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Michel Foucault
Las redes del poder
Prólogo: Esther Díaz
11 prometeo >
., l ibr o s
Foucault, Michel
Las redes del poder / Michel Foucault ; con prólogo de Esther
Dlaz. - la ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Prometeo
Libros, 2014.
112 p.; 2lxl5 cm.
Traducido por: Fernando Crespo ... [et.al.]
ISBN 978-987-574-616-9
l. Filosofia. l. Esther Dlaz, prolog. II. Femando Crespo, trad.
CDD 190
Cuidado de la edición: Magalí C. Álvarez Howlin
Prólogo: Esther Díaz
Nota Introductoria al Anexo: José Femández Vega
Armado: María Victoria Ramírez
Corrección: Marina Rapetti
© De esta edición, Prometeo Libros, 2014
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ÍNDICE
Prólogo
Epistemología del poder y política del deseo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . 11
Respuesta a una pregunta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Las redes del poder. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . 49
Una introducción a la vida no fascista .............................................. 69
¿A qué llamamos castigar? ................................................................ 75
Anexo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Nota introductoria........................................................................ 91
Los anormales .............................................................................. 95
"Hay que defender la sociedad" .................................................. 103
Del gobierno de los hombres...................................................... 111
PRÓLOGO
Epistemología del poder y política del
deseo
Esther Díaz
Foucault cambia otra vez la historia y lo hace más allá de su volun­
tad y de su vida misma. Esta transmutación -que atravesó la academia
y adquirió dimensiones masivas- responde a varias causas, dos de ellas
cruciales: la reelaboración de alguno de sus conceptos por parte de pen­
sadores destacados tales como Agamben, Esposito y Negri entre otros,
y la publicación de sus póstumos bajo el lema de que no son póstumos.
El lema se impuso para incluir en su obra completa, Dits et écrits1, no
solo lo escrito sino también lo dicho por Foucault. Para entonces habían
transcurrido diez años de la muerte del filósofo.
Algo de verdad hay en que no son absolutamente póstumos. Pues
esas palabras habían sido dichas por Foucault. Pero los trece cursos que
Foucault expuso en el College de France no fueron escritos ni corregidos
por el autor para su publicación. No obstante, el hecho de que a partir de
finales de 1990 se hayan comenzado a publicar esas lecciones en libros
individuales -con traducción a numerosos idiomas- facilitó el acceso a
este material de modo que, actualmente, numeroso público que no leyó
textos escritos por el filósofo, lo "conoce" a partir de la lectura de las
desgravaciones de sus clases.
Foucault, poco antes de morir, había manifestado su deseo de que
no hubiera publicaciones póstumas. Pero sus albaceas, como los de
Virgilio y los de Kafka, desobedecieron. De todos modos celebramos -y
nos plegamos- a la difusión de su palabra. Los tres escritos agrupados
en el presente texto fueron publicados por Foucault en tres momentos
1 Foucault, M., Dits et éoits, París, Gallimard, 1 994.
11
Michel Foucault
diferentes de su vida. Sin embargo están atravesados por inquietudes
explícitamente similares: el saber, la política, la vida.
A través de estas páginas se van sucediendo, como en los cuadros de
una exposición, las condiciones epistemológicas de la práctica política,
la institucionalización de los discursos científicos, la administración de
la sexualidad de las personas, la supervisión de la salud de la población
y otros controles, vigilancias y puniciones al servicio del funcionamiento
·de la maquinaria capitalista. Y como en un 'juego de espejos con esas
singularidades históricas se nos revela una nueva galería pictórico­
filosófica. La preocupación de Foucault por rastrear formas de resistir
al pensamiento totalitario, su crítica a la noción de deseo q)mo falta, su
rechazo de un sujeto transcendental como garantía moral y cognoscitiva,
su deconstrucción de la verdad y su pensamiento pasional reafirmador
de las diferencias. :
***
En el primer escrito aquí presentado, "Respuesta a una pregunta"
(1968), Foucault responde a quienes se preocupan porque su pensa­
miento anti-fundamentalista significaría algo así como la paralización
de una política progresista; ya sea porque no quedaría otra alternativa
que aceptar el sistema o porque estaríamos expuestos a la violencia de
cualquier acontecimiento inesperado.
La respuesta -serena y modular- comienza desarticulando la idea de
"un" sistema. Foucault proclama (una vez más) su condición de pensador
pluralista. Critica asimismo no solo la idea de universalidad de un sistema
sino también de cualquier fundamento originario. Universalidad y fun­
damento son conceptos meramente lingüísticos. Foucault aspira a pensar
no más allá, sino "más acá" de ellos. Pensar desde las prácticas, desde
el archivo, desde lo avalado en documentos. Despliega una arqueología
que no analiza la lengua como sistema sino el discurso como aconteci­
miento. El discurso, independientemente de su "envase lingüístico", es
inescindible de las prácticas sociales que lo posibilitan. De ellas surge y
en ellas incide, interactuando. La unidad de análisis del archivo son los
enunciados entendiendo por tales algo mucho más complejo que una
mera expresión lingüística.
12
Las redes del poder
Unos meses más tarde de la publicación de "Respuesta a una pregun­
ta" Foucault publicó la Arqueología del saber,2 en la que despliega una
exposición exhaustiva de su concepto de enunciado, concluyendo que
no hay que asombrarse de que no existan criterios para imaginarlo como
una singularidad estructural, porque el enunciado no es una entidad
definida. Es una función que atraviesa dominios y unidades posibles
con contenidos concretos en el espacio y en el tiempo.
En "Respuesta a una pregunta" Foucault se toma tiempo para desple­
gar su epistemología. Analiza las formaciones, las transformaciones y las
correlaciones de (y entre) los discursos científicos. Configura el concepto
de episteme como condiciones de posibilidad del conocimiento en una .
época determinada. Elabora una epistemología con los pies en la tierra ·
y las manos en el barro de la historia.
Se desdeñan aquí la improbable presencia del logos, la soberanía de
un sujeto preexistente y la teología de un destino originario. El trabajo de
termita de la arqueología en relación con el poder ilumina la vinculación
entre innovaciones científicas y acontecimientos económicos y políticos
precisos, reales, concretos.
En Historia de la locura y en El nacimiento de la clínica (libros anterio­
res al artículo aquí comentado3) Foucault ya había dado testimonio de
su modo de analizar las instituciones científicas. Había vislumbrado la
connivencia con los dispositivos de poder y preanunciaba su incidencia
sobre la administración de la vida de la población por parte de ciertos
poderes. En "Respuesta a una pregunta" sintetiza la concepción episte­
mológica de su analítica de la locura y de la clínica. Ahí están el saber,
el poder, el acontecimiento, los mecanismos o reglas que hacen que los
discursos -incluso perteneciendo a un mismo objeto disciplinario- se
diferencien entre sí o se asemejen entre disciplinas diferentes.
El discurso no solamente no es autónomo de las prácticas -siendo él
mismo una práctica- tampoco brilla por sí mismo como una estrella con
luz propia. Ni siquiera puede delimitar de manera definitiva sus con­
tornos, ¿dónde comienza?, ¿dónde termina? El artículo aquí comentado
finaliza con una breve ontológica del discurso. Las subjetividades no lo
2 Foucault, M., [archéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1 969.
3 Foucault, M., Histoire de lafolie á l'age classique, París, Pion, 1964 (este texto
'
surge
de la tesis doctoral de Foucault defendida en 1961); Naissance de la clinique, París,
Presses Universitaires de France, 1963.
13
Michel Foucault
inventan, lo actualizan y lo hacen sobre un murmullo sin conciencia,
en el que reina una ley sin nombre y sin sujeto fundante sin que se sepa
en realidad y de manera contundente quién habla. Porque en última
instancia se pregunta el autor "¿Qué importa quién habla?".
***
Pasemos al segundo artículo, breve y contundente, "Las redes del
poder" (1976). Es una pequeña esmeralda sutilmente pulida en la que
Foucault ofrece un análisis de la noción de poder. Está signado por la
síntesis y la claridad. No en vano es el producto final de una minuciosa
investigación que culminó en uno de los conceptos actualmente más
citados, replicados, criticados y reciclados del pensamiento de Foucault:
las conexiones entre el poder, el saber y la vida.
Se trata de una conferencia leída por el filósofo en Brasil y publicada
meses más tarde en Francia, donde ese mismo año apareció La voluntad
de saber. Historia de la sexualidad I.4 En realidad esta conferencia es un
resumen del último capítulo de ese libro. El nombre de ese capítulo es
"Derecho de muerte y poder sobre la vida" y es la piedra basal del con­
cepto de biopoder.
Es asimismo el resultado de la investigación sobre el poder y la vida
que Foucault había realizado el año anterior y expuesto en su curso en
el College de France entre fines de 1975 y comienzos de 1976 con el
nombre de "II faut defendre la sociéte". No es casual que éste haya sido
el primer curso que los editores eligieron para comenzar a publicar los
cursos en formato de libro individual.5 Porque si bien no es el primer
curso que dictó el filósofo en el College de France, es el primero en que
define claramente su innovador concepto de biopolítica.
Sabemos que Foucault no concibe el poder desde la vieja noción pira­
midal, sino desde la metáfora de mallas o redes que atraviesan lo social,
lo político, lo científico, lo familiar, en fin, cualquier relación humanan
en donde siempre se juega algún tipo de poder. La trama de esa red pre­
senta zonas en las que su tejido es muy denso, apretado, y otras en las
4 Foucault, M., La volonté de saboir. Histoire de sexualité I, París, Gllimard, 1 976.
> Foucault, M., Ilfaut défendre la société. Cours au College de France 1 976, París, Seuil/
Gallimard, 1977.
14
Las redes del poder
que ese tejido es ralo, poco espeso. A veces presenta agujeros alarmantes.
Lo último señala ausencia de poder, lo primero abundancia.
Pero como el poder no se posee, se ejerce, y la malla que lo sostiene
ofrece la posibilidad de ser "sacudida" -a veces- entre el ejercicio fallido
del poder y la fuerza de las resistencias que lo combaten, se producen
reacomodaciones. El que ejerce un fuerte poder en un momento de­
terminado, puede ver debilitado ese poder e incluso perderlo en otro
momento.
Foucault considera que para fines del medioevo europeo los poderes
reinantes vieron como las redes que los sostenían presentaban cada vez
más roturas, aperturas, agujeros. Los monarcas dependían de los tributos
de la población. Los arbitrarios impuestos medievales constituían una
de las fuentes más importantes de los recursos señoriales. Pero la gente
comenzó a resistirlos. No los pagaban, atacaban a los recaudadores y
los linchaban, en resumidas cuentas, el tributo dejó de ser rentable. Es
como si esa red se hubiera podrido.
De todos modos ahí estaban los tejedores de poder trenzando nuevas
redes: la ciencia experimental, la creación del Estado, la instauración de
la policía, el disciplinamiento en las instituciones, la libreta obligatoria
de trabajo y otros controles, prácticas y discursos conformaron lo que
Foucault denomina�·sociedad disciplinaria". En ella se comenzó a ejercer
el poder de manera minuciosa, microfísica, local, focalizada. Se crearon
tecnologías de poder individualizantes y masificantes al mismo tiempo.
Nos subjetivamos plegándonos al accionar general pero estamos cada
vez más solos.
Individualismo y masificación van de la mano. En las metrópolis
la mayoría de la población sigue pautas similares mientras los hogares
unipersonales crecen de manera exponencial, de la misma manera cre­
cen los controles: cámaras, detectores magnéticos, vampirismo digital
(aunque lo último no llegó a ser vivido por Foucault, su concepción
de las tecnologías de poder lo preanunciaban). En el principio fue el
anatomo-poder, poco más tarde llegó el bio-poder.
Así pues el poder se concentró en la vigilancia de los individuos que
son concebidos como una entidad biológica capaz de producir riquezas
para quienes sepan gobernarlos, vigilarlos y, llegado el caso, castigarlos. A
partir del siglo XVIII la vida se hace objeto de poder. Antes existían sujetos
jurídicos a quienes el poder podía quitarle bienes y la vida misma, a partir
15
Michel Foucault
de las tecnologías biopolíticas lo jurídico pasa a un segundo plano. En
esta mutación capital, ejercer poder es administrar y manipular el cuerpo
y la vida de los gobernados. Y como el comienzo de la vida es el sexo,
hay que extender el control hasta los mínimos movimientos connotados
de sexo: masturbación, concepción, enfermedades venéreas, natalidad,
lactancia materna. Todo atravesado por una milimétrica moralidad del
cuerpo, sus deseos, sus emanaciones y hasta sus pensamientos. Se entro­
niza así una epistemología del poder y una política del sexo o, tal como
dice Foucault, se constituyen los dispositivos de sexualidad.
El artículo "Las redes del poder" culmina marcando que el sexo es
la articulación entre una anatomía política y una biopolítica que, inter­
conectándose, logran hacer de la sociedad una máquina de producir.
Cada institución tiene su producción. Esto queda bastante claro en l�s
fábricas, las escuelas, los talleres, pero ¿qué produce la cárcel? No por
cierto ciudadanos idóneos y cumplidores de la ley. La cárcel produce
delincuencia. Algo sumamente funcional a la sociedad, a las institucio­
nes, al mercado y a todo aquello que directa o indirectamente se nutre
con los ilegalismos.
***
El tercer artículo del presente libro, "Una introducción a la vida no
fascista" (1972), es el prólogo escrito por Foucault para la edición estado­
unidense de El antiedipo de Deleuze y Guattari. Se trata de un análisis de
la relación del deseo con la realidad y con la máquina capitalista. Brinda
respuestas a problemas concretos de nuestro tiempo. Paradójicamente
a pesar de trabajar con nociones aparentemente abstractas, tales como
multiplicidad, flujos o dispositivos, se van constituyendo posibilidades
de acciones concretas, de intervención en la realidad, de incidencia en
las conductas. Foucault dice que El antiedipo es un libro de ética y es
también "un Hegel deslumbrante".
Ese libro se confronta con tres adversarios: los ascetas políticos o
militantes tristes, los lamentables técnicos del deseo (psicoanalistas y
semiólogos) y el enemigo máximo, el fascismo. No solamente el fascis­
mo histórico y su mortífero poder de movilizar el deseo de las masas,
sino el pequeño fascismo insidioso y pegajoso que reside en cada uno
de nosotros, que nos penetra y nos hace "amar el poder y desear lo que
16
Las redes del poder
nos domina y lo que nos explota". Palpita aquí, aunque Foucault no la
nombra, la preocupación de Spinoza preguntándose por qué los pueblos
luchan por su esclavitud como si se tratara de su libertad.
Ante esto, se imponen ciertas preguntas. Dice Foucault:¿Cómo hacer
para no tornarse fascista?, o, ¿cómo desprendernos de nuestro fascismo
sobre todo cuando uno se considera un militante contrario a las coaccio­
nes y las discriminaciones? ¿Cómo deshacerse del fascismo de nuestro
discurso, de nuestros actos y hasta de nuestros placeres?
Luego de listar varias características reaccionarias -casi imperceptibles,
insidiosas- que tiñen nuestros pensamientos y acciones. Foucault declara
que rendirá un modesto homenaje a San Francisco de Sales (autor de
Una introducción a la vida devota) no solo glosando el título que encabeza
el prólogo que está escribiendo, sino también presentando los conceptos
raigales de El antiedipo como una especie de guía de la vida cotidiana o
un arte de vivir libre y solidario.
En los innovadores abordajes de ese libro se acumulan nociones
emancipadoras, no edipizantes, nómades, deseantes. Entre ellas destaca
algo que si bien se puede inferir del texto de Deleuze y Guattari es una
consecuencia casi obligada de todos y cada uno de los discursos de
Foucault. Algo que ningún militante y obviamente nadie que ejerce poder
debería olvidar: por sobre todas las cosas, no se enamore del poder.
***
Finalizando ya mi pequeña reflexión me permito glosar el final del
prólogo de Foucault a El antiedipo para cerrar el presente prólogo. En los
tres artículos aquí presentados ocurre algo esencial, algo muy serio. El
acoso a todas las formas de discriminación y exclusión -mediante archi­
vo, genealogía y creación de conceptos- desde aquellas monumentales
y acuciantes que nos rodean y aplastan, hasta las menores y aparente­
mente insignificantes que constituyen la amarga tiranía de nuestra vida
cotidiana.
17
RESPUESTA A UNA PREGUNTA*
· La traducción del presente texto perte?ece a Fernando Crespo.
19
La pregunta:*
Un pensamiento que introduce la obligatoriedad del sistema y la dis­
continuidad en la historia del espíritu, ¿no suprime todo fundamento para
una intervención política progresista? ¿No desemboca en este dilema:
- o bien la aceptación del sistema,
- o bien el recurso al acontecimiento inesperado, a la irrupción de
una violencia exterior, única capaz de arrollar el sistema?
· Esta es una de las preguntas que la revista Esprit formuló a M. Foucault en el número
de mayo de 1968. El artículo que sigue es la respuesta dada a ella por el autor.
21
La respuesta:
Agradezco a los lectores de Esprit que hayan querido plantearme estas
preguntas y a]. M. Domenach haberme dado la posibilidad de responderlas.
Estas preguntas eran tan numerosas -y cada una de ellas tan interesantes­
que apenas mefue posible examinarlas todas. He escogido la última (no sin
lamentar el haber tenido que prescindir de las otras):
1) Porque esta pregunta me ha sorprendido al primer golpe de vista,
ya que me convencí inmediatamente de que concernía a la parte central
de mi trabajo.
2) Porque me permitía situar, al menos, algunas de las respuestas que
hubiera querido dar a las demás preguntas.
3) Porque formulaba la pregunta a la que ningún trabajo teórico
puede hoy sustraerse.
¿Cómo no admitir que han caracterizado ustedes, con una gran
exactitud, lo que intento hacer? ¿Y que, al mismo tiempo, han señala­
do el punto de la inevitable discordia?: "introducir la obligatoriedad del
sistema y la discontinuidad en la historia del espíritu". Sí, me reconozco
casi completamente en estas palabras. Sí, reconozco que éste es un pro­
pósito casi injustificable. [Diabólico acierto]: han llegado ustedes a dar
una definición de mi trabajo que no puedo dejar de suscribir, pero de
la que nadie querría, razonablemente, hacerse responsable. De pronto,
me hago consciente de toda mi extravagancia. De mi rareza tan poco
legítima. Y me doy cuenta ahora de cuánto se desviaba de las normas
más establecidas, de cuan escandaloso era este trabajo que fue, sin duda,
un poco solitario, pero siempre paciente, sin otra ley que él mismo, lo
suficientemente aplicado, pensaba yo, como para poder defenderse solo.
Sin embargo, hay dos o tres detalles que me molestan en la definición tan
exacta que ustedes me proponen, impidiéndome (tal vez evitándome)
dar mi entera adhesión.
23
Michel Foucault
En primer lugar, emplean ustedes la palabra sistema en singular.
Ahora bien, yo soy pluralista. He aquí lo que quiero decir. (Me permi­
tirán ustedes no hablar solamente de mi último libro, sino también de
los que lo han precedido, puesto que juntos forman un conjunto de
investigaciones, cuyos temas y referencias cronológicas están bastante
próximos; también porque cada uno de ellos constituye una experiencia
descriptiva que se opone, y por lo mismo se refiere, a los otros dos, por
ciertos rasgos característicos.) Soy pluralista: el problema que se me ha
planteado es el de la individualización de los discursos. Para individualizar
los discursos hay criterios que son conocidos y prácticamente seguros: el
sistema lingüístico al que pertenecen, la identidad del sujeto que los ha
articulado. Pero otros criterios, que no son menos familiares, son mucho
más enigmáticos. Cuando se habla de la psiquiatría o de la medicina o
de la gramática, de la biología o de la economía, ¿de qué se habla? ¿Cuá­
les son estas curiosas unidades que se cree poder reconocer al primer
golpe de vista, pero de las que resultaría muy difícil definir los límites?
Unidades, algunas de las cuales parecen remontarse hasta el principio
de nuestra historia (la medicina no menos que las matemáticas), mien­
tras que otras han aparecido recientemente (la economía, la psiquiatría)
y otras, tal vez, han desaparecido (la casuística). Unidades éstas en las
que vienen a inscribirse, indefinidamente, enunciados nuevos y que
se encuentran modificadas sin cesar por ellos (extraña unidad la de la
sociología o la psicología que, desde su nacimiento, no han dejado de
volver a empezar). Unidades que se mantienen obstinadamente, después
de tantos errores, tantos olvidos, tantas novedades, tantas metamorfo­
sis, pero que sufren, a veces, mutaciones tan radicales que tendríamos
dificultades para considerarlas idénticas a sí mismas (¿cómo afirmar
que es la misma economía la que encontramos interrumpida, desde los
fisiócratas hasta Keynes?).
Es posible que haya discursos que puedan redefinir, en cada mo­
mento, su propia individualidad (por ejemplo, las matemáticas pueden
reinterpretar en cada instante la totalidad de su historia); pero en ninguno
de los casos que he citado puede el discurso restituir la totalidad de su
historia en la unidad de una arquitectura formal. Restan dos recursos
tradicionales. El recurso histórico-trascendental: intentar buscar, más
allá de toda manifestación y de todo nacimiento histórico, un funda­
mento originario, la apertura de un horizonte inagotable, un proyecto
24
Las redes del poder
que retrocedería en relación a todo acontecimiento y que mantendría,
a través de la historia, el esbozo siempre libre de una unidad que no se
acaba. El recurso empírico o psicológico; buscar el fundador, interpretar
lo que quiso decir, detectar las significaciones implícitas que dormían
silenciosamente en su discurso, seguir el hilo o el destino de estas sig­
nificaciones, relatar las tradiciones y las influencias, fijar el momento de
los despertares, de los olvidos, de las tomas de conciencia, de las crisis,
de los cambios en el espíritu, la sensibilidad o el interés de los hombres.
Ahora bien, me parece que el primero de estos recursos es tautológico,
y el segundo es extrínseco e inesencial. Señalando y sistematizando
sus caracteres propios querría, por mi parte, intentar individualizar las
grandes unidades que regulan, en la simultaneidad o en la sucesión, el
universo de nuestros razonamientos.
He seleccionado tres grupos de criterios:
1. Los criterios deformación. Lo que permite individualizar un dis­
curso, como la economía política o la gramática general, no es la
unidad de un objeto, no es una estructura formal ni es tampoco
una arquitectura conceptual coherente; no es una elección filosó­
fica fundamental; es más bien la existencia de reglas de formación
para todos sus objetos (por dispersos que estén), para todas sus
opciones teóricas (que a menudo se excluyen unas a otras), para
todas sus operaciones (que a menudo no pueden ni superponerse
ni encadenarse), para todos sus conceptos (que pueden ser in­
compatibles). Hay formación discursiva individualizada cada vez
que puede definirse un juego de reglas semejantes.
2. Los criterios de transformación o de umbral. Diré que la historia
natural (o la psicopatología) son unidades de discurso si puedo
definir las condiciones que han debido reunirse, en un momento
muy concreto del tiempo, para que sus objetos, sus operaciones,
sus conceptos y sus opiniones teóricas hayan podido formarse; si
puedo definir de qué modificaciones internas han sido suscepti­
bles; si puedo definir, en fin, a partir de qué umbral de transfor­
mación han sido puestas en juego nuevas reglas.
3. Los criterios de correlación. Diré que la medicina clínica es una
formación discursiva autónoma, si puedo caracterizar el conjunto
25
Michel Foucault
de relaciones que la definen y la sitúan entre los otros tipos de
discurso (como la biología, la química, la teoría política o el
análisis de la sociedad) y en el contexto no discursivo en el que
funciona (instituciones, relaciones sociales, coyuntura económica
y política).
Estos criterios permiten subsistir los temas de la historia totalizante (se
trate de "progreso de la razón" o del "espíritu de un siglo") por análisis
diferenciados. Estos criterios permiten, también, describir como episteme
de una época, no la suma de sus conocimientos o el estilo general de
sus investigaciones, sino la separación, las distancias, las oposiciones,
las diferencias, las relaciones de sus múltiples discursos científicos: la
episteme no es una especie de gran teoria subyacente, en un espacio de
dispersión, es un campo abierto y sin duda indefinidamente descriptible de
relaciones. Los mencionados criterios permite, además, describir, no la
gran historia que en una misma ráfaga envolvería todas las ciencias, sino
los tipos de historia -es decir, de remanencia y de transformación- que
caracterizan los diferentes discursos (la historia de las matemáticas no
obedece al mismo modelo que la historia de la biología, que no obedece
tampoco al de la psicopatología): la episteme no es un episodio de historia
común a todas las ciencias; es unjuego simultáneo de remanencias especí­
ficas. Finalmente, estos criterios permiten situar en su lugar respectivo
los diferentes umbrales: pues nada prueba por adelantado (y nada de­
muestra tampoco tras un examen) que su cronología sea la misma para
todo� los tipos de discursos; el umbral que se puede describir para el
análisis del lenguaje al principio del siglo x1x, no encuentra, sin duda,
un episodio simétrico en la historia de las matemáticas; y, cosa más
bien paradójica, el umbral de formación de la economía política -mar­
cado por parte de Marx- de un análisis de la sociedad y de la historia.6
La episteme no es un estadio general de la razón; es una relación de suce­
sivos desfases.
Nada, como ustedes ven, que me sea más extraño que la búsqueda de
una forma obligatoria, soberana y única. No busco detectar, a partir de
b Este hecho, señalado ya por Osear Lange, explica al mismo tiempo el lugar limitado
y perfectamente circunscripto que ocupan los conceptos de Marx en el campo epis­
temológico que va de Petty a la econometría contemporánea, y el carácter fundador
de estos mismos conceptos para una teoría de la historia.
26
Las redes del poder
signos diversos, el espíritu unitario de una época, la forma general de su
conciencia: algo así como una Weltanschauung. No he descrito tampoco
la aparición y el eclipse de una estructura formal que habría reinado,
en un tiempo, sobre todas las manifestaciones del pensamiento: no he
hecho la historia de un trascendental sincopado. En fin, no he descrito
tampoco pensamientos o sensibilidades seculares, naciendo, balbuciendo,
luchando, extinguiéndose como almas fantasmales, ni he interpretado su
teatro de sombras en el decorado de la historia. He estudiado, uno tras
otro, conjuntos de discursos; los he caracterizado, he definido juegos de
reglas, transformaciones, umbrales, remanencias; los he ordenado unos
con relación a otros; he descrito conjuntos de relaciones. Donde lo he
considerado necesario, he hecho proliferar los sistemas.
Un pensamiento, dicen ustedes, que "subraya la discontinuidad".
Noción, en efecto, cuya importancia hoy -tanto por parte de los histo­
riadores como por parte de los lingüistas- no puede ser subestimada.
Pero el uso del singular no me parece que convenga del todo. Una vez
más me declaro pluralista. Mi problema es sustituir la forma abstracta,
general y monótona del "cambio", en la que tan fácilmente se piensa
la sucesión, por el análisis de los tipos diferentes de transformación. Lo
cual implica dos cosas: poner entre paréntesis todas las viejas formas de
blanda continuidad, por las que se atenúa de ordinario el brusco hecho
del cambio (tradición, influencia, hábitos del pensamiento, grandes
formas mentales, necesidades del espíritu humano), y hacer surgir, al
contrario, con obstinación, toda la vivacidad de la diferencia: establecer
meticulosamente la distancia. A continuación, poner entre paréntesis
todas las explicaciones psicológicas del cambio (genio de los grandes
inventores, crisis de la conciencia, aparición de una nueva forma del
espíritu) y definir con el mayor cuidado las transformaciones que han,
no digo provocado, sino col'lstituido el cambio. Reemplazar, en suma, el
tema del devenir (forma general, elemento abstracto, causa primaria y
efecto universal, mezcla confusa de lo idéntico y lo nuevo) por el análisis
de las transformaciones en su especificidad:
1. Detectar los cambios que afectan a los objetos, las operaciones, los
conceptos, las opciones teóricas, en el interior de una formación
discursiva determinada. Se pueden distinguir así (me limito al
ejemplo de la gramática general): los cambios por deducción o
27
Michel Foucault
28
implicación (la teoría del verbo-cópula implicaba la distinción
entre una raíz substantiva y una flexión verbal); los cambios por
generalización (extensión al verbo de la teoría de la palabra­
designación y la desaparición, como consecuencia, de la teoría
del verbo-cópula); los cambios por delimitación (el concepto del
atributo está especificado por la noción de complemento); los
cambios por paso a lo complementario (del proyecto de cons­
truir una lengua universal y transparente deriva la búsqueda de
los secretos escondidos en la más primitiva de las lenguas); los
cambios por paso al otro término de una alternativa (primacía
de las vocales o primacía de las consonantes en la constitución
de las raíces); los cambios por permutación de las dependencias
(se puede fundamentar la teoría del verbo sobre la del nombre
o viceversa); los cambios por exclusión o inclusión (el análisis
de las lenguas como sistemas de signos representativos hechos
caer en desuso, la búsqueda de su parentesco, que es reintro­
ducido en revancha por la búsqueda de una lengua primitiva).
Estos diferentes tipos de cambios constituyen todos ellos el
conjunto de las derivaciones características de una formación
discursiva.
2. Detectar los cambios que afectan a las formaciones discursivas
mismas:
- Desplazamiento de las líneas que delimitan el campo de los
objetos posibles (el objeto médico al principio del siglo x1x deja
de ser tomado en una superficie de clasificación; y se localiza
en el espacio tridimensional del cuerpo).
Nueva posición y nuevo papel del sujeto que habla en el
discurso (el sujeto, en el discurso de los naturalistas del siglo
xvm, se convierte exclusivamente en sujeto que mira según un
enrejado y que anota según un código; deja de escuchar, de
interpretar, de descifrar).
Nuevo funcionamiento del lenguaje en relación a los objetos
(a partir de Toumefort el discurso de los naturalistas no tiene
como misión penetrar en las cosas, descubrir en ellas el len­
guaje que secretamente encierran y sacarlo a la luz, sino tender
una superficie de transcripción donde la forma, el número, el
Las redes del poder
tamaño y la disposición de los elementos pueda ser traducida
en manera unívoca).
- Nueva forma de localización y de circulación del discurso en
la sociedad (el discurso clínico no se formula en los mismos
términos, no tiene los mismos procesos de registro, no se
difunde, no se acumula, no se conserva ni se impugna del
mismo modo que el discurso médico del siglo xvm).
Todos los cambios, que son de un tipo superior a los precedentes,
definen las transformaciones que afectan a los espacios discursivos mis­
mos: las mutaciones.
3. Finalmente, tercer tipo de cambio, los que afectan simultánea­
mente a varias formas discursivas:
- Inversión en el diagrama jerárquico (el análisis del lenguaje
ha tenido, durante la época clásica, un papel rector, que ha
perdido en los primeros años del siglo x1x, en provecho de la
biología).
- Alteración en la naturaleza de la reacción (la gramática clá­
sica, como teoría general de los signos, garantizaba, en otros
dominios, la transposición de un instrumento de análisis; en
el siglo x1x, la biología asegura la importancia "metafórica" de
un cierto número de conceptos: organismos --organización;
función - función social; vida - vida de las palabras o de las
lenguas).
- Desplazamientos funcionales: la teoría de la continuidad de
los seres que en el siglo xvm dependía del discurso filosófico,
pasa a depender en el siglo x1x del razonamiento científico.
Todas estas transformaciones, de un tipo superior a las otras dos, carac­
terizan los cambios propios de la episteme misma: las redistribuciones.
Esta es una pequeña muestra de diversas modificaciones, tal vez una
quincena, que podemos señalar a propósito de los discursos. Ya ven uste­
des por qué prefería yo que se dijera que he subrayado, no la discontinui­
dad, sino las discontinuidades (es decir, las diferentes transformaciones
que es posible describir a propósito de dos estados de discursos). Pero
lo importante para mí, ahora, no es constituir una tipología exhaustiva
de estas transformaciones.
1. Lo importante es dar como contenido al concepto monótono y
vacío de "cambio", un juego de modificaciones especificadas. La
29
Michel Foucault
historia de las "ideas" o de las ciencias no debe ser ya la relación
de las innovaciones, sino el análisis descriptivo de las diferentes
transformaciones efectuadas.7
2. Lo que me importa es no mezclar semejante tipo de análisis con
un diagnóstico psicológico. Una cosa (legítima) es preguntarse
acerca de aquel cuya obra comporta semejante conjunto de mo­
dificaciones, si era genial o cuáles habían sido las experiencias
de su primera infancia, etc. Y otra cosa es describir el campo de
posibilidades, la forma de operaciones, los tipos de transformación
que caracterizan su práctica discursiva.
3. Lo que me importa es mostrar que no hay, por un lado, discursos
inertes (más que medio muertos ya) y después, por otro, un sujeto
todopoderoso que los manipula, los cambia, los renueva; sino
que los sujetos discurrientes forman parte del campo discursivo,
tienen en él su lugar (y sus posibilidades de desplazamiento),
su función (y sus posibilidades de mutación funcional). El dis­
curso no es el lugar de irrupción de la subjetividad pura; es un
espacio de posiciones y de funcionamientos diferenciados por
los sujetos.
4. Lo que me importa, sobre todo, es definir, entre todas estas trans­
formaciones, el juego de las dependencias:
- Dependencias intradiscursivas (entre los objetos, las operacio­
nes, los conceptos de una misma formación).
- · Dependencias interdiscursivas (entre formaciones discursivas
diferentes: tales como las correlaciones que he estudiado en
Las palabras y las cosas, entre la historia natural, la economía,
la gramática y la teoría de la representación).
- Dependencias extradiscursivas (entre transformaciones discur­
sivas diferentes y otras que se hayan producido en otra parte
distinta del discurso: tales como las correlaciones estudiadas
en la Historia de la locura y El nacimiento de la clínica, entre el
discurso médico y todo un juego de cambios económicos,
políticos y sociales).
Quisiera yo substituir la simplicidad uniforme de las asignaciones
de causalidad, con todo este juego de dependencias; y al suprimir el
7 En lo que sigo los ejemplos de métodos dados en varias ocasiones por M.
Canguilhem.
30
Las redes del poder
privilegio, indefinidamente prorrogado, de la causa, hacer aparecer el
haz polimorfo de las correlaciones.
Ya lo ven ustedes: no se trata en absoluto de substituir por una cate­
goría, "lo discontinuo", la no menos abstracta y general de "continuo".
Me esfuerzo, por el contrario, en mostrar que la discontinuidad no es un
vacío monótono e impensable entre los acontecimientos, al que habría
que apresurarse en llenar (dos soluciones perfectamente simétricas) por
la plenitud abstracta de la causa o por el ágil juego del espíritu, sino que
es un juego de transformaciones específicas, diferentes las unas de las
otras, cada una con sus condiciones, sus reglas, su nivel, y ligadas entre
sí según esquemas de dependencia. La historia es el análisis descriptivo
y la teoría de estas transformaciones.
Un último punto, sobre el que espero ser más breve. Emplean ustedes
la expresión "historia del espíritu". A decir verdad, yo creía más bien
estar haciendo una historia del discurso. ¿La diferencia?, me preguntarán:
"Los textos que usted toma como material no lo estudia según su estructura
gramatical; no describe el campo semántico que recorren; la lengua no es
objeto. ¿Entonces? ¿Qué busca usted, sino describir el pensamiento que los
anima y reconstituir las representaciones de las que estos textos han dado una
versión durable, tal vez, pero sin duda infiel? ¿Qué busca usted sino encontrar,
detrás de los textos, la intención de los hombres que los han formulado, las
significaciones que voluntariamente, o sin saberlo, han depositado en ellos,
ese imperceptible suplemento del sistema lingüístico que es algo así como la
apertura de la libertad o la historia del espíritu?".
Aquí yace posiblemente el punto esencial. Tienen ustedes razón: lo que
yo analizo es el discurso no es el sistema de su lengua ni, de modo general,
las reglas formales de su construcción: pues no me cuido de saber lo que
lo hace legítimo o le confiere su inteligibilidad y le permite servir para la
comunicación. La cuestión que planteo no es la de los códigos, sino la
de los acontecimientos: la ley de existencia de los enunciados, lo que ha
hecho posibles a éstos y a ningún otro en su lugar; las condiciones de su
emergencia singular; su correlación con otros acontecimientos anteriores o
simultáneos, discursivos o no. Trato de responder a esta cuestión, sin em­
bargo, sin referirme a la conciencia, oscura o explícita, de los sujetos par­
lantes; sin relacionar los hechos del discurso con la voluntad -tal vez invo­
luntaria- de sus autores; sin invocar esta intención de decir, que es siempre
3 1
Michel Foucault
excesivamente rica en relación con lo que se dice; sin intentar captar la
ligereza inaudita de una palabra que no tendría texto.
Por eso, lo que yo hago no es ni una formalización ni una exégesis,
sino una arqueología: es decir, como su nombre indica de manera inequí­
voca, la descripción del archivo. Con esta palabra no entiendo la masa de
textos que han podido ser recogidos en una época determinada, o con­
servados desde esta época a través de los avatares de las desapariciones,
sino el conjunto de reglas que, en una época dada y para una sociedad
determinada, definen:
32
1. Los límites y las formas de la decibilidad: ¿De qué es posible
hablar? ¿Qué es lo que ha sido constituido como dominio de
discurso? ¿Qué tipo de discursividad se ha vinculado a tal o cual
dominio (de qué se hace el relato; de qué se ha querido hacer
una ciencia descriptiva; a qué se ha asignado una formulación
literaria, etc.)?
2. Los límites y las formas de conservación: ¿Cuáles son los enuncia­
dos destinados a pasar sin dejar rastro? ¿Cuáles, por el contrario,
son los destinados a entrar en la memoria de los hombres (por
la recitación ritual, la pedagogía y la enseñanza, la diversión o la
fiesta, la publicidad)? ¿Cuáles quedan anotados para poder ser
utilizados de nuevo y con qué fines? ¿Cuáles son puestos en circu­
lación y en qué grupos? ¿Cuáles son reprimidos y censurados?
3. Los límites y las formas de la memoria tal como aparecen en las
diferentes formaciones discursivas: ¿Cuáles son los enunciados
que cada uno reconoce como válidos o discutibles, o definitiva­
mente invalidados? ¿Cuáles son los que han sido excluidos por
ser extranjeros? ¿Qué tipo de relaciones se ha establecido entre
los sistemas de enunciados presentes y el corpus de los enun­
ciados pasados?
4. Los límites y las formas de la reactivación: Entre los discursos de
las épocas anteriores o de las culturas extranjeras, ¿cuáles son los
que se retienen, los que se valoran, los que se importan, los que se
intenta reconstituir? ¿Y qué se hace de ellos, qué transformaciones
se les hace sufrir (comentario, exégesis, análisis)? ¿Qué sistema de
apreciación se les aplica, qué papel se eles hace cumplir?
5. Los límites y las formas de la apropiación: ¿Qué individuos, qué
grupos, qué clases tienen acceso a tal tipo de discurso? ¿Cómo
Las redes del poder
está institucionalizada la relación el discurso con quien lo emite,
con quien lo recibe? ¿Cómo se señala y se define la relación del
discurso con su autor? ¿Cómo se desarrolla entre clases, naciones,8
colectividades lingüísticas, culturales o étnicas, la lucha por ha­
cerse cargo de los discursos.
Es, ante todo, sobre este fondo, que destacan los análisis que he
comenzado; es hacia ahí donde se dirigen. Así pues, no escribo una his­
toria del espíritu, según la sucesión de sus formas o según la densidad
de sus significaciones sedimentadas. No interrogo a los discursos sobre
lo que -silenciosamente- quieren decir, sino sobre el hecho y las condi­
ciones de su aparición manifiesta; no sobre los contenidos que puedan
encubrir, sino sobre las transformaciones que han efectuado; no sobre el
sentido que se mantiene en ellos como un origen perpetuo, sino sobre
el cambio en el que coexisten, permanecen y se borran. Se trata de un
análisis de los discursos en la dimensión de sus exterioridad. De ahí tres
consecuencias:
1. Tratar el discurso pasado, no como tema para un comentario que
lo reanimaría, sino como un monumento a describir según su
disposición propia.
2. Buscar en el discurso, no ya -como hacen los métodos estruc­
turales- sus leyes de construcción, sino sus condiciones de
existencia.9
3. Referir el discurso, no al pensamiento, al espíritu o al sujeto que
han podido darle nacimiento, sino al campo práctico en el que
se despliega.
Perdónenme; he sido lento y me he extendido mucho. Y total para
conseguir pocas cosas; proponer tres ligeros cambios de su definición
y pedirles su conformidad para que hablemos de mi trabajo como de
una tentativa de introducir "la diversidad de los sistemas y el juego de las
discontinuidades en la historia de los discursos". No imaginen que quie­
ro hacer trampas o que trato de evitar el punto central de su pregunta,
discutiendo los términos de ésta hasta el infinito. Pero era necesario el
acuerdo previo. Ahora estoy dispuesto. Es necesario que responda.
" Tomo esta palabra de M. Canghilhem, pues describe mejor de lo que yo mismo lo
he hecho lo que he querido hacer.
4 ¿Es necesario precisar, una vez más, que no soy lo que se llama "estructualista"?
33
Michel Foucault
No, ciertamente, a la cuestión de saber siyo soy reaccionario, ni tam­
poco sobre si mis textos lo son (ellos mismos, intrínsecamente, a través
de un cierto número de signos bien cifrados). Ustedes me preguntan
otra cosa mucho más seria, la única, creo yo, que puede legítimamente
preguntarse. Me interrogan sobre las relaciones existentes entre lo que
digo y una cierta práctica política.
Me parece que a esta pregunta se le pueden dar dos respuestas. Una
concierne a las operaciones críticas que me discurso realiza en el do­
minio que le es propio (la historia de las ideas, de las conciencias, del
pensamiento, del saber. . . ); lo que mi discurso pone fuera de circuito,
¿era indispensable para una política progresista? La otra concierne al
campo del análisis y al dominio de objetos que mi discurso intenta
hacer aparecer: ¿cómo pueden articularse sobre el ejercicio efectivo de
una política progresista?
Resumiré así las operaciones críticas que he emprendido:
1) Establecer límites allí donde la historia del pensamiento, bajo su
forma tradicional, se confería un espacio indefinido. En particular:
34
a) Replantear el gran postulado interpretativo según el cual el reino
del discurso no tendría fronteras asignables; las cosas mudas e
incluso el silencio, estarían poblados de palabras: y allí donde
no se deja oír ya ninguna palabra, se podría escuchar todavía el
murmullo profundamente soterrado de una significación; en lo
que los hombres no dicen, continuarían hablando; un mundo de
textos dormidos nos esperaría en las páginas blancas de nuestra
historia. En cuanto a este tema, quisiera responder que los dis­
cursos son dominios prácticos limitados que tienen sus fronteras,
S)-lS reglas de formación, sus condiciones de existencia: el zócalo
histórico del discurso no es un discurso más profundo, a la vez
idéntico y diferente.
b) Replantear el tema de un sujeto soberano que llegaría del exterior
para animar la inercia de los códigos lingüísticos, y que depositaría
en el discurso la traza imborrable de su libertad; replantear el tema
de una subjetividad que constituiría las significaciones y después
las transcribiría en el discurso. A estos temas querría oponer el
Las redes del poder
descubrimiento de los papeles y las operaciones ejercidas por los
diferentes sujetos "discurrientes".
c) Replantear el tema del origen indefinidamente aplazado y la idea
de que, en el dominio del pensamiento, el papel de la historia es
el de recordar los olvidos, suprimir los oscurecimientos, quitar -o
bien cerrar de nuevo- las barreras. A este tema quisiera oponer el
análisis de sistemas discursivos históricamente definidos, a los que
podemos señalar umbrales y asignar condiciones de nacimiento
y desaparición.
En una palabra, establecer estos límites, replantear estos tres temas
del origen, el sujeto, y la significación implícita es proponerse una difícil
tarea -extremas resistencias lo prueban-, liberar el campo discursivo
de la estructura histérico-trascendental que le ha sido impuesta por la
filosofía del siglo x1x.
2) Borrar las oposiciones poco meditadas. He aquí algunas, por orden
creciente de importancia: la oposición entre la vivacidad de las inno­
vaciones y la pesantez de la tradición, la inercia de los conocimientos
adquiridos o los viejos senderos del pensamiento; la oposición entre las
formas medias del saber (que representarían la mediocridad cotidiana) y
las formas que se apartan de ella (y que manifestarían la singularidad o la
soledad propias del genio); la oposición entre los períodos de estabilidad
o de convergencia universal y los momentos de ebullición, cuando las
conciencias entran en crisis, cuando las sensibilidades se metamorfosean,
cuando todas las nociones son revisadas, trastornadas, revivificadas o,
por un tiempo indefinido, caen en desuso. Quisiera sustituir todas estas
dicotomías por el análisis del campo de las diferencias simultáneas (que
definen en una época dada la dispersión posible del saber) y las dife­
rencias sucesivas (que definen el conjunto de las transformaciones, su
jerarquía, su dependencia, su nivel). Allí donde se narraba la historia de
la tradición y de la invención, de lo viejo y de lo nuevo, de lo muerto y de
lo vivo, de lo cerrado y de lo abierto, de lo estático y de lo dinámico, me
propongo hablar de la perpetua diferencia; o, más exactamente, hablar de
las ideas como el conjunto de las formas especificadas y descriptivas de la
no identidad. Y quisiera liberarla así de la triple metáfora que la estorba
desde hace más de un siglo (el evolucionismo, que le impone la división
35
Michel Foucault
entre lo regresivo y lo adaptativo; la biología, que separa lo inerte de lo
vivo; la dinámica, que opone el movimiento y la inmovilidad).
3) Eliminar la negación que ha recaído sobre el discurso en su existen­
cia propia (y ahí radica -para mí- la más importante de las operaciones
críticas que he emprendido). Esta negación comporta varios aspectos:
36
a) No tratar nunca el discurso más que a título de elemento indi­
ferente y sin consistencia ni ley autóctona (pura superficie de
traducción para las cosas mudas; simple lugar de expresión para
los pensamientos, las imaginaciones, los temas inconscientes).
b) No reconocer en el discurso más que "recortes" según un modelo
psicológico e individualizante (la obra de un autor -en efecto,
¿por qué no?-, su obra de juventud o de madurez), los "recortes"
según un modelo lingüístico o retórico (un género, un estilo), los
"recortes" según un modelo semántico (una idea, un tema).
c) Admitir que todas las cooperaciones están hechas ya antes del
discurso y fuera de él (en la idealidad del pensamiento o en la
seriedad de las prácticas mudas); y que, como consecuencia, el
discurso no es más que una ligera excrecencia que añade una
franja casi impalpable a las cosas y al espíritu: un excedente que
ya está implícito, puesto que no hace otra cosa más que decir lo
que se dice.
A esta negación quisiera contestar diciendo que el discurso no
es nada o casi nada. Y lo que es -lo que define su consistencia
propia, lo que permite hacer de él un análisis histórico- no es lo
que se ha "querido" decir (esa oscura y pesada carga de intenciones
que, en la sombra, pesaría con un peso mucho mayor que el de
las cosas dichas); no es tampoco lo que ha quedado en silencio
(esas cosas imponentes, que no hablan, pero que dejan sus marcas
identificables, su negro perfil, sobre la superficie ligera de lo que
se ha dicho): el discurso está constituido por la diferencia entre lo
que se podría decir correctamente en una época (según las reglas
de la gramática y las de la lógica) y lo que se dice efectivamente.
El campo discursivo es, en un momento determinado, la ley de
esta diferencia. Y define así un cierto número de operaciones que
no son del orden de la construcción lingüística o de la deduc­
ción formal. Despliega un dominio "neutro" donde la palabra
Las redes del poder
y la escritura pueden hacer variar el sistema de su oposición y
la diferencia de su funcionamiento. Aparece como un conjunto
de prácticas reguladas que no consiste simplemente en dar un
cuerpo visible y exterior a la interioridad ágil del pensamiento, ni
en ofrecer a la consistencia de las cosas la superficie de aparición
que va a repetirlas. En el fondo de esta negación que pesa sobre
el discurso (en provecho de la oposición pensamiento-lenguaje,
historia-verdad, locución-escritura, palabra-cosas), existía la ne­
gativa de reconocer que algo se ha formado en el discurso (según
reglas bien definibles), que este algo existe, subsiste, se transforma,
desaparece (según reglas igualmente definibles); en una palabra,
que al lado de todo lo que una sociedad puede producir ("al lado":
es decir, en una relación asignable a todo esto), hay formación y
transformación de "cosas dichas". Es la historia de estas "cosas
dichas" la que yo he emprendido.
4) Finalmente, última tarea crítica (que resume y envuelve todas
las otras); liberar de su status incierto este conjunto de disciplinas a las
que se llama historia de las ideas, historia de las ciencias, historia del
pensamiento, historia de los conocimientos, de los conceptos o de la
conciencia. Incertidumbre que se manifiesta de varios modos:
Dificultades para delimitar los dominios: ¿Dónde acaba la historia
de las ciencias, dónde comienza la de las opiniones y las creencias?
¿Cómo se dividen, entre sí, la historia de los conceptos y la historia
de las nociones o de los temas? ¿Por dónde pasa el límite entre la
historia del conocimiento y la de la imaginación?
Dificultad para definir la naturaleza del objeto: ¿Se hace la historia
de lo que ha sido concebido, adquirido, olvidado, o la historia de
las formas mentales, o la historia de sus interferencias? ¿Se hace
la historia de los rasgos característicos que pertenecen en común
a los hombres de una época o de una cultura? ¿Se describe un
espíritu colectivo? ¿Se analiza la historia (teleológica o genética)
de la razón?
Dificultad para asignar la relación entre estos hechos de pensa­
miento o de conocimiento con los otros dominios del análisis
histórico: ¿Hay que tratarlos como signos de otra cosa (de una
relación social, de una situación política, de una determinación
37
Michel Foucault
económica)? ¿O como su refracción, a través de una conciencia?
¿Como la expresión simbólica de su forma de conjunto?
Quisiera sustituir tantas incertidumbres por el análisis del discurso
mismo, en sus condiciones de formación, en la serie de sus modificacio­
nes y en el juego de sus dependencias y de sus correlaciones. El discurso
aparecería así en una relación descriptible con el conjunto de las otras
prácticas. En lugar de estar vinculado a una historia económica, social,
política, que envuelve una historia del pensamiento (la cual sería su ex­
presión y como su doble), en lugar de estar vinculado a una historia de las
ideas, que estaría referida -sea por un juego de signos y de expresiones,
sea por relaciones de causalidad- a condiciones extrínsecas, se vincularía
a una historia de las prácticas discursivas en las relaciones específicas
que las articulan con las otras prácticas. No se trata de componer una
historia global -que reagruparía todos sus elementos alrededor de un
principio o de una forma única-, sino más bien de desplegar el campo
de una historia general en la que se podrá describir la singularidad de las
prácticas, el juego de sus relaciones, la forma de sus dependencias. Y es
en el espacio de esta historia general en el que podría circunscribirse,
como disciplina, el análisis histórico de las prácticas discursivas.
He aquí cuáles son, poco más o menos, las operaciones críticas que
he emprendido. Permítanme entonces tomarlos como testigos de la
pregunta que planteo a aquellos que podrían alarmarse: "¿Acaso una
política progresista está vinculada (en su reflexión teórica) a los temas
de la significación, del origen del sujeto constituyente; en una palabra,
a toda la temática que garantiza, en la historia, la inagotable presencia
del Logos, la soberanía de un sujeto puro y la profunda teología de un
destino originario? Una política progresista, ¿tiene alguna vinculación
con semejante forma de análisis o con su cuestionamiento? ¿Y semejan­
te política tiene alguna vinculación con todas las metáforas dinámicas,
biológicas, evolucionistas, con las que se enmascara el difícil problema
del cambio histórico o, por el contrario, su meticulosa destrucción? Y
aún más: .¿Hay algún parentesco necesario entre una política progresista
y el hecho de no querer reconocer en el discurso otra cosa que una del7
gada transparencia que brilla un instante en el límite de las cosas y los
pensamientos y después desaparece inmediatamente? ¿Se puede creer
que esta política tenga interés en repetir una vez más el tema -del que
38
Las redes del poder
yo había creído que la existencia y la práctica en Europa, desde hace
más de doscientos años, del discurso revolucionario, habían podido
liberarnos- de que las palabras no son más que viento, un susurro ex­
terior, un ruido de alas que apenas puede escucharse en la seriedad de
Ja historia y el silencio del pensamiento? Y finalmente, ¿se debe pensar
que una política progresista esté vinculada a la desvalorización de las
prácticas discursivas, con el fin de que triunfe, en su incierta idealidad,
una historia del espíritu, de la conciencia, de la razón, del conocimiento,
de las ideas o de las opiniones?".
Me parece que percibo, en cambio -y bastante claramente-, las
peligrosas facilidades que se concederían a la política de la que ustedes
hablan, si a esta política se le otorgase la garantía de un fundamento
originario o de una teología trascendental, si gozase de una constante
metaforización del tiempo por las imágenes de la vida o de los modelos
del movimiento, si renunciase a la difícil tarea de un análisis general de
las prácticas, de sus relaciones, de sus transformaciones, para refugiarse
en una historia global de las totalidades, de las relaciones expresivas, de
los valores simbólicos y de todas estas significaciones secretas investidas
en los pensamientos y en las cosas.
Tienen ustedes el derecho de decirme: "Eso está muy bien: las opera­
ciones críticas que usted hace no son tan condenables como podría parecerlo a
primera vista. Pero, ¿cómo puede concernir a la política, e inscribirse entre los
problemas que hoy son los suyos, este trabajo de termita sobre el nacimiento de
lafilología, de la anatomía patológica? Hubo un tiempo en que losfilósofos no se
consagraban con un celo tangrande a la polvareda del archivo. . . ". A lo que yo
respondería, más o menos: "Existe actualmente un problema que no deja
de tener importancia para la práctica política: el del status, las condiciones
del ejercicio, el funcionamiento y la institucionalización de los discursos
científicos. He aquí aquello de lo que he emprendido el análisis histórico,
escogiendo los discursos que tienen, no la estructura epistemológica más
fuerte (matemáticas o física), sino el campo de positividad más denso y
complejo (medicina, economía, ciencias humanas)".
Veamos un ejemplo sencillo: la formación del discurso clínico que
caracterizó la medicina desde principios del siglo XIX hasta nuestros días,
o casi. Lo he escogido porque se trata de un hecho históricamente muy
determinado y porque no se le puede remitir a ninguna otra instaura­
ción más originaria; porque sería una gran ligereza denunciar en él una
39
Michel Foucault
"pseudociencia", y sobre todo, porque es fácil entender "intuitivamente"
la relación existente entre esta mutación científica y un cierto número de
acontecimientos políticos precisos: los que se agrupan -incluso a escala
europea- bajo el título de Revolución Francesa. El problema es dar a
esta relación, aún confusa, un contenido analítico.
Primera hipótesis: Sería la conciencia de los hombres la que se habría
modificado (bajo el efecto de los cambios económicos, sociales y políti­
cos) y su percepción de la enfermedad se habría encontrado alterada por
este mismo hecho: los hombres habrían reconocido en la enfermedad
consecuencias políticas (malestar, descontento, revueltas en las pobla­
ciones cuya salud es deficiente), habrían advertido de las implicaciones
económicas (deseo de los patronos de disponer de una mano de obra
sana; deseo de la burguesía en el poder, de transferir al Estado las cargas
de la asistencia sanitaria), habrían trasladado a ella su concepción de la
sociedad (una medicina única, de valor universal, pero con dos campos
de aplicación distintos: el hospital para las clases pobres; la práctica
liberal y competitiva para los ricos); habrían transcrito también a ella su
concepción del mundo (desacralización del cadáver, que ha permitido
las autopsias; una mayor importancia concedida al cuerpo vivo como
instrumento de trabajo; preocupación por la salud, que ha reemplaza­
do a la preocupación por la salvación del alma). Muchas de todas estas
cosas no son falsas, pero, por una parte, no dan cuenta de la formación
de un discurso científico y, por otra, no han podido producirse, y con
los efectos que se han podido constatar, más que en la medida en que el
discurso médico había recibido un nuevo status.
Segunda hipótesis: Las nociones fundamentales de la medicina clínica
se derivarían, por transposición, de una práctica política o, al menos,
de las formas teóricas en las que esta práctica se refleja. Las ideas de
solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación de los
tejidos, el abandono del principio clasificatorio en favor de un análisis
de la totalidad corporal, corresponderían a una práctica política que des­
cubrió, bajo estratificaciones todavía feudales, relaciones sociales de tipo
funcional o económico. O aún más: no querer ver en las enfermedades
una gran familia de especies casi botánicas y esforzarse por encontr�r
en lo patológico su punto de inserción, su mecanismo de desarrollo, su
causa y, a fin de cuentas, su terapéutica, ¿no correspondería al proyecto,
en la clase social dominante, de dominar el mundo, no únicamente ya
40
Las redes del poder
por el saber teórico, sino por un conjunto de conocimientos aplicables,
y a su decisión de no aceptar como naturaleza lo que se le impondría
como límite o como mal? Tales análisis no parecen tampoco pertinentes,
porque eluden el problema esencial: ¿cuál debería ser el centro de los
otros discursos y, de modo general, de las otras prácticas, el modo de
existencia y de funcionamiento del discurso médico, para que se produ­
jeran tales transposiciones o correspondencias?
Por esto, desplazaré el punto de ataque en relación a los análisis
tradicionales. Si hay cierta y efectivamente un vínculo entre la práctica
política y el discurso médico, me parece que esto no se debe a que
esta práctica haya cambiado primero la conciencia de los hombres,
su manera de percibir las cosas o de concebir el mundo, y después,
finalmente , la forma de su conocimiento y el contenido de su saber;
ni es tampoco porque esta práctica se haya reflejado, en primer lugar,
de un modo más o menos claro y sistemático, en los conceptos, las
nociones y los temas que han sido importados en medicina a con­
tinuación, sino que, de una manera mucho más directa, la práctica
política ha transformado, no el sentido ni la forma del discurso, sino
sus condiciones de aparición, de inserción y de funcionamiento; la
práctica política ha transformado el modo de existencia del discurso
médico. Y esto ha ocurrido gracias a un cierto número de operaciones
que han sido descritas en otra parte y que resumo aquí: nuevos crite­
rios para designar a los que reciben, según los estatutos, el derecho
de emitir un discurso médico; nuevo "recorte" del objeto médico a
partir de la aplicación de otra escala de observación que se superpone
a la primera sin anularla (la enfermedad observada estadísticamente a
nivel de una población); nuevo status de la asistencia, que crea un es­
pacio hospitalario de observación y de intervención médicas (espacio
que, por otra parte, está organizado según un principio económico,
puesto que el enfermo, que se beneficie de los cuidados, debe retri­
buirlos con la lección médica que proporciona: paga el derecho a ser
atendido con la obligación de ser observado, y esto incluida hasta
su propia muerte); nuevo modo de anotación, de conservación, de
acumulación, de difusión y de enseñanza del discurso médico (que
no debe manifestar ya la experiencia del médico, sino constituir un
documento sobre la enfermedad); nuevo funcionamiento del discurso
médico en el sistema de control administrativo y político de la población
41
Michel Foucault
(la sociedad, en tanto que tal, es considerada y "tratada" según las
categorías de la salud y de lo patológico) .
Pero aquí es donde el análisis se hace complejo; estas transforma­
ciones que se dan en las condiciones de existencia y de funcionamiento
del discurso, no "se reflejan", ni "se traducen" , ni "se expresan" en los
conceptos, los métodos o los enunciados de la medicina: modifican
sus reglas de formación. Lo que la práctica política transforma no
son los "objetos" médicos (es bien evidente que la práctica política
no transforma a las "especies mórbidas" en "focos perjudiciales"),
sino el sistema, que ofrece al discurso médico un objeto posible (se
trata de una población observada y clasificada o de una evolución
patológica en un individuo, del que se establecen los antecedentes y
de quien se observan cotidianamente los trastornos o su remisión, o
de un espacio anatómico autopsiado); lo que ha sido transformado a
causa de la práctica política, no son los métodos de análisis, sino el
sistema de su formación (registro administrativo de las enfermedades,
de las muertes, de sus causas, de las entradas y salidas del hospital,
constitución de los archivos; relación del personal médico con los
enfermos en el campo hospitalario); lo que ha sido transformado por
la práctica política no son los conceptos, sino su sistema de forma­
ción (la sustitución del concepto de sólido por el de "tejido" no es,
evidentemente , el resultado de un cambio político, sino que lo que
la práctica política ha modificado es el sistema de formación de los
conceptos: la notación intermitente de los efectos de la enfermedad
y la asignación hipotética de una causa funcional, han podido ser
sustituidas, gracias a la acción política, por una cuadrícula anatómi­
ca apretada, casi continua, fundamentada en profundidad, y por el
descubrimiento local de las anomalías, de su campo de dispersión y
de sus eventuales medios de difusión) . El apresuramiento con el que
de ordinario se relacionan los contenidos de un discurso científico
con una práctica política, enmascara, a mi entender, el nivel en el que
puede ser descrita la articulación en términos precisos.
Me parece que a partir de un análisis semejante se puede comprender:
1) Cómo describimos un conjunto de relaciones del que podamos
seguir detalladamente la subordinación y comprenderla, entre un discur­
so científico y una práctica política. Relaciones indirectas, sin embargo,
42
Las redes del poder
puesto que los enunciados de un discurso científico no pueden ser
considerados ya como la expresión inmediata de una relación social o
de una situación económica.
2) Cómo asignar el papel propio de la práctica política acerca del
discurso científico. Esta práctica no tiene un papel taumatúrgico, de
creación, no hace nacer acabadas a las ciencias, sino que transforma
las condiciones de existencia y los sistemas de funcionamiento del
discurso. Estas transformaciones no son arbitrarias ni "libres": operan
en un dominio que tiene su configuración y que, consecuentemen­
te , no ofrece posibilidades indefinidas de modificación. La práctica
política no reduce a la nada la consistencia del campo discursivo en
el que opera.
Esta práctica no tiene tampoco un papel de crítica universal. No se
puede juzgar, en nombre de una práctica política, la cientificidad de
una ciencia (a menos que ésta pretenda ser, de una u otra forma, una
teoría de la política). Pero en nombre de una práctica política podemos,
sin embargo, replantear el modo de existencia y de funcionamiento de
una ciencia.
3) Cómo pueden articularse las relaciones entre una práctica política
y un campo discursivo con sus relaciones en otro orden. Así, la medi­
cina a principios del siglo x1x, estaba vinculada a la vez a una práctica
política (tal como he analizado en El nacimiento de la clínica) y a todo un
conjunto de modificaciones "interdiscursivas" que se habían producido
simultáneamente en el conjunto de varias disciplinas (sustitución de un
análisis del orden y de las características taxonómicas por un análisis de
las solidaridades, de los funcionamientos, de las series sucesivas, que he
descrito en Las palabras y las cosas).
4) Cómo los fenómenos que se acostumbra a situar en primer plano
(influencia, comunicación de los modelos, transferencia y metaforización
de los conceptos) encuentran su condición histórica de posibilidad en
estas primeras modificaciones: por ejemplo, la importación de concep­
tos biológicos como los de organismo, función, evolución o incluso
enfermedad, para un análisis de la sociedad, no ha tenido en el siglo
x1x el papel que hoy se le reconoce (mucho más importante, mucho
más cargado ideológicamente que las comparaciones "naturalistas" de
las épocas precedentes), más que en razón del status dado al discurso
médico por la práctica política.
43
Michel Foucault
Este ejemplo tan largo ha servido para conseguir solamente una cosa,
pero una cosa que mantengo: mostrarles en qué sentido lo que intento
hacer aparecer a través de mi análisis -la positividad de los discursos,
sus condiciones de existencia, los sistemas que rigen su aparición, su
funcionamiento y sus transformaciones- puede concernir a la práctica
política. Mostrarles lo que puede hacer esta práctica. Convencerlos de
que, esbozando esta teoría del discurso científico, haciéndolo apare­
cer como un conjunto de prácticas regladas que se articulan, de un
modo analizable, con otras prácticas, no me entretengo simplemente
volviendo el juego más complicado para algunos espíritus un poco
vivos, sino que intento definir en qué medida, a qué nivel los discursos
-y singularmente los discursos científicos- puede ser objeto de una
práctica política y en qué sistema de dependencia pueden encontrarse
en relación a ella.
Permítanme que una vez más los tome como testigos de la pregunta
que planteo: ¿Acaso no es bien conocida la política que responde en
términos de pensamiento o de consciencia, en términos de idealidad
pura o de rasgos psicológicos, cuando se le habla de una práctica, de sus
condiciones, de sus reglas, de sus transformaciones históricas? ¿Acaso no
es bien conocida esta política que, desde el siglo x1x, se obstina en no ver
en el inmenso dominio de la práctica, más que la epifanía de una razón
triunfante (en la que no hay que descifrar más que el destino histórico­
trascendental de Occidente? Y más exactamente: ¿Acaso la negativa de
analizar las condiciones de existencia y las reglas de formación de los
discursos científicos, en lo que éstos tienen de específico y de depen­
diente, no condena a toda política a una elección peligrosa: o bien esta­
blecer, de un modo al que puede llamarse, si se quiere, "tecnocrático",
la validez y la eficacia de un discurso científico, sean las que sean las
condiciones reales de su ejercicio y el conjunto de prácticas con las que
se articula (instaurado así el discurso científico como regla universal de
todas las otras prácticas, sin tener en cuenta el hecho de que él mismo
es una práctica reglada y condicionada), o bien intervenir directamente
en el campo discursivo, como si éste no tuviese consistencia propia,
hacer de él el material bruto de una inquisición psicológica Uuzgando
recíprocamente lo que se dice y quién lo dice) y practicar la valoración
simbólica de las nociones (discerniendo en una ciencia los conceptos
que son "reaccionarios" de los que son "progresistas")?
44
Las redes del poder
Quisiera concluir sometiendo a su juicio algunas hipótesis:
Una política progresista es una política que reconoce las condi­
ciones históricas y las reglas especificadas de una práctica, allí
donde otras políticas no reconocen más que necesidades ideales,
determinaciones unívocas o el libre juego de las iniciativas indi­
viduales.
Una política progresista es una política que define en una práctica
las posibilidades de transformación y el juego de dependencias
entre estas transformaciones, allí donde otras políticas confían en
la abstracción uniforme del cambio o en la presencia taumatúrgica
del genio.
Una política progresista no hace del hombre o de la conciencia
o del sujeto en general el operador universal de todas las trans­
formaciones: define los planos y las funciones diferentes que los
sujetos pueden ocupar en un dominio que tiene sus reglas de
formación.
Una política progresista no considera que los discursos sean el
resultado de procesos mudos o la expresión de una conciencia
silenciosa, sino que -ciencia o literatura, o enunciados religiosos,
o discursos políticos- forman una práctica que se articula con las
otras prácticas.
He aquí el punto donde lo que intento hacer, desde hace diez
años hasta ahora, se une a la pregunta que me formulan ustedes.
Debería decir: aquí está el punto en el que su pregunta, en tanto
que legítima y apropiada, alcanza a mi empresa en su centro. Si
quisiera volver a dar una formulación a esta empresa -como efecto
de su pregunta, que no deja de acuciarme-, he aquí poco más o
menos lo que diría: "Determinar en sus diversas dimensiones lo
que ha debido ser en Europa, desde el siglo xvn, el modo de exis­
tencia de los discursos, y singularmente de los discursos científicos
(sus reglas de formación, con sus condiciones, sus dependencias,
sus transformaciones), para que se constituya el saber que hoy
es el nuestro y, de un modo más preciso, el saber que ha tomado
como dominio este curioso objeto que es el hombre".
Sé, casi tanto como cualquier otro, lo que pueden tener de "ingrato"
-en el sentido del término- semejantes investigaciones. Lo que hay de
desagradable en tratar los discursos, no a partir de la dulce, muda e íntima
45
Michel Foucault
conciencia que se expresa en ellos, sino a partir de un oscuro conjunto
de reglas anónimas. Lo que hay de desagradable en hacer aparecer los
límites y las necesidades de una práctica allí donde estábamos habitua­
dos a ver desplegarse, en una pura transparencia, los juegos del genio
y de la libertad. Lo que hay de provocador en tratar como un haz de
transformaciones esta historia de los discursos, que estaba animada hasta
ahora por las metamorfosis tranquilizadora de la vida o de la continuidad
intencional de lo vivido. Lo que hay de insoportable, en fin (dado que
cada uno quiere poner, piensa poner, algo de "sí mismo" en su propio
discurso, cuando comienza a hablar), en recortar, analizar, combinar,
recomponer todos estos textos ahora olvidados, sin que llegue a dibujarse
nunca el rostro transfigurado del autor: ¡Y bien, qué!
Tantas palabras acumuladas, tantas marcas hechas sobre tanto papel
y ofrecidas a innumerables miradas, un celo tan grande para mantenerlas
más allá del gesto que las articula, un fervor tan intenso dedicado a con­
servarlas y a inscribirlas en la memoria de los hombres, ¿todo para que
no quede nada de la pobre mano que las ha trazado, de esta inquietud
que intentaba apaciguarse en ellas y de esta vida acabada que no tiene,
desde ahora, nada más que a ellas para sobrevivir? ¿Acaso el discurso, en
su más profunda determinación, no estaría ya "trazado"? Y su murmullo,
¿no sería ya el lugar de las inmortalidades sin sustancia?
¿Habrá que admitir que el tiempo del discurso no es el tiempo de la
conciencia trasladado a las dimensiones de la historia, o el tiempo de
la historia presente en la forma de la conciencia? ¿Será necesario que
suponga que en mi discurso no va mi supervivencia? ¿Y qué, al hablar,
no conjuro mi muerte, sino que la establezco; o más bien que toda mi
interioridad queda abolida por mí en esta exterioridad que es tan indi­
ferente a mi vida y tan neutra que no diferencia en absoluto entre mi
vida y mi muerte?
Comprendo muy bien la incomodidad de todas estas gentes. Han
lamentado mucho, sin duda, tener que reconocer que su historia, su
economía, sus prácticas sociales, la lengua que hablan, la mitología de
sus antepasados e incluso las fábulas que les narraron durante su infancia,
obedecen a reglas que no son todas dadas por su conciencia; por otra
parte, no desean en absoluto que se les desposea, por añadidura, de este
discurso en el que quieren poder decir, inmediatamente y sin distancia,
lo que piensan, creen o imaginan; preferirán negar que el discurso sea
46
Las redes del poder
una practica compleja y diferenciada, que obedece a reglas y transfor­
maciones analizables, antes que ser privados de esta tierna certeza, tan
consoladora, de poder cambiar, si no el mundo, si no la vida, por lo menos
su "sentido" con la frescura única de una palabra que no vendría sino
de ellos mismos y permanecería indefinidamente lo más cerca posible
de la fuente. Tantas cosas se les han escapado ya en su lenguaje, que no
quieren que se les escape, además, lo que dicen, este pequeño fragmento
de discurso -palabra o escritura, poco importa- cuya débil e incierta
existencia debe prolongar su vida más lejos y durante más tiempo. No
pueden soportar -y se les comprende un poco- oírse decir: el discurso
no es la vida; su tiempo no es el vuestro, en el discurso no os reconciliáis
con la muerte; es muy posible que hayáis matado a Dios bajo el peso de
todo lo que habéis dicho, pero no penséis que hacéis, con todo lo que
decís, un hombre que vivirá más que él. En cada frase que pronunciáis
-y muy exactamente en ésta que estáis escribiendo en este instante- os
empeñáis en responder, después de tantas páginas, a una pregunta por
la que os habéis sentido personalmente concernidos y vais a firmar este
texto con vuestro nombre; pero en cada frase reina la ley sin nombre, la
blanca indiferencia: "¿Qué quién habla?"; ha dicho alguien: "¿qué importa
quién habla?".
47
LAS REDES DEL PODER*
· El presente es el texto de la conferencia proferida en 1 976 en la Facultad de Filosofía
de la Universidad de Bahia, Brasil. Publicado en la Revista anarquista Barbarie, N" 4 y
5 en 1 981-82, San Salvador de Bahía, Brasil. La traducción del francés al portugués la
realizó Ubirajara Reboucas, y la traducción del portugués al castellano la hizo Heloisa
Primavera y fue publicado en la revista Farenheit 450 Nº 1 , Buenos Aires. Diciembre
de 1 986 (revista publicada por estudiantes de la carrera de Sociología de la UBA).
49
Vamos a intentar hacer un análisis de la noción de poder. Yo no soy el pri­
mero, lejos de ello, que intenta desechar el esquema freudiano que opone
instinto a represión -instinto y cultura. Toda una escuela de psicoanalistas
intentó, desde hace decenas de años, modificar, elaborar este esquema
freudiano de instinto vs. cultura, e instinto vs. represión -me refiero tanto
a psicoanalistas de lengua inglesa como francesa. Como Melanie Klein,
Winnicot y Lacan, que intentaron demostrar que la represión, lejos de
ser un mecanismo secundario, ulterior, tardío, que intentaría controlar
un juego instintivo dado por la naturaleza, forma parte del mecanismo
del instinto o, por lo menos, del proceso a través del cual se desenvuelve
el instinto sexual, se constituye como pulsión
La noción freudiana de Trieb'º no debe ser interpretada como un
simple dato natural, o un mecanismo biológico natural sobre el cual la
represión vendría a depositar su ley de prohibición, sino, según esos
psicoanalistas, como algo que ya está profundamente penetrado por la
represión. La carepcia, la castración, la laguna, la prohibición, la ley, ya
son elementos a través de los cuales se constituye el deseo como deseo
sexual, lo cual implica, por lo tanto, una transformación de la noción
primitiva de instinto sexual tal como Freud la había concebido al final
del siglo x1x. Es necesario, entonces, pensar al instinto no como un dato
natural, sino como una elaboración, todo un juego complejo entre el
cuerpo y la ley, entre el cuerpo y los mecanismos culturales que aseguran
el control sobre el pueblo.
Por lo tanto, creo yo que los psicoanalistas desplazaron considera­
blemente el problema, haciendo surgir una nueva noción de instinto,
una nueva concepción de instinto, de pulsión, de deseo. Pero lo que me
perturba, o por lo menos, me parece insuficiente, es que en esta elabora­
ción propuesta por los psicoanalistas, ellos cambian tal vez el concepto
de deseo, pero no cambian en absoluto la concepción de poder.
Continúan considerando que el significado del poder, el punto cen­
tral, aquello en lo que consiste el poder, es aún la prohibición, la ley,
10 Pulsión.
5 1
Michel Foucault
el hecho de decir no, una vez más la fórmula "tú no debes". El poder es
esencialmente aquello que dice "tú no debes". Me parece que esta es una
concepción - y de eso hpblaré más adelante- totalmente insuficiente del
poder, una concepción jhridica, una concepciónformal del poder y que
es necesario elaborar otra concepción de poder que permitirá sin duda
comprender mejor las relaciones que se establecieron entre poder y
sexualidad en las sociedades occidentales.
Voy a intentar desarrollar, o mejor, mostrar en qué dirección se puede
desarrollar un análisis del poder que no sea simplemente una concep­
ción jurídica, negativa, del poder, sino una concepción positiva de la
tecnología del poder.
Frecuentemente encontramos entre los psicoanalistas, los psicólogos
y los sociólogos, esta concepción según la cual el poder es esencialmente
la regla, la ley, la prohibición, lo que marca un límite entre lo permitido y
lo prohibido. Creo que esta concepción de poder fue, a fines de siglo x1x,
formulada incisivamente (y extensamente elaborada) por la etnología.
La etnología siempre intentó detectar sistemas de poder en sociedades
diferentes a las nuestras en términos de sistemas de reglas. Y nosotros
mismos, cuando intentamos reflexionar sobre nuestra sociedad, sobre la
manera como el poder se ejerce en ella, lo hacemos fundamentalmente
a partir de una concepción jurídica: dónde está el poder, quién detenta
el poder, cuáles son las reglas que rigen al poder, cuál es el sistema de
leyes que el poder establece sobre el cuerpo social. Por lo tanto para
nuestras sociedades hacemos siempre una sociología jurídica del poder
y cuando estudiamos sociedades diferentes a las nuestras hacemos una
etnología que es esencialmente una etnología de la regla, una etnología
de la prohibición. Vean, por ejemplo, en los estudios etnológicos, de
Durkheim a Levi-Strauss, cuál fue el problema que siempre reaparece,
perpetuamente reelaborado. El problema de la prohibición, especialmente
la prohibición del incesto. A partir de esa matriz, de ese núcleo que sería la
prohibición del incesto, se intentó comprender el funcionamiento general
del sistema. Y fue necesario esperar hasta años más recientes para que
aparecieran nuevos puntos de vista sobre el poder, ya sea desde Marx o
desde perspectivas más alejadas del marxismo clásico. De cualquier modo
a partir de allí vemos aparecer con los trabajos de Clastres, en Bélgica,
por ejemplo, toda una nueva concepción del poder como tecnología
que intenta emanciparse de ese primado, de ese privilegio de la regla y
52
Las redes del poder
la prohibición que, en el fondo, había reinado sobre la etnología desde
Durkheim hasta Levi-Strauss.
En todo caso, la cuestión que yo quería plantear es la siguiente: ¿Cómo
fue posible que nuestra sociedad, la sociedad occidental en general, haya
concebido al poder de una manera tan restrictiva, tan pobre, tan nega­
tiva? ¿Por qué concebimos siempre al poder como regla y prohibición,
por qué este privilegio? Evidentemente podemos decir que ello se debe
a la influencia de Kant y aquella idea según la cual, en última instancia,
la ley moral, el 'tú no debes', la oposición 'debes/no debes', es, en el fondo,
la matriz de la regulación de toda la conducta humana. Pero, en verdad,
esta explicación por la influencia de Kant es evidentemente insuficiente.
El problema consiste en saber si Kant tuvo tal influencia. ¿Por qué fue
tan poderosa? ¿Por qué Durkheim, filósofo de vagas simpatías socialistas
del inicio de la tercera república francesa, se pudo apoyar de esa manera
sobre Kant cuando se trataba de hacer el análisis del mecanismo del
poder en una sociedad? Creo que podemos analizar la razón de ello en
los siguientes términos: en el fondo, en Occidente, los grandes sistemas
establecidos desde la Edad Media, se desarrollaron por intermedio del
crecimiento del poder monárquico, a costas del poder, o mejor, de los
poderes feudales. Ahora, en esta lucha entre los poderes feudales y el
poder monárquico, el derecho fue siempre el instrumento del poder
monárquico contra las instituciones, las costumbres, los reglamentos,
las formas de ligación y de pertenencia características de la sociedad
feudal. Voy a dar dos ejemplos: por un lado el poder monárquico se
desarrolla en Occidente apoyándose, en gran parte, sobre las institucio­
nes jurídicas y judiciales, y así, desarrollando tales instituciones, logró
sustituir la vieja solución de los litigios privados a través de la guerra civil
por un sistema de tribunales, con leyes, que proporcionaban de hecho
al poder monárquico la posibilidad de resolver él mismo las disputas
entre los individuos. De esa manera, el derecho romano, que reaparece
en Occidente en los siglos xm y x1v, fue un instrumento formidable en
manos de la monarquía para lograr definir las formas, y los mecanismos
de su propio poder, a costa de los poderes feudales. En otras palabras,
el crecimiento del Estado en Europa fue parcialmente garantizado por (o
en todo caso, usó como instrumento) el desarrollo de un pensamiento
jurídico. El poder monárquico, el poder del Estado, está esencialmente
representado en el derecho. Ahora bien, sucede que al mismo tiempo
53
Michel Foucault
que la burguesía que se aprovecha extensamente del desarrollo del poder
real, y de la disminución, del retroceso de los poderes feudales, tenía
un interés en desarrollar ese sistema de derecho que le permitiría, por
otro lado, dar forma a los intercambios económicos, que garantizaban
su propio desarrollo social. De modo que el vocabulario, la forma del
derecho fue un sistema de representación del poder común a la burguesía
y a la monarquía. La burguesía y la monarquía lograron instalar, poco
a poco, desde el fin de la Edad Media hasta el siglo xvm una forma de
poder que se representaba como discurso, como lenguaje, el vocabulario
del derecho. Y cuando la burguesía se desembarazó finalmente del poder
monárquico, lo hizo precisamente utilizando ese discurso jurídico que
había sido hasta entonces, el de la monarquía, el cual fue usado en contra
de la propia monarquía.
Para proporcionar un ejemplo sencillo, Rousseau, cuando hizo su
teoría del Estado, intentó mostrar cómo nace un soberano, pero un so­
berano colectivo, un soberano como cuerpo social, o mejor, un cuerpo
social como soberano a partir de la cesión de los derechos individuales,
de su alienación, y de la formulación de leyes de prohibición que cada
individuo está obligado a reconocer pues fue él mismo quien se impuso
la ley, en la medida en que él mismo es miembro del soberano, en la me­
dida en que él es él mismo el soberano. Entonces, el instrumento teórico
por medio del cual se realizó la crítica de la institución monárquica, ese
instrumento teórico fue el instrumento del derecho. En otras palabras,
Occidente nunca tuvo otro sistema de representación, de formulación y
de análisis del poder que no fuera el sistema de derecho, el sistema de la
ley. Y yo creo que esta es la razón por cual, a fin de cuentas, no tuvimos
hasta recientemente otras posibilidades de analizar el poder excepto esas
nociones elementales, fundamentales, que son las de ley, regla, soberano,
delegación de poder, etc. Y creo que es de esta concepción jurídica del
poder, de esta concepción del poder a través de la ley y del soberano, a
partir de la regla y la prohibición, de la que es necesario ahora liberarse
si queremos proceder a un análisis del poder, no desde su representación
sino desde su funcionamiento.
Ahora bien, ¿cómo podríamos intentar analizar el poder en sus me­
canismos positivos? Me parece que en cierto número de textos podemos
encontrar los elementos fundamentales para un análisis de ese tipo.
Podemos encontrarlos tal vez en Bentham, un filósofo inglés de fin del
54
Las redes del poder
siglo xvm y comienzos del x1x que, en el fondo, fue el más grande teóri­
co del poder burgués, y podemos evidentemente encontrarlos en Marx
también, esencialmente en el libro Il de El Capital. Es ahí que pienso
que podemos encontrar algunos elementos de los cuales me serviré para
analizar el poder en sus mecanismos positivos.
En resumen, lo que podemos encontrar en el libro Il de El Capital,
es, en primer lugar, que en elfondo no existe un poder, sino varios poderes.
Poderes, quiere decir, formas de dominación, formas de sujección que
operan localmente, por ejemplo, en una oficina, en el ejército, en una
propiedad de tipo esclavista, o en una propiedad donde existen rel�­
ciones serviles. Se trata siempre de formas locales, regionales de poder,
que poseen su propia modalidad de funcionamiento, procedimiento y
técnica. Todas estas formas de poder son heterogéneas. No podemos
entonces hablar de poder, si queremos hacer un análisis del poder, sino
que debemos hablar de los poderes o intentar localizarlos en sus espe­
cificidades históricas y geográficas.
Así, a partir de ese principio metodológico, ¿cómo podríamos hacer
la historia de los mecanismos de poder a propósito de la sexualidad?
Creo que, de modo muy esquemático, podríamos decir lo siguiente: El
sistema de poder que la monarquía había logrado organizar a partir del
fin de la Edad Media presentaba p�ra el desarrollo del capitalismo como
inconvenientes mayores:
1) El poder político, tal como se ejercía en el cuerpo social era un
poder muy discontinuo. Las mallas de la red eran muy grandes, un
número casi infinito de cosas, de elementos, de conductas, de procesos
escapaban al control del Poder. Si tomamos, por ejemplo, un punto
preciso -la importancia del contrabando en toda Europa hasta fines
del siglo xvm- podemos percibir un flujo económico muy importante,
casi tan importante como el otro, un flujo que escapaba enteramente al
poder. Era además, una de las condiciones de existencia de personas,
puesto que de no haber existido piratería marítima, el comercio no habría
podido funcionar, y las personas no habrían podido vivir. Bien, en otras
palabras, la ilegalidad era una de las condiciones de vida pero al mismo
tiempo significaba que había ciertas cosas que escapaban al poder y sobre
las cuales no tenía control. Entonces, inconvenientes procesos económi­
cos, diversos mecanismos, de algún modo quedaban fuera de control y
55
Michel Foucault
exigían la instauración de un poder continuo, preciso, de algún modo
atómico. Pasar así de un poder lagunar, global, a un poder continuo e
individualizante, que cada uno, que cada individuo, en él mismo, en su
cuerpo, en sus gestos, pudiese ser controlado, en vez de esos controles
globales y de masa.
2) El segundo gran inconveniente de los mecanismos de poder, tal
como funcionaban en la monarquía, es que eran sistemas excesivamente
onerosos. Y eran onerososjustamente porque la función del poder -aque­
llo en que consistía el poder- era esencialmente el poder de recaudar, de
tener el derecho de recaudar cualquier cosa -un impuesto, un décimo
cuando se trataba del clero- sobre las cosechas que se realizaban; la
recaudación obligatoria de tal o cual porcentaje para el señor, para el
poder real, para el clero. El poder era entonces, recaudador y predatorio.
En esta medida operaba siempre una sustracción económica, y lejos,
consecuentemente, de favorecer o estimular el flujo económico, era
permanentemente su obstáculo y freno. Entonces aparece una segunda
preocupación, una segunda necesidad; encontrar un mecanismo de poder
tal que al mismo tiempo que controlase las cosas y las personas hasta en
sus más mínimos detalles, no fuese tan oneroso ni esencialmente preda­
torio, que se ejerciera en el mismo sentido del proceso económico.
Bien, teniendo así a la vista esos dos objetivos creo que podemos
comprender groseramente la gran mutación tecnológica del poder en
Occidente. Tenemos el hábito -y una vez más según el espíritu de un
marxismo un tanto primario- de decir que la gran invención, todo el
mundo lo sabe, fue la máquina de vapor o cosas de ese tipo. Es verdad
que eso fue muy importante pero hubo toda una serie de otras inven­
ciones tecnológicas, tan importantes como esas y que fueron en última
instancia condiciones de funcionamiento de las otras. Así ocurrió con la
tecnología política, hubo toda una invención al nivel de las formas de
poder a lo largo de los siglos xvn y xvm. Por lo tanto, es necesario hacer no
sólo la historia de las técnicas industriales, sino también la de las técnicas
políticas, y yo creo que podemos agrupar en dos grandes capítulos las
invenciones de tecnología política, las cuales debemos acreditar sobre
todo a los siglos xvu y xvu1. Yo las agruparía en dos capítulos porque me
parece que se desarrollaron en dos direcciones diferentes: De un lado
existe esta tecnología que llamaría de disciplina. Disciplina es, en el fondo,
56
Las redes del poder
el mecanismo del poder por el cual alcanzamos a controlar en el cuerpo
social hasta los elementos más tenues por los cuales llegamos a tocar los
propios átomos sociales, eso es, los individuos. Técnicas de individuali­
zación del poder. Cómo vigilar a alguien, cómo controlar su conducta, su
comportamiento, sus aptitudes, cómo intensificar su rendimiento, cómo
multiplicar sus capacidades, cómo colocarlo en el lugar donde será más
útil, esto es lo que es, a mi modo de ver, la disciphpa.
Y les cito en este instante el ejemplo de la disciplina en el ejército.
Es un ejemplo importante porque fue el punto donde fue descubierta
la disciplina y donde se la desarrolló en primer lugar. Ligada entonces,
a esta otra invención de orden técnica que fue la invención del fusil de
tiro relativamente rápido. A partir de ese momento, podemos decir lo
siguiente: que el soldado dejaba de ser intercambiable, dejaba de ser
pura y simplemente carne de cañón y un simple individuo capaz de
golpear. Para ser un buen soldado había que saber tirar; por lo tanto,
era necesario pasar por un proceso de aprendizaje. Y era necesario que
el soldado supiera desplazarse, que supiera coordinar sus gestos con los
de los demás soldados, en suma, el soldado se volvía habilidoso. Por lo
tanto, precioso. Y tanto más precioso más necesario era conservarlo, y
tanto más necesidad de conservarlo más necesidad había de enseñarle
técnicas capaces de salvarle la vida en la batalla, y mientras más técnicas
se le enseñaban más tiempo duraba el aprendizaje, más precioso era él,
etc. Y bruscamente se crea una especie de embalaje de esas técnicas mi­
litares de adiestramiento que culminarán en el famoso ejército prusiano
de Federico II, que gastaba lo esencial de su tiempo haciendo ejercicios.
El ejército prusiano, el modelo de disciplina prusiana, es precisamente la
perfección, la intensidad máxima de esa disciplina corporal del soldado
que fue hasta cierto punto el modelo de las otras disciplinas.
El otro lugar en el cual vemos aparecer esta nueva tecnología dis­
ciplinar es la educación. Fue primero en los colegios y después en las
escuelas secundarias donde vemos aparecer esos métodos disciplinarios
donde los individuos son individualizados dentro de la multiplicidad.
El colegio reúne decenas, centenas y a veces, millares de escolares, y
se trata entonces de ejercer sobre ellos un poder que será justamente
mucho menos oneroso que el poder del preceptor que no puede existir
sino entre alumno y maestro.' Allí tenemos un maestro para decenas
de discípulos y es necesario, a pesar de esa multiplicidad de alumnos,
57
Michel Foucault
que se logre una individualización del poder, un control permanente,
una vigilancia en todos los instantes, así, la aparición de este personaje
que todos aquellos que estudiaron en colegios conocen bien, que es el
vigilante1 1 o celador, que en la pirámide corresponde al suboficial del
ejército; aparición también de las notas cuantitativas, de los exámentes,
de los concursos, etc. , posibilidades, en consecuencia, de clasificar a los
individuos de tal manera que cada uno esté exactamente en su lugar,
bajo los ojos del maestro o en la clasificación-calificación o el juicio que
hacemos sobre cada uno de ellos.
Vean, por ejemplo, cómo ustedes están sentados delante de mí, en
fila. Es una posición que tal vez les parezca natural; sin embargo, es
bueno recordar que ella es relativamente reciente en la historia de la
civilización y que es posible encontrar todavía a comienzos del siglo XIX
escuelas donde los alumnos se presentaban en grupos de pie alrededor
de un profesor que les dicta cátedra. Eso implica que el profesor no
puede vigilarlos real e individualmente: hay un grupo de alumnos por
un lado y el profesor por otro. Actualmente ustedes son ubicados en
fila, los ojos del profesor pueden individualizar a cada uno, puede nom­
brarlos para saber si están presentes, qué hacen, si divagan, si bostezan,
etc. Todo esto, todas estas futilidades, en realidad son futilidades pero
son futilidades muy importantes, porque finalmente, al nivel de toda
una serie de ejercicios de poder, en esas pequeñas técnicas que estos
nuevos mecanismos pudieron investir, pudieron operar. Lo que pasó en
el ejército y en los colegios; puede ser vísto igualmente en las oficinas a
lo largo del siglo XIX. Y es lo que llamaré tecnología indivídualizante de
poder, y es tecnología que enfoca a los individuos hasta en sus cuerpos,
en sus comportamientos; se trata, grosso modo, de una especie de anato­
mía política, de anátomo-política, una política que hace blanco en los
individuos hasta anatomizarlos.
Bien, he ahí una familia de tecnologías de poder que aparecieron en los
siglos XV!l y xvm y, después, tenemos otra familia de tecnologías de poder
que aparecen un poco más tarde, en la segunda mitad del siglo xvm , y
que fue desarrollada -es preciso decir que la primera, para vergüenza de
Francia, fue sobre todo desarrollada en Francia y en Alemania- princi­
palmente en Inglaterra, tecnologías estas que no enfocan a los individuos
como indivíduos, sino que ponen blanco en lo contrario, en la población.
1 1 Surveíllant.
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  • 1.
  • 2. Michel Foucault Las redes del poder Prólogo: Esther Díaz 11 prometeo > ., l ibr o s
  • 3. Foucault, Michel Las redes del poder / Michel Foucault ; con prólogo de Esther Dlaz. - la ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Prometeo Libros, 2014. 112 p.; 2lxl5 cm. Traducido por: Fernando Crespo ... [et.al.] ISBN 978-987-574-616-9 l. Filosofia. l. Esther Dlaz, prolog. II. Femando Crespo, trad. CDD 190 Cuidado de la edición: Magalí C. Álvarez Howlin Prólogo: Esther Díaz Nota Introductoria al Anexo: José Femández Vega Armado: María Victoria Ramírez Corrección: Marina Rapetti © De esta edición, Prometeo Libros, 2014 Pringles 521 (Cll83AEI), Buenos Aires, Argentina Tel.: (54-11) 4862-6794 /Fax: (54-11) 4864-3297 editorial@treintadiez.com www.prometeoeditorial.com Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados
  • 4. ÍNDICE Prólogo Epistemología del poder y política del deseo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . 11 Respuesta a una pregunta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Las redes del poder. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . 49 Una introducción a la vida no fascista .............................................. 69 ¿A qué llamamos castigar? ................................................................ 75 Anexo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 Nota introductoria........................................................................ 91 Los anormales .............................................................................. 95 "Hay que defender la sociedad" .................................................. 103 Del gobierno de los hombres...................................................... 111
  • 5.
  • 7.
  • 8. Epistemología del poder y política del deseo Esther Díaz Foucault cambia otra vez la historia y lo hace más allá de su volun­ tad y de su vida misma. Esta transmutación -que atravesó la academia y adquirió dimensiones masivas- responde a varias causas, dos de ellas cruciales: la reelaboración de alguno de sus conceptos por parte de pen­ sadores destacados tales como Agamben, Esposito y Negri entre otros, y la publicación de sus póstumos bajo el lema de que no son póstumos. El lema se impuso para incluir en su obra completa, Dits et écrits1, no solo lo escrito sino también lo dicho por Foucault. Para entonces habían transcurrido diez años de la muerte del filósofo. Algo de verdad hay en que no son absolutamente póstumos. Pues esas palabras habían sido dichas por Foucault. Pero los trece cursos que Foucault expuso en el College de France no fueron escritos ni corregidos por el autor para su publicación. No obstante, el hecho de que a partir de finales de 1990 se hayan comenzado a publicar esas lecciones en libros individuales -con traducción a numerosos idiomas- facilitó el acceso a este material de modo que, actualmente, numeroso público que no leyó textos escritos por el filósofo, lo "conoce" a partir de la lectura de las desgravaciones de sus clases. Foucault, poco antes de morir, había manifestado su deseo de que no hubiera publicaciones póstumas. Pero sus albaceas, como los de Virgilio y los de Kafka, desobedecieron. De todos modos celebramos -y nos plegamos- a la difusión de su palabra. Los tres escritos agrupados en el presente texto fueron publicados por Foucault en tres momentos 1 Foucault, M., Dits et éoits, París, Gallimard, 1 994. 11
  • 9. Michel Foucault diferentes de su vida. Sin embargo están atravesados por inquietudes explícitamente similares: el saber, la política, la vida. A través de estas páginas se van sucediendo, como en los cuadros de una exposición, las condiciones epistemológicas de la práctica política, la institucionalización de los discursos científicos, la administración de la sexualidad de las personas, la supervisión de la salud de la población y otros controles, vigilancias y puniciones al servicio del funcionamiento ·de la maquinaria capitalista. Y como en un 'juego de espejos con esas singularidades históricas se nos revela una nueva galería pictórico­ filosófica. La preocupación de Foucault por rastrear formas de resistir al pensamiento totalitario, su crítica a la noción de deseo q)mo falta, su rechazo de un sujeto transcendental como garantía moral y cognoscitiva, su deconstrucción de la verdad y su pensamiento pasional reafirmador de las diferencias. : *** En el primer escrito aquí presentado, "Respuesta a una pregunta" (1968), Foucault responde a quienes se preocupan porque su pensa­ miento anti-fundamentalista significaría algo así como la paralización de una política progresista; ya sea porque no quedaría otra alternativa que aceptar el sistema o porque estaríamos expuestos a la violencia de cualquier acontecimiento inesperado. La respuesta -serena y modular- comienza desarticulando la idea de "un" sistema. Foucault proclama (una vez más) su condición de pensador pluralista. Critica asimismo no solo la idea de universalidad de un sistema sino también de cualquier fundamento originario. Universalidad y fun­ damento son conceptos meramente lingüísticos. Foucault aspira a pensar no más allá, sino "más acá" de ellos. Pensar desde las prácticas, desde el archivo, desde lo avalado en documentos. Despliega una arqueología que no analiza la lengua como sistema sino el discurso como aconteci­ miento. El discurso, independientemente de su "envase lingüístico", es inescindible de las prácticas sociales que lo posibilitan. De ellas surge y en ellas incide, interactuando. La unidad de análisis del archivo son los enunciados entendiendo por tales algo mucho más complejo que una mera expresión lingüística. 12
  • 10. Las redes del poder Unos meses más tarde de la publicación de "Respuesta a una pregun­ ta" Foucault publicó la Arqueología del saber,2 en la que despliega una exposición exhaustiva de su concepto de enunciado, concluyendo que no hay que asombrarse de que no existan criterios para imaginarlo como una singularidad estructural, porque el enunciado no es una entidad definida. Es una función que atraviesa dominios y unidades posibles con contenidos concretos en el espacio y en el tiempo. En "Respuesta a una pregunta" Foucault se toma tiempo para desple­ gar su epistemología. Analiza las formaciones, las transformaciones y las correlaciones de (y entre) los discursos científicos. Configura el concepto de episteme como condiciones de posibilidad del conocimiento en una . época determinada. Elabora una epistemología con los pies en la tierra · y las manos en el barro de la historia. Se desdeñan aquí la improbable presencia del logos, la soberanía de un sujeto preexistente y la teología de un destino originario. El trabajo de termita de la arqueología en relación con el poder ilumina la vinculación entre innovaciones científicas y acontecimientos económicos y políticos precisos, reales, concretos. En Historia de la locura y en El nacimiento de la clínica (libros anterio­ res al artículo aquí comentado3) Foucault ya había dado testimonio de su modo de analizar las instituciones científicas. Había vislumbrado la connivencia con los dispositivos de poder y preanunciaba su incidencia sobre la administración de la vida de la población por parte de ciertos poderes. En "Respuesta a una pregunta" sintetiza la concepción episte­ mológica de su analítica de la locura y de la clínica. Ahí están el saber, el poder, el acontecimiento, los mecanismos o reglas que hacen que los discursos -incluso perteneciendo a un mismo objeto disciplinario- se diferencien entre sí o se asemejen entre disciplinas diferentes. El discurso no solamente no es autónomo de las prácticas -siendo él mismo una práctica- tampoco brilla por sí mismo como una estrella con luz propia. Ni siquiera puede delimitar de manera definitiva sus con­ tornos, ¿dónde comienza?, ¿dónde termina? El artículo aquí comentado finaliza con una breve ontológica del discurso. Las subjetividades no lo 2 Foucault, M., [archéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1 969. 3 Foucault, M., Histoire de lafolie á l'age classique, París, Pion, 1964 (este texto ' surge de la tesis doctoral de Foucault defendida en 1961); Naissance de la clinique, París, Presses Universitaires de France, 1963. 13
  • 11. Michel Foucault inventan, lo actualizan y lo hacen sobre un murmullo sin conciencia, en el que reina una ley sin nombre y sin sujeto fundante sin que se sepa en realidad y de manera contundente quién habla. Porque en última instancia se pregunta el autor "¿Qué importa quién habla?". *** Pasemos al segundo artículo, breve y contundente, "Las redes del poder" (1976). Es una pequeña esmeralda sutilmente pulida en la que Foucault ofrece un análisis de la noción de poder. Está signado por la síntesis y la claridad. No en vano es el producto final de una minuciosa investigación que culminó en uno de los conceptos actualmente más citados, replicados, criticados y reciclados del pensamiento de Foucault: las conexiones entre el poder, el saber y la vida. Se trata de una conferencia leída por el filósofo en Brasil y publicada meses más tarde en Francia, donde ese mismo año apareció La voluntad de saber. Historia de la sexualidad I.4 En realidad esta conferencia es un resumen del último capítulo de ese libro. El nombre de ese capítulo es "Derecho de muerte y poder sobre la vida" y es la piedra basal del con­ cepto de biopoder. Es asimismo el resultado de la investigación sobre el poder y la vida que Foucault había realizado el año anterior y expuesto en su curso en el College de France entre fines de 1975 y comienzos de 1976 con el nombre de "II faut defendre la sociéte". No es casual que éste haya sido el primer curso que los editores eligieron para comenzar a publicar los cursos en formato de libro individual.5 Porque si bien no es el primer curso que dictó el filósofo en el College de France, es el primero en que define claramente su innovador concepto de biopolítica. Sabemos que Foucault no concibe el poder desde la vieja noción pira­ midal, sino desde la metáfora de mallas o redes que atraviesan lo social, lo político, lo científico, lo familiar, en fin, cualquier relación humanan en donde siempre se juega algún tipo de poder. La trama de esa red pre­ senta zonas en las que su tejido es muy denso, apretado, y otras en las 4 Foucault, M., La volonté de saboir. Histoire de sexualité I, París, Gllimard, 1 976. > Foucault, M., Ilfaut défendre la société. Cours au College de France 1 976, París, Seuil/ Gallimard, 1977. 14
  • 12. Las redes del poder que ese tejido es ralo, poco espeso. A veces presenta agujeros alarmantes. Lo último señala ausencia de poder, lo primero abundancia. Pero como el poder no se posee, se ejerce, y la malla que lo sostiene ofrece la posibilidad de ser "sacudida" -a veces- entre el ejercicio fallido del poder y la fuerza de las resistencias que lo combaten, se producen reacomodaciones. El que ejerce un fuerte poder en un momento de­ terminado, puede ver debilitado ese poder e incluso perderlo en otro momento. Foucault considera que para fines del medioevo europeo los poderes reinantes vieron como las redes que los sostenían presentaban cada vez más roturas, aperturas, agujeros. Los monarcas dependían de los tributos de la población. Los arbitrarios impuestos medievales constituían una de las fuentes más importantes de los recursos señoriales. Pero la gente comenzó a resistirlos. No los pagaban, atacaban a los recaudadores y los linchaban, en resumidas cuentas, el tributo dejó de ser rentable. Es como si esa red se hubiera podrido. De todos modos ahí estaban los tejedores de poder trenzando nuevas redes: la ciencia experimental, la creación del Estado, la instauración de la policía, el disciplinamiento en las instituciones, la libreta obligatoria de trabajo y otros controles, prácticas y discursos conformaron lo que Foucault denomina�·sociedad disciplinaria". En ella se comenzó a ejercer el poder de manera minuciosa, microfísica, local, focalizada. Se crearon tecnologías de poder individualizantes y masificantes al mismo tiempo. Nos subjetivamos plegándonos al accionar general pero estamos cada vez más solos. Individualismo y masificación van de la mano. En las metrópolis la mayoría de la población sigue pautas similares mientras los hogares unipersonales crecen de manera exponencial, de la misma manera cre­ cen los controles: cámaras, detectores magnéticos, vampirismo digital (aunque lo último no llegó a ser vivido por Foucault, su concepción de las tecnologías de poder lo preanunciaban). En el principio fue el anatomo-poder, poco más tarde llegó el bio-poder. Así pues el poder se concentró en la vigilancia de los individuos que son concebidos como una entidad biológica capaz de producir riquezas para quienes sepan gobernarlos, vigilarlos y, llegado el caso, castigarlos. A partir del siglo XVIII la vida se hace objeto de poder. Antes existían sujetos jurídicos a quienes el poder podía quitarle bienes y la vida misma, a partir 15
  • 13. Michel Foucault de las tecnologías biopolíticas lo jurídico pasa a un segundo plano. En esta mutación capital, ejercer poder es administrar y manipular el cuerpo y la vida de los gobernados. Y como el comienzo de la vida es el sexo, hay que extender el control hasta los mínimos movimientos connotados de sexo: masturbación, concepción, enfermedades venéreas, natalidad, lactancia materna. Todo atravesado por una milimétrica moralidad del cuerpo, sus deseos, sus emanaciones y hasta sus pensamientos. Se entro­ niza así una epistemología del poder y una política del sexo o, tal como dice Foucault, se constituyen los dispositivos de sexualidad. El artículo "Las redes del poder" culmina marcando que el sexo es la articulación entre una anatomía política y una biopolítica que, inter­ conectándose, logran hacer de la sociedad una máquina de producir. Cada institución tiene su producción. Esto queda bastante claro en l�s fábricas, las escuelas, los talleres, pero ¿qué produce la cárcel? No por cierto ciudadanos idóneos y cumplidores de la ley. La cárcel produce delincuencia. Algo sumamente funcional a la sociedad, a las institucio­ nes, al mercado y a todo aquello que directa o indirectamente se nutre con los ilegalismos. *** El tercer artículo del presente libro, "Una introducción a la vida no fascista" (1972), es el prólogo escrito por Foucault para la edición estado­ unidense de El antiedipo de Deleuze y Guattari. Se trata de un análisis de la relación del deseo con la realidad y con la máquina capitalista. Brinda respuestas a problemas concretos de nuestro tiempo. Paradójicamente a pesar de trabajar con nociones aparentemente abstractas, tales como multiplicidad, flujos o dispositivos, se van constituyendo posibilidades de acciones concretas, de intervención en la realidad, de incidencia en las conductas. Foucault dice que El antiedipo es un libro de ética y es también "un Hegel deslumbrante". Ese libro se confronta con tres adversarios: los ascetas políticos o militantes tristes, los lamentables técnicos del deseo (psicoanalistas y semiólogos) y el enemigo máximo, el fascismo. No solamente el fascis­ mo histórico y su mortífero poder de movilizar el deseo de las masas, sino el pequeño fascismo insidioso y pegajoso que reside en cada uno de nosotros, que nos penetra y nos hace "amar el poder y desear lo que 16
  • 14. Las redes del poder nos domina y lo que nos explota". Palpita aquí, aunque Foucault no la nombra, la preocupación de Spinoza preguntándose por qué los pueblos luchan por su esclavitud como si se tratara de su libertad. Ante esto, se imponen ciertas preguntas. Dice Foucault:¿Cómo hacer para no tornarse fascista?, o, ¿cómo desprendernos de nuestro fascismo sobre todo cuando uno se considera un militante contrario a las coaccio­ nes y las discriminaciones? ¿Cómo deshacerse del fascismo de nuestro discurso, de nuestros actos y hasta de nuestros placeres? Luego de listar varias características reaccionarias -casi imperceptibles, insidiosas- que tiñen nuestros pensamientos y acciones. Foucault declara que rendirá un modesto homenaje a San Francisco de Sales (autor de Una introducción a la vida devota) no solo glosando el título que encabeza el prólogo que está escribiendo, sino también presentando los conceptos raigales de El antiedipo como una especie de guía de la vida cotidiana o un arte de vivir libre y solidario. En los innovadores abordajes de ese libro se acumulan nociones emancipadoras, no edipizantes, nómades, deseantes. Entre ellas destaca algo que si bien se puede inferir del texto de Deleuze y Guattari es una consecuencia casi obligada de todos y cada uno de los discursos de Foucault. Algo que ningún militante y obviamente nadie que ejerce poder debería olvidar: por sobre todas las cosas, no se enamore del poder. *** Finalizando ya mi pequeña reflexión me permito glosar el final del prólogo de Foucault a El antiedipo para cerrar el presente prólogo. En los tres artículos aquí presentados ocurre algo esencial, algo muy serio. El acoso a todas las formas de discriminación y exclusión -mediante archi­ vo, genealogía y creación de conceptos- desde aquellas monumentales y acuciantes que nos rodean y aplastan, hasta las menores y aparente­ mente insignificantes que constituyen la amarga tiranía de nuestra vida cotidiana. 17
  • 15.
  • 16. RESPUESTA A UNA PREGUNTA* · La traducción del presente texto perte?ece a Fernando Crespo. 19
  • 17.
  • 18. La pregunta:* Un pensamiento que introduce la obligatoriedad del sistema y la dis­ continuidad en la historia del espíritu, ¿no suprime todo fundamento para una intervención política progresista? ¿No desemboca en este dilema: - o bien la aceptación del sistema, - o bien el recurso al acontecimiento inesperado, a la irrupción de una violencia exterior, única capaz de arrollar el sistema? · Esta es una de las preguntas que la revista Esprit formuló a M. Foucault en el número de mayo de 1968. El artículo que sigue es la respuesta dada a ella por el autor. 21
  • 19.
  • 20. La respuesta: Agradezco a los lectores de Esprit que hayan querido plantearme estas preguntas y a]. M. Domenach haberme dado la posibilidad de responderlas. Estas preguntas eran tan numerosas -y cada una de ellas tan interesantes­ que apenas mefue posible examinarlas todas. He escogido la última (no sin lamentar el haber tenido que prescindir de las otras): 1) Porque esta pregunta me ha sorprendido al primer golpe de vista, ya que me convencí inmediatamente de que concernía a la parte central de mi trabajo. 2) Porque me permitía situar, al menos, algunas de las respuestas que hubiera querido dar a las demás preguntas. 3) Porque formulaba la pregunta a la que ningún trabajo teórico puede hoy sustraerse. ¿Cómo no admitir que han caracterizado ustedes, con una gran exactitud, lo que intento hacer? ¿Y que, al mismo tiempo, han señala­ do el punto de la inevitable discordia?: "introducir la obligatoriedad del sistema y la discontinuidad en la historia del espíritu". Sí, me reconozco casi completamente en estas palabras. Sí, reconozco que éste es un pro­ pósito casi injustificable. [Diabólico acierto]: han llegado ustedes a dar una definición de mi trabajo que no puedo dejar de suscribir, pero de la que nadie querría, razonablemente, hacerse responsable. De pronto, me hago consciente de toda mi extravagancia. De mi rareza tan poco legítima. Y me doy cuenta ahora de cuánto se desviaba de las normas más establecidas, de cuan escandaloso era este trabajo que fue, sin duda, un poco solitario, pero siempre paciente, sin otra ley que él mismo, lo suficientemente aplicado, pensaba yo, como para poder defenderse solo. Sin embargo, hay dos o tres detalles que me molestan en la definición tan exacta que ustedes me proponen, impidiéndome (tal vez evitándome) dar mi entera adhesión. 23
  • 21. Michel Foucault En primer lugar, emplean ustedes la palabra sistema en singular. Ahora bien, yo soy pluralista. He aquí lo que quiero decir. (Me permi­ tirán ustedes no hablar solamente de mi último libro, sino también de los que lo han precedido, puesto que juntos forman un conjunto de investigaciones, cuyos temas y referencias cronológicas están bastante próximos; también porque cada uno de ellos constituye una experiencia descriptiva que se opone, y por lo mismo se refiere, a los otros dos, por ciertos rasgos característicos.) Soy pluralista: el problema que se me ha planteado es el de la individualización de los discursos. Para individualizar los discursos hay criterios que son conocidos y prácticamente seguros: el sistema lingüístico al que pertenecen, la identidad del sujeto que los ha articulado. Pero otros criterios, que no son menos familiares, son mucho más enigmáticos. Cuando se habla de la psiquiatría o de la medicina o de la gramática, de la biología o de la economía, ¿de qué se habla? ¿Cuá­ les son estas curiosas unidades que se cree poder reconocer al primer golpe de vista, pero de las que resultaría muy difícil definir los límites? Unidades, algunas de las cuales parecen remontarse hasta el principio de nuestra historia (la medicina no menos que las matemáticas), mien­ tras que otras han aparecido recientemente (la economía, la psiquiatría) y otras, tal vez, han desaparecido (la casuística). Unidades éstas en las que vienen a inscribirse, indefinidamente, enunciados nuevos y que se encuentran modificadas sin cesar por ellos (extraña unidad la de la sociología o la psicología que, desde su nacimiento, no han dejado de volver a empezar). Unidades que se mantienen obstinadamente, después de tantos errores, tantos olvidos, tantas novedades, tantas metamorfo­ sis, pero que sufren, a veces, mutaciones tan radicales que tendríamos dificultades para considerarlas idénticas a sí mismas (¿cómo afirmar que es la misma economía la que encontramos interrumpida, desde los fisiócratas hasta Keynes?). Es posible que haya discursos que puedan redefinir, en cada mo­ mento, su propia individualidad (por ejemplo, las matemáticas pueden reinterpretar en cada instante la totalidad de su historia); pero en ninguno de los casos que he citado puede el discurso restituir la totalidad de su historia en la unidad de una arquitectura formal. Restan dos recursos tradicionales. El recurso histórico-trascendental: intentar buscar, más allá de toda manifestación y de todo nacimiento histórico, un funda­ mento originario, la apertura de un horizonte inagotable, un proyecto 24
  • 22. Las redes del poder que retrocedería en relación a todo acontecimiento y que mantendría, a través de la historia, el esbozo siempre libre de una unidad que no se acaba. El recurso empírico o psicológico; buscar el fundador, interpretar lo que quiso decir, detectar las significaciones implícitas que dormían silenciosamente en su discurso, seguir el hilo o el destino de estas sig­ nificaciones, relatar las tradiciones y las influencias, fijar el momento de los despertares, de los olvidos, de las tomas de conciencia, de las crisis, de los cambios en el espíritu, la sensibilidad o el interés de los hombres. Ahora bien, me parece que el primero de estos recursos es tautológico, y el segundo es extrínseco e inesencial. Señalando y sistematizando sus caracteres propios querría, por mi parte, intentar individualizar las grandes unidades que regulan, en la simultaneidad o en la sucesión, el universo de nuestros razonamientos. He seleccionado tres grupos de criterios: 1. Los criterios deformación. Lo que permite individualizar un dis­ curso, como la economía política o la gramática general, no es la unidad de un objeto, no es una estructura formal ni es tampoco una arquitectura conceptual coherente; no es una elección filosó­ fica fundamental; es más bien la existencia de reglas de formación para todos sus objetos (por dispersos que estén), para todas sus opciones teóricas (que a menudo se excluyen unas a otras), para todas sus operaciones (que a menudo no pueden ni superponerse ni encadenarse), para todos sus conceptos (que pueden ser in­ compatibles). Hay formación discursiva individualizada cada vez que puede definirse un juego de reglas semejantes. 2. Los criterios de transformación o de umbral. Diré que la historia natural (o la psicopatología) son unidades de discurso si puedo definir las condiciones que han debido reunirse, en un momento muy concreto del tiempo, para que sus objetos, sus operaciones, sus conceptos y sus opiniones teóricas hayan podido formarse; si puedo definir de qué modificaciones internas han sido suscepti­ bles; si puedo definir, en fin, a partir de qué umbral de transfor­ mación han sido puestas en juego nuevas reglas. 3. Los criterios de correlación. Diré que la medicina clínica es una formación discursiva autónoma, si puedo caracterizar el conjunto 25
  • 23. Michel Foucault de relaciones que la definen y la sitúan entre los otros tipos de discurso (como la biología, la química, la teoría política o el análisis de la sociedad) y en el contexto no discursivo en el que funciona (instituciones, relaciones sociales, coyuntura económica y política). Estos criterios permiten subsistir los temas de la historia totalizante (se trate de "progreso de la razón" o del "espíritu de un siglo") por análisis diferenciados. Estos criterios permiten, también, describir como episteme de una época, no la suma de sus conocimientos o el estilo general de sus investigaciones, sino la separación, las distancias, las oposiciones, las diferencias, las relaciones de sus múltiples discursos científicos: la episteme no es una especie de gran teoria subyacente, en un espacio de dispersión, es un campo abierto y sin duda indefinidamente descriptible de relaciones. Los mencionados criterios permite, además, describir, no la gran historia que en una misma ráfaga envolvería todas las ciencias, sino los tipos de historia -es decir, de remanencia y de transformación- que caracterizan los diferentes discursos (la historia de las matemáticas no obedece al mismo modelo que la historia de la biología, que no obedece tampoco al de la psicopatología): la episteme no es un episodio de historia común a todas las ciencias; es unjuego simultáneo de remanencias especí­ ficas. Finalmente, estos criterios permiten situar en su lugar respectivo los diferentes umbrales: pues nada prueba por adelantado (y nada de­ muestra tampoco tras un examen) que su cronología sea la misma para todo� los tipos de discursos; el umbral que se puede describir para el análisis del lenguaje al principio del siglo x1x, no encuentra, sin duda, un episodio simétrico en la historia de las matemáticas; y, cosa más bien paradójica, el umbral de formación de la economía política -mar­ cado por parte de Marx- de un análisis de la sociedad y de la historia.6 La episteme no es un estadio general de la razón; es una relación de suce­ sivos desfases. Nada, como ustedes ven, que me sea más extraño que la búsqueda de una forma obligatoria, soberana y única. No busco detectar, a partir de b Este hecho, señalado ya por Osear Lange, explica al mismo tiempo el lugar limitado y perfectamente circunscripto que ocupan los conceptos de Marx en el campo epis­ temológico que va de Petty a la econometría contemporánea, y el carácter fundador de estos mismos conceptos para una teoría de la historia. 26
  • 24. Las redes del poder signos diversos, el espíritu unitario de una época, la forma general de su conciencia: algo así como una Weltanschauung. No he descrito tampoco la aparición y el eclipse de una estructura formal que habría reinado, en un tiempo, sobre todas las manifestaciones del pensamiento: no he hecho la historia de un trascendental sincopado. En fin, no he descrito tampoco pensamientos o sensibilidades seculares, naciendo, balbuciendo, luchando, extinguiéndose como almas fantasmales, ni he interpretado su teatro de sombras en el decorado de la historia. He estudiado, uno tras otro, conjuntos de discursos; los he caracterizado, he definido juegos de reglas, transformaciones, umbrales, remanencias; los he ordenado unos con relación a otros; he descrito conjuntos de relaciones. Donde lo he considerado necesario, he hecho proliferar los sistemas. Un pensamiento, dicen ustedes, que "subraya la discontinuidad". Noción, en efecto, cuya importancia hoy -tanto por parte de los histo­ riadores como por parte de los lingüistas- no puede ser subestimada. Pero el uso del singular no me parece que convenga del todo. Una vez más me declaro pluralista. Mi problema es sustituir la forma abstracta, general y monótona del "cambio", en la que tan fácilmente se piensa la sucesión, por el análisis de los tipos diferentes de transformación. Lo cual implica dos cosas: poner entre paréntesis todas las viejas formas de blanda continuidad, por las que se atenúa de ordinario el brusco hecho del cambio (tradición, influencia, hábitos del pensamiento, grandes formas mentales, necesidades del espíritu humano), y hacer surgir, al contrario, con obstinación, toda la vivacidad de la diferencia: establecer meticulosamente la distancia. A continuación, poner entre paréntesis todas las explicaciones psicológicas del cambio (genio de los grandes inventores, crisis de la conciencia, aparición de una nueva forma del espíritu) y definir con el mayor cuidado las transformaciones que han, no digo provocado, sino col'lstituido el cambio. Reemplazar, en suma, el tema del devenir (forma general, elemento abstracto, causa primaria y efecto universal, mezcla confusa de lo idéntico y lo nuevo) por el análisis de las transformaciones en su especificidad: 1. Detectar los cambios que afectan a los objetos, las operaciones, los conceptos, las opciones teóricas, en el interior de una formación discursiva determinada. Se pueden distinguir así (me limito al ejemplo de la gramática general): los cambios por deducción o 27
  • 25. Michel Foucault 28 implicación (la teoría del verbo-cópula implicaba la distinción entre una raíz substantiva y una flexión verbal); los cambios por generalización (extensión al verbo de la teoría de la palabra­ designación y la desaparición, como consecuencia, de la teoría del verbo-cópula); los cambios por delimitación (el concepto del atributo está especificado por la noción de complemento); los cambios por paso a lo complementario (del proyecto de cons­ truir una lengua universal y transparente deriva la búsqueda de los secretos escondidos en la más primitiva de las lenguas); los cambios por paso al otro término de una alternativa (primacía de las vocales o primacía de las consonantes en la constitución de las raíces); los cambios por permutación de las dependencias (se puede fundamentar la teoría del verbo sobre la del nombre o viceversa); los cambios por exclusión o inclusión (el análisis de las lenguas como sistemas de signos representativos hechos caer en desuso, la búsqueda de su parentesco, que es reintro­ ducido en revancha por la búsqueda de una lengua primitiva). Estos diferentes tipos de cambios constituyen todos ellos el conjunto de las derivaciones características de una formación discursiva. 2. Detectar los cambios que afectan a las formaciones discursivas mismas: - Desplazamiento de las líneas que delimitan el campo de los objetos posibles (el objeto médico al principio del siglo x1x deja de ser tomado en una superficie de clasificación; y se localiza en el espacio tridimensional del cuerpo). Nueva posición y nuevo papel del sujeto que habla en el discurso (el sujeto, en el discurso de los naturalistas del siglo xvm, se convierte exclusivamente en sujeto que mira según un enrejado y que anota según un código; deja de escuchar, de interpretar, de descifrar). Nuevo funcionamiento del lenguaje en relación a los objetos (a partir de Toumefort el discurso de los naturalistas no tiene como misión penetrar en las cosas, descubrir en ellas el len­ guaje que secretamente encierran y sacarlo a la luz, sino tender una superficie de transcripción donde la forma, el número, el
  • 26. Las redes del poder tamaño y la disposición de los elementos pueda ser traducida en manera unívoca). - Nueva forma de localización y de circulación del discurso en la sociedad (el discurso clínico no se formula en los mismos términos, no tiene los mismos procesos de registro, no se difunde, no se acumula, no se conserva ni se impugna del mismo modo que el discurso médico del siglo xvm). Todos los cambios, que son de un tipo superior a los precedentes, definen las transformaciones que afectan a los espacios discursivos mis­ mos: las mutaciones. 3. Finalmente, tercer tipo de cambio, los que afectan simultánea­ mente a varias formas discursivas: - Inversión en el diagrama jerárquico (el análisis del lenguaje ha tenido, durante la época clásica, un papel rector, que ha perdido en los primeros años del siglo x1x, en provecho de la biología). - Alteración en la naturaleza de la reacción (la gramática clá­ sica, como teoría general de los signos, garantizaba, en otros dominios, la transposición de un instrumento de análisis; en el siglo x1x, la biología asegura la importancia "metafórica" de un cierto número de conceptos: organismos --organización; función - función social; vida - vida de las palabras o de las lenguas). - Desplazamientos funcionales: la teoría de la continuidad de los seres que en el siglo xvm dependía del discurso filosófico, pasa a depender en el siglo x1x del razonamiento científico. Todas estas transformaciones, de un tipo superior a las otras dos, carac­ terizan los cambios propios de la episteme misma: las redistribuciones. Esta es una pequeña muestra de diversas modificaciones, tal vez una quincena, que podemos señalar a propósito de los discursos. Ya ven uste­ des por qué prefería yo que se dijera que he subrayado, no la discontinui­ dad, sino las discontinuidades (es decir, las diferentes transformaciones que es posible describir a propósito de dos estados de discursos). Pero lo importante para mí, ahora, no es constituir una tipología exhaustiva de estas transformaciones. 1. Lo importante es dar como contenido al concepto monótono y vacío de "cambio", un juego de modificaciones especificadas. La 29
  • 27. Michel Foucault historia de las "ideas" o de las ciencias no debe ser ya la relación de las innovaciones, sino el análisis descriptivo de las diferentes transformaciones efectuadas.7 2. Lo que me importa es no mezclar semejante tipo de análisis con un diagnóstico psicológico. Una cosa (legítima) es preguntarse acerca de aquel cuya obra comporta semejante conjunto de mo­ dificaciones, si era genial o cuáles habían sido las experiencias de su primera infancia, etc. Y otra cosa es describir el campo de posibilidades, la forma de operaciones, los tipos de transformación que caracterizan su práctica discursiva. 3. Lo que me importa es mostrar que no hay, por un lado, discursos inertes (más que medio muertos ya) y después, por otro, un sujeto todopoderoso que los manipula, los cambia, los renueva; sino que los sujetos discurrientes forman parte del campo discursivo, tienen en él su lugar (y sus posibilidades de desplazamiento), su función (y sus posibilidades de mutación funcional). El dis­ curso no es el lugar de irrupción de la subjetividad pura; es un espacio de posiciones y de funcionamientos diferenciados por los sujetos. 4. Lo que me importa, sobre todo, es definir, entre todas estas trans­ formaciones, el juego de las dependencias: - Dependencias intradiscursivas (entre los objetos, las operacio­ nes, los conceptos de una misma formación). - · Dependencias interdiscursivas (entre formaciones discursivas diferentes: tales como las correlaciones que he estudiado en Las palabras y las cosas, entre la historia natural, la economía, la gramática y la teoría de la representación). - Dependencias extradiscursivas (entre transformaciones discur­ sivas diferentes y otras que se hayan producido en otra parte distinta del discurso: tales como las correlaciones estudiadas en la Historia de la locura y El nacimiento de la clínica, entre el discurso médico y todo un juego de cambios económicos, políticos y sociales). Quisiera yo substituir la simplicidad uniforme de las asignaciones de causalidad, con todo este juego de dependencias; y al suprimir el 7 En lo que sigo los ejemplos de métodos dados en varias ocasiones por M. Canguilhem. 30
  • 28. Las redes del poder privilegio, indefinidamente prorrogado, de la causa, hacer aparecer el haz polimorfo de las correlaciones. Ya lo ven ustedes: no se trata en absoluto de substituir por una cate­ goría, "lo discontinuo", la no menos abstracta y general de "continuo". Me esfuerzo, por el contrario, en mostrar que la discontinuidad no es un vacío monótono e impensable entre los acontecimientos, al que habría que apresurarse en llenar (dos soluciones perfectamente simétricas) por la plenitud abstracta de la causa o por el ágil juego del espíritu, sino que es un juego de transformaciones específicas, diferentes las unas de las otras, cada una con sus condiciones, sus reglas, su nivel, y ligadas entre sí según esquemas de dependencia. La historia es el análisis descriptivo y la teoría de estas transformaciones. Un último punto, sobre el que espero ser más breve. Emplean ustedes la expresión "historia del espíritu". A decir verdad, yo creía más bien estar haciendo una historia del discurso. ¿La diferencia?, me preguntarán: "Los textos que usted toma como material no lo estudia según su estructura gramatical; no describe el campo semántico que recorren; la lengua no es objeto. ¿Entonces? ¿Qué busca usted, sino describir el pensamiento que los anima y reconstituir las representaciones de las que estos textos han dado una versión durable, tal vez, pero sin duda infiel? ¿Qué busca usted sino encontrar, detrás de los textos, la intención de los hombres que los han formulado, las significaciones que voluntariamente, o sin saberlo, han depositado en ellos, ese imperceptible suplemento del sistema lingüístico que es algo así como la apertura de la libertad o la historia del espíritu?". Aquí yace posiblemente el punto esencial. Tienen ustedes razón: lo que yo analizo es el discurso no es el sistema de su lengua ni, de modo general, las reglas formales de su construcción: pues no me cuido de saber lo que lo hace legítimo o le confiere su inteligibilidad y le permite servir para la comunicación. La cuestión que planteo no es la de los códigos, sino la de los acontecimientos: la ley de existencia de los enunciados, lo que ha hecho posibles a éstos y a ningún otro en su lugar; las condiciones de su emergencia singular; su correlación con otros acontecimientos anteriores o simultáneos, discursivos o no. Trato de responder a esta cuestión, sin em­ bargo, sin referirme a la conciencia, oscura o explícita, de los sujetos par­ lantes; sin relacionar los hechos del discurso con la voluntad -tal vez invo­ luntaria- de sus autores; sin invocar esta intención de decir, que es siempre 3 1
  • 29. Michel Foucault excesivamente rica en relación con lo que se dice; sin intentar captar la ligereza inaudita de una palabra que no tendría texto. Por eso, lo que yo hago no es ni una formalización ni una exégesis, sino una arqueología: es decir, como su nombre indica de manera inequí­ voca, la descripción del archivo. Con esta palabra no entiendo la masa de textos que han podido ser recogidos en una época determinada, o con­ servados desde esta época a través de los avatares de las desapariciones, sino el conjunto de reglas que, en una época dada y para una sociedad determinada, definen: 32 1. Los límites y las formas de la decibilidad: ¿De qué es posible hablar? ¿Qué es lo que ha sido constituido como dominio de discurso? ¿Qué tipo de discursividad se ha vinculado a tal o cual dominio (de qué se hace el relato; de qué se ha querido hacer una ciencia descriptiva; a qué se ha asignado una formulación literaria, etc.)? 2. Los límites y las formas de conservación: ¿Cuáles son los enuncia­ dos destinados a pasar sin dejar rastro? ¿Cuáles, por el contrario, son los destinados a entrar en la memoria de los hombres (por la recitación ritual, la pedagogía y la enseñanza, la diversión o la fiesta, la publicidad)? ¿Cuáles quedan anotados para poder ser utilizados de nuevo y con qué fines? ¿Cuáles son puestos en circu­ lación y en qué grupos? ¿Cuáles son reprimidos y censurados? 3. Los límites y las formas de la memoria tal como aparecen en las diferentes formaciones discursivas: ¿Cuáles son los enunciados que cada uno reconoce como válidos o discutibles, o definitiva­ mente invalidados? ¿Cuáles son los que han sido excluidos por ser extranjeros? ¿Qué tipo de relaciones se ha establecido entre los sistemas de enunciados presentes y el corpus de los enun­ ciados pasados? 4. Los límites y las formas de la reactivación: Entre los discursos de las épocas anteriores o de las culturas extranjeras, ¿cuáles son los que se retienen, los que se valoran, los que se importan, los que se intenta reconstituir? ¿Y qué se hace de ellos, qué transformaciones se les hace sufrir (comentario, exégesis, análisis)? ¿Qué sistema de apreciación se les aplica, qué papel se eles hace cumplir? 5. Los límites y las formas de la apropiación: ¿Qué individuos, qué grupos, qué clases tienen acceso a tal tipo de discurso? ¿Cómo
  • 30. Las redes del poder está institucionalizada la relación el discurso con quien lo emite, con quien lo recibe? ¿Cómo se señala y se define la relación del discurso con su autor? ¿Cómo se desarrolla entre clases, naciones,8 colectividades lingüísticas, culturales o étnicas, la lucha por ha­ cerse cargo de los discursos. Es, ante todo, sobre este fondo, que destacan los análisis que he comenzado; es hacia ahí donde se dirigen. Así pues, no escribo una his­ toria del espíritu, según la sucesión de sus formas o según la densidad de sus significaciones sedimentadas. No interrogo a los discursos sobre lo que -silenciosamente- quieren decir, sino sobre el hecho y las condi­ ciones de su aparición manifiesta; no sobre los contenidos que puedan encubrir, sino sobre las transformaciones que han efectuado; no sobre el sentido que se mantiene en ellos como un origen perpetuo, sino sobre el cambio en el que coexisten, permanecen y se borran. Se trata de un análisis de los discursos en la dimensión de sus exterioridad. De ahí tres consecuencias: 1. Tratar el discurso pasado, no como tema para un comentario que lo reanimaría, sino como un monumento a describir según su disposición propia. 2. Buscar en el discurso, no ya -como hacen los métodos estruc­ turales- sus leyes de construcción, sino sus condiciones de existencia.9 3. Referir el discurso, no al pensamiento, al espíritu o al sujeto que han podido darle nacimiento, sino al campo práctico en el que se despliega. Perdónenme; he sido lento y me he extendido mucho. Y total para conseguir pocas cosas; proponer tres ligeros cambios de su definición y pedirles su conformidad para que hablemos de mi trabajo como de una tentativa de introducir "la diversidad de los sistemas y el juego de las discontinuidades en la historia de los discursos". No imaginen que quie­ ro hacer trampas o que trato de evitar el punto central de su pregunta, discutiendo los términos de ésta hasta el infinito. Pero era necesario el acuerdo previo. Ahora estoy dispuesto. Es necesario que responda. " Tomo esta palabra de M. Canghilhem, pues describe mejor de lo que yo mismo lo he hecho lo que he querido hacer. 4 ¿Es necesario precisar, una vez más, que no soy lo que se llama "estructualista"? 33
  • 31. Michel Foucault No, ciertamente, a la cuestión de saber siyo soy reaccionario, ni tam­ poco sobre si mis textos lo son (ellos mismos, intrínsecamente, a través de un cierto número de signos bien cifrados). Ustedes me preguntan otra cosa mucho más seria, la única, creo yo, que puede legítimamente preguntarse. Me interrogan sobre las relaciones existentes entre lo que digo y una cierta práctica política. Me parece que a esta pregunta se le pueden dar dos respuestas. Una concierne a las operaciones críticas que me discurso realiza en el do­ minio que le es propio (la historia de las ideas, de las conciencias, del pensamiento, del saber. . . ); lo que mi discurso pone fuera de circuito, ¿era indispensable para una política progresista? La otra concierne al campo del análisis y al dominio de objetos que mi discurso intenta hacer aparecer: ¿cómo pueden articularse sobre el ejercicio efectivo de una política progresista? Resumiré así las operaciones críticas que he emprendido: 1) Establecer límites allí donde la historia del pensamiento, bajo su forma tradicional, se confería un espacio indefinido. En particular: 34 a) Replantear el gran postulado interpretativo según el cual el reino del discurso no tendría fronteras asignables; las cosas mudas e incluso el silencio, estarían poblados de palabras: y allí donde no se deja oír ya ninguna palabra, se podría escuchar todavía el murmullo profundamente soterrado de una significación; en lo que los hombres no dicen, continuarían hablando; un mundo de textos dormidos nos esperaría en las páginas blancas de nuestra historia. En cuanto a este tema, quisiera responder que los dis­ cursos son dominios prácticos limitados que tienen sus fronteras, S)-lS reglas de formación, sus condiciones de existencia: el zócalo histórico del discurso no es un discurso más profundo, a la vez idéntico y diferente. b) Replantear el tema de un sujeto soberano que llegaría del exterior para animar la inercia de los códigos lingüísticos, y que depositaría en el discurso la traza imborrable de su libertad; replantear el tema de una subjetividad que constituiría las significaciones y después las transcribiría en el discurso. A estos temas querría oponer el
  • 32. Las redes del poder descubrimiento de los papeles y las operaciones ejercidas por los diferentes sujetos "discurrientes". c) Replantear el tema del origen indefinidamente aplazado y la idea de que, en el dominio del pensamiento, el papel de la historia es el de recordar los olvidos, suprimir los oscurecimientos, quitar -o bien cerrar de nuevo- las barreras. A este tema quisiera oponer el análisis de sistemas discursivos históricamente definidos, a los que podemos señalar umbrales y asignar condiciones de nacimiento y desaparición. En una palabra, establecer estos límites, replantear estos tres temas del origen, el sujeto, y la significación implícita es proponerse una difícil tarea -extremas resistencias lo prueban-, liberar el campo discursivo de la estructura histérico-trascendental que le ha sido impuesta por la filosofía del siglo x1x. 2) Borrar las oposiciones poco meditadas. He aquí algunas, por orden creciente de importancia: la oposición entre la vivacidad de las inno­ vaciones y la pesantez de la tradición, la inercia de los conocimientos adquiridos o los viejos senderos del pensamiento; la oposición entre las formas medias del saber (que representarían la mediocridad cotidiana) y las formas que se apartan de ella (y que manifestarían la singularidad o la soledad propias del genio); la oposición entre los períodos de estabilidad o de convergencia universal y los momentos de ebullición, cuando las conciencias entran en crisis, cuando las sensibilidades se metamorfosean, cuando todas las nociones son revisadas, trastornadas, revivificadas o, por un tiempo indefinido, caen en desuso. Quisiera sustituir todas estas dicotomías por el análisis del campo de las diferencias simultáneas (que definen en una época dada la dispersión posible del saber) y las dife­ rencias sucesivas (que definen el conjunto de las transformaciones, su jerarquía, su dependencia, su nivel). Allí donde se narraba la historia de la tradición y de la invención, de lo viejo y de lo nuevo, de lo muerto y de lo vivo, de lo cerrado y de lo abierto, de lo estático y de lo dinámico, me propongo hablar de la perpetua diferencia; o, más exactamente, hablar de las ideas como el conjunto de las formas especificadas y descriptivas de la no identidad. Y quisiera liberarla así de la triple metáfora que la estorba desde hace más de un siglo (el evolucionismo, que le impone la división 35
  • 33. Michel Foucault entre lo regresivo y lo adaptativo; la biología, que separa lo inerte de lo vivo; la dinámica, que opone el movimiento y la inmovilidad). 3) Eliminar la negación que ha recaído sobre el discurso en su existen­ cia propia (y ahí radica -para mí- la más importante de las operaciones críticas que he emprendido). Esta negación comporta varios aspectos: 36 a) No tratar nunca el discurso más que a título de elemento indi­ ferente y sin consistencia ni ley autóctona (pura superficie de traducción para las cosas mudas; simple lugar de expresión para los pensamientos, las imaginaciones, los temas inconscientes). b) No reconocer en el discurso más que "recortes" según un modelo psicológico e individualizante (la obra de un autor -en efecto, ¿por qué no?-, su obra de juventud o de madurez), los "recortes" según un modelo lingüístico o retórico (un género, un estilo), los "recortes" según un modelo semántico (una idea, un tema). c) Admitir que todas las cooperaciones están hechas ya antes del discurso y fuera de él (en la idealidad del pensamiento o en la seriedad de las prácticas mudas); y que, como consecuencia, el discurso no es más que una ligera excrecencia que añade una franja casi impalpable a las cosas y al espíritu: un excedente que ya está implícito, puesto que no hace otra cosa más que decir lo que se dice. A esta negación quisiera contestar diciendo que el discurso no es nada o casi nada. Y lo que es -lo que define su consistencia propia, lo que permite hacer de él un análisis histórico- no es lo que se ha "querido" decir (esa oscura y pesada carga de intenciones que, en la sombra, pesaría con un peso mucho mayor que el de las cosas dichas); no es tampoco lo que ha quedado en silencio (esas cosas imponentes, que no hablan, pero que dejan sus marcas identificables, su negro perfil, sobre la superficie ligera de lo que se ha dicho): el discurso está constituido por la diferencia entre lo que se podría decir correctamente en una época (según las reglas de la gramática y las de la lógica) y lo que se dice efectivamente. El campo discursivo es, en un momento determinado, la ley de esta diferencia. Y define así un cierto número de operaciones que no son del orden de la construcción lingüística o de la deduc­ ción formal. Despliega un dominio "neutro" donde la palabra
  • 34. Las redes del poder y la escritura pueden hacer variar el sistema de su oposición y la diferencia de su funcionamiento. Aparece como un conjunto de prácticas reguladas que no consiste simplemente en dar un cuerpo visible y exterior a la interioridad ágil del pensamiento, ni en ofrecer a la consistencia de las cosas la superficie de aparición que va a repetirlas. En el fondo de esta negación que pesa sobre el discurso (en provecho de la oposición pensamiento-lenguaje, historia-verdad, locución-escritura, palabra-cosas), existía la ne­ gativa de reconocer que algo se ha formado en el discurso (según reglas bien definibles), que este algo existe, subsiste, se transforma, desaparece (según reglas igualmente definibles); en una palabra, que al lado de todo lo que una sociedad puede producir ("al lado": es decir, en una relación asignable a todo esto), hay formación y transformación de "cosas dichas". Es la historia de estas "cosas dichas" la que yo he emprendido. 4) Finalmente, última tarea crítica (que resume y envuelve todas las otras); liberar de su status incierto este conjunto de disciplinas a las que se llama historia de las ideas, historia de las ciencias, historia del pensamiento, historia de los conocimientos, de los conceptos o de la conciencia. Incertidumbre que se manifiesta de varios modos: Dificultades para delimitar los dominios: ¿Dónde acaba la historia de las ciencias, dónde comienza la de las opiniones y las creencias? ¿Cómo se dividen, entre sí, la historia de los conceptos y la historia de las nociones o de los temas? ¿Por dónde pasa el límite entre la historia del conocimiento y la de la imaginación? Dificultad para definir la naturaleza del objeto: ¿Se hace la historia de lo que ha sido concebido, adquirido, olvidado, o la historia de las formas mentales, o la historia de sus interferencias? ¿Se hace la historia de los rasgos característicos que pertenecen en común a los hombres de una época o de una cultura? ¿Se describe un espíritu colectivo? ¿Se analiza la historia (teleológica o genética) de la razón? Dificultad para asignar la relación entre estos hechos de pensa­ miento o de conocimiento con los otros dominios del análisis histórico: ¿Hay que tratarlos como signos de otra cosa (de una relación social, de una situación política, de una determinación 37
  • 35. Michel Foucault económica)? ¿O como su refracción, a través de una conciencia? ¿Como la expresión simbólica de su forma de conjunto? Quisiera sustituir tantas incertidumbres por el análisis del discurso mismo, en sus condiciones de formación, en la serie de sus modificacio­ nes y en el juego de sus dependencias y de sus correlaciones. El discurso aparecería así en una relación descriptible con el conjunto de las otras prácticas. En lugar de estar vinculado a una historia económica, social, política, que envuelve una historia del pensamiento (la cual sería su ex­ presión y como su doble), en lugar de estar vinculado a una historia de las ideas, que estaría referida -sea por un juego de signos y de expresiones, sea por relaciones de causalidad- a condiciones extrínsecas, se vincularía a una historia de las prácticas discursivas en las relaciones específicas que las articulan con las otras prácticas. No se trata de componer una historia global -que reagruparía todos sus elementos alrededor de un principio o de una forma única-, sino más bien de desplegar el campo de una historia general en la que se podrá describir la singularidad de las prácticas, el juego de sus relaciones, la forma de sus dependencias. Y es en el espacio de esta historia general en el que podría circunscribirse, como disciplina, el análisis histórico de las prácticas discursivas. He aquí cuáles son, poco más o menos, las operaciones críticas que he emprendido. Permítanme entonces tomarlos como testigos de la pregunta que planteo a aquellos que podrían alarmarse: "¿Acaso una política progresista está vinculada (en su reflexión teórica) a los temas de la significación, del origen del sujeto constituyente; en una palabra, a toda la temática que garantiza, en la historia, la inagotable presencia del Logos, la soberanía de un sujeto puro y la profunda teología de un destino originario? Una política progresista, ¿tiene alguna vinculación con semejante forma de análisis o con su cuestionamiento? ¿Y semejan­ te política tiene alguna vinculación con todas las metáforas dinámicas, biológicas, evolucionistas, con las que se enmascara el difícil problema del cambio histórico o, por el contrario, su meticulosa destrucción? Y aún más: .¿Hay algún parentesco necesario entre una política progresista y el hecho de no querer reconocer en el discurso otra cosa que una del7 gada transparencia que brilla un instante en el límite de las cosas y los pensamientos y después desaparece inmediatamente? ¿Se puede creer que esta política tenga interés en repetir una vez más el tema -del que 38
  • 36. Las redes del poder yo había creído que la existencia y la práctica en Europa, desde hace más de doscientos años, del discurso revolucionario, habían podido liberarnos- de que las palabras no son más que viento, un susurro ex­ terior, un ruido de alas que apenas puede escucharse en la seriedad de Ja historia y el silencio del pensamiento? Y finalmente, ¿se debe pensar que una política progresista esté vinculada a la desvalorización de las prácticas discursivas, con el fin de que triunfe, en su incierta idealidad, una historia del espíritu, de la conciencia, de la razón, del conocimiento, de las ideas o de las opiniones?". Me parece que percibo, en cambio -y bastante claramente-, las peligrosas facilidades que se concederían a la política de la que ustedes hablan, si a esta política se le otorgase la garantía de un fundamento originario o de una teología trascendental, si gozase de una constante metaforización del tiempo por las imágenes de la vida o de los modelos del movimiento, si renunciase a la difícil tarea de un análisis general de las prácticas, de sus relaciones, de sus transformaciones, para refugiarse en una historia global de las totalidades, de las relaciones expresivas, de los valores simbólicos y de todas estas significaciones secretas investidas en los pensamientos y en las cosas. Tienen ustedes el derecho de decirme: "Eso está muy bien: las opera­ ciones críticas que usted hace no son tan condenables como podría parecerlo a primera vista. Pero, ¿cómo puede concernir a la política, e inscribirse entre los problemas que hoy son los suyos, este trabajo de termita sobre el nacimiento de lafilología, de la anatomía patológica? Hubo un tiempo en que losfilósofos no se consagraban con un celo tangrande a la polvareda del archivo. . . ". A lo que yo respondería, más o menos: "Existe actualmente un problema que no deja de tener importancia para la práctica política: el del status, las condiciones del ejercicio, el funcionamiento y la institucionalización de los discursos científicos. He aquí aquello de lo que he emprendido el análisis histórico, escogiendo los discursos que tienen, no la estructura epistemológica más fuerte (matemáticas o física), sino el campo de positividad más denso y complejo (medicina, economía, ciencias humanas)". Veamos un ejemplo sencillo: la formación del discurso clínico que caracterizó la medicina desde principios del siglo XIX hasta nuestros días, o casi. Lo he escogido porque se trata de un hecho históricamente muy determinado y porque no se le puede remitir a ninguna otra instaura­ ción más originaria; porque sería una gran ligereza denunciar en él una 39
  • 37. Michel Foucault "pseudociencia", y sobre todo, porque es fácil entender "intuitivamente" la relación existente entre esta mutación científica y un cierto número de acontecimientos políticos precisos: los que se agrupan -incluso a escala europea- bajo el título de Revolución Francesa. El problema es dar a esta relación, aún confusa, un contenido analítico. Primera hipótesis: Sería la conciencia de los hombres la que se habría modificado (bajo el efecto de los cambios económicos, sociales y políti­ cos) y su percepción de la enfermedad se habría encontrado alterada por este mismo hecho: los hombres habrían reconocido en la enfermedad consecuencias políticas (malestar, descontento, revueltas en las pobla­ ciones cuya salud es deficiente), habrían advertido de las implicaciones económicas (deseo de los patronos de disponer de una mano de obra sana; deseo de la burguesía en el poder, de transferir al Estado las cargas de la asistencia sanitaria), habrían trasladado a ella su concepción de la sociedad (una medicina única, de valor universal, pero con dos campos de aplicación distintos: el hospital para las clases pobres; la práctica liberal y competitiva para los ricos); habrían transcrito también a ella su concepción del mundo (desacralización del cadáver, que ha permitido las autopsias; una mayor importancia concedida al cuerpo vivo como instrumento de trabajo; preocupación por la salud, que ha reemplaza­ do a la preocupación por la salvación del alma). Muchas de todas estas cosas no son falsas, pero, por una parte, no dan cuenta de la formación de un discurso científico y, por otra, no han podido producirse, y con los efectos que se han podido constatar, más que en la medida en que el discurso médico había recibido un nuevo status. Segunda hipótesis: Las nociones fundamentales de la medicina clínica se derivarían, por transposición, de una práctica política o, al menos, de las formas teóricas en las que esta práctica se refleja. Las ideas de solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación de los tejidos, el abandono del principio clasificatorio en favor de un análisis de la totalidad corporal, corresponderían a una práctica política que des­ cubrió, bajo estratificaciones todavía feudales, relaciones sociales de tipo funcional o económico. O aún más: no querer ver en las enfermedades una gran familia de especies casi botánicas y esforzarse por encontr�r en lo patológico su punto de inserción, su mecanismo de desarrollo, su causa y, a fin de cuentas, su terapéutica, ¿no correspondería al proyecto, en la clase social dominante, de dominar el mundo, no únicamente ya 40
  • 38. Las redes del poder por el saber teórico, sino por un conjunto de conocimientos aplicables, y a su decisión de no aceptar como naturaleza lo que se le impondría como límite o como mal? Tales análisis no parecen tampoco pertinentes, porque eluden el problema esencial: ¿cuál debería ser el centro de los otros discursos y, de modo general, de las otras prácticas, el modo de existencia y de funcionamiento del discurso médico, para que se produ­ jeran tales transposiciones o correspondencias? Por esto, desplazaré el punto de ataque en relación a los análisis tradicionales. Si hay cierta y efectivamente un vínculo entre la práctica política y el discurso médico, me parece que esto no se debe a que esta práctica haya cambiado primero la conciencia de los hombres, su manera de percibir las cosas o de concebir el mundo, y después, finalmente , la forma de su conocimiento y el contenido de su saber; ni es tampoco porque esta práctica se haya reflejado, en primer lugar, de un modo más o menos claro y sistemático, en los conceptos, las nociones y los temas que han sido importados en medicina a con­ tinuación, sino que, de una manera mucho más directa, la práctica política ha transformado, no el sentido ni la forma del discurso, sino sus condiciones de aparición, de inserción y de funcionamiento; la práctica política ha transformado el modo de existencia del discurso médico. Y esto ha ocurrido gracias a un cierto número de operaciones que han sido descritas en otra parte y que resumo aquí: nuevos crite­ rios para designar a los que reciben, según los estatutos, el derecho de emitir un discurso médico; nuevo "recorte" del objeto médico a partir de la aplicación de otra escala de observación que se superpone a la primera sin anularla (la enfermedad observada estadísticamente a nivel de una población); nuevo status de la asistencia, que crea un es­ pacio hospitalario de observación y de intervención médicas (espacio que, por otra parte, está organizado según un principio económico, puesto que el enfermo, que se beneficie de los cuidados, debe retri­ buirlos con la lección médica que proporciona: paga el derecho a ser atendido con la obligación de ser observado, y esto incluida hasta su propia muerte); nuevo modo de anotación, de conservación, de acumulación, de difusión y de enseñanza del discurso médico (que no debe manifestar ya la experiencia del médico, sino constituir un documento sobre la enfermedad); nuevo funcionamiento del discurso médico en el sistema de control administrativo y político de la población 41
  • 39. Michel Foucault (la sociedad, en tanto que tal, es considerada y "tratada" según las categorías de la salud y de lo patológico) . Pero aquí es donde el análisis se hace complejo; estas transforma­ ciones que se dan en las condiciones de existencia y de funcionamiento del discurso, no "se reflejan", ni "se traducen" , ni "se expresan" en los conceptos, los métodos o los enunciados de la medicina: modifican sus reglas de formación. Lo que la práctica política transforma no son los "objetos" médicos (es bien evidente que la práctica política no transforma a las "especies mórbidas" en "focos perjudiciales"), sino el sistema, que ofrece al discurso médico un objeto posible (se trata de una población observada y clasificada o de una evolución patológica en un individuo, del que se establecen los antecedentes y de quien se observan cotidianamente los trastornos o su remisión, o de un espacio anatómico autopsiado); lo que ha sido transformado a causa de la práctica política, no son los métodos de análisis, sino el sistema de su formación (registro administrativo de las enfermedades, de las muertes, de sus causas, de las entradas y salidas del hospital, constitución de los archivos; relación del personal médico con los enfermos en el campo hospitalario); lo que ha sido transformado por la práctica política no son los conceptos, sino su sistema de forma­ ción (la sustitución del concepto de sólido por el de "tejido" no es, evidentemente , el resultado de un cambio político, sino que lo que la práctica política ha modificado es el sistema de formación de los conceptos: la notación intermitente de los efectos de la enfermedad y la asignación hipotética de una causa funcional, han podido ser sustituidas, gracias a la acción política, por una cuadrícula anatómi­ ca apretada, casi continua, fundamentada en profundidad, y por el descubrimiento local de las anomalías, de su campo de dispersión y de sus eventuales medios de difusión) . El apresuramiento con el que de ordinario se relacionan los contenidos de un discurso científico con una práctica política, enmascara, a mi entender, el nivel en el que puede ser descrita la articulación en términos precisos. Me parece que a partir de un análisis semejante se puede comprender: 1) Cómo describimos un conjunto de relaciones del que podamos seguir detalladamente la subordinación y comprenderla, entre un discur­ so científico y una práctica política. Relaciones indirectas, sin embargo, 42
  • 40. Las redes del poder puesto que los enunciados de un discurso científico no pueden ser considerados ya como la expresión inmediata de una relación social o de una situación económica. 2) Cómo asignar el papel propio de la práctica política acerca del discurso científico. Esta práctica no tiene un papel taumatúrgico, de creación, no hace nacer acabadas a las ciencias, sino que transforma las condiciones de existencia y los sistemas de funcionamiento del discurso. Estas transformaciones no son arbitrarias ni "libres": operan en un dominio que tiene su configuración y que, consecuentemen­ te , no ofrece posibilidades indefinidas de modificación. La práctica política no reduce a la nada la consistencia del campo discursivo en el que opera. Esta práctica no tiene tampoco un papel de crítica universal. No se puede juzgar, en nombre de una práctica política, la cientificidad de una ciencia (a menos que ésta pretenda ser, de una u otra forma, una teoría de la política). Pero en nombre de una práctica política podemos, sin embargo, replantear el modo de existencia y de funcionamiento de una ciencia. 3) Cómo pueden articularse las relaciones entre una práctica política y un campo discursivo con sus relaciones en otro orden. Así, la medi­ cina a principios del siglo x1x, estaba vinculada a la vez a una práctica política (tal como he analizado en El nacimiento de la clínica) y a todo un conjunto de modificaciones "interdiscursivas" que se habían producido simultáneamente en el conjunto de varias disciplinas (sustitución de un análisis del orden y de las características taxonómicas por un análisis de las solidaridades, de los funcionamientos, de las series sucesivas, que he descrito en Las palabras y las cosas). 4) Cómo los fenómenos que se acostumbra a situar en primer plano (influencia, comunicación de los modelos, transferencia y metaforización de los conceptos) encuentran su condición histórica de posibilidad en estas primeras modificaciones: por ejemplo, la importación de concep­ tos biológicos como los de organismo, función, evolución o incluso enfermedad, para un análisis de la sociedad, no ha tenido en el siglo x1x el papel que hoy se le reconoce (mucho más importante, mucho más cargado ideológicamente que las comparaciones "naturalistas" de las épocas precedentes), más que en razón del status dado al discurso médico por la práctica política. 43
  • 41. Michel Foucault Este ejemplo tan largo ha servido para conseguir solamente una cosa, pero una cosa que mantengo: mostrarles en qué sentido lo que intento hacer aparecer a través de mi análisis -la positividad de los discursos, sus condiciones de existencia, los sistemas que rigen su aparición, su funcionamiento y sus transformaciones- puede concernir a la práctica política. Mostrarles lo que puede hacer esta práctica. Convencerlos de que, esbozando esta teoría del discurso científico, haciéndolo apare­ cer como un conjunto de prácticas regladas que se articulan, de un modo analizable, con otras prácticas, no me entretengo simplemente volviendo el juego más complicado para algunos espíritus un poco vivos, sino que intento definir en qué medida, a qué nivel los discursos -y singularmente los discursos científicos- puede ser objeto de una práctica política y en qué sistema de dependencia pueden encontrarse en relación a ella. Permítanme que una vez más los tome como testigos de la pregunta que planteo: ¿Acaso no es bien conocida la política que responde en términos de pensamiento o de consciencia, en términos de idealidad pura o de rasgos psicológicos, cuando se le habla de una práctica, de sus condiciones, de sus reglas, de sus transformaciones históricas? ¿Acaso no es bien conocida esta política que, desde el siglo x1x, se obstina en no ver en el inmenso dominio de la práctica, más que la epifanía de una razón triunfante (en la que no hay que descifrar más que el destino histórico­ trascendental de Occidente? Y más exactamente: ¿Acaso la negativa de analizar las condiciones de existencia y las reglas de formación de los discursos científicos, en lo que éstos tienen de específico y de depen­ diente, no condena a toda política a una elección peligrosa: o bien esta­ blecer, de un modo al que puede llamarse, si se quiere, "tecnocrático", la validez y la eficacia de un discurso científico, sean las que sean las condiciones reales de su ejercicio y el conjunto de prácticas con las que se articula (instaurado así el discurso científico como regla universal de todas las otras prácticas, sin tener en cuenta el hecho de que él mismo es una práctica reglada y condicionada), o bien intervenir directamente en el campo discursivo, como si éste no tuviese consistencia propia, hacer de él el material bruto de una inquisición psicológica Uuzgando recíprocamente lo que se dice y quién lo dice) y practicar la valoración simbólica de las nociones (discerniendo en una ciencia los conceptos que son "reaccionarios" de los que son "progresistas")? 44
  • 42. Las redes del poder Quisiera concluir sometiendo a su juicio algunas hipótesis: Una política progresista es una política que reconoce las condi­ ciones históricas y las reglas especificadas de una práctica, allí donde otras políticas no reconocen más que necesidades ideales, determinaciones unívocas o el libre juego de las iniciativas indi­ viduales. Una política progresista es una política que define en una práctica las posibilidades de transformación y el juego de dependencias entre estas transformaciones, allí donde otras políticas confían en la abstracción uniforme del cambio o en la presencia taumatúrgica del genio. Una política progresista no hace del hombre o de la conciencia o del sujeto en general el operador universal de todas las trans­ formaciones: define los planos y las funciones diferentes que los sujetos pueden ocupar en un dominio que tiene sus reglas de formación. Una política progresista no considera que los discursos sean el resultado de procesos mudos o la expresión de una conciencia silenciosa, sino que -ciencia o literatura, o enunciados religiosos, o discursos políticos- forman una práctica que se articula con las otras prácticas. He aquí el punto donde lo que intento hacer, desde hace diez años hasta ahora, se une a la pregunta que me formulan ustedes. Debería decir: aquí está el punto en el que su pregunta, en tanto que legítima y apropiada, alcanza a mi empresa en su centro. Si quisiera volver a dar una formulación a esta empresa -como efecto de su pregunta, que no deja de acuciarme-, he aquí poco más o menos lo que diría: "Determinar en sus diversas dimensiones lo que ha debido ser en Europa, desde el siglo xvn, el modo de exis­ tencia de los discursos, y singularmente de los discursos científicos (sus reglas de formación, con sus condiciones, sus dependencias, sus transformaciones), para que se constituya el saber que hoy es el nuestro y, de un modo más preciso, el saber que ha tomado como dominio este curioso objeto que es el hombre". Sé, casi tanto como cualquier otro, lo que pueden tener de "ingrato" -en el sentido del término- semejantes investigaciones. Lo que hay de desagradable en tratar los discursos, no a partir de la dulce, muda e íntima 45
  • 43. Michel Foucault conciencia que se expresa en ellos, sino a partir de un oscuro conjunto de reglas anónimas. Lo que hay de desagradable en hacer aparecer los límites y las necesidades de una práctica allí donde estábamos habitua­ dos a ver desplegarse, en una pura transparencia, los juegos del genio y de la libertad. Lo que hay de provocador en tratar como un haz de transformaciones esta historia de los discursos, que estaba animada hasta ahora por las metamorfosis tranquilizadora de la vida o de la continuidad intencional de lo vivido. Lo que hay de insoportable, en fin (dado que cada uno quiere poner, piensa poner, algo de "sí mismo" en su propio discurso, cuando comienza a hablar), en recortar, analizar, combinar, recomponer todos estos textos ahora olvidados, sin que llegue a dibujarse nunca el rostro transfigurado del autor: ¡Y bien, qué! Tantas palabras acumuladas, tantas marcas hechas sobre tanto papel y ofrecidas a innumerables miradas, un celo tan grande para mantenerlas más allá del gesto que las articula, un fervor tan intenso dedicado a con­ servarlas y a inscribirlas en la memoria de los hombres, ¿todo para que no quede nada de la pobre mano que las ha trazado, de esta inquietud que intentaba apaciguarse en ellas y de esta vida acabada que no tiene, desde ahora, nada más que a ellas para sobrevivir? ¿Acaso el discurso, en su más profunda determinación, no estaría ya "trazado"? Y su murmullo, ¿no sería ya el lugar de las inmortalidades sin sustancia? ¿Habrá que admitir que el tiempo del discurso no es el tiempo de la conciencia trasladado a las dimensiones de la historia, o el tiempo de la historia presente en la forma de la conciencia? ¿Será necesario que suponga que en mi discurso no va mi supervivencia? ¿Y qué, al hablar, no conjuro mi muerte, sino que la establezco; o más bien que toda mi interioridad queda abolida por mí en esta exterioridad que es tan indi­ ferente a mi vida y tan neutra que no diferencia en absoluto entre mi vida y mi muerte? Comprendo muy bien la incomodidad de todas estas gentes. Han lamentado mucho, sin duda, tener que reconocer que su historia, su economía, sus prácticas sociales, la lengua que hablan, la mitología de sus antepasados e incluso las fábulas que les narraron durante su infancia, obedecen a reglas que no son todas dadas por su conciencia; por otra parte, no desean en absoluto que se les desposea, por añadidura, de este discurso en el que quieren poder decir, inmediatamente y sin distancia, lo que piensan, creen o imaginan; preferirán negar que el discurso sea 46
  • 44. Las redes del poder una practica compleja y diferenciada, que obedece a reglas y transfor­ maciones analizables, antes que ser privados de esta tierna certeza, tan consoladora, de poder cambiar, si no el mundo, si no la vida, por lo menos su "sentido" con la frescura única de una palabra que no vendría sino de ellos mismos y permanecería indefinidamente lo más cerca posible de la fuente. Tantas cosas se les han escapado ya en su lenguaje, que no quieren que se les escape, además, lo que dicen, este pequeño fragmento de discurso -palabra o escritura, poco importa- cuya débil e incierta existencia debe prolongar su vida más lejos y durante más tiempo. No pueden soportar -y se les comprende un poco- oírse decir: el discurso no es la vida; su tiempo no es el vuestro, en el discurso no os reconciliáis con la muerte; es muy posible que hayáis matado a Dios bajo el peso de todo lo que habéis dicho, pero no penséis que hacéis, con todo lo que decís, un hombre que vivirá más que él. En cada frase que pronunciáis -y muy exactamente en ésta que estáis escribiendo en este instante- os empeñáis en responder, después de tantas páginas, a una pregunta por la que os habéis sentido personalmente concernidos y vais a firmar este texto con vuestro nombre; pero en cada frase reina la ley sin nombre, la blanca indiferencia: "¿Qué quién habla?"; ha dicho alguien: "¿qué importa quién habla?". 47
  • 45.
  • 46. LAS REDES DEL PODER* · El presente es el texto de la conferencia proferida en 1 976 en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Bahia, Brasil. Publicado en la Revista anarquista Barbarie, N" 4 y 5 en 1 981-82, San Salvador de Bahía, Brasil. La traducción del francés al portugués la realizó Ubirajara Reboucas, y la traducción del portugués al castellano la hizo Heloisa Primavera y fue publicado en la revista Farenheit 450 Nº 1 , Buenos Aires. Diciembre de 1 986 (revista publicada por estudiantes de la carrera de Sociología de la UBA). 49
  • 47.
  • 48. Vamos a intentar hacer un análisis de la noción de poder. Yo no soy el pri­ mero, lejos de ello, que intenta desechar el esquema freudiano que opone instinto a represión -instinto y cultura. Toda una escuela de psicoanalistas intentó, desde hace decenas de años, modificar, elaborar este esquema freudiano de instinto vs. cultura, e instinto vs. represión -me refiero tanto a psicoanalistas de lengua inglesa como francesa. Como Melanie Klein, Winnicot y Lacan, que intentaron demostrar que la represión, lejos de ser un mecanismo secundario, ulterior, tardío, que intentaría controlar un juego instintivo dado por la naturaleza, forma parte del mecanismo del instinto o, por lo menos, del proceso a través del cual se desenvuelve el instinto sexual, se constituye como pulsión La noción freudiana de Trieb'º no debe ser interpretada como un simple dato natural, o un mecanismo biológico natural sobre el cual la represión vendría a depositar su ley de prohibición, sino, según esos psicoanalistas, como algo que ya está profundamente penetrado por la represión. La carepcia, la castración, la laguna, la prohibición, la ley, ya son elementos a través de los cuales se constituye el deseo como deseo sexual, lo cual implica, por lo tanto, una transformación de la noción primitiva de instinto sexual tal como Freud la había concebido al final del siglo x1x. Es necesario, entonces, pensar al instinto no como un dato natural, sino como una elaboración, todo un juego complejo entre el cuerpo y la ley, entre el cuerpo y los mecanismos culturales que aseguran el control sobre el pueblo. Por lo tanto, creo yo que los psicoanalistas desplazaron considera­ blemente el problema, haciendo surgir una nueva noción de instinto, una nueva concepción de instinto, de pulsión, de deseo. Pero lo que me perturba, o por lo menos, me parece insuficiente, es que en esta elabora­ ción propuesta por los psicoanalistas, ellos cambian tal vez el concepto de deseo, pero no cambian en absoluto la concepción de poder. Continúan considerando que el significado del poder, el punto cen­ tral, aquello en lo que consiste el poder, es aún la prohibición, la ley, 10 Pulsión. 5 1
  • 49. Michel Foucault el hecho de decir no, una vez más la fórmula "tú no debes". El poder es esencialmente aquello que dice "tú no debes". Me parece que esta es una concepción - y de eso hpblaré más adelante- totalmente insuficiente del poder, una concepción jhridica, una concepciónformal del poder y que es necesario elaborar otra concepción de poder que permitirá sin duda comprender mejor las relaciones que se establecieron entre poder y sexualidad en las sociedades occidentales. Voy a intentar desarrollar, o mejor, mostrar en qué dirección se puede desarrollar un análisis del poder que no sea simplemente una concep­ ción jurídica, negativa, del poder, sino una concepción positiva de la tecnología del poder. Frecuentemente encontramos entre los psicoanalistas, los psicólogos y los sociólogos, esta concepción según la cual el poder es esencialmente la regla, la ley, la prohibición, lo que marca un límite entre lo permitido y lo prohibido. Creo que esta concepción de poder fue, a fines de siglo x1x, formulada incisivamente (y extensamente elaborada) por la etnología. La etnología siempre intentó detectar sistemas de poder en sociedades diferentes a las nuestras en términos de sistemas de reglas. Y nosotros mismos, cuando intentamos reflexionar sobre nuestra sociedad, sobre la manera como el poder se ejerce en ella, lo hacemos fundamentalmente a partir de una concepción jurídica: dónde está el poder, quién detenta el poder, cuáles son las reglas que rigen al poder, cuál es el sistema de leyes que el poder establece sobre el cuerpo social. Por lo tanto para nuestras sociedades hacemos siempre una sociología jurídica del poder y cuando estudiamos sociedades diferentes a las nuestras hacemos una etnología que es esencialmente una etnología de la regla, una etnología de la prohibición. Vean, por ejemplo, en los estudios etnológicos, de Durkheim a Levi-Strauss, cuál fue el problema que siempre reaparece, perpetuamente reelaborado. El problema de la prohibición, especialmente la prohibición del incesto. A partir de esa matriz, de ese núcleo que sería la prohibición del incesto, se intentó comprender el funcionamiento general del sistema. Y fue necesario esperar hasta años más recientes para que aparecieran nuevos puntos de vista sobre el poder, ya sea desde Marx o desde perspectivas más alejadas del marxismo clásico. De cualquier modo a partir de allí vemos aparecer con los trabajos de Clastres, en Bélgica, por ejemplo, toda una nueva concepción del poder como tecnología que intenta emanciparse de ese primado, de ese privilegio de la regla y 52
  • 50. Las redes del poder la prohibición que, en el fondo, había reinado sobre la etnología desde Durkheim hasta Levi-Strauss. En todo caso, la cuestión que yo quería plantear es la siguiente: ¿Cómo fue posible que nuestra sociedad, la sociedad occidental en general, haya concebido al poder de una manera tan restrictiva, tan pobre, tan nega­ tiva? ¿Por qué concebimos siempre al poder como regla y prohibición, por qué este privilegio? Evidentemente podemos decir que ello se debe a la influencia de Kant y aquella idea según la cual, en última instancia, la ley moral, el 'tú no debes', la oposición 'debes/no debes', es, en el fondo, la matriz de la regulación de toda la conducta humana. Pero, en verdad, esta explicación por la influencia de Kant es evidentemente insuficiente. El problema consiste en saber si Kant tuvo tal influencia. ¿Por qué fue tan poderosa? ¿Por qué Durkheim, filósofo de vagas simpatías socialistas del inicio de la tercera república francesa, se pudo apoyar de esa manera sobre Kant cuando se trataba de hacer el análisis del mecanismo del poder en una sociedad? Creo que podemos analizar la razón de ello en los siguientes términos: en el fondo, en Occidente, los grandes sistemas establecidos desde la Edad Media, se desarrollaron por intermedio del crecimiento del poder monárquico, a costas del poder, o mejor, de los poderes feudales. Ahora, en esta lucha entre los poderes feudales y el poder monárquico, el derecho fue siempre el instrumento del poder monárquico contra las instituciones, las costumbres, los reglamentos, las formas de ligación y de pertenencia características de la sociedad feudal. Voy a dar dos ejemplos: por un lado el poder monárquico se desarrolla en Occidente apoyándose, en gran parte, sobre las institucio­ nes jurídicas y judiciales, y así, desarrollando tales instituciones, logró sustituir la vieja solución de los litigios privados a través de la guerra civil por un sistema de tribunales, con leyes, que proporcionaban de hecho al poder monárquico la posibilidad de resolver él mismo las disputas entre los individuos. De esa manera, el derecho romano, que reaparece en Occidente en los siglos xm y x1v, fue un instrumento formidable en manos de la monarquía para lograr definir las formas, y los mecanismos de su propio poder, a costa de los poderes feudales. En otras palabras, el crecimiento del Estado en Europa fue parcialmente garantizado por (o en todo caso, usó como instrumento) el desarrollo de un pensamiento jurídico. El poder monárquico, el poder del Estado, está esencialmente representado en el derecho. Ahora bien, sucede que al mismo tiempo 53
  • 51. Michel Foucault que la burguesía que se aprovecha extensamente del desarrollo del poder real, y de la disminución, del retroceso de los poderes feudales, tenía un interés en desarrollar ese sistema de derecho que le permitiría, por otro lado, dar forma a los intercambios económicos, que garantizaban su propio desarrollo social. De modo que el vocabulario, la forma del derecho fue un sistema de representación del poder común a la burguesía y a la monarquía. La burguesía y la monarquía lograron instalar, poco a poco, desde el fin de la Edad Media hasta el siglo xvm una forma de poder que se representaba como discurso, como lenguaje, el vocabulario del derecho. Y cuando la burguesía se desembarazó finalmente del poder monárquico, lo hizo precisamente utilizando ese discurso jurídico que había sido hasta entonces, el de la monarquía, el cual fue usado en contra de la propia monarquía. Para proporcionar un ejemplo sencillo, Rousseau, cuando hizo su teoría del Estado, intentó mostrar cómo nace un soberano, pero un so­ berano colectivo, un soberano como cuerpo social, o mejor, un cuerpo social como soberano a partir de la cesión de los derechos individuales, de su alienación, y de la formulación de leyes de prohibición que cada individuo está obligado a reconocer pues fue él mismo quien se impuso la ley, en la medida en que él mismo es miembro del soberano, en la me­ dida en que él es él mismo el soberano. Entonces, el instrumento teórico por medio del cual se realizó la crítica de la institución monárquica, ese instrumento teórico fue el instrumento del derecho. En otras palabras, Occidente nunca tuvo otro sistema de representación, de formulación y de análisis del poder que no fuera el sistema de derecho, el sistema de la ley. Y yo creo que esta es la razón por cual, a fin de cuentas, no tuvimos hasta recientemente otras posibilidades de analizar el poder excepto esas nociones elementales, fundamentales, que son las de ley, regla, soberano, delegación de poder, etc. Y creo que es de esta concepción jurídica del poder, de esta concepción del poder a través de la ley y del soberano, a partir de la regla y la prohibición, de la que es necesario ahora liberarse si queremos proceder a un análisis del poder, no desde su representación sino desde su funcionamiento. Ahora bien, ¿cómo podríamos intentar analizar el poder en sus me­ canismos positivos? Me parece que en cierto número de textos podemos encontrar los elementos fundamentales para un análisis de ese tipo. Podemos encontrarlos tal vez en Bentham, un filósofo inglés de fin del 54
  • 52. Las redes del poder siglo xvm y comienzos del x1x que, en el fondo, fue el más grande teóri­ co del poder burgués, y podemos evidentemente encontrarlos en Marx también, esencialmente en el libro Il de El Capital. Es ahí que pienso que podemos encontrar algunos elementos de los cuales me serviré para analizar el poder en sus mecanismos positivos. En resumen, lo que podemos encontrar en el libro Il de El Capital, es, en primer lugar, que en elfondo no existe un poder, sino varios poderes. Poderes, quiere decir, formas de dominación, formas de sujección que operan localmente, por ejemplo, en una oficina, en el ejército, en una propiedad de tipo esclavista, o en una propiedad donde existen rel�­ ciones serviles. Se trata siempre de formas locales, regionales de poder, que poseen su propia modalidad de funcionamiento, procedimiento y técnica. Todas estas formas de poder son heterogéneas. No podemos entonces hablar de poder, si queremos hacer un análisis del poder, sino que debemos hablar de los poderes o intentar localizarlos en sus espe­ cificidades históricas y geográficas. Así, a partir de ese principio metodológico, ¿cómo podríamos hacer la historia de los mecanismos de poder a propósito de la sexualidad? Creo que, de modo muy esquemático, podríamos decir lo siguiente: El sistema de poder que la monarquía había logrado organizar a partir del fin de la Edad Media presentaba p�ra el desarrollo del capitalismo como inconvenientes mayores: 1) El poder político, tal como se ejercía en el cuerpo social era un poder muy discontinuo. Las mallas de la red eran muy grandes, un número casi infinito de cosas, de elementos, de conductas, de procesos escapaban al control del Poder. Si tomamos, por ejemplo, un punto preciso -la importancia del contrabando en toda Europa hasta fines del siglo xvm- podemos percibir un flujo económico muy importante, casi tan importante como el otro, un flujo que escapaba enteramente al poder. Era además, una de las condiciones de existencia de personas, puesto que de no haber existido piratería marítima, el comercio no habría podido funcionar, y las personas no habrían podido vivir. Bien, en otras palabras, la ilegalidad era una de las condiciones de vida pero al mismo tiempo significaba que había ciertas cosas que escapaban al poder y sobre las cuales no tenía control. Entonces, inconvenientes procesos económi­ cos, diversos mecanismos, de algún modo quedaban fuera de control y 55
  • 53. Michel Foucault exigían la instauración de un poder continuo, preciso, de algún modo atómico. Pasar así de un poder lagunar, global, a un poder continuo e individualizante, que cada uno, que cada individuo, en él mismo, en su cuerpo, en sus gestos, pudiese ser controlado, en vez de esos controles globales y de masa. 2) El segundo gran inconveniente de los mecanismos de poder, tal como funcionaban en la monarquía, es que eran sistemas excesivamente onerosos. Y eran onerososjustamente porque la función del poder -aque­ llo en que consistía el poder- era esencialmente el poder de recaudar, de tener el derecho de recaudar cualquier cosa -un impuesto, un décimo cuando se trataba del clero- sobre las cosechas que se realizaban; la recaudación obligatoria de tal o cual porcentaje para el señor, para el poder real, para el clero. El poder era entonces, recaudador y predatorio. En esta medida operaba siempre una sustracción económica, y lejos, consecuentemente, de favorecer o estimular el flujo económico, era permanentemente su obstáculo y freno. Entonces aparece una segunda preocupación, una segunda necesidad; encontrar un mecanismo de poder tal que al mismo tiempo que controlase las cosas y las personas hasta en sus más mínimos detalles, no fuese tan oneroso ni esencialmente preda­ torio, que se ejerciera en el mismo sentido del proceso económico. Bien, teniendo así a la vista esos dos objetivos creo que podemos comprender groseramente la gran mutación tecnológica del poder en Occidente. Tenemos el hábito -y una vez más según el espíritu de un marxismo un tanto primario- de decir que la gran invención, todo el mundo lo sabe, fue la máquina de vapor o cosas de ese tipo. Es verdad que eso fue muy importante pero hubo toda una serie de otras inven­ ciones tecnológicas, tan importantes como esas y que fueron en última instancia condiciones de funcionamiento de las otras. Así ocurrió con la tecnología política, hubo toda una invención al nivel de las formas de poder a lo largo de los siglos xvn y xvm. Por lo tanto, es necesario hacer no sólo la historia de las técnicas industriales, sino también la de las técnicas políticas, y yo creo que podemos agrupar en dos grandes capítulos las invenciones de tecnología política, las cuales debemos acreditar sobre todo a los siglos xvu y xvu1. Yo las agruparía en dos capítulos porque me parece que se desarrollaron en dos direcciones diferentes: De un lado existe esta tecnología que llamaría de disciplina. Disciplina es, en el fondo, 56
  • 54. Las redes del poder el mecanismo del poder por el cual alcanzamos a controlar en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por los cuales llegamos a tocar los propios átomos sociales, eso es, los individuos. Técnicas de individuali­ zación del poder. Cómo vigilar a alguien, cómo controlar su conducta, su comportamiento, sus aptitudes, cómo intensificar su rendimiento, cómo multiplicar sus capacidades, cómo colocarlo en el lugar donde será más útil, esto es lo que es, a mi modo de ver, la disciphpa. Y les cito en este instante el ejemplo de la disciplina en el ejército. Es un ejemplo importante porque fue el punto donde fue descubierta la disciplina y donde se la desarrolló en primer lugar. Ligada entonces, a esta otra invención de orden técnica que fue la invención del fusil de tiro relativamente rápido. A partir de ese momento, podemos decir lo siguiente: que el soldado dejaba de ser intercambiable, dejaba de ser pura y simplemente carne de cañón y un simple individuo capaz de golpear. Para ser un buen soldado había que saber tirar; por lo tanto, era necesario pasar por un proceso de aprendizaje. Y era necesario que el soldado supiera desplazarse, que supiera coordinar sus gestos con los de los demás soldados, en suma, el soldado se volvía habilidoso. Por lo tanto, precioso. Y tanto más precioso más necesario era conservarlo, y tanto más necesidad de conservarlo más necesidad había de enseñarle técnicas capaces de salvarle la vida en la batalla, y mientras más técnicas se le enseñaban más tiempo duraba el aprendizaje, más precioso era él, etc. Y bruscamente se crea una especie de embalaje de esas técnicas mi­ litares de adiestramiento que culminarán en el famoso ejército prusiano de Federico II, que gastaba lo esencial de su tiempo haciendo ejercicios. El ejército prusiano, el modelo de disciplina prusiana, es precisamente la perfección, la intensidad máxima de esa disciplina corporal del soldado que fue hasta cierto punto el modelo de las otras disciplinas. El otro lugar en el cual vemos aparecer esta nueva tecnología dis­ ciplinar es la educación. Fue primero en los colegios y después en las escuelas secundarias donde vemos aparecer esos métodos disciplinarios donde los individuos son individualizados dentro de la multiplicidad. El colegio reúne decenas, centenas y a veces, millares de escolares, y se trata entonces de ejercer sobre ellos un poder que será justamente mucho menos oneroso que el poder del preceptor que no puede existir sino entre alumno y maestro.' Allí tenemos un maestro para decenas de discípulos y es necesario, a pesar de esa multiplicidad de alumnos, 57
  • 55. Michel Foucault que se logre una individualización del poder, un control permanente, una vigilancia en todos los instantes, así, la aparición de este personaje que todos aquellos que estudiaron en colegios conocen bien, que es el vigilante1 1 o celador, que en la pirámide corresponde al suboficial del ejército; aparición también de las notas cuantitativas, de los exámentes, de los concursos, etc. , posibilidades, en consecuencia, de clasificar a los individuos de tal manera que cada uno esté exactamente en su lugar, bajo los ojos del maestro o en la clasificación-calificación o el juicio que hacemos sobre cada uno de ellos. Vean, por ejemplo, cómo ustedes están sentados delante de mí, en fila. Es una posición que tal vez les parezca natural; sin embargo, es bueno recordar que ella es relativamente reciente en la historia de la civilización y que es posible encontrar todavía a comienzos del siglo XIX escuelas donde los alumnos se presentaban en grupos de pie alrededor de un profesor que les dicta cátedra. Eso implica que el profesor no puede vigilarlos real e individualmente: hay un grupo de alumnos por un lado y el profesor por otro. Actualmente ustedes son ubicados en fila, los ojos del profesor pueden individualizar a cada uno, puede nom­ brarlos para saber si están presentes, qué hacen, si divagan, si bostezan, etc. Todo esto, todas estas futilidades, en realidad son futilidades pero son futilidades muy importantes, porque finalmente, al nivel de toda una serie de ejercicios de poder, en esas pequeñas técnicas que estos nuevos mecanismos pudieron investir, pudieron operar. Lo que pasó en el ejército y en los colegios; puede ser vísto igualmente en las oficinas a lo largo del siglo XIX. Y es lo que llamaré tecnología indivídualizante de poder, y es tecnología que enfoca a los individuos hasta en sus cuerpos, en sus comportamientos; se trata, grosso modo, de una especie de anato­ mía política, de anátomo-política, una política que hace blanco en los individuos hasta anatomizarlos. Bien, he ahí una familia de tecnologías de poder que aparecieron en los siglos XV!l y xvm y, después, tenemos otra familia de tecnologías de poder que aparecen un poco más tarde, en la segunda mitad del siglo xvm , y que fue desarrollada -es preciso decir que la primera, para vergüenza de Francia, fue sobre todo desarrollada en Francia y en Alemania- princi­ palmente en Inglaterra, tecnologías estas que no enfocan a los individuos como indivíduos, sino que ponen blanco en lo contrario, en la población. 1 1 Surveíllant. 58