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LA ÉPOCA
VICTORIANA
VICTORIA I
Personalidad y destino
TIEMPOS MODERNOS
Industrialización
y avances científicos
EXPANSIÓN COLONIAL
BRITÁNICA
Un imperio por explorar
MORAL Y SEXO
Doble juego social
ARTES Y LITERATURA
El fascinante mundo de
Dickens, Wilde,
los prerrafaelitas…
Una sociedad encorsetada
LA REINA VICTORIA.
Retrato de 1880, cuando
llevaba 43 años siendo reina de
Inglaterra, solo tres emperatriz
de la India y 19 viuda. Vestida
de riguroso negro, lleva la
estrella y la cinta de la Orden
de la Jarretera.
GETTY
4 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
vez más distintas: una que iniciaba su lento
ocaso y otra que recién empezaba a despuntar.
DESARROLLO ECONÓMICO
Durante los años de su largo reinado, entre 1837 y
1901, Victoria I restauró e incluso elevó hasta co-
tas nunca alcanzadas el prestigio de la monarquía,
lo que contribuyó a que el Reino Unido fuera
la indiscutible primera potencia mundial. Esos
años, además, estuvieron marcados por la estabi-
lidad política, el auge de la revolución industrial,
el desarrollo económico, una acelerada urbaniza-
ción y la expansión de los territorios coloniales
británicos. De hecho, en esos poco más de sesenta
años, la Inglaterra victoriana pasó de ser un país
eminentemente agrario y rural a convertirse en
una nación profundamente industrializada y ur-
bana. El estatus de Gran Bretaña como potencia
política mundial se vio reforzado por una econo-
mía fuerte, que creció rápidamente entre 1820 y
1873. Este medio siglo de crecimiento fue seguido
por una depresión económica y, desde 1896 hasta
1914, por una modesta recuperación.
Con las primeras fases de industrialización ter-
minadas hacia 1840, la economía británica se
expandió. Gran Bretaña fue testigo de una gran
sacudida de cambio tanto en la economía como
en la sociedad. Esto se vio en la organización y
las finanzas de la industria y el comercio, las ha-
bilidades y prácticas laborales de la producción
y la tecnología, el crecimiento masivo de la po-
blación y la urbanización y el desarrollo y disci-
plinamiento del trabajo. Además, se mejoraron
enormemente los transportes por canales, ríos,
carreteras y mar. A partir de la década de 1840,
los ferrocarriles revolucionaron la velocidad de
las comunicaciones y el transporte de pasajeros
y, más gradualmente, el transporte de mercan-
cías. El éxito de la economía se apoyó en bases
mucho más amplias en la década de 1840 con la
expansión de las redes ferroviarias, primero en
el país y luego en el extranjero.
El papel del gobierno tanto a nivel nacional como
local se transformó considerablemente. El dina-
mismo de la economía pasó firmemente de la
agricultura a la industria y al comercio. Algunas
regiones, en particular las zonas de yacimientos
de carbón, se industrializaron rápidamente; otras
vieron un cambio revolucionario centrado en el
desarrollo del comercio y la construcción de bar-
cos en las ciudades portuarias.
A mediados del XIX, la industrialización había
alterado la vida de las mujeres y los niños tanto
como la de los hombres. Las ideas de género y
FUERON AÑOS DE
GRAN ESTABILIDAD
POLÍTICA Y
DESARROLLO SOCIAL
Y ECONÓMICO
UNA MUJER
DE OTRO
MUNDO.
La ingeniera civil
Emily Warren
Roebling (1843
-1903) retratada
en 1896.
Brooklyn
Museum,
Nueva York.
>
>
>
ASC
6 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
etnia, así como de clase, habían cambiado. La
industrialización había afectado al consumo y al
comercio tanto como a la industria, y tanto al ocio
como al trabajo. Implicó cambios en motivacio-
nes, aspiraciones, ideologías y estéticas.
En lo económico, el país trataba de importar di-
rectamente de sus colonias de ultramar las ma-
terias primas que necesitaba, mientras exportaba
sus excedentes textiles y metalúrgicos. La banca
inglesa, además, se benefició de esa segunda etapa
de la revolución industrial en que estaba sumido
el país y multiplicó sus activos, sobre todo gracias
a los préstamos a los grandes industriales. Así,
el Banco de Inglaterra se convirtió en el mayor
banco del mundo y la libra esterlina en la di-
visa internacional de referencia. Su rapidísima
expansión económica vino fundamentalmente
de la mano de industrias como las del textil, el
hierro, el acero y el carbón. No solo los productos
británicos, sino también los barcos británicos, el
capital británico y las instituciones financieras
británicas dominaban el comercio mundial.
LA POLÍTICA VICTORIANA
Una de las claves de la grandeza de la era victoria-
na radicó en su inalterable estabilidad política. La
reina Victoria tuvo muy claro que reinaba, pero
no gobernaba. La relación personal que mantuvo
con los diferentes primeros ministros que lide-
raron Gran Bretaña durante su reinado no fue
siempre cordial, aunque en todo momento supo
preservar la imagen pública de neutralidad que
debía guardar la monarquía, y con ello consolidó
definitivamente el prestigio del régimen consti-
tucional –y monárquico– del país.
Bajo su largo reinado se sucedieron casi una de-
cena de primeros ministros, algunos tan desta-
cados como Robert Peel, lord Palmerstone o lord
Salisbury, aunque sin duda los más brillantes y
recordados fueron el conservador Benjamin Dis-
raeli y el liberal William Gladstone. De hecho, la
rivalidad política entre ambos dominó la política
británica durante decenios, y para muchos re-
presentan el nacimiento de la política moderna.
Gladstone y Disraeli eran muy distintos: el
REVOLUCIÓN
INDUSTRIAL.
Grabado de
1830 que recrea
una fábrica de
gas a orillas del
Regent’s Canal,
importante vía
de desarrollo
industrial
inaugurada
en 1820.
¡VIAJEROS,
AL TREN!
Un tren
entrando en la
estación de
King’s Cross,
Londres (dibujo
a lápiz del
artista polaco
Krystian
Wozniak).
>>>
ALBUM
SHUTTERSTOCK
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 7
primero era de carácter fuerte, muy reli-
gioso, serio e idealista (solía ir al encuentro de
prostitutas, con las que conversaba para ‘redimir-
las’), mientras que el segundo, el único primer
ministro de origen judío que ha tenido el Reino
Unido hasta la fecha, era más bien extravagante,
cínico y no demasiado religioso. Ambos, a pesar
de su férrea rivalidad política, impulsaron suce-
sivas ampliaciones del sufragio e idearon campa-
ñas electorales de nuevo cuño, precedentes de las
modernas. La Campaña Midlothian de 1879, por
ejemplo, llevó a Gladstone a recorrer ciudades
y villas británicas durante dos semanas, acom-
pañando sus mítines de espectáculos de baile y
eventos deportivos. Disraeli, por su parte, trató
con cierto éxito de adaptar su discurso conserva-
dor a las necesidades de las clases trabajadoras,
tratando así de atraer el voto de los obreros y de
los sectores más desfavorecidos de la sociedad
hacia su partido.
LA ERA DE LAS LUCES
Impulsada por la estabilidad política, la era victo-
riana significó un momento histórico en el que se
produjeron importantísimos avances en el Reino
Unido, en casi todos los ámbitos.
En 1839 se inventó la fotografía y, de hecho,
fueron los victorianos los primeros en tener al-
gún que otro retrato fotográfico en sus salones.
También fue la época en la que se extendió el
alumbrado a gas en edificios públicos, calles y do-
micilios. Las bicicletas empezaron a utilizarse allá
por 1870, aunque no fue hasta la década de los
ochenta que ganaron popularidad, mientras que
los primeros automóviles hicieron su aparición a
mediados de la misma década. Durante los años
treinta y cuarenta se produjo la gran expansión
del ferrocarril británico con la construcción de
miles de kilómetros de vías férreas que vertebra-
ron el país, lo que permitió que tanto las familias
BENJAMIN
DISRAELI.
Junto a estas líneas,
el aristócrata
y político
conservador
británico retratado
en 1878 por el
fotógrafo Cornelius
Jabez Hughes.
Famoso por su
magnífica oratoria y
su amistad con la
reina, Disraeli (1804-
1881) fue dos veces
primer ministro del
Reino Unido.
WILLIAM EWART GLADSTONE. Fotografía del
político liberal británico (1809-1898), que ocupó
varios cargos en los gobiernos de la reina Victoria,
entre ellos el de primer ministro en cuatro ocasiones.
LA RIVALIDAD ENTRE EL CONSERVADOR
DISRAELI Y EL LIBERAL GLADSTONE
DOMINÓ LA POLÍTICA VICTORIANA
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ASC
ASC
8 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
adineradas como las más humildes pudieran via-
jar del campo a la ciudad y del interior a la costa
en tren, dado lo asequible de los billetes. 	
En el ámbito laboral se produjeron avances que
dignificaron las miserables condiciones en las que
trabajaban los obreros británicos, como el esta-
blecimiento de la jornada laboral de diez horas en
1847, el reconocimiento de los sindicatos obreros
en 1871 o el del derecho de huelga en 1875.
En 1845 se promulgó la ley que permitía a los
gobiernos locales crear bibliotecas gratuitas, lo
que posibilitó que en pocas décadas la inmensa
mayoría de grandes ciudades del Reino Unido
disfrutaran de bibliotecas a disposición de sus
ciudadanos. Además, en1870 se aprobó la im-
portantísima Ley de Educación Primaria Forster,
origen del actual sistema educativo británico y al
amparo de la cual se crearon escuelas primarias
no confesionales y gratuitas por todo Reino Uni-
do, a las que debían asistir obligatoriamente los
menores de trece años. Y, con el acceso universal
a la educación primaria y la alfabetización masiva
de las nuevas generaciones, se popularizaron la
prensa y la literatura de autores británicos de la
época como Oscar Wilde, Charles Dickens o las
hermanas Brontë. La literatura fue, por cierto,
uno de los pocos ámbitos de la cultura en el que
las mujeres gozaron de alguna presencia du-
OBREROS FABRILES.
Interior de la Early Blanket Factory, fábrica de mantas situada en
Oxfordshire. La fotografía, de 1898, muestra a un grupo de obreros –la
clase social más baja– embalando mantas.
LA GRAN EXPOSICIÓN DE 1851
C
oncebida para mostrar el progreso industrial
de todo el mundo y promovida por el príncipe
Alberto, fue la primera Exposición Universal,
todo un acontecimiento internacional que marcó el
pico del dominio económico británico. En ella se pu-
dieron ver los frutos de la creciente industrialización
y de la ilimitada imaginación humana –maquinaria,
productos manufacturados, esculturas, materias pri-
mas...–, y el lugar en el que se vieron, el Crystal Pa-
lace, fue a su vez un gran avance, un monumental y
visionario logro arquitectónico construido en Hyde
Park. No pudo haber mejor escaparate para una
Gran Bretaña que dominaba el comercio mundial
(lo haría durante algunas décadas del siglo) con sus
manufacturas. Pero el efecto de la Gran Exposición
tuvo sus límites y el crecimiento de la economía bri-
tánica se desaceleró desde la década de 1870.
En algunas industrias británicas, sobre todo en la
textil, se produjeron cambios masivos –tecnológi-
cos y organizativos– que provocaron un crecimien-
to espectacular de la productividad. La mayoría de
los artículos fabricados en serie se produjeron de
manera más eficiente y competitiva en Gran Breta-
ña que en cualquier otro lugar y, además, tenían el
poder comercial, financiero y político para superar
a sus rivales nacionales y extranjeros. Ningún otro
país pudo competir al principio, por lo que Gran
Bretaña se convirtió en el taller del mundo. Esto fue
así, aunque no se puede exagerar el alcance de la
transformación: wen muchos sectores y regiones
del país, este cambio fue lento o menor. Creció el
número de grandes empresas con miles de traba-
jadores que empleaban maquinaria motorizada,
pero fueron aún excepciones (incluso en la fabrica-
ción de algodón): la mayoría de los trabajadores de
las empresas típicas de mediados de siglo no eran
operarios de máquinas. Gran parte de la indus-
tria siguió siendo de pequeña escala e intensiva en
mano de obra, orientada hacia mercados de nicho
más que de masas. Es más, proliferaron talleres no
regulados y callejeros con mano de obra femenina
o infantil barata, así como pequeñas empresas fa-
miliares. Es cierto que creció la demanda de otras
naciones industrializadas y que se amplió la gama
de manufacturas británicas, sobre todo del hierro,
el acero y la ingeniería, pero otros países, como
Alemania y EE UU, estaban alcanzando a Gran Bre-
taña, ya que disponían de suministros de energía y
materias primas más abundantes y baratos. Ade-
más, los ferrocarriles pronto abrirían los grandes
graneros del mundo en Rusia y América del Norte,
inundando Europa con su grano barato.
>>>
GETTY
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 9
rante la era victoriana. En este sentido, se
avanzó en el derecho al sufragio, aunque a finales
del reinado de Victoria I las mujeres aún no te-
nían reconocido el suyo. Las reformas electorales
de 1832, 1867 y 1884 extendieron cada vez más
el derecho al voto y fueron una de las causas que
explican que en el Reino Unido no se produjeran
estallidos revolucionarios de aspiraciones libe-
rales como los que sacudieron buena parte de
Europa en 1830 y 1848.
LA EXPANSIÓN COLONIAL
La era victoriana fue también la época de máxi-
ma expansión territorial del Imperio británico.
De hecho, su política exterior estuvo marcada
por la doctrina del ‘espléndido aislamiento’, que
consistía en evitar alianzas permanentes con
las demás potencias. Esta doctrina, llevada a
su máxima expresión por primeros ministros
conservadores como Benjamin Disraeli o lord
Salisbury, defendía que un Imperio con unas
fronteras tan extensas y unos intereses comer-
ciales tan importantes y variados, hasta el punto
de que su supervivencia dependía de asegurar
las importaciones de materias primas para su
galopante industria, no podía comprometerse
con ningún otro país de igual a igual. Es decir,
la política exterior del Imperio británico debía
tener como único objetivo el tratar de consoli-
darse y mantenerse en esa posición, la de primer
imperio o potencia mundial.
Parece evidente que la doctrina funcionó, al
menos hasta la firma de la Entente Cordiale en
1904, ya que durante toda la época victoriana el
Imperio británico amplió sin cesar sus territo-
rios coloniales. En Asia los ingleses arrebataron
Hong Kong a China tras la Guerra del Opio, con-
solidaron su dominio en Birmania y Malaca y
conquistaron Afganistán, mientras que en África
se aseguraron en 1875 el control del Canal de
Suez –construido entre 1859 y 1869–. El primer
ministro Disraeli convenció a la reina Victoria de
la necesidad de comprar las acciones sacadas a la
venta por el pachá de Egipto, y con ello lograron
el control de las rutas comerciales hacia la India.
En 1882, Inglaterra ocupó militarmente Egipto, y
la Convención de Constantinopla de 1888 declaró
el canal zona neutral bajo protección británica.
REINO UNIDO NO
VIVIÓ ESTALLIDOS
REVOLUCIONARIOS
COMO EL RESTO
DE EUROPA
EL TRÁFICO
LONDINENSE
EN 1884.
Fotografía de
finales del siglo
XIX en la que
vemos una
mayoría de
coches de
caballos
circulando por la
calle Whitehall,
en Westminster
(Londres), junto
a alguno de
los primeros
automóviles
de la ciudad.
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10 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
Además, se hicieron con el control de amplísi-
mos territorios de Sudán, Zanzíbar, Rodesia del
Sur (actual Zambeze), Somalia, Uganda y Kenia,
mientras consolidaban su influencia en la zona
de la actual Nigeria.
EL PROBLEMA IRLANDÉS
En Irlanda se localizó el principal problema colo-
nial al que se enfrentó Gran Bretaña. Fue en 1800,
con la aprobación del Acta de Unión, cuando se
formalizó legalmente la unión de ambos reinos,
aunque lo cierto es que durante todo el siglo XIX
la mayoría de la población irlandesa estuvo im-
buida de un fuerte nacionalismo de profundas
raíces sociales, políticas y religiosas. El malestar
irlandés se vio exacerbado tras la ‘gran hambruna’,
la plaga que afectó a las cosechas de patatas y que
condenó a millones de irlandeses a la muerte o
la emigración. Desde entonces, el Imperio bri-
tánico tuvo que enfrentarse a la oposición, tanto
pacífica como armada, de prohombres políticos
y de rebeldes irlandeses partidarios de la inde-
pendencia. Fue el caso, por ejemplo, de Daniel
O’Connell, más conocido como ‘el libertador’, y
del movimiento feniano.
Irlanda se mantuvo bajo soberanía británica du-
rante todo el reinado de Victoria I a pesar de
las tensiones, pero estas se agudizaron durante
el de su hijo Eduardo VII, desencadenando una
guerra abierta que desembocó, finalmente, en la
independencia de Irlanda, ya bajo el reinado de
Jorge V. Apenas habían transcurrido veinte años
desde el fallecimiento de su abuela Victoria.
LOS INEVITABLES Y PROFUNDOS
CAMBIOS SOCIALES
A pesar de sus avances, la sociedad victoriana
estaba lastrada por profundos contrastes y des-
igualdades. La cúspide de la pirámide social se-
guía estando ocupada por la nobleza, propietaria
aún de enormes propiedades urbanas y rurales,
aunque ahora debían compartir el poder con la
alta burguesía capitalista, conformada en su ma-
yoría por grandes inversores y dueños de fábricas.
La clase media, en aumento constante, la consti-
tuían profesionales liberales, comerciantes
MOVIMIENTOS
SOCIALES.
A la izquierda,
una reunión en
St. James’s Hall
(Londres) para
promover el
sufragio
femenino
(grabado). A la
derecha, la reina
en una caricatura
contra su política
irlandesa titulada
Hungry Deaths in
Ireland (Muertes
por la hambruna
en Irlanda).
>>>
ALBUM
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 11
mayoristas y funcionarios de alto rango. Fue
esta clase social la que asumió como propios los
ideales victorianos ensalzados por la monarquía:
sobriedad, discreción en las costumbres, devoción
religiosa, exaltación del trabajo, conservadurismo.
La clase social más baja la conformaban los traba-
jadores, sobre todo obreros fabriles, cada vez más
numerosos a causa de la segunda ola de industria-
lización que se vivió durante el reinado de Victo-
ria. Estos asalariados se habían ido agrupando en
barrios de nueva construcción, ocupando edificios
húmedos e insalubres en los que convivían familias
de muchos miembros en condiciones infames.
Friedrich Engels, el gran teórico del comunismo
y del socialismo, era profundo conocedor de esta
realidad, pues su padre era propietario de una im-
portante fábrica textil en Manchester. En La situa-
ción de la clase obrera en Inglaterra afirmó que en
Manchester, la segunda ciudad del Reino Unido
y la primera ciudad industrial del mundo, vivían
decenas de miles de personas en condiciones de
LOS NUEVOS
CONSUMIDORES
S
in duda, la demanda de productos
alimentó la economía victoriana.
Aunque las manufacturas británi-
cas dominaban los mercados europeos
y transatlánticos, fue el consumo interno
el que proporcionó un cimiento seguro
para la prosperidad que vivió Gran Bre-
taña a mediados de siglo. Esta demanda
fue impulsada, por un lado, por la ex-
plosión demográfica –más ciudadanos,
más consumidores– y, por otro, por el
aumento de los ingresos, especialmente
para las clases medias y los trabajado-
res con habilidades particulares, como
la ingeniería. El aumento de las oportu-
nidades de ganar un salario para muje-
res y jóvenes impulsó el gasto familiar,
especialmente en los distritos textiles y
en las ciudades. Más personas compra-
ban una mayor variedad de ropa, zapa-
tos, artículos para el hogar; en su lista
de la compra figuraban loza, cubiertos,
espejos, libros, relojes, muebles, corti-
nas y ropa de cama, así como una gran
variedad de artículos pequeños como
hebillas, cintas, botones, cajas de rapé u
otros artículos de lujo. Se compraba más
cerveza, mantequilla, pan, leche, carne,
verduras, frutas, pescado y todos los
demás productos alimenticios, en lugar
de fabricarlos o cultivarlos en casa.
Esta “revolución del consumo” del pe-
ríodo victoriano fue sin duda impulsada
también por la emulación social. Cada
clase social aspiraba a los hábitos y pa-
trones de consumo de las superiores.
En un período de cambio y transforma-
ción social, no hay duda de que la ropa,
las pertenencias personales y el hogar
eran formas importantes de comuni-
car la posición de uno en la sociedad.
Las modas y los diseños en constante
cambio también estimularon la deman-
da, mientras que las nuevas formas de
marketing y venta minorista hicieron que
los productos estuvieran más fácilmen-
te disponibles para el consumidor. Es-
to se manifestó en el crecimiento de las
tiendas –tanto en las ciudades como en
los pueblos– y en el uso de escapara-
tes en ellas, así como en el desarrollo de
los grandes almacenes en las ciudades
(desde la década de 1880) y en la ex-
tensión de la publicidad en periódicos y
vallas. A las agresivas campañas publi-
citarias se unieron la imposición de pre-
cios fijos (se acabaron los regateos) y la
posibilidad de devolución de los bienes
defectuosos y del dinero.
AUNQUE CRECIÓ
LA CLASE MEDIA,
EL LASTRE DE LA
DESIGUALDAD
SOCIAL SE MANTUVO
>
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>
12 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
hacinamiento, suciedad e insalubridad extremas,
hasta el punto de describir algunos barrios de la
ciudad, como el de Angel Meadow, como auténti-
cos “infiernos en la tierra”. Lo mismo ocurría con
muchos distritos de la metrópoli, como el de Seven
Dials, una barriada obrera de Londres que, desde
mediados del siglo XIX hasta bien avanzado el XX,
fue sinónimo de pobreza y delincuencia.
De hecho, la precariedad económica de estas fa-
milias era tal que muchos niños, hijos de familias
obreras, acudían diariamente a trabajar en las fá-
bricas. El trabajo infantil estaba a la orden del día,
tanto que el gobierno tomó cartas en el asunto y en
1842 prohibió emplearlos en las minas y en 1878,
mediante la Ley de Fábricas, prohibió trabajar a los
menores de 10 años.
En cuanto a las mujeres, en una época en la que la
familia era el eje central de la sociedad, se vieron
relegadas al ámbito doméstico. Aquellas que de-
seaban o necesitaban trabajar solo podían hacerlo
como sirvientas, comerciantes en tiendas minoris-
tas, empleadas en las industrias del algodón y de la
lana –muy importantes en zonas como Manchester,
Lancashire o West Yorkshire– o, en el mejor de los
casos, como maestras o institutrices.
Como hemos visto, la era victoriana fue época de
profundos contrastes; de luces y de sombras. No
sorprende, por tanto, que la reina Victoria quisiera
conocer a aquella mujer americana que había con-
seguido ponerse al mando en la construcción del
puente más largo hasta la fecha, algo inalcanzable
para una mujer británica de la época. Emily era una
pionera, una mujer valiente, que era más libre y ha-
bía visto más mundo que la mismísima monarca
del Imperio británico. Sí, Victoria reinaba sobre la
naciónmáspoderosadelmomento,pero,comobien
sabía ella, reinar no es lo mismo que gobernar.
Emily Warren Roebling, ingeniera jefe del puente
de Brooklyn, en Nueva York; Victoria I de Inglate-
rra, reina del Imperio británico. No hay nada que
represente mejor las luces y las sombras de la época
victoriana que su encuentro en el Palacio de Buc-
kingham en aquel lejano año de 1896.
TRABAJO
INFANTIL.
En la ilustración,
un hurrier en un
pozo de carbón
de Lancashire,
en el siglo XIX.
Así eran
llamados los
niños –y también
mujeres– que se
metían en la
mina, tiraban de
los cajones de
carbón y los
sacaban afuera.
GRANDES ALMACENES. The New Exeter
Exchange, galería comercial de Strand (Londres) con
pequeñas tiendas en la planta baja, en un grabado
publicado en 1844 por Illustrated London News.
GETTY
GETTY
MH
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 13
CORDON
PRESS
Victoria I de Inglaterra
–aquí retratada en su
juventud– fue una gran
matriarca para sus hijos
y para sus súbditos
durante casi sesenta años.
GETTY
E
l funeral de la reina Victoria, celebrado en
Londres el 2 de febrero de 1901, fue un
gran evento público, pero por sí solo ha-
blaba a gritos de la vida privada de la gran
monarca. Todo el país se sentía en duelo,
no solo por la pérdida de su soberana,
sino por el final de toda una era. La reina moría a
la edad de 81 años. Hacía casi cuatro décadas que
Victoria apenas era visible al público, escondida
en su privacidad y vestida de negro desde que
quedara viuda de su amado esposo, el príncipe
Alberto. Sin embargo, dentro del sarcófago, su
cuerpo estaba revestido de blanco, con su velo
original de boda, y acompañado por infinidad
de recuerdos familiares: la bata de Alberto, las
fotografías de sus hijos, pañuelos con las iniciales
bordadas de sus seres queridos; la fotografía de
John Brown, su último y más íntimo confidente, y
en los dedos, sus cinco anillos más apreciados, re-
galo de su esposo, su madre y sus hijas. El túmulo
fue depositado en el mausoleo real de Frogmore,
adyacente al Castillo de Windsor, donde pudo
reposar finalmente a eternidad junto a su esposo.
Victoria era considerada “la abuela de Europa”.
Entre los asistentes a su funeral se encontraban
hijos y nietos que representaban a la mayor parte
de las casas reales, ligadas por una estrecha red
de parentesco victoriano. Había sido la monarca
de más largo reinado –63 años– en el momento
álgido del poder del Imperio británico. Aunque
durante su mandato se habían librado varias gue-
rras de expansión colonial, ella misma era vista
como un símbolo de paz y estabilidad, dentro
y fuera de las fronteras del Reino Unido: la Pax
Britannica. Había restaurado el prestigio de la
Corona y la fe en el Imperio.
Pero, más allá de la pompa y el poder, Victoria
había sido una mujer apasionada, con una intensa
vida privada. Es por eso por lo que sus hijos se
encargaron a su muerte de borrar todo suceso
personal que empañara la imagen pública de su
madre. Su hija menor, la princesa Beatriz –madre
de Victoria Eugenia de Battenberg, reina de Espa-
ña–, fue la última encargada de destruir diarios
y cartas comprometedores. Por fortuna para la
historia, la sorprendente intimidad de la reina
Victoria pudo sobrevivir a la censura familiar y
conocerse.
LA NIÑA HEREDERA
Victoria era la última de la dinastía Hannover,
iniciada en 1714 en Reino Unido cuando Jorge
I, elector de Hannover en Alemania, fue elegido
para suceder a su prima la reina Ana de Gran
Bretaña, muerta sin descendencia. Aunque ha-
bía otros con mayores derechos sucesorios, él
era el primer protestante en la línea. La Casa de
Hannover, sin embargo, iba a sufrir a lo largo del
siglo XVIII un auténtico descalabro sucesorio,
debido a la desordenada vida privada de sus su-
cesivos reyes (Jorge I, Jorge II y Jorge III). Jorge
El cortejo fúnebre de
la reina Victoria I
atravesando Londres
entre un inmenso
gentío, el 2 de
febrero de 1901.
16 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
ASC
ALBUM
PROCLAMADA Y CORONADA. Arriba, cuadro de
Henry Tanworth Wells de 1907 que recrea el
momento en que Victoria recibe la noticia de su
ascenso al trono, el 20 de junio de 1837. Abajo,
grabado que muestra su coronación un año más
tarde, el 28 de junio de 1838.
>>>
III –inhabilitado para reinar por enfermedad
mental–tenía doce hijos (cinco mujeres y siete
varones), pero todos estaban solteros, a excep-
ción de uno, cuyo matrimonio parecía estéril.
Así, cuando en 1817 falleció de sobreparto la
princesa Carlota Augusta de Gales, única hija del
Príncipe Regente (futuro Jorge IV), la línea de
sucesión al trono británico pareció extinguida.
De ahí que se desencadenara una competición
por casarse con celeridad entre los príncipes
solteros.
El príncipe Eduardo, cuarto hijo de Jorge III,
propuso de inmediato matrimonio a la princesa
Victoria de Sajonia-Coburgo, que ya era viuda
del príncipe de Leiningen, con quien había teni-
do dos hijos. El hermano de Victoria –Leopoldo
de Sajonia-Coburgo– era el viudo de la difunta
Carlota Augusta de Gales, así que todo volvía a
quedar en familia. La pareja se casó en Coburgo
el 29 de mayo de 1818. Él tenía 52 años, y ella 32.
Debido a las deudas económicas acumuladas por
él, instalaron su residencia en Frankfurt, en casa
de ella, pero el hecho de que Victoria se quedara
pronto embarazada precipitó su regreso a suelo
inglés, pensando en que, si su futuro vástago op-
taba al trono, sería más popular si naciera en su
reino. Así, el 24 de mayo de 1819, en el Palacio
de Kensington, nació la princesa Alexandrina
Victoria de Hannover, una niña robusta y sana.
La futura reina Victoria.
En el momento de su nacimiento, Victoria ocu-
paba el cuarto lugar en la línea de sucesión, pero
una serie de muertes sucesivas, entre ellas la de su
padre –Eduardo de Hannover– en 1820, cuando
la niña solo tenía 8 meses de edad, y la de su tío
el rey Jorge IV en 1830, la dejaron como única y
presunta heredera de su otro tío, Guillermo IV.
A la vista de un posible trono, Victoria recibió en
su infancia una controlada y aislada educación
por parte de su madre, convertida en duquesa de
Kent, en colaboración con el secretario y probable
amante de esta, sir John Conroy, que trató en todo
momento de hacerse un hombre indispensable.
Ambos idearon el llamado “sistema Kensington”,
un conjunto de normas de vida y protocolo ten-
dentes a aislar a Victoria de toda influencia ajena
–especialmente, de los comportamientos amora-
les de sus parientes– y a mantenerla permanente-
mente vigilada por adultos, en soledad infantil y
estrictamente enfocada en su educación. Victoria
dormía con su madre, jugaba a solas con sus mu-
ñecas, estudiaba con tutores en horas regladas
–francés, alemán, italiano, latín, poesía, historia,
ciencias naturales y geografía– y fue capaz de leer
150 libros de literatura y estudio, tal como está
registrado en sus diarios, entre los 7 y los 16 años.
Su educación era superior a la de muchos de los
ministros del gobierno. Confesó que a los once
años descubrió en un libro de historia de Inglaterra
que ella era la heredera al trono y comenzó a llo-
rar, triste y abrumada ante la responsabilidad, que
pronto fue asumiendo en los viajes que hizo con
su madre por los pueblos del centro de Inglaterra,
entre 1830 y 1835, en los que comenzó a hacerse
muy querida y popular entre el pueblo, expectante
ante el futuro incierto del trono.
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 17
SU QUERIDO, QUERIDO ALBERTO. La reina Victoria
estuvo enamoradísima –y según algunos, sexualmente
obsesionada– de su marido, el príncipe Alberto de
Sajonia-Coburgo (arriba, retratado por Franz Xaver
Winterhalter en 1842; abajo, la pareja en 1854).
UNA REINA DE 18 AÑOS
El rey Guillermo IV falleció el 20 de junio de 1837,
a los 71 años, tras un corto reinado de siete. No
dejaba ningún descendiente directo legítimo, por
lo que la corona de Gran Bretaña pasó a su sobrina
Victoria. Por fortuna, la heredera había cumplido
18 años el 24 de mayo, tan solo un mes antes, y no
iba a ser necesaria una regencia: la corona pasaba
directamente a su cabeza. Victoria apuntó en su
diario de ese día que su madre la había despertado
a las seis de la mañana y que aún en camisón, sola,
recibió en la gran sala al arzobispo de Canterbury
y a Lord Conyngham (Lord Chamberlain) que,
rodilla en suelo, le anunciaron la muerte de su tío
y el hecho de que ya era reina. Tres horas después
ya recibía oficialmente al primer ministro, el whig
Lord Melbourne, que iba a ejercer sobre la inex-
perta soberana una importante influencia política
y personal durante los primeros años del reinado.
La capacidad de trabajo de esta joven reina de 18
años sorprendió a sus ministros desde el primer
momento. Desde niña, estaba acostumbrada a una
férrea disciplina. Su coronación se celebró el 28 de
junio de 1838 y poco después decidió instalarse
en el renovado Palacio de Buckingham, del que
fue la primera residente regia. Amaba su nuevo
hogar, sus grandes ventanales y luz interior, tanto
como el hecho de haber asignado apartamentos a
su madre lejos de los suyos propios. Con el trono,
Victoria también había conquistado su indepen-
dencia. Parecía otra persona, brillante en público
y segura de sí misma. Después de sucesivos reyes
disolutos y cuestionados, la nueva reina era amada
por el pueblo, a pesar de las primeras críticas por la
llamada Crisis de las Damas de Cámara, al negarse
Victoria a cambiar a sus damas de compañía con-
forme al cambio de primer ministro en el gobierno.
MATRIMONIO POR AMOR
Fue Lord Melbourne quien sugirió a Victoria la
conveniencia de su matrimonio, para contrarres-
tar la influencia de su madre y sus damas y asentar
el orden familiar en la corte.
Desde 1836, dos años antes de subir al trono, el
principal candidato a una boda con Victoria era
su primo carnal Alberto de Sajonia-Coburgo, de
su misma edad. La madre de Victoria y el padre de
Alberto –el duque Ernesto de Sajonia-Coburgo–
eran hermanos, y a su vez hermanos de Leopoldo
de Sajonia-Coburgo, convertido en rey de Bélgi-
ca en 1831, que era quien había hecho de confi-
dente de la joven Victoria y urdido el plan para
que sus sobrinos se conocieran y contemplaran
la posibilidad de un compromiso futuro. Desde
el momento en que fueron presentados, en mayo
de 1836, a Victoria le pareció que Alberto tenía
ASC
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18 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
UNA MADRE TIRÁNICA
P
ara el mundo exterior, la reina Victoria, el príncipe
Alberto y su familia parecían la encarnación de la
felicidad doméstica, pero la realidad era muy dife-
rente. Hoy se sabe –por cartas y otros documentos y tes-
timonios– que Victoria detestaba estar embarazada y que
la lactancia materna le parecía una práctica repugnante.
No fue una madre cariñosa, pues pensaba que era su de-
ber ser severa. Su necesidad de controlar a sus hijos era
casi patológica: creó una red de espías que la informa-
ban sobre las actividades de todos ellos, incluso de adul-
tos. No solo era su madre, sino también su soberana, y
nunca dejó que lo olvidaran. El documental de la BBC La
reina Victoria y sus hijos (2013) la retrata como una “ti-
rana doméstica” que dañó la relación con sus vástagos
durante décadas. De bebés los consideraba “asquero-
sos”, “feos” y “como sapos”, y cuando supo que sus hi-
jas Victoria y Alicia la habían desafiado amamantando a
sus propios hijos, se puso furiosa y las llamó “vacas”. En
cierta ocasión, al ser increpada por su madre para que
dejara de pegar al pequeño Leopoldo hasta hacerle llorar
de dolor, Victoria le respondió: “Una vez que has tenido
nueve, madre, ya no notas el llanto de tus hijos”.
“todas las cualidades deseables” para hacerla feliz.
Era guapo, encantador y parecía preparado para
un futuro papel de marido y rey consorte.
A pesar de que la joven reina estaba dispuesta a
retrasar su casamiento hasta tres o cuatro años
más tarde, tras una segunda visita de Alberto a
Inglaterra, en octubre de 1839, Victoria –como
correspondía a su condición de monarca– le pi-
dió matrimonio solo cinco días después de su
encuentro en Windsor. Se había sentido com-
pletamente enamorada de él. El anuncio oficial,
en noviembre, fue acogido favorablemente. Sin
pérdida de tiempo, el 10 de febrero de 1840 con-
traían matrimonio en la capilla del Palacio Real
de St. James, en Londres.
Las anotaciones que Victoria hizo en su diario
tras la noche de bodas merecen ser leídas, por lo
inusual de un matrimonio regio que se fundaba
sobre el amor: “Mi querido, querido, querido Al-
berto (...), con su gran amor y afecto me ha hecho
sentir que estoy en un paraíso de amor y felicidad,
algo que nunca esperaba sentir. Me cogió en sus
brazos y nos besamos una y otra vez. Su belleza,
su dulzura, su amabilidad –nunca podré agrade-
cer suficientes veces tener un marido así, que me
llama con nombres tiernos como nunca antes me
han llamado– ha sido una increíble bendición.
Este ha sido el día más feliz de mi vida”.
La posición de Alberto como consorte de la reina
fue de inmediato la cuestión más espinosa. Alber-
to reclamaba al menos un asiento en la Cámara
de los Lores, pero Victoria quería para él un rango
regio. Lord Melbourne advirtió que otorgarle rango
de rey era inaceptable; solo Victoria lo era. Él debía
procurar, además, no involucrarse en la política.
Debían ser vistos como una unidad, conformes con
sus opiniones mutuas. Él debía mostrarse siempre
como un apoyo al gobierno de su esposa y en sim-
patía con el partido gobernante. La adaptación de
Alberto no fue fácil. Le estaba prohibido participar
en los Consejos de Ministros o leer un solo papel de
Estado. Encontraba difícil tener un digno papel en
la Corte cuando solo se le consideraba “el marido”,
y no el Jefe o Señor de la Casa.
En 1845, cinco años después del matrimonio, Victo-
ria intentó conseguir el título de rey consorte para su
esposo, pero fracasó ante el gobierno. En 1857, sin
embargo,conseguiríaparaélelreconocimientooficial
dePríncipeConsorte.Albertolograríafinalmentein-
volucrarse a lo largo de su vida en grandes proyectos,
como la presidencia de sociedades de interés civil y
cultural, la reforma educativa, la abolición de la escla-
vitud,elafianzamientodelamonarquíaconstitucional
y la administración del patrimonio regio, que dieron
sentido a su existencia como consorte.
UNA FAMILIA MODELO
Victoria adoraba a su marido, y el matrimonio lo-
gró además una intimidad muy fructífera. En junio
de 1840, solo cuatro meses después de la boda, Vic-
toria ya estaba embarazada de su primer hijo.
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Una estampa
idealizada de la reina
Victoria con sus hijos,
en una litografía
coloreada de finales
del siglo XIX.
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MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 19
Fue en esos días cuando la reina, en su habi-
tual paseo en carruaje abierto junto a su esposo,
sufrió su primer atentado cuando un loco disparó
dos tiros de pistola contra ellos, afortunadamente
errados. Ante la posibilidad de una muerte de la
soberana durante el parto, el príncipe Alberto fue
designado como eventual regente, un rango que
no hubo de ejercer puesto que todo salió bien en
este primer alumbramiento, el 21 de noviembre
de 1840, a pesar de su dureza e incertidumbre
durante 12 horas. De él nació su primera hija –la
princesa Victoria–, una niña perfectamente sana.
Fue una gran matriarca [aunque no una buena
madre: ver recuadro]. Alberto la llamaba el “ángel
consolador” y la describía en cartas familiares como
“el tesoro de mujer” en el cual reposaba toda su
existencia y el centro de una unión conyugal, de
alma y corazón, que era la cuna de sus hijos y la
escuela de su futura felicidad. Osborne House, en
la isla de Wight, era el “perfecto pequeño paraíso”
familiar, tanto como el Castillo de Balmoral, en
Escocia, lugares en los que Victoria, Alberto y los
EL LEGADO DE LA HEMOFILIA
C
uando Victoria ascendió al trono en
1837, llevó consigo una “marca” que
heredaron sus hijos y nietos y, a través
de ellos, varias generaciones de casas reales.
Se trataba de la hemofilia, una enfermedad
apenas conocida en los tiempos de Victoria,
pero que sería considerada a partir de ella co-
mo una enfermedad regia. Cuando Victoria na-
ció, en 1819, no existían signos previos de he-
mofilia en su entorno. Ni su padre ni su madre
tuvieron síntomas, y ella tampoco hasta el na-
cimiento de su octavo hijo, Leopoldo, en 1853.
La debilidad del pequeño y su facilidad para
causarse hematomas y sangrar alarmaron de
inmediato a la familia. El médico real, el doctor
James Clark, supo diagnosticar la hemofilia,
pero no encontrar ningún remedio para dete-
nerla. Había sido descubierta y descrita a fina-
les del siglo XVIII, pero a esas alturas del XIX
aún se desconocía casi todo sobre ella y no se
había descubierto ningún tratamiento eficaz.
El único remedio propuesto, la prevención de
sufrir contusiones por parte de los afectados,
incluso mediante un reposo en cama conti-
nuado, desesperaba a los pacientes y llenaba
de miedo a las familias. Se esperaba que los
enfermos de hemofilia no llegaran a la edad
adulta. Tampoco era conocido el hecho de
que los hombres la padecían, pero las mujeres
eran transmisoras sin padecerla ni saberlo.
Leopoldo, el hijo hemofílico de la reina Victo-
ria, bien cuidado por los mejores médicos de
la corte superó las expectativas de vida. Murió
en 1884 de una hemorragia cerebral, a los 31
años, después de una caída sin importancia,
pero dos años antes se había casado con Ele-
na de Waldeck-Pyrmont, de quien nació Alicia,
duquesa de Albany, que fue portadora del gen
de la hemofilia a sus hijos. La princesa Alicia,
la tercera hija de la reina Victoria, se casó en
1862 con Luis IV de Hesse-Darmstadt. De sus
siete hijos, dos varones sufrieron la hemofilia y
dos mujeres fueron portadoras: Irene, que in-
fectó a la Casa de Prusia, y Alejandra, que fue
zarina de Rusia por su matrimonio con Nicolás
II y transmitió la hemofilia a su único hijo varón,
el zarévich Aleksei. Por su parte, la princesa
Beatriz, hija menor de la reina Victoria, casada
en 1885 con Enrique de Battenberg, transmitió
la hemofilia a su hija Victoria, que fue reina de
España por su matrimonio con Alfonso XIII. La
familia real española vivió el drama de la hemo-
filia en dos de los infantes: Alfonso –el prínci-
pe heredero– y Gonzalo, ambos trágicamente
fallecidos en su juventud (el primero con 31
años, el segundo con 20) como consecuencia
de las hemorragias. Este legado victoriano de-
bilitó varios linajes principescos, comprome-
tió la estabilidad política de importantes casas
reales y condicionó los matrimonios regios en
siguientes generaciones, pero su impacto lla-
mó la atención de la comunidad médica, que
en unas décadas logró identificar su origen y
desarrollo y neutralizar así sus efectos.
niños disfrutaban de una relajada vida campes-
tre. El matrimonio no dejó de profesarse mutua
admiración: Alberto era un padre comprensivo y
dedicado a sus hijos y Victoria se lamentaba en
privado de que él no hubiera sido el rey, y ella mejor
esposa y madre. El éxito en el hogar de la pareja
real fue sin duda ejemplo para el ambiente social y
las costumbres domésticas de su reinado.
Su amplia prole, a través de sus matrimonios,
pasaría a emparentar con varias casas reales y
principescas de Europa en Alemania, Dinamarca,
Rusia, Prusia, Finlandia, Noruega, Suecia, Grecia y
España. De ahí que el principal problema familiar,
la enfermedad de la hemofilia –que se manifestó,
por una mutación genética, en los hijos de la reina
Victoria [ver recuadro]–, se acabara convirtiendo
en un estigma que provocó dramáticos eventos en
la sucesión de los Románov y de los Borbón en
los tronos de Rusia y España, respectivamente.
El año 1861 resultó aciago para la reina; un dra-
mático antes y después en su biografía. La duquesa
de Kent, su madre, moría el 16 de marzo en pre-
En la imagen, el hijo
hemofílico de Victoria y
Alberto, el príncipe
Leopoldo, en su
adolescencia. Vivió hasta
los 31 años y dejó
descendencia,
transmitiendo de este
modo su enfermedad.
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ALBUM
20 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
sencia de Victoria, que la cogió de la mano hasta
que expiró. La soberana fue capaz de reconocer
cuánto debía al amor y dedicación de su madre,
y su marcha la sumió durante semanas en un in-
tenso duelo y depresión.
VIUDEDAD Y AISLAMIENTO SOCIAL
Por su parte, Alberto, que siempre había sido
físicamente fuerte, comenzó a sentirse débil y
enfermo. La preocupación por su hijo Alberto
Eduardo –Bertie–, príncipe de Gales, llamado a
ser el próximo rey a pesar de sus cada vez mayores
síntomas de corta inteligencia y pobre comporta-
miento, lo tenía abrumado. Tras un viaje a Dublín
para visitar a su hijo en un campamento militar
contrajo las fiebres tifoideas y falleció, el 14 de
diciembre, a los 42 años. Victoria siempre culpó a
su hijo de esta muerte inesperada. “Nunca podré
mirarle sin estremecerme”, escribió.
La pérdida de su querido esposo llevó a la reina a
un estado de duelo perpetuo, a sus 52 años y con
mucha vida por delante. Vistió de negro ya para
siempre. Sustituyó sus joyas por otras de “negro
azabache”, un estilo que acabó imponiéndose en
Europa como moda artística. Se recluyó en las
residencias reales donde había pasado sus más
felices tiempos familiares: los castillos de Windsor,
Balmoral y Osborne House. Evitó las apariciones
públicas y no volvió a poner el pie en Londres, la
capital de su imperio, durante muchos años. Des-
cuidó su imagen personal, engordando extraor-
dinariamente, tanto como su imagen pública. No
abandonaba su responsabilidad y trabajo en los
asuntos de Estado, pero su negativa a presentarse
en público en la apertura del Parlamento (1864),
o hacerlo cubriéndose el rostro con un velo negro
(1866), hizo caer la popularidad de la monarquía
y alentar el movimiento republicano. Victoria iba
a vivir aún cuarenta años más como “la viuda de
Alberto”, pero a su lado, en su intimidad personal
iba a haber hueco para dos hombres que fueron
secretarios, amigos y confidentes (algunos histo-
riadores apuntan a posibles relaciones íntimas,
e incluso a un matrimonio secreto). El primero,
en la década de 1860, fue John Brown, su fiel se-
cretario escocés; el segundo, un indio musulmán
llamado Abdul Karim al que Victoria contrató
como criado en 1887, que ascendió con rapidez a
“maestro de hindú” y escriba de la reina. La forma
en que se ganó la confianza de la soberana hizo
sospechar a algunos de que se trataba en realidad
de un espía de la Liga Musulmana que luchaba
por la independencia de la India, e intentaron
apartarlo de ella. Victoria, sin embargo, ignoró
los prejuicios racistas y lo mantuvo a su lado hasta
el final, como un particular confidente.
Aunque el luto y el negro habían dominado la
mitad de su vida, Victoria dejó escrito en las ins-
trucciones para su funeral su deseo de que el color
dominante fuera el blanco. Con ese color, y su velo
de novia, fue amortajada a su muerte, el 22 de ene-
ro de 1901. Dejó como legado oficial toda una “era
victoriana”; y en lo personal, el testimonio de un
apasionado matrimonio, una extensa familia real
y una producción literaria de 122 volúmenes de
diarios íntimos –en parte destruidos por su hija
Beatriz–, en los que demostró tener una rica vida
propia y una historia, como mujer, madre y amiga,
más allá de su historia pública como gran reina.
ALBUM
Retrato de la familia
real británica, que fue
el modelo para sus
súbditos durante la
larga era victoriana.
MH
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 21
LOS OTROS
GOBERNANTES
DE LA EUROPA
DEL SIGLO XIX
GRAN BRETAÑA
Victoria I		
1837-1901
		
Reina del Reino Unido de Gran Bretaña
		
e Irlanda y emperatriz de la India
FRANCIA
Luis Felipe de Orleans		
1830-1848
Napoleón III				
		Pte. de la República Francesa		1848-1852
		
Emperador de los franceses		
1852-1870
3ª República francesa	 	1870-1940
ALEMANIA
Federico Guillermo III		
1797-1840
		
Rey de Prusia
Federico Guillermo IV		
1840-1861
		
Rey de Prusia y Gran Duque de Posen
Guillermo I				
		Rey de Prusia 		1861-1888
		Káiser de Alemania 		1871-1888
Federico III		
1888 	
		
Káiser de Alemania y rey de Prusia
Guillermo II		
1888-1918
		
Káiser de Alemania y rey de Prusia
ESPAÑA
Fernando VII 		
(1808) 1814-1833
Isabel II		
1833-1868
Gral. Francisco Serrano		
1869-1871
		
Regente del Reino de España		
Amadeo de Saboya		
1871-1873
Primera República		
1873-1874
Alfonso XII		
1874-1885
Alfonso XIII		
1886-1931
IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO
Fernando I 		
1835-1848
		
Emperador de Austria
		Rey de Hungría como Fernando V 		1830-1848
Francisco José I		
1848-1916
		
Emperador de Austria y rey de Hungría
RUSIA
Nicolás I 		
1825-1855
		
Zar del Imperio ruso
	
y rey de Polonia
Alejandro II		
1855-1881
		
Zar del Imperio ruso, rey de Polonia
		
y gran duque de Finlandia
Alejandro III		
1881-1894
		
Zar del Imperio ruso, rey de Polonia
		
y gran duque de Finlandia
Nicolás II		
1894-1917
		
Zar de todas las Rusias
		
y gran duque de Finlandia
ITALIA
Risorgimento 		
1848-1859
(Unificación italiana)
Monarquía Saboya
	
Víctor Manuel II	 	1861-1878
	Humberto I	 	1878-1900
	
Víctor Manuel III	 	1900-1946
22 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
SUECIA-NORUEGA
Carlos XIII de Suecia	 	1818-1844
y II de Noruega
Óscar I 	 	1844-1859
Rey de Suecia y Noruega
	
Carlos XV	 	1859-1872
Rey de Suecia y Noruega
Óscar II	 	1872-1907
Rey de Suecia y Noruega
PAÍSES BAJOS
Guillermo I	 	1815-1840
Rey de los Países Bajos
y gran duque de Luxemburgo
Guillermo II	 	1840-1849
Rey de los Países Bajos
y gran duque de Luxemburgo
Guillermo III	 	1849-1890
Rey de los Países Bajos
y gran duque de Luxemburgo
Guillermina	 	1890-1948
Reina de los Países Bajos
GRECIA
Otón I 	 	1832-1862
Jorge I	 	1863-1913
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 23
24 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
CONVENCIONALISMO.
En la imagen, el cuadro de
Abraham Solomon Primera
clase: el encuentro (1855),
también llamado Amor en el
primer encuentro. La versión
original causó escándalo por
la proximidad física de los
jóvenes y el hecho de que el
viajero mayor estuviese
dormido, así que el autor lo
rehizo según las convenciones
morales victorianas.
EL DOBLE JUEGO DE
LA MORAL
VICTORIANA
Fuerte represión sexual combinada con el auge de la prostitución
y el apogeo de la literatura erótica; severo sentido del deber,
glorificación del trabajo y el mérito, baja tolerancia ante el delito,
abolición de la esclavitud y aparición de movimientos sociales,
pero connivencia con la explotación infantil o la discriminación
de la mujer; marcada conciencia de clase, puesta en solfa con la
eclosión de la burguesía. Así podría resumirse la contradictoria y
elitista moral victoriana, la axiología establecida en la Inglaterra
de mediados del siglo XIX y principios del XX, tan estricta como
hipócrita, en el marco de un imperio en profundo cambio.
HENAR L. SENOVILLA
PERIODISTA
ASC
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 25
L
a era georgiana, la época inmediatamente
anterior a la victoriana, fue un semillero
de liberación sexual y moral relajada. Se
podía encontrar pornografía y arte erótico
en todo Londres y los anticonceptivos se
vendían abiertamente. La esclavitud y el
trabajo infantil constituían la columna vertebral de
la economía británica y la crueldad hacia los ani-
males, los delincuentes, los niños y los enfermos
mentales era algo común. Cuando la reina Victo-
ria ascendió al trono en 1837, Gran Bretaña estaba
cambiando. La esclavitud se había abolido cuatro
años antes y, en 1834, se aprobó un importante
conjunto de leyes para ayudar a los pobres a sobre-
vivir en la sociedad industrial. La Gran Bretaña de
su extenso reinado (hasta 1901) vivió una época
de fuertes transformaciones en todos los ámbitos:
social, moral, industrial, cultural, político, cientí-
fico, militar... Una verdadera transición al mundo
moderno que se sustentó, especialmente, sobre un
floreciente desarrollo económico, la irrupción de
una nueva clase social –la burguesía– y un estricto
código de valores, conocido como la moral victo-
riana, que permeaba todas las esferas de la vida, de
la religión a los sistemas productivos pasando por la
legislación, el concepto del matrimonio o la educa-
ción.Peroseríaunerrorpensarquetodalasociedad
de la época era mojigata. La hipocresía moral de la
época victoriana también marcó el devenir de sus
gentes. ¿Cómo se gestó esta escala moral? ¿Y qué
consecuencias tuvo en los distintos órdenes?
ASCENSO DE LA BURGUESÍA
Una pujante industria del carbón, el hierro, el acero
y el textil o inventos como las hiladoras multibobi-
nas o las aplicaciones de la electricidad favorecie-
ron la llamada Revolución Industrial en el Reino
Unido durante el dilatado mandato victoriano. En
las ciudades, que estaban aumentando su población
exponencialmente, las fábricas trabajaban a pleno
rendimiento. En el campo se experimentaban tam-
bién grandes transformaciones no solo en las he-
rramientas empleadas sino también en los métodos
de cultivo, drenajes y fertilizantes, que mejoraban
los resultados de las cosechas. Desde las colonias,
además, llegaban fondos y riquezas, contribuyendo
DORADA Y
PUJANTE
BURGUESÍA.
En la imagen, el
cuadro Un día
de verano en
Hyde Park
(1858), en el que
vemos a un
grupo de
burgueses y
burguesas que
disfrutan de su
ocio pescando,
leyendo la
prensa,
cosiendo...
LA MORAL VICTORIANA
FUE UN ESTRICTO
CÓDIGO DE VALORES
QUE PERMEABA TODAS
LAS ESFERAS DE LA VIDA
ALBUM
26 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
al orgulloso sentimiento del capitalismo británico
de tener a todo el mundo a su servicio. Asimismo,
la máquina de vapor y el desarrollo del ferrocarril,
símbolo de la primera época victoriana, además de
generarmuchoempleo,permitíanestablecercontac-
toscomercialesagranescala,consolidarlaindustria
pesada, reducir el coste de los bienes de consumo
y, por la parte sociológica, conocer cómo se vivía
y qué adelantos había en otras partes del país y de
otras geografías, lo que provocaba que el horizonte
mental de la población se ampliase.
Esta mayor prosperidad hizo mejorar el estatus so-
cial de la clase media, vinculada al comercio y a la
industria, que ya se atrevía a mirar, casi de igual a
igual, a la antigua élite de nobles, cortesanos y terra-
tenientes que hasta el momento se había erigido en
protectora, sustentadora y garante del orden esta-
blecido. Estaba naciendo la burguesía de los aboga-
dos, médicos, tenderos, banqueros, comerciantes y
dueñosdefábricas,quehacíatambalearseelestricto
sistema de clases sociales mantenido durante siglos.
Las reformas en el sistema electoral, además, habían
aumentadoelpoderdelParlamentoyreducidoelde
losnoblesylamonarquía,loquetambiéncontribuyó
a apuntalar el ascenso meteórico de la nueva clase
social. De hecho, cuando la reina fue entronizada,
en 1837, en el Reino Unido ya se encontraba asen-
tada la monarquía constitucional y la corona tenía
relativamente pocos poderes políticos directos, por
lo que tanto Victoria del Reino Unido como sus co-
rolarios pugnaban por convertirse en fuente de la
moralidad y adalides de los valores sociales a través
de la imposición del código victoriano.
El problema radicaba, sin embargo, en que los prin-
cipios que querían imponer la corona y la aristo-
cracia no casaban con los cambios que la sociedad
estaba experimentando, por lo que acabó siendo la
burguesía la que articuló un sistema común de va-
lores y referencias en el que se mezclaban los ideales
religiososdelevangelismoymoralesdelpuritanismo
con la visión pragmática del empirismo y los prin-
cipios de la economía política. El culto al trabajo,
al sacrificio, al ahorro y a la disciplina, así como al
esfuerzo individual, el espíritu de empresa y la com-
petencia, el rechazo al pecado y el sentido del deber
se convertirían en los puntales de este nuevo credo.
Pero a la hora de aplicarlo resultaba que los
LA MUJER EN LA ÉPOCA VICTORIANA
D
esafortunadamente, la enorme desigualdad
entre hombres y mujeres es una parte impor-
tante del legado de la moral victoriana. Duran-
te gran parte de este largo período, las mujeres de
la clase alta y la burguesía se veían sometidas a sus
padres, hermanos o maridos y limitadas al cuidado
de la casa y la familia, considerándose un mal indicio
que quisieran ir a la universidad o ejercer una profe-
sión, mientras que las mujeres obreras quedaban re-
legadas al trabajo doméstico o fabril. Pero la inequi-
dad también se manifestó en la forma de derechos
otorgados a los hombres de los cuales las mujeres
no disfrutaban. Ellas eran consideradas propiedad
literal de los hombres y no podían votar, demandar
o poseer una propiedad o patrimonio. Además, en
caso de divorcio, las mujeres perdían todos sus bie-
nes en favor de los hombres. Surgió entonces un fe-
minismo burgués cuyos planteamientos se situaban
dentro de los nuevos valores morales establecidos,
incluyendo la aceptación del ideal femenino y del or-
denamiento económico y político existente. Al discu-
rrir el siglo XIX, estos grupos feministas se centraron
en avanzar hacia la protección legal de la indepen-
dencia económica de las mujeres, la ley de divorcio
y la posibilidad de que las madres conservaran la
descendencia tras la separación, la participación en
la política –inicialmente local– o la igualdad de opor-
tunidades educativas para las féminas. Varios mo-
vimientos de la era victoriana que posiblemente son
anteriores al feminismo moderno, incluido el Movi-
miento por el Sufragio de la Mujer, tienen sus raíces
en la época victoriana.
CULTO AL
TRABAJO.
Fue uno de los
rasgos de la
doble moral
victoriana: se
suponía que
brindaba el
ascenso social,
pero solo era así
para unos
pocos. Arriba,
grabado de
1830 que
muestra a las
obreras de una
fábrica de
algodón en
plena faena.
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>
>
ALBUM
ALBUM
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 27
ricos y los pobres tenían vidas increíblemente
diferentes (el código moral lo establecían los ricos,
que estaban más interesados en imponerlo a los
pobres que en vivirlo ellos mismos) y que las opor-
tunidades y expectativas para hombres y mujeres
también eran muy distintas.
FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y MORALES
Inicialmente, manteniendo la tradición, los victo-
rianos definían a Inglaterra como un país esencial-
mente cristiano, en el que la religión ocupaba un
lugar privilegiado tanto en la vida privada como en
lapúblicayenelquelaorganizaciónsocialladictaba
Dios. Este inmovilismo favorecía a la Iglesia angli-
cana y a las clases altas, cómodamente instaladas en
el poder. Sin embargo, el ascenso burgués daba al
traste con esos mandatos y acogía con entusiasmo
nuevas corrientes críticas que predicaban la idea del
hombre hecho a sí mismo, de la salvación mediante
la fe individual y el trabajo duro y meritorio, a tra-
vés del cual todos podían hacerse ricos, ascender
socialmente y además estar en paz con la autoridad
divina. A grandes rasgos, tres teorías influirían en el
código de conducta victoriano: el evangelicalismo,
el utilitarismo y el empirismo.
Elevangelicalismo,enprimerlugar,designabaauna
escuela teológica protestante que creía que la esen-
cia del Evangelio residía en la salvación personal a
través de la fe particular de cada persona y de su re-
lación individual con el Dios salvador. Heredera del
metodismo puritano de John Wesley, esta corriente
mantenía que los seres humanos son esencialmente
corruptos y necesitan que Cristo los salve siempre
que ellos acrediten comportamientos obedientes,
disciplinados y morales, rechacen el pecado y prio-
ricen la dignidad y la capacidad de mejora, valores
que tomó como suyos la axiología victoriana.
Elevangelicalismoglorificabaeltrabajocomomedio
de dignificar al hombre, considerándolo una nece-
sidad pero también una virtud que podía conducir,
incluso, hasta a la salvación de los pobres, algo total-
menterevolucionario.Esafeindividual,demostrada
a través de buenas obras hacia uno mismo y hacia
los demás, y especialmente a través del trabajo, era
lo que contaba a la hora de hacer cuentas con Dios
y no los sacramentos, que se percibían como mera-
mente simbólicos. Wesley se suscribió a la creencia
de que el cambio, la reforma social y la caridad eran
beneficiosos paralasociedad. Además,pensaba que
los victorianos deberían dedicarse a causas desinte-
resadas por el bien de ayudar a los demás.
Era evidente que los supuestos individualistas del
evangelicalismocasabanmalconlasituacióngeneral
de obreros rodeados de miseria y enfermedad que,
por más que trabajaban, no encontraban gloria al-
CUESTIÓN
DE FE.
Sobre estas
líneas, la
ilustración
titulada La
ofrenda, de F.
Wyburd,
publicada en la
revista The
Illustrated
London News el
13 de febrero de
1864, representa
a una metodista
rezando.
ALBUM
ASC
JOHN STUART MILL.
Filósofo, economista y
político británico (1806-
1873), fue uno de los
teóricos del utilitarismo
y un gran defensor del
sufragio femenino.
>>>
28 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
guna. Así que la moral victoriana buscó matizarlos
conelutilitarismo,ensegundolugar,doctrinafilosó-
ficabasadaenelpensamientoaristotélico.Esbozado
por Jeremy Bentham y John Stuart Mill, este mo-
vimiento consideraba que el principal fundamento
de la moralidad era la utilidad, entendida como la
capacidad de promover la felicidad para el mayor
número de personas. “Las acciones son correctas en
la medida en que tienden a promover la felicidad”,
escribía Stuart Mill en su obra El utilitarismo. Así,
los valores culturales y humanos se consideraban
frívolos e innecesarios.
El código de la Inglaterra victoriana adoptó la tesis
de que era bueno lo que era útil para el bien común,
para hacer feliz a una masa social considerable, por-
que la felicidad suponía un disfrute solidario y un
solo individuo no podía alcanzarla si a su alrededor
el resto no lo hacía. ¿Y qué era lo que reportaba pla-
cer a la sociedad, entendiendo por placer lo opuesto
al dolor? Por supuesto, la dignidad, la capacidad de
autodesarrollarse, de crecer como personas, la vir-
tud y la libertad. Según esta teoría, por ejemplo, el
Parlamento debía formarse por votación, mediante
el voto secreto y el sufragio universal para todos los
hombres no analfabetos, a fin de que esto ayudase a
mejorar sus condiciones de trabajo y vida y alcanzar
el bienestar. Otro avance considerable, pero puesto
en cuestión también por la realidad que vivían las
masas obreras industriales sumidas en la pobreza.
Y a esta amalgama de principios vendría a añadir-
se, por último, el empirismo. John Milton y Charles
Dickens fundaron esta teoría particular que se con-
vertiría en un gran movimiento. A diferencia de la
teoríadelutilitarismodeBentham,ladelempirismo
afirmaba que el desarrollo de diversas habilidades,
talentos y valores personales conduciría al éxito, el
bienestarylasatisfacción.Portanto,laeducaciónyel
artefueronconsideradosasuntosdegranimportan-
cia. Mucho más pragmático, la convicción principal
delempirismoesqueunodebemirarporsímismoy
estar“enlapresenciadelacosaqueconoce”,yaquela
experiencia es el origen del conocimiento y los sen-
tidos son las vías de aprendizaje para el ser humano.
Darwinmanteníaquelaevolucióndelahumanidad
se debía a la supervivencia de los más aptos y capa-
citados, no de los elegidos por Dios.
LA OVEJA NEGRA
N
o hubo mejor ejemplo de moral victoria-
na que el de la propia reina, que se ca-
só a los 21 años y tuvo ocho hijos. Vic-
toria y su marido Alberto hicieron posible un
modelo de vida que fue capaz de convertirse
en ejemplo moral ante su pueblo, llevando así,
como afirmó el mayor teórico victoriano de la
monarquía, Walter Bagehot, “el orgullo de la
soberanía al nivel de la vida diaria”. A diferen-
cia de sus antecesores en la Casa Hannover,
asociados a continuos escándalos financie-
ros, sexuales y personales, la reina Victoria
se convirtió en un icono nacional y en la figu-
ra que encarnaba los valores puritanos más
férreos, a los que se aferraba la aristocracia
para tratar de salvaguardar sus privilegios. Su
matrimonio estable y amoroso con el príncipe
Alberto y sus prácticas ejemplares la alzaron
en símbolo de la época, en contraste con los
desmanes de su hijo Alberto Eduardo, Bertie,
máximo exponente de la ociosidad aristocrá-
tica, tan criticada por la burguesía. La reina
Victoria y su esposo querían preparar a su
primogénito, futuro Eduardo VII, para ser un
monarca constitucional modelo, pero este no
consiguió alcanzar sus expectativas ni seguir
una carrera en el ejército británico. Sus frus-
traciones se reflejaron en una vida disoluta en
la que adquirió reputación de dandi, mujeriego
y aficionado a juegos ilegales: la oveja negra
de la familia. Por el lado positivo, sin embargo,
cuando consiguió llegar al trono fue conside-
rado un pacificador en lo político y lo militar y
un mecenas de las artes y las ciencias.
LOS VICTORIANOS DEFINÍAN A INGLATERRA COMO UN
PAÍS ESENCIALMENTE CRISTIANO Y APEGADO A LA FE
ASC
CHARLES
DARWIN.
En la imagen,
el influyente
naturalista
(1809-1882)
fotografiado
en su vejez.
>
>
>
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 29
rupturista: un hombre y una mujer no tenían por
qué estar casados indisolublemente. Divorciarse,
sin embargo, era demasiado caro para la mayoría, y
desigual: el marido solo tenía que presentar pruebas
de la infidelidad de la esposa, en tanto que ella debía
demostrar crueldad, abandono, bigamia, incesto o
sodomía,siendolaspersonasdivorciadassocialmen-
te repudiadas.
VIVENCIAS SEXUALES
Y, como no podía ser de otra manera, la sexualidad
noquedóatrásenestametamorfosisgeneralizadade
la sociedad británica, siendo quizá uno de los ámbi-
tosenelquelascontradiccionesvictorianasllegaron
a su máxima expresión. Si bien la moral victoriana
se basaba en el puritanismo y las conversaciones o
escritossobreeltemaestabanprohibidos,florecieron
tanto la literatura y el arte de carácter erótico como
las investigaciones científicas sobre esta cuestión,
de manera específica sobre la sexualidad femenina.
Además, Gran Bretaña fue pionera en el uso de pre-
servativos y en el control de la natalidad, por varios
motivos.Enprimerlugar,laIglesiaanglicanaacepta-
ba tácitamente la contracepción, entre otras razones
porque los pastores anglicanos podían casarse y su
acercamientoalsexoyalaprocreacióneradiferente
aldelrestodeiglesiasenlasquesepredicabalacasti-
dad. En segundo término, empezaba a introducirse
en el debate social la idea de que la sexualidad no se
limitaba a la procreación sino que también existía la
llamada“relacióndepareja”,elsexocomopartedela
comunicaciónydelvínculoamorosoentrehombrey
mujer,unaspectonuevo.Untercerfactorqueinfluía
en la permisividad –tácita– hacia los métodos del
control de la natalidad era la atención al bienestar
de las criaturas, muy relacionado con el número de
hijos e hijas por familia. Uniendo de forma genuina
la economía con la sexualidad, las clases pobres ne-
cesitabantenermenoshijosparapodermantenerlos
y la burguesía exactamente igual para alcanzar el
estatus social y económico deseado.
La moral victoriana también mostró tolerancia ce-
ro hacia la promiscuidad , pero la realidad era que
la vivencia de la sexualidad excedía los límites del
matrimonio y en la Inglaterra victoriana, mientras
la reina mandaba alargar los manteles para que las
patas de las mesas no recordaran a las piernas fe-
meninas, la prostitución vivía una fuerte eclosión,
y con ella el uso de preservativos. La doble moral
victorianahabíacreadounasociedadquedepuertas
afuerasevanagloriabadedespreciaralsexocomoun
acto de placer impartiendo disciplina y moralismos
repletos de prejuicios y severas valoraciones conser-
vadoras, pero que de puertas adentro transgredía
todocomportamiento“adecuado”ysemovíadentro
deunmundosexualocultodondelaprostitución,el
adulterio, lapedofiliay lapromiscuidad eran mone-
dacorriente.Muchosburgueses,dehecho,hablaban
de la prostitución como de un mal necesario para el
mantenimientodelasociedadydelacastidaddesus
acomodadas hijas. Los burdeles, salas de juego y sa-
lonesdeespectáculosmovíanmillonesdelibrasy,de
formaparalela,eranespaciosenlosqueseproducían
la explotación sexual, el abuso de menores, el juego
clandestino y el tráfico de drogas, especialmente del
opio, una “droga social” cuyo fomento y comerciali-
zación era monopolio de la corona británica.
ESCLAVITUD Y DESIGUALDAD
Otradelasgrandesparadojasvictorianasseprodujo
en el ámbito laboral. Convertirse en una sociedad
industrial impulsó el desarrollo del sindicalismo, la
demandadelostrabajadoresdeorganizarseydefen-
der sus derechos. El gobierno legalizó las negocia-
cionescolectivasylagranhuelgademuellesde1889
precipitó la organización del trabajo en industrias
completas, en lugar de en meros oficios.
Asimismo, cuando la reina Victoria subió al trono,
prácticamente se acababa de abolir la esclavitud y el
comercio de esclavos en el Imperio británico, aun-
que las condiciones de vida de muchos trabajadores
eran tan ruines y miserables como habían sido las
de los explotados laboralmente en las colonias. Por
otra parte, estaba perfectamente aceptado a nivel
social el trabajo infantil. Pese a que una ley de 1829
prohibía a menores de nueve años el trabajo que
les impidiera asistir a la escuela, durante el largo
reinado de Victoria se siguió explotando a niños y
niñas en la minería o la industria, con regímenes
de hasta doce horas de trabajo.
ALTO
VOLTAJE.
Fotografías
como esta,
hoy de una
inocencia
y un candor
absolutos
–una mujer en
ropa interior
preparándose
para darse un
baño–, eran a
finales del siglo
XIX preciadas
estampas
eróticas.
GETTY
MH
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 31
BESOS PELIGROSOS.
En la imagen, una pareja en actitud
cariñosa y algo subida de tono para la
época. Tomada en Francia en torno a
1900, esta fotografía probablemente se
vendió como postal.
GETTY
No se podía disfrutar del placer y se desconfiaba de la
masturbación, pero existía una red secreta de porno y arte erótico;
el sexo era silenciado en las reuniones sociales, pero se convirtió
en un tema de investigación –legal y médica–. Con muchas
contradicciones, los victorianos experimentaron y hablaron del
deseo, por lo que conviene erradicar la idea de su mojigatería.
ELENA BENAVIDES
PERIODISTA Y ESCRITORA
>>>
UNA CONTRADICTORIA
VIDA
SEXUAL
E
n la sociedad victoriana el sexo no esta-
ba censurado sino sujeto a una discusión
obsesiva como un discurso central del
poder, inclinado a la regulación más que
a la represión. Esto ayuda a explicar por
qué la sexualidad ocupa un lugar tan im-
portante en el arte y la medicina, por ejemplo, así
como en los estudios de la época, resultado de la
conjunción de moralismo e investigación cientí-
fica. Así, la idea de la sexualidad humana era una
combinación de ideas sociales y biológicas; y no
solo en Gran Bretaña, sino en todo el mundo. Las
actitudes sexuales victorianas se extendieron por
todo el planeta, ya que en aquellos momentos In-
glaterra era la mayor potencia mundial y su cultura
y valores morales eran un referente para el resto
de Europa y para las colonias.
Pero si algo caracteriza a la sociedad
victoriana es la contradicción, y en
el sexo no iba a ser menos. Un cli-
ma de puritanismo y de represión
sexual en el que respetar los con-
vencionalismos sociales se conver-
tía en virtud, y en el que cualquier
desviación del comportamiento
considerado como debido era obje-
to de gran escándalo, convivía con un
interés científico por el tema. De hecho,
el período victoriano es un momento clave
en la historia de la sexualidad y en él se inventó la
terminología moderna que usamos para estructu-
rar las formas en que pensamos y hablamos sobre
la sexualidad. Desde la década de 1880, sexólogos
como Richard von Krafft-Ebing y Havelock
Retrato del
psiquiatra y
sexólogo
alemán Richard
von Krafft-
Ebing.
ASC
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 33
al menos en privado. Los rígidos estándares sociales
no encajaban con la realidad de una sociedad en la
que existían hombres y mujeres con deseos sexuales
incluso por personas del mismo sexo, así que había
que buscar escapatorias. Y de esto dan testimonio
los documentos, la literatura, el arte y la fotografía
de la erótica victoriana, así como los altos niveles de
prostitución y de enfermedades venéreas.
El miedo a las enfermedades hacía del sexo una
actividad peligrosa y es probable que los intentos
de sofocar los impulsos sexuales fueran, en cier-
to modo, algo práctico. Las ETS –consideradas
un “castigo” por la moral relajada– estaban muy
extendidas y, aunque existían los condones, estos
no se usaban masivamente ni tenían la eficacia
deseada. La fábrica de Goodyear comenzó a pro-
ducir condones de goma en 1855, pero la mayoría
todavía estaban hechos de intestino animal, que
era propenso a romperse. La sífilis –para la que no
habúa cura– estaba en todas partes a mediados del
XIX y no solo desfiguraba sino que podía afectar a
la salud mental y también transmitirse a los hijos.
LA MUJER, FRÍGIDA O INSACIABLE
Una de las claves de esta etapa marcada por el puri-
tanismoylarepresiónsexualeslainfravaloraciónde
la mujer. A principios del XIX, además de ser con-
Ellis fueron pioneros en una ciencia en la
que se analizaban y categorizaban las preferencias
sexuales; crearon términos como homosexualidad,
heterosexualidad y ninfomanía.
DOBLE MORAL
Pero romper la moral victoriana no fue solo cosa
de psiquiatras, médicos e investigadores: tras las
puertas de muchos dormitorios victorianos se prac-
ticaba una sexualidad sin límites y alocada (aunque
lo que sucedía allí se quedaba allí). Entre las tensas
clases medias y altas, la actitud predominante era
que el sexo era necesario para la reproducción, pero
no algo que debiera debatirse en sociedad y, mucho
menos, de lo que disfrutar. Esto, unido a los matri-
monios arreglados, llevaba inevitablemente al sexo
casual extramatrimonial. A pesar de que la felicidad
que brindaba tener una familia ideal estaba ligada
a la fidelidad y violarla era una ofensa a la moral
y un pecado, la realidad es que, más allá del lecho
conyugal, existía un mundo sexual oculto en el que
se transgredía todo comportamiento “decente” y
la promiscuidad, la pedofilia, la prostitución y el
adulterio eran habituales.
Si bien es cierto que la expresión sexual era mucho
más limitada de lo que es ahora, hoy sabemos quela
sociedadvictorianaeramásliberaldeloquecreemos,
NORMAS
SOCIALES.
Fotografía
tomada en
torno a 1890
de un hombre
besando
castamente la
mano de su
amada. Poco
más le estaba
permitido
hacer a una
pareja en
sociedad.
>
>
>
A PESAR DE LA SEVERA MORAL SOCIAL, FUE UN
MOMENTO CLAVE EN LA HISTORIA DE LA SEXUALIDAD
GETTY
34 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
siderada el sexo débil (o precisamente por ello), la
mujereravistacomoinocenteeingenua,conpocoo
ningúnapetitosexualyexentadetodaculpaantesus
indiscreciones.Loshombres,criaturaspecaminosas
ylujuriosas,seaprovechabaninjustamentedelafra-
gilidaddeellas.Sinembargo,estavisiónmaniquease
dio la vuelta en la última mitad del siglo y empezó a
responsabilizarsealasmujeres,porquealoshombres,
pobres esclavos de sus instintos y apetitos sexuales,
no se les podía culpar de nada. Ahora las mujeres,
además de frígidas, eran insaciables y responsables
de todos los males sociales de la época.
Si bien todo esto es cierto, la evidencia ha demos-
trado que el sexo victoriano no estaba polarizado
entre el disgusto femenino y la indulgencia mascu-
lina extramatrimonial. Muchas parejas disfrutaron
de un placer mutuo en lo que ahora se considera
una forma normal y moderna de vivir el sexo.
EL SEXO EN EL MATRIMONIO
Matrimonio y amor no venían de la mano. Solía ar-
gumentarse queeste veníadespuésdelcasamientoy
sinosurgíahabíaqueresignarse.Enconcreto,parala
mujer el matrimonio era más la adquisición de una
identidad social que una fuente de felicidad afectiva
y, mucho menos, de placer sexual.
Las mujeres de clase media y alta no tenían ningún
tipo de información sobre las relaciones sexuales
hasta que las experimentaban en la noche de bodas,
normalmenteconresultadostraumáticos.Dehecho,
la mayoría de las victorianas respetables estaban or-
gullosas de lo poco que sabían sobre su propio cuer-
po, la sexualidad y hasta el parto. Y las que sentían
curiosidad debían resignarse a no hablar de ello.
Al rescate de todas ellas vinieron los llamados ma-
nuales de “higiene marital”. Libros como El matri-
monio piadoso o El consejo para la esposa y
PLACER DE REYES
S
e decía que Victoria estaba
bastante entusiasmada
con el sexo y obsesi-
vamente enamorada de su
marido. De hecho, escri-
bió en su diario sobre su
noche de bodas: “Fue
una experiencia gratifi-
cante y desconcertan-
te. Nunca, nunca pasé
una noche así. Su ex-
cesivo amor y afecto
me dio sentimientos
de amor y felicidad
celestiales. Me abra-
zó y nos besamos una
y otra vez”. Y el 11 de
octubre de 1839 reflexio-
nó sobre las perfecciones
físicas del “querido Alberto”,
también en su diario: “Alberto es
realmente encantador, y tan exce-
sivamente guapo, con tan hermosos ojos
azules, una nariz exquisita y una boca tan bo-
nita, con delicados bigotes y leves pero muy
ligeras patillas, una hermosa figura, ancha de
hombros, y una fina cintura”. Está claro que
‘le ponía’ y que la franca expresión de Victoria
de su deseo acaba con otro estereotipo de la
época, el de que el disfrute del sexo era una
prerrogativa exclusivamente masculina. En
contraste con las creencias generales de su
tiempo, Victoria estaba abrumadoramente a
favor del afecto físico, siempre que fuera entre
ella y su amado Alberto. De hecho, encargó al
artista Franz Xaver Winterhalter que pintara su
retrato de una manera que se consideró alar-
mantemente íntima para la época. Conocido
como La imagen secreta, este retrato fue un
equivalente temprano de enviar fotos sexys
por teléfono.
Su hijo, el futuro Eduardo VII, conocido co-
mo Bertie por su familia, fue tan libertino en
su comportamiento que su padre, el príncipe
Alberto, le escribió lo siguiente: “Sabía que
eras irreflexivo y débil, pero no podía pensar
que eras un depravado”. No solo continuó
coqueteando con mujeres incluso después
de su matrimonio con la princesa Alexandra
(en la medida en que reservó un lugar pa-
ra sus amantes en su coronación), sino que
también fue conocido por encargar una silla
específicamente diseñada para sus encuen-
tros sexuales que utilizaba en su burdel fa-
vorito, Le Chabanais.
Retrato de una
joven reina
Victoria, obra de
Franz Xaver
Winterhalter,
pintor y litógrafo
alemán conocido
por sus retratos
de la realeza
realizados a
mediados del
siglo XIX.
ASC
>>>
PROFILAXIS
VICTORIANA.
En la imagen,
condón de 1813
con manual de
instrucciones en
latín. Museo
Histórico de la
Universidad de
Lund (Suecia).
ASC
>>>
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 35
madre de una doncella que, redactados de
manera cristiana y saludable, contenían informa-
ción sobre el sexo y el cuerpo. En ellos se decía que
el hombre era el sujeto activo en el sexo y la mujer
mera receptora. “Recuéstate y piensa en Inglaterra”,
le dijo una madre a su hija recién casada. Además,
se hacían eco de un estándar sexual que pocos
cuestionaban: los hombres querían y necesitaban
sexo, y las mujeres, libres de deseo sexual, se so-
metían al sexo solo para complacer a sus maridos.
Además, puesto que los hombres estaban natu-
ralmente inclinados al sexo, era trabajo de la es-
posa prevenir la actividad sexual. La autora Ruth
Smythers, en su libro Sex Tips for Husbands and
Wives, publicado en 1894, advirtió que las esposas
deberían “dar poco, dar pocas veces y, sobre todo,
dar de mala gana. De lo contrario, lo que podría
haber sido un matrimonio adecuado podría con-
vertirse en una orgía de lujuria sexual”. Smythers
también encontraba aborrecible la pasión entre
marido y mujer e instruía a estas a “girar levemente
la cabeza para que el beso caiga inofensivamente
en la mejilla” si sus maridos intentaban besarlas
en la boca, y a no permitir nunca “que su marido
vea su cuerpo desnudo”.
Los muchos ‘expertos’ en salud y en dar consejos
que surgieron por doquier no se lo ponían fácil al
disfrute femenino. Por ejemplo, aquel que afirmó
que el sexo o la excitación excesivos podían ha-
cer que “una mujer de constitución y modo de-
licado resulte fatalmente herida de esta manera”.
La postura del misionero –considerada la mejor
para concebir– estaba a la orden del día, pero el
sexo de pie o con las rodillas dobladas se consi-
deró poco aconsejable y se asumió que era una
causa de cáncer. “Ninguna mujer puede desear
un coito como este porque no puede disfrutarlo”,
afirmó otro experto, el dr. James Ashton. Y aña-
dió: “Cualquier ejecución antinatural de este acto
puede dañar la salud de la mujer”. Otro ‘iluminado’
de la época consideraba que una vez al mes, apro-
ximadamente, era la frecuencia ideal para que las
parejas casadas tuvieran relaciones sexuales, pues
este tiempo permitía que los órganos del cuerpo se
recuperaran por completo del esfuerzo.
No hay razón para dudar de las buenas intenciones
de estos informadores, pero no parece que nin-
guna ciencia adecuada respaldara sus opiniones.
Era difícil distinguir entre charlatanería y algo que
realmente pudiera ayudar a las mujeres, sobre to-
do a las jóvenes ingenuas. Además, todos eran
hombres. No hay nada escrito por ellas sobre su
sexualidad y salud íntima.
LA HISTERIA FEMENINA
Fue uno de los males de las victorianas y enseguida
seatribuyóalafaltadeplacersexual(provocadopor
la sumisión). De ahí que la conocida como “histeria
femenina”, cuyos principales síntomas eran dolor de
cabeza, insomnio, irritabilidad, pérdida del apetito
o “tendencia a causar problemas”, fuera tratada por
los médicos estimulando los genitales de la mujer,
es decir, realizando una clitoridectomía o un masaje
pélvico hasta que alcanzase el orgasmo, que, en el
>
>
>
LA IMAGEN
DE LA
INOCENCIA.
Retrato de una
mujer joven
sentada en un
asiento de
mármol (1882),
de William
Oliver. Las
obras de este
artista inglés,
que pintaba a
mujeres
jóvenes,
cargadas de
inocencia y
vestidas a
veces con
trajes griegos o
romanos, eran
muy populares.
“RECUÉSTATE Y
PIENSA EN
INGLATERRA”, LE DIJO
UNA MADRE A SU HIJA
RECIÉN CASADA
ASC
36 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
contexto de la época, se denominaba “paroxismo
histérico”. De este modo conseguía liberar la libido
reprimida y calmarse. Ni que decir tiene que la es-
timulación genital se utilizaba como terapia, pero
estaba vedada en terrenos que no fueran médicos.
Es poco probable que los médicos satisfacieran
manualmente a sus pacientes, como se afirma a
menudo, pero ciertamente existían algunos vibra-
dores interesantes. Fue el médico británico Joseph
Mortimer Granville quien, en 1870, inventó el pri-
mer vibrador electromecánico en forma de pene.
Tuvo un gran éxito, pues en menos de diez minutos
lograba ‘aliviar’ a sus pacientes, aunque su invento
fuera poco higiénico y de un tamaño evidentemen-
te desproporcionado. Curiosamente, los vibradores
eléctricos a menudo se usaban en todas las áreas del
cuerpo excepto en el clítoris de la paciente.
Sigmund Freud, el médico que escandalizó a la
sociedad burguesa de Viena al afirmar que la ma-
yoría de fobias y miedos tenían relación con las
frustraciones sexuales y que introdujo el térmi-
no “libido”, afirmaba que lo que se conocía como
“histeria femenina” era provocado por un hecho
traumático que había sido reprimido en el incons-
ciente, pero seguía aflorando en forma de ataques
que carecían de explicación. Fue el principio de lo
que conocemos como psicoanálisis.
Hoy sabemos que la histeria femenina tenía un
diagnóstico erróneo generalizado de síntomas que
ahora se conocen como epilepsia, shock diabético,
trastornos neuronales, bipolares o de estrés pos-
traumático y depresión posparto (que la propia
reina Victoria sufrió).
MASTURBACIÓN, ¡VADE RETRO!
En 1882 apareceió el trabajo del ya mencionado
Richard von Krafft-Ebing Psychopatia Sexualis,
donde describe diferentes tipos de comportamiento
sexual etiquetándolos como patológicos y creando
el término “desviación sexual” para cualquier acto
sexual que no tuviera como fin la reproducción, lo
que incluía la estimulación sexual de los propios
genitales, lo que se llamaba “auto-abuso”. >>>
EL PELO, PURA SEDUCCIÓN
L
levar el pelo largo era consi-
derado una parte fundamental
del aspecto femenino y de su
sensualidad; por eso, no se cortaba
a menos que fuera absolutamen-
te necesario. La doctrina religiosa
obligaba a llevarlo arreglado y siem-
pre cubierto en público, de modo
que las mujeres ocultaban el cabe-
llo bajo tocados y sombreros y se
lo componían en peinados elabora-
dos, recogidos en trenzas o rizados
y sujetos con lazos, joyas o ador-
nos. La largura y el grosor del cabe-
llo se vinculaban con la sexualidad:
cuanto más largo y grueso fuese,
más apasionada se creía que era su
dueña. Por eso, exhibir la melena
suelta o descuidada se considera-
ba descarado, indecente e, incluso,
impuro, y las mujeres casadas solo
tenían permitido mostrar el cabello
suelto a su marido. No es de extra-
ñar que, para un hombre victoriano,
las fotografías de mujeres con el
pelo largo y suelto fueran particular-
mente excitantes, eróticas y peca-
minosas. En este sentido, se pusie-
ron de moda las fotos en las que las
mujeres posaban de espaldas con
su largo cabello cayendo libremen-
te por detrás, instantáneas que for-
man parte del vasto universo de la
fotografía erótica victoriana.
Un pelo largo, evidentemente,
exigía que se dedicasen mu-
chos esfuerzos a su cuidado;
de ahí que el cabello acabase
siendo también un símbolo de
la clase social. Las féminas de
la burguesía y las clases altas
no tenían ninguna dificultad pa-
ra mantenerlo sano, cuidado y
recogido en maravillosos peina-
dos, obra del servicio domésti-
co, que empleaba horas en esas
extensas melenas, en ocasiones
hasta cuatro veces al día. Ade-
más, utilizaban productos espe-
cíficos –no baratos– para ace-
lerar el crecimiento del pelo o
evitar su caída y la descamación
del cuero cabelludo. Por el con-
trario, las enfermedades, la mala
alimentación y la escasez de di-
nero impedían a las mujeres de
las clases más pobres cuidar y
lucir el cabello como hubieran
deseado. Era habitual que lo lle-
vasen corto (a veces, vendían el
pelo a cambio de dinero) o en
simples moños sin gracia. Sin
duda, escritores y artistas gene-
raron una auténtica idolatría ha-
cia el cabello largo por el modo
de tratarlo en sus obras.
ALBUM
Sobre estas líneas,
una reproducción
en blanco y negro
de Ophelia (1894),
de John William
Waterhouse,
publicada en 1895
en The Magazine
of Art. Existen
fotografías de
victorianas con el
pelo larguísimo
suelto, pero son
imágenes íntimas.
Las mujeres
‘respetables’
nunca se
mostraban así en
público; era algo
reservado al arte
y a modelos y
actrices destinadas
a representar la
intimidad y el
romanticismo.
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 37
Consecuencias de esta práctica eran: locura,
dolores, anomalías en la columna, enfermedades
y hasta tumores. En el caso concreto de la mujer
(con una fuerza vital inferior, se decía) conllevaba,
además, enfermedades uterinas, esterilidad y mal
desarrollo de sus órganos genitales.
A fines del XIX, John Harvey Kellogg, creador de
Corn Flakes e inventor del desayuno de cereales,
consternado por la epidemia de masturbación que
según él estaba arruinando la salud de todos los que
le rodeaban, implantó en el sanatorio de Michigan
(EE UU) que dirigía algunos métodos para frenar
“el vicio solitario”. Cosas como una dieta sobria,
baja en calorías y sin carne, ejercicio vigoroso,
enemas de yogur, descargas eléctricas alrededor
de los genitales, etc. En general, se pensaba que la
masturbación se evitaba comiendo alimentos poco
condimentados, evitando el consumo de mostaza,
pimienta, cerveza y vino y fumar tabaco.
HOMOSEXUALIDAD Y PROSTITUCIÓN
Otro acto sexual que debía reprimirse era la sodo-
mía, práctica que los hombres victorianos tuvieron
absolutamente prohibida, siendo la actitud social
inflexible. Considerada una ofensa grave, conlle-
vaba acciones legales y penales, por lo que quedó
relegada al mundo de la clandestinidad. No obs-
tante, mientras las leyes prohíbían la ‘indecencia’
en público, los actos homosexuales masculinos pri-
vados no se legislaron de manera explícita y severa
hasta 1885, cuando el sexo gay a puerta cerrada se
tipificó como delito. Esto llevó a unos años en los
que se vivió la homosexualidad con relativa apertu-
ra, principalmente en los hombres y especialmente,
pero no exclusivamente, en la intelectualidad. El
pintor prerrafaelita Simeon Solomon fue arrestado
en 1873 acusado de conducta indecente e intento
de sodomía; y el célebre escritor Oscar Wilde fue
encarcelado en 1895. El juez que le condenó a dos
años de trabajos forzados por lascivia se quejó de
no poder condenarlo a más.
La antigua idea de que las prostitutas, como los
pobres, eran un hecho de la vida, fue reemplazada
en la década de 1840 por una moral social que ana-
tematizaba la licencia sexual y especialmente sus
manifestaciones públicas. Idea agravada a medida
que la pobreza y el aumento de la población urba-
na hacía crecer la ‘prostitución circulante’ en las
calles, teatros y centros de ocio masculinos: salas
de juego y locales para espectáculos de variedades
de carácter erótico.
Conocida como “el gran mal social”, abundaba en
las ciudades victorianas, llegando a alcanzar una
notoriedad terrible en el Londres de Jack el Des-
tripador (1888). Y es que los burdeles –de mejor
o peor categoría– se situaban generalmente en los
barrios bajos, como el de Whitechapel –en el West
End londinense–, en el que actuó el famoso asesino
en serie y donde había 62 burdeles. La clandesti-
nidad implícita a la prostitución impide conocer
el número total de prostitutas, pero las estadísticas
policiales contabilizaron en 1839, solo en Londres,
6.000 mujeres dedicadas a ello; en 1850, ascendie-
ron a 8.600, y en 1888, a 24.300.
Muchas de ellas ejercían la prostitución por haber
sido vendidas, entregadas como pago o seducidas
y era común hacer subastas de mujeres en los bur-
deles, siendo las que mayores precios obtenían las
niñas vírgenes. Esto llevó a poner en marcha una
campaña social en sermones, prensa, literatura y
arte para intimidar, avergonzar y expulsar a las
‘mujeres caídas’ de las calles, presentándolas como
depravadas, peligrosas y condenadas a la enfer-
medad y la muerte. La Metropolitan Police Act de
1839 intentó erradicar legalmente la prostitución
de las calles y, aunque no lo logró, sí llevó a dismi-
nuir el número de “casas de tolerancia”. Además,
se abrieron refugios para ellas, y hombres como el
futuro primer ministro W. E. Gladstone patrulla-
ban las calles de noche para persuadir a las niñas
de que dejaran su vida de “vicio”.
LA PROSTITUCIÓN CRECIÓ AL HABER MÁS POBLACIÓN
URBANA Y MISERIA EN LOS BARRIOS BAJOS
>
>
>
GETTY
CASAS DE
TOLERANCIA.
Abajo, una
ilustración
coloreada de
1802, obra de
Thomas
Rowlandson,
en la que un
político inglés
hace un alto en
su camino hacia
la Cámara de
los Comunes
para visitar a
‘señoritas de
vida alegre’.
38 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
En otro intento por combatir la prostitución, las Le-
yesdeEnfermedadesContagiosas,entre1864y1869,
legalizaronalasprostitutas,imponiéndoleslaobliga-
cióndeserexaminadasmédicamenteparadescartar
queestuvieranenfermas(latransmisióndeenferme-
dadesvenéreaseraungranproblema);sisenegaban
eran detenidas. Fue esta legislación la que dio pie al
exitoso movimiento contra las enfermedades con-
tagiosas liderado por Josephine Butler, al poner en
riesgo la reputación de mujeres inocentes. Incluso
algunas damas de la burguesía llegaron a exigir que
sedejaradeladolamoralestablecidaparapermitirles
satisfacersexualmenteasuesposo,demodoqueeste
no tuviera que recurrir a la prostitución. La llegada
demujeres‘educadas’quehablabansobretemasque
hasta entonces se consideraban inapropiados para
discutir en público subrayó los roles cambiantes del
período victoriano. Las leyes fueron derogadas en
1886 por discriminación sexual.
EL COMERCIO (SECRETO) DE PORNOGRAFÍA
La fotografía del siglo XIX comercializó contenido
sexual explícito casi desde sus inicios. Obviamen-
te había desnudos integrales, pero la mayoría del
negocio de la fotografía erótica lo generaban las
escenas ilícitas de mujeres semidesnudas mostran-
do las piernas o los pechos en un tocador. Hoy
podrían parecer casi ridículamente inocentes y
ni siquiera eróticas; sin embargo, dan una visión
reveladora del deseo y las costumbres sexuales de
la época victoriana.
En 1834, se estimaba que había 57 tiendas de
pornografía en Holywell Street, calle del centro
de Londres que fue descrita por The Times como
“la calle más vil del mundo civilizado”. La Ley de
Publicaciones Obscenas de 1857 nació con la in-
tención de acabar con este comercio ilegal, pero
simplemente lo llevó a la clandestinidad, con sus
protagonistas trabajando con nombres falsos para
evitar ser detectados. Enjambres de hombres, a
veces algunas mujeres, merodeaban por los esca-
parates y, ocasionalmente, desaparecían dentro de
las tiendas donde les esperaban libros de títulos
sugerentes, grabados obscenos y las mencionadas
fotografías de escenas de tocador, que ofrecían una
visión voyeurista de cómo supuestamente se com-
portaban las mujeres a puerta cerrada.
En 1873, la Ley Comstock prohibió “todo libro,
panfleto, imagen, papel, escrito, impreso u otra
publicación de carácter indecente obsceno o las-
civo”. Esto puso difícil el acceso a la pornografía
y al arte erótico, pero también a la información
sobre la sexualidad, en general, y los métodos an-
ticonceptivos, en particular, que tanto necesitaba
esa sociedad, sobre todo las mujeres.
Sea como fuere, queda claro que para estar tan ob-
sesionados con la “buena moral”, los victorianos
estaban muy interesados en lo que otra gente hacía
en privado y se permitían disfrutar con ello.
ASC
ASC
FOTOGRAFÍA
ERÓTICA.
Sobre estas
líneas, una de
las instantáneas
eróticas de
Wilhelm von
Plüschow,
fotógrafo
alemán que
emigró a Italia
y alcanzó fama
con sus
fotografías de
jóvenes
desnudos.
JOSEPHINE
BUTLER.
La feminista y
reformadora
social
británica
retratada
en 1876.
MH
MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 39
Amante esposa, buena madre, responsable ama de casa y
guardiana de la decencia: así debía ser. Ya fuera de clase
trabajadora o burguesa se la relegaba al hogar y, aunque logró
plantar la semilla del movimiento feminista, la desigualdad con el
hombre fue un lastre para la mujer durante toda la era victoriana.
COVADONGA ÁLVAREZ
PERIODISTA
>>>
E
s evidente que en el siglo XIX una mujer
de clase trabajadora no llevaba la misma
vida que una burguesa –de una noble ni
hablamos–, pero si algo las unía era su
supeditación a los hombres (padre, tío,
hermano, esposo), el ser consideradas,
literalmente, de su propiedad, además de su falta
de derechos –no podían votar, demandar, poseer
un bien ni heredar– y la idea de que ambas se rea-
lizaban a través de sus responsabilidades dentro del
hogar y de su deber moral hacia sus familias –espe-
cialmente sus maridos– y la sociedad. Eso les daba
un objetivo vital común: casarse y tener hijos.
MATRIMONIO, FAMILIA Y BONDAD MORAL
La idea que asignaba la esfera privada a la mujer y la
pública –negocios, comercio y política– al hombre
estababienextendidaamediadosdelXIX,porGran
Bretaña y por todo el mundo. En siglos anteriores,
era habitual que las mujeres trabajaran junto a sus
maridos y hermanos en el negocio familiar, pero
ahora –en las clases medias– eran los hombres los
que se desplazaban a su lugar de trabajo (la fábri-
ca, la tienda, la oficina) mientras sus esposas, hijas
y hermanas se quedaban en casa para supervisar
las tareas domésticas. De hecho, en la literatura de
consejos populares y en las novelas femeninas, así
como en las columnas publicitarias de revistas y
periódicos, se pregonaba que el ámbito doméstico
era el dominio femenino.
No había otra: el hogar era el mundo de la mujer
victoriana porque estaba completamente excluida
de la vida pública; de las universidades, de tener
una profesión y de votar en cualquier elección.
En los casos en que se veía obligada a traba-
LA
MUJER
VICTORIANA
40 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
EN FAMILIA.
Lilly Martin Spencer, pintora
estadounidense de mediados del
XIX famosa por sus escenas
domésticas de cálida atmósfera
feliz, recrea una escena informal de
un típico matrimonio victoriano con
su pequeño hijo (1851-52).
GETTY
jar fuera de casa, debido a circunstancias
familiares adversas, su labor era de baja categoría
y mal remunerada. El de institutriz era uno de los
pocos puestos que podía ocupar una chica de clase
media y solo lo hacía en circunstancias extremas,
ya que el salario era escaso y el trato a menudo
poco amable, cuando no humillante.
Las mujeres de la clase trabajadora, por supuesto,
tuvieron una experiencia muy diferente. Comen-
zaban a trabajar alrededor de los diez años, a me-
nudo en el servicio doméstico o como operarias
de fábricas o jornaleras agrícolas, y continuaban
trabajando hasta que se casaban.
A través de los movimientos sindicales, los traba-
jadores se esforzaban por asegurarse salarios que
permitieran a sus mujeres ser esposas y madres
a tiempo completo, una aspiración en sintonía
con la noción burguesa de felicidad doméstica. Si
lo lograban y ganaban lo suficiente para mante-
nerlas, ellas dejaban de trabajar; de lo contrario,
trabajaban toda su vida, tomándose solo breves
descansos para dar a luz. El servicio doméstico
siguió siendo la categoría más importante de em-
pleo femenino durante todo el período (emplean-
do al 10% de la población femenina en 1851 y a
más del 11% en 1891). También trabajaban en
fábricas de textiles, alfarería, agricultura y confec-
ción y en empleos estacionales o no registrados,
especialmente el lavado de ropa.
Así pues, la mujer, fuera cual fuera su clase social,
se movía en un mundo basado en las creencias
evangélicas de la importancia de la familia, la cons-
tancia del matrimonio y la bondad moral innata
en ellos. Para entender lo que se consideraba en la
época victoriana qué era la mujer perfecta, nada
como la necrológica de la esposa del reverendo J.
Goodby, de Leicestershire, que se publicó en The
General Baptist Repository and Missionary Ob-
server en 1840. En ella se dice que cumplía con sus
deberes como dueña de una pequeña familia con
“piedad, paciencia, frugalidad e industria” y que
“su ardiente e incesante fluir de ánimo, extrema ac-
tividad y diligencia, puntualidad, rectitud y notable
frugalidad, combinados con una firme confianza
en Dios (...), la guiaron a través de los momentos
más duros con seguridad y respetabilidad”.
LAS QUE
TIENEN
QUE SERVIR.
Sobre estas
líneas, Bajando
para el té (1874),
acuarela de
George Goodwin
Kilburne que
muestra a una
niñera inglesa
con las dos
pequeñas a
su cargo.
A la derecha,
una sirvienta
victoriana con
una escoba
en la mano,
fotografiada
en 1867.
EL SERVICIO
DOMÉSTICO FUE LA
CATEGORÍA MÁS
IMPORTANTE DE
EMPLEO FEMENINO
ALBUM
GETTY
>
>
>
42 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
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  • 1. www.muyhistoria.es LA ÉPOCA VICTORIANA VICTORIA I Personalidad y destino TIEMPOS MODERNOS Industrialización y avances científicos EXPANSIÓN COLONIAL BRITÁNICA Un imperio por explorar MORAL Y SEXO Doble juego social ARTES Y LITERATURA El fascinante mundo de Dickens, Wilde, los prerrafaelitas… Una sociedad encorsetada
  • 2.
  • 3.
  • 4. LA REINA VICTORIA. Retrato de 1880, cuando llevaba 43 años siendo reina de Inglaterra, solo tres emperatriz de la India y 19 viuda. Vestida de riguroso negro, lleva la estrella y la cinta de la Orden de la Jarretera. GETTY 4 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 5.
  • 6. vez más distintas: una que iniciaba su lento ocaso y otra que recién empezaba a despuntar. DESARROLLO ECONÓMICO Durante los años de su largo reinado, entre 1837 y 1901, Victoria I restauró e incluso elevó hasta co- tas nunca alcanzadas el prestigio de la monarquía, lo que contribuyó a que el Reino Unido fuera la indiscutible primera potencia mundial. Esos años, además, estuvieron marcados por la estabi- lidad política, el auge de la revolución industrial, el desarrollo económico, una acelerada urbaniza- ción y la expansión de los territorios coloniales británicos. De hecho, en esos poco más de sesenta años, la Inglaterra victoriana pasó de ser un país eminentemente agrario y rural a convertirse en una nación profundamente industrializada y ur- bana. El estatus de Gran Bretaña como potencia política mundial se vio reforzado por una econo- mía fuerte, que creció rápidamente entre 1820 y 1873. Este medio siglo de crecimiento fue seguido por una depresión económica y, desde 1896 hasta 1914, por una modesta recuperación. Con las primeras fases de industrialización ter- minadas hacia 1840, la economía británica se expandió. Gran Bretaña fue testigo de una gran sacudida de cambio tanto en la economía como en la sociedad. Esto se vio en la organización y las finanzas de la industria y el comercio, las ha- bilidades y prácticas laborales de la producción y la tecnología, el crecimiento masivo de la po- blación y la urbanización y el desarrollo y disci- plinamiento del trabajo. Además, se mejoraron enormemente los transportes por canales, ríos, carreteras y mar. A partir de la década de 1840, los ferrocarriles revolucionaron la velocidad de las comunicaciones y el transporte de pasajeros y, más gradualmente, el transporte de mercan- cías. El éxito de la economía se apoyó en bases mucho más amplias en la década de 1840 con la expansión de las redes ferroviarias, primero en el país y luego en el extranjero. El papel del gobierno tanto a nivel nacional como local se transformó considerablemente. El dina- mismo de la economía pasó firmemente de la agricultura a la industria y al comercio. Algunas regiones, en particular las zonas de yacimientos de carbón, se industrializaron rápidamente; otras vieron un cambio revolucionario centrado en el desarrollo del comercio y la construcción de bar- cos en las ciudades portuarias. A mediados del XIX, la industrialización había alterado la vida de las mujeres y los niños tanto como la de los hombres. Las ideas de género y FUERON AÑOS DE GRAN ESTABILIDAD POLÍTICA Y DESARROLLO SOCIAL Y ECONÓMICO UNA MUJER DE OTRO MUNDO. La ingeniera civil Emily Warren Roebling (1843 -1903) retratada en 1896. Brooklyn Museum, Nueva York. > > > ASC 6 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 7. etnia, así como de clase, habían cambiado. La industrialización había afectado al consumo y al comercio tanto como a la industria, y tanto al ocio como al trabajo. Implicó cambios en motivacio- nes, aspiraciones, ideologías y estéticas. En lo económico, el país trataba de importar di- rectamente de sus colonias de ultramar las ma- terias primas que necesitaba, mientras exportaba sus excedentes textiles y metalúrgicos. La banca inglesa, además, se benefició de esa segunda etapa de la revolución industrial en que estaba sumido el país y multiplicó sus activos, sobre todo gracias a los préstamos a los grandes industriales. Así, el Banco de Inglaterra se convirtió en el mayor banco del mundo y la libra esterlina en la di- visa internacional de referencia. Su rapidísima expansión económica vino fundamentalmente de la mano de industrias como las del textil, el hierro, el acero y el carbón. No solo los productos británicos, sino también los barcos británicos, el capital británico y las instituciones financieras británicas dominaban el comercio mundial. LA POLÍTICA VICTORIANA Una de las claves de la grandeza de la era victoria- na radicó en su inalterable estabilidad política. La reina Victoria tuvo muy claro que reinaba, pero no gobernaba. La relación personal que mantuvo con los diferentes primeros ministros que lide- raron Gran Bretaña durante su reinado no fue siempre cordial, aunque en todo momento supo preservar la imagen pública de neutralidad que debía guardar la monarquía, y con ello consolidó definitivamente el prestigio del régimen consti- tucional –y monárquico– del país. Bajo su largo reinado se sucedieron casi una de- cena de primeros ministros, algunos tan desta- cados como Robert Peel, lord Palmerstone o lord Salisbury, aunque sin duda los más brillantes y recordados fueron el conservador Benjamin Dis- raeli y el liberal William Gladstone. De hecho, la rivalidad política entre ambos dominó la política británica durante decenios, y para muchos re- presentan el nacimiento de la política moderna. Gladstone y Disraeli eran muy distintos: el REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. Grabado de 1830 que recrea una fábrica de gas a orillas del Regent’s Canal, importante vía de desarrollo industrial inaugurada en 1820. ¡VIAJEROS, AL TREN! Un tren entrando en la estación de King’s Cross, Londres (dibujo a lápiz del artista polaco Krystian Wozniak). >>> ALBUM SHUTTERSTOCK MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 7
  • 8. primero era de carácter fuerte, muy reli- gioso, serio e idealista (solía ir al encuentro de prostitutas, con las que conversaba para ‘redimir- las’), mientras que el segundo, el único primer ministro de origen judío que ha tenido el Reino Unido hasta la fecha, era más bien extravagante, cínico y no demasiado religioso. Ambos, a pesar de su férrea rivalidad política, impulsaron suce- sivas ampliaciones del sufragio e idearon campa- ñas electorales de nuevo cuño, precedentes de las modernas. La Campaña Midlothian de 1879, por ejemplo, llevó a Gladstone a recorrer ciudades y villas británicas durante dos semanas, acom- pañando sus mítines de espectáculos de baile y eventos deportivos. Disraeli, por su parte, trató con cierto éxito de adaptar su discurso conserva- dor a las necesidades de las clases trabajadoras, tratando así de atraer el voto de los obreros y de los sectores más desfavorecidos de la sociedad hacia su partido. LA ERA DE LAS LUCES Impulsada por la estabilidad política, la era victo- riana significó un momento histórico en el que se produjeron importantísimos avances en el Reino Unido, en casi todos los ámbitos. En 1839 se inventó la fotografía y, de hecho, fueron los victorianos los primeros en tener al- gún que otro retrato fotográfico en sus salones. También fue la época en la que se extendió el alumbrado a gas en edificios públicos, calles y do- micilios. Las bicicletas empezaron a utilizarse allá por 1870, aunque no fue hasta la década de los ochenta que ganaron popularidad, mientras que los primeros automóviles hicieron su aparición a mediados de la misma década. Durante los años treinta y cuarenta se produjo la gran expansión del ferrocarril británico con la construcción de miles de kilómetros de vías férreas que vertebra- ron el país, lo que permitió que tanto las familias BENJAMIN DISRAELI. Junto a estas líneas, el aristócrata y político conservador británico retratado en 1878 por el fotógrafo Cornelius Jabez Hughes. Famoso por su magnífica oratoria y su amistad con la reina, Disraeli (1804- 1881) fue dos veces primer ministro del Reino Unido. WILLIAM EWART GLADSTONE. Fotografía del político liberal británico (1809-1898), que ocupó varios cargos en los gobiernos de la reina Victoria, entre ellos el de primer ministro en cuatro ocasiones. LA RIVALIDAD ENTRE EL CONSERVADOR DISRAELI Y EL LIBERAL GLADSTONE DOMINÓ LA POLÍTICA VICTORIANA > > > ASC ASC 8 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 9. adineradas como las más humildes pudieran via- jar del campo a la ciudad y del interior a la costa en tren, dado lo asequible de los billetes. En el ámbito laboral se produjeron avances que dignificaron las miserables condiciones en las que trabajaban los obreros británicos, como el esta- blecimiento de la jornada laboral de diez horas en 1847, el reconocimiento de los sindicatos obreros en 1871 o el del derecho de huelga en 1875. En 1845 se promulgó la ley que permitía a los gobiernos locales crear bibliotecas gratuitas, lo que posibilitó que en pocas décadas la inmensa mayoría de grandes ciudades del Reino Unido disfrutaran de bibliotecas a disposición de sus ciudadanos. Además, en1870 se aprobó la im- portantísima Ley de Educación Primaria Forster, origen del actual sistema educativo británico y al amparo de la cual se crearon escuelas primarias no confesionales y gratuitas por todo Reino Uni- do, a las que debían asistir obligatoriamente los menores de trece años. Y, con el acceso universal a la educación primaria y la alfabetización masiva de las nuevas generaciones, se popularizaron la prensa y la literatura de autores británicos de la época como Oscar Wilde, Charles Dickens o las hermanas Brontë. La literatura fue, por cierto, uno de los pocos ámbitos de la cultura en el que las mujeres gozaron de alguna presencia du- OBREROS FABRILES. Interior de la Early Blanket Factory, fábrica de mantas situada en Oxfordshire. La fotografía, de 1898, muestra a un grupo de obreros –la clase social más baja– embalando mantas. LA GRAN EXPOSICIÓN DE 1851 C oncebida para mostrar el progreso industrial de todo el mundo y promovida por el príncipe Alberto, fue la primera Exposición Universal, todo un acontecimiento internacional que marcó el pico del dominio económico británico. En ella se pu- dieron ver los frutos de la creciente industrialización y de la ilimitada imaginación humana –maquinaria, productos manufacturados, esculturas, materias pri- mas...–, y el lugar en el que se vieron, el Crystal Pa- lace, fue a su vez un gran avance, un monumental y visionario logro arquitectónico construido en Hyde Park. No pudo haber mejor escaparate para una Gran Bretaña que dominaba el comercio mundial (lo haría durante algunas décadas del siglo) con sus manufacturas. Pero el efecto de la Gran Exposición tuvo sus límites y el crecimiento de la economía bri- tánica se desaceleró desde la década de 1870. En algunas industrias británicas, sobre todo en la textil, se produjeron cambios masivos –tecnológi- cos y organizativos– que provocaron un crecimien- to espectacular de la productividad. La mayoría de los artículos fabricados en serie se produjeron de manera más eficiente y competitiva en Gran Breta- ña que en cualquier otro lugar y, además, tenían el poder comercial, financiero y político para superar a sus rivales nacionales y extranjeros. Ningún otro país pudo competir al principio, por lo que Gran Bretaña se convirtió en el taller del mundo. Esto fue así, aunque no se puede exagerar el alcance de la transformación: wen muchos sectores y regiones del país, este cambio fue lento o menor. Creció el número de grandes empresas con miles de traba- jadores que empleaban maquinaria motorizada, pero fueron aún excepciones (incluso en la fabrica- ción de algodón): la mayoría de los trabajadores de las empresas típicas de mediados de siglo no eran operarios de máquinas. Gran parte de la indus- tria siguió siendo de pequeña escala e intensiva en mano de obra, orientada hacia mercados de nicho más que de masas. Es más, proliferaron talleres no regulados y callejeros con mano de obra femenina o infantil barata, así como pequeñas empresas fa- miliares. Es cierto que creció la demanda de otras naciones industrializadas y que se amplió la gama de manufacturas británicas, sobre todo del hierro, el acero y la ingeniería, pero otros países, como Alemania y EE UU, estaban alcanzando a Gran Bre- taña, ya que disponían de suministros de energía y materias primas más abundantes y baratos. Ade- más, los ferrocarriles pronto abrirían los grandes graneros del mundo en Rusia y América del Norte, inundando Europa con su grano barato. >>> GETTY MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 9
  • 10. rante la era victoriana. En este sentido, se avanzó en el derecho al sufragio, aunque a finales del reinado de Victoria I las mujeres aún no te- nían reconocido el suyo. Las reformas electorales de 1832, 1867 y 1884 extendieron cada vez más el derecho al voto y fueron una de las causas que explican que en el Reino Unido no se produjeran estallidos revolucionarios de aspiraciones libe- rales como los que sacudieron buena parte de Europa en 1830 y 1848. LA EXPANSIÓN COLONIAL La era victoriana fue también la época de máxi- ma expansión territorial del Imperio británico. De hecho, su política exterior estuvo marcada por la doctrina del ‘espléndido aislamiento’, que consistía en evitar alianzas permanentes con las demás potencias. Esta doctrina, llevada a su máxima expresión por primeros ministros conservadores como Benjamin Disraeli o lord Salisbury, defendía que un Imperio con unas fronteras tan extensas y unos intereses comer- ciales tan importantes y variados, hasta el punto de que su supervivencia dependía de asegurar las importaciones de materias primas para su galopante industria, no podía comprometerse con ningún otro país de igual a igual. Es decir, la política exterior del Imperio británico debía tener como único objetivo el tratar de consoli- darse y mantenerse en esa posición, la de primer imperio o potencia mundial. Parece evidente que la doctrina funcionó, al menos hasta la firma de la Entente Cordiale en 1904, ya que durante toda la época victoriana el Imperio británico amplió sin cesar sus territo- rios coloniales. En Asia los ingleses arrebataron Hong Kong a China tras la Guerra del Opio, con- solidaron su dominio en Birmania y Malaca y conquistaron Afganistán, mientras que en África se aseguraron en 1875 el control del Canal de Suez –construido entre 1859 y 1869–. El primer ministro Disraeli convenció a la reina Victoria de la necesidad de comprar las acciones sacadas a la venta por el pachá de Egipto, y con ello lograron el control de las rutas comerciales hacia la India. En 1882, Inglaterra ocupó militarmente Egipto, y la Convención de Constantinopla de 1888 declaró el canal zona neutral bajo protección británica. REINO UNIDO NO VIVIÓ ESTALLIDOS REVOLUCIONARIOS COMO EL RESTO DE EUROPA EL TRÁFICO LONDINENSE EN 1884. Fotografía de finales del siglo XIX en la que vemos una mayoría de coches de caballos circulando por la calle Whitehall, en Westminster (Londres), junto a alguno de los primeros automóviles de la ciudad. > > > GETTY GETTY 10 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 11. Además, se hicieron con el control de amplísi- mos territorios de Sudán, Zanzíbar, Rodesia del Sur (actual Zambeze), Somalia, Uganda y Kenia, mientras consolidaban su influencia en la zona de la actual Nigeria. EL PROBLEMA IRLANDÉS En Irlanda se localizó el principal problema colo- nial al que se enfrentó Gran Bretaña. Fue en 1800, con la aprobación del Acta de Unión, cuando se formalizó legalmente la unión de ambos reinos, aunque lo cierto es que durante todo el siglo XIX la mayoría de la población irlandesa estuvo im- buida de un fuerte nacionalismo de profundas raíces sociales, políticas y religiosas. El malestar irlandés se vio exacerbado tras la ‘gran hambruna’, la plaga que afectó a las cosechas de patatas y que condenó a millones de irlandeses a la muerte o la emigración. Desde entonces, el Imperio bri- tánico tuvo que enfrentarse a la oposición, tanto pacífica como armada, de prohombres políticos y de rebeldes irlandeses partidarios de la inde- pendencia. Fue el caso, por ejemplo, de Daniel O’Connell, más conocido como ‘el libertador’, y del movimiento feniano. Irlanda se mantuvo bajo soberanía británica du- rante todo el reinado de Victoria I a pesar de las tensiones, pero estas se agudizaron durante el de su hijo Eduardo VII, desencadenando una guerra abierta que desembocó, finalmente, en la independencia de Irlanda, ya bajo el reinado de Jorge V. Apenas habían transcurrido veinte años desde el fallecimiento de su abuela Victoria. LOS INEVITABLES Y PROFUNDOS CAMBIOS SOCIALES A pesar de sus avances, la sociedad victoriana estaba lastrada por profundos contrastes y des- igualdades. La cúspide de la pirámide social se- guía estando ocupada por la nobleza, propietaria aún de enormes propiedades urbanas y rurales, aunque ahora debían compartir el poder con la alta burguesía capitalista, conformada en su ma- yoría por grandes inversores y dueños de fábricas. La clase media, en aumento constante, la consti- tuían profesionales liberales, comerciantes MOVIMIENTOS SOCIALES. A la izquierda, una reunión en St. James’s Hall (Londres) para promover el sufragio femenino (grabado). A la derecha, la reina en una caricatura contra su política irlandesa titulada Hungry Deaths in Ireland (Muertes por la hambruna en Irlanda). >>> ALBUM MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 11
  • 12. mayoristas y funcionarios de alto rango. Fue esta clase social la que asumió como propios los ideales victorianos ensalzados por la monarquía: sobriedad, discreción en las costumbres, devoción religiosa, exaltación del trabajo, conservadurismo. La clase social más baja la conformaban los traba- jadores, sobre todo obreros fabriles, cada vez más numerosos a causa de la segunda ola de industria- lización que se vivió durante el reinado de Victo- ria. Estos asalariados se habían ido agrupando en barrios de nueva construcción, ocupando edificios húmedos e insalubres en los que convivían familias de muchos miembros en condiciones infames. Friedrich Engels, el gran teórico del comunismo y del socialismo, era profundo conocedor de esta realidad, pues su padre era propietario de una im- portante fábrica textil en Manchester. En La situa- ción de la clase obrera en Inglaterra afirmó que en Manchester, la segunda ciudad del Reino Unido y la primera ciudad industrial del mundo, vivían decenas de miles de personas en condiciones de LOS NUEVOS CONSUMIDORES S in duda, la demanda de productos alimentó la economía victoriana. Aunque las manufacturas británi- cas dominaban los mercados europeos y transatlánticos, fue el consumo interno el que proporcionó un cimiento seguro para la prosperidad que vivió Gran Bre- taña a mediados de siglo. Esta demanda fue impulsada, por un lado, por la ex- plosión demográfica –más ciudadanos, más consumidores– y, por otro, por el aumento de los ingresos, especialmente para las clases medias y los trabajado- res con habilidades particulares, como la ingeniería. El aumento de las oportu- nidades de ganar un salario para muje- res y jóvenes impulsó el gasto familiar, especialmente en los distritos textiles y en las ciudades. Más personas compra- ban una mayor variedad de ropa, zapa- tos, artículos para el hogar; en su lista de la compra figuraban loza, cubiertos, espejos, libros, relojes, muebles, corti- nas y ropa de cama, así como una gran variedad de artículos pequeños como hebillas, cintas, botones, cajas de rapé u otros artículos de lujo. Se compraba más cerveza, mantequilla, pan, leche, carne, verduras, frutas, pescado y todos los demás productos alimenticios, en lugar de fabricarlos o cultivarlos en casa. Esta “revolución del consumo” del pe- ríodo victoriano fue sin duda impulsada también por la emulación social. Cada clase social aspiraba a los hábitos y pa- trones de consumo de las superiores. En un período de cambio y transforma- ción social, no hay duda de que la ropa, las pertenencias personales y el hogar eran formas importantes de comuni- car la posición de uno en la sociedad. Las modas y los diseños en constante cambio también estimularon la deman- da, mientras que las nuevas formas de marketing y venta minorista hicieron que los productos estuvieran más fácilmen- te disponibles para el consumidor. Es- to se manifestó en el crecimiento de las tiendas –tanto en las ciudades como en los pueblos– y en el uso de escapara- tes en ellas, así como en el desarrollo de los grandes almacenes en las ciudades (desde la década de 1880) y en la ex- tensión de la publicidad en periódicos y vallas. A las agresivas campañas publi- citarias se unieron la imposición de pre- cios fijos (se acabaron los regateos) y la posibilidad de devolución de los bienes defectuosos y del dinero. AUNQUE CRECIÓ LA CLASE MEDIA, EL LASTRE DE LA DESIGUALDAD SOCIAL SE MANTUVO > > > 12 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 13. hacinamiento, suciedad e insalubridad extremas, hasta el punto de describir algunos barrios de la ciudad, como el de Angel Meadow, como auténti- cos “infiernos en la tierra”. Lo mismo ocurría con muchos distritos de la metrópoli, como el de Seven Dials, una barriada obrera de Londres que, desde mediados del siglo XIX hasta bien avanzado el XX, fue sinónimo de pobreza y delincuencia. De hecho, la precariedad económica de estas fa- milias era tal que muchos niños, hijos de familias obreras, acudían diariamente a trabajar en las fá- bricas. El trabajo infantil estaba a la orden del día, tanto que el gobierno tomó cartas en el asunto y en 1842 prohibió emplearlos en las minas y en 1878, mediante la Ley de Fábricas, prohibió trabajar a los menores de 10 años. En cuanto a las mujeres, en una época en la que la familia era el eje central de la sociedad, se vieron relegadas al ámbito doméstico. Aquellas que de- seaban o necesitaban trabajar solo podían hacerlo como sirvientas, comerciantes en tiendas minoris- tas, empleadas en las industrias del algodón y de la lana –muy importantes en zonas como Manchester, Lancashire o West Yorkshire– o, en el mejor de los casos, como maestras o institutrices. Como hemos visto, la era victoriana fue época de profundos contrastes; de luces y de sombras. No sorprende, por tanto, que la reina Victoria quisiera conocer a aquella mujer americana que había con- seguido ponerse al mando en la construcción del puente más largo hasta la fecha, algo inalcanzable para una mujer británica de la época. Emily era una pionera, una mujer valiente, que era más libre y ha- bía visto más mundo que la mismísima monarca del Imperio británico. Sí, Victoria reinaba sobre la naciónmáspoderosadelmomento,pero,comobien sabía ella, reinar no es lo mismo que gobernar. Emily Warren Roebling, ingeniera jefe del puente de Brooklyn, en Nueva York; Victoria I de Inglate- rra, reina del Imperio británico. No hay nada que represente mejor las luces y las sombras de la época victoriana que su encuentro en el Palacio de Buc- kingham en aquel lejano año de 1896. TRABAJO INFANTIL. En la ilustración, un hurrier en un pozo de carbón de Lancashire, en el siglo XIX. Así eran llamados los niños –y también mujeres– que se metían en la mina, tiraban de los cajones de carbón y los sacaban afuera. GRANDES ALMACENES. The New Exeter Exchange, galería comercial de Strand (Londres) con pequeñas tiendas en la planta baja, en un grabado publicado en 1844 por Illustrated London News. GETTY GETTY MH MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 13
  • 14. CORDON PRESS Victoria I de Inglaterra –aquí retratada en su juventud– fue una gran matriarca para sus hijos y para sus súbditos durante casi sesenta años.
  • 15.
  • 16. GETTY E l funeral de la reina Victoria, celebrado en Londres el 2 de febrero de 1901, fue un gran evento público, pero por sí solo ha- blaba a gritos de la vida privada de la gran monarca. Todo el país se sentía en duelo, no solo por la pérdida de su soberana, sino por el final de toda una era. La reina moría a la edad de 81 años. Hacía casi cuatro décadas que Victoria apenas era visible al público, escondida en su privacidad y vestida de negro desde que quedara viuda de su amado esposo, el príncipe Alberto. Sin embargo, dentro del sarcófago, su cuerpo estaba revestido de blanco, con su velo original de boda, y acompañado por infinidad de recuerdos familiares: la bata de Alberto, las fotografías de sus hijos, pañuelos con las iniciales bordadas de sus seres queridos; la fotografía de John Brown, su último y más íntimo confidente, y en los dedos, sus cinco anillos más apreciados, re- galo de su esposo, su madre y sus hijas. El túmulo fue depositado en el mausoleo real de Frogmore, adyacente al Castillo de Windsor, donde pudo reposar finalmente a eternidad junto a su esposo. Victoria era considerada “la abuela de Europa”. Entre los asistentes a su funeral se encontraban hijos y nietos que representaban a la mayor parte de las casas reales, ligadas por una estrecha red de parentesco victoriano. Había sido la monarca de más largo reinado –63 años– en el momento álgido del poder del Imperio británico. Aunque durante su mandato se habían librado varias gue- rras de expansión colonial, ella misma era vista como un símbolo de paz y estabilidad, dentro y fuera de las fronteras del Reino Unido: la Pax Britannica. Había restaurado el prestigio de la Corona y la fe en el Imperio. Pero, más allá de la pompa y el poder, Victoria había sido una mujer apasionada, con una intensa vida privada. Es por eso por lo que sus hijos se encargaron a su muerte de borrar todo suceso personal que empañara la imagen pública de su madre. Su hija menor, la princesa Beatriz –madre de Victoria Eugenia de Battenberg, reina de Espa- ña–, fue la última encargada de destruir diarios y cartas comprometedores. Por fortuna para la historia, la sorprendente intimidad de la reina Victoria pudo sobrevivir a la censura familiar y conocerse. LA NIÑA HEREDERA Victoria era la última de la dinastía Hannover, iniciada en 1714 en Reino Unido cuando Jorge I, elector de Hannover en Alemania, fue elegido para suceder a su prima la reina Ana de Gran Bretaña, muerta sin descendencia. Aunque ha- bía otros con mayores derechos sucesorios, él era el primer protestante en la línea. La Casa de Hannover, sin embargo, iba a sufrir a lo largo del siglo XVIII un auténtico descalabro sucesorio, debido a la desordenada vida privada de sus su- cesivos reyes (Jorge I, Jorge II y Jorge III). Jorge El cortejo fúnebre de la reina Victoria I atravesando Londres entre un inmenso gentío, el 2 de febrero de 1901. 16 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 17. ASC ALBUM PROCLAMADA Y CORONADA. Arriba, cuadro de Henry Tanworth Wells de 1907 que recrea el momento en que Victoria recibe la noticia de su ascenso al trono, el 20 de junio de 1837. Abajo, grabado que muestra su coronación un año más tarde, el 28 de junio de 1838. >>> III –inhabilitado para reinar por enfermedad mental–tenía doce hijos (cinco mujeres y siete varones), pero todos estaban solteros, a excep- ción de uno, cuyo matrimonio parecía estéril. Así, cuando en 1817 falleció de sobreparto la princesa Carlota Augusta de Gales, única hija del Príncipe Regente (futuro Jorge IV), la línea de sucesión al trono británico pareció extinguida. De ahí que se desencadenara una competición por casarse con celeridad entre los príncipes solteros. El príncipe Eduardo, cuarto hijo de Jorge III, propuso de inmediato matrimonio a la princesa Victoria de Sajonia-Coburgo, que ya era viuda del príncipe de Leiningen, con quien había teni- do dos hijos. El hermano de Victoria –Leopoldo de Sajonia-Coburgo– era el viudo de la difunta Carlota Augusta de Gales, así que todo volvía a quedar en familia. La pareja se casó en Coburgo el 29 de mayo de 1818. Él tenía 52 años, y ella 32. Debido a las deudas económicas acumuladas por él, instalaron su residencia en Frankfurt, en casa de ella, pero el hecho de que Victoria se quedara pronto embarazada precipitó su regreso a suelo inglés, pensando en que, si su futuro vástago op- taba al trono, sería más popular si naciera en su reino. Así, el 24 de mayo de 1819, en el Palacio de Kensington, nació la princesa Alexandrina Victoria de Hannover, una niña robusta y sana. La futura reina Victoria. En el momento de su nacimiento, Victoria ocu- paba el cuarto lugar en la línea de sucesión, pero una serie de muertes sucesivas, entre ellas la de su padre –Eduardo de Hannover– en 1820, cuando la niña solo tenía 8 meses de edad, y la de su tío el rey Jorge IV en 1830, la dejaron como única y presunta heredera de su otro tío, Guillermo IV. A la vista de un posible trono, Victoria recibió en su infancia una controlada y aislada educación por parte de su madre, convertida en duquesa de Kent, en colaboración con el secretario y probable amante de esta, sir John Conroy, que trató en todo momento de hacerse un hombre indispensable. Ambos idearon el llamado “sistema Kensington”, un conjunto de normas de vida y protocolo ten- dentes a aislar a Victoria de toda influencia ajena –especialmente, de los comportamientos amora- les de sus parientes– y a mantenerla permanente- mente vigilada por adultos, en soledad infantil y estrictamente enfocada en su educación. Victoria dormía con su madre, jugaba a solas con sus mu- ñecas, estudiaba con tutores en horas regladas –francés, alemán, italiano, latín, poesía, historia, ciencias naturales y geografía– y fue capaz de leer 150 libros de literatura y estudio, tal como está registrado en sus diarios, entre los 7 y los 16 años. Su educación era superior a la de muchos de los ministros del gobierno. Confesó que a los once años descubrió en un libro de historia de Inglaterra que ella era la heredera al trono y comenzó a llo- rar, triste y abrumada ante la responsabilidad, que pronto fue asumiendo en los viajes que hizo con su madre por los pueblos del centro de Inglaterra, entre 1830 y 1835, en los que comenzó a hacerse muy querida y popular entre el pueblo, expectante ante el futuro incierto del trono. MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 17
  • 18. SU QUERIDO, QUERIDO ALBERTO. La reina Victoria estuvo enamoradísima –y según algunos, sexualmente obsesionada– de su marido, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo (arriba, retratado por Franz Xaver Winterhalter en 1842; abajo, la pareja en 1854). UNA REINA DE 18 AÑOS El rey Guillermo IV falleció el 20 de junio de 1837, a los 71 años, tras un corto reinado de siete. No dejaba ningún descendiente directo legítimo, por lo que la corona de Gran Bretaña pasó a su sobrina Victoria. Por fortuna, la heredera había cumplido 18 años el 24 de mayo, tan solo un mes antes, y no iba a ser necesaria una regencia: la corona pasaba directamente a su cabeza. Victoria apuntó en su diario de ese día que su madre la había despertado a las seis de la mañana y que aún en camisón, sola, recibió en la gran sala al arzobispo de Canterbury y a Lord Conyngham (Lord Chamberlain) que, rodilla en suelo, le anunciaron la muerte de su tío y el hecho de que ya era reina. Tres horas después ya recibía oficialmente al primer ministro, el whig Lord Melbourne, que iba a ejercer sobre la inex- perta soberana una importante influencia política y personal durante los primeros años del reinado. La capacidad de trabajo de esta joven reina de 18 años sorprendió a sus ministros desde el primer momento. Desde niña, estaba acostumbrada a una férrea disciplina. Su coronación se celebró el 28 de junio de 1838 y poco después decidió instalarse en el renovado Palacio de Buckingham, del que fue la primera residente regia. Amaba su nuevo hogar, sus grandes ventanales y luz interior, tanto como el hecho de haber asignado apartamentos a su madre lejos de los suyos propios. Con el trono, Victoria también había conquistado su indepen- dencia. Parecía otra persona, brillante en público y segura de sí misma. Después de sucesivos reyes disolutos y cuestionados, la nueva reina era amada por el pueblo, a pesar de las primeras críticas por la llamada Crisis de las Damas de Cámara, al negarse Victoria a cambiar a sus damas de compañía con- forme al cambio de primer ministro en el gobierno. MATRIMONIO POR AMOR Fue Lord Melbourne quien sugirió a Victoria la conveniencia de su matrimonio, para contrarres- tar la influencia de su madre y sus damas y asentar el orden familiar en la corte. Desde 1836, dos años antes de subir al trono, el principal candidato a una boda con Victoria era su primo carnal Alberto de Sajonia-Coburgo, de su misma edad. La madre de Victoria y el padre de Alberto –el duque Ernesto de Sajonia-Coburgo– eran hermanos, y a su vez hermanos de Leopoldo de Sajonia-Coburgo, convertido en rey de Bélgi- ca en 1831, que era quien había hecho de confi- dente de la joven Victoria y urdido el plan para que sus sobrinos se conocieran y contemplaran la posibilidad de un compromiso futuro. Desde el momento en que fueron presentados, en mayo de 1836, a Victoria le pareció que Alberto tenía ASC GETTY > > > 18 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 19. UNA MADRE TIRÁNICA P ara el mundo exterior, la reina Victoria, el príncipe Alberto y su familia parecían la encarnación de la felicidad doméstica, pero la realidad era muy dife- rente. Hoy se sabe –por cartas y otros documentos y tes- timonios– que Victoria detestaba estar embarazada y que la lactancia materna le parecía una práctica repugnante. No fue una madre cariñosa, pues pensaba que era su de- ber ser severa. Su necesidad de controlar a sus hijos era casi patológica: creó una red de espías que la informa- ban sobre las actividades de todos ellos, incluso de adul- tos. No solo era su madre, sino también su soberana, y nunca dejó que lo olvidaran. El documental de la BBC La reina Victoria y sus hijos (2013) la retrata como una “ti- rana doméstica” que dañó la relación con sus vástagos durante décadas. De bebés los consideraba “asquero- sos”, “feos” y “como sapos”, y cuando supo que sus hi- jas Victoria y Alicia la habían desafiado amamantando a sus propios hijos, se puso furiosa y las llamó “vacas”. En cierta ocasión, al ser increpada por su madre para que dejara de pegar al pequeño Leopoldo hasta hacerle llorar de dolor, Victoria le respondió: “Una vez que has tenido nueve, madre, ya no notas el llanto de tus hijos”. “todas las cualidades deseables” para hacerla feliz. Era guapo, encantador y parecía preparado para un futuro papel de marido y rey consorte. A pesar de que la joven reina estaba dispuesta a retrasar su casamiento hasta tres o cuatro años más tarde, tras una segunda visita de Alberto a Inglaterra, en octubre de 1839, Victoria –como correspondía a su condición de monarca– le pi- dió matrimonio solo cinco días después de su encuentro en Windsor. Se había sentido com- pletamente enamorada de él. El anuncio oficial, en noviembre, fue acogido favorablemente. Sin pérdida de tiempo, el 10 de febrero de 1840 con- traían matrimonio en la capilla del Palacio Real de St. James, en Londres. Las anotaciones que Victoria hizo en su diario tras la noche de bodas merecen ser leídas, por lo inusual de un matrimonio regio que se fundaba sobre el amor: “Mi querido, querido, querido Al- berto (...), con su gran amor y afecto me ha hecho sentir que estoy en un paraíso de amor y felicidad, algo que nunca esperaba sentir. Me cogió en sus brazos y nos besamos una y otra vez. Su belleza, su dulzura, su amabilidad –nunca podré agrade- cer suficientes veces tener un marido así, que me llama con nombres tiernos como nunca antes me han llamado– ha sido una increíble bendición. Este ha sido el día más feliz de mi vida”. La posición de Alberto como consorte de la reina fue de inmediato la cuestión más espinosa. Alber- to reclamaba al menos un asiento en la Cámara de los Lores, pero Victoria quería para él un rango regio. Lord Melbourne advirtió que otorgarle rango de rey era inaceptable; solo Victoria lo era. Él debía procurar, además, no involucrarse en la política. Debían ser vistos como una unidad, conformes con sus opiniones mutuas. Él debía mostrarse siempre como un apoyo al gobierno de su esposa y en sim- patía con el partido gobernante. La adaptación de Alberto no fue fácil. Le estaba prohibido participar en los Consejos de Ministros o leer un solo papel de Estado. Encontraba difícil tener un digno papel en la Corte cuando solo se le consideraba “el marido”, y no el Jefe o Señor de la Casa. En 1845, cinco años después del matrimonio, Victo- ria intentó conseguir el título de rey consorte para su esposo, pero fracasó ante el gobierno. En 1857, sin embargo,conseguiríaparaélelreconocimientooficial dePríncipeConsorte.Albertolograríafinalmentein- volucrarse a lo largo de su vida en grandes proyectos, como la presidencia de sociedades de interés civil y cultural, la reforma educativa, la abolición de la escla- vitud,elafianzamientodelamonarquíaconstitucional y la administración del patrimonio regio, que dieron sentido a su existencia como consorte. UNA FAMILIA MODELO Victoria adoraba a su marido, y el matrimonio lo- gró además una intimidad muy fructífera. En junio de 1840, solo cuatro meses después de la boda, Vic- toria ya estaba embarazada de su primer hijo. GETTY Una estampa idealizada de la reina Victoria con sus hijos, en una litografía coloreada de finales del siglo XIX. > > > MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 19
  • 20. Fue en esos días cuando la reina, en su habi- tual paseo en carruaje abierto junto a su esposo, sufrió su primer atentado cuando un loco disparó dos tiros de pistola contra ellos, afortunadamente errados. Ante la posibilidad de una muerte de la soberana durante el parto, el príncipe Alberto fue designado como eventual regente, un rango que no hubo de ejercer puesto que todo salió bien en este primer alumbramiento, el 21 de noviembre de 1840, a pesar de su dureza e incertidumbre durante 12 horas. De él nació su primera hija –la princesa Victoria–, una niña perfectamente sana. Fue una gran matriarca [aunque no una buena madre: ver recuadro]. Alberto la llamaba el “ángel consolador” y la describía en cartas familiares como “el tesoro de mujer” en el cual reposaba toda su existencia y el centro de una unión conyugal, de alma y corazón, que era la cuna de sus hijos y la escuela de su futura felicidad. Osborne House, en la isla de Wight, era el “perfecto pequeño paraíso” familiar, tanto como el Castillo de Balmoral, en Escocia, lugares en los que Victoria, Alberto y los EL LEGADO DE LA HEMOFILIA C uando Victoria ascendió al trono en 1837, llevó consigo una “marca” que heredaron sus hijos y nietos y, a través de ellos, varias generaciones de casas reales. Se trataba de la hemofilia, una enfermedad apenas conocida en los tiempos de Victoria, pero que sería considerada a partir de ella co- mo una enfermedad regia. Cuando Victoria na- ció, en 1819, no existían signos previos de he- mofilia en su entorno. Ni su padre ni su madre tuvieron síntomas, y ella tampoco hasta el na- cimiento de su octavo hijo, Leopoldo, en 1853. La debilidad del pequeño y su facilidad para causarse hematomas y sangrar alarmaron de inmediato a la familia. El médico real, el doctor James Clark, supo diagnosticar la hemofilia, pero no encontrar ningún remedio para dete- nerla. Había sido descubierta y descrita a fina- les del siglo XVIII, pero a esas alturas del XIX aún se desconocía casi todo sobre ella y no se había descubierto ningún tratamiento eficaz. El único remedio propuesto, la prevención de sufrir contusiones por parte de los afectados, incluso mediante un reposo en cama conti- nuado, desesperaba a los pacientes y llenaba de miedo a las familias. Se esperaba que los enfermos de hemofilia no llegaran a la edad adulta. Tampoco era conocido el hecho de que los hombres la padecían, pero las mujeres eran transmisoras sin padecerla ni saberlo. Leopoldo, el hijo hemofílico de la reina Victo- ria, bien cuidado por los mejores médicos de la corte superó las expectativas de vida. Murió en 1884 de una hemorragia cerebral, a los 31 años, después de una caída sin importancia, pero dos años antes se había casado con Ele- na de Waldeck-Pyrmont, de quien nació Alicia, duquesa de Albany, que fue portadora del gen de la hemofilia a sus hijos. La princesa Alicia, la tercera hija de la reina Victoria, se casó en 1862 con Luis IV de Hesse-Darmstadt. De sus siete hijos, dos varones sufrieron la hemofilia y dos mujeres fueron portadoras: Irene, que in- fectó a la Casa de Prusia, y Alejandra, que fue zarina de Rusia por su matrimonio con Nicolás II y transmitió la hemofilia a su único hijo varón, el zarévich Aleksei. Por su parte, la princesa Beatriz, hija menor de la reina Victoria, casada en 1885 con Enrique de Battenberg, transmitió la hemofilia a su hija Victoria, que fue reina de España por su matrimonio con Alfonso XIII. La familia real española vivió el drama de la hemo- filia en dos de los infantes: Alfonso –el prínci- pe heredero– y Gonzalo, ambos trágicamente fallecidos en su juventud (el primero con 31 años, el segundo con 20) como consecuencia de las hemorragias. Este legado victoriano de- bilitó varios linajes principescos, comprome- tió la estabilidad política de importantes casas reales y condicionó los matrimonios regios en siguientes generaciones, pero su impacto lla- mó la atención de la comunidad médica, que en unas décadas logró identificar su origen y desarrollo y neutralizar así sus efectos. niños disfrutaban de una relajada vida campes- tre. El matrimonio no dejó de profesarse mutua admiración: Alberto era un padre comprensivo y dedicado a sus hijos y Victoria se lamentaba en privado de que él no hubiera sido el rey, y ella mejor esposa y madre. El éxito en el hogar de la pareja real fue sin duda ejemplo para el ambiente social y las costumbres domésticas de su reinado. Su amplia prole, a través de sus matrimonios, pasaría a emparentar con varias casas reales y principescas de Europa en Alemania, Dinamarca, Rusia, Prusia, Finlandia, Noruega, Suecia, Grecia y España. De ahí que el principal problema familiar, la enfermedad de la hemofilia –que se manifestó, por una mutación genética, en los hijos de la reina Victoria [ver recuadro]–, se acabara convirtiendo en un estigma que provocó dramáticos eventos en la sucesión de los Románov y de los Borbón en los tronos de Rusia y España, respectivamente. El año 1861 resultó aciago para la reina; un dra- mático antes y después en su biografía. La duquesa de Kent, su madre, moría el 16 de marzo en pre- En la imagen, el hijo hemofílico de Victoria y Alberto, el príncipe Leopoldo, en su adolescencia. Vivió hasta los 31 años y dejó descendencia, transmitiendo de este modo su enfermedad. > > > ALBUM 20 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 21. sencia de Victoria, que la cogió de la mano hasta que expiró. La soberana fue capaz de reconocer cuánto debía al amor y dedicación de su madre, y su marcha la sumió durante semanas en un in- tenso duelo y depresión. VIUDEDAD Y AISLAMIENTO SOCIAL Por su parte, Alberto, que siempre había sido físicamente fuerte, comenzó a sentirse débil y enfermo. La preocupación por su hijo Alberto Eduardo –Bertie–, príncipe de Gales, llamado a ser el próximo rey a pesar de sus cada vez mayores síntomas de corta inteligencia y pobre comporta- miento, lo tenía abrumado. Tras un viaje a Dublín para visitar a su hijo en un campamento militar contrajo las fiebres tifoideas y falleció, el 14 de diciembre, a los 42 años. Victoria siempre culpó a su hijo de esta muerte inesperada. “Nunca podré mirarle sin estremecerme”, escribió. La pérdida de su querido esposo llevó a la reina a un estado de duelo perpetuo, a sus 52 años y con mucha vida por delante. Vistió de negro ya para siempre. Sustituyó sus joyas por otras de “negro azabache”, un estilo que acabó imponiéndose en Europa como moda artística. Se recluyó en las residencias reales donde había pasado sus más felices tiempos familiares: los castillos de Windsor, Balmoral y Osborne House. Evitó las apariciones públicas y no volvió a poner el pie en Londres, la capital de su imperio, durante muchos años. Des- cuidó su imagen personal, engordando extraor- dinariamente, tanto como su imagen pública. No abandonaba su responsabilidad y trabajo en los asuntos de Estado, pero su negativa a presentarse en público en la apertura del Parlamento (1864), o hacerlo cubriéndose el rostro con un velo negro (1866), hizo caer la popularidad de la monarquía y alentar el movimiento republicano. Victoria iba a vivir aún cuarenta años más como “la viuda de Alberto”, pero a su lado, en su intimidad personal iba a haber hueco para dos hombres que fueron secretarios, amigos y confidentes (algunos histo- riadores apuntan a posibles relaciones íntimas, e incluso a un matrimonio secreto). El primero, en la década de 1860, fue John Brown, su fiel se- cretario escocés; el segundo, un indio musulmán llamado Abdul Karim al que Victoria contrató como criado en 1887, que ascendió con rapidez a “maestro de hindú” y escriba de la reina. La forma en que se ganó la confianza de la soberana hizo sospechar a algunos de que se trataba en realidad de un espía de la Liga Musulmana que luchaba por la independencia de la India, e intentaron apartarlo de ella. Victoria, sin embargo, ignoró los prejuicios racistas y lo mantuvo a su lado hasta el final, como un particular confidente. Aunque el luto y el negro habían dominado la mitad de su vida, Victoria dejó escrito en las ins- trucciones para su funeral su deseo de que el color dominante fuera el blanco. Con ese color, y su velo de novia, fue amortajada a su muerte, el 22 de ene- ro de 1901. Dejó como legado oficial toda una “era victoriana”; y en lo personal, el testimonio de un apasionado matrimonio, una extensa familia real y una producción literaria de 122 volúmenes de diarios íntimos –en parte destruidos por su hija Beatriz–, en los que demostró tener una rica vida propia y una historia, como mujer, madre y amiga, más allá de su historia pública como gran reina. ALBUM Retrato de la familia real británica, que fue el modelo para sus súbditos durante la larga era victoriana. MH MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 21
  • 22. LOS OTROS GOBERNANTES DE LA EUROPA DEL SIGLO XIX GRAN BRETAÑA Victoria I 1837-1901 Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India FRANCIA Luis Felipe de Orleans 1830-1848 Napoleón III Pte. de la República Francesa 1848-1852 Emperador de los franceses 1852-1870 3ª República francesa 1870-1940 ALEMANIA Federico Guillermo III 1797-1840 Rey de Prusia Federico Guillermo IV 1840-1861 Rey de Prusia y Gran Duque de Posen Guillermo I Rey de Prusia 1861-1888 Káiser de Alemania 1871-1888 Federico III 1888 Káiser de Alemania y rey de Prusia Guillermo II 1888-1918 Káiser de Alemania y rey de Prusia ESPAÑA Fernando VII (1808) 1814-1833 Isabel II 1833-1868 Gral. Francisco Serrano 1869-1871 Regente del Reino de España Amadeo de Saboya 1871-1873 Primera República 1873-1874 Alfonso XII 1874-1885 Alfonso XIII 1886-1931 IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO Fernando I 1835-1848 Emperador de Austria Rey de Hungría como Fernando V 1830-1848 Francisco José I 1848-1916 Emperador de Austria y rey de Hungría RUSIA Nicolás I 1825-1855 Zar del Imperio ruso y rey de Polonia Alejandro II 1855-1881 Zar del Imperio ruso, rey de Polonia y gran duque de Finlandia Alejandro III 1881-1894 Zar del Imperio ruso, rey de Polonia y gran duque de Finlandia Nicolás II 1894-1917 Zar de todas las Rusias y gran duque de Finlandia ITALIA Risorgimento 1848-1859 (Unificación italiana) Monarquía Saboya Víctor Manuel II 1861-1878 Humberto I 1878-1900 Víctor Manuel III 1900-1946 22 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 23. SUECIA-NORUEGA Carlos XIII de Suecia 1818-1844 y II de Noruega Óscar I 1844-1859 Rey de Suecia y Noruega Carlos XV 1859-1872 Rey de Suecia y Noruega Óscar II 1872-1907 Rey de Suecia y Noruega PAÍSES BAJOS Guillermo I 1815-1840 Rey de los Países Bajos y gran duque de Luxemburgo Guillermo II 1840-1849 Rey de los Países Bajos y gran duque de Luxemburgo Guillermo III 1849-1890 Rey de los Países Bajos y gran duque de Luxemburgo Guillermina 1890-1948 Reina de los Países Bajos GRECIA Otón I 1832-1862 Jorge I 1863-1913 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 23
  • 24. 24 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 25. CONVENCIONALISMO. En la imagen, el cuadro de Abraham Solomon Primera clase: el encuentro (1855), también llamado Amor en el primer encuentro. La versión original causó escándalo por la proximidad física de los jóvenes y el hecho de que el viajero mayor estuviese dormido, así que el autor lo rehizo según las convenciones morales victorianas. EL DOBLE JUEGO DE LA MORAL VICTORIANA Fuerte represión sexual combinada con el auge de la prostitución y el apogeo de la literatura erótica; severo sentido del deber, glorificación del trabajo y el mérito, baja tolerancia ante el delito, abolición de la esclavitud y aparición de movimientos sociales, pero connivencia con la explotación infantil o la discriminación de la mujer; marcada conciencia de clase, puesta en solfa con la eclosión de la burguesía. Así podría resumirse la contradictoria y elitista moral victoriana, la axiología establecida en la Inglaterra de mediados del siglo XIX y principios del XX, tan estricta como hipócrita, en el marco de un imperio en profundo cambio. HENAR L. SENOVILLA PERIODISTA ASC MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 25
  • 26. L a era georgiana, la época inmediatamente anterior a la victoriana, fue un semillero de liberación sexual y moral relajada. Se podía encontrar pornografía y arte erótico en todo Londres y los anticonceptivos se vendían abiertamente. La esclavitud y el trabajo infantil constituían la columna vertebral de la economía británica y la crueldad hacia los ani- males, los delincuentes, los niños y los enfermos mentales era algo común. Cuando la reina Victo- ria ascendió al trono en 1837, Gran Bretaña estaba cambiando. La esclavitud se había abolido cuatro años antes y, en 1834, se aprobó un importante conjunto de leyes para ayudar a los pobres a sobre- vivir en la sociedad industrial. La Gran Bretaña de su extenso reinado (hasta 1901) vivió una época de fuertes transformaciones en todos los ámbitos: social, moral, industrial, cultural, político, cientí- fico, militar... Una verdadera transición al mundo moderno que se sustentó, especialmente, sobre un floreciente desarrollo económico, la irrupción de una nueva clase social –la burguesía– y un estricto código de valores, conocido como la moral victo- riana, que permeaba todas las esferas de la vida, de la religión a los sistemas productivos pasando por la legislación, el concepto del matrimonio o la educa- ción.Peroseríaunerrorpensarquetodalasociedad de la época era mojigata. La hipocresía moral de la época victoriana también marcó el devenir de sus gentes. ¿Cómo se gestó esta escala moral? ¿Y qué consecuencias tuvo en los distintos órdenes? ASCENSO DE LA BURGUESÍA Una pujante industria del carbón, el hierro, el acero y el textil o inventos como las hiladoras multibobi- nas o las aplicaciones de la electricidad favorecie- ron la llamada Revolución Industrial en el Reino Unido durante el dilatado mandato victoriano. En las ciudades, que estaban aumentando su población exponencialmente, las fábricas trabajaban a pleno rendimiento. En el campo se experimentaban tam- bién grandes transformaciones no solo en las he- rramientas empleadas sino también en los métodos de cultivo, drenajes y fertilizantes, que mejoraban los resultados de las cosechas. Desde las colonias, además, llegaban fondos y riquezas, contribuyendo DORADA Y PUJANTE BURGUESÍA. En la imagen, el cuadro Un día de verano en Hyde Park (1858), en el que vemos a un grupo de burgueses y burguesas que disfrutan de su ocio pescando, leyendo la prensa, cosiendo... LA MORAL VICTORIANA FUE UN ESTRICTO CÓDIGO DE VALORES QUE PERMEABA TODAS LAS ESFERAS DE LA VIDA ALBUM 26 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 27. al orgulloso sentimiento del capitalismo británico de tener a todo el mundo a su servicio. Asimismo, la máquina de vapor y el desarrollo del ferrocarril, símbolo de la primera época victoriana, además de generarmuchoempleo,permitíanestablecercontac- toscomercialesagranescala,consolidarlaindustria pesada, reducir el coste de los bienes de consumo y, por la parte sociológica, conocer cómo se vivía y qué adelantos había en otras partes del país y de otras geografías, lo que provocaba que el horizonte mental de la población se ampliase. Esta mayor prosperidad hizo mejorar el estatus so- cial de la clase media, vinculada al comercio y a la industria, que ya se atrevía a mirar, casi de igual a igual, a la antigua élite de nobles, cortesanos y terra- tenientes que hasta el momento se había erigido en protectora, sustentadora y garante del orden esta- blecido. Estaba naciendo la burguesía de los aboga- dos, médicos, tenderos, banqueros, comerciantes y dueñosdefábricas,quehacíatambalearseelestricto sistema de clases sociales mantenido durante siglos. Las reformas en el sistema electoral, además, habían aumentadoelpoderdelParlamentoyreducidoelde losnoblesylamonarquía,loquetambiéncontribuyó a apuntalar el ascenso meteórico de la nueva clase social. De hecho, cuando la reina fue entronizada, en 1837, en el Reino Unido ya se encontraba asen- tada la monarquía constitucional y la corona tenía relativamente pocos poderes políticos directos, por lo que tanto Victoria del Reino Unido como sus co- rolarios pugnaban por convertirse en fuente de la moralidad y adalides de los valores sociales a través de la imposición del código victoriano. El problema radicaba, sin embargo, en que los prin- cipios que querían imponer la corona y la aristo- cracia no casaban con los cambios que la sociedad estaba experimentando, por lo que acabó siendo la burguesía la que articuló un sistema común de va- lores y referencias en el que se mezclaban los ideales religiososdelevangelismoymoralesdelpuritanismo con la visión pragmática del empirismo y los prin- cipios de la economía política. El culto al trabajo, al sacrificio, al ahorro y a la disciplina, así como al esfuerzo individual, el espíritu de empresa y la com- petencia, el rechazo al pecado y el sentido del deber se convertirían en los puntales de este nuevo credo. Pero a la hora de aplicarlo resultaba que los LA MUJER EN LA ÉPOCA VICTORIANA D esafortunadamente, la enorme desigualdad entre hombres y mujeres es una parte impor- tante del legado de la moral victoriana. Duran- te gran parte de este largo período, las mujeres de la clase alta y la burguesía se veían sometidas a sus padres, hermanos o maridos y limitadas al cuidado de la casa y la familia, considerándose un mal indicio que quisieran ir a la universidad o ejercer una profe- sión, mientras que las mujeres obreras quedaban re- legadas al trabajo doméstico o fabril. Pero la inequi- dad también se manifestó en la forma de derechos otorgados a los hombres de los cuales las mujeres no disfrutaban. Ellas eran consideradas propiedad literal de los hombres y no podían votar, demandar o poseer una propiedad o patrimonio. Además, en caso de divorcio, las mujeres perdían todos sus bie- nes en favor de los hombres. Surgió entonces un fe- minismo burgués cuyos planteamientos se situaban dentro de los nuevos valores morales establecidos, incluyendo la aceptación del ideal femenino y del or- denamiento económico y político existente. Al discu- rrir el siglo XIX, estos grupos feministas se centraron en avanzar hacia la protección legal de la indepen- dencia económica de las mujeres, la ley de divorcio y la posibilidad de que las madres conservaran la descendencia tras la separación, la participación en la política –inicialmente local– o la igualdad de opor- tunidades educativas para las féminas. Varios mo- vimientos de la era victoriana que posiblemente son anteriores al feminismo moderno, incluido el Movi- miento por el Sufragio de la Mujer, tienen sus raíces en la época victoriana. CULTO AL TRABAJO. Fue uno de los rasgos de la doble moral victoriana: se suponía que brindaba el ascenso social, pero solo era así para unos pocos. Arriba, grabado de 1830 que muestra a las obreras de una fábrica de algodón en plena faena. > > > ALBUM ALBUM MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 27
  • 28. ricos y los pobres tenían vidas increíblemente diferentes (el código moral lo establecían los ricos, que estaban más interesados en imponerlo a los pobres que en vivirlo ellos mismos) y que las opor- tunidades y expectativas para hombres y mujeres también eran muy distintas. FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y MORALES Inicialmente, manteniendo la tradición, los victo- rianos definían a Inglaterra como un país esencial- mente cristiano, en el que la religión ocupaba un lugar privilegiado tanto en la vida privada como en lapúblicayenelquelaorganizaciónsocialladictaba Dios. Este inmovilismo favorecía a la Iglesia angli- cana y a las clases altas, cómodamente instaladas en el poder. Sin embargo, el ascenso burgués daba al traste con esos mandatos y acogía con entusiasmo nuevas corrientes críticas que predicaban la idea del hombre hecho a sí mismo, de la salvación mediante la fe individual y el trabajo duro y meritorio, a tra- vés del cual todos podían hacerse ricos, ascender socialmente y además estar en paz con la autoridad divina. A grandes rasgos, tres teorías influirían en el código de conducta victoriano: el evangelicalismo, el utilitarismo y el empirismo. Elevangelicalismo,enprimerlugar,designabaauna escuela teológica protestante que creía que la esen- cia del Evangelio residía en la salvación personal a través de la fe particular de cada persona y de su re- lación individual con el Dios salvador. Heredera del metodismo puritano de John Wesley, esta corriente mantenía que los seres humanos son esencialmente corruptos y necesitan que Cristo los salve siempre que ellos acrediten comportamientos obedientes, disciplinados y morales, rechacen el pecado y prio- ricen la dignidad y la capacidad de mejora, valores que tomó como suyos la axiología victoriana. Elevangelicalismoglorificabaeltrabajocomomedio de dignificar al hombre, considerándolo una nece- sidad pero también una virtud que podía conducir, incluso, hasta a la salvación de los pobres, algo total- menterevolucionario.Esafeindividual,demostrada a través de buenas obras hacia uno mismo y hacia los demás, y especialmente a través del trabajo, era lo que contaba a la hora de hacer cuentas con Dios y no los sacramentos, que se percibían como mera- mente simbólicos. Wesley se suscribió a la creencia de que el cambio, la reforma social y la caridad eran beneficiosos paralasociedad. Además,pensaba que los victorianos deberían dedicarse a causas desinte- resadas por el bien de ayudar a los demás. Era evidente que los supuestos individualistas del evangelicalismocasabanmalconlasituacióngeneral de obreros rodeados de miseria y enfermedad que, por más que trabajaban, no encontraban gloria al- CUESTIÓN DE FE. Sobre estas líneas, la ilustración titulada La ofrenda, de F. Wyburd, publicada en la revista The Illustrated London News el 13 de febrero de 1864, representa a una metodista rezando. ALBUM ASC JOHN STUART MILL. Filósofo, economista y político británico (1806- 1873), fue uno de los teóricos del utilitarismo y un gran defensor del sufragio femenino. >>> 28 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 29. guna. Así que la moral victoriana buscó matizarlos conelutilitarismo,ensegundolugar,doctrinafilosó- ficabasadaenelpensamientoaristotélico.Esbozado por Jeremy Bentham y John Stuart Mill, este mo- vimiento consideraba que el principal fundamento de la moralidad era la utilidad, entendida como la capacidad de promover la felicidad para el mayor número de personas. “Las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad”, escribía Stuart Mill en su obra El utilitarismo. Así, los valores culturales y humanos se consideraban frívolos e innecesarios. El código de la Inglaterra victoriana adoptó la tesis de que era bueno lo que era útil para el bien común, para hacer feliz a una masa social considerable, por- que la felicidad suponía un disfrute solidario y un solo individuo no podía alcanzarla si a su alrededor el resto no lo hacía. ¿Y qué era lo que reportaba pla- cer a la sociedad, entendiendo por placer lo opuesto al dolor? Por supuesto, la dignidad, la capacidad de autodesarrollarse, de crecer como personas, la vir- tud y la libertad. Según esta teoría, por ejemplo, el Parlamento debía formarse por votación, mediante el voto secreto y el sufragio universal para todos los hombres no analfabetos, a fin de que esto ayudase a mejorar sus condiciones de trabajo y vida y alcanzar el bienestar. Otro avance considerable, pero puesto en cuestión también por la realidad que vivían las masas obreras industriales sumidas en la pobreza. Y a esta amalgama de principios vendría a añadir- se, por último, el empirismo. John Milton y Charles Dickens fundaron esta teoría particular que se con- vertiría en un gran movimiento. A diferencia de la teoríadelutilitarismodeBentham,ladelempirismo afirmaba que el desarrollo de diversas habilidades, talentos y valores personales conduciría al éxito, el bienestarylasatisfacción.Portanto,laeducaciónyel artefueronconsideradosasuntosdegranimportan- cia. Mucho más pragmático, la convicción principal delempirismoesqueunodebemirarporsímismoy estar“enlapresenciadelacosaqueconoce”,yaquela experiencia es el origen del conocimiento y los sen- tidos son las vías de aprendizaje para el ser humano. Darwinmanteníaquelaevolucióndelahumanidad se debía a la supervivencia de los más aptos y capa- citados, no de los elegidos por Dios. LA OVEJA NEGRA N o hubo mejor ejemplo de moral victoria- na que el de la propia reina, que se ca- só a los 21 años y tuvo ocho hijos. Vic- toria y su marido Alberto hicieron posible un modelo de vida que fue capaz de convertirse en ejemplo moral ante su pueblo, llevando así, como afirmó el mayor teórico victoriano de la monarquía, Walter Bagehot, “el orgullo de la soberanía al nivel de la vida diaria”. A diferen- cia de sus antecesores en la Casa Hannover, asociados a continuos escándalos financie- ros, sexuales y personales, la reina Victoria se convirtió en un icono nacional y en la figu- ra que encarnaba los valores puritanos más férreos, a los que se aferraba la aristocracia para tratar de salvaguardar sus privilegios. Su matrimonio estable y amoroso con el príncipe Alberto y sus prácticas ejemplares la alzaron en símbolo de la época, en contraste con los desmanes de su hijo Alberto Eduardo, Bertie, máximo exponente de la ociosidad aristocrá- tica, tan criticada por la burguesía. La reina Victoria y su esposo querían preparar a su primogénito, futuro Eduardo VII, para ser un monarca constitucional modelo, pero este no consiguió alcanzar sus expectativas ni seguir una carrera en el ejército británico. Sus frus- traciones se reflejaron en una vida disoluta en la que adquirió reputación de dandi, mujeriego y aficionado a juegos ilegales: la oveja negra de la familia. Por el lado positivo, sin embargo, cuando consiguió llegar al trono fue conside- rado un pacificador en lo político y lo militar y un mecenas de las artes y las ciencias. LOS VICTORIANOS DEFINÍAN A INGLATERRA COMO UN PAÍS ESENCIALMENTE CRISTIANO Y APEGADO A LA FE ASC CHARLES DARWIN. En la imagen, el influyente naturalista (1809-1882) fotografiado en su vejez. > > > MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 29
  • 30.
  • 31. rupturista: un hombre y una mujer no tenían por qué estar casados indisolublemente. Divorciarse, sin embargo, era demasiado caro para la mayoría, y desigual: el marido solo tenía que presentar pruebas de la infidelidad de la esposa, en tanto que ella debía demostrar crueldad, abandono, bigamia, incesto o sodomía,siendolaspersonasdivorciadassocialmen- te repudiadas. VIVENCIAS SEXUALES Y, como no podía ser de otra manera, la sexualidad noquedóatrásenestametamorfosisgeneralizadade la sociedad británica, siendo quizá uno de los ámbi- tosenelquelascontradiccionesvictorianasllegaron a su máxima expresión. Si bien la moral victoriana se basaba en el puritanismo y las conversaciones o escritossobreeltemaestabanprohibidos,florecieron tanto la literatura y el arte de carácter erótico como las investigaciones científicas sobre esta cuestión, de manera específica sobre la sexualidad femenina. Además, Gran Bretaña fue pionera en el uso de pre- servativos y en el control de la natalidad, por varios motivos.Enprimerlugar,laIglesiaanglicanaacepta- ba tácitamente la contracepción, entre otras razones porque los pastores anglicanos podían casarse y su acercamientoalsexoyalaprocreacióneradiferente aldelrestodeiglesiasenlasquesepredicabalacasti- dad. En segundo término, empezaba a introducirse en el debate social la idea de que la sexualidad no se limitaba a la procreación sino que también existía la llamada“relacióndepareja”,elsexocomopartedela comunicaciónydelvínculoamorosoentrehombrey mujer,unaspectonuevo.Untercerfactorqueinfluía en la permisividad –tácita– hacia los métodos del control de la natalidad era la atención al bienestar de las criaturas, muy relacionado con el número de hijos e hijas por familia. Uniendo de forma genuina la economía con la sexualidad, las clases pobres ne- cesitabantenermenoshijosparapodermantenerlos y la burguesía exactamente igual para alcanzar el estatus social y económico deseado. La moral victoriana también mostró tolerancia ce- ro hacia la promiscuidad , pero la realidad era que la vivencia de la sexualidad excedía los límites del matrimonio y en la Inglaterra victoriana, mientras la reina mandaba alargar los manteles para que las patas de las mesas no recordaran a las piernas fe- meninas, la prostitución vivía una fuerte eclosión, y con ella el uso de preservativos. La doble moral victorianahabíacreadounasociedadquedepuertas afuerasevanagloriabadedespreciaralsexocomoun acto de placer impartiendo disciplina y moralismos repletos de prejuicios y severas valoraciones conser- vadoras, pero que de puertas adentro transgredía todocomportamiento“adecuado”ysemovíadentro deunmundosexualocultodondelaprostitución,el adulterio, lapedofiliay lapromiscuidad eran mone- dacorriente.Muchosburgueses,dehecho,hablaban de la prostitución como de un mal necesario para el mantenimientodelasociedadydelacastidaddesus acomodadas hijas. Los burdeles, salas de juego y sa- lonesdeespectáculosmovíanmillonesdelibrasy,de formaparalela,eranespaciosenlosqueseproducían la explotación sexual, el abuso de menores, el juego clandestino y el tráfico de drogas, especialmente del opio, una “droga social” cuyo fomento y comerciali- zación era monopolio de la corona británica. ESCLAVITUD Y DESIGUALDAD Otradelasgrandesparadojasvictorianasseprodujo en el ámbito laboral. Convertirse en una sociedad industrial impulsó el desarrollo del sindicalismo, la demandadelostrabajadoresdeorganizarseydefen- der sus derechos. El gobierno legalizó las negocia- cionescolectivasylagranhuelgademuellesde1889 precipitó la organización del trabajo en industrias completas, en lugar de en meros oficios. Asimismo, cuando la reina Victoria subió al trono, prácticamente se acababa de abolir la esclavitud y el comercio de esclavos en el Imperio británico, aun- que las condiciones de vida de muchos trabajadores eran tan ruines y miserables como habían sido las de los explotados laboralmente en las colonias. Por otra parte, estaba perfectamente aceptado a nivel social el trabajo infantil. Pese a que una ley de 1829 prohibía a menores de nueve años el trabajo que les impidiera asistir a la escuela, durante el largo reinado de Victoria se siguió explotando a niños y niñas en la minería o la industria, con regímenes de hasta doce horas de trabajo. ALTO VOLTAJE. Fotografías como esta, hoy de una inocencia y un candor absolutos –una mujer en ropa interior preparándose para darse un baño–, eran a finales del siglo XIX preciadas estampas eróticas. GETTY MH MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 31
  • 32. BESOS PELIGROSOS. En la imagen, una pareja en actitud cariñosa y algo subida de tono para la época. Tomada en Francia en torno a 1900, esta fotografía probablemente se vendió como postal. GETTY
  • 33. No se podía disfrutar del placer y se desconfiaba de la masturbación, pero existía una red secreta de porno y arte erótico; el sexo era silenciado en las reuniones sociales, pero se convirtió en un tema de investigación –legal y médica–. Con muchas contradicciones, los victorianos experimentaron y hablaron del deseo, por lo que conviene erradicar la idea de su mojigatería. ELENA BENAVIDES PERIODISTA Y ESCRITORA >>> UNA CONTRADICTORIA VIDA SEXUAL E n la sociedad victoriana el sexo no esta- ba censurado sino sujeto a una discusión obsesiva como un discurso central del poder, inclinado a la regulación más que a la represión. Esto ayuda a explicar por qué la sexualidad ocupa un lugar tan im- portante en el arte y la medicina, por ejemplo, así como en los estudios de la época, resultado de la conjunción de moralismo e investigación cientí- fica. Así, la idea de la sexualidad humana era una combinación de ideas sociales y biológicas; y no solo en Gran Bretaña, sino en todo el mundo. Las actitudes sexuales victorianas se extendieron por todo el planeta, ya que en aquellos momentos In- glaterra era la mayor potencia mundial y su cultura y valores morales eran un referente para el resto de Europa y para las colonias. Pero si algo caracteriza a la sociedad victoriana es la contradicción, y en el sexo no iba a ser menos. Un cli- ma de puritanismo y de represión sexual en el que respetar los con- vencionalismos sociales se conver- tía en virtud, y en el que cualquier desviación del comportamiento considerado como debido era obje- to de gran escándalo, convivía con un interés científico por el tema. De hecho, el período victoriano es un momento clave en la historia de la sexualidad y en él se inventó la terminología moderna que usamos para estructu- rar las formas en que pensamos y hablamos sobre la sexualidad. Desde la década de 1880, sexólogos como Richard von Krafft-Ebing y Havelock Retrato del psiquiatra y sexólogo alemán Richard von Krafft- Ebing. ASC MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 33
  • 34. al menos en privado. Los rígidos estándares sociales no encajaban con la realidad de una sociedad en la que existían hombres y mujeres con deseos sexuales incluso por personas del mismo sexo, así que había que buscar escapatorias. Y de esto dan testimonio los documentos, la literatura, el arte y la fotografía de la erótica victoriana, así como los altos niveles de prostitución y de enfermedades venéreas. El miedo a las enfermedades hacía del sexo una actividad peligrosa y es probable que los intentos de sofocar los impulsos sexuales fueran, en cier- to modo, algo práctico. Las ETS –consideradas un “castigo” por la moral relajada– estaban muy extendidas y, aunque existían los condones, estos no se usaban masivamente ni tenían la eficacia deseada. La fábrica de Goodyear comenzó a pro- ducir condones de goma en 1855, pero la mayoría todavía estaban hechos de intestino animal, que era propenso a romperse. La sífilis –para la que no habúa cura– estaba en todas partes a mediados del XIX y no solo desfiguraba sino que podía afectar a la salud mental y también transmitirse a los hijos. LA MUJER, FRÍGIDA O INSACIABLE Una de las claves de esta etapa marcada por el puri- tanismoylarepresiónsexualeslainfravaloraciónde la mujer. A principios del XIX, además de ser con- Ellis fueron pioneros en una ciencia en la que se analizaban y categorizaban las preferencias sexuales; crearon términos como homosexualidad, heterosexualidad y ninfomanía. DOBLE MORAL Pero romper la moral victoriana no fue solo cosa de psiquiatras, médicos e investigadores: tras las puertas de muchos dormitorios victorianos se prac- ticaba una sexualidad sin límites y alocada (aunque lo que sucedía allí se quedaba allí). Entre las tensas clases medias y altas, la actitud predominante era que el sexo era necesario para la reproducción, pero no algo que debiera debatirse en sociedad y, mucho menos, de lo que disfrutar. Esto, unido a los matri- monios arreglados, llevaba inevitablemente al sexo casual extramatrimonial. A pesar de que la felicidad que brindaba tener una familia ideal estaba ligada a la fidelidad y violarla era una ofensa a la moral y un pecado, la realidad es que, más allá del lecho conyugal, existía un mundo sexual oculto en el que se transgredía todo comportamiento “decente” y la promiscuidad, la pedofilia, la prostitución y el adulterio eran habituales. Si bien es cierto que la expresión sexual era mucho más limitada de lo que es ahora, hoy sabemos quela sociedadvictorianaeramásliberaldeloquecreemos, NORMAS SOCIALES. Fotografía tomada en torno a 1890 de un hombre besando castamente la mano de su amada. Poco más le estaba permitido hacer a una pareja en sociedad. > > > A PESAR DE LA SEVERA MORAL SOCIAL, FUE UN MOMENTO CLAVE EN LA HISTORIA DE LA SEXUALIDAD GETTY 34 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 35. siderada el sexo débil (o precisamente por ello), la mujereravistacomoinocenteeingenua,conpocoo ningúnapetitosexualyexentadetodaculpaantesus indiscreciones.Loshombres,criaturaspecaminosas ylujuriosas,seaprovechabaninjustamentedelafra- gilidaddeellas.Sinembargo,estavisiónmaniquease dio la vuelta en la última mitad del siglo y empezó a responsabilizarsealasmujeres,porquealoshombres, pobres esclavos de sus instintos y apetitos sexuales, no se les podía culpar de nada. Ahora las mujeres, además de frígidas, eran insaciables y responsables de todos los males sociales de la época. Si bien todo esto es cierto, la evidencia ha demos- trado que el sexo victoriano no estaba polarizado entre el disgusto femenino y la indulgencia mascu- lina extramatrimonial. Muchas parejas disfrutaron de un placer mutuo en lo que ahora se considera una forma normal y moderna de vivir el sexo. EL SEXO EN EL MATRIMONIO Matrimonio y amor no venían de la mano. Solía ar- gumentarse queeste veníadespuésdelcasamientoy sinosurgíahabíaqueresignarse.Enconcreto,parala mujer el matrimonio era más la adquisición de una identidad social que una fuente de felicidad afectiva y, mucho menos, de placer sexual. Las mujeres de clase media y alta no tenían ningún tipo de información sobre las relaciones sexuales hasta que las experimentaban en la noche de bodas, normalmenteconresultadostraumáticos.Dehecho, la mayoría de las victorianas respetables estaban or- gullosas de lo poco que sabían sobre su propio cuer- po, la sexualidad y hasta el parto. Y las que sentían curiosidad debían resignarse a no hablar de ello. Al rescate de todas ellas vinieron los llamados ma- nuales de “higiene marital”. Libros como El matri- monio piadoso o El consejo para la esposa y PLACER DE REYES S e decía que Victoria estaba bastante entusiasmada con el sexo y obsesi- vamente enamorada de su marido. De hecho, escri- bió en su diario sobre su noche de bodas: “Fue una experiencia gratifi- cante y desconcertan- te. Nunca, nunca pasé una noche así. Su ex- cesivo amor y afecto me dio sentimientos de amor y felicidad celestiales. Me abra- zó y nos besamos una y otra vez”. Y el 11 de octubre de 1839 reflexio- nó sobre las perfecciones físicas del “querido Alberto”, también en su diario: “Alberto es realmente encantador, y tan exce- sivamente guapo, con tan hermosos ojos azules, una nariz exquisita y una boca tan bo- nita, con delicados bigotes y leves pero muy ligeras patillas, una hermosa figura, ancha de hombros, y una fina cintura”. Está claro que ‘le ponía’ y que la franca expresión de Victoria de su deseo acaba con otro estereotipo de la época, el de que el disfrute del sexo era una prerrogativa exclusivamente masculina. En contraste con las creencias generales de su tiempo, Victoria estaba abrumadoramente a favor del afecto físico, siempre que fuera entre ella y su amado Alberto. De hecho, encargó al artista Franz Xaver Winterhalter que pintara su retrato de una manera que se consideró alar- mantemente íntima para la época. Conocido como La imagen secreta, este retrato fue un equivalente temprano de enviar fotos sexys por teléfono. Su hijo, el futuro Eduardo VII, conocido co- mo Bertie por su familia, fue tan libertino en su comportamiento que su padre, el príncipe Alberto, le escribió lo siguiente: “Sabía que eras irreflexivo y débil, pero no podía pensar que eras un depravado”. No solo continuó coqueteando con mujeres incluso después de su matrimonio con la princesa Alexandra (en la medida en que reservó un lugar pa- ra sus amantes en su coronación), sino que también fue conocido por encargar una silla específicamente diseñada para sus encuen- tros sexuales que utilizaba en su burdel fa- vorito, Le Chabanais. Retrato de una joven reina Victoria, obra de Franz Xaver Winterhalter, pintor y litógrafo alemán conocido por sus retratos de la realeza realizados a mediados del siglo XIX. ASC >>> PROFILAXIS VICTORIANA. En la imagen, condón de 1813 con manual de instrucciones en latín. Museo Histórico de la Universidad de Lund (Suecia). ASC >>> MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 35
  • 36. madre de una doncella que, redactados de manera cristiana y saludable, contenían informa- ción sobre el sexo y el cuerpo. En ellos se decía que el hombre era el sujeto activo en el sexo y la mujer mera receptora. “Recuéstate y piensa en Inglaterra”, le dijo una madre a su hija recién casada. Además, se hacían eco de un estándar sexual que pocos cuestionaban: los hombres querían y necesitaban sexo, y las mujeres, libres de deseo sexual, se so- metían al sexo solo para complacer a sus maridos. Además, puesto que los hombres estaban natu- ralmente inclinados al sexo, era trabajo de la es- posa prevenir la actividad sexual. La autora Ruth Smythers, en su libro Sex Tips for Husbands and Wives, publicado en 1894, advirtió que las esposas deberían “dar poco, dar pocas veces y, sobre todo, dar de mala gana. De lo contrario, lo que podría haber sido un matrimonio adecuado podría con- vertirse en una orgía de lujuria sexual”. Smythers también encontraba aborrecible la pasión entre marido y mujer e instruía a estas a “girar levemente la cabeza para que el beso caiga inofensivamente en la mejilla” si sus maridos intentaban besarlas en la boca, y a no permitir nunca “que su marido vea su cuerpo desnudo”. Los muchos ‘expertos’ en salud y en dar consejos que surgieron por doquier no se lo ponían fácil al disfrute femenino. Por ejemplo, aquel que afirmó que el sexo o la excitación excesivos podían ha- cer que “una mujer de constitución y modo de- licado resulte fatalmente herida de esta manera”. La postura del misionero –considerada la mejor para concebir– estaba a la orden del día, pero el sexo de pie o con las rodillas dobladas se consi- deró poco aconsejable y se asumió que era una causa de cáncer. “Ninguna mujer puede desear un coito como este porque no puede disfrutarlo”, afirmó otro experto, el dr. James Ashton. Y aña- dió: “Cualquier ejecución antinatural de este acto puede dañar la salud de la mujer”. Otro ‘iluminado’ de la época consideraba que una vez al mes, apro- ximadamente, era la frecuencia ideal para que las parejas casadas tuvieran relaciones sexuales, pues este tiempo permitía que los órganos del cuerpo se recuperaran por completo del esfuerzo. No hay razón para dudar de las buenas intenciones de estos informadores, pero no parece que nin- guna ciencia adecuada respaldara sus opiniones. Era difícil distinguir entre charlatanería y algo que realmente pudiera ayudar a las mujeres, sobre to- do a las jóvenes ingenuas. Además, todos eran hombres. No hay nada escrito por ellas sobre su sexualidad y salud íntima. LA HISTERIA FEMENINA Fue uno de los males de las victorianas y enseguida seatribuyóalafaltadeplacersexual(provocadopor la sumisión). De ahí que la conocida como “histeria femenina”, cuyos principales síntomas eran dolor de cabeza, insomnio, irritabilidad, pérdida del apetito o “tendencia a causar problemas”, fuera tratada por los médicos estimulando los genitales de la mujer, es decir, realizando una clitoridectomía o un masaje pélvico hasta que alcanzase el orgasmo, que, en el > > > LA IMAGEN DE LA INOCENCIA. Retrato de una mujer joven sentada en un asiento de mármol (1882), de William Oliver. Las obras de este artista inglés, que pintaba a mujeres jóvenes, cargadas de inocencia y vestidas a veces con trajes griegos o romanos, eran muy populares. “RECUÉSTATE Y PIENSA EN INGLATERRA”, LE DIJO UNA MADRE A SU HIJA RECIÉN CASADA ASC 36 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 37. contexto de la época, se denominaba “paroxismo histérico”. De este modo conseguía liberar la libido reprimida y calmarse. Ni que decir tiene que la es- timulación genital se utilizaba como terapia, pero estaba vedada en terrenos que no fueran médicos. Es poco probable que los médicos satisfacieran manualmente a sus pacientes, como se afirma a menudo, pero ciertamente existían algunos vibra- dores interesantes. Fue el médico británico Joseph Mortimer Granville quien, en 1870, inventó el pri- mer vibrador electromecánico en forma de pene. Tuvo un gran éxito, pues en menos de diez minutos lograba ‘aliviar’ a sus pacientes, aunque su invento fuera poco higiénico y de un tamaño evidentemen- te desproporcionado. Curiosamente, los vibradores eléctricos a menudo se usaban en todas las áreas del cuerpo excepto en el clítoris de la paciente. Sigmund Freud, el médico que escandalizó a la sociedad burguesa de Viena al afirmar que la ma- yoría de fobias y miedos tenían relación con las frustraciones sexuales y que introdujo el térmi- no “libido”, afirmaba que lo que se conocía como “histeria femenina” era provocado por un hecho traumático que había sido reprimido en el incons- ciente, pero seguía aflorando en forma de ataques que carecían de explicación. Fue el principio de lo que conocemos como psicoanálisis. Hoy sabemos que la histeria femenina tenía un diagnóstico erróneo generalizado de síntomas que ahora se conocen como epilepsia, shock diabético, trastornos neuronales, bipolares o de estrés pos- traumático y depresión posparto (que la propia reina Victoria sufrió). MASTURBACIÓN, ¡VADE RETRO! En 1882 apareceió el trabajo del ya mencionado Richard von Krafft-Ebing Psychopatia Sexualis, donde describe diferentes tipos de comportamiento sexual etiquetándolos como patológicos y creando el término “desviación sexual” para cualquier acto sexual que no tuviera como fin la reproducción, lo que incluía la estimulación sexual de los propios genitales, lo que se llamaba “auto-abuso”. >>> EL PELO, PURA SEDUCCIÓN L levar el pelo largo era consi- derado una parte fundamental del aspecto femenino y de su sensualidad; por eso, no se cortaba a menos que fuera absolutamen- te necesario. La doctrina religiosa obligaba a llevarlo arreglado y siem- pre cubierto en público, de modo que las mujeres ocultaban el cabe- llo bajo tocados y sombreros y se lo componían en peinados elabora- dos, recogidos en trenzas o rizados y sujetos con lazos, joyas o ador- nos. La largura y el grosor del cabe- llo se vinculaban con la sexualidad: cuanto más largo y grueso fuese, más apasionada se creía que era su dueña. Por eso, exhibir la melena suelta o descuidada se considera- ba descarado, indecente e, incluso, impuro, y las mujeres casadas solo tenían permitido mostrar el cabello suelto a su marido. No es de extra- ñar que, para un hombre victoriano, las fotografías de mujeres con el pelo largo y suelto fueran particular- mente excitantes, eróticas y peca- minosas. En este sentido, se pusie- ron de moda las fotos en las que las mujeres posaban de espaldas con su largo cabello cayendo libremen- te por detrás, instantáneas que for- man parte del vasto universo de la fotografía erótica victoriana. Un pelo largo, evidentemente, exigía que se dedicasen mu- chos esfuerzos a su cuidado; de ahí que el cabello acabase siendo también un símbolo de la clase social. Las féminas de la burguesía y las clases altas no tenían ninguna dificultad pa- ra mantenerlo sano, cuidado y recogido en maravillosos peina- dos, obra del servicio domésti- co, que empleaba horas en esas extensas melenas, en ocasiones hasta cuatro veces al día. Ade- más, utilizaban productos espe- cíficos –no baratos– para ace- lerar el crecimiento del pelo o evitar su caída y la descamación del cuero cabelludo. Por el con- trario, las enfermedades, la mala alimentación y la escasez de di- nero impedían a las mujeres de las clases más pobres cuidar y lucir el cabello como hubieran deseado. Era habitual que lo lle- vasen corto (a veces, vendían el pelo a cambio de dinero) o en simples moños sin gracia. Sin duda, escritores y artistas gene- raron una auténtica idolatría ha- cia el cabello largo por el modo de tratarlo en sus obras. ALBUM Sobre estas líneas, una reproducción en blanco y negro de Ophelia (1894), de John William Waterhouse, publicada en 1895 en The Magazine of Art. Existen fotografías de victorianas con el pelo larguísimo suelto, pero son imágenes íntimas. Las mujeres ‘respetables’ nunca se mostraban así en público; era algo reservado al arte y a modelos y actrices destinadas a representar la intimidad y el romanticismo. MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 37
  • 38. Consecuencias de esta práctica eran: locura, dolores, anomalías en la columna, enfermedades y hasta tumores. En el caso concreto de la mujer (con una fuerza vital inferior, se decía) conllevaba, además, enfermedades uterinas, esterilidad y mal desarrollo de sus órganos genitales. A fines del XIX, John Harvey Kellogg, creador de Corn Flakes e inventor del desayuno de cereales, consternado por la epidemia de masturbación que según él estaba arruinando la salud de todos los que le rodeaban, implantó en el sanatorio de Michigan (EE UU) que dirigía algunos métodos para frenar “el vicio solitario”. Cosas como una dieta sobria, baja en calorías y sin carne, ejercicio vigoroso, enemas de yogur, descargas eléctricas alrededor de los genitales, etc. En general, se pensaba que la masturbación se evitaba comiendo alimentos poco condimentados, evitando el consumo de mostaza, pimienta, cerveza y vino y fumar tabaco. HOMOSEXUALIDAD Y PROSTITUCIÓN Otro acto sexual que debía reprimirse era la sodo- mía, práctica que los hombres victorianos tuvieron absolutamente prohibida, siendo la actitud social inflexible. Considerada una ofensa grave, conlle- vaba acciones legales y penales, por lo que quedó relegada al mundo de la clandestinidad. No obs- tante, mientras las leyes prohíbían la ‘indecencia’ en público, los actos homosexuales masculinos pri- vados no se legislaron de manera explícita y severa hasta 1885, cuando el sexo gay a puerta cerrada se tipificó como delito. Esto llevó a unos años en los que se vivió la homosexualidad con relativa apertu- ra, principalmente en los hombres y especialmente, pero no exclusivamente, en la intelectualidad. El pintor prerrafaelita Simeon Solomon fue arrestado en 1873 acusado de conducta indecente e intento de sodomía; y el célebre escritor Oscar Wilde fue encarcelado en 1895. El juez que le condenó a dos años de trabajos forzados por lascivia se quejó de no poder condenarlo a más. La antigua idea de que las prostitutas, como los pobres, eran un hecho de la vida, fue reemplazada en la década de 1840 por una moral social que ana- tematizaba la licencia sexual y especialmente sus manifestaciones públicas. Idea agravada a medida que la pobreza y el aumento de la población urba- na hacía crecer la ‘prostitución circulante’ en las calles, teatros y centros de ocio masculinos: salas de juego y locales para espectáculos de variedades de carácter erótico. Conocida como “el gran mal social”, abundaba en las ciudades victorianas, llegando a alcanzar una notoriedad terrible en el Londres de Jack el Des- tripador (1888). Y es que los burdeles –de mejor o peor categoría– se situaban generalmente en los barrios bajos, como el de Whitechapel –en el West End londinense–, en el que actuó el famoso asesino en serie y donde había 62 burdeles. La clandesti- nidad implícita a la prostitución impide conocer el número total de prostitutas, pero las estadísticas policiales contabilizaron en 1839, solo en Londres, 6.000 mujeres dedicadas a ello; en 1850, ascendie- ron a 8.600, y en 1888, a 24.300. Muchas de ellas ejercían la prostitución por haber sido vendidas, entregadas como pago o seducidas y era común hacer subastas de mujeres en los bur- deles, siendo las que mayores precios obtenían las niñas vírgenes. Esto llevó a poner en marcha una campaña social en sermones, prensa, literatura y arte para intimidar, avergonzar y expulsar a las ‘mujeres caídas’ de las calles, presentándolas como depravadas, peligrosas y condenadas a la enfer- medad y la muerte. La Metropolitan Police Act de 1839 intentó erradicar legalmente la prostitución de las calles y, aunque no lo logró, sí llevó a dismi- nuir el número de “casas de tolerancia”. Además, se abrieron refugios para ellas, y hombres como el futuro primer ministro W. E. Gladstone patrulla- ban las calles de noche para persuadir a las niñas de que dejaran su vida de “vicio”. LA PROSTITUCIÓN CRECIÓ AL HABER MÁS POBLACIÓN URBANA Y MISERIA EN LOS BARRIOS BAJOS > > > GETTY CASAS DE TOLERANCIA. Abajo, una ilustración coloreada de 1802, obra de Thomas Rowlandson, en la que un político inglés hace un alto en su camino hacia la Cámara de los Comunes para visitar a ‘señoritas de vida alegre’. 38 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 39. En otro intento por combatir la prostitución, las Le- yesdeEnfermedadesContagiosas,entre1864y1869, legalizaronalasprostitutas,imponiéndoleslaobliga- cióndeserexaminadasmédicamenteparadescartar queestuvieranenfermas(latransmisióndeenferme- dadesvenéreaseraungranproblema);sisenegaban eran detenidas. Fue esta legislación la que dio pie al exitoso movimiento contra las enfermedades con- tagiosas liderado por Josephine Butler, al poner en riesgo la reputación de mujeres inocentes. Incluso algunas damas de la burguesía llegaron a exigir que sedejaradeladolamoralestablecidaparapermitirles satisfacersexualmenteasuesposo,demodoqueeste no tuviera que recurrir a la prostitución. La llegada demujeres‘educadas’quehablabansobretemasque hasta entonces se consideraban inapropiados para discutir en público subrayó los roles cambiantes del período victoriano. Las leyes fueron derogadas en 1886 por discriminación sexual. EL COMERCIO (SECRETO) DE PORNOGRAFÍA La fotografía del siglo XIX comercializó contenido sexual explícito casi desde sus inicios. Obviamen- te había desnudos integrales, pero la mayoría del negocio de la fotografía erótica lo generaban las escenas ilícitas de mujeres semidesnudas mostran- do las piernas o los pechos en un tocador. Hoy podrían parecer casi ridículamente inocentes y ni siquiera eróticas; sin embargo, dan una visión reveladora del deseo y las costumbres sexuales de la época victoriana. En 1834, se estimaba que había 57 tiendas de pornografía en Holywell Street, calle del centro de Londres que fue descrita por The Times como “la calle más vil del mundo civilizado”. La Ley de Publicaciones Obscenas de 1857 nació con la in- tención de acabar con este comercio ilegal, pero simplemente lo llevó a la clandestinidad, con sus protagonistas trabajando con nombres falsos para evitar ser detectados. Enjambres de hombres, a veces algunas mujeres, merodeaban por los esca- parates y, ocasionalmente, desaparecían dentro de las tiendas donde les esperaban libros de títulos sugerentes, grabados obscenos y las mencionadas fotografías de escenas de tocador, que ofrecían una visión voyeurista de cómo supuestamente se com- portaban las mujeres a puerta cerrada. En 1873, la Ley Comstock prohibió “todo libro, panfleto, imagen, papel, escrito, impreso u otra publicación de carácter indecente obsceno o las- civo”. Esto puso difícil el acceso a la pornografía y al arte erótico, pero también a la información sobre la sexualidad, en general, y los métodos an- ticonceptivos, en particular, que tanto necesitaba esa sociedad, sobre todo las mujeres. Sea como fuere, queda claro que para estar tan ob- sesionados con la “buena moral”, los victorianos estaban muy interesados en lo que otra gente hacía en privado y se permitían disfrutar con ello. ASC ASC FOTOGRAFÍA ERÓTICA. Sobre estas líneas, una de las instantáneas eróticas de Wilhelm von Plüschow, fotógrafo alemán que emigró a Italia y alcanzó fama con sus fotografías de jóvenes desnudos. JOSEPHINE BUTLER. La feminista y reformadora social británica retratada en 1876. MH MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS 39
  • 40. Amante esposa, buena madre, responsable ama de casa y guardiana de la decencia: así debía ser. Ya fuera de clase trabajadora o burguesa se la relegaba al hogar y, aunque logró plantar la semilla del movimiento feminista, la desigualdad con el hombre fue un lastre para la mujer durante toda la era victoriana. COVADONGA ÁLVAREZ PERIODISTA >>> E s evidente que en el siglo XIX una mujer de clase trabajadora no llevaba la misma vida que una burguesa –de una noble ni hablamos–, pero si algo las unía era su supeditación a los hombres (padre, tío, hermano, esposo), el ser consideradas, literalmente, de su propiedad, además de su falta de derechos –no podían votar, demandar, poseer un bien ni heredar– y la idea de que ambas se rea- lizaban a través de sus responsabilidades dentro del hogar y de su deber moral hacia sus familias –espe- cialmente sus maridos– y la sociedad. Eso les daba un objetivo vital común: casarse y tener hijos. MATRIMONIO, FAMILIA Y BONDAD MORAL La idea que asignaba la esfera privada a la mujer y la pública –negocios, comercio y política– al hombre estababienextendidaamediadosdelXIX,porGran Bretaña y por todo el mundo. En siglos anteriores, era habitual que las mujeres trabajaran junto a sus maridos y hermanos en el negocio familiar, pero ahora –en las clases medias– eran los hombres los que se desplazaban a su lugar de trabajo (la fábri- ca, la tienda, la oficina) mientras sus esposas, hijas y hermanas se quedaban en casa para supervisar las tareas domésticas. De hecho, en la literatura de consejos populares y en las novelas femeninas, así como en las columnas publicitarias de revistas y periódicos, se pregonaba que el ámbito doméstico era el dominio femenino. No había otra: el hogar era el mundo de la mujer victoriana porque estaba completamente excluida de la vida pública; de las universidades, de tener una profesión y de votar en cualquier elección. En los casos en que se veía obligada a traba- LA MUJER VICTORIANA 40 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS
  • 41. EN FAMILIA. Lilly Martin Spencer, pintora estadounidense de mediados del XIX famosa por sus escenas domésticas de cálida atmósfera feliz, recrea una escena informal de un típico matrimonio victoriano con su pequeño hijo (1851-52). GETTY
  • 42. jar fuera de casa, debido a circunstancias familiares adversas, su labor era de baja categoría y mal remunerada. El de institutriz era uno de los pocos puestos que podía ocupar una chica de clase media y solo lo hacía en circunstancias extremas, ya que el salario era escaso y el trato a menudo poco amable, cuando no humillante. Las mujeres de la clase trabajadora, por supuesto, tuvieron una experiencia muy diferente. Comen- zaban a trabajar alrededor de los diez años, a me- nudo en el servicio doméstico o como operarias de fábricas o jornaleras agrícolas, y continuaban trabajando hasta que se casaban. A través de los movimientos sindicales, los traba- jadores se esforzaban por asegurarse salarios que permitieran a sus mujeres ser esposas y madres a tiempo completo, una aspiración en sintonía con la noción burguesa de felicidad doméstica. Si lo lograban y ganaban lo suficiente para mante- nerlas, ellas dejaban de trabajar; de lo contrario, trabajaban toda su vida, tomándose solo breves descansos para dar a luz. El servicio doméstico siguió siendo la categoría más importante de em- pleo femenino durante todo el período (emplean- do al 10% de la población femenina en 1851 y a más del 11% en 1891). También trabajaban en fábricas de textiles, alfarería, agricultura y confec- ción y en empleos estacionales o no registrados, especialmente el lavado de ropa. Así pues, la mujer, fuera cual fuera su clase social, se movía en un mundo basado en las creencias evangélicas de la importancia de la familia, la cons- tancia del matrimonio y la bondad moral innata en ellos. Para entender lo que se consideraba en la época victoriana qué era la mujer perfecta, nada como la necrológica de la esposa del reverendo J. Goodby, de Leicestershire, que se publicó en The General Baptist Repository and Missionary Ob- server en 1840. En ella se dice que cumplía con sus deberes como dueña de una pequeña familia con “piedad, paciencia, frugalidad e industria” y que “su ardiente e incesante fluir de ánimo, extrema ac- tividad y diligencia, puntualidad, rectitud y notable frugalidad, combinados con una firme confianza en Dios (...), la guiaron a través de los momentos más duros con seguridad y respetabilidad”. LAS QUE TIENEN QUE SERVIR. Sobre estas líneas, Bajando para el té (1874), acuarela de George Goodwin Kilburne que muestra a una niñera inglesa con las dos pequeñas a su cargo. A la derecha, una sirvienta victoriana con una escoba en la mano, fotografiada en 1867. EL SERVICIO DOMÉSTICO FUE LA CATEGORÍA MÁS IMPORTANTE DE EMPLEO FEMENINO ALBUM GETTY > > > 42 MUY HISTORIA BIOGRAFÍAS