegar hasta aquí –. dijo. Mientras decía esto, el diablo se olvidó de su hija mirando las
variadas flores que florecían hermosas y le pidió:
– Regálame una de tus flores–, mientras intentaba asir una de ellas. Pero el vejete le amenazó con la azada: "¡Voy a
golpearte!". El diablo se asustó cuando le amagó con la azada.
– El señor me haría cargos de la flor ¿Acaso estas flores habían sido para que las toques con tus manos sucias? –,
le increpó.
– En ese caso, me iré –. y montando en su caballo, el diablo se volvió por donde había venido.
Al instante, su hija se transformó en humana, el viejito en el joven y de nuevo partieron raudamente.
Mientras la vieja diablesa contemplaba lo que sucedía, pues dicen que los diablos pueden ver muy lejos y por esta
virtud seguía vigilando a su viejo.
Así, cuando llegó donde ella:
– ¿Los encontraste? –, le preguntó al diablo.
– ¿A quién? –, respondió sorprendido.
– ¡Fuiste a buscar a nuestra hija, pues! –, le gritó.
– ¡Ah! –, dijo Satán y recién recordó que fue a buscar a su hija.
– No la encontré. Sólo había un jardín de hermosas flores–, respondió.
– ¡Oye viejo apestoso! ¡Tú no eres una persona! ¿No te diste cuenta acaso de que esa flor era nuestra hija? ¿Acaso
ese vejete no era el muchacho? –. y le insultó hasta el desvarío. El viejo diablo: –¿Eran ellos? –, repuso pasmado.
– ¡Torpe! Esa era pues nuestra hija. ¿No pudiste acaso arrancarla y traértela contigo? Te hubieras traído a nuestra
hija, si hacías eso.
¡Vuelve pues! ¡Regresa! –, y lo hizo tornar.
Entonces el viejo galopó..., galopó... mas no pudo darles alcance. Pero, repentinamente, su hija volvió la vista hacia
atrás:
– ¡Mi padre nos persigue de nuevo! Esta vez no podremos convertirnos en flores nuevamente.
Mi madre lo ha instruido muy bien; pero nos convertiremos en ganado –. dijo. – Tú ahora serás un viejo pastor de
ganado.
Así fue. Sus tres caballos y su carga se convirtieron en un corral grande y la joven, en una oveja con muchas crías.
El muchacho se transmutó en un viejito en una pequeña cabaña con su corral para guardar el ganado. Cuando el
diablo llegó, el viejito cuidaba de un corral lleno de crías que balaban junto a su madre ¡ma! ¡ma! Maaa!, en plena
algazara.
– Padrecito, quiero preguntarte ¿no ha pasado por aquí un joven y una muchacha montados en sendos caballos? –.
preguntó.
– No ha pasado nadie. Año tras año pastoreo estas ovejas aquí y nunca ha llegado nadie por aquí. Tú eres el
primero en llegar –, le respondió.
– ¡Ah! –, dijo y volvió a olvidarse. – Tienes lindas ovejas y crías.
¡Obséquiame siquiera una de ellas pues! –, le pidió al anciano.
– ¡No son mías y están contadas, son de un Misti! Me haría cargos y se desquitaría conmigo –, replicó. Así fue que
el viejito no quiso darle ni una cría.
– ¡Que esté así! ¡No me importa! –, dijo el diablo y montándose en su bruto regresó rápidamente a su casa.
Luego que él se fuera, se convirtieron en personas, montaron en sus caballos, se fueron raudamente y llegaron muy
lejos. Mientras, el diablo llegó donde su mujer:
– No había nada, me enviaste en vano –, le contó. Y su mujer:
– ¡Oye! ¿No reparaste que esa oveja con sus crías era nuestra hija?
–. le dijo a su viejo.
– No, era un anciano que cuidaba su chocita y su corral –. respondió.
– ¡Tú eres un viejo tontísimo! Pues esas ovejas eran nuestra hija y el vejete, el muchacho.
La vieja diablesa le pegó a su viejo. “Tú eres una persona que sólo comete tonteras", decíale.
– ¡Mira!, nuestra hija ya está yendo allá lejos –, le mostró al diablo que vio a su hija que ya estaba muy lejos.
Entonces el viejo diablo montó en otro animal y volvió a partir; en tanto, su vieja lo vigilaba sin perderlo de vista y vio
a lo lejos que ya la alcanzaba... cuando su hija se dio cuenta:
– Viene mi padre. Está volviendo y ahora no podremos engañarlo. Debemos matarlo de una vez –, dice.
Yo me convertiré en un río, nuestras bestias se transmutarán en el cauce del río y tú te transformarás en un puente,
un puentecito de un solo palito delgadito --decidió.
Así pues, la muchacha se convirtió en agua corriente, en un río, sus bestias en el cauce del río y el mancebo en un
puentecito gastado, sin valor, de un solo palito.
Entonces el diablo llegó hasta el borde del río, intentó cruzar por el puente y cuando lo estaba haciendo sobre su
cabalgadura, a la mitad, se arqueó para el diablo, pues el joven dobló adrede sus espaldas, arrojó al diablo que se
hundió en el agua y, cuando trató de salir con su cabalgadura, el joven le golpeó la cabeza con piedras y se la
destrozó totalmente hasta que el diablo murió.
Luego de su muerte, se fueron felices el mancebo y la muchacha.
La diablesa, en tanto, observaba cómo mataban al diablo padre; lo veía todo.
Pero no pudo hacer nada para impedir la muerte de su viejo y zapateaba de cólera y palmeaba con furor en la
puerta de su casa.
– ¡De esta manera actúa mi hija! ¡Un perro devora mi corazón!
¡Ahora debo ir yo! –, exclamaba mientras reprimía su cólera.
Montó una bestia que mandó traer de su corral y se puso en camino tan raudamente que... hasta levantaba humo. Y
cuando ya estuvo por darles alcance, su hija volteó y se dio cuenta.
– Viene mi madre. No haremos nada en su contra, pero ella tampoco hará nada contra nosotros.
Que venga, si nos alcanza, que lo haga –, diciendo esto seguían corriendo raudamente.
La vieja diablesa logró dar alcance a su hija y le increpó:
– ¡Hija mía a qué viniste! ¡Hasta a tu padre lo has matado! ¡No te perdonaré si ahora te vas a vivir para siempre con
este hombre!
Por él has matado a tu padre.
No digas nunca que soy tu madre. Derramaré la leche de mi seno materno, en señal de maldición –,
y diciendo esto, exprimió su seno materno por tres veces,
luego se dio vuelta, después de montar en su cabalgadura.
La hija se separó de su madre llorando:
– Si nos volvemos a ver, nos veremos; si morimos, ya no será posible –, le dijo con los ojos llenos de lágrimas.
Se separaron... y ambos se fueron, la muchacha y el joven.
La vieja llegó a su casa y llorando se quedó a vivir sola.
Hasta que por fin llegaron al pueblo del mancebo.
– ¡Este es mi pueblo! –. le mostró. – ¿Dónde está tu casa? –. preguntó ella. – Es aquella –, le señaló una casa que
estaba en medio del pueblo.
– Por esta noche dormiremos en las afueras, no lleguemos aún a tu casa.
Primero irás tú solo, mañana en la mañana, a preguntar a tus padres por el lugar donde nos recibirán y, cuando lo
sepamos, llevaremos estos nuestros bultos–, propuso la doncella al mancebo.
Por las alturas de ese pueblo vivía una viejita a la que se acercaron para pedirle que los acogiera.
– Madrecita, danos alojamiento a nosotros y ·abrigo para nuestras bestias –. La viejita accedió al pedido pues era
muy bondadosa.
– ¡Señor, jovencita, pueden quedarse a dormir, si lo desean! –. les dijo. Desataron sus bultos y descansaron. Por allí
cerca había pasto seco y hierbas que la viejita les brindó y se las dieron de comer a sus animales, y luego se
durmieron.
La viejita tenía un gallito y una gallinita de plumaje ensortijado; el joven le comentó:
– Madrecita, tus gallinitas de plumaje ensortijado son muy bellas.
– Sí. ¡Son en verdad muy bonitos y ambos saben cantar! –. le respondió.
– Que canten pues –. pidió el muchacho.
– No pueden hacerlo ahora, sólo cantan en las casas donde se bebe –. dijo la viejita. Mas el joven pensaba en su
corazón: "Cómo sería posible que una gallinita sepa cantar, lo dice por gusto". Así durmieron aquella noche. Al día
siguiente, la muchacha dijo al mancebo:
– Corre, ahora ve donde tus padres, llega hasta ellos y pregúntales por el lugar donde nos recibirán, también
cuéntales sobre mí.
Pero deberás tener mucho cuidado en no permitir que ninguna mujer te abrace, sólo dejarás que lo hagan los
varones,
pues si permitieses que te estreche alguna mujer, entonces en el acto te olvidarías de mí.
Cuidado con no volver; si no lo haces, te llevaré a mi pueblo en una litera de fuego –. así instruyó al joven una y otra
vez.
– ¡Cómo sería posible que yo te olvide! ¿Acaso soy de los que no vuelven? –, respondió y diciendo:
– En un momento vuelvo –. partió muy temprano aquella mañana, dejándola con la viejita.
Cuando entró al pueblo, grandes y chicos, varones y mujeres, se le acercaron con la intención de abrazarlo;
pero él no permitía que las mujeres lo estrechasen, sólo consentía que lo hiciesen los varones.
Así llegó a su casa, entró donde sus padres que, al verle, lo recibieron con lágrimas y estrecharon a su hijo en un
abrazo profundo.
Aun cuando su madre lo abrazaba, él seguía pensando en su mujer y cuando estaba a punto de decir: "He venido
con mi mujer",
la viejita que tenían por cocinera salió de improviso y lo abrazó.
– ¡Muchachito, has vuelto! ¡Yo pensé que no volvería a verte nuevamente!
¡Pero te estoy viendo de nuevo! – y diciendo así, esa horrible mujer lo abrazó y hasta lo besó de pura alegría.
Y solamente con ese acto el muchacho olvidó totalmente a su mujer y no pensó más en volver;
no recordaba absolutamente nada y desde ese instante permitió que todos los que entrasen a su casa para verlo,
así fuesen mujeres, lo abrazasen.
Sus padres no sabían que había llegado trayéndose una mujer. Pensando "Seguramente habrá llegado solo",
únicamente a él lo atendían. Entonces uno y otro que entraba insinuaban:
– Hagámoslo casar ya que ha aparecido –le decían a sus padres. Estos aprobaron la idea:
– Sí –, asintieron. – Escoge mujer y por la que desees, entraremos a pedírtela a sus padres –, le propusieron. Él
dijo: – Tendría que ser la hija de un hombre rico de por aquí. Con una como ella, sí –, respondió.
En ese pueblo había un hombre acomodado que tenía una hija muy joven donde el que fueron sus padres para
pedirla, llevando el presente de costumbre.
Mientras tanto, su otra muchacha esperaba en la casa de la viejita, temiendo:
"Seguramente ha permitido que lo abrace una mujer" y lloraba.
Entonces, la viejita le preguntó:
– Jovencita, ¿por qué razón estás siempre apenada y llorando? –.
– Ese hombre que es mi novio y me ha traído desde mi pueblo, ha ido a la casa de sus padres y no ha regresado,
ya hace dos meses.
Seguramente me ha olvidado; por eso lloro–, dijo. – No puedo saber qué es lo que ha pasado, pues no me es
posible preguntar a nadie.
– Confía en mí, jovencita. No soy mala persona, iré al pueblo y preguntaré por ti –. le propuso la viejita.
– Sería bueno que preguntases por mí, mamita. Trajimos con nosotros todas las riquezas de mis padres; guardo
conmigo esos tesoros. Ya no puedo ni dar de comer a las bestias. Hasta a mi padre maté por él y mi madre me
olvidó también por él. Ella me maldijo para siempre, derramando la leche de su seno –. la joven le contó a la viejita
íntegramente, todo lo que había pasado.
– No te apenes jovencita, no nubles tus ojos de lucero con lágrimas, que la pena no acongoje tu corazón.
Ve cuidando la casa que ahora iré al pueblo, averiguaré y sabremos todo. Llegaré hasta su misma casa y me
enteraré –, prometió la viejita.
– Estaría bien, madrecita. Yo me quedaré cuidando la casa –, le dijo. Entonces la viejita fue al pueblo y allí preguntó
a la gente:
¿Qué ha sucedido los meses anteriores en nuestro pueblo? No he venido aquí desde hace dos meses –, preguntó.
La gente le contó:
– Únicamente la llegada del joven que compitió con el diablo, sólo esa alegría hemos tenido en estos meses –. le
refirieron.
– Iré pues, yo también a inquirir por ese joven –, dijo. A todos preguntaba del mismo modo y todos le respondían
igual. Luego fue hasta la misma puerta del mancebo y, ya cerca de ella, preguntó:
– ¿Qué de importante es lo que va a pasar en estos días? –. interrogó y como respuesta:
– El mancebo que compitió con ·el diablo se va a casar pasado mañana –, le dijeron.
Entonces entró en la casa: – Dicen que el muchacho ha vuelto pues, quisiera enterarme yo también –. dijo.
– No está, pues salió – le contestaron. – ¿Y qué es lo que harán en estos días? –, preguntó.
– Lo casaremos con la hija de un hombre importante –, le respondieron sus padres.
– Si es así, yo también desearía obsequiarle con lo que mi pobreza me lo permita –, expresó la viejita. – Está bien
madrecita, te lo agradecernos, mamacita –, respondieron ellos.
Y diciendo: – Me voy, – la viejita se fue.
Averiguó todo sobre el matrimonio del joven; supo hasta el día de la rendición de cuentas (3), todo averiguó. Así que
regresó a su casa, donde la aguardaba la joven, a quien encontró llorando a mares:
– Jovencita, no llores, que he averiguado todo. Ese tu joven se casará en tres días más con otra mujer.
He indagado todo, me lo ha contado su madre –. dijo.
– ¿Qué es lo que haré, madrecita? Aconséjame –, le pidió. – ¡Siquiera porque eres mujer como yo, aconséjame
pues! –, le rogó.
– Cuéntame qué es lo que le pasó a ese hombre en tu pueblo, qué hiciste por él, en qué cosas le ayudaste.
Cuéntame sobre todo eso, no calles a tu corazón –, le instó. –
Mi gallinita sabe cantar, entonces le enseñaremos, la llevaremos el día de la boda y cantará todo lo que le
enseñemos;
así se acordará de ti ese tu joven, – le demandó a la jovencita.
Ella le contó todo lo que había pasado y llamaron a la gallinita y al gallito y les enseñaron: "Así, de este modo
cantarás".
– Cuando tu gallito luego de emborracharse se tire en un rincón, tú empezarás a cantar tal como te estoy enseñando
–, y durante los tres días aleccionaron muy bien a la gallinita.
Apenas faltaba un día para que los llevasen a la boda; era la noche anterior:
– Jovencita, debes quedarte al cuidado de la casa. El día de mañana ese hombre se casará con otra, con una mujer
joven.
Esta noche se hará la rendición de cuentas. Entonces, debo ir ahora y hacerle recordar –, y cargando su gallito y su
gallinita se fue al pueblo. La muchacha se quedó cuidando la casa de la viejita y llorando a mares. Apenas
amanecía, la viejita entró en la casa del que se casaba.
– Jovencito, palomito, habías regresado pues. No dispuse de tiempo en los días de tu aparición, por eso no pude
venir a visitarte. Me anoticiaron que te casarías con una hermosa mujer. Me alegro mucho por eso. Vengo con estas
mis gallinitas que saben alegrar a la gente. Siquiera con ellos alegraré tu vuelta, muchacho –, diciéndole esto, se
introdujo.
– ¡Bien! mamacita. Está bien madrecita, gracias–, le respondió, pero en su corazón pensaba: "No sé cómo podrá
alegrarme con su gallinita".
Ordenó que a la viejita le dieran sólo las sobras de lo que bebían. Pero ella se lo daba de beber a la gallinita y al
gallito.
En tanto los demás, tomando y comiendo de lo mejor, junto al padrino y la madrina, aconsejaban al mancebo y a la
muchacha.
Ya habían llegado los tañedores de quena y pinkullo para que bailasen.
Estaban los encargados de divertir la fiesta y también habían llegado los cantantes con sus tinyas; comenzaba la
alegría y ya sonaban la quena, el pinkullo y la flauta.
En ese momento, se levantaron el gallito y la gallinita y se pusieron a bailar.
– Como puedes ver, joven, mis gallinitas danzan bonito –, dijo la viejita. Los individuos quedaron pasmados viendo
bailar a las gallinitas y comentaban: "Era verdad que bailaban".
Se reían y le daban a la viejita de beber de los licores finos que ellos libaban. Pero ella prefería darle de beber al
gallito que empezó a dar vueltas y vueltas por estar ya borracho; hasta que cansado por tantas vueltas, rendido se
tiró en un rincón. Sólo la gallinita seguía bailando, dando vueltas.
– ¡Oye, levántate! ¡Oye, despierta! –, le picoteaba a su gallito.
Mas el gallito no le respondía porque se había quedado dormido profundamente. Fue cuando:
– ¿Acaso para siempre me has olvidado? ¿Quizás hasta la eternidad me has abandonado?
Oye tú, ¿ya no te acuerdas de mí? ·, así comenzó a cantar la gallinita. Entonces ellos le dijeron:
– En verdad, tu gallinita sabía cantar–, y se callaron para escuchar con toda su atención.
– Sí, mi gallinita sabe cantar historias muy risibles que ella sola ha aprendido –, respondió.
Ahora oirán lo que sabe cantar –, les dijo y se aprestaron a escucharle:
– Oye, oye tú ¿acaso no recuerdas?
¿Que a mi madre y a mi padre
Por ti los olvidé,
¿Por ti los abandoné?
Hasta que logré salvarte
Duró tu cariño.
y ahora para siempre
Me has olvidado.
¿Acaso ya no recuerdas,
Que mi padre y que mi madre
A ti de todas maneras
¿Quisieron vencerte?
Cuando te ordenaron
Mieses imposibles de ser segadas, Diciendo: "Tríllalo, ventéalo,
En un solo día termínalo".
Y yo de mil maneras te ayudé
Haciendo día de la noche,
Oye tú, desamorado.
Podrás conciliar el sueño,
Pero para siempre
Te llevaré, te cargaré
A mi pueblo, a mi hogar... cantaba la gallinita.
El joven, al escuchar esa canción, comenzó a recordar. "Creo que está cantando sobre mí". piensa.
"¿Dónde la vi? Me parece que conocí antes a esta gallinita y al gallito también", recordaba.
Y él mismo le alcanzaba del mejor y más agradable licor a la viejita. Ella bebía una mitad y la otra se la hacía tomar
a su gallinita.
– Tú sabes más canciones. Canta más de ellas, recuerda pues las canciones más bonitas –. le instaba a recordar la
viejita.
Y la gallinita comenzó a cantar nuevamente:
– ¿Acaso no recuerdas?,
Oye desamorado,
Que sacos que diez hombres
No podrían levantar
Te dio mí padre y te ordenó:
"Ese grano que sembré,
Cárgalo en las bestias",
Y cuando de ningún modo pudiste
Cumplir con esa tarea,
Yo te ayudé,
Yo te apoyé.
Oye tú, que ya no sabes amar,
¿Acaso ya no recuerdas
Cuando al borde del océano,
¿Mi ropa ocultaste?
¿Acaso ya no recuerdas
Que con mi anillito
¿Caminaste noche y día?
¿No fue así? ¿No fue así?
De siete fuentes,
¿Acaso ya no recuerdas?,
Que el agua diluía
En medio del patio de mi casa,
Con flores muy hermosas, Floreciendo,
Reverdeciendo,
"Prestamente
–Te mandó mi padre–
Harás un jardín", te dijo.
Todo eso. también eso,
Sólo con mi anillito Lograste hacerlo.
¿Acaso ya no recuerdas?
En cambio, ahora ni siquiera
Tus ojos
Me miran,
Ni en tu corazón
Para mí hay lugar –. así le cantaba la gallinita a su gallito.
A la viejita le daban de beber más.
Ella contemplaba al joven como si no supiese nada, pero se daba cuenta que el mancebo ya estaba recordando.
Mientras, el joven reflexionaba en su corazón:
"Es pues la gallinita de la vieja que vive en la parte alta de este pueblo y a donde llegamos; me dijo:
"Mi gallinita sabe cantar muy lindo", pero yo pensé: "Cómo podría saber cantar". Seguramente mi mujer le ha
contado y enseñado, pues.
Y allá dejé a la que iba a ser mi amada", pensaba para sí. ¡Qué es lo que he olvidado!
"No permitirás que ninguna mujer te abrace", me recomendó.
Pero nuestra vieja cocinera me estrechó e hizo que la olvidara completamente. ¡Cómo estará mi mujer! ¡Qué es to
que hice! ¡Cómo me voy a casar ahora con otra! –, cavilaba, sentado, recordando con pena, como si fuese un
sonámbulo.
Y la gallinita comenzó a cantar nuevamente:
– Oye, el que ya no me quiere, Corazón de piedra, corazón frío,
¿Acaso ya no recuerdas que, degollándome, Al gran océano
Me arrojaste
Para que rescate
¿El anillo de mi madre?
Todo eso también
Hice yo por ti;
En todo te apoyé
Para liberarte.
Lo que ahora has hecho.
Si lo hubiese sabido antes, Ni en esto, ni en aquello
Te hubiese auxiliado.
Así, antes que nada
Mi padre te hubiese vencido,
Te hubiese rendido
Te hubiese batido.
A cuenta de qué, yo,
Hasta lo que mi padre trabajó,
Hice que se convirtiese en arena.
En el medio del patio de mi casa,
El jardín que construiste
En basural
Lo convertí.
La casa de mis padres
Es ahora una vergüenza;
Un asqueroso basural
Es ahora; así aparece
Por culpa tuya.
¿Para eso me trajiste de mi pueblo... de mi hogar...?
Por quererte yo a ti,
Porque tu corazón estaba en mí,
Con mi padre, con mi madre,
Para siempre me hice maldecir.
¡Oye tú, el que no sabe querer!...
¡Oye tú, el que no sabe amar!... –,
así terminó de cantar la gallinita.
Para ese momento, el día ya estaba amaneciendo. Entonces la viejita, apenas su gallinita terminó de cantar, miró
hacia afuera y rápidamente recogió al gallito y a la gallinita:
– Me voy. Siquiera de este modo te he alegrado.
Seguro te hice recordar cómo te fue en tu viaje –, diciendo esto, la viejita se fue.
Después que la anciana hubo salido, el mancebo se quedó como pasmado.
Luego entró en su dormitorio y de pronto, encima de su cama, apareció un escrito.
Lo abrió y leyó que decía:
"Por haberme olvidado, voy a llevarte en una litera de fuego; le pediré perdón a mi madre".
El escrito provenía de la tutupaqueña, de la hija del diablo y el muchacho al leerlo se estremeció de pena. Entró
donde sus padres:
– Padre mío, madre mía, otra fue la mujer la que me sacó de Tutupaka.
La había olvidado; ella me advirtió: "No vas a permitir que una mujer te abrace; solamente a tu madre, por ser tu
madre, le permitirás que te estreche. Si permites que otra mujer lo haga, me olvidarás", me advirtió de ese modo.
Entonces, sin permitir que ninguna mujer me abrazase, venía entrando a nuestra casa. Cuando estaba conversando
con ustedes, nuestra vieja cocinera vino corriendo y me abrazó, besándome. Eso fue suficiente para que me
olvidara de la que iba a ser mi mujer. Ahora tendré que ir a pedirle perdón a esa mi mujer –, diciendo esto se fue
donde la joven.
En tanto, la viejita había llegado a su casa.
– Jovencita, ojos de lucero, ya no tengas más pena; en este mismo momento llegará tu marido.
Esta gallinita ha cantado muy bien –. mientras, soltaba a su gallinita y cuando así le relataba, apareció el mancebo.
Entró llorando a mares y arrodillándose en mitad de la habitación:
– Palomita, corazoncito, ¡perdóname! No fue mi culpa el olvidarte. No permití que nadie me abrazase;
fue mi cocinera que imprevistamente me estrechó. Por eso te olvidé–. le pidió que lo perdonase. Pero la muchacha,
llorando a lágrima viva, no quiso eximirlo y le reprochó:
– A ti, a un mal hombre, en mi pueblo. en mi casa lo atendí espléndidamente.
Te ayudé en tantos afanes, para que ahora me hagas llorar, me arrojes de tu lado. Pero ahora contigo todo se
rompe –, le respondió la señora tutupakeña. Al recibir esa respuesta:
– Dígnate perdonarme, señora mía –. rogó el mancebo. Pero la muchacha le contestó:
– Ya no tengo corazón para ti –, rehusó la joven.
Al ver que ya no lo quería, el muchacho regresó a su casa. Para entonces, sus padres ya habían expulsado a la
vieja cocinera.
Los encargados de las cuentas estaban esperando dispuestos la vuelta del joven.
Prestamente lo vistieron con elegancia, con flamantes trajes, igual que a la joven. Los llevaron pomposamente a la
boda; luego de la misa de nupcias salieron entre hombres y mujeres de la comunidad del joven que les derramaban
flores, y los condujeron de regreso en imponente cortejo.
De pronto, apareció una litera de fuego remeciendo la tierra y levantándolo como a una pluma, se llevó al joven.
Tiñendo de rojo los cerros, la litera de fuego desapareció entre las montañas.
El fuego se desparramaba y en lenguaradas se esparcía por todas partes y el humo que despedía oscurecía hasta
el sol.
La gente se llenó de espanto y sobrecogidos por el miedo no atinaban a articular palabra.
Sus padres se quedaron llorando, igual que los demás.
Desde entonces, en el pueblo del mancebo todos le tomaron miedo a Tutupaka. Hasta ahora es recordada la
llegada de la litera de fuego.
Así fue.

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TUTUPAKA LLAKTA

  • 1. . 18. TUTUPAKA LLAKKTA O EL MANCEBO QUE VENCIÓ AL DIABLO Había un joven que acostumbraba salir a diario a la vera de camino a divertirse probando fortuna en competencias de azar. De esta manera, se distraía con los viajeros que bajaban y con los que retornaban al subir a su comunidad. Este joven tenía astucia, además buena suerte para ganar. Así conseguía bastante dinero. Cierto día vino un arriero arreando una recua numerosa de mulas, cargadas. Y el joven lo detuvo al arriero y le propuso una partida. En son de reto le dijo: · – Señor mío, vamos; nos distraeremos unos momentos. – ¡Ya! Nos distraeremos un tanto –, contestó el arriero. Echaron los dados, y jugaron. Jugaron repetidas vueltas. En un principio, el joven fue el ganador. Mulas, cargas, el dinero e incluso el dueño, el arriero, todo limpio, entraron en la ganancia del joven. Entonces el arriero, algo incomodado propuso y dijo: – Echémosle nueva partida. Así jugaron una segunda apuesta. Esta vez al arriero lo tocó e triunfo. Recuperó las bestias, las cargas y el dinero. Y hasta el propio joven resultó empeñado. Entonces el arriero le dijo: – Ahora sí eres mío, me perteneces. Debo, pues, llevarte a mi pueblo. Dicen que este arriero no era gente, sino el diablo. Sólo había tomado apariencia humana. El joven ignoraba que fuera el Diablo. Así, le contestó: – De inmediato ir a tu pueblo no me es posible. Ya después voy a venir. – Aun tratando de llegar a mi pueblo no lo podrías. Tres meses de viaje dista a mi pueblo. Mi pueblo nativo es Tutupaka – le dijo el Diablo. – ¡Verás! No me será difícil llegar allá – dijo con energía el joven. Ante la decidida afirmación convinieron entre ambos, mediante documento suscrito muy explícito, para presentarse el joven en el término inaplazable de tres meses. Y el Diablo le advirtió: – Tres pares de sandalias de fierro y un buen bordón de acero mandarás te hagan después, ten presente, has de caminar tres meses seguidos. Verás claramente el rastro de los cascos de las bestias en el camino ir en derechura de mi pueblo; por ellos has de guiarte. Así, habiendo tratado y convenido muy bien, se despidieron. Y el diablo se marchó arreando sus mulas recto a su pueblo. Las acémilas, cuando contempló el joven, daban la sensación de estar trotando en fila como ensartados unos con otros, unidos por un cordón sin fin, levantando nubes de polvo al compás de la pisada de sus cascos. Es recién cuando el joven se persuadió que el arriero era el propio Satanás. Y el joven se volvió a su hogar. En el momento de ingresar a su casa vio a sus padres, y les habló: – Padre mío, madre mía, hoy he competido con el diablo. El me ganó en la apuesta. Quedé comprometido para llegar donde él en el plazo de seis meses. Apenas tres meses tengo para preparar mi viaje y permanecer aquí con vosotros.
  • 2. Antes de venirme advirtió– mandarás te hagan tres cambios de sandalias. Así mismo un bordón de acero, fuerte y largo. Los padres al oír esto, se opusieron. Le dijeron al hijo: – De ningún modo irás tú. Ante esta decisión, él les respondió: – Es imposible evadir. Como sea marcharé. Así hemos convenido. Ved –les dijo, mostrándoles el documento. Desde este momento empezó a prepararse para el viaje. Cada mes transcurrió como si fuera un solo día. Tres remudas de sandalias mandó trabajar; el bordón de acero también hizo fabricar. Asimismo. provisiones dispuso le prepararan. Sin embargo, los padres persistían oponiéndose al viaje, a pesar de estar cercano el día señalado. Al cumplirse el tercer mes, contra la disuasión de sus padres, el joven emprendió la jornada, no sin antes despedirse de ellos. Marchó con el ánimo como si se tratara de estar encaminándose a la muerte. Al verlo alejarse, sus padres le gritaban: – Del infierno es casi imposible tu retorno. ¡Ay!, ¡a no volver más te estás yendo! –¡Si logro vencer al diablo, volveré! ¡Sólo cuando no pudiera dominarlo, ya nunca podré regresar! – les respondió ya desde lejos volteando la cara hacia ellos. Con estas palabras sellaron la despedida. Los padres, embargados por la pena y el llanto, contemplaron mirándolo al hijo perderse en la lejanía del camino. La marcha fatigosa había comenzado. Y anduvo, trotaba, noche y día, el adolescente. Así, en ese afán, en su caminar persistente ya habían pasado tres meses. Y sólo tres días le quedaban para que el pacto se cumpliera. Es cuando en las playas de un mar inconmensurable las huellas de los pies de las acémilas que el joven rastreaba, desaparecieron. Ya no se sabía a donde seguían. En las orillas de ese gran mar se borraron. Las tres remudas de sandalias estaban ya a punto de acabarse. Tres o cuatro días era que había caminado sin comer. Por todas partes buscó el rastro de los pies de las bestias. Todo fue en vano. En ese trance vio a una matrona sentada en la cima de un montículo próximo, con dos niñitos. Eran hijos de la señora. Uno de ellos era mayorcito y el otro un parvulito. A ambos, la señora los distraía, estaba haciéndolos jugar. El joven se llegó hasta ese lugar y lo primero que hizo fue saludar a esa señora. Luego le dijo: – Madre mía, permitidme os pregunto: ¿Por dónde queda el pueblo Tutupaka? La matrona a su vez le preguntó: –¿Cuál es el motivo que te mueve por Tutupaka? – Es que entre Satanás y yo hubo un lance de competencia y superación. Por esta causa el plazo está a punto de cumplirse. Caso no llegara yo en el término fijado a ese pueblo, Satanás me cargará en un carro de fuego.
  • 3. – Ese pueblo yo no conozco. A mi niñito le preguntaré, acaso él haya visto – dijo la señora; y en seguida le preguntó a su hijito. – Yo tampoco conozco – dijo el niño. El hombre entonces delante de la matrona se echó a llorar. – ¡Qué puedo hacer entonces, oh Madre mía!? – imploró sollozando ante la señora el viajero. Dicen que esta señora no era una mujer común sino la propia Virgen. Ella era nuestra Soberana, quien le dijo a su niño: Hijo mío, has resonar el caracol. Toca a reunión. Es posible tal vez han visto los volátiles que surcan las alturas. El niño sopló la trompeta haciendo retumbar los espacios, esparciendo el grito del instrumento por toda la región, en los cuatro vientos. Entonces, unas y otras, llegaron en seguida parvadas de avecillas, pájaros diversos bajaron del alto cielo. Nuestra Soberana tras haberlas contado a las avecitas, a cada una le preguntó: – ¿Conocéis el pueblo de Tutupaka? – No. No lo conocernos – respondió cada una. – Entonces marchaos. Tan sólo para eso fuisteis convocadas. Volaron, pues, se elevaron los pájaros dispersándose en todas direcciones. – Hijo mío, nuevamente haz gritar al caracol – díjole la Virgen. Y resonó por segunda vez el potente sonido, vibrando en los aires. Y llegaron gavilanes, halcones, gallinazos, águilas, cernícalos... Descendieron pues, innumerables aves mayores. Sólo el Cóndor no llegó. Tan luego se posaron, las recontó a estas aves, nuestra Soberana. También a ellas les preguntó: – ¿Hacia dónde queda Tutupaka, el pueblo? ¿Vosotras lo habéis visto? – No; no lo hemos visto – respondieron estas aves rapaces. Todas estas aves se marcharon cuando la Señora les dio orden: "Idos", les dijo. – Vuelve a tocar la trompeta, hijo mío – reiteró ordenando la Señora. Hizo resonar aún más alto la bocina, el niño. Y llegó el Mallku. – ¿Tú conoces el pueblo de Tutupaka? ¿En qué dirección está? – le preguntó la Soberana al Cóndor. El Mallku contestó: Mi Soberana, es el pueblo del demonio, Tutupaka. Cosa de dos meses de viaje terrestre dista, nos separa desde aquí. Está, pues, aún muy lejos Tutupaka.
  • 4. Al oír este informe el hombre soltó el llanto. – ¡Qué me queda ahora, oh Madre mía! – le decía con los ojos anegados –. Encontrándome ante ti, por favor ayúdame como sea. Entonces la Señora dirigiéndose al Mallku le dijo y le preguntó: – No dudamos que tú conoces ese pueblo. Indícanos con exactitud cuál es el camino que conduce allá. – El demonio acostumbra acortar el trayecto por mitad del mar. Para él se alarga el océano a manera de un puente. Por allí atraviesa. lo acorta. Lo que es el camino terrestre está bastante lejos. Este océano es un piélago oblongo. En medio, justo, en la parte central de este mar, estamos en este momento – explicó el Cóndor. Entonces la Soberana le ordenó al rey de las alturas; – Mallku, cárgalo y conduce a este joven. – Bien, mi Soberana – asintió el Cóndor. La Virgen les repartió unos panecillos al Mallku y al joven. Ambos gustaron trozos de esos panes, saciándose con muy poco. Nuestra Señora dirigiéndose, al joven le dijo: – Este Mallku tendrá cuidado de darte sus consejos. Te regirás por sus palabras. – Y al Cóndor, le dijo: – Ahora cárgalo, condúcelo a Tutupaka. El gran Mallku se echó al joven a las espaldas, advirtiéndole: – Cerrarás duro los ojos. De ningún modo has de abrirlos. Cuando yo te ordene y diga: "Mira", será momento de que veas. Y cargó al joven a través del espacio. Día y noche enteros lo hizo cruzar, haciéndole surcar por medio del océano. Tres noches con sus días duró la travesía. Entonces habló el Mallku: – Abre los ojos y mira – le dijo. Cuando el joven abrió los ojos, vio que habían ya pasado el océano. Lo hizo descender en una extensísima playa; allí lo descargó de sus espaldas el Cóndor. Y le mostró en el confín, diciéndole: – Aquello que ves es el pueblo de Tutupaka. Es así que cuando dirigió el joven la mirada a donde le señalaba el Cóndor, vio entre nubes densas de humo temblar en la lejanía los techos de calamina del pueblo de Tutupaka. Se veía reverberar con las luces del sol. Así fue. – Aún torna un descanso. No ingreses todavía al pueblo – le indicó el Cóndor. En ese instante venían a bañarse en el mar tres jóvenes niñas. Una vestía de amarillo, la siguiente tenía vestido verde y la otra estaba vestida de color púrpura.
  • 5. – Las que vienen, las tres son las hijas del demonio. En seguida la que viste de verde se desnudará en la rivera. Te fijarás cuidadosamente a donde va a desvestirse. Deslizándote, yendo ocultamente, levantarás la ropa de ella. Mientras se baña harás eso. Con toda diligencia ocultarás su vestido verde. Y luego simularás no haber visto nada. Sobre ese vestido te echarás, mirando a otra parte. Entonces, luego de salir del mar, vendrá en busca de su ropa. Se llegará a ti indagando y te preguntará. Te cerrarás en no responderle. A lo sumo vas a decir: "Vestido alguno, yo nunca he visto". Entre sus ropas estarán sus sortijas y también su prendedor de oro. Sacarás ambas joyas. Es así que por segunda vez vendrá donde ti para inquirirte y te exigirá: "Entrégame, dame por favor mis ropas. Tú las retienes. De todos modos, dame, devuelve; te lo suplico", te dirá exigiéndote. Extremando ella sus exigencias, tú le declararás el motivo de tu presencia en ese lugar. "Vengo por tener con tu padre un compromiso firmado. En la fecha se cumple el trato y debo llegar". Y siguió el Mallku instruyéndolo al joven de este modo: "Optarás en devolverle las ropas a la niña, menos sus alhajas, recalcándole: "Te devuelvo., tus vestidos, bajo el compromiso de prestarme tu ayuda estando yo en tu casa". La niña, entonces, al retirarse, te dirá: "Pierde cuidado. Déjame a mí velar por ti. Y cuanto me pidas, sabré darte". Pero, aún volverá a buscarte, diciendo: "Tenía unas joyas entre mis vestidos. Y ahora han desaparecido". A esto tienes que decirle: "Tan sólo el único vestido tuyo fue que me encontré. Anillos, ninguno he visto". Tienes que cerrarte en no declarar. En vista de esto, ella te propondrá cierta cosa. Y será momento propicio éste para asegurar un trato firme tú con ella. Y así le devolverás sus dos anillos; la otra joya no has de entregarle por nada. De esta manera le dio consejos el Mallku y luego levantó el vuelo, remontándose. El hombre aún permaneció en el mismo lugar, como le había instruido el Cóndor. Y a aquellas tres tan bellísimas niñas con la vista las seguía como hechizado. Las tres beldades llegan a la ribera del mar. Esas tres niñas eran de singularísima belleza. Ya una, ya otra superaba inmensamente tanto a la mayor, como a la menor. Empero, la hermana del centro a ambas las aventajaba. Tenía lindos ojos de lucero; excepcionalmente bella era ésta. Se desvistieron, dejando sus ropas en la orilla. Se metieron al mar para bañarse. Nadaron hasta mar adentro, hasta la mitad. Jugando y riendo nadaban ellas. Flotaban plácidamente sobre las ondas. Entre tanto el hombre, escurriéndose ocultamente, deslizándose con suavidad, pudo traer el vestido verde de la niña más bella. Y lo ocultó; hizo un bulto muy bien disimulado. Encima, con suma tranquilidad se mantenía tumbado el joven. Se mostró indiferente, como si nada haya visto. Mirando en dirección opuesta estuvo tirado. Las doncellas salieron de las aguas del mar. Cada cual se aproximó a donde había dejado sus vestidos. Dos de ellas se vistieron; pero, la otra se echó a buscar sus ropas. Las tres jóvenes advirtieron la presencia de un hombre en ese lugar. La que buscaba sus vestidos se le aproximó para preguntarle. Le dijo: – Señor, ¿tal vez tú hayas visto mis ropas? Las dejé en la orilla mientras entré a bañarme. – Ninguna ropa he visto yo. Cansado estoy aquí tomando reposo, no teniendo tiempo ni para ver, ni para levantar ropa alguna – contestó él. La muchacha, entonces, se dio media vuelta. Luego se echó a buscar otra vez sus vestidos; pero de ningún modo pudo encontrarlos. Hasta sus hermanas tuvieron que irse a su hogar. En este caso, la doncella repitió ir donde el hombre. Y le volvió a indagar.
  • 6. – Te lo aseguro que tú y nadie más, señor, retiene mis vestidos. Entrégamelos, por favor dámelos. No ha de faltar cuanto me pidas– le decía. Entonces, recién el joven le comunicó: – Con tu padre tenemos un documento suscrito para presentarme ante él en la fecha. A lo que la doncella le dijo: – Sí, pues le oí a mi padre decir: "Un individuo debía haber venido. Y no se presenta. Será hasta esta noche que me permitiré aguardarlo; si no marcharé con un carro de fuego". ¡Ah!, pienso que estás viniendo a mi casa entonces. Pierde cuidado, yo en mi casa por ti velaré. Y ten por seguro que también cuanto me pidas te concederé. Empero, te suplico entregarme mis vestidos. – Si tu padre dispone ordenarme como le parezca a él, espero que tú me cuidarás – le dijo el mancebo. Le prometió, pues, la doncella al joven, que todo lo que le pida va a concederle. Y es así como el joven, por su parte, le devolvió sus prendas. Ella se apartó llevándose sus ropas. Luego se vistió. En seguida vuelta se aproximó al hombre. – Dentro de mis prendas tenía yo dos sortijas. Asimismo, había un prendedor de oro de mi blusa. Esas joyitas también te suplico, señor y caballero, tener a bien devolverme – le pidió la niña. – Cuestión anillos yo no he visto. Tan sólo el vestido es todo lo que hallé – contestó el joven. Y se aferró en no decir más. No quiso pues dárselos. La doncella le apremió. Le exigió con tenacidad al hombre. – Mi padre, y también mi madre han de resondrarme. "¿Dónde las has extraviado? ¿En dónde has dejado? Anda, vete a buscar", me dirán. Por eso, ten la bondad de devolvérmelas. El hombre se obstinó, y se negó diciendo: – No he visto. No hay nada. Ante tal actitud, la doncella optó en proponerle: – Mira pues, podemos casarnos. Bajo mi promesa de desposarnos, y con la condición de que en mi hogar te cuidaré en todo, atiende mi pedido. – ¡Convengo! – exclamó el hombre. – Para tu amparo, en cualquier trance, si te ocurriera en mi casa, ten este anillo. Ven, sígueme. A la habitación donde yo entraré, entrarás tras de mí. Luego le hablarás a mi padre con estas palabras: "Cumplo pues hoy, lo que pactamos. Por fin he arribado hasta tu mansión". Mi padre cortésmente te contestará: "Pasad, digno señor. Tomad asiento, y nos serviremos en la mesa". A la puerta principal de ingreso, en un ángulo, un galgo llamado "Ninassu" estará repantigado. Delante de este perro te arrojarás a descansar. En ese lugar mandará te sirvas un opíparo almuerzo y tú gentilmente lo recibirás; pero no has de comerlo. Al perro galgo "Ninassu" lo harás comer. Después mi padre, te designará un aposento, diciéndote: "Reposad en esta pequeña alcoba". Procurarás fijarte en otro aposento también pequeño, de puerta verde que estará abierta. Pero él ha de brindarte otra salita cuya puerta estará cerrada, diciéndote: "Aquí descansad". "Disculpad, gran señor, allí no puedo albergarme", le contestarás,
  • 7. ingresando al apartamento de puerta verde. En ese recinto te arrojarás, aceptando sólo la cama que te ha de brindar. Y te advierto pues, de ningún modo probarás los alimentos que han de ofrecerte. Yo me encargaré de llevarte los alimentos por la noche y entonces te diré lo que conviene para ti. Habiéndole dado estas instrucciones, se separaron. La joven doncella tomando la delantera entró a su habitación. El hombre la siguió de lejos, paso a paso. Iba tras de la niña sin desviarse de sus huellas. Igualmente, por cual puerta ingresó ella, también él entró por la misma puerta. – ¡Señor, cuán rendido estoy! – dijo arrojándose al suelo. Y en la entrada exterior y principal, en un rincón estuvo un tremendo galgo repantigado. Junto y cerca del perro él cayó derribándose. ¡A tan inmensa distancia resides tú! Pero, al fin he venido, he llegado, en la fecha fijada por ti mismo – dijo el viajero. – Efectivamente, en denantes nomás estuve observando el camino: "Cuándo será su llegada. Y aún no aparece, – estuve pensando – manifestó el demonio, desde su asiento real en que estuvo dispuesto para cenar. Y muy caballerosamente le invitó, y dijo: Pasad. Digno señor, sentaos para compartir juntos de mi mesa. – Poderoso y gran Soberano, no puedo. Cuán rendido me siento. Permitidme descansar aquí mismo. Me veo ya imposibilitado para ingresar y acompañaros – se excusó finamente el viajero. Entonces, el señor del Averno dispuso le sea llevada una cena abundante al sitio donde se había echado. Una variada cena hizo que le llevaran. Empero, él aceptó recibiendo con muestras de agradecimiento. Y cuantas viandas le sirvieron las dio al galgo. En un tris, el galgo, tragó todos los potajes. Ya por rutina, fingiendo haberse servido, el hombre dijo: – Muchísimas gracias, oh Soberano. Nuestro Señor retribuya vuestra largueza. Y devolvió las vajillas, que los sirvientes le recibieron. Mas, el joven viajero estuvo mucho tiempo estirajado, en el ángulo de la puerta y estaba abierta. totalmente, de par en par. Y vio que estaba la de puerta verde y las demás piezas totalmente cerradas. Habló Satanás y, mostrándole un apartamento cerrado, le dijo: – Dormid aquí, descansad en esta pieza. El viajero entonces se excusó: – No puedo, poderoso señor. Disculpadme el no poder albergarme en esa tu alcoba cerrada. Os ruego darme hospedaje sólo en aquel pequeño cuarto tuyo que veo abierto. Y de facto se metió allí. Luego se tendió pesadamente en el piso. Ante el hecho, el demonio no tuvo más que mandarle llevar allí la cama. El huésped, tan luego la hubo recibido, acomodó y extendió la cama, y se tendió encima para dormir. Por la noche, Satanás nuevamente lo llamó; le dijo con mucha cortesía: – Esta vez sí dignaos pasar, sentémonos juntos y cenaremos. – Perdonad, mi señor. Tengo un cansancio único. No hay ya valor para levantarme – se excusó el huésped. – Bien, entonces descansad y reparaos. De vuestra caminata descansad hasta reconfortaros. Dispondré, pues, que la cena le lleven ahí. Empero, mañana en la madrugada, tempranito os levantaréis para segar una pequeña parcela. Con un siervo os voy haceros guiar.
  • 8. – Está bien, señor · respondió secamente el hombre. Esa noche hizo que un criado le llevara la cena al aposento. Pero el joven ni probó siquiera, sino todo lo dio, la cena de él, al perro galgo. A la medianoche, la hija del demonio, la princesa del vestido verde, fue al apartamento del huésped llevándole los alimentos. Esa cena la preparó ella y fue la que hizo se sirviese. Ella, en este acto, le preguntó: –¿Qué órdenes te impartió mi padre? – Me dijo: "Un pequeño terreno trigal hay. Eso mañana te molestarás en segármelo. Te haré guiar con un comisionado". Así muy de conformidad le hizo de conocimiento de la doncella. Y ella le dijo: –¡Oh! Ese trigal es inmensísimo. Cortando seguido, ni en diez años acabarías en segar. Es así de malvado y perverso mi padre. Eso te ordenó intentando domeñarte. Quién sabe, cuántas cosas más, imposibles te impondrá. –¿Y cómo podré cumplir o trabajar tarea tan difícil? – dijo el hombre. A lo que la doncella. instruyéndole. dijo: – Ahora he de entregarte esta sortija. A cambio dame el que tienes en tu poder. A este anillito solamente le dirás: "¡Ay, Sortijita, sortija! Quisiera ver este trigal totalmente segado, extendido". Pronunciando esta fórmula dejarás el anillo sobre el trigal. Y una gavilla del corte inicial, junto con la hoz en actitud de estar segando el trigo, has de colocar; luego tú te prosternarás en tierra cayendo sobre tu rostro. Verás que así, automáticamente, se trabajará la siega. Tus oídos percibirán el peculiar sonido del alcacer que va cortándose (¡kkháchekk... kkháchekk!", níspan, ruturparikúnkka). Esta Sortijita se encargará, dirigirá la faena. Al estar a punto de cesar y silenciar y ya ni se oiga más el ruido de la hoz (mañana kkháchekk!... ikkháchekkl... ninkkañáchu), entonces tú echarás a mirar el trigal. Ya por sólo apariencia permanecerás un largo espacio en el lugar. En seguida deberás volverte. Y al instante de llegar a la mansión, dirás: "Ahí está, gran señor, que tu trigal terminé segando. Enorme en exceso era la extensión de tus sembrados". Así le instruyó la doncella al joven. Y esa noche durmió el joven con la niña. La doncella, al rayar la aurora, se trasladó a su propio dormitorio. Luego vino y presurosa lo hizo almorzar, y también le alistó y puso el refrigerio. Las viandas que comía Satanás eran feísimas. Pero las que preparó y llevaba la niña eran muy exquisitas. A la madrugada el demonio le hizo servir y llevar el desayuno con el criado. El mancebo aceptó tal desayuno. Pero lo echó al tiesto donde se orina. En seguida se levantó del lecho. En seguida el demonio ordenó le dieran una segadera y que el ordenanza lo conduzca al canto del trigal. – Esta es la sementera – le dijo el ordenanza, mostrándole el trigal. Y se marchó. El hombre cortó y entrecruzó unas gavillas únicamente para que el emisario viera. Después, cumpliendo las instrucciones recibidas de la hija de Satanás, colocó la segur simulando el instante inicial de segar la mies. E inmediatamente el hombre dijo las palabras mágicas: – ¡Ay, Sortijita, sortija! Quisiera ver este trigal todo limpio y hermosamente cortado y extendido.
  • 9. Y colocó el anillo misterioso hacia donde inició la siega simulada. Al echar un vistazo, esos campos trigales eran extensiones enormes, abras y lomas inacabables. No obstante, el joven se postró cara en tierra. Atentos sus oídos, escuchaba como si la siega de la mies la estuviera realizando una ingente multitud de peones movidos automáticamente (¡Kkháchekkl... Kkháchekk...!, níspas kuchuykusiánku). Hasta cerca al primer turno del masticatorio de la coca duró la siega. Y de ello pasó ya considerable tiempo de haber silenciado los afanes del trabajo. Todo ahora era un dulce sosiego bucólico. El joven alzando la cara observó. Y vio que todo estaba en orden y esmeradamente tendida la mies segada. El anillo permanecía en el mismo lugar donde fue colocado. Y levantándolo, el hombre se dijo: "De veras había sido. Ahora sí, de todos modos, con esa doncella he de desposarme". Aún era, en esos momentos, bastante temprano de haber sido terminada la cosecha. "Me sentaré hecho un haragán", decía para sí el joven. "Pues, si me marcho y presento, me diría: '¿Tan rapidísimo lo hiciste?'. Cuando estuvo con estos pensamientos, repentinamente apareció un escrito delante de él. Alzó el papel, lo abrió y le dio lectura. Era un mensaje urgente de la hija de Satanás. De acuerdo al tenor del mensaje optó por quedarse en el lugar. Ya al caer la tarde retornó a la casa. Al presentarse ante el demonio, el joven díole cuenta: – He aquí, mi señor; concluí la siega de tus trigales. Pero, conste que increíblemente extensísimos eran. Apenas pude darle fin. – ¿¡De veras pudiste dar fin!? Cuidado con estar informándome falsamente – le dijo sorprendido y extrañado el diablo. – A quien sea, si lo dispones, manda a constatar – repuso el joven. – ¿¡Conque no!? – dijo Satanás. Y luego: – Mañana te toca preparar la era. Allí hacinarás la cosecha – le indicó. – No hay inconveniente, mi señor – contestó el hombre. La niña, entonces, volvió a visitar a su novio. Luego le preguntó: – ¿Y cuánto te dije lograste realizar? – Efectivamente lo hice. Como me indicaste, lo realicé exactamente. Lo dejé segada la mies, todo limpio. Y la niña le reiteró otra pregunta: – ¿Qué trabajo te ha señalado mi padre para mañana? – Me ordenó preparar la era y reúna allí la cosecha. La niña, entonces, le dio nuevos avisos e instrucciones. – Entonces conviene pidas mañana un par de sogas; deben ser de cuero, retorcidas, de las más largas. Es imprescindible para la trilla, todo cabal. Mi padre te argumentará: "¿Y para qué necesitas tantas cosas?" Tú le responderás: "Nosotros, en nuestro pueblo, no podemos trabajar sin estos implementos". Entonces te proporcionará. Llevando las sogas de cuero te encaminarás a la era, en donde arreglarás dicho lugar aparente para la faena. Todo preparado anteladamente, dejarás cuanto es menester. Entonces pronunciarás las fórmulas del ensalmo: "¡Ay, mi anillito! ¡Sortijita preciosa! Desearía ahora ver la era toda expedita, correctamente alistada". Luego, postrándote en tierra, al cabo de unos momentos observarás el campo. La planicie, la era, verás estar linda, toda pareja, muy nivelada. En seguida extenderás las sogas como para liar y cargar algo con ellas. Encima de las
  • 10. sogas hacinarás unas gavillas de mies; y en seguida has de repetir esta plegaria: "¡Ay, Sortijita! ¡Joya preciosa! Cómo quisiera ver ahora el total de estas gavillas de trigo en perfecto orden hacinadas, en esta era". Así le instruyó la manera como debe proceder en esa tarea. Luego de esto durmieron juntos ambos amantes. A la madrugada la niña ya le había servido el almuerzo a su novio. A esa hora el demonio comenzó a llamar desde su lecho. – Al hombre ese, llevadle ya el desayuno. A preparar la era tiene que irse – gritó en son de mando. Los servidores obedientes no tardaron en llevarle el desayuno. El huésped entonces les pidió: – Dadme cuanto es menester para la faena. Además, necesito dos sogas, las más largas que haya, sogas de cuero retorcidas – les dijo. Los criados le dieron aviso al demonio. Le dijeron: – Dos sogas, las más largas que haya, pide. – Y, ¿para qué necesita tanto? – dijo Satán. – Manifiesta él que sin esos Implementos no acostumbran trabajar en su tierra – informaron los servidores. – ¡Qué importa! ¡Dadle lo que pide! – ordenó Satán. Los servidores, entonces, le entregaron lo que pidió. Apenas los hubo recibido, se dirigió al trigal. Rápido llegó a la cima. Dispuso lo concerniente, sin descuidar nada, para el trabajo del acarreo de la mies segada. Luego colocó la sortija misteriosa. Y pronunció el sortilegio para el caso. – ¡Ay, anillito, linda joya! Desearía en este instante que esta era aparezca al ras, toda igualita. Inmediatamente se postró en tierra. Y tras unos instantes se irguió, miró en todas direcciones la extensa superficie. La era estaba maravillosamente allanada. Se veía un campo parejo y hermoso. Seguidamente extendió ambos lazos de cuero. Los dispuso corno suele hacerse para liar y apretar los tercios de trigo para su acarreo a la era. Luego repitió la fórmula mágica: – ¡Ay, Sortijita, sortija preciada! Anhelaría en este mismo instante ver las gavillas segadas de trigo en toda esta extensión hacinadas en debido orden en el circuito de aquella era. Se postró él en tierra luego de recitada la plegaria. Y prestando oídos percibió, escuchó que las gavillas eran levantadas y liadas con el ruido peculiar como ocurre en estas faenas (lliwtas ¡Siwq!...¡Siwq!... ¡Siwq!... nishaqtas pichata huqarirqarinku). Al acallarse esos ruidos, a los pocos instantes, el hombre echó un vistazo. Y con gran sorpresa vio la mies reunida y juntada, sin falta alguna en forma impecable. Luego, cuidadosamente, con devota actitud y reverencia levantó la joya prodigiosa. El joven comprobó que era aún bastante temprano. En este preciso instante apareció delante de él, en el mismo terreno, una misiva. El texto decía: "Mi padre secretamente envía un observador. No estés sentado. Aparenta estar trabajando". Advertido de esta manera. el hombre hizo ademán de encontrarse espigando los tallos desperdigados en el campo.
  • 11. El emisario fue a espiarlo. Miró y observó unos instantes. Y dio media vuelta. Volvió donde Satanás a darle cuenta; le dijo: – El hombre ese se encuentra trabajando. También, tras los momentos que estuvo embromando, el joven volvió y entró donde Satán. Este, en cuanto lo vio, le preguntó: – ¿Pudiste realizar la tarea? ¿Pudiste darle término? – Lo terminé señor. Aquí traigo y te devuelvo las sogas que hiciste me dieran para el trabajo – y le entregó los lazos de cuero. Y sin más protocolos se metió a su alcoba, cayendo a plomo en su lecho. El señor dispuso le lleven los alimentos al alojamiento. En apariencia aceptó; pero, sin probarlo siquiera, lo dio al perro "Ninassu". Esa noche Satán, acercándose a su puerta, le habló dándole órdenes. Le dijo: – Mañana te dirigirás a la era arreando las bestias para pisar en la trilla. Con indiferencia el mancebo se concretó en contestarle: – Está bien, señor. Esa noche todos se entregaron al sueño. A la medianoche, entró la niña a visitarlo. Le llevó los alimentos. Le sirvió el variado menú de potajes. Entonces fue que le preguntó: – ¿Qué tarea te ha señalado esta vez, mi padre, para mañana? – Arrearás las bestias a la era para hacer pisar en la trilla la mies, me dijo. Admirada con esto. la niña respondió: – ¡Uf! Te será imposible arrear las bestias. Podrían matarte. Son feroces. Tienes que implorar a mi anillito. Para ellos, previamente procederás a abrir la puerta de la caballeriza. Bajo el umbral de esa misma puerta, con las siguientes palabras será tu oración: "¡Ay mi anillito, anillito! En seguida quisiera que estos haces de trigo sean uniformemente diseminados para ser pisados y trillados por las bestias". Luego proseguirás tu oración: "¡Ay anillito, anillito! Ahora hondo deseo tengo de ver esta mies trillada y apilonada corno para aventarla". Y cuando todo lo anterior esté cumplido, aún pedirás así: "¡Ay, anillito, anillito! Te suplico que estos mulos vuelvan a su corral. Este es mi gran deseo en este instante". De esta manera, todo sin falta le enseñó a orar la niña. Y la noche pasaron juntos entregados al sueño, Por la mañana, la niña le advirtió expresamente al joven: – En absoluto cuida de no probar ni una cucharada de las viandas de mis papás. Mientras tu permanencia en ésta, yo me obligo a servirte. En el momento que comieras el alimento de mis padres, tu derrota es segura. Así le previno. Aprovechó del momento el joven para insinuarse y decir a la niña: – ¿No me sería posible visitarte yendo a tu dormitorio? – ¡Esto te es imposible! Mis hermanas advertirían y lo dirían a mis padres. No es norma (1) ni mis padres acostumbran a casarnos, hemos sido criados siempre de este modo; en este pueblo, todos crían así a sus hijos. Por eso yo quiero casarme contigo y luego irnos a tu pueblo. Por esta razón, te protejo y te ayudo en todo – le contestó ella. (1) Aquí termina la traducción que hiciera el P. Lira.
  • 12. – Bien, si es así, está bien. No podría ser posible que después de la gran ayuda que me estás prestando, no seamos amantes – respondió el joven. Sólo eso lograron decirse aquella madrugada, desde el segundo canto del gallo. Y apenas brilló el sol en la mañana, le preparó comida y se la sirvió al mancebo, como dicen hacía todas las mañanas, disponiendo también de su fiambre. La comida que le preparaba solía ser abundante y exquisita. Luego, el diablo ordenó desde su habitación: – Llevadle desayuno a ese joven –dijo a su servidumbre– Tiene que ir a trillar las gavillas. ¡Apresúrense! – gritó. Los sirvientes le llevaron el desayuno y le dijeron: – Dice nuestro señor que debes partir a trillar la mies. Levantóse el joven de la cama al tiempo que lo hacía el diablo, quien le dio una horqueta y una escoba metálica con el manojo de pinchos enredados. Entonces, el joven dijo al diablo: – ¡Yo no podría trabajar con esta vuestra escoba metálica, espinosa y de pinchos enredados! ¡Dadme una escoba de paja! Así exigió y le dieron una horqueta, una buena escoba y un aguijón. Llevando estos utensilios se dirigió al corral del ganado, lo abrió e invocó de esta manera: – ¡Ay anillito! ¡Sortijita preciosa! Ahora desearía que estos asnos apareciesen en el venteadero. En seguida los pollinos se desplazaron uno por uno, hacia el venteadero, como si una soga invisible los condujese; mientras que él iba por detrás, a cierta distancia; así llegaron los animales y el joven al venteadero. Ya en la era, el joven tomó una brazada de mies, la dispuso por gavillas desordenadas en círculo y luego puso el anillo en el suelo. – ¡Ay anillito mío! ¡Sortijita preciada! Ahora quisiera que esta mies apilonada estuviese dispuesta en el venteadero como para ser trillada – invocó y se arrojó en el suelo. Entonces escuchó el ruido singular de esta clase de tareas: "¡Siwq!... ¡Siwq!... ¡Siwq!...". Luego el hombre puso la horqueta como si estuviese arrojando las gavillas, a la escoba como si estuviese barriendo, y agitando su latiguito lo puso al medio y dijo: – ¡Ay anillito mío! ¡Sortijita preciosa! Ahora desearía que esta mies fuese trillada y totalmente desmenuzada – dijo. Tumbóse en el suelo, detrás de la paja que por allí crecía y las bestias entraron; y como en los vesteaderos el grano es pisado por mucho ganado, así pisaban, mientras que él sólo escuchaba el ruido que hacían. Cuando abrió los ojos, mucho tiempo después de que todo quedó en silencio, vio que toda la mies estaba desgranada, mientras que los asnos estaban parados allí cerca. Nuevamente ordenó a su anillito: – ¡Ay anillito, linda joya! Anhelaría que en este mismo momento todo le trillado estuviese apilonado en forma circular como para ser venteado. De nuevo se tendió en el piso y solamente escuchaba que la mies, "¡Chhiwq!... ¡Chhíwq!", se esparramaba. Y cuando miró, vio que las gavillas trilladas estaban amontonadas hasta alcanzar el tamaño de un cerro. A continuación, pidió para las bestias:
  • 13. – ¡Ay Sortijita, Sortijita! Ahora quisiera que estas bestias llegasen a su corraliza. Y como si una soga invisible tirase de las bestias, éstas llegaron a su corral; mientras el hombre se quedó en el venteadero por un buen rato y ya muy tarde fue a la casa. – Ya está, mi señor. Todo el grano está hermosamente trillado, totalmente desmenuzado – diciendo esto entró. – ¡Muy bien! – respondió el diablo. – Entonces mañana lo harás ventear y sin derramar un solo grano lo cargarás en las bestias hacia aquí – le dijo Satán. – Muy bien, mi señor – respondió el joven. Se fue a dormir y la muchacha entró llevándole comida. – ¿Qué te dijo mi padre? – le preguntó. – Me ha ordenado que mañana ventee el grano – respondió. – No podrías ventear toda esa mies, sólo el anillo podría hacerlo por ti – dijo la muchacha. Y continuó: – Por esa razón le ordenarás al anillo de este modo: "¡Ay anillito mío, mi Sortijita! Ahora desearía que toda esta mies fuese venteada"; de este modo le dirás – así le instruyó. – También pedirás ahora una escoba más, clavarás la horqueta entre las dos a la vez y las pondrás como si estuviesen barriendo. Luego le ordenarás al anillito y de este modo cumplirá con la tarea. Entonces pues, se acostaron allí mismo esa noche. En la madrugada, la muchacha le sirvió de comer y le preparó el fiambre. En la mañana, el diablo ordenó desde su cama. – Que ese hombre parta ya a ventear el grano y llevadle el desayuno – ordenó. Los sirvientes le alcanzaron el desayuno. – Ya debes partir a ventear el grano – le recordaron. El hombre dijo: – Denme una horqueta y una escoba más. Se las dieron y cargándoselas se fue el joven. Al llegar al venteadero ensartó la horqueta entre ambas escobas. Puso la piedra fundamental (2) en el centro de la pampa y sobre ella, el anillo. ¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Ahora desearía que esta mies estuviese totalmente venteada – ordenó. Se arrojó al piso y sintió que el viento venía, mucho viento: "¡Chhiwq!... ¡Chhiwq!... ". mientras oía que el grano era venteado. El viento ululaba, soplaba con mucha fuerza. Después de un rato quedó todo en silencio. Abrió los ojos y vio que todo el grano estaba hermosamente venteado y en un montón tan alto como un cerro. Los granos eran hermosos y tan grandes como piedrecillas, todo el grano selecto. Recogió su anillo y cogiendo un poco de grano se fue a la casa de Satán. Entró en ella y le dijo: – Ya terminé de ventear la mies y el grano había sido así de grande y hermoso – explicó. Entonces el diablo le ordenó: –¡Corre pues ahora y tráelo cargado en las bestias! – le dijo alcanzándole costales, un agujón e hilo de lana para coser la boca de los sacos. Le dio miles de miles de costales y para levantar cada uno de ellos se requerían dos hombres; él solo no podía levantar siquiera uno.
  • 14. Pero le dijo al diablo: – No puedo ir, estoy tan cansado por el venteo que acabo de hacer que ahora no podría trasladar el grano hacia aquí, como tú deseas. Ya iré mañana – respondió el mancebo. – ¡Bien! respondió Satán. Esa noche le planteó la cuestión a la muchacha: – Así me ha ordenado y al no saber cómo podría cumplirla, no le obedecí y le dije que me encontraba cansado. Al escuchar esto, la muchacha le dio nuevas instrucciones: – Mañana, muy temprano y antes de que la servidumbre despierte, con las bestias harás cargar los costales. Le ordenarás al anillito: "¡Ay anillito, Sortijita! Ahora desearía que estos costales sean cargados en las bestias". El anillito las hará cargar y después tú dirás: "¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Quisiera ahora que estas bestias apareciesen al borde del trigal". Y cuando aparezcan al canto de la chacra le dirás: "¡Ay mi anillito, mi Sortijita! Quisiera que toca la mies venteada estuviese metida en los costales que han traído estas bestias"; así le ordenarás – dijo. Y cuando toda la mies esté cargada en los costales, enhebrarás el agujón con el hilo de lana y lo ensartarás en la boca de uno de los costales, como si estuviese cosiéndolo. Luego dirás: "¡Ay anillito, mi anillito! Deseo que en este instante todos estos costales sean cosidos con este aguijón y este hilo de lana". Cuando estén cosidos, le pedirás: "¡Ay anillito, anillito mío! Quisiera que en este momento estos costales sean cargados en los lomos de las bestias". Y cuando estén cargados: "¡Ay Sortijita, anillito! Ahora desearía que las bestias cargadas apareciesen en la casa, que ni el señor ni sus criados se hayan levantado aun y que apenas lleguen, descarguen sus bultos en el zaguán junto a la puerta grande"; así le impetrarás al anillo – de esta manera le aleccionó. También le dijo: – Cargarás un costal en una cetas bestias: ésta lo rechazará, tratará de desgarrarte, morderte, intentará atropellarte, te agredirá de muchos modos, pero así y todo deberás cargarla; además, deberás premunirte de sogas –. De este modo la muchacha lo adoctrinó una y otra vez. Esa mañana, y tal como le dijo, apenas amanecía, pero todavía a oscuras, el mancebo entró en el corral llevando el más pequeño de los costales. El que trató de cargar en una de las bestias, pero éstas no querían permitírselo; quisieron cocearlo, desgarrarlo, zarandearlo, atropellarlo, pero el joven logró acomodar el costal en una de las bestias y la arreó hacia la puerta aun a pesar de su renuencia. Entonces ordenó al anillo mágico: –¡Ay anillito, Sortijita! Ahora desearía que todos estos costales apareciesen cargados en las bestias. Así, los sacos aparecerán en el lomo de las bestias. Luego ordenó: – ¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Quisiera ahora que estas bestias apareciesen al borde del venteadero. Y los animales, corro si una soga invisible las guiase, fueron llevados al borde del vertedero. Cuando llegaron allí, el hombre nuevamente conjuró: – ¡Ay mi anillito, mi Sortijita! Quisiera que los costales que cargan estas bestias fuesen llenados con toda esta mies de grano selecto. Mientras, él se escondía detrás de unos arbustos. Sólo escuchaba el ruido producido al ser llenados los costales con el grano limpio, que sonaba: "iChhiq!... ¡Chhiq!... ¡Chhiq!..." Cuando abrió los ojos vio todos los costales colmados de grano limpio y enhebrando el agujón con el hilo de lana, cosió parte de la boca de uno de los costales y pidió: – ¡Ay anillito, mi anillito! Ahora querría que todos estos costales apareciesen cosidos – y diciendo esto, se ocultó.
  • 15. Al abrir los ojos comprobó que todos los sacos estaban cosidos. Entonces nuevamente fe ordenó a su anillo: – ¡Ay anillito, anillito mío! Quisiera que estas bestias fuesen cargadas con los costales llenos de grano. Ocultóse de nuevo y al abrir los ojos constató que todos los brutos ahí parados ya estaban cargados. Dijo de nuevo a fa sortija: – ¡Ay Sortijita, anillito! ahora desearía que las bestias llegaran a la casa sin que el señor ni los criados lo notasen, que por sí mismas descargasen sus bultos y los amontonasen en el rincón de la entra– da a la casa –, tirándose seguidamente al suelo. Al abrir los ojos, las bestias ya no estaban; entonces él se fue rápidamente y cuando llegó a la casa, los costales ya habían sido descargados y estaban apilonados en el zaguán de la casa. El diablo no había visto la llegada de las bestias, tampoco ninguno de los que en la casa vivían. El hombre entró donde estaba el demonio: – Ya está, señor, ya traje la mies cargada en las bestias – le dijo. – ¿Dónde está? ¡Descárgala pues! – contestó el diablo. El mancebo respondió: – Ya las hice descargar. El demonio salió de su habitación, miró y vio muchísimos sacos apilonados; se acercó más y comprobó que contenían la mies. Sin comentar nada, se volvió y se fue a la habitación donde estaba su vieja mujer. – ¿¡De qué modo habrá ejecutado en estos cinco días todas las tareas tal como se las he mandado¡? – dijo. Esta le respondió: – ¡¿Para qué reúnes a esta clase de gentes?! ¡Te vencerá! –, le censuró. El demonio reflexionó y se dijo para sí: "¿Qué tarea le encomendaré ahora? ¿Cómo podré vencerlo finalmente?", pensaba. Luego llamó al joven: – Mañana en la mañana, todos iremos a bañarnos al mar, juntamente con la servidumbre. Mientras tanto, en la mitad del patio construirás un jardín, con asientos; que tenga siete fuentes de agua corriente, gran variedad de flores en plena eflorescencia, con todas sus sendas verdecitas – así le mandó. El muchacho sólo atinó a decir: – Está bien, señor mío. Y se puso muy triste, pensando para sí: "¿De dónde podré sacar agua, cómo voy a cumplir con esta tarea?" Cavilando de este modo pasó todo el día acongojado. Ya en la noche, la joven le llevó su comida. – ¿Qué es lo que te ha ordenado mi padre? – le preguntó. – Me ha mandado construir un jardín que tenga siete fuentes de agua corriente, asientos, senderos. prados verdecitos. con toda clase de flores frescas. Ha dicho: "Saldremos en la mañana. a la hora del primer descanso y volveremos al primer descanso de la tarde; para esa hora debes haberlo construido"; así me ha intimado. "Si no logras ejecutarlo, te habré vencido" – contóle a la muchacha. – No te aflijas. Esta no es una tarea complicada, es más bien fácil de realizar – le respondió la moza. – ¿Y qué debo hacer? – preguntó él. – Toma este otro de mis anillos y devuélveme el que tienes en tu poder – díjole la doncella. El muchacho le dio el que tenía consigo, ella le entregó el otro y le dijo:
  • 16. – Mañana, apenas hayamos partido, te cerrarás la puerta y no la abrirás así golpeen pidiendo que lo hagas. Puede volver mi padre, adrede, aduciendo: "He olvidado algo mío", para ver lo que haces. Después de esto, limpiarás el patio y, usando sólo un palito, marcarás con surcos el esbozo del jardín que construirás, señalando la ubicación de los asientos, las fuentes, todo lo preverás. Entonces pondrás el anillito en la mitad del patio: "¡Ay anillito, Sortijita! Ahora desearía que en este patio aparezca un jardín con toda clase de flores floreciendo", en diciendo esto de un salto te meterás en tu habitación y allí te cerrarás. Cuando escuches el ruido que hace el agua al correr, entonces saldrás. abrirás las puertas y simularás estar aliñando lo que acabas de construir y cuando nosotros estemos llegando te pondrás a pasear por todos los lados –, así lo instruyó y se acostaron esa noche. Al día siguiente, Satán le envió su desayuno y todos se fueron hacia el mar. – Ve haciendo lo que te ordené. Si no lo cumples, entonces te arrojaré al freidero. Diciéndole esto, se marcharon. Tal como le había indicado, el mancebo cerró las puertas y barrió el patio. Luego, marcó el croquis de los senderos, los asientos, las fuentes. Puso la sortija en el medio del patio y le conjuró: – ¡Ay anillito, Sortijita preciosa! Deseo que en el patio de esta casa. aparezca un jardín, con sendas, con asientos. con toda clase de flores y con siete fuentes de agua corriente –. Luego se metió en su habitación y se encerró en ella. Pasado un momento escuchó el rumor del agua corriente que sonaba: "¡Chhiiq.. ! Después de un tiempo salió de la habitación y vio en el patio un hermoso jardín reverdeciendo, lleno de flores y con el agua corriendo entre ellas, regándolas. Abrió las puertas de la casa y se puso a pasear en medio de las flores. Mientras, el diablo regresaba de su baño. "¿Ya habrá ejecutado lo que le encargué?", decíale a su mujer. – No creo que lo haya logrado. ¿Cómo podría haber cumplido? ¿De dónde hubiese conseguido el agua? Ahora sí lo venciste – decía ella. – Esta vez sí lo arrojaré al horno –. Comentando con su mujer de tal guisa, volvía el diablo. Entró a su casa y le preguntó al joven: – ¿Cumpliste con mi orden? – ¡Mira pues! ¡Aquí lo tienes! – replicó el mancebo. Se moría de rabia el diablo, fuera de sí, al ver lo realizado. Su mujer y sus hijas también admiraron la obra: su casa estaba hermosa y bella, toda verdecida. El demonio, sin decir nada, se metió en su habitación. Cenó con sus hijas y llamó al muchacho. – Pasa. Esta vez comeremos juntos, en mi habitación – le dijo. – No puedo, estoy cansado. Me quedaré aquí, donde estoy tirado, – le respondió. – Estoy muy fatigado con todas las tareas que me has mandado hacer –. contestó. Y entrando en su habitación, fingió meterse en su cama a donde el diablo, con sus sirvientes, le envió la comida. En tanto, la mujer del diablo le reprochaba a éste: – Cómo es que dijiste: "Ahora ya lo vencí y lo arrojaré al horno" ¿Dónde está que lo batiste? En cambio, él te ha derrotado–. De este modo lo avergonzó. El diablo no respondió, estaba triste y asustado. – ¿Estará comprometido con una de nuestras hijas? Por eso te ha vencido–. le recriminaba a su marido. Mientras que su hija escuchaba furtivamente la conversación. El diablo meditaba: "De qué manera lograré averiguar las artimañas que usa para vencerme". Así pues, decidió: – Con los ojos vendados lo haremos bailar juntamente con nuestras hijas. Así podremos averiguar cómo nos está derrotando. Los haremos bailar en el jardín que ha construido. "Y la que escojas intencionalmente, con ella te comprometeremos", le diremos –, así acordaron marido y mujer. Pero todavía no se los diremos, podrían confabular entre ellos – resolvió el diablo. De este modo, no le dijeron nada ese día. Se paseaba por el jardín y le decía: "Había sido muy hermoso lo que has construido. Está muy bien" y no le mandó cumplir ninguna tarea: "Descansa" decíale al joven. Llegada la noche se durmieron todos. Y ya muy avanzada ésta, la muchacha entró a la habitación del joven llevándole su comida. – ¿Qué es lo que te ha ordenado? – preguntó. – No me ha ordenado nada. Sólo me ha dicho que descanse – le respondió. Entonces ella le contó lo que había escuchado:
  • 17. – Mis padres han acordado que mañana nos harán bailar con los ojos vendados en el jardín que has construido. Por un lado, estarás tú solito y en el otro lado, nosotras tres. Con cuál de las tres te toparás al azar, con ella te comprometerás. Así se sabrá por qué has vencido una y otra vez a mi padre. Esto han resuelto mis padres – le relata– Mi madre intuye que estamos comprometidos; en cambio, esa idea ni siquiera se le ha cruzado por su mente a mi padre–. dijo. – Ahora, no deberás actuar como un tonto. Bailaremos, más si me topo contigo, te arrojaré con energía lejos de mí, pero tú me cogerás fuertemente. "Con esta de tus hijas voy a comprometerme", le dirás; no debes soltarme y en ese mismo instante te quitarás la venda de los ojos. Si no te la quitas, mi padre te arrojará así vendado al freidero, argumentando: "¡Ajá! ¡Conque habías querido comprometerte con esta de mis hijas!", arguyendo esto puede arrojarte. Pero si te encuentras con cualquiera de mis hermanas, ellas no te empujarán –. de tal modo lo aleccionó una y otra vez. Y esa noche durmió con la muchacha. Al siguiente día el diablo mandó traer flautistas y tamborileros, luego mandó llamar al mancebo y a sus hijas a quienes ordenó: – Ustedes bailarán con los ojos vendados con este joven y la que se tope con él, quedará comprometida – así ordenó Satán. – Bien, señor. Está muy bien, padrecito – atinó a decir el hombre. Los flautistas y tamborileros comenzaron a tañer sus instrumentos. El diablo mismo les vendó los ojos a los cuatro y colocó a sus hijas en un lado y al mozo en otro; seguidamente, ordenó que comenzasen a bailar. En pleno baile se topó con la hija mayor y no hizo nada por rechazarlo; luego tropezó con la menor y sucedió igual: tampoco opuso resistencia; mientras, la segunda hija giraba, giraba hasta que se encontraron y ella lo empujó, pero el mozo la tomó con fuerza y al instante se quitó la venda que lo cubría. – Con esta de tus hijas me voy a comprometer–, exclamó. El diablo no dijo nada, apenas comentó: – Sí, está bien. Mientras que la diablesa se moría de enojo: "También esta vez ha sido vencido este viejo tonto", decía en su corazón; en tanto el muchacho no soltó a la joven. El diablo dijo: – No puedes comprometerte inmediatamente con mi hija, debo pensarlo antes. –Bien– dijo el joven. Pero el diablo ordenó que su hija no saliese de su dormitorio, donde la enclaustró. El joven quedó muy preocupado, pensando: "Seguramente ahora no saldrá". Pero cuando la noche ya era muy avanzada, la doncella entró en su habitación. – Pude salir – dijo. Ahora mis padres se están poniendo de acuerdo. Mi madre le dice: – "¡Oye viejo! Hasta a mi hija la has encaminado por mala senda. ¡Seguramente te expondrás a otras derrotas mayores! ¡Te vencerá!" –. así lo notició. Mi padre está pensando sobre el modo de vencerte definitivamente, de una vez por todas. Pues ya te falta poco para que lo derrotes totalmente. Por mi parte, estoy meditando sobre la manera de irnos de aquí, examinando los tesoros de mis padres – le comentó, y se pusieron a analizar la situación una y otra vez. – Mañana en la noche te daré mayores instrucciones, pero si él te ordena hacer algo más, esta vez no debes quedarte callado y actuar tontamente. "Solamente haré esto más, no voy a cumplir ninguna otra tarea", te dirás y te mostrarás valiente–, le enseñó. – Aunque me encierren, voy a salir de todos modos en las siguientes noches –. Como era usual, también se acostaron esa noche. En los días siguientes, el diablo no le mandó hacer nada y así discurrían las jornadas para el mancebo. Apartados, el diablo y la diablesa complotaban entre ellos: – Mandaremos que un sirviente arroje tu anillo al medio del océano –díjole él. – Bien–. asentía la vieja diablesa. De este modo, llamaron a un sirviente y le instruyeron: – Corre y arroja este anillo de mi mujer al medio del mar –, le mandó. El sirviente obedeció y llevando el anillo que le dieron, lo arrojó en la mitad del mar. Dicen que relumbraba desde el tondo del mar porque era de oro. Al volver el sirviente, fue interrogado por el diablo: – ¿Lo arrojaste? –, preguntó.
  • 18. – Sí, lo arrojé. Está a mitad del océano y desde el fondo relumbra, como si fuese la luna –, respondió el fámulo. Esa noche, el diablo llamó al joven y le dijo: – Mi mujer perdió su anillo en el mar, el día que fuimos a bañarnos. Debes rescatar ese anillo; se le extravió en la orilla, no pudo ser en otro lugar –, le mandó. El mancebo respondió: – Bueno, solamente esta orden más cumpliré; no haré otra. Ya he realizado todo lo que me has ordenado y, una vez que haya rescatado el anillo, voy a casarme con tu hija, pues ya te vencí con todo lo que hice – le dijo el joven muy seguro de sí mismo. El diablo le contestó: – Si lograses rescatar ese anillo, entonces me daré por vencido –, con la seguridad del que se siente seguro vencedor. Esa noche, el mancebo se acostó muy apenado, mientras que el demonio hizo que la habitación de su hija fuese una y otra vez asegurada. Y para garantizar su vigilancia, desde su habitación la llamaba a cada hora por su nombre y su hija le respondía: "Padre, padre". El muchacho oía todo lo que sucedía y cavilaba "¿Cómo me instruirá sobre la manera de hallar el anillo?", triste y sin poder conciliar el sueño. Entonces, no se sabe cómo, su diablo personal la sacó de su habitación. Puso uno de sus anillos debajo de su almohada y le ordenó: – ¡Ay Sortijita, anillito mío! Ahora serás tú el que responda en lugar mío cada vez que mi padre me llame: "¡Padre mío, padre mío!", responderás imitando mi voz –, de ese modo habíale ordenado a su anillo mágico al ponerlo debajo de su almohada. Luego entró en la habitación del muchacho, quien se alegró al verla y le dijo: – Has hecho bien en venir. No estaba en mí de tanta preocupación, pues me ha dicho: "Mi mujer dejó su anillo en el océano, el día que fuimos a bañarnos. Se le cayó al borde del mar; debes encontrarlo y traérmelo mañana muy temprano", así me ha ordenado. No sé cómo voy a sacarlo –, le contó a la doncella. Ella le contestó: – Miente, no está a la orilla del mar. El anillo está al medio mismo del océano. Lo hizo arrojar con uno de sus sirvientes al centro del mar. Te ha mentido adrede, con la intención de vencerte. Entonces el joven preguntó: – ¿¡Cómo lograré sacarlo, entonces!? – Ni siquiera nuestra Sortijita mágica podría hacerlo. Así de malvado es mi padre –, dijo ella. Luego de comentar así. se pusieron a escuchar si el anillo estaba respondiendo, imitando su voz como ella le había pedido, y constataron que éste decía: "Padre, padre", lo que contentó a la joven, que dijo: – Está respondiendo bien y ahora los dos pongámonos en camino. Se llevaron un lavatorio casi nuevo que usaba la muchacha y un cuchillo filudo. Caminaron... caminaron... y llegaron a la orilla del océano llevando esos objetos. Entonces la moza le dijo: – Debes cortarme en pedacitos y recogerás mi sangre en este lavabo y no permitirás que ni siquiera una mínima gota se vierta fuera de ella. Tasajearás mis carnes en pedazos de este tamaño; entonces entrarás hasta el medio del mar, hasta allá, donde relumbra como si fuese la luz de la luna; hasta allí intentarás arrojar todos los pedazos de carne de la vasija. Lo que sobre de mi sangre en el lavatorio, si acaso queda algo, debes relavarlo y también echarlo al mismo océano. Si acaso hubieras derramado algo de mi sangre, no volveré a salir jamás. Si acaso sobrevivo, viviré; y si muero, moriré en el corazón del piélago. Mientras tanto, te arrodillarás en la orilla y rezarás a Dios para que salga. Si no emerjo hasta cuando claree el día, te irás a donde sea; no debes volver donde mi padre. Si salgo, lo haré cuando el gallo esté cantando. Si volvemos a vernos, será y si no, no será –, diciendo esto se despidieron muy tristes, llorando a mares. Entonces se desnudaron hasta quedar como los había parido sus madres y llorando comenzó a amputarla. La cortó toda, en grandes trozos y no derramó una sola gota de sangre al piso. Luego entró al medio del mar, llevando el recipiente. El anillo relumbraba como la luz de la luna y con el íntimo deseo de hacer llegar hasta allí, lanzó las carnes y la sangre; relavó el lavatorio con el agua del mar y vio que en el cuchillo quedaba una gota de sangre sin que él lo hubiese notado, pero al darse cuenta lavó el cuchillo con esmero. Así cumplió con lo que le había indicado la joven.
  • 19. Después se puso de rodillas, llorando e implorando de nuestro Señor. "Si ahora ella no sale, entonces me arrojaré al océano", pensaba y lloraba. Ya terminaba de cantar el gallo, cuando el mar comenzó a bullir; se movía y se levantaron olas del tamaño de un cerro. Se rebullía tanto que infundía pánico, pero él permanecía mirando, esperando. De pronto la muchacha emergió en el medio del piélago, riendo y llevando el anillo. Al verla, el joven sintióse alegre. – ¡Aquí está el anillo! –, gritó ella al liberarse. La muchacha se vistió y el mancebo hizo lo mismo, y llevándose el lavatorio y el cuchillo, se volvieron a la casa de la muchacha. Cuando llegaron a ella, escucharon que el anillo seguía respondiendo al diablo por ella. Con mucho sigilo entraron a la habitación del joven. Allí la doncella le dio indicaciones. – Desde este momento, no obedecerás más a mi padre, así te ordene hacer cualquier cosa. Le dirás: "Aquí está, rescaté lo que me ordenaste. Lo hice, cumplí con lo que mandaste" y muy enojado llevarás el anillo hasta mi madre. "Toda la noche lo busqué en el mar y amanecí allí. Me costó mucho esfuerzo hallarlo, pues estaba en la mitad del océano", le explicarás. Le llevarás el anillo hasta el mismo dormitorio. Como mis padres podrían presentir algo sobre mí, fingirás no amarme. "Ahora no deseo casarme con tu hija y deberás pagarme lo que es justo por todas las tareas que he cumplido para ti, porque debo retornar a mi pueblo, pero descansaré todavía por unos días, pues me encuentro sumamente cansado por las tareas que cumplí", así deberás expresarte, demostrando tu hombría; si no lo haces, te ordenará algo más difícil de cumplir. Sobre los otros asuntos, mañana nos pondremos de acuerdo –, le adoctrinó. Mientras tanto, el día ya amanecía y añadió: – Ve ahora; haz como si estuvieses volviendo del mar llevando este anillo. Simularás que vienes de afuera y tocarás la puerta –, diciendo esto, la muchacha rápidamente entró en su dormitorio, recogió su anillo, se desnudó y metióse en su cama. El Joven se dirigió al mar, fingió caminar por la orilla y simuló volver de ella, tal como habíale indicado. El diablo, luego que ella entró, comenzó nuevamente a llamar a su hija por su nombre, pero esta vez ella no respondió. Llamó a uno de sus sirvientes: – Anda y ve a esa mi muchachita que no responde cuando la llamo – le ordenó. El sirviente fue a verla. – Está tal como la guardaste, mi señor –, dijo al volver. – Anda ahora a la habitación de ese joven y mira si ya ha salido–, mandó nuevamente el demonio. El criado fue a inquirir y vio que el mancebo no estaba. – No está, mi señor. Seguro que ya fue a rescatar el anillo –, le contó el criado al volver. – Seguramente no logra rescatarlo hasta ahora, por eso no vuelve–, comentó para sí Satán. Pero en ese mismo instante, el joven golpeó la puerta. El doméstico salió a ver quién era. Era el muchacho. – Dice si ya has hallado el anillo. La señora diablesa pregunta por él, está impaciente –, indagó el fámulo. – Sí, lo hallé –. respondióle molesto el muchacho. – ¡Dámelo! se lo llevaré –, quiso quitárselo el criado. – ¡No! Yo lo voy a llevar donde vuestra señora -, contestó muy enojado y no quiso entregárselo; mientras el diablo escuchaba la discusión, el sirviente volvió a él: – Ese hombre dice que ha encontrado el anillo; ha vuelto muy irritado y no ha querido entregármelo. Me ha dicho: "Lo llevaré yo· donde vuestra señora" –, le contó a Satán. – ¡Recíbelo, recíbelo! –, mandó el demonio. Volvió el sirviente donde el mancebo. – Dice el señor que lo llevaré yo–, le pidió. Pero no quiso el joven y no soltó la sortija. En tanto, el demonio meditaba muy compungido: "¡Cómo es posible que también haya logrado encontrarlo! ¡Ahora sí que me venció!", se decía y se moría de cólera. – ¡Que lo lleve pues! –, gritó desde su dormitorio. Entonces, el muchacho llevó la sortija donde la mujer de Satán.
  • 20. – Aquí está, señora; lo hallé. Estaba en la mitad del océano y lo rescaté con mucha dificultad, trabajando toda la noche, sin dormir. Con esto he cumplido con todo lo que ustedes me han ordenado. No quiero más a vuestra hija; pero deben pagarme el justiprecio por mi trabajo, pues deseo volver a mi pueblo. No podría permanecer en este vuestro pueblo –, le dijo enojadísimo a la diablesa. – Y cuídense de ordenarme realizar otra tarea pues no la cumpliré, porque además me encuentro muy cansado por todo esto que me habéis obligado hacer. Descansaré aquí en vuestra casa por uno o dos meses; por tanto, deberán alojarme todavía por ese tiempo, en pago siquiera por el trabajo que hice para ustedes –, le manifestó. La mujer del diablo se moría del enojo que le causaba oír lo que le decía el mancebo. – Este viejo es el culpable de que esto pase. Acostumbra reunir a gente de todo jaez y al final es vencido por ellos. "Los voy a vencer", promete, pero no lo consigue–, pensaba la diablesa exasperada del diablo. El viejo demonio se levantó de su cama, abrió la habitación de su hija y vio que dormía profundamente, como si estuviese muerta. – ¡Por qué razón tú duermes hasta ahora, sin obedecer cuando te llamo! –. resondró a su hija. Ella respondió: – Como estuviste llamándome toda la noche, no pude pegar pestaña. Por este motivo, recién pude dormitar ahora–. El diablo atinó a decir: – ¡Bien! –; se volvió, entró a la habitación de su mujer y ella le recriminó con ira: – ¡Cómo me dijiste que lo batirías! Dijiste: "Lo voy a vencer!", pero no lo conseguiste! –, le dijo. El diablo preguntó: – ¿Y qué es lo que dijo? –. La diablesa le respondió: – "Todavía voy a quedarme por muchos días a descansar, en retribución de todo lo que trabajé para ustedes y deben pagarme lo justo por ello", eso ha expresado –, y le contó al diablo todo lo que dijo el mancebo. – Dice que tampoco se comprometerá con nuestra hija, que no la quiere, y cuando le paguemos con justicia el dinero que le debemos, entonces se irá –, le relató. – Así será pues. Tendremos que entregarle todo el dinero, puesto que nos ha vencido –, comentaron ambos. La noche siguiente, la doncella volvió a la habitación donde dormía el joven: – ¿Qué es lo que dijeron mis padres? –. le preguntó. – Les dije tal como me instruiste, entonces tu madre casi se muere por la ira –. respondió él. Por su parte, la muchacha le contó: – Mis padres han acordado recompensarte por todo lo que has trabajado; dijeron: "Debemos pagarle su dinero" –. le relató. Seguidamente, los dos se pusieron a discutir sobre la forma de marcharse. "Ahora, en estos días, tanto tú como yo, debemos disponernos para irnos sin que ellos lo sepan", acordaron. Y de este modo se prepararon en los siguientes días. La hija acarreó todas las riquezas de sus padres; las llevó a su habitación sin que ellos lo notaran, poco a poco. En noche siguiente, volvió al dormitorio del muchacho. – Mañana en la noche partiremos–, le dijo. – Para esto, debes tener preparado y a la mano todos tus bultos y, apenas venga, nos marcharemos –, le manifestó. – ¡Claro que sí! –. asintió el mancebo. Tal como le indicó, al día siguiente el muchacho preparó todo y la esperó listo. El diablo ya había dejado de guardar a su hija, confiado en que le había dicho que no la quería más. Esa noche, la moza hizo ademán de desnudarse y acostarse, luego puso uno de sus anillos en la puerta de sus padres. – ¡Ay anillito, Sortijita! Quisiera que, desde ahora hasta mañana, sumas a mis padres y sus sirvientes en un total y profundo sueño, para que no escuchen nuestra partida –, le invocó y luego entró donde estaba esperando el joven.
  • 21. – ¡Bueno, ahora partamos! Pongámonos en camino –, le anunció. – ¡Bien, vamos pues! –, respondió. Sacaron los bultos a la puerta de afuera y la muchacha entró a la habitación que guardaba todas las riquezas de sus padres y donde había toda clase de relucientes tesoros. De allí sacó objetos que eran de oro y plata. También extrajo un trono todo de oro y conjuntando esto hicieron una carga. En seguida entraron al corral de las bestias, cada una de ellas con su nombre propio, y las llamó por ellos. Las más notables eran tres bestias relumbrantes, hermosas, nerviosas y briosas. El primero se llamaba "Apolino", el siguiente, era 'Wapachola" y el tercero "Atizador"; los tres animales eran fornidos. La segunda, "Wapachola", era una hembra overa manchada. Los otros dos eran machos: "Apolino" era negro y "Atizador", marrón. llamó: – ¡"Apolino" sal! –. y salió la bestia más brava. Ordenó de nuevo y salieron "Wapachola". la bestia hembra, y "Atizador". Cargaron los bultos en "Apolino" y "Atizador"; luego la muchacha recogió su anillo y montaron en "Wapachola", que, dicen, corría como el viento. Apenas se alejaron un poco de la casa, la joven pidió a su anillo: – ¡Ay anillito, mi anillito! Deseo que, para mañana, cuando mis padres miren este jardín que construyó mi marido, se haya convertido en basural y que la mies que ha trabajado, se vuelva arena –. invocó. Dicho esto, partieron raudos y rápidamente llegaron a la orilla del océano que de pronto se hizo puente y por el cual cruzaron. Rayó el alba y amanecieron muy lejos. Mientras tanto, el diablo se levantó y salió de su habitación. Miró al jardín y vio que éste se había convertido en basural. – ¡¿Cómo es que se ha transformado en basural?! –. miró atónito. No quedaba ni una flor, tampoco ninguna de las siete fuentes. Fue a la habitación de su hija y encontró su cama vacía; fue a la del mancebo y tampoco halló a nadie, estaba vacía. Al ver esto, Satán se asustó: – ¡Qué es esto! ¡Dónde se han ido! –, exclamó y entró donde la vieja diablesa y le dijo: – ¡Mira hacia afuera! ¡No queda nada del jardín que construyó y tampoco está nuestra hija! –, la anotició. La vieja se levantó con prontitud; examinó todo con la mirada y constató que no quedaba nada. Tampoco estaban sus mejores bestias y se derramaba arena de los costales; los examinó todos y al ver que todos estaban repletos de arena, increpó acremente al viejo Satán. El diablo discurrió: "Seguro se han ido", y montando otra bestia fue detrás de ellos, siguiendo las huellas de los caballos; mientras tanto, la vieja subida encima de la casa lo seguía con la mirada. Cuando ya estuvo a punto de darles alcance, su hija se dio cuenta y le advirtió al mancebo: – Nos persigue mi padre. Ahora nos será difícil escapar–. le dijo y rápidamente convirtió a las bestias y su carga en un corral, en un establo grande. Ella se convirtió en una flor y al joven le dijo: – Tú te convertirás en un viejito con una azada motosa. Te preguntará: "¿No pasaron por acá un joven y una muchacha montados en sendas bestias?" Tú le responderás: "No, no pasaron"; pero cuidado que arrancando la flor quiera llevársela, arguyendo: "Me la llevaré". No se lo permitirás, le amenazarás con esta azada motosa: "Si lo haces te golpearé" y él se irá –. le instruyó. Entonces se transmutaron en lo que había previsto. Luego llegó su padre hasta el lugar donde ella habíase convertido en flor. Y cuando llegó Satán, ya era un jardín donde un viejito con una azada motosa estaba regando unas flores. Le dijo: – Padrecito, quisiera preguntarte –. al anciano. – ¿Qué deseas saber? Pregunta lo que quieras –, le contestó.
  • 22. – ¿No han pasado por aquí un joven y una muchacha montados en sendas bestias y jalando otros dos animales? – interrogó. – Yo no he visto nada –. replicó. Vivo aquí año tras año, cuidando estas flores, no ha pasado nunca nadie por aquí. Tú eres el primero en llegar hasta aquí –. dijo. Mientras decía esto, el diablo se olvidó de su hija mirando las variadas flores que florecían hermosas y le pidió: – Regálame una de tus flores–, mientras intentaba asir una de ellas. Pero el vejete le amenazó con la azada: "¡Voy a golpearte!". El diablo se asustó cuando le amagó con la azada. – El señor me haría cargos de la flor ¿Acaso estas flores habían sido para que las toques con tus manos sucias? –, le increpó. – En ese caso, me iré –. y montando en su caballo, el diablo se volvió por donde había venido. Al instante, su hija se transformó en humana, el viejito en el joven y de nuevo partieron raudamente. Mientras la vieja diablesa contemplaba lo que sucedía, pues dicen que los diablos pueden ver muy lejos y por esta virtud seguía vigilando a su viejo. Así, cuando llegó donde ella: – ¿Los encontraste? –, le preguntó al diablo. – ¿A quién? –, respondió sorprendido. – ¡Fuiste a buscar a nuestra hija, pues! –, le gritó. – ¡Ah! –, dijo Satán y recién recordó que fue a buscar a su hija. – No la encontré. Sólo había un jardín de hermosas flores–, respondió. – ¡Oye viejo apestoso! ¡Tú no eres una persona! ¿No te diste cuenta acaso de que esa flor era nuestra hija? ¿Acaso ese vejete no era el muchacho? –. y le insultó hasta el desvarío. El viejo diablo: –¿Eran ellos? –, repuso pasmado. – ¡Torpe! Esa era pues nuestra hija. ¿No pudiste acaso arrancarla y traértela contigo? Te hubieras traído a nuestra hija, si hacías eso. ¡Vuelve pues! ¡Regresa! –, y lo hizo tornar. Entonces el viejo galopó..., galopó... mas no pudo darles alcance. Pero, repentinamente, su hija volvió la vista hacia atrás: – ¡Mi padre nos persigue de nuevo! Esta vez no podremos convertirnos en flores nuevamente. Mi madre lo ha instruido muy bien; pero nos convertiremos en ganado –. dijo. – Tú ahora serás un viejo pastor de ganado. Así fue. Sus tres caballos y su carga se convirtieron en un corral grande y la joven, en una oveja con muchas crías. El muchacho se transmutó en un viejito en una pequeña cabaña con su corral para guardar el ganado. Cuando el diablo llegó, el viejito cuidaba de un corral lleno de crías que balaban junto a su madre ¡ma! ¡ma! Maaa!, en plena algazara. – Padrecito, quiero preguntarte ¿no ha pasado por aquí un joven y una muchacha montados en sendos caballos? –. preguntó. – No ha pasado nadie. Año tras año pastoreo estas ovejas aquí y nunca ha llegado nadie por aquí. Tú eres el primero en llegar –, le respondió. – ¡Ah! –, dijo y volvió a olvidarse. – Tienes lindas ovejas y crías. ¡Obséquiame siquiera una de ellas pues! –, le pidió al anciano. – ¡No son mías y están contadas, son de un Misti! Me haría cargos y se desquitaría conmigo –, replicó. Así fue que el viejito no quiso darle ni una cría. – ¡Que esté así! ¡No me importa! –, dijo el diablo y montándose en su bruto regresó rápidamente a su casa.
  • 23. Luego que él se fuera, se convirtieron en personas, montaron en sus caballos, se fueron raudamente y llegaron muy lejos. Mientras, el diablo llegó donde su mujer: – No había nada, me enviaste en vano –, le contó. Y su mujer: – ¡Oye! ¿No reparaste que esa oveja con sus crías era nuestra hija? –. le dijo a su viejo. – No, era un anciano que cuidaba su chocita y su corral –. respondió. – ¡Tú eres un viejo tontísimo! Pues esas ovejas eran nuestra hija y el vejete, el muchacho. La vieja diablesa le pegó a su viejo. “Tú eres una persona que sólo comete tonteras", decíale. – ¡Mira!, nuestra hija ya está yendo allá lejos –, le mostró al diablo que vio a su hija que ya estaba muy lejos. Entonces el viejo diablo montó en otro animal y volvió a partir; en tanto, su vieja lo vigilaba sin perderlo de vista y vio a lo lejos que ya la alcanzaba... cuando su hija se dio cuenta: – Viene mi padre. Está volviendo y ahora no podremos engañarlo. Debemos matarlo de una vez –, dice. Yo me convertiré en un río, nuestras bestias se transmutarán en el cauce del río y tú te transformarás en un puente, un puentecito de un solo palito delgadito --decidió. Así pues, la muchacha se convirtió en agua corriente, en un río, sus bestias en el cauce del río y el mancebo en un puentecito gastado, sin valor, de un solo palito. Entonces el diablo llegó hasta el borde del río, intentó cruzar por el puente y cuando lo estaba haciendo sobre su cabalgadura, a la mitad, se arqueó para el diablo, pues el joven dobló adrede sus espaldas, arrojó al diablo que se hundió en el agua y, cuando trató de salir con su cabalgadura, el joven le golpeó la cabeza con piedras y se la destrozó totalmente hasta que el diablo murió. Luego de su muerte, se fueron felices el mancebo y la muchacha. La diablesa, en tanto, observaba cómo mataban al diablo padre; lo veía todo. Pero no pudo hacer nada para impedir la muerte de su viejo y zapateaba de cólera y palmeaba con furor en la puerta de su casa. – ¡De esta manera actúa mi hija! ¡Un perro devora mi corazón! ¡Ahora debo ir yo! –, exclamaba mientras reprimía su cólera. Montó una bestia que mandó traer de su corral y se puso en camino tan raudamente que... hasta levantaba humo. Y cuando ya estuvo por darles alcance, su hija volteó y se dio cuenta. – Viene mi madre. No haremos nada en su contra, pero ella tampoco hará nada contra nosotros. Que venga, si nos alcanza, que lo haga –, diciendo esto seguían corriendo raudamente. La vieja diablesa logró dar alcance a su hija y le increpó: – ¡Hija mía a qué viniste! ¡Hasta a tu padre lo has matado! ¡No te perdonaré si ahora te vas a vivir para siempre con este hombre! Por él has matado a tu padre. No digas nunca que soy tu madre. Derramaré la leche de mi seno materno, en señal de maldición –, y diciendo esto, exprimió su seno materno por tres veces, luego se dio vuelta, después de montar en su cabalgadura. La hija se separó de su madre llorando: – Si nos volvemos a ver, nos veremos; si morimos, ya no será posible –, le dijo con los ojos llenos de lágrimas. Se separaron... y ambos se fueron, la muchacha y el joven. La vieja llegó a su casa y llorando se quedó a vivir sola. Hasta que por fin llegaron al pueblo del mancebo. – ¡Este es mi pueblo! –. le mostró. – ¿Dónde está tu casa? –. preguntó ella. – Es aquella –, le señaló una casa que estaba en medio del pueblo. – Por esta noche dormiremos en las afueras, no lleguemos aún a tu casa.
  • 24. Primero irás tú solo, mañana en la mañana, a preguntar a tus padres por el lugar donde nos recibirán y, cuando lo sepamos, llevaremos estos nuestros bultos–, propuso la doncella al mancebo. Por las alturas de ese pueblo vivía una viejita a la que se acercaron para pedirle que los acogiera. – Madrecita, danos alojamiento a nosotros y ·abrigo para nuestras bestias –. La viejita accedió al pedido pues era muy bondadosa. – ¡Señor, jovencita, pueden quedarse a dormir, si lo desean! –. les dijo. Desataron sus bultos y descansaron. Por allí cerca había pasto seco y hierbas que la viejita les brindó y se las dieron de comer a sus animales, y luego se durmieron. La viejita tenía un gallito y una gallinita de plumaje ensortijado; el joven le comentó: – Madrecita, tus gallinitas de plumaje ensortijado son muy bellas. – Sí. ¡Son en verdad muy bonitos y ambos saben cantar! –. le respondió. – Que canten pues –. pidió el muchacho. – No pueden hacerlo ahora, sólo cantan en las casas donde se bebe –. dijo la viejita. Mas el joven pensaba en su corazón: "Cómo sería posible que una gallinita sepa cantar, lo dice por gusto". Así durmieron aquella noche. Al día siguiente, la muchacha dijo al mancebo: – Corre, ahora ve donde tus padres, llega hasta ellos y pregúntales por el lugar donde nos recibirán, también cuéntales sobre mí. Pero deberás tener mucho cuidado en no permitir que ninguna mujer te abrace, sólo dejarás que lo hagan los varones, pues si permitieses que te estreche alguna mujer, entonces en el acto te olvidarías de mí. Cuidado con no volver; si no lo haces, te llevaré a mi pueblo en una litera de fuego –. así instruyó al joven una y otra vez. – ¡Cómo sería posible que yo te olvide! ¿Acaso soy de los que no vuelven? –, respondió y diciendo: – En un momento vuelvo –. partió muy temprano aquella mañana, dejándola con la viejita. Cuando entró al pueblo, grandes y chicos, varones y mujeres, se le acercaron con la intención de abrazarlo; pero él no permitía que las mujeres lo estrechasen, sólo consentía que lo hiciesen los varones. Así llegó a su casa, entró donde sus padres que, al verle, lo recibieron con lágrimas y estrecharon a su hijo en un abrazo profundo. Aun cuando su madre lo abrazaba, él seguía pensando en su mujer y cuando estaba a punto de decir: "He venido con mi mujer", la viejita que tenían por cocinera salió de improviso y lo abrazó. – ¡Muchachito, has vuelto! ¡Yo pensé que no volvería a verte nuevamente! ¡Pero te estoy viendo de nuevo! – y diciendo así, esa horrible mujer lo abrazó y hasta lo besó de pura alegría. Y solamente con ese acto el muchacho olvidó totalmente a su mujer y no pensó más en volver; no recordaba absolutamente nada y desde ese instante permitió que todos los que entrasen a su casa para verlo, así fuesen mujeres, lo abrazasen. Sus padres no sabían que había llegado trayéndose una mujer. Pensando "Seguramente habrá llegado solo", únicamente a él lo atendían. Entonces uno y otro que entraba insinuaban: – Hagámoslo casar ya que ha aparecido –le decían a sus padres. Estos aprobaron la idea: – Sí –, asintieron. – Escoge mujer y por la que desees, entraremos a pedírtela a sus padres –, le propusieron. Él dijo: – Tendría que ser la hija de un hombre rico de por aquí. Con una como ella, sí –, respondió. En ese pueblo había un hombre acomodado que tenía una hija muy joven donde el que fueron sus padres para pedirla, llevando el presente de costumbre. Mientras tanto, su otra muchacha esperaba en la casa de la viejita, temiendo: "Seguramente ha permitido que lo abrace una mujer" y lloraba. Entonces, la viejita le preguntó: – Jovencita, ¿por qué razón estás siempre apenada y llorando? –.
  • 25. – Ese hombre que es mi novio y me ha traído desde mi pueblo, ha ido a la casa de sus padres y no ha regresado, ya hace dos meses. Seguramente me ha olvidado; por eso lloro–, dijo. – No puedo saber qué es lo que ha pasado, pues no me es posible preguntar a nadie. – Confía en mí, jovencita. No soy mala persona, iré al pueblo y preguntaré por ti –. le propuso la viejita. – Sería bueno que preguntases por mí, mamita. Trajimos con nosotros todas las riquezas de mis padres; guardo conmigo esos tesoros. Ya no puedo ni dar de comer a las bestias. Hasta a mi padre maté por él y mi madre me olvidó también por él. Ella me maldijo para siempre, derramando la leche de su seno –. la joven le contó a la viejita íntegramente, todo lo que había pasado. – No te apenes jovencita, no nubles tus ojos de lucero con lágrimas, que la pena no acongoje tu corazón. Ve cuidando la casa que ahora iré al pueblo, averiguaré y sabremos todo. Llegaré hasta su misma casa y me enteraré –, prometió la viejita. – Estaría bien, madrecita. Yo me quedaré cuidando la casa –, le dijo. Entonces la viejita fue al pueblo y allí preguntó a la gente: ¿Qué ha sucedido los meses anteriores en nuestro pueblo? No he venido aquí desde hace dos meses –, preguntó. La gente le contó: – Únicamente la llegada del joven que compitió con el diablo, sólo esa alegría hemos tenido en estos meses –. le refirieron. – Iré pues, yo también a inquirir por ese joven –, dijo. A todos preguntaba del mismo modo y todos le respondían igual. Luego fue hasta la misma puerta del mancebo y, ya cerca de ella, preguntó: – ¿Qué de importante es lo que va a pasar en estos días? –. interrogó y como respuesta: – El mancebo que compitió con ·el diablo se va a casar pasado mañana –, le dijeron. Entonces entró en la casa: – Dicen que el muchacho ha vuelto pues, quisiera enterarme yo también –. dijo. – No está, pues salió – le contestaron. – ¿Y qué es lo que harán en estos días? –, preguntó. – Lo casaremos con la hija de un hombre importante –, le respondieron sus padres. – Si es así, yo también desearía obsequiarle con lo que mi pobreza me lo permita –, expresó la viejita. – Está bien madrecita, te lo agradecernos, mamacita –, respondieron ellos. Y diciendo: – Me voy, – la viejita se fue. Averiguó todo sobre el matrimonio del joven; supo hasta el día de la rendición de cuentas (3), todo averiguó. Así que regresó a su casa, donde la aguardaba la joven, a quien encontró llorando a mares: – Jovencita, no llores, que he averiguado todo. Ese tu joven se casará en tres días más con otra mujer. He indagado todo, me lo ha contado su madre –. dijo. – ¿Qué es lo que haré, madrecita? Aconséjame –, le pidió. – ¡Siquiera porque eres mujer como yo, aconséjame pues! –, le rogó. – Cuéntame qué es lo que le pasó a ese hombre en tu pueblo, qué hiciste por él, en qué cosas le ayudaste. Cuéntame sobre todo eso, no calles a tu corazón –, le instó. – Mi gallinita sabe cantar, entonces le enseñaremos, la llevaremos el día de la boda y cantará todo lo que le enseñemos; así se acordará de ti ese tu joven, – le demandó a la jovencita. Ella le contó todo lo que había pasado y llamaron a la gallinita y al gallito y les enseñaron: "Así, de este modo cantarás". – Cuando tu gallito luego de emborracharse se tire en un rincón, tú empezarás a cantar tal como te estoy enseñando –, y durante los tres días aleccionaron muy bien a la gallinita.
  • 26. Apenas faltaba un día para que los llevasen a la boda; era la noche anterior: – Jovencita, debes quedarte al cuidado de la casa. El día de mañana ese hombre se casará con otra, con una mujer joven. Esta noche se hará la rendición de cuentas. Entonces, debo ir ahora y hacerle recordar –, y cargando su gallito y su gallinita se fue al pueblo. La muchacha se quedó cuidando la casa de la viejita y llorando a mares. Apenas amanecía, la viejita entró en la casa del que se casaba. – Jovencito, palomito, habías regresado pues. No dispuse de tiempo en los días de tu aparición, por eso no pude venir a visitarte. Me anoticiaron que te casarías con una hermosa mujer. Me alegro mucho por eso. Vengo con estas mis gallinitas que saben alegrar a la gente. Siquiera con ellos alegraré tu vuelta, muchacho –, diciéndole esto, se introdujo. – ¡Bien! mamacita. Está bien madrecita, gracias–, le respondió, pero en su corazón pensaba: "No sé cómo podrá alegrarme con su gallinita". Ordenó que a la viejita le dieran sólo las sobras de lo que bebían. Pero ella se lo daba de beber a la gallinita y al gallito. En tanto los demás, tomando y comiendo de lo mejor, junto al padrino y la madrina, aconsejaban al mancebo y a la muchacha. Ya habían llegado los tañedores de quena y pinkullo para que bailasen. Estaban los encargados de divertir la fiesta y también habían llegado los cantantes con sus tinyas; comenzaba la alegría y ya sonaban la quena, el pinkullo y la flauta. En ese momento, se levantaron el gallito y la gallinita y se pusieron a bailar. – Como puedes ver, joven, mis gallinitas danzan bonito –, dijo la viejita. Los individuos quedaron pasmados viendo bailar a las gallinitas y comentaban: "Era verdad que bailaban". Se reían y le daban a la viejita de beber de los licores finos que ellos libaban. Pero ella prefería darle de beber al gallito que empezó a dar vueltas y vueltas por estar ya borracho; hasta que cansado por tantas vueltas, rendido se tiró en un rincón. Sólo la gallinita seguía bailando, dando vueltas. – ¡Oye, levántate! ¡Oye, despierta! –, le picoteaba a su gallito. Mas el gallito no le respondía porque se había quedado dormido profundamente. Fue cuando: – ¿Acaso para siempre me has olvidado? ¿Quizás hasta la eternidad me has abandonado? Oye tú, ¿ya no te acuerdas de mí? ·, así comenzó a cantar la gallinita. Entonces ellos le dijeron: – En verdad, tu gallinita sabía cantar–, y se callaron para escuchar con toda su atención. – Sí, mi gallinita sabe cantar historias muy risibles que ella sola ha aprendido –, respondió. Ahora oirán lo que sabe cantar –, les dijo y se aprestaron a escucharle: – Oye, oye tú ¿acaso no recuerdas? ¿Que a mi madre y a mi padre Por ti los olvidé, ¿Por ti los abandoné? Hasta que logré salvarte Duró tu cariño. y ahora para siempre Me has olvidado. ¿Acaso ya no recuerdas, Que mi padre y que mi madre
  • 27. A ti de todas maneras ¿Quisieron vencerte? Cuando te ordenaron Mieses imposibles de ser segadas, Diciendo: "Tríllalo, ventéalo, En un solo día termínalo". Y yo de mil maneras te ayudé Haciendo día de la noche, Oye tú, desamorado. Podrás conciliar el sueño, Pero para siempre Te llevaré, te cargaré A mi pueblo, a mi hogar... cantaba la gallinita. El joven, al escuchar esa canción, comenzó a recordar. "Creo que está cantando sobre mí". piensa. "¿Dónde la vi? Me parece que conocí antes a esta gallinita y al gallito también", recordaba. Y él mismo le alcanzaba del mejor y más agradable licor a la viejita. Ella bebía una mitad y la otra se la hacía tomar a su gallinita. – Tú sabes más canciones. Canta más de ellas, recuerda pues las canciones más bonitas –. le instaba a recordar la viejita. Y la gallinita comenzó a cantar nuevamente: – ¿Acaso no recuerdas?, Oye desamorado, Que sacos que diez hombres No podrían levantar Te dio mí padre y te ordenó: "Ese grano que sembré, Cárgalo en las bestias", Y cuando de ningún modo pudiste Cumplir con esa tarea, Yo te ayudé, Yo te apoyé. Oye tú, que ya no sabes amar, ¿Acaso ya no recuerdas Cuando al borde del océano, ¿Mi ropa ocultaste? ¿Acaso ya no recuerdas Que con mi anillito ¿Caminaste noche y día? ¿No fue así? ¿No fue así? De siete fuentes, ¿Acaso ya no recuerdas?, Que el agua diluía En medio del patio de mi casa, Con flores muy hermosas, Floreciendo, Reverdeciendo, "Prestamente –Te mandó mi padre– Harás un jardín", te dijo. Todo eso. también eso,
  • 28. Sólo con mi anillito Lograste hacerlo. ¿Acaso ya no recuerdas? En cambio, ahora ni siquiera Tus ojos Me miran, Ni en tu corazón Para mí hay lugar –. así le cantaba la gallinita a su gallito. A la viejita le daban de beber más. Ella contemplaba al joven como si no supiese nada, pero se daba cuenta que el mancebo ya estaba recordando. Mientras, el joven reflexionaba en su corazón: "Es pues la gallinita de la vieja que vive en la parte alta de este pueblo y a donde llegamos; me dijo: "Mi gallinita sabe cantar muy lindo", pero yo pensé: "Cómo podría saber cantar". Seguramente mi mujer le ha contado y enseñado, pues. Y allá dejé a la que iba a ser mi amada", pensaba para sí. ¡Qué es lo que he olvidado! "No permitirás que ninguna mujer te abrace", me recomendó. Pero nuestra vieja cocinera me estrechó e hizo que la olvidara completamente. ¡Cómo estará mi mujer! ¡Qué es to que hice! ¡Cómo me voy a casar ahora con otra! –, cavilaba, sentado, recordando con pena, como si fuese un sonámbulo. Y la gallinita comenzó a cantar nuevamente: – Oye, el que ya no me quiere, Corazón de piedra, corazón frío, ¿Acaso ya no recuerdas que, degollándome, Al gran océano Me arrojaste Para que rescate ¿El anillo de mi madre? Todo eso también Hice yo por ti; En todo te apoyé Para liberarte. Lo que ahora has hecho. Si lo hubiese sabido antes, Ni en esto, ni en aquello Te hubiese auxiliado. Así, antes que nada Mi padre te hubiese vencido, Te hubiese rendido Te hubiese batido. A cuenta de qué, yo, Hasta lo que mi padre trabajó, Hice que se convirtiese en arena. En el medio del patio de mi casa, El jardín que construiste En basural Lo convertí. La casa de mis padres Es ahora una vergüenza; Un asqueroso basural Es ahora; así aparece Por culpa tuya. ¿Para eso me trajiste de mi pueblo... de mi hogar...?
  • 29. Por quererte yo a ti, Porque tu corazón estaba en mí, Con mi padre, con mi madre, Para siempre me hice maldecir. ¡Oye tú, el que no sabe querer!... ¡Oye tú, el que no sabe amar!... –, así terminó de cantar la gallinita. Para ese momento, el día ya estaba amaneciendo. Entonces la viejita, apenas su gallinita terminó de cantar, miró hacia afuera y rápidamente recogió al gallito y a la gallinita: – Me voy. Siquiera de este modo te he alegrado. Seguro te hice recordar cómo te fue en tu viaje –, diciendo esto, la viejita se fue. Después que la anciana hubo salido, el mancebo se quedó como pasmado. Luego entró en su dormitorio y de pronto, encima de su cama, apareció un escrito. Lo abrió y leyó que decía: "Por haberme olvidado, voy a llevarte en una litera de fuego; le pediré perdón a mi madre". El escrito provenía de la tutupaqueña, de la hija del diablo y el muchacho al leerlo se estremeció de pena. Entró donde sus padres: – Padre mío, madre mía, otra fue la mujer la que me sacó de Tutupaka. La había olvidado; ella me advirtió: "No vas a permitir que una mujer te abrace; solamente a tu madre, por ser tu madre, le permitirás que te estreche. Si permites que otra mujer lo haga, me olvidarás", me advirtió de ese modo. Entonces, sin permitir que ninguna mujer me abrazase, venía entrando a nuestra casa. Cuando estaba conversando con ustedes, nuestra vieja cocinera vino corriendo y me abrazó, besándome. Eso fue suficiente para que me olvidara de la que iba a ser mi mujer. Ahora tendré que ir a pedirle perdón a esa mi mujer –, diciendo esto se fue donde la joven. En tanto, la viejita había llegado a su casa. – Jovencita, ojos de lucero, ya no tengas más pena; en este mismo momento llegará tu marido. Esta gallinita ha cantado muy bien –. mientras, soltaba a su gallinita y cuando así le relataba, apareció el mancebo. Entró llorando a mares y arrodillándose en mitad de la habitación: – Palomita, corazoncito, ¡perdóname! No fue mi culpa el olvidarte. No permití que nadie me abrazase; fue mi cocinera que imprevistamente me estrechó. Por eso te olvidé–. le pidió que lo perdonase. Pero la muchacha, llorando a lágrima viva, no quiso eximirlo y le reprochó: – A ti, a un mal hombre, en mi pueblo. en mi casa lo atendí espléndidamente. Te ayudé en tantos afanes, para que ahora me hagas llorar, me arrojes de tu lado. Pero ahora contigo todo se rompe –, le respondió la señora tutupakeña. Al recibir esa respuesta: – Dígnate perdonarme, señora mía –. rogó el mancebo. Pero la muchacha le contestó: – Ya no tengo corazón para ti –, rehusó la joven. Al ver que ya no lo quería, el muchacho regresó a su casa. Para entonces, sus padres ya habían expulsado a la vieja cocinera. Los encargados de las cuentas estaban esperando dispuestos la vuelta del joven. Prestamente lo vistieron con elegancia, con flamantes trajes, igual que a la joven. Los llevaron pomposamente a la boda; luego de la misa de nupcias salieron entre hombres y mujeres de la comunidad del joven que les derramaban flores, y los condujeron de regreso en imponente cortejo. De pronto, apareció una litera de fuego remeciendo la tierra y levantándolo como a una pluma, se llevó al joven. Tiñendo de rojo los cerros, la litera de fuego desapareció entre las montañas. El fuego se desparramaba y en lenguaradas se esparcía por todas partes y el humo que despedía oscurecía hasta el sol. La gente se llenó de espanto y sobrecogidos por el miedo no atinaban a articular palabra. Sus padres se quedaron llorando, igual que los demás. Desde entonces, en el pueblo del mancebo todos le tomaron miedo a Tutupaka. Hasta ahora es recordada la llegada de la litera de fuego.