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PUBRECITU, EL CUCUDRILU

Elsa Bornemann




                          Había una vez una selva que casi
                          se viene abajo porque...




                          ... Garófalo –un mono pesado
                          como media pirámide de Egipto–
                          se lanzó de liana en liana,
                          desoyendo los pedidos de sus
                          amigos, que le rogaban no
                          desplazarse colgado...

                          Por suerte, la selva tambaleó unos
                          instantes pero no se derrumbó,
                          porque Garófalo había
                          comprendido que incluso a él
                          mismo, le convenía caminar
                          prudentemente si quería seguir
                          vivito y moneando y se desprendió
                          de la cuarta liana justo a tiempo...

                          Con qué alivio respiraron todos los
                          demás animales cuando sintieron
                          que la selva volvía a mantenerse
                          en su lugar, después de tantos
                          temblores de tierra y sacudida de
                          árboles, entonces, decidieron
                          celebrarlo.

                          Espiridón –un oso hormiguero–
                          fue el encargado de organizar la
                          fiesta.

                          Envió invitaciones hasta a las
                          hormigas, pues bien sabían que no
                          correrían peligro alguno con ese
                          oso, alérgico a ellas al punto que
                          se le producía sarpullido de sólo
mirarlas...

Las invitaciones decían:

“Te espero el próximo viernes, a la
hora de la siesta, junto a mi
madriguera. vamos a repartir las
tareas previas a la realización del
acto con motivo de celebrar que
aún estamos vivos. Firmado:
Espiridón.”

Y así fue como el viernes, a la hora
de la siesta, casi todos los
animales se congregaron en las
proximidades de la madriguera del
oso... Faltaron sólo los amargados
de siempre... esos que prefieren
reunirse en los velorios y no
entienden que estar vivo es un
hermoso motivo para festejar...

Una vez que los asistentes a su
convocatoria se acomodaron
alrededor, Espiridón les anunció:

–Amigos, mañana daremos una
gran fiesta. Les comunico que...

Sin esperar a que el oso
concluyera la frase, el sapito
González –que era uno de los
animales más sinceramente
entusiasmados con el festejo, ya
que no es lo mismo que a uno se le
caiga encima un árbol siendo sapo
en vez de elefante– exclamó:

–¡FAAANTAAÁSTIIICOOOOOO!

Además de alérgico a las
hormigas, Espiridón lo era también
a las pulgas; por eso tenía pocas,
tan pocas pulgas que no soportaba
que nadie lo interrumpiera
mientras hablaba. Y menos un
animal que tuviese boca amplia,
extendida, generosa como la del
sapito.

–¡No tolero a los bocones! –
pensaba–. ¡Aj! Se me estará por
producir una nueva alergia.

Para su fastidio, cuantas veces
trataba de reanudar su discurso
González lo interrumpía, sin mala
intención... pero lo interrumpía... el
sapito lanzaba sus exclamaciones
de boca abierta de par en par... de
vocales abiertas también de par en
par:

–
¡MAAARAAAVIIILLLOOOOOSOOO
OO!

–¡ESPLEEEEÉNDIIIDOOOOO!

–¡MAAAGNIIIIÍFICOOOOOOO!

–¡EEESTOOOOOY DEEE
AAAACUUUUUERDOOOO!

Apenas pronunció:

–¡EEESTOOOOOY DEEE
AAAACUUUUUERDOOOO! –se
arrepintió, porque el oso –al borde
de un ataque de “antiboquismo”–
acababa de informar:

–¡NO PODRÁN CONCURRIR A LA
FIESTA LOS ANIMALES DE BOCA
GRANDE!Y era evidente que lo
decía dirigiéndose exclusivamente
a él...

Entonces, como González era
sapo, sí, pero no zonzo, saltó
junto al oso, fingió gran
preocupación por lo que terminaba
de escuchar, enfrentó a Espiridón
con valentía y, frunciendo su boca
al máximo, gritó:

–¡PUBRECITO EL CUCUDRILU!




LA ESTRELLA VERDE

Izar Berdea - Traducción: Mariasun
Landa




       Un forastero desaliñado llegó a aquel lejano
       pueblo. Como venía cansado, se sentó al
       lado de la fuente, en medio de la plaza.

Después de refrescarse el rostro y
las manos, se dispuso a reponer
fuerzas sacando de su mochila un
pedazo de pan y algo de queso.
Mientras comía pausadamente, no
dejaba de mirar a un lado y a otro
como si estuviera asombrado.
Había conocido muchos pueblos
semejantes a aquél, por eso no se
explicaba la rara sensación que lo
embargaba:
"«¡Hummmm, aquí pasa algo!
¡Algo raro tiene este pueblo!»,
murmuró para sus adentros.

En aquel momento, de una casa
cercana a la plaza salió un niño.
Con paso cansino se dirigió a la
casa de al lado y llamó a la puerta.
Al poco rato se le acercó otro niño
y ambos se sentaron en el umbral
después de un breve saludo.

Pasaba el tiempo. Los niños no
hablaban entre ellos y en sus caras
se reflejaban el desgano y el
aburrimiento. Uno de ellos tomaba
piedrecitas del suelo que luego
arrojaba enfrente sin prestar
atención, el otro parecía
ensimismado en la contemplación
de sus uñas...

El forastero los miraba
sorprendido, ya que estaba
acostumbrado, al llegar a un nuevo
pueblo, a verse rodeado de niños
que le preguntaban de dónde venía
y hacia dónde iba. Aquellos dos,
en cambio, parecían ignorarlo,
aunque de vez en cuando lo
mirasen de reojo.

El asombro del forastero fue
aumentando cuando vio que otros
niños iban reuniéndose alrededor
de los dos primeros. Se sentaban
en el suelo y permanecían allí sin
decirse nada... ¡Qué niños tan
raros!

Precisamente aquella hora, la de la
siesta, era la mejor para jugar
libremente, lo había sido siempre,
¿por qué no jugaban aquellos
niños?, ¿por qué teñían el
aburrimiento marcado en sus
miradas?

Pensando en ello, tomó su
cantimplora y después de beber
decidió resolver aquel misterio...
–¡Hola, chicos! ¿Qué tal? ¿No
saben a qué jugar?
Los niños se miraron entre ellos.
–¡Se nota que no es de aquí! –le
respondió uno melancólicamente.
–Así es, y estoy asombrado de ver
unos niños como ustedes, con
esas caras, sin saber qué hacer, yo
que en tantos puebl...
–¡Éste no es un pueblo como los
demás! –lo interrumpió una
chiquilla malhumorada.
–¿Estás enojada conmigo? –el
forastero se rascaba la cabeza
confuso.
–Bueno, usted es forastero y no
sabe nada de nuestra desgracia... –
añadió un tercero con aire
desganado.
–¿Una desgracia? ¡Ya lo creo que
lo sé! Tener que ir todos los días a
la escuela. Es eso, ¿verdad?

Por lo visto el forastero quería
hacerse el gracioso, pero no tuvo
mucho éxito ya que los niños
siguieron callados con un gesto de
enojo en sus rostros. Quizá por
eso el forastero cambió de tono:
–Por favor, ¿quieren decirme qué
les pasa? ¿Qué pasa en este
pueblo?...
Esta vez los niños parecieron
comprender su interés. Dudaron
un momento, pero luego le
hicieron un lugar a su lado.
–Mire, lo que ocurre es lo siguiente
–empezó a decir el que parecía
mayor de todos–: los niños de este
pueblo estamos muertos de
aburrimiento. No tenemos ganas
de jugar... Una noche una estrella
verde apareció en el cielo y desde
entonces no hemos vuelto a tener
ganas de jugar... No sabemos qué
hacer, no se nos ocurre nada,
hemos probado casi todo y todo
ha sido inútil. ¡Nos aburrimos
como hongos! Nuestros padres
también están muy preocupados,
nos han llevado a muchos
médicos...
–¿Y qué? –el forastero estaba cada
vez más interesado.
–¡Y nada! Seguimos más aburridos
que antes.
–Antes nos bañábamos en el río...
–Y atrapábamos renacuajos...
–Jugábamos al escondite,
andábamos en bicicleta,
patinábamos...

El forastero no los dejó seguir con
sus añoranzas, los niños se
quedaron boquiabiertos al oírle
decir:
–¡Pero si está bien claro! ¡La
estrella verde! ¡Cómo no me he
dado cuenta antes! Ya me parecía
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  • 1. PUBRECITU, EL CUCUDRILU Elsa Bornemann Había una vez una selva que casi se viene abajo porque... ... Garófalo –un mono pesado como media pirámide de Egipto– se lanzó de liana en liana, desoyendo los pedidos de sus amigos, que le rogaban no desplazarse colgado... Por suerte, la selva tambaleó unos instantes pero no se derrumbó, porque Garófalo había comprendido que incluso a él mismo, le convenía caminar prudentemente si quería seguir vivito y moneando y se desprendió de la cuarta liana justo a tiempo... Con qué alivio respiraron todos los demás animales cuando sintieron que la selva volvía a mantenerse en su lugar, después de tantos temblores de tierra y sacudida de árboles, entonces, decidieron celebrarlo. Espiridón –un oso hormiguero– fue el encargado de organizar la fiesta. Envió invitaciones hasta a las hormigas, pues bien sabían que no correrían peligro alguno con ese oso, alérgico a ellas al punto que se le producía sarpullido de sólo
  • 2. mirarlas... Las invitaciones decían: “Te espero el próximo viernes, a la hora de la siesta, junto a mi madriguera. vamos a repartir las tareas previas a la realización del acto con motivo de celebrar que aún estamos vivos. Firmado: Espiridón.” Y así fue como el viernes, a la hora de la siesta, casi todos los animales se congregaron en las proximidades de la madriguera del oso... Faltaron sólo los amargados de siempre... esos que prefieren reunirse en los velorios y no entienden que estar vivo es un hermoso motivo para festejar... Una vez que los asistentes a su convocatoria se acomodaron alrededor, Espiridón les anunció: –Amigos, mañana daremos una gran fiesta. Les comunico que... Sin esperar a que el oso concluyera la frase, el sapito González –que era uno de los animales más sinceramente entusiasmados con el festejo, ya que no es lo mismo que a uno se le caiga encima un árbol siendo sapo en vez de elefante– exclamó: –¡FAAANTAAÁSTIIICOOOOOO! Además de alérgico a las hormigas, Espiridón lo era también a las pulgas; por eso tenía pocas, tan pocas pulgas que no soportaba que nadie lo interrumpiera mientras hablaba. Y menos un
  • 3. animal que tuviese boca amplia, extendida, generosa como la del sapito. –¡No tolero a los bocones! – pensaba–. ¡Aj! Se me estará por producir una nueva alergia. Para su fastidio, cuantas veces trataba de reanudar su discurso González lo interrumpía, sin mala intención... pero lo interrumpía... el sapito lanzaba sus exclamaciones de boca abierta de par en par... de vocales abiertas también de par en par: – ¡MAAARAAAVIIILLLOOOOOSOOO OO! –¡ESPLEEEEÉNDIIIDOOOOO! –¡MAAAGNIIIIÍFICOOOOOOO! –¡EEESTOOOOOY DEEE AAAACUUUUUERDOOOO! Apenas pronunció: –¡EEESTOOOOOY DEEE AAAACUUUUUERDOOOO! –se arrepintió, porque el oso –al borde de un ataque de “antiboquismo”– acababa de informar: –¡NO PODRÁN CONCURRIR A LA FIESTA LOS ANIMALES DE BOCA GRANDE!Y era evidente que lo decía dirigiéndose exclusivamente a él... Entonces, como González era sapo, sí, pero no zonzo, saltó junto al oso, fingió gran
  • 4. preocupación por lo que terminaba de escuchar, enfrentó a Espiridón con valentía y, frunciendo su boca al máximo, gritó: –¡PUBRECITO EL CUCUDRILU! LA ESTRELLA VERDE Izar Berdea - Traducción: Mariasun Landa Un forastero desaliñado llegó a aquel lejano pueblo. Como venía cansado, se sentó al lado de la fuente, en medio de la plaza. Después de refrescarse el rostro y las manos, se dispuso a reponer fuerzas sacando de su mochila un pedazo de pan y algo de queso. Mientras comía pausadamente, no dejaba de mirar a un lado y a otro como si estuviera asombrado. Había conocido muchos pueblos semejantes a aquél, por eso no se explicaba la rara sensación que lo embargaba: "«¡Hummmm, aquí pasa algo! ¡Algo raro tiene este pueblo!», murmuró para sus adentros. En aquel momento, de una casa cercana a la plaza salió un niño. Con paso cansino se dirigió a la
  • 5. casa de al lado y llamó a la puerta. Al poco rato se le acercó otro niño y ambos se sentaron en el umbral después de un breve saludo. Pasaba el tiempo. Los niños no hablaban entre ellos y en sus caras se reflejaban el desgano y el aburrimiento. Uno de ellos tomaba piedrecitas del suelo que luego arrojaba enfrente sin prestar atención, el otro parecía ensimismado en la contemplación de sus uñas... El forastero los miraba sorprendido, ya que estaba acostumbrado, al llegar a un nuevo pueblo, a verse rodeado de niños que le preguntaban de dónde venía y hacia dónde iba. Aquellos dos, en cambio, parecían ignorarlo, aunque de vez en cuando lo mirasen de reojo. El asombro del forastero fue aumentando cuando vio que otros niños iban reuniéndose alrededor de los dos primeros. Se sentaban en el suelo y permanecían allí sin decirse nada... ¡Qué niños tan raros! Precisamente aquella hora, la de la siesta, era la mejor para jugar libremente, lo había sido siempre, ¿por qué no jugaban aquellos niños?, ¿por qué teñían el aburrimiento marcado en sus miradas? Pensando en ello, tomó su cantimplora y después de beber decidió resolver aquel misterio... –¡Hola, chicos! ¿Qué tal? ¿No saben a qué jugar? Los niños se miraron entre ellos.
  • 6. –¡Se nota que no es de aquí! –le respondió uno melancólicamente. –Así es, y estoy asombrado de ver unos niños como ustedes, con esas caras, sin saber qué hacer, yo que en tantos puebl... –¡Éste no es un pueblo como los demás! –lo interrumpió una chiquilla malhumorada. –¿Estás enojada conmigo? –el forastero se rascaba la cabeza confuso. –Bueno, usted es forastero y no sabe nada de nuestra desgracia... – añadió un tercero con aire desganado. –¿Una desgracia? ¡Ya lo creo que lo sé! Tener que ir todos los días a la escuela. Es eso, ¿verdad? Por lo visto el forastero quería hacerse el gracioso, pero no tuvo mucho éxito ya que los niños siguieron callados con un gesto de enojo en sus rostros. Quizá por eso el forastero cambió de tono: –Por favor, ¿quieren decirme qué les pasa? ¿Qué pasa en este pueblo?... Esta vez los niños parecieron comprender su interés. Dudaron un momento, pero luego le hicieron un lugar a su lado. –Mire, lo que ocurre es lo siguiente –empezó a decir el que parecía mayor de todos–: los niños de este pueblo estamos muertos de aburrimiento. No tenemos ganas de jugar... Una noche una estrella verde apareció en el cielo y desde entonces no hemos vuelto a tener ganas de jugar... No sabemos qué hacer, no se nos ocurre nada, hemos probado casi todo y todo ha sido inútil. ¡Nos aburrimos como hongos! Nuestros padres también están muy preocupados,
  • 7. nos han llevado a muchos médicos... –¿Y qué? –el forastero estaba cada vez más interesado. –¡Y nada! Seguimos más aburridos que antes. –Antes nos bañábamos en el río... –Y atrapábamos renacuajos... –Jugábamos al escondite, andábamos en bicicleta, patinábamos... El forastero no los dejó seguir con sus añoranzas, los niños se quedaron boquiabiertos al oírle decir: –¡Pero si está bien claro! ¡La estrella verde! ¡Cómo no me he dado cuenta antes! Ya me parecía a mí que en este pueblo había gato encerrado –se daba golpes en la frente como si estuviera enojado con ella–. No se preocupen. Yo sé cómo arreglar esto. Les diré lo que tienen que hacer...