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. F. Guizot:
Historia de la civilizaci,ón en Europa
El libro de Bolsillo
Aharna Editorial
Madrid
Lección pdmera
Objeto del curso.-Histotia de la civilizacióo europea-Papcl de
Francia en la civilización de Europa.*-Que la civiliz¿ció¡¡ puede scr
coútad¿.-Que cs el hocho oaís 6oerd de la Histcria.- Dd sen'
tido usual y popula¡ de la palabra cittílizació¡.-Dc lre:el:ot
principaler coostituyen l¡ civilización: I'o, el desar¡ollo de la
sociedad; 2.o, d desa¡dlo del i¡dividuo.-Pruebas de este
.rurai6¡,-Que estos dos hechos están necesariamente ligados en-
tre sl y se producen el uno al oüo más tarde o ñás temprano'-
El destino del hombre, ¿estó conteúido eritero en su cotrdicidn
actual o social?-Que la histo¡ia de la civiliz*ión puede ser
consider¡dr y presentada desde dos prntos de vista-Algums pa-
l$r¡s robit d eko dd curs.*Del est¡do ¡ctud dc bs aplrinu
I del porvenl' de la civilización.
Señores:
Me aiento profundámGnte emociomdo por vuesffa aco-
gida. Mc p€rmitó decir que la acepto como r¡na pren-
¿a de b iirrpatla que no ha cesado de existir entre
nosoüos, a ptsar dc una separación tan larga. Digo
gu€ la sinpatfe. no ho cesado de existir, como si encon-
tiase en este reci'nto las mismas petsonas, la misma
gener*ción qne solle vcnit, hace siet€ eños, a asociarse
2
1E Historia de la civilización en Europa
a mis trabajos... Os pido perdón, señores; vuestra be-
.¿""t" ercoÉi¿^ me ha tutÉado un-poco'.. Porque, al
volver aqul] me parece que todo debé volver, que.
lapa
ha cambiado. Sin embargo, señores, todo ha cambiado,
v cambiado mucho. Hacé siete años no estábamos aqul
*ár q.t. con inquietud, preocupados por un sentimiento
ttirt., pesado; not tubta*os rodeados de dificultades,
á. oálintot, ios sentlamos arasuados hacia un mal que
i"riiittZ"t., a fuena de gravedad, de setenidad, de re-
iiu^, t xíbamos de desviat. Hoy lleg.amos todos, vos-
otfos como yo, con esperanza y confranza, el corazón
en Daz v el p-ensamiento-libre. No tenemos, señores, más
q,r. ,tná *átt.t. de mostrar .dignamente nuestra grati-
t rd,
"oottuf
a nuestfas reuniones, a nuestros estudios
la misÁa calma, la misma reserva que cuando temíamos
iaóa ála verlos entorpecidos o suipendidos. La buena
suerte es delicada, iniierta, frágil: Ia convalecencia exi-
ee casi los mismos cuidados, la misma prudencia que
ias proximidades de la enfermedad. La tendréis, señorés,
esto^y seguro. La misma simpatía, la misma correspon-
d"néiu ín"tima y tápida de opiniones que nos unla en los
áár ¿ift.it.t y qü., al menos, qos h-1 evitado muchas
faltas. nos unirá- izualmente en los días buenos y nos
po"¿í¿ en estado á. -r.cog.r todos los frutos. Con ella
iuento, señores, y nada más necesito.
Pocó tiempo i"n.-ot por delante hasta fin de año'
Yo mismo hé tenido también muy poco para pensar en
el curso que os debía presentar. He rebuscado el tema
one meioi podrla encerrarse en lo poco de mes que
iot t.rí" y^ en los muy pocos dlas que me han sido
concedidos'para preparárme. Me-ha parecido que un
cuadro eeneial dá la historia moderna de Europa, con-
rid.tud"" desde el punto de vista del desarrollo de la
.iuitiru.i¿n; una ójeada general sobre la historia de
l^ iirilirurían errropea, de-sus orfgenes, de su marcha,
de su finalidad, de iu carácter, me pareció
-di€o-
que
iádii ud^pt^rsé al tiempo de que disponemos. Este es el
iema con-el que me he determinado a entreteneros'
Lección primera 19
Hablo de la civilización europea: es evidente que hay
una civilización europea; que una cieta unidad resplan-
dece en la civilización de los diversos Estados de Euro-
pa; que, a pesar de la gran diversidad de tiempos, luga-
res, citcunstancias, dondequiera esta civilización deriva
de hechos casi semejantes, se enlaza a los mismos prin-
cipios y tiende a producir casi en todos sitios resultados
análogos. Hay, pues, una civilización europea; y de su
conjunto quiero hablaros.
Por oüa parte, es evidente que esta civilización no
puede buscarse, que su historia no puede ser extralda
de la historia de uno solo de los Estados europeos. Si
posee una unidad, su variedad no es menos prodigiosa;
no se ha desarrollado toda entera en ningún pals espe-
cial. Sus rasgos fi.siognómicos están esparcidos: hay que
buscar tan pronto en Francia como en Inglaterra, tan
pronto en Alemania como en Italia o España. los elemen-
tos de su historia.
Estamos, sin embargo, bien situados pafa entregarnos
a esta indagación y estudiar la ctvilización europea. No
se debe adular a nadie, ni siquiera al pals propio; pero
creo podet decir, sin lisonja, que Francia ha sido el
centro, el hogar de la civilización de Europa. Seía exce-
sivo pretender que Francia ha marchado siempre y en
todas direcciones a la cabeza de las naciones. En diver-
sas épocas ha sido adelantada en las artes por Italia,
en las instituciones pollticas pof Inglaterra. Acaso, desde
otros puntos de vista, en ciertos momentos se encontra-
rlan en Eutopa otros pafses que la hablan sobrepujado,
pero es imposible desconocer que siempre que Francia
se ha visto rebasada en la carrera de la civilización ha
tomado nuevo vigot, se ha lanzado para enconüarse en
seguida al nivel o delante de todos. Y no solamente
ha sido éste el destino peculiar de Francia; las ideas,
las instituciones civilizadas, si puedo hablar asf, nacidas
en otras tierras, cuando han querido trasplantarse, ha-
cerse fecundas y generales, obmr en provecho común
de la civilización europea, se han visto, en algún modo,
20 Historia de la civiüzación en Europa
obticadas a sufrir en Francia una nueva ptepatación, -y
á; É;Ñ., como de una segunda paffia, han partido,a la
.""oritr" ie Eutopa. No
-hay
cási ninguna gran iá9a,
ninrir'f" gttt principio de civilización que, pam difundir-
re.
-no
hlva pasado antes por Ftancia.-'Sin
¿"á" il"y .tt el genio francés algo- sociable, sim-
páticá, algo qná t. prof"g, con más facilidad y.efrcacia
óue el genio de cualquier otro pueblo: sea por etecto cle
iuertr""l.tgoa, del giro de nuestto esplritu o de nues-
lt"r .ottnttibrés, nuósuas ideas son más populares, se
Dresentan más claras a las masas y en ellas penetran
ilás rápidamente; en una palabra, la claridad, la socia-
¡iti¿"¿, la simpátla, ton á carácter- peculiar de Ftan-
"it.
¿.'su civifización, y esas cualidades la hacen emi-
Lnt..."i" adecuada'pára marchar a la cabeza de la
civilización europea.-
Ásl, prr.r, *áttdo se quiere estudiar la- historia de este
gr.tt ú&ho,'no es una élección arbitraria ni convencio-
ñ"1 to-.t á Francia por centro de este estudio; es' por
"i
1onit"¡o, situarse] en algún modo, en el corazón de
la civilizacián europea, en él corazón del hecho que se
ouiere estudiar.
'-Oigo <,hecho>, señores, y lo digo adrede: la civiliza-
ción
"es
un hecho como cualquier otro, un hecho sus-
..pii¡t., como cualquier otro, áe ser estudiado, descrito,
contado.-
il;¡" hace tiempo se habla mucho, -y con tazón, de
la necesidad de enierrar la historia en los hechos, de la
necesidad de relatar. Nada más verdadero. Pero hay mu'
chos hechos que relatar y hechos mucho más diversos
de lo que acaio estamos ientados a imaginar en el pri-
tn.t ntó-.nto. Hay hechos materiales, visibles, como las
batallas, las guerras, los actos oficiales de los Gobiernos'
Hav hecios morales, escondidos, que no son menos rea-
tes. llav hechos individuales que llevan un nombre pto'
oio. Háv hechos generales, sln nombte, a los que es
imposibll señalar üna fedra ptecisa, .encerrar
en llmites
riórosos, y que no son menos hechos que los offos,
Lecció¡ primera
hechos históricos que no pueden ser excluidos de la his-
toria sin mutilarla.
Lo que se acostumbra a llamar la porción filosófica
de la historia, las relaciones de los acontecimientos, el
lazo que los une, sus causas y sus resultados, son hechos,
es historia, igual que los relatos de batallas y los suce-
sos visibles. Los hechos de este género son, sin duda,
más difíciies de separar, el error es frecr¡ente, es traba-
joso animados, presentarlos bajo formas claras, vivas;
pero esta dificultad no cambia su carácter. No por eso
deian de constituir parte menos esencial de la historia.
La civilización, señotes, es uno de estos hechos; he-
cho general, repuesto, complejo, muy diflcil
-de
acuer-
do- de describir y contar, pero que no por eso exis-
te menos, ni tiene menos derecho a ser descrito y
contado. Se pueden suscitar sobre este hecho gran númeto
de problemas; se puede preguntar, pot ejemplo, y se ha
preguntado, si es un bien o un mal. Unos se han afli-
gido, otros han aplaudido. Se puede preguntar también
si es un hecho universal, si hay una civilización univer-
sal del género humano, un destino de la humanidad, si
los pueblos se han transmitido de siglo en siglo alguna
cosa que no se ha perdido, que debe crecer y transfe-
rirse como un depósito y llegar asl al fin de los siglos.
Por mi cuenta, estoy pemuadido de que hay, en efecton
un destino general de la humanidad, una uansmisión
del depósito de la civilización, y, por consiguiente, una
historia univetsal de la civilización que escribir. Pero,
sin plantear problemas tan enormes, tan diflciles de're-
solvet, es evidente que, encerrándose en una determi-
nada. extensión de tiempo y espacio, limi¡{¡¡dsss ¿ l¿
historia de un cierto númeto de siglos o de ciertos pue-
blos, con esas limitaciones, la civilización es un hecho
que puede ser descrito, contado, que tiene su historia.
Me apresuro a añadir que esta histoda es la más grande
de todas, que abarca todas las demás.
¿No parice, en efecto, señores, que el hecho de la
civilización es el hecho por excelencia, el hecho general
22 Historia de Ia civilización en Europa
y dcfinitivo en que desembocan y se resumen todos los
demds? Tomad todos los hechos de que se compone la
historia de un pueblo y que estamos acostumbiados a
considerar elementos de su vida; tomad sus institucio.
nes, su comefcio, su industria, sus guerras, todos los de-
talles de su gobierno; cuando se quiéren considerar todos
estos hechos en su coniunto, en su conexión; cuando
se quiere apreciarlos, iuzgarlos, ¿qué se les pregunta?
Se les pregunta en qué han contiibuido a lá clviliza-
ción de ese pueblo, qué papel han desempeñado en ella,
qué parte han tomado, qué infuencia han ejercido. De
esa suerte, no solo nos formamos una idea de ellos,
sino que también se les mide y aprecia en su verdadero
valot; son, en cierto modo, dos á los cuales se les pide
cuenta de las aguas que deben llevar al Océano. La
civilización es una especie de Océano que hace la rique-
za de un pueblo y en cuyo seno todos los elementos
de la vida del pueblo, todas las fuerzas de su existen-
cia van a reunirse. Esto es tan cierto, que hechos que
qor su natsraleza son detestados, funestos, que pesan
Lección primera 2t
los palses, la religión se ha envanecido de haber civili-
zado los pueblos; las ciencias, las leffas, las attes, todos
los placeres intelectuales y morales han reclamado su
parte en esta gloria; y se ha cteldo loarlos, honrarlos,
siempre que se reconoció que, en efecto, le perteneclan.
Asl, pues, en los hechos más imponantes, los más subli-
mes en sl mismos, sublimes independientemente de todo
resultado exterior y únicamente en sus relaciones con
el alma del hombte, la importancia se acrece, la subli-
midad se eleva pof su telación con la civilización. Tal
es el valor de este hecho general, que lo otorga a todo
cuanto toca. Y no solamente lo ototga; hay incluso oca-
siones en que los hechos de que hablamos, las creencias
religiosas, las ideas filosóficas, las letras, las artes, son
considerados- y juzgados, sobre todo, desde el punto de
vista de su influencia en la civilización; influencia que
viene a ser, hasta cierto punto y durante cierto tiempo,
la medida decisiva de su métito y su valor.
¿Qué es, pues, señores. pregunto, antes de acometer
su histotia y considetándolo tan solo en sl mismo, este
hecho tan gfave, tan extenso, tan pteciado, que patece
el resumen, la expresión de la vida entera de los pue-
blos?
Me cuidaré mucho de caet en la pura filosofla; me
cuidaré mucho de establecer algún principio racional
para, después, deducir de él la natlÍalez de Ia civili-
zación como una consecuencia; habrla demasiados ries-
gos de error en este método. Aqul también encontramos
un hecho que se puede comprobar y descdbir.
Desde hace mucho tiempo y en muchos palses se usa
la palabra ciailización; a ella se adhieren ideas más o
menos claras, más o menos difusas; pefo, en definitiva,
se usa y se comprende. Es el sentido de esta palabra, su
sentido geneml, humano, popular, el que hemos de es-
tudiar. Casi siempre hay más verdad en la acepción
usual de los términos generales que en las definiciones
más precisas y en apariencia más vigorosas de la cien-
cia. El buen sentido es quien da a las palabras su sig-
dolorosamente sobre los pueblos, por ejemplo,-el despo-
tismo y la anarqula, si han conrribuido en algún módotismo y la anarqula, si han contribuido en
a la civilización. si han hecho dar un sr, si han hecho dar un gran paso ade-
lante, se les disculpa hasta cierto punto, ú les^perdonan
sus errores, su mala nahJtalezai de suerte que donde-
quiera que se reconoce la civilizaciín y los hechos que
la han enriquecido, se está rentado de-olvidar el preiio
que costaron.
EIay incluso hechos que, hablando con propiedad, no
pueden llamarse sociales, hechos individuales que pare-
cen interesar más al alma humana que la vida pública:
tales son las creencias religiosas y las ideas filosóficas,
las ciencias, las leüas, las artes. Estos hechos parecen
dirigirse al hombre para perfeccionade o para encantade
y tienen por fin su mejora interior o su placer más bien
que su condición social. Pues bien; también desde el
punto de vista de la civilización estos hechos son y
deben ser considerados. En todos los tiempos, en todos
'l
I
I
t
f
"
Histoda de la civilizacióa en Europa
nificación común, y el buen sentido es el genio de la
humanidad. La significación común de una palabra se
forma sucesivamente y en presencia de los hechos; a
medida que se presenta un hecho que parece entrar
en el seniido de un tétmino conocido, en él se le acoge,
por asl decir, naturaLnente; el sentido del término se
éxtiende, se ensancha, y poco a poco los diversos he-
chos, las divetsas ideas que, en virtud de la naturaleza
de las cosas mismas, los hombres deben reunir bajo esa
palabta, se reúnen en efecto. Cuando, por el conftario,
él sentido de una palabta está determinado por la cien-
cia, esta detetminación, obra de uno solo o de un peque-
ño número de individuos, tiene lugar bajo el impetio de
algún hecJro particular que ha herido su esplritu. Por
eso las definiciones cientlficas son, en general, mucho
más estrechas y, por esto, en el fondo, menos verdade-
ras que el sentido popular de los tétminos. Estudiando,
como un hecho, el sentido de la palabm cioilización,
escudriñando todas las ideas en ella comprendidas, según
el buen sentido de los hombres, adelantaremos mucho
más en el conocimiento del hecho mismo que si inten-
tásemos dar nosotros una definición cientlfica, aunque pa-
teciese a primera vista más clara y más precisa.
Para comenzar esta investigación, ttataté de poner
ante vuesftos ojos algunas hipótesis; desctibiré un cier-
to número de estados de sociedad y después nos pregun-
taremos si el instinto general reconocería alll el estado
de un pueblo que se civiliza, si es ése el sentido que el
género hurnano atribuye naturalmente a la palabra ciai-
lización.
He aqul un pueblo cuya vida exterior es dulce, có-
moda; paga pocos impuestos; no padece; se le hace
justicia en lal telaciones privadas; en una palabra, Ia
existencia material, en su conjunto, está bastante feliz-
mente regulada. Pero, a la pat, la existencia intelec-
tual y móml de este pueblo está mantenida, con gran
cuidado, en un estado de embotamiento, de inercia; no
quiero decir de opresión, porque no tiene el sentimien-
lccción primera
to de ello, sino de compresión. No falta el ejemplo. Han
existido pequeñas repúblicas aristocráticas donde los súb-
ditos han sido tratados como rebaños bien mantenidos,
materialmente felices, pero sin actividad intelectual y
moral. ¿Es eso civilización? ¿Es ése un pueblo que se
civiliza?
He aqul otta hipótesis: un pueblo cuya existencia ma-
terial es menos dulce, menos cómoda; soportable, sin
embargo. En compensación, no se han descuidado las
necesidades morales e intelectuales, se les distribuye
algún alimento, se cultivan en este pueblo los sentimien-
tos elevados, puros; sus creencias religiosas y morales
Itan alcanzado un cierto grado de desamollo; pero se
cuida mucho de ahogar el principio de libertad en é1;
se da satisfacción a las necesidades intelectuales y mo-
rales como también a las materiales; se mide a cada uno
su parte de verdad; no se permite a nadie buscada
por sl mismo. La inmovilidad es el carácter de su vida
moral: es el estado en que han caldo la mayor parte
de los pueblos de Asia, donde las dominaciones teocrá-
ticas subyugan a la humanidad; es, pot ejemplo, el Es-
tado de los hindús. Hago la misma pregunta que sobre
el pueblo precedente: ¿es ése un pueblo que se ci-
t tliza?
Cambio ahora por completo la naturaleza de la hi-
pótesis. He aqul un pueblo donde existe un gran des-
arrollo de algunas libertades individuales, pero en el
que el desorden y la desigualdad son extremados; es
el imperio de la fuerua y del aza4 quien no es fuerte,
está oprimido, sufre, perece; la violencia es el carácter
dominante del estado social. Nadie ignora que Europa
ha pasado por esa situación. ¿Es un estado civilizado?
Sin duda, puede contener principios de civilización que
se desarrollarán sucesivamente, pero el hecho que domi-
na en semejante sociedad no es, de seguro, el que el
buen sentido de los hombres llama civilización.
Tomo ahora una cuarta y última hipótesis. La liber-
tad de cada individuo es muy grandé, la desigualdad
26 Historia de la civilización en Europa
entte ellos es rara o, al menos, pasaien. Cada uno hace
;;;ilt q". quiere y no difiere mucho en-poder, de su
vecino; p.ro ap.n"t hay intereses g:nerales, ideas pú-
blicas,'sociedad; en una palabra, las facultades y la exis'
t.ncií de los individuos ie desarrollan y transcurren ais-
ladamente, sin que actúen los unos sobre los ottos, sin
dejat hueia; lai generaciones sucesivas deian.la socie-
dad en el áismo punto en que la .lran reéibido' Es el
.r*¿" ¿. i"t ttibüt salvajes;- en ellas existen libertad
e igualdad y, sin embargo' no existe civilización'
ñodría multipücar esias hipótesis; per-o creo que h.e-
*i" i*lu^r do tattante pala- aclaln óuál es el sentido
popular y natural de la palabra cioilización.
^ 'Et
.lato que ninguno de los estados que acabamos de
recorret corñspondé a este término, según el buen sen-
tido general de los hombres. ¿Por qué? Me parece que
el pr"imer hecho que está comprendido en la palabta
cioítización (y asl iesulta de los diversos eje-mplPs que
he hecho d.iiilar ante vuestros ojos), es el hecho del pro-
gt.ro, a.l desatrollo; que susci,ia la idea de un pueblo
f,,r. ándu, no pata .attibiat de lugar, sino para cambiar
á" .rtudó; detun pueblo cuya condición se ensancha y
meiora. La idea del progreso, del desarrollo, me parece
q.ré .t la idea fundamenial contenida en la palabra ciui-
lización.
¿Cuál es ese progreso? ¿Cuál es ese desatrollo? Aqul
r.rid. lu mayor dificultad.
La etimoÍogla de la palabra parece responder de una
manera clatai satisfactória; significa el perfeccionamien-
to de la vida civil, el desatrollo de la sociedad propia-
á.rrt. dicha, de lai telaciones de los hombres entre sl'
Tal es, en efecto, la primera idea que se ofrece al
.J;id á. los homÉres iuando se pronuncia la palabra
i¡ii¡tit¡Ar; al instante se imagina la extensión, la ma'
vot activiiad y la mejor organización de las relaciones
í..i"rct, de uia purt., ,rttu producción creciente de me-
ü;; d" fuena y-de bienestár en la sociedad; de oma,
i
L
Lección pdmeta 27
una distribución más equitativa, entte los individuos, de
Ia fuena y del bienestar producidos.
¿Es esto todo? ¿Hemos agotado ya el sentido natu-
ral, usual de la palabra ciailizdción? El hecho, ¿no con-
tiene nada más?
Es casi como si nos preguntásemos: ¿No es la espe-
cie humana, en definitiva, más que un hormiguero, una
sociedad en que solamente importa el orden y el bienes-
tat, donde, cuanto mayor sea la suma de trabajo y más
equitativa la repartición de los frutos del ttabajo más se
ha alcarnado la meta y más se ha realizado ese pro-
greso?
Al instinto de los hombres repugna una definición
tan esffecha del destino humano. Le parece. desde lue-
go, que la palabra ciailización comprende algo más ex-
tenso, más complejo, superior a la pura pedección de
las relaciones sociales, de la faerua y del bienestar social.
Los hechos, la opinión pública, el sentido general-
mente aceptado del término están de acuerdo con este
instinto.
Considerad a Roma en la bella época de la república,
después de la segunda guerra púnica, en el momento de
sus grandes vittudes, cuando matchaba hacia el impe-
rio del mundo, cuando, evidentemente, el estado social
romano progresaba. Considetad en seguida a Roma bajo
Augusto, en la época en que ya ha comenzado la de-
cadencia o, al menos, se habla detenido el movimiento
progresivo de la sociedad, en que los malos principios
estaban próximos a prevalecer. No hay persona, sin em-
bargo, que piense y sostenga que la Roma de Augusto
era más civihzada que la Roma de Fabricio o Cin-
cinnato.
Transportémonos a otra parte; consideremos a Ftan-
cia en los siglos xvrr y xvrrr. Es evidente que, desde el
punto de vista social, en cuanto a la suma y disüibución
del bienestar entre los individuos, la Francia de los si-
glos xvrr y xvrrr era inferior a algunos ouos pafses de
Europa, a Holanda e fnghtera, por ejemplo. Creo que
2lt Historia de la civiliz¿ción en Europa
cn Ilolando e Inglaterra, la actividad social era mayor,
crccfa más rápidamente, distribuía mejor sus frutos que
cn Francia. Sin embargo, preguntad al sentimiento gene-
ral y responderá que Francia en esos siglos era el pals
más civilizado de Europa. Europa no ha vaciladci en
esta cuestión. En todos los monumentos de la literatum
europea se encuentran huellas de esta opinión pública
sobre Francia.
Podrla citar offos muchos Estados en los cuales el
bienestar es mayor, ctece más tápidamente y está me-
jor repartido que en otras partes, y donde, sin embat-
go, el instinto espontáneo, el buen sentido general de
los hombres, juzga que la civilización es infetior a la
de otros palses peor repartidos en el aspecto puramente
social.
¿Qué quiere decirse? ¿Qué tienen, pues, estos países
a los que se otorga con el nombre de civüzados ese de-
recho privilegiado que compensa tan largamente, en la
opinión de los hombres, lo que les falta por otra patte?
Es que en ellos se manifiesta esplendorosamente un
desarrollo distinto que el de la vida social: el desarrollo
de la vida individual, de la vida interior; el desarro-
llo del hombre mismo, de sus facultades, de sus senti-
mientos, de sus ideas. Si la sociedad es más imperfecta
que en ottos palses, la humanidad, en cambio, aparece
con mayor grandeza y poder. Faltan aún por lograr mu-
chas conquistas sociales; pero están conseguidas inmen-
sas conquistas intelectuales y morales; faltan muchos
bienes y derechos a muchos hombres, pero muchos gran-
des hombres viven y btillan a los ojos del mundo. Las
letras, las ciencias, las artes despliegan todo su fulgor.
Por doquiera el géneto humano ve resplandecer esas
grandes imágenes, esas imágenes glorificadas de la natu-
raleza humana, por doquieta ve crecer ese tesoro de go-
ces sublimes, reconoce y nombra la civilización.
,, j Dos hechos están, pues, comprendidos en este gran
, ,)l hecho, que subsiste bajo dos condiciones y se rcvela en
I dos slntomas: el desarrollo de la actividad social y el
Lccción primeta D
de la actividad individual, el prosreso de la sociedad I
y el progreso de la humanidad. Eñ donde la condiciJ" I
externa del hombre se extiende, se eleva y meiora: en J..
donde la n^tlutaleza lntima del
'hombre
t"'rrr.rtr"'"on It
fulgor y con grandeza, en estos dos signos
-y
fri*L"-'
temente a pesar de Ia profunda impe-rfección'del esta-
do..social- el género ñumano aplaude y procl"ma 1a
civilización.
,Tal es, si no me engaño, el resultado del examen sen-
cillo, sensato, de la opinión general de los hombr.s.
-Si
intemog-amos la
-
historia propiamente dicha, si exami_
namos la naturaleza de lai grandes crisis de la civtliza_
ción, de esos hechos, que, ségín la idea común, i. Á"n
necno avanza¡ un gran paso, reconocetemos siempre uno
u otro de los dos elementos que acabo de discribir.
Son siempre crisis de desarrollo-individual o ,oci"i, h._
chos que han cambiado el_hombre interior, sus creeicias,
sus costumbres o su condición exterior, su situación eí
las relaciones con sus semejantes. El c¡stianis.o,-ói
eigmplg
-no ,me refiero soio al momento d. ," áp'rl
ción, sino en los prim-eros siglos de ro .*tr,.n"¡.-', el
cristianismo no apuntaba, en modo alguno, al estado'só_
ctal; trancamente anunció que no lo tocarla: ordenaba
aI esclavo la obediencia 1 su dueflo; no atac6 nilg";;
dg lo.s gtandes ¡n?lel, ninguna de ias gr.rj.,
-lri*ii_
cias de Ia sociedad de entónces. ¿euién",r.g"rá, emp._
lo, que el crisrianismo no ha sido,- áesde entonces, una
inmensa cdsis de la civilizaciónl jpor qué? porqúe haf
cambiado al hombre interior, ,,rr- ....rr.iur, ,"r=,.rrtil
ffi.t1rj.:,"Jf,:e
ha regenerado al hombre moral,
"t
h;;_f
Hemos visto tamblén una crisis de otra naturaleza,
una crisis. que apuntaba. no al hombre interior, sino á
su mndición exterior, g]re ha cambiado y regenárado la
sociedad. Ha sido también, sin diso¡sién, in, de las
crisis decisivas de la civilización. Recorred toda la his_
toria y .siempre enconftaréis el mismo resultado; no en_
contraréis ningun hecho importante, que con'curra al
t0 Historia de la civilización en Europa
desarrollo de la civilización, que no haya ejercido una
de las dos infuencias de que acabo de hablar.
Tal es, si no me engaño, el sentido natural y popular
del término; he aqul el hecho, no quiero decir defini-
do, pero sl descrito, consignado casi por completo, o al
menos en sus rasgos generales. Tenemos ya los dos ele-
mentos de la civilización. Ahora bien, señores, ¿basta
uno de ellos para constituida? Si el desamollo del es-
tado social o el del hombre individual se presentara ais-
ladamente, ¿habrla civilización? ¿La reconocerla el gé-
nero humano? O bien, ¿los dos hechos mantienen entre
sl una relación tan lntima y necesaria que, aunque no
se produzcan simultáneamente, son, sin embargo, inse-
parables y, tarde o temprano, el uno acafiea el otto?
A mi juicio puede abordarse esta cuestión por tres
lados. Se puede examinar la naturaleza misma de los
dos elementos de la civilización y preguntarse si están
o no esttechamente ligados y son necesarios el uno al
otro. Se puede investigar históricamente si, en efecto,
se han manifestado aisladamente, uno sin offo, o si se
han producido siempre uno a otro. En fin, puede con-
sultarse sobre esta cuestión la opinión común de los
hombres, el buen sentido. Me ditigiré, en primer térmi-
no, a la opinión común.
Cuando se rcaliza un gran cambio en el estado de un
país, cuando se opera un gran desarrollo de riqueza y de
fuerza, una revolución en la distribución del bienestar
social, este hecho nuevo encuentra adversarios, sufre em-
bates; no puede ser de otra manera. CQué dicen, en
general, los adversarios del cambio? Dicen que este pro-
greso del estado social no mejora, no regenera al mis-
mo tiempo el estado motal, el estado interior del hom-
bre; dicen que es un progreso falso, engañador, que se
vuelve en detrimento de la moralidad, del verdadero ser
humano. Los amigos del desarrollo social rcchazan el
ataque con gran energla; sostienen que, por gl contra-
rio, el progreso de la sociedad arrastra necesariamente
el ptogreso de la moralidad y que, cuando la vida exte-
Lección primera tL
rior. está mejor regulada, la vida inte¡ior se rectifica y
se depura. Asl queda planteada la cuestión enffe adver-
sarios y partidarios del nuevo estado.
Invertid la hipótesis: suponed el desamollo moral en
progreso._¿Qué prometen, en general, los hombres que
en él tabajan? ¿Qué han prometido, en el origen
-de
las sociedades, los dominadores religiosos, los sabios, los
poetas que procuran supvizar y reglar las costumbres?
Han prometido la mejora de la condición social, la re-
partición más equitativa del bienestar. ¿Qué suponen
entonces, pregunto, tanto estas discusiones como estas
promesas?
Suponed que, en la convicción instintiva de los hom-
bres, los dos elementos de la civilaación, el desarrollo
social y el desarrollo individual, están lntimamente liga-
dos; que a la vista de uno, el género humano cuenta
con el otro. A esta convicción natural es a la que se
apela cuando, pata secundar o combatir a uno u otro
de los dos desamollos, se afirma o se discute su unión.
Se sabe que si se pudiera persuadir a los hombres de
que la mejora del estado social se volverla contra el
progreso interior de los individuos, se habría desacre-
ditado y debilitado la revolución producida en la so-
ciedad. Por otra parte, cuando se promete a los hom-
bres la mejora de la sociedad, pof consecuencia de la
mejora del individuo, se sabe que su tendencia natural
es creer en esta promesa, y de ello se prevalen. Así,
pues, 1a creencia instintiva de la humanidád es que los
dos elementos de la civilización están ligados eirtre sl
y se engendran reclprocamente.
Si ahora nos dirigimos a la historia del mundo, ob- r
tendremos la misma respuesta. Enconffaremos que to- f
dos los grandes desanoüos del hombre interior han vira- l
do en provecho de la sociedad, y todos los grandes I
desanollos del estado social en provecho de Ia huma- l
nidad. Predomina uno u otto de los dos hechos. brilla I
esplendorosamente e imprime al movimiento un carácter I
particulaf. A veces, solo después de grandes intervalos
t2 Historia de la civilización en Europa
I de tiempo, después de mil ttansformaciones, mil obstácu-
f los, se desarrolla el segundo hecho y viene, de algún
I modo, a completar la civilizaciín que el primero habla
I comenzado. Pero cuando se mita bien, se reconoce el
I hro qn. los une. La marcha de la Providencia no está
sujeta a límites estrechos; no se preocupa de sacar hoy
la consecuencia del ptincipio que ha puesto ayer; la
exttaerá en los siglos, cuando llegue la hora, y no por
tazonat lentamente a nuestro modo de ver, su lógica
es menos segura. La Ptovidencia tiene para sl todo el
tiempo; camina como los dioses de Homero en el espa-
cio, da un paso y transcurren siglos. Cuánto tiempo,
cuántos acontecimientos, antes de que la regeneración del
hombre moral por el cdstianismo haya eietcido su gtan-
de y legltima influencia sobre la regeneración del estado
social. Sin embatgo, lo ha conseguido: ¿quién puede
desconocerlo actualmente?
Si de la historia pasamos a la naturaleza de los dos
hechos que constituyen la civilización, somos infalible-
mente conducidos al mismo resultado. No hay nadie que
no haya hecho en sl misrno esta experiencia. Cuando un
cambio rnoral se opera €n el hombre, cuando adquiere
una idea o una virtud o una facultad más; en sumá,
cuando se desatrolla individualmente, ¿cuál es la nece-
sidad que se apodera de él en el mismo instante? Es
la necesidad de hacer pasar su sentimiento al mundo
exterior, de rcalizar fuera su idea. En cuanto el hornbre
adquiere alguna cosa, en cuanto su ser toÍta a sus pro.
pioi oios un nuevo desatrollo, tm valor más, en seguida
á este desarrollo, a este valor nuevo, se adhiere para
' él la idea de una misión: se siente obligado y empuiado
por su instinto, pof una voz interior, a extender; a
hacer que domine fuera de él el cambio, Ia mejora que
se fia rcalizado dentro de é1. No se deben a otra causa
los grandes reforrnadores; los gtandes hornbres que han
cambiado la f.az del mundo, después de haberse cambia-
do ellos mismos, no han sido impulsados, gobemados
por otfo sentimiefito.
Ilcdón primen ))
Esto en cuanto al cambio que se opera en el interior
del hombre; veamos el otro.-Una revolución se realiza
en el estado de la sociedad: la sociedad queda mejor
regulada, los_
-derechos ,y los bienes están más jusia-
mente.repartjdos ent-re los individuos; es decir, que el
espectáculo del I'undo_es más puro, más belloj que la
ptáctica, sea de los gobiernos, sea de las relaciones de
los hombres enue sf, es r-nejor. Pues bien, ¿creéis que
la visión de este especáculo,' que esta mejóra- de l;, i;-
chos exteriores no reacciona sobre el interior del hom-
bre, sobre la humanidad? Todo cuanto se dice de la
autoridad de_ los ejemplos, de las costumbres, de los
buenos modelos, no está fundado en otra cosa si no .s .n
esta- corivicción_ de,que un hecho exterior, bueno, razo-
nable, bien ordenado, acattea, tarde o temprano, aá, o
menos completamente, un hecho interior ie la misma
natutaleza, del mismo mérito; que un mundo mejor
regulado, un mundo más justo hace a su vez más juéto
al hombre mism-o; que el interior se reforma pór el
exterior, cor,"o el exterior por el interior; q,r. ló, do,
elementos de la civilización están estreéhament. ü!a-
{os; -que siglos enteros, obstáculos de todo género püe-
den interponerse,enme ellos; que es posibie q". i.r-gan que.sufrir mil transformaciónes paia juntarse, pero
que, tarde o
-temprano, se unen; q.t. étta és h ley'de su
naturaleza,-el hecho general de la historia, h óreencia
instintiva del género humano.
. No creo, señores, haber agotado, ni mucho menos,
sino expuesto de una manefa casi completa, aunque muy
ligera., el gran hecho de la civtlizaciónl creo, sl,'haberlá
descrito, circunsciro y hgbq planteado las piincipales
cuestiones, las cuestiones fundamentales a que d" otig"rr.
Podrla detenerme; sin embargo, no puedo áejar de pian-
tear, por lo menos,-una cuéstión q,re se me presenta
en este punto, una de esas cuestionas q"e no son cues-
tiones históricas propiamente dichas, q.r. sot cuestiones
que no quigro- llamar hipolétic_as, perb sí conjeturales;
cuestiones de las cuales el hombre iolo retiene'un cabó,
3
I
l
I
i
1
t . el meioramiento de la condición social, los progresos de
la sociedad, la sociedad misma, ¿no son más que el tea-
I ; .to, la ocasión, el móvil, del desarrollo del individuo?
! ., En una palabra: la sociedad, ¿está hecha para servir al
individuo, o el individuo para servir a la iociedad? De
,4 Historia de la civilización en Europa
sin poder jamás alcanzar el otro; que no puede darles
la vuelta; que él sólo ve por una cata y que, sin em-
bargo, no son menos teales, y en las que debe pensar,
porque se presentan a sus ojos, contfa su voluntad, en
todo momento.
De esos dos desanollos de que acabamos de hablar
y que constituyen el hecho de la civilización: del des-
arrollo de la sociedad, por un lado, y de la humanidad,
por otro, ¿cuál es el fin, cuál es el medio? ¿Es que el
hombre se desarrolla todo entero, desarrolla sus facul-
tades, sus sentimientos, sus ideas, todo su ser, en bene-
ficio del perfeccionamiento de su condición social, del
mejoramiento de su existencia sobre la tierra? O bien,
la n:spuesta a esta pregunta depende inevitablemente la
de saber si el destino del hombre es puramente social,
si la sociedad agota y absorbe al hombre entero, o si é1
lleva en sl algo ajeno y superior a su existencia sobre
la tierra.
Señores, un hombre con cuya amistad me honro, un
hombre que ha aüavesado reuniones como la nuestra
paru alcanzar el primer puesto en otras menos apacibles
y más potentes, un hombre cuyas palabras se graban y
perduran alll donde caen, el señor Roger-Collard, ha
resuelto esta cuestión: la ha resuelto, al menos según
su convicción, en su discurso sobre el proyecto de ley
relativo al sacrilegio. En ese discurso encuentto estas
dos frases: <<Las sociedades humanas nacen, viven y mue-
ren sobre la tiena, en ella cumplen su destino... Pero
no contienen al hombre enteto. Después de que el hom-
bre se ha mezclado en la sociedad, le queda la parte
más noble de sl mismo: esas altas facultades por las
cuales se eleva a Dios, a una vida futura, a bienes
desconocidos en un mundo invisible... Nosotros, perso-
I
Lección primera 35
nas individuales e idénticas, verdaderos seres dotados
de inmortalidad, tenemos un destino distinto que los Es-
tados>>.
No añadi¡i q4da, señores; !e _Ln_t9!t?Lé_g!0!$slr_a-
tar la cuestión; me contento con plantearla. Se encuen-
t-rasituacláalfi na-[?é-la-ñistol;d;]ñFilizalióiló'r^tr-
Jo éFta
'qrñá¿"
ásbfaAa;" cuanAo
*t;
ñ-EAá- ,,uáu q,r.
decir de la vida actual, el hombre se pregunta invén-
ciblemente si todo está agotado, si está yá al frnal de
todo. Este es, pues, el último problema, el más alto a
que nos puede conducir la historia de la civilización.
Ms .basta bab-s¡ .
j¡ldicadq -su . lug4.-rJ_ !c !g?gg$ud.
Según cuanto acabo de decir, señores, es evidente que
la historia de la civilización podrla ser trarada de dos
maneras, tomada en dos fuentes, considerada en dos as-
pectos diferentes. El historiador podda situarse en el seno
del alma humana, durante un cierto tiempo, una serie
de siglos o en un pueblo determinado; podrla esrudiar,
describir, relatar todos los acontecimientos, todas las
ffansformaciones, todas las revoluciones realizadas en el
interior del hombre, y cuando hubiera llegado al final
tendria una historia de la civilización en el pueblo y en
el tiempo escogidos. Pero también podrla proceder de
otra manera: en lugar de entrar en el interior del hom-
bre, puede situarse fuera, en medio de la escena del
mundo; en lugar de describir las vicisitudes de las ideas
y los sentimientos del ser individual, puede describir
los hechos exteriores, los sucesos, los cambios del estado
social. .Eqtaq Áol Dorciones, estas dos historias de la civi-
lizaciín están (
y.l."{fr'",}
ftY;;#"';lpt na
gle[].eq..lo,-&-r,mq&.hd9:kprra,.Qi{,-e¡Db,-a_l"gg..p.geden
se{ ssp-alaclas, acaso deban seflo, aI menos aI comenzar,
parlque ambas sean tratadas con detalle y claridad. Por
mi parte, qgJrp-plopongo estudia,f aho .v¡e$tX.?_,9om-
p,a@l¿-historia,de--la-,civilizas-i-ón--eu¡-ogia.en,elinte-
risr-{elihoa humana; voy a oqup?rmq d,e. la .historia
dg -
t.s g¡"etsclgis¡_tos. eite¡ieres f&f Güñ¿ó vi sible y
soéiaf-Era ]ñecésaiió qué eipusiera a vuestra vista él
t6 Historia de la civilización en Eutopa
hccho de Ia civilización tal como lo concibo en toda su
complejidad y extensión, que planteara ante vosotros
los altos problemas que puede engendrat. Ahora me res-
trinjo; encierro ryri qm¡o,esJos--lÍ!srtes_..nás. estrechos
para tratar rínicaqgfiqe-fu }lltoria- del estadp s-gcial.
' co-.nr.r.-or Eói b"t-óár-toáis lds'eláñeñios de la
civilización eúióiié¿ en'sü
-,:ün].
; lá- cafila del Impe-
rio románó;--eiiudiaremos cuidádosamente la sociedad
tal como era en medio de esas famosas ruinas. Tnta-
remos, no de tesucitar, sí de poner en pie esos elemen-
tos unos al lado de otros, y cuando ya estén así pro-
baremos de hacerlos andat y seguirlos en su desarrollo a
lo largo de los quince siglos transcunidos desde aquella
época.
Creo, señores, que cuando hayamos penettado un poco
en este estudio adquiriremos en seguida la convicción
de que la civilización es muy joven y que aún falta mu-
cho al mundo para haber medido su carrera. Sin duda,
el pensamiento humano está muy lejos hoy de ser todo
lo que puede llegar a set; sin duda, estamos muy lejos
de abarcar el porvenir entero de la humanidad: que
cada uno descienda en su pensamiento, se pregunte so-
bre el bien posible que concibe y espera, que ponga en
seguida su idea en parangón con lo que actualmente
existe en el mundo, y se convencerá que la civilización
y la sociedad son muy jóvenes y gue, a pesar del cami-
no que han recorrido, les queda mucho más por reco-
frer. Esto, señores, no suprime el placer que expetimen-
tamos al contemplar el estado actual. Después de hacer
pasar ante vuesmos ojos las grandes ctisis de la histotia
de la civilización en Europa desde hace quince siglos,
veréis a qué punto, hasta nuesffos dlas, la condición de
los hombres ha sido laboriosa, tormentosa, dura, no solo
fuera, en la sociedad, sino también interiormente, en la
vida del alma. Durante quince siglos, el esplritu hu-
mano ha tenido que sufrir tanto como la especie huma-
na. Veréis que, acaso por ptimera vez, en los tiempos
modernos, el esplritu humano ha llegado a un estado
I¡cción primere t7
muy impeffecto todavla, a un estado donde, sin embar-
go, reina alguna paz, algana armonla, Igual ocurre en
la sociedad, que evidentemente ha hecho progresos in-
mensos; la condición humana es dulce, justa, comparada
a como antes era. Podemos casi, pensando en nuestfos
antecesores, aplicamos los versos de Lucrecio:
Suave mari magno, turbantis aequora ventis,
e tema ñagrium alterius strcctare laborem.
Y hasta pudiéramos decir de nosotros, sin excesivo
orgullo, como Sthenelos en Homero:
Hpeiq toí tatépov ¡ré1' dpewoveq eü1o¡re8' ei.,rct
(Demos gracias al cielo de que valemos infnitamente más que
nuest¡os antepasados.)
i
I
I
Cuidemos, sin embargo, señores, de no entregarnos
demasiado al sentimiento de nuestra felicidad y de nues-
tro mejoramiento, porque podrlamos caer en dos gra-
ves peligros: el otgullo y la flojera; podrlamos tener
una excesiva cotrtanza en el poder y el éxito del espl-
ritu humano, de nuestras luces actuales, a la par que
dejarnos enervar por la dulzura de nuestra condición.
Yo no sé, señores, si estáis impresionados como yo;
pero, en mi opinión, flotamos continuamente entre la
tentación de quejarnos por cualquier cosa y Ia de con-
tentarnos a poca costa. Tenemos una susceptibilidad de
esplritu, una exigencia, una ambición ilimitada en el
pensamiento, en los deseos, en el movimiento de la ima-
ginación, y cuando llegamos a la púctica de la vida,
cuando es preciso sufrir, hacer sacrificios, esfuerzos para
alcanzar el fin, nuestros brazos se cansan y caen. Nos
desalentamos con una facilidad que casi iguala la impa-
ciencia con que deseamos. Es preciso cuidar, señores, de
no dejarnos invadir por ninguno de estos dos defectos.
Acostumbrémonos a medir aquello que podemos leglti-
mamente con nuestras fuetzas, nuestfa ciencia, nuestro
poder, sin pretender más de lo que se puede adquirir
legltimamente, iustamente, regularmente, respetando los
ll Historia de la civilización eo Europa
ptlnclpios en que reposa nuestra civilización. A veces
parccemos tentados de seguir principios que atacamos,
que desp'Fciamos; p¡inciplos y me&os de la Europa
pá¡bata¡ la fuema, la violencia, la mentira, ptácti€as
habituales hace cuatro o cinco siglos. Y cuandó hemos
cedido a este _deseo, no hallamos
-en
nosotros ni la per-
severancia ni la eneryla salvaje de los hombres de aquel
tiempo, que sufrlan mucho y gue, descontentos dJ su
condición, luchaban sin cesar por saür de ella. Nosouos
estamos contentos de la nuestra; no la enÚeguemos a
los azares de los deseos vagos cuyo tiempo aún no ha
llegado. Nos ha sido dado ñucho,'se nos^pedirá mucho
también; tendremos que dar a la posteridld cuenta se-
vera de nuest¡a conducta: públicó y gobierno, todos
s¡rfren hoy la-discusión, el &^-.¡, ia i.rponratilidad.
Aferrémonos firmemente, fielmente, a los irincipios de
nuestra styfliz,aciónt justicia, legalidad, publicidad, über-
ta{, si¡r olvidar nunca que si pedimos, con razón, que
todas las cobas se abtai a nueiüa visia, nosotros esta-
mos también bajo los ojos del mundo y gue, a nuesffa
vez, seremos discutidos y juzgados.
Lección II
Objeto de l¿ lección.-Unidad de la civilización antigua-Vatie-
dad de la civilización moderna.-Su superioridad-Estado de Eure
pa a la calda del Imperio romano-Preponde¡ancia de las ciuda'
des.-Tentativa de reforma polltica pot los empetadores-Rescri¡>
to de Honorio y de Teodosio II.-Poder del nombre del Impe
rio-La Iglesia cristiana-Los diversos estados por que pasó en el
siglo v.-El clero en las funciones municipales.-Buena y mala
influencia de la Iglesia-Ios Brírbaros.-Introdujeron en el mun-
do modemo el sentimiento de la independencia pemonal y la
abnegación del hombre por el hombre-Resume¡ de los diversos
elementos de la civilización al comienzo del siglo v.
Señores:
AI pensar el plan del curso que me propongo expo-
ner, temo que mis lecciones tengan un doble inconve-
niente: qoeiean muy largas por lá necesidad de encertar
un gran tema en un espacio muy pequeño y, al mismo
tiempo, demasiado concisas. Alguna vez me enconffaré
obligado a reten€ros más de la hora acostumbrada, y,
sin embargo, no podré seguir todo el desarrollo exigido
por las cuestiones. Si sucediera que algunas personas

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  • 1. 'Y1r' 'EFlir'.:¿1r', -i TlTrtn. i1 . F. Guizot: Historia de la civilizaci,ón en Europa El libro de Bolsillo Aharna Editorial Madrid
  • 2. Lección pdmera Objeto del curso.-Histotia de la civilizacióo europea-Papcl de Francia en la civilización de Europa.*-Que la civiliz¿ció¡¡ puede scr coútad¿.-Que cs el hocho oaís 6oerd de la Histcria.- Dd sen' tido usual y popula¡ de la palabra cittílizació¡.-Dc lre:el:ot principaler coostituyen l¡ civilización: I'o, el desar¡ollo de la sociedad; 2.o, d desa¡dlo del i¡dividuo.-Pruebas de este .rurai6¡,-Que estos dos hechos están necesariamente ligados en- tre sl y se producen el uno al oüo más tarde o ñás temprano'- El destino del hombre, ¿estó conteúido eritero en su cotrdicidn actual o social?-Que la histo¡ia de la civiliz*ión puede ser consider¡dr y presentada desde dos prntos de vista-Algums pa- l$r¡s robit d eko dd curs.*Del est¡do ¡ctud dc bs aplrinu I del porvenl' de la civilización. Señores: Me aiento profundámGnte emociomdo por vuesffa aco- gida. Mc p€rmitó decir que la acepto como r¡na pren- ¿a de b iirrpatla que no ha cesado de existir entre nosoüos, a ptsar dc una separación tan larga. Digo gu€ la sinpatfe. no ho cesado de existir, como si encon- tiase en este reci'nto las mismas petsonas, la misma gener*ción qne solle vcnit, hace siet€ eños, a asociarse 2
  • 3. 1E Historia de la civilización en Europa a mis trabajos... Os pido perdón, señores; vuestra be- .¿""t" ercoÉi¿^ me ha tutÉado un-poco'.. Porque, al volver aqul] me parece que todo debé volver, que. lapa ha cambiado. Sin embargo, señores, todo ha cambiado, v cambiado mucho. Hacé siete años no estábamos aqul *ár q.t. con inquietud, preocupados por un sentimiento ttirt., pesado; not tubta*os rodeados de dificultades, á. oálintot, ios sentlamos arasuados hacia un mal que i"riiittZ"t., a fuena de gravedad, de setenidad, de re- iiu^, t xíbamos de desviat. Hoy lleg.amos todos, vos- otfos como yo, con esperanza y confranza, el corazón en Daz v el p-ensamiento-libre. No tenemos, señores, más q,r. ,tná *átt.t. de mostrar .dignamente nuestra grati- t rd, "oottuf a nuestfas reuniones, a nuestros estudios la misÁa calma, la misma reserva que cuando temíamos iaóa ála verlos entorpecidos o suipendidos. La buena suerte es delicada, iniierta, frágil: Ia convalecencia exi- ee casi los mismos cuidados, la misma prudencia que ias proximidades de la enfermedad. La tendréis, señorés, esto^y seguro. La misma simpatía, la misma correspon- d"néiu ín"tima y tápida de opiniones que nos unla en los áár ¿ift.it.t y qü., al menos, qos h-1 evitado muchas faltas. nos unirá- izualmente en los días buenos y nos po"¿í¿ en estado á. -r.cog.r todos los frutos. Con ella iuento, señores, y nada más necesito. Pocó tiempo i"n.-ot por delante hasta fin de año' Yo mismo hé tenido también muy poco para pensar en el curso que os debía presentar. He rebuscado el tema one meioi podrla encerrarse en lo poco de mes que iot t.rí" y^ en los muy pocos dlas que me han sido concedidos'para preparárme. Me-ha parecido que un cuadro eeneial dá la historia moderna de Europa, con- rid.tud"" desde el punto de vista del desarrollo de la .iuitiru.i¿n; una ójeada general sobre la historia de l^ iirilirurían errropea, de-sus orfgenes, de su marcha, de su finalidad, de iu carácter, me pareció -di€o- que iádii ud^pt^rsé al tiempo de que disponemos. Este es el iema con-el que me he determinado a entreteneros' Lección primera 19 Hablo de la civilización europea: es evidente que hay una civilización europea; que una cieta unidad resplan- dece en la civilización de los diversos Estados de Euro- pa; que, a pesar de la gran diversidad de tiempos, luga- res, citcunstancias, dondequiera esta civilización deriva de hechos casi semejantes, se enlaza a los mismos prin- cipios y tiende a producir casi en todos sitios resultados análogos. Hay, pues, una civilización europea; y de su conjunto quiero hablaros. Por oüa parte, es evidente que esta civilización no puede buscarse, que su historia no puede ser extralda de la historia de uno solo de los Estados europeos. Si posee una unidad, su variedad no es menos prodigiosa; no se ha desarrollado toda entera en ningún pals espe- cial. Sus rasgos fi.siognómicos están esparcidos: hay que buscar tan pronto en Francia como en Inglaterra, tan pronto en Alemania como en Italia o España. los elemen- tos de su historia. Estamos, sin embargo, bien situados pafa entregarnos a esta indagación y estudiar la ctvilización europea. No se debe adular a nadie, ni siquiera al pals propio; pero creo podet decir, sin lisonja, que Francia ha sido el centro, el hogar de la civilización de Europa. Seía exce- sivo pretender que Francia ha marchado siempre y en todas direcciones a la cabeza de las naciones. En diver- sas épocas ha sido adelantada en las artes por Italia, en las instituciones pollticas pof Inglaterra. Acaso, desde otros puntos de vista, en ciertos momentos se encontra- rlan en Eutopa otros pafses que la hablan sobrepujado, pero es imposible desconocer que siempre que Francia se ha visto rebasada en la carrera de la civilización ha tomado nuevo vigot, se ha lanzado para enconüarse en seguida al nivel o delante de todos. Y no solamente ha sido éste el destino peculiar de Francia; las ideas, las instituciones civilizadas, si puedo hablar asf, nacidas en otras tierras, cuando han querido trasplantarse, ha- cerse fecundas y generales, obmr en provecho común de la civilización europea, se han visto, en algún modo,
  • 4. 20 Historia de la civiüzación en Europa obticadas a sufrir en Francia una nueva ptepatación, -y á; É;Ñ., como de una segunda paffia, han partido,a la .""oritr" ie Eutopa. No -hay cási ninguna gran iá9a, ninrir'f" gttt principio de civilización que, pam difundir- re. -no hlva pasado antes por Ftancia.-'Sin ¿"á" il"y .tt el genio francés algo- sociable, sim- páticá, algo qná t. prof"g, con más facilidad y.efrcacia óue el genio de cualquier otro pueblo: sea por etecto cle iuertr""l.tgoa, del giro de nuestto esplritu o de nues- lt"r .ottnttibrés, nuósuas ideas son más populares, se Dresentan más claras a las masas y en ellas penetran ilás rápidamente; en una palabra, la claridad, la socia- ¡iti¿"¿, la simpátla, ton á carácter- peculiar de Ftan- "it. ¿.'su civifización, y esas cualidades la hacen emi- Lnt..."i" adecuada'pára marchar a la cabeza de la civilización europea.- Ásl, prr.r, *áttdo se quiere estudiar la- historia de este gr.tt ú&ho,'no es una élección arbitraria ni convencio- ñ"1 to-.t á Francia por centro de este estudio; es' por "i 1onit"¡o, situarse] en algún modo, en el corazón de la civilizacián europea, en él corazón del hecho que se ouiere estudiar. '-Oigo <,hecho>, señores, y lo digo adrede: la civiliza- ción "es un hecho como cualquier otro, un hecho sus- ..pii¡t., como cualquier otro, áe ser estudiado, descrito, contado.- il;¡" hace tiempo se habla mucho, -y con tazón, de la necesidad de enierrar la historia en los hechos, de la necesidad de relatar. Nada más verdadero. Pero hay mu' chos hechos que relatar y hechos mucho más diversos de lo que acaio estamos ientados a imaginar en el pri- tn.t ntó-.nto. Hay hechos materiales, visibles, como las batallas, las guerras, los actos oficiales de los Gobiernos' Hav hecios morales, escondidos, que no son menos rea- tes. llav hechos individuales que llevan un nombre pto' oio. Háv hechos generales, sln nombte, a los que es imposibll señalar üna fedra ptecisa, .encerrar en llmites riórosos, y que no son menos hechos que los offos, Lecció¡ primera hechos históricos que no pueden ser excluidos de la his- toria sin mutilarla. Lo que se acostumbra a llamar la porción filosófica de la historia, las relaciones de los acontecimientos, el lazo que los une, sus causas y sus resultados, son hechos, es historia, igual que los relatos de batallas y los suce- sos visibles. Los hechos de este género son, sin duda, más difíciies de separar, el error es frecr¡ente, es traba- joso animados, presentarlos bajo formas claras, vivas; pero esta dificultad no cambia su carácter. No por eso deian de constituir parte menos esencial de la historia. La civilización, señotes, es uno de estos hechos; he- cho general, repuesto, complejo, muy diflcil -de acuer- do- de describir y contar, pero que no por eso exis- te menos, ni tiene menos derecho a ser descrito y contado. Se pueden suscitar sobre este hecho gran númeto de problemas; se puede preguntar, pot ejemplo, y se ha preguntado, si es un bien o un mal. Unos se han afli- gido, otros han aplaudido. Se puede preguntar también si es un hecho universal, si hay una civilización univer- sal del género humano, un destino de la humanidad, si los pueblos se han transmitido de siglo en siglo alguna cosa que no se ha perdido, que debe crecer y transfe- rirse como un depósito y llegar asl al fin de los siglos. Por mi cuenta, estoy pemuadido de que hay, en efecton un destino general de la humanidad, una uansmisión del depósito de la civilización, y, por consiguiente, una historia univetsal de la civilización que escribir. Pero, sin plantear problemas tan enormes, tan diflciles de're- solvet, es evidente que, encerrándose en una determi- nada. extensión de tiempo y espacio, limi¡{¡¡dsss ¿ l¿ historia de un cierto númeto de siglos o de ciertos pue- blos, con esas limitaciones, la civilización es un hecho que puede ser descrito, contado, que tiene su historia. Me apresuro a añadir que esta histoda es la más grande de todas, que abarca todas las demás. ¿No parice, en efecto, señores, que el hecho de la civilización es el hecho por excelencia, el hecho general
  • 5. 22 Historia de Ia civilización en Europa y dcfinitivo en que desembocan y se resumen todos los demds? Tomad todos los hechos de que se compone la historia de un pueblo y que estamos acostumbiados a considerar elementos de su vida; tomad sus institucio. nes, su comefcio, su industria, sus guerras, todos los de- talles de su gobierno; cuando se quiéren considerar todos estos hechos en su coniunto, en su conexión; cuando se quiere apreciarlos, iuzgarlos, ¿qué se les pregunta? Se les pregunta en qué han contiibuido a lá clviliza- ción de ese pueblo, qué papel han desempeñado en ella, qué parte han tomado, qué infuencia han ejercido. De esa suerte, no solo nos formamos una idea de ellos, sino que también se les mide y aprecia en su verdadero valot; son, en cierto modo, dos á los cuales se les pide cuenta de las aguas que deben llevar al Océano. La civilización es una especie de Océano que hace la rique- za de un pueblo y en cuyo seno todos los elementos de la vida del pueblo, todas las fuerzas de su existen- cia van a reunirse. Esto es tan cierto, que hechos que qor su natsraleza son detestados, funestos, que pesan Lección primera 2t los palses, la religión se ha envanecido de haber civili- zado los pueblos; las ciencias, las leffas, las attes, todos los placeres intelectuales y morales han reclamado su parte en esta gloria; y se ha cteldo loarlos, honrarlos, siempre que se reconoció que, en efecto, le perteneclan. Asl, pues, en los hechos más imponantes, los más subli- mes en sl mismos, sublimes independientemente de todo resultado exterior y únicamente en sus relaciones con el alma del hombte, la importancia se acrece, la subli- midad se eleva pof su telación con la civilización. Tal es el valor de este hecho general, que lo otorga a todo cuanto toca. Y no solamente lo ototga; hay incluso oca- siones en que los hechos de que hablamos, las creencias religiosas, las ideas filosóficas, las letras, las artes, son considerados- y juzgados, sobre todo, desde el punto de vista de su influencia en la civilización; influencia que viene a ser, hasta cierto punto y durante cierto tiempo, la medida decisiva de su métito y su valor. ¿Qué es, pues, señores. pregunto, antes de acometer su histotia y considetándolo tan solo en sl mismo, este hecho tan gfave, tan extenso, tan pteciado, que patece el resumen, la expresión de la vida entera de los pue- blos? Me cuidaré mucho de caet en la pura filosofla; me cuidaré mucho de establecer algún principio racional para, después, deducir de él la natlÍalez de Ia civili- zación como una consecuencia; habrla demasiados ries- gos de error en este método. Aqul también encontramos un hecho que se puede comprobar y descdbir. Desde hace mucho tiempo y en muchos palses se usa la palabra ciailización; a ella se adhieren ideas más o menos claras, más o menos difusas; pefo, en definitiva, se usa y se comprende. Es el sentido de esta palabra, su sentido geneml, humano, popular, el que hemos de es- tudiar. Casi siempre hay más verdad en la acepción usual de los términos generales que en las definiciones más precisas y en apariencia más vigorosas de la cien- cia. El buen sentido es quien da a las palabras su sig- dolorosamente sobre los pueblos, por ejemplo,-el despo- tismo y la anarqula, si han conrribuido en algún módotismo y la anarqula, si han contribuido en a la civilización. si han hecho dar un sr, si han hecho dar un gran paso ade- lante, se les disculpa hasta cierto punto, ú les^perdonan sus errores, su mala nahJtalezai de suerte que donde- quiera que se reconoce la civilizaciín y los hechos que la han enriquecido, se está rentado de-olvidar el preiio que costaron. EIay incluso hechos que, hablando con propiedad, no pueden llamarse sociales, hechos individuales que pare- cen interesar más al alma humana que la vida pública: tales son las creencias religiosas y las ideas filosóficas, las ciencias, las leüas, las artes. Estos hechos parecen dirigirse al hombre para perfeccionade o para encantade y tienen por fin su mejora interior o su placer más bien que su condición social. Pues bien; también desde el punto de vista de la civilización estos hechos son y deben ser considerados. En todos los tiempos, en todos
  • 6. 'l I I t f " Histoda de la civilizacióa en Europa nificación común, y el buen sentido es el genio de la humanidad. La significación común de una palabra se forma sucesivamente y en presencia de los hechos; a medida que se presenta un hecho que parece entrar en el seniido de un tétmino conocido, en él se le acoge, por asl decir, naturaLnente; el sentido del término se éxtiende, se ensancha, y poco a poco los diversos he- chos, las divetsas ideas que, en virtud de la naturaleza de las cosas mismas, los hombres deben reunir bajo esa palabta, se reúnen en efecto. Cuando, por el conftario, él sentido de una palabta está determinado por la cien- cia, esta detetminación, obra de uno solo o de un peque- ño número de individuos, tiene lugar bajo el impetio de algún hecJro particular que ha herido su esplritu. Por eso las definiciones cientlficas son, en general, mucho más estrechas y, por esto, en el fondo, menos verdade- ras que el sentido popular de los tétminos. Estudiando, como un hecho, el sentido de la palabm cioilización, escudriñando todas las ideas en ella comprendidas, según el buen sentido de los hombres, adelantaremos mucho más en el conocimiento del hecho mismo que si inten- tásemos dar nosotros una definición cientlfica, aunque pa- teciese a primera vista más clara y más precisa. Para comenzar esta investigación, ttataté de poner ante vuesftos ojos algunas hipótesis; desctibiré un cier- to número de estados de sociedad y después nos pregun- taremos si el instinto general reconocería alll el estado de un pueblo que se civiliza, si es ése el sentido que el género hurnano atribuye naturalmente a la palabra ciai- lización. He aqul un pueblo cuya vida exterior es dulce, có- moda; paga pocos impuestos; no padece; se le hace justicia en lal telaciones privadas; en una palabra, Ia existencia material, en su conjunto, está bastante feliz- mente regulada. Pero, a la pat, la existencia intelec- tual y móml de este pueblo está mantenida, con gran cuidado, en un estado de embotamiento, de inercia; no quiero decir de opresión, porque no tiene el sentimien- lccción primera to de ello, sino de compresión. No falta el ejemplo. Han existido pequeñas repúblicas aristocráticas donde los súb- ditos han sido tratados como rebaños bien mantenidos, materialmente felices, pero sin actividad intelectual y moral. ¿Es eso civilización? ¿Es ése un pueblo que se civiliza? He aqul otta hipótesis: un pueblo cuya existencia ma- terial es menos dulce, menos cómoda; soportable, sin embargo. En compensación, no se han descuidado las necesidades morales e intelectuales, se les distribuye algún alimento, se cultivan en este pueblo los sentimien- tos elevados, puros; sus creencias religiosas y morales Itan alcanzado un cierto grado de desamollo; pero se cuida mucho de ahogar el principio de libertad en é1; se da satisfacción a las necesidades intelectuales y mo- rales como también a las materiales; se mide a cada uno su parte de verdad; no se permite a nadie buscada por sl mismo. La inmovilidad es el carácter de su vida moral: es el estado en que han caldo la mayor parte de los pueblos de Asia, donde las dominaciones teocrá- ticas subyugan a la humanidad; es, pot ejemplo, el Es- tado de los hindús. Hago la misma pregunta que sobre el pueblo precedente: ¿es ése un pueblo que se ci- t tliza? Cambio ahora por completo la naturaleza de la hi- pótesis. He aqul un pueblo donde existe un gran des- arrollo de algunas libertades individuales, pero en el que el desorden y la desigualdad son extremados; es el imperio de la fuerua y del aza4 quien no es fuerte, está oprimido, sufre, perece; la violencia es el carácter dominante del estado social. Nadie ignora que Europa ha pasado por esa situación. ¿Es un estado civilizado? Sin duda, puede contener principios de civilización que se desarrollarán sucesivamente, pero el hecho que domi- na en semejante sociedad no es, de seguro, el que el buen sentido de los hombres llama civilización. Tomo ahora una cuarta y última hipótesis. La liber- tad de cada individuo es muy grandé, la desigualdad
  • 7. 26 Historia de la civilización en Europa entte ellos es rara o, al menos, pasaien. Cada uno hace ;;;ilt q". quiere y no difiere mucho en-poder, de su vecino; p.ro ap.n"t hay intereses g:nerales, ideas pú- blicas,'sociedad; en una palabra, las facultades y la exis' t.ncií de los individuos ie desarrollan y transcurren ais- ladamente, sin que actúen los unos sobre los ottos, sin dejat hueia; lai generaciones sucesivas deian.la socie- dad en el áismo punto en que la .lran reéibido' Es el .r*¿" ¿. i"t ttibüt salvajes;- en ellas existen libertad e igualdad y, sin embargo' no existe civilización' ñodría multipücar esias hipótesis; per-o creo que h.e- *i" i*lu^r do tattante pala- aclaln óuál es el sentido popular y natural de la palabra cioilización. ^ 'Et .lato que ninguno de los estados que acabamos de recorret corñspondé a este término, según el buen sen- tido general de los hombres. ¿Por qué? Me parece que el pr"imer hecho que está comprendido en la palabta cioítización (y asl iesulta de los diversos eje-mplPs que he hecho d.iiilar ante vuestros ojos), es el hecho del pro- gt.ro, a.l desatrollo; que susci,ia la idea de un pueblo f,,r. ándu, no pata .attibiat de lugar, sino para cambiar á" .rtudó; detun pueblo cuya condición se ensancha y meiora. La idea del progreso, del desarrollo, me parece q.ré .t la idea fundamenial contenida en la palabra ciui- lización. ¿Cuál es ese progreso? ¿Cuál es ese desatrollo? Aqul r.rid. lu mayor dificultad. La etimoÍogla de la palabra parece responder de una manera clatai satisfactória; significa el perfeccionamien- to de la vida civil, el desatrollo de la sociedad propia- á.rrt. dicha, de lai telaciones de los hombres entre sl' Tal es, en efecto, la primera idea que se ofrece al .J;id á. los homÉres iuando se pronuncia la palabra i¡ii¡tit¡Ar; al instante se imagina la extensión, la ma' vot activiiad y la mejor organización de las relaciones í..i"rct, de uia purt., ,rttu producción creciente de me- ü;; d" fuena y-de bienestár en la sociedad; de oma, i L Lección pdmeta 27 una distribución más equitativa, entte los individuos, de Ia fuena y del bienestar producidos. ¿Es esto todo? ¿Hemos agotado ya el sentido natu- ral, usual de la palabra ciailizdción? El hecho, ¿no con- tiene nada más? Es casi como si nos preguntásemos: ¿No es la espe- cie humana, en definitiva, más que un hormiguero, una sociedad en que solamente importa el orden y el bienes- tat, donde, cuanto mayor sea la suma de trabajo y más equitativa la repartición de los frutos del ttabajo más se ha alcarnado la meta y más se ha realizado ese pro- greso? Al instinto de los hombres repugna una definición tan esffecha del destino humano. Le parece. desde lue- go, que la palabra ciailización comprende algo más ex- tenso, más complejo, superior a la pura pedección de las relaciones sociales, de la faerua y del bienestar social. Los hechos, la opinión pública, el sentido general- mente aceptado del término están de acuerdo con este instinto. Considerad a Roma en la bella época de la república, después de la segunda guerra púnica, en el momento de sus grandes vittudes, cuando matchaba hacia el impe- rio del mundo, cuando, evidentemente, el estado social romano progresaba. Considetad en seguida a Roma bajo Augusto, en la época en que ya ha comenzado la de- cadencia o, al menos, se habla detenido el movimiento progresivo de la sociedad, en que los malos principios estaban próximos a prevalecer. No hay persona, sin em- bargo, que piense y sostenga que la Roma de Augusto era más civihzada que la Roma de Fabricio o Cin- cinnato. Transportémonos a otra parte; consideremos a Ftan- cia en los siglos xvrr y xvrrr. Es evidente que, desde el punto de vista social, en cuanto a la suma y disüibución del bienestar entre los individuos, la Francia de los si- glos xvrr y xvrrr era inferior a algunos ouos pafses de Europa, a Holanda e fnghtera, por ejemplo. Creo que
  • 8. 2lt Historia de la civiliz¿ción en Europa cn Ilolando e Inglaterra, la actividad social era mayor, crccfa más rápidamente, distribuía mejor sus frutos que cn Francia. Sin embargo, preguntad al sentimiento gene- ral y responderá que Francia en esos siglos era el pals más civilizado de Europa. Europa no ha vaciladci en esta cuestión. En todos los monumentos de la literatum europea se encuentran huellas de esta opinión pública sobre Francia. Podrla citar offos muchos Estados en los cuales el bienestar es mayor, ctece más tápidamente y está me- jor repartido que en otras partes, y donde, sin embat- go, el instinto espontáneo, el buen sentido general de los hombres, juzga que la civilización es infetior a la de otros palses peor repartidos en el aspecto puramente social. ¿Qué quiere decirse? ¿Qué tienen, pues, estos países a los que se otorga con el nombre de civüzados ese de- recho privilegiado que compensa tan largamente, en la opinión de los hombres, lo que les falta por otra patte? Es que en ellos se manifiesta esplendorosamente un desarrollo distinto que el de la vida social: el desarrollo de la vida individual, de la vida interior; el desarro- llo del hombre mismo, de sus facultades, de sus senti- mientos, de sus ideas. Si la sociedad es más imperfecta que en ottos palses, la humanidad, en cambio, aparece con mayor grandeza y poder. Faltan aún por lograr mu- chas conquistas sociales; pero están conseguidas inmen- sas conquistas intelectuales y morales; faltan muchos bienes y derechos a muchos hombres, pero muchos gran- des hombres viven y btillan a los ojos del mundo. Las letras, las ciencias, las artes despliegan todo su fulgor. Por doquiera el géneto humano ve resplandecer esas grandes imágenes, esas imágenes glorificadas de la natu- raleza humana, por doquieta ve crecer ese tesoro de go- ces sublimes, reconoce y nombra la civilización. ,, j Dos hechos están, pues, comprendidos en este gran , ,)l hecho, que subsiste bajo dos condiciones y se rcvela en I dos slntomas: el desarrollo de la actividad social y el Lccción primeta D de la actividad individual, el prosreso de la sociedad I y el progreso de la humanidad. Eñ donde la condiciJ" I externa del hombre se extiende, se eleva y meiora: en J.. donde la n^tlutaleza lntima del 'hombre t"'rrr.rtr"'"on It fulgor y con grandeza, en estos dos signos -y fri*L"-' temente a pesar de Ia profunda impe-rfección'del esta- do..social- el género ñumano aplaude y procl"ma 1a civilización. ,Tal es, si no me engaño, el resultado del examen sen- cillo, sensato, de la opinión general de los hombr.s. -Si intemog-amos la - historia propiamente dicha, si exami_ namos la naturaleza de lai grandes crisis de la civtliza_ ción, de esos hechos, que, ségín la idea común, i. Á"n necno avanza¡ un gran paso, reconocetemos siempre uno u otro de los dos elementos que acabo de discribir. Son siempre crisis de desarrollo-individual o ,oci"i, h._ chos que han cambiado el_hombre interior, sus creeicias, sus costumbres o su condición exterior, su situación eí las relaciones con sus semejantes. El c¡stianis.o,-ói eigmplg -no ,me refiero soio al momento d. ," áp'rl ción, sino en los prim-eros siglos de ro .*tr,.n"¡.-', el cristianismo no apuntaba, en modo alguno, al estado'só_ ctal; trancamente anunció que no lo tocarla: ordenaba aI esclavo la obediencia 1 su dueflo; no atac6 nilg";; dg lo.s gtandes ¡n?lel, ninguna de ias gr.rj., -lri*ii_ cias de Ia sociedad de entónces. ¿euién",r.g"rá, emp._ lo, que el crisrianismo no ha sido,- áesde entonces, una inmensa cdsis de la civilizaciónl jpor qué? porqúe haf cambiado al hombre interior, ,,rr- ....rr.iur, ,"r=,.rrtil ffi.t1rj.:,"Jf,:e ha regenerado al hombre moral, "t h;;_f Hemos visto tamblén una crisis de otra naturaleza, una crisis. que apuntaba. no al hombre interior, sino á su mndición exterior, g]re ha cambiado y regenárado la sociedad. Ha sido también, sin diso¡sién, in, de las crisis decisivas de la civilización. Recorred toda la his_ toria y .siempre enconftaréis el mismo resultado; no en_ contraréis ningun hecho importante, que con'curra al
  • 9. t0 Historia de la civilización en Europa desarrollo de la civilización, que no haya ejercido una de las dos infuencias de que acabo de hablar. Tal es, si no me engaño, el sentido natural y popular del término; he aqul el hecho, no quiero decir defini- do, pero sl descrito, consignado casi por completo, o al menos en sus rasgos generales. Tenemos ya los dos ele- mentos de la civilización. Ahora bien, señores, ¿basta uno de ellos para constituida? Si el desamollo del es- tado social o el del hombre individual se presentara ais- ladamente, ¿habrla civilización? ¿La reconocerla el gé- nero humano? O bien, ¿los dos hechos mantienen entre sl una relación tan lntima y necesaria que, aunque no se produzcan simultáneamente, son, sin embargo, inse- parables y, tarde o temprano, el uno acafiea el otto? A mi juicio puede abordarse esta cuestión por tres lados. Se puede examinar la naturaleza misma de los dos elementos de la civilización y preguntarse si están o no esttechamente ligados y son necesarios el uno al otro. Se puede investigar históricamente si, en efecto, se han manifestado aisladamente, uno sin offo, o si se han producido siempre uno a otro. En fin, puede con- sultarse sobre esta cuestión la opinión común de los hombres, el buen sentido. Me ditigiré, en primer térmi- no, a la opinión común. Cuando se rcaliza un gran cambio en el estado de un país, cuando se opera un gran desarrollo de riqueza y de fuerza, una revolución en la distribución del bienestar social, este hecho nuevo encuentra adversarios, sufre em- bates; no puede ser de otra manera. CQué dicen, en general, los adversarios del cambio? Dicen que este pro- greso del estado social no mejora, no regenera al mis- mo tiempo el estado motal, el estado interior del hom- bre; dicen que es un progreso falso, engañador, que se vuelve en detrimento de la moralidad, del verdadero ser humano. Los amigos del desarrollo social rcchazan el ataque con gran energla; sostienen que, por gl contra- rio, el progreso de la sociedad arrastra necesariamente el ptogreso de la moralidad y que, cuando la vida exte- Lección primera tL rior. está mejor regulada, la vida inte¡ior se rectifica y se depura. Asl queda planteada la cuestión enffe adver- sarios y partidarios del nuevo estado. Invertid la hipótesis: suponed el desamollo moral en progreso._¿Qué prometen, en general, los hombres que en él tabajan? ¿Qué han prometido, en el origen -de las sociedades, los dominadores religiosos, los sabios, los poetas que procuran supvizar y reglar las costumbres? Han prometido la mejora de la condición social, la re- partición más equitativa del bienestar. ¿Qué suponen entonces, pregunto, tanto estas discusiones como estas promesas? Suponed que, en la convicción instintiva de los hom- bres, los dos elementos de la civilaación, el desarrollo social y el desarrollo individual, están lntimamente liga- dos; que a la vista de uno, el género humano cuenta con el otro. A esta convicción natural es a la que se apela cuando, pata secundar o combatir a uno u otro de los dos desamollos, se afirma o se discute su unión. Se sabe que si se pudiera persuadir a los hombres de que la mejora del estado social se volverla contra el progreso interior de los individuos, se habría desacre- ditado y debilitado la revolución producida en la so- ciedad. Por otra parte, cuando se promete a los hom- bres la mejora de la sociedad, pof consecuencia de la mejora del individuo, se sabe que su tendencia natural es creer en esta promesa, y de ello se prevalen. Así, pues, 1a creencia instintiva de la humanidád es que los dos elementos de la civilización están ligados eirtre sl y se engendran reclprocamente. Si ahora nos dirigimos a la historia del mundo, ob- r tendremos la misma respuesta. Enconffaremos que to- f dos los grandes desanoüos del hombre interior han vira- l do en provecho de la sociedad, y todos los grandes I desanollos del estado social en provecho de Ia huma- l nidad. Predomina uno u otto de los dos hechos. brilla I esplendorosamente e imprime al movimiento un carácter I particulaf. A veces, solo después de grandes intervalos
  • 10. t2 Historia de la civilización en Europa I de tiempo, después de mil ttansformaciones, mil obstácu- f los, se desarrolla el segundo hecho y viene, de algún I modo, a completar la civilizaciín que el primero habla I comenzado. Pero cuando se mita bien, se reconoce el I hro qn. los une. La marcha de la Providencia no está sujeta a límites estrechos; no se preocupa de sacar hoy la consecuencia del ptincipio que ha puesto ayer; la exttaerá en los siglos, cuando llegue la hora, y no por tazonat lentamente a nuestro modo de ver, su lógica es menos segura. La Ptovidencia tiene para sl todo el tiempo; camina como los dioses de Homero en el espa- cio, da un paso y transcurren siglos. Cuánto tiempo, cuántos acontecimientos, antes de que la regeneración del hombre moral por el cdstianismo haya eietcido su gtan- de y legltima influencia sobre la regeneración del estado social. Sin embatgo, lo ha conseguido: ¿quién puede desconocerlo actualmente? Si de la historia pasamos a la naturaleza de los dos hechos que constituyen la civilización, somos infalible- mente conducidos al mismo resultado. No hay nadie que no haya hecho en sl misrno esta experiencia. Cuando un cambio rnoral se opera €n el hombre, cuando adquiere una idea o una virtud o una facultad más; en sumá, cuando se desatrolla individualmente, ¿cuál es la nece- sidad que se apodera de él en el mismo instante? Es la necesidad de hacer pasar su sentimiento al mundo exterior, de rcalizar fuera su idea. En cuanto el hornbre adquiere alguna cosa, en cuanto su ser toÍta a sus pro. pioi oios un nuevo desatrollo, tm valor más, en seguida á este desarrollo, a este valor nuevo, se adhiere para ' él la idea de una misión: se siente obligado y empuiado por su instinto, pof una voz interior, a extender; a hacer que domine fuera de él el cambio, Ia mejora que se fia rcalizado dentro de é1. No se deben a otra causa los grandes reforrnadores; los gtandes hornbres que han cambiado la f.az del mundo, después de haberse cambia- do ellos mismos, no han sido impulsados, gobemados por otfo sentimiefito. Ilcdón primen )) Esto en cuanto al cambio que se opera en el interior del hombre; veamos el otro.-Una revolución se realiza en el estado de la sociedad: la sociedad queda mejor regulada, los_ -derechos ,y los bienes están más jusia- mente.repartjdos ent-re los individuos; es decir, que el espectáculo del I'undo_es más puro, más belloj que la ptáctica, sea de los gobiernos, sea de las relaciones de los hombres enue sf, es r-nejor. Pues bien, ¿creéis que la visión de este especáculo,' que esta mejóra- de l;, i;- chos exteriores no reacciona sobre el interior del hom- bre, sobre la humanidad? Todo cuanto se dice de la autoridad de_ los ejemplos, de las costumbres, de los buenos modelos, no está fundado en otra cosa si no .s .n esta- corivicción_ de,que un hecho exterior, bueno, razo- nable, bien ordenado, acattea, tarde o temprano, aá, o menos completamente, un hecho interior ie la misma natutaleza, del mismo mérito; que un mundo mejor regulado, un mundo más justo hace a su vez más juéto al hombre mism-o; que el interior se reforma pór el exterior, cor,"o el exterior por el interior; q,r. ló, do, elementos de la civilización están estreéhament. ü!a- {os; -que siglos enteros, obstáculos de todo género püe- den interponerse,enme ellos; que es posibie q". i.r-gan que.sufrir mil transformaciónes paia juntarse, pero que, tarde o -temprano, se unen; q.t. étta és h ley'de su naturaleza,-el hecho general de la historia, h óreencia instintiva del género humano. . No creo, señores, haber agotado, ni mucho menos, sino expuesto de una manefa casi completa, aunque muy ligera., el gran hecho de la civtlizaciónl creo, sl,'haberlá descrito, circunsciro y hgbq planteado las piincipales cuestiones, las cuestiones fundamentales a que d" otig"rr. Podrla detenerme; sin embargo, no puedo áejar de pian- tear, por lo menos,-una cuéstión q,re se me presenta en este punto, una de esas cuestionas q"e no son cues- tiones históricas propiamente dichas, q.r. sot cuestiones que no quigro- llamar hipolétic_as, perb sí conjeturales; cuestiones de las cuales el hombre iolo retiene'un cabó, 3
  • 11. I l I i 1 t . el meioramiento de la condición social, los progresos de la sociedad, la sociedad misma, ¿no son más que el tea- I ; .to, la ocasión, el móvil, del desarrollo del individuo? ! ., En una palabra: la sociedad, ¿está hecha para servir al individuo, o el individuo para servir a la iociedad? De ,4 Historia de la civilización en Europa sin poder jamás alcanzar el otro; que no puede darles la vuelta; que él sólo ve por una cata y que, sin em- bargo, no son menos teales, y en las que debe pensar, porque se presentan a sus ojos, contfa su voluntad, en todo momento. De esos dos desanollos de que acabamos de hablar y que constituyen el hecho de la civilización: del des- arrollo de la sociedad, por un lado, y de la humanidad, por otro, ¿cuál es el fin, cuál es el medio? ¿Es que el hombre se desarrolla todo entero, desarrolla sus facul- tades, sus sentimientos, sus ideas, todo su ser, en bene- ficio del perfeccionamiento de su condición social, del mejoramiento de su existencia sobre la tierra? O bien, la n:spuesta a esta pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino del hombre es puramente social, si la sociedad agota y absorbe al hombre entero, o si é1 lleva en sl algo ajeno y superior a su existencia sobre la tierra. Señores, un hombre con cuya amistad me honro, un hombre que ha aüavesado reuniones como la nuestra paru alcanzar el primer puesto en otras menos apacibles y más potentes, un hombre cuyas palabras se graban y perduran alll donde caen, el señor Roger-Collard, ha resuelto esta cuestión: la ha resuelto, al menos según su convicción, en su discurso sobre el proyecto de ley relativo al sacrilegio. En ese discurso encuentto estas dos frases: <<Las sociedades humanas nacen, viven y mue- ren sobre la tiena, en ella cumplen su destino... Pero no contienen al hombre enteto. Después de que el hom- bre se ha mezclado en la sociedad, le queda la parte más noble de sl mismo: esas altas facultades por las cuales se eleva a Dios, a una vida futura, a bienes desconocidos en un mundo invisible... Nosotros, perso- I Lección primera 35 nas individuales e idénticas, verdaderos seres dotados de inmortalidad, tenemos un destino distinto que los Es- tados>>. No añadi¡i q4da, señores; !e _Ln_t9!t?Lé_g!0!$slr_a- tar la cuestión; me contento con plantearla. Se encuen- t-rasituacláalfi na-[?é-la-ñistol;d;]ñFilizalióiló'r^tr- Jo éFta 'qrñá¿" ásbfaAa;" cuanAo *t; ñ-EAá- ,,uáu q,r. decir de la vida actual, el hombre se pregunta invén- ciblemente si todo está agotado, si está yá al frnal de todo. Este es, pues, el último problema, el más alto a que nos puede conducir la historia de la civilización. Ms .basta bab-s¡ . j¡ldicadq -su . lug4.-rJ_ !c !g?gg$ud. Según cuanto acabo de decir, señores, es evidente que la historia de la civilización podrla ser trarada de dos maneras, tomada en dos fuentes, considerada en dos as- pectos diferentes. El historiador podda situarse en el seno del alma humana, durante un cierto tiempo, una serie de siglos o en un pueblo determinado; podrla esrudiar, describir, relatar todos los acontecimientos, todas las ffansformaciones, todas las revoluciones realizadas en el interior del hombre, y cuando hubiera llegado al final tendria una historia de la civilización en el pueblo y en el tiempo escogidos. Pero también podrla proceder de otra manera: en lugar de entrar en el interior del hom- bre, puede situarse fuera, en medio de la escena del mundo; en lugar de describir las vicisitudes de las ideas y los sentimientos del ser individual, puede describir los hechos exteriores, los sucesos, los cambios del estado social. .Eqtaq Áol Dorciones, estas dos historias de la civi- lizaciín están ( y.l."{fr'",} ftY;;#"';lpt na gle[].eq..lo,-&-r,mq&.hd9:kprra,.Qi{,-e¡Db,-a_l"gg..p.geden se{ ssp-alaclas, acaso deban seflo, aI menos aI comenzar, parlque ambas sean tratadas con detalle y claridad. Por mi parte, qgJrp-plopongo estudia,f aho .v¡e$tX.?_,9om- p,a@l¿-historia,de--la-,civilizas-i-ón--eu¡-ogia.en,elinte- risr-{elihoa humana; voy a oqup?rmq d,e. la .historia dg - t.s g¡"etsclgis¡_tos. eite¡ieres f&f Güñ¿ó vi sible y soéiaf-Era ]ñecésaiió qué eipusiera a vuestra vista él
  • 12. t6 Historia de la civilización en Eutopa hccho de Ia civilización tal como lo concibo en toda su complejidad y extensión, que planteara ante vosotros los altos problemas que puede engendrat. Ahora me res- trinjo; encierro ryri qm¡o,esJos--lÍ!srtes_..nás. estrechos para tratar rínicaqgfiqe-fu }lltoria- del estadp s-gcial. ' co-.nr.r.-or Eói b"t-óár-toáis lds'eláñeñios de la civilización eúióiié¿ en'sü -,:ün]. ; lá- cafila del Impe- rio románó;--eiiudiaremos cuidádosamente la sociedad tal como era en medio de esas famosas ruinas. Tnta- remos, no de tesucitar, sí de poner en pie esos elemen- tos unos al lado de otros, y cuando ya estén así pro- baremos de hacerlos andat y seguirlos en su desarrollo a lo largo de los quince siglos transcunidos desde aquella época. Creo, señores, que cuando hayamos penettado un poco en este estudio adquiriremos en seguida la convicción de que la civilización es muy joven y que aún falta mu- cho al mundo para haber medido su carrera. Sin duda, el pensamiento humano está muy lejos hoy de ser todo lo que puede llegar a set; sin duda, estamos muy lejos de abarcar el porvenir entero de la humanidad: que cada uno descienda en su pensamiento, se pregunte so- bre el bien posible que concibe y espera, que ponga en seguida su idea en parangón con lo que actualmente existe en el mundo, y se convencerá que la civilización y la sociedad son muy jóvenes y gue, a pesar del cami- no que han recorrido, les queda mucho más por reco- frer. Esto, señores, no suprime el placer que expetimen- tamos al contemplar el estado actual. Después de hacer pasar ante vuesmos ojos las grandes ctisis de la histotia de la civilización en Europa desde hace quince siglos, veréis a qué punto, hasta nuesffos dlas, la condición de los hombres ha sido laboriosa, tormentosa, dura, no solo fuera, en la sociedad, sino también interiormente, en la vida del alma. Durante quince siglos, el esplritu hu- mano ha tenido que sufrir tanto como la especie huma- na. Veréis que, acaso por ptimera vez, en los tiempos modernos, el esplritu humano ha llegado a un estado I¡cción primere t7 muy impeffecto todavla, a un estado donde, sin embar- go, reina alguna paz, algana armonla, Igual ocurre en la sociedad, que evidentemente ha hecho progresos in- mensos; la condición humana es dulce, justa, comparada a como antes era. Podemos casi, pensando en nuestfos antecesores, aplicamos los versos de Lucrecio: Suave mari magno, turbantis aequora ventis, e tema ñagrium alterius strcctare laborem. Y hasta pudiéramos decir de nosotros, sin excesivo orgullo, como Sthenelos en Homero: Hpeiq toí tatépov ¡ré1' dpewoveq eü1o¡re8' ei.,rct (Demos gracias al cielo de que valemos infnitamente más que nuest¡os antepasados.) i I I Cuidemos, sin embargo, señores, de no entregarnos demasiado al sentimiento de nuestra felicidad y de nues- tro mejoramiento, porque podrlamos caer en dos gra- ves peligros: el otgullo y la flojera; podrlamos tener una excesiva cotrtanza en el poder y el éxito del espl- ritu humano, de nuestras luces actuales, a la par que dejarnos enervar por la dulzura de nuestra condición. Yo no sé, señores, si estáis impresionados como yo; pero, en mi opinión, flotamos continuamente entre la tentación de quejarnos por cualquier cosa y Ia de con- tentarnos a poca costa. Tenemos una susceptibilidad de esplritu, una exigencia, una ambición ilimitada en el pensamiento, en los deseos, en el movimiento de la ima- ginación, y cuando llegamos a la púctica de la vida, cuando es preciso sufrir, hacer sacrificios, esfuerzos para alcanzar el fin, nuestros brazos se cansan y caen. Nos desalentamos con una facilidad que casi iguala la impa- ciencia con que deseamos. Es preciso cuidar, señores, de no dejarnos invadir por ninguno de estos dos defectos. Acostumbrémonos a medir aquello que podemos leglti- mamente con nuestras fuetzas, nuestfa ciencia, nuestro poder, sin pretender más de lo que se puede adquirir legltimamente, iustamente, regularmente, respetando los
  • 13. ll Historia de la civilización eo Europa ptlnclpios en que reposa nuestra civilización. A veces parccemos tentados de seguir principios que atacamos, que desp'Fciamos; p¡inciplos y me&os de la Europa pá¡bata¡ la fuema, la violencia, la mentira, ptácti€as habituales hace cuatro o cinco siglos. Y cuandó hemos cedido a este _deseo, no hallamos -en nosotros ni la per- severancia ni la eneryla salvaje de los hombres de aquel tiempo, que sufrlan mucho y gue, descontentos dJ su condición, luchaban sin cesar por saür de ella. Nosouos estamos contentos de la nuestra; no la enÚeguemos a los azares de los deseos vagos cuyo tiempo aún no ha llegado. Nos ha sido dado ñucho,'se nos^pedirá mucho también; tendremos que dar a la posteridld cuenta se- vera de nuest¡a conducta: públicó y gobierno, todos s¡rfren hoy la-discusión, el &^-.¡, ia i.rponratilidad. Aferrémonos firmemente, fielmente, a los irincipios de nuestra styfliz,aciónt justicia, legalidad, publicidad, über- ta{, si¡r olvidar nunca que si pedimos, con razón, que todas las cobas se abtai a nueiüa visia, nosotros esta- mos también bajo los ojos del mundo y gue, a nuesffa vez, seremos discutidos y juzgados. Lección II Objeto de l¿ lección.-Unidad de la civilización antigua-Vatie- dad de la civilización moderna.-Su superioridad-Estado de Eure pa a la calda del Imperio romano-Preponde¡ancia de las ciuda' des.-Tentativa de reforma polltica pot los empetadores-Rescri¡> to de Honorio y de Teodosio II.-Poder del nombre del Impe rio-La Iglesia cristiana-Los diversos estados por que pasó en el siglo v.-El clero en las funciones municipales.-Buena y mala influencia de la Iglesia-Ios Brírbaros.-Introdujeron en el mun- do modemo el sentimiento de la independencia pemonal y la abnegación del hombre por el hombre-Resume¡ de los diversos elementos de la civilización al comienzo del siglo v. Señores: AI pensar el plan del curso que me propongo expo- ner, temo que mis lecciones tengan un doble inconve- niente: qoeiean muy largas por lá necesidad de encertar un gran tema en un espacio muy pequeño y, al mismo tiempo, demasiado concisas. Alguna vez me enconffaré obligado a reten€ros más de la hora acostumbrada, y, sin embargo, no podré seguir todo el desarrollo exigido por las cuestiones. Si sucediera que algunas personas