1. Shakespeare, poética expresión, valga la redundancia. No existe amante de lo sublime en ningún
rincón del planeta que no esté cubierto de su polvo de oro literario e impregnado de sus elevados
valores. ¿Podríamos dudar de ello? Por supuesto que podemos.
¿Es Shakespeare universal? En primer lugar deberíamos matizar qué entendemos por universal.
Laura Bohannan parece no tenerlo muy claro en su artículo. En su segundo viaje de campo a
territorio Tiv, esta antropóloga dio con la casualidad de llevarse consigo un regalo reciente de un
amigo: un ejemplar de Hamlet. Y la curiosidad del turista no supera la del autóctono, quien también
manifiesta sentir un gran interés por el otro. Así, al alba, participando de un ritual festivo en la
choza de recepciones del anciano de la tribu, acompañada de la mayoría de los hombres, este la
invita a compartir con todos ellos aquellas «cosas antiguas» de su país, refiriéndose al papel que
acostumbra quedarse mirando durante horas encerrada en su cabaña.
Bohannan pensaba que «la naturaleza humana es bastante similar en todo el mundo; al menos la
trama y los temas de las grandes tragedias resultarían siempre claros -en todas partes-, aunque acaso
algunos detalles relacionados con costumbres determinadas tuvieran que ser explicados y las
dificultades de traducción pudieran provocar algunos leves cambios.» Allí estaba su «oportunidad
de demostrar que Hamlet era universalmente comprensible.»
Frente a este enfoque hermenéutico de la universalidad de Shakespeare, parece que lo universal
podría decirse en otro sentido, en cambio, si lo que se quiere probar es otra cosa de carácter muy
distinto. Bohannan también afirma, por otro lado, que «estaba segura de que Hamlet tenía una sola
interpretación posible, y de que esta sería universalmente obvia.» Esta expresión no es, ni de
mucho, equivalente a las anteriores. Es más, en cierto modo es contradictoria. Considero que bien
puede que la autora no haya sabido identificar con certeza lo que buscaba en realidad, bien puede
que haya recurrido expresamente a esta confusión con la intención de desviar la atención acerca del
sentido en que habla de universalidad en favor de un concepto ambiguo sostenido por el sentido
común.
El episodio de la narración es emprendido con el mayor optimismo. Mediante una traducción que
respeta lo suficiente la trama de la obra de Shakespeare y un reajuste fiel de algunos detalles a la
mentalidad de su auditorio, la antropóloga acerca un pedacito de su hogar al de sus anfitriones. Pero
los oyentes, escandalizados por lo que consideraban ser algunas impertinencias de su locutora,
siembran de continuas réplicas y correcciones su discurso. Por ejemplo, la escena de la aparición
del fantasma del Rey no es acogida con buen gusto. Los Tiv no tienen un concepto que aglutine los
elementos de 'persona muerta', 'que puede contactar con el mundo de los vivos' y 'que puede ser
vista y escuchada' pero 'que no puede ser tocada'. Lo que más se aproxima, para ellos, a esta
definición es, tal vez, un zombi, o tal vez un presagio, pero nunca una combinación de ambas cosas
cuyo producto sea idéntico o lo bastante parecido a un fantasma. La cultura de esta tribu tampoco
comprende la locura. Lo que nuestra cultura explicaría como un desequilibrio psicológico generado
por una experiencia traumática, como el tenso estado mental del hijo del Rey o la desesperada
situación de Ofelia, la suya lo hace recurriendo a la brujería. Y en relación a los juicios morales que
puedan emitirse acerca de la cuestión del matrimonio entre Claudio y Gertrudis, de seguro los que
pueda defender alguien de esa tribu son ligeramente diferentes de los que defenderíamos nosotros.
Sí, podemos admitir que tiene lugar una cierta comprensión. Al igual que las personas sentadas
dentro de aquella choza son capaces de acoplar la historia de su invitada a su modo de ver el
mundo, nosotros somos también capaces de traducir a nuestra cultura, aunque siempre de una forma
aproximada, los pensamientos y valores que recoge el texto acerca de estas personas. Se dice que
las lenguas determinan la visión del mundo de sus hablantes. Sin ir demasiado lejos, probablemente
el Universo en que se mueve alguien cuya lengua materna sea el inglés, que no establece
lingüísticamente distinción entre las acepciones de 'ser' como substancia y como estado sino que las
unifica bajo una misma forma, 'to be', pierda los matices o puede que incluso no sea capaz de
incorporarlos satisfactoriamente al traducir de otras lenguas que sí separan 'ser' de 'estar', y
seguramente este Universo sea radicalmente distinto e inconmensurable con otros. Desde todas las
ciencias y las disciplinas no científicas, en este lugar cabrían toda clase de especulaciones y teorías,
más o menos extravagantes, acerca de cómo a nivel general es posible que se produzca el fenómeno
2. de la comprensión. Centrándonos en un posible esclarecimiento desde la antropología cultural desde
un punto de vista no metafísico, tal vez esto podría ser posible porque, por lo menos con ellos,
tenemos en común una serie de categorías, como el parentesco y las relaciones de poder, sobre cuya
base se producen unas determinadas modulaciones que configuran sendos sistemas culturales. En
un sentido hermenéutico, pues, puede concederse que Hamlet sí es universal, pero no menos de lo
que podría serlo cualquier historia de esta tribu o de otra. Ahí están los trabajos de los etnólogos.
Pero preguntarse por la universalidad en ese sentido resulta algo raído y desfasado, y equivale a
preguntar, con excesiva simpleza, si es algo universal o no la conducta cultural en el ser humano.
Ella misma termina por doblegarse, y confiesa: «dejé de ser contadora de historias, saqué mi
cuaderno de notas y pedí que me explicaran más». Pienso que esto deja traslucir que a medida que
desarrolla su narración, Bohannan va perdiendo la fe en su autoridad. Sus deseos de demostrar que
existía una sola interpretación posible de Hamlet y de que esta sería evidente para sus nuevos
amigos parecían estamparse contra una evidencia diametralmente opuesta. Aunque, al mismo
tiempo, esta ingrata sorpresa descubre la posibilidad de la traducción cultural. Por desgracia, puede
que no sea intercambiable la probación de la universalidad hermenéutica con la de la universalidad
absoluta sin perturbar el sentido de los hechos. Porque de hecho, no es lo mismo decir que en la
choza se produjo el milagro de la comprensión que afirmar que el personaje Hamlet hubiera bien
podido pertenecer a los Tiv. La diferencia está en la superficie, y la superficie es todo lo que hay.
Poco o nada nos importa lo que pueda tejerse en las alturas o bajo tierra. Es una pretensión de
dimensiones insultantes y un despropósito reducir la etnodiversidad a unas pocas operaciones
básicas.
La Historia nos cuenta reiteradamente cómo civilizaciones distintas, con el Bien, la Justicia y la
Verdad como guías, combaten a otras aliadas con las fuerzas del Mal, la Injusticia y la Mentira.
Siempre vence una de las dos partes y se impone como la auténtica Salvación. Y muchas veces
parece como si ese papel de Misionero de la Humanidad fuese encarnado por los antropólogos.
Hombres de ciencia, de ordinario obsesionados con el ensalzamiento del saber, desenvainan la
Espada de la Verdad para abatir el desconocimiento y la superchería. Pero en ocasiones es
peligrosamente obviado que su objeto de estudio, o al menos un componente importante de este, es
un semejante que, si según pretenden comparte con ellos más de lo que jamás podrían llegar jamás a
admitir, podría estar plantándoles cara con la misma arrogante actitud de desafío. Paradójicamente,
bajo mi punto de vista, esa es la única conclusión clara que implícitamente trajo Laura Bohannan de
territorio Tiv, donde también saben que «la gente es similar en todas partes. [...] Alguna vez has de
contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su
verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado
sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría.»