1. Pájaros de Piedra
Juan García Hortelano
1987
Marc Chagall
El origen de los puentes: un deseo y una imagen. El deseo por alcanzar la
otra orilla y la imagen de un algún pájaro inmóvil sobre el río. Veamos:
"Hace miles de años, probablemente, un hombre tendido en un ribazo veía
planear un lento pájaro sobre las aguas de un río. Más por deseo que por
necesidad, probablemente, imaginó aquel hombre que el inconstante vuelo
se detenía en un punto equidistante entre las dos orillas. No es extraño que
el hombre llegase a ver inmóvil en el azul del vacío al pájaro de piedra. Y en
aquella ruptura del espacio el deseo del hombre por alcanzar la otra orilla
encontró la premonición, antes de inventarlo, del puente".
Su primera función: alcanzar la orilla desconocida y volar. En este último
sentido se trata de una notable "corrección a la creación divina". El puente,
dice García Hortelano, "es el primer ingenio que permite al hombre volar.
De entre todos los ingenios con los que el hombre puentea a la Naturaleza y
se la apropia, el puente conserva a lo largo de las edades el embrujo del
vuelo, la fascinación de alcanzar la orilla de lo desconocido, el poderío
embriagante de franquear el abismo".
Su función última: mediadora entre dos paisajes del alma. Una función
mediadora "entre dos mundos distintos, la divina unión hipostática de dos
barrios que podrían ser dos ciudades o de dos parajes donde del uno al otro
el alma cambia". En unos esa función es más destacada que en otros.
Algunos puentes son "auténticamente fronterizos" y otros parece que nos
2. conducen "al mismo mundo del que veníamos", pero todos apuntan de
algún modo hacia la mediación.
Actúan entre la gente como símbolo: concordia y estabilidad. "Desde un
punto de vista convivencial el puente ilustró la invención de tender puentes
entre los semejantes, porque, como no podía ser menos, la obra que une lo
que la Naturaleza separó había de constituirse en símbolo de concordia y
estabilidad entre las contrapuestas fuerzas de los caracteres individuales".
Actúan en el entorno creando el paisaje: le dan visibilidad, pues se ve por
sus ojos. La mayoría -sigue Hortelano- "incluso los puentes feos o los
raquíticos, los pretenciosos o los rústicos, acaban por integrarse en el
paisaje al que miran. Por ello, cuando un puente cae, el paisaje recupera su
invisibilidad, ya que los ojos del puente dejan de crear, en la soledad y por
delegación del ojo humano, el paisaje. Si es verdad que sólo existe
plenamente lo que se ve, las ruinas de un puente señalan la victoria del
vacío".
Son diversos, y todos guardamos en la intimidad una iconografía de
puentes (incluso para habitarlos). "A veces, son puentes inexistentes (...). A
veces, se trata de un puente casi soñado en otra realidad". Algunos son
poéticos, algunos bellos.
Porque todos constituyen una obra de arte. "En los puentes se cumple con
ejemplar rigor esa inseparable unidad de la forma y el contenido que la obra
de arte exige para ser tal".
La belleza. Los puentes se comprenden desde abajo, aunque su música se
siente desde arriba. "José Antonio Fernández Ordóñez (que los enseña y los
ama, los cataloga y los construye) me ha enseñado que un puente
únicamente se conoce y se comprende desde abajo". Al bajar a las pilas se
puede leer mejor su razón técnica. Pero "la música" del puente, "puede
percibirse sin haber pasado jamás por el Conservatorio de la Escuela de
Caminos. Cualquiera puede sentir esa música, que vuela y permanece fija
en un aire, que se serena / y viste de hermosura y luz no usada".
La poesía. Algunos incorporan el misterio de la poesía: entre dos harturas
de racionalismo. "El prodigio de la ingeniería se atribuye durante siglos a
los poderes de Lucifer. Esos puentes satánicos, levantados durante una
noche por motivos de venganza, seducción o ambición fáustica, incorporan
el misterio de la poesía a la misteriosa belleza de la técnica. El puente, en la
teología de la obra pública, representa una corrección a la creación divina,
que pide reparación o fundamento en las potencias tenebrosas".
La experiencia. Ya que realmente no llevan a volar, tampoco parece
necesario ni siquiera mirar. La experiencia del puente (esa música que se
decía sentir desde la luz) nos la entregan generosamente, acodados en
alguno de sus pretiles, "la violencia del viento y del vértigo".