Han pasado más de 5 meses desde la entrada en vigor plena de la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno, momento en el que terminaba la vacatio legis establecida en la Disposición final novena de la norma que daba 2 años de adaptación a Ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Pasada esa fecha límite, ¿podemos afirmar que nuestras Administraciones son realmente transparentes? ¿Son percibidas así por la ciudadanía?
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La hipertransparentopía política
1. La hipertransparentopía
política
Francisco Delgado Morales
28 mayo 2016Partager mon Opini on
Han pasado más de 5 meses desde la entrada en vigor plena de la Ley
19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información
pública y buen gobierno, momento en el que terminaba la vacatio legis
establecida en la Disposición final novena de la norma que daba 2 años
de adaptación a Ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Pasada
esa fecha límite, ¿podemos afirmar que nuestras Administraciones son
realmente transparentes? ¿Son percibidas así por la ciudadanía? La
respuesta, obviamente, es no. Y además puede afirmarse con cierta
rotundidad, si observamos los resultados obtenidos en diferentes
estudios sobre las opiniones que tienen los ciudadanos y ciudadanas
2. sobre los niveles de confianza en las Administraciones Públicas y la
información que publican.
Desde una perspectiva formal, y referente al mero cumplimiento de la
Ley, estamos bastante lejos del mismo. Se deben reconocer, no
obstante, los pasos que las Administraciones han realizado para
intentar ponerse al día con sus obligaciones, pero la realidad ha sido,
con carácter general, muy irregular e incompleta. Dicho lo anterior, si
ni siquiera se cumplen las obligaciones legales, ¿cómo se puede aspirar
a que las Administraciones avancen hacia una transparencia real de sus
organizaciones?
Las recetas son conocidas y han sido descritas por diferentes agentes
sociales e institucionales. Se trata fundamentalmente de hacer
pedagogía de la transparencia, formación, sensibilización, promover
innovaciones tecnológicas que den respuesta a las nuevas necesidades
de las instituciones y la ciudadanía, diseño de herramientas e
instrumentos de gestión de la documentación y la información,
cambios organizacionales acordes al nuevo paradigma de la
transparencia, favorecer la puesta en marcha de buenas prácticas,
establecer una comunicación directa con la sociedad en canales
bidireccionales y, por últimos, eliminar las barreras que puedan existir
al cambio que supone la implantación de la cultura de la transparencia.
La mayor complicación, además de los medios para poder realizarlas
acciones enunciadas, viene en muchas ocasiones por el cortoplacismo
que impera en las personas responsables de la toma de decisiones,
nuestros representantes políticos. Es el impulso político, con la
necesaria colaboración de los empleados y empleadas públicas, el que
lidera los cambios en una institución. Sin embargo, en política mirar
más allá del titular del día es tremendamente complicado, así que
pueden imaginarse que realizar planificaciones estratégicas de calado
en la cultura de la organización y que, presumiblemente, supondrían un
plazo mayor a una legislatura son directamente una quimera.
En este contexto aparecen los ranking de transparencia como
instrumentos eficaces para cumplir las funciones y cubrir las
necesidades que parte de la clase política demanda: se trata de algo
inmediato, es una foto fija de un momento determinado para el que hay
que hacer un esfuerzo pero una vez alcanzado se puede olvidar; sirve de
elemento que se puede ofrecer electoralmente, alcanzar un buen puesto
es algo de lo que se puede obtener redito político; y tiene repercusión
mediática, en el actual mundo en el que impera la inmediatez y la poca
reflexión, la difusión de una lista ordenada de entidades en función de
sus niveles de transparencia es tremendamente atractivo desde el punto
3. de vista de los medios de comunicación. Más allá de las intenciones de
las entidades que realizan estos rankings, debe reconocerse que,
aunque sólo fuera por el mero hecho de salir en una mejor posición en
una determinada clasificación, han supuesto un avance y han tenido un
efecto emulador que ha repercutido positivamente. Pero quedarse en
ello significa no terminar de comprender la transcendencia del asunto.
Apostar por este tipo de evaluaciones de transparencia significa
quedarse en la fase más superficial. Estaríamos hablando de una
transparencia estética, estática y vacía de todo el contenido de los
principios que la definen. Los sistemas de indicadores son
instrumentos necesarios para poder verificar su existencia pero no lo
garantizan. Es lo que se ha denominado transapariencia o
tramparecia, para hacer alusión al mero cumplimiento formal de una
serie de indicadores vendiendo intencionadamente la imagen de una
apariencia falsa de transparencia cuando la realidad es otra. Esta
modalidad puede aportar más opacidad a la entidad incluso, al
realizarse de forma deliberada.
El problema no es la existencia de estos rankings, ni siquiera la posible
validez o no de los mismos. A mi entender, el problema real es que parte
de los representantes públicos confíen en ellos y los vean como los
únicos instrumentos para abordar la transparencia de sus
organizaciones. Y aquí ya no hablamos de transapariencia o
tramparencia sino de responsables políticos, faltos de formación en su
mayoría, que sólo son capaces de ver las cosas de lejos, de forma
somera, sin acercarse ni profundizar en ellas. En el momento que
observan las cosas de cerca son incapaces de ver y evaluarlas con
claridad. De esta forma, toman medidas de transparencia estética,
perfecta desde lejos, pero que no admiten un análisis cercano. Son
hipermétropes en transparencia, tienen una nueva enfermedad: la
hipertransparentopía. Para luchar contra ella, las personas que
ostentan cargos políticos deberán deconstruirse para comenzar a ver la
transparencia lejos de las coordenadas políticas y electorales
cortoplacistas, recibir formación e impregnarse de los valores de este
nuevo paradigma, enfundarse las gafas de la transparencia para poder
ver las cosas desde una nueva perspectiva de ética pública y
transparente, desde la que abordar de forma adecuada, e integra, la
puesta en marcha de políticas para la adquisición de la cultura de la
transparencia y se produzca el cambio en las administraciones que la
ciudadanía demanda. Lo demás son brindis al sol…y titulares de
periódicos.
http://gobiernotransparente.com/index.php/2016/05/28/la-hipertransparentopia-
politica/