Este documento describe las creencias sobre los "Icon5 El Condenado - Muerto Viviente" en la cosmogonía criolla. Según la creencia, aquellos que mueren de manera trágica, por suicidio o sin limpiar sus culpas, son rechazados por Dios y deben purgar sus culpas como condenados que vagan entre los vivos. Los condenados asumen diferentes formas y buscan llevarse a otros para encontrar su salvación, como regresar a devolver dinero escondido o vengarse de aquellos que los mataron violentamente. El documento
1. Icon5 El Condenado - Muerto Viviente
Son seres del otro mundo. Cuando alguien muere de buena manera, su alma, antes de morir, recorre los
lugares donde sufrió o donde fue feliz. Lo hace vestida de una túnica blanca y sin poner los pies en el suelo.
Recién cinco días después sube al cielo, y por eso en esa fecha se lava su ropa —la necesita limpia para su-
bir al cielo— y se le llora. El entierro mismo no sólo no tiene llanto, sino que es más bien festivo: en algunos
casos incluye abundante aguardiente, comida y orquesta.
La situación no es la misma cuando alguien muere de manera trágica, suicidio o accidente, o cuando aún no
ha limpiado sus culpas antes de morir. En estos casos es rechazado por Dios y entonces debe purgar sus cul-
pas «viviendo» una temporada entre nosotros como condenado.Una razón posible para llegar a condenado
es el incesto, pero también puede ser algún crimen, o la avaricia, o la mentira. Se ha encontrado una versión
destinada a los niños donde alguien se condena por jalarle los cabellos a su mamá.
En el caso de condenados que han dejado dinero escondido, regresan para decir dónde se encuentra el
tapado, lo que hemos visto también en las «almas en pena» de la cosmogonía criolla. Y es que, en general,
esconder plata es un acto antisocial, que llega al colmo cuando la persona muere sin dejarlo dicho.
Según sea el caso su «castigo» será distinto. Los suicidas por amor, por ejemplo, no son recibidos en el cielo
hasta que llega la hora en que estaba programado que mueran. Mientras tanto, deben seguir cumpliendo con
su familia acá en la tierra. Los que han robado no serán aceptados en el cielo hasta que devuelvan lo que es
ajeno. Pero los más terribles son los que han muerto con violencia. En ellos la violencia se seguirá repitiendo
hasta que consigan su salvación.
Estos últimos condenados normalmente viven en cuevas, o al lado del cementerio. Desde ahí lanzan gritos y
lamentos terribles, ya que los diablos los azotan o los cuelgan de noche con cadenas. Su aspecto varía mucho
pero la cadena parece ser un rasgo permanente. Suelen tomar la forma de animal, pero también aparecen
como personas vestidas con un hábito de monje o de negro, o con túnica blanca como en la versión occiden-
tal. A veces usa botas rojas, de fuego. Cuando aparecen en las ciudades se presentan frecuentemente en pro-
cesión, pero muchas veces se muestran solos, escondiendo el rostro (que es una calavera) para no ser reco-
nocidos. Es por esa razón que se le describe a veces como un bulto. El condenado busca llevarse alguien con
él, comerse a quienes están salvos. En especial agarrar su alma, forma en que encuentra su salvación, cambia
su suerte. Cuando ha sido incestuoso busca llevarse a su pareja. En otros casos busca comer la cabeza o los
sesos de su víctima, ya que ahí está la sede del alma.
Un cuento de mi abuelo:
Había una mujer que vivía sola, hilando día y noche para ganarse el sustento. En una de esas noches que
hilaba, a eso de las 12 de la noche, tocaron su puerta y ella salió presurosa a ver quien era y al abrir se topó
con un hombre que le dijo:
—Señora, hágame el favor de guardarme estas ceritas —entregándole un paquete de ceras—; mañana a esta
misma hora voy a volver a recogerlas.
—Muy bien, señor —respondió ella, recibiendo las ceras y despidiendo al desconocido.
Pero grande fue su sorpresa cuando a la luz del candil las ceras se trocaron en huesos. Más asustada de lo
que se puede imaginar uno tiró los huesos a un rincón y se pasó toda la noche muy preocupada sin tirar una
pestañeada.
Al día siguiente apenas amaneció fue en busca del cura de la parroquia, a quien le contó lo sucedido. El cura
le dijo que había hecho mal en abrir la puerta a esa hora y que ahora no había más remedio que esperar a que
volviera el condenado para devolverle los huesos; pero cuando volviese, no abriría la puerta sola, sino acom-
pañada de seis niños, tres niños y tres niñas. La señora prometió que así sucedería.
A la noche siguiente, cuando la mujer estaba en su casa acompañada de sus vecinas y los seis niños, tocaron
la puerta como en la noche anterior.
Entonces ella, tomando a los niños, uno a la espalda, uno al frente, uno a cada costado salió a contestar al
condenado y le entregó los huesos con la mano izquierda.