Boletin 1077 - Tramitación - Ley Integral Contra La Violencia Hacia Las Mujeres
Hija de José Antequera recuerda legado de paz de su padre
1. Hace 25 años asesinaron a mi padre, José Antequera, en el aeropuerto El Dorado
de Bogotá. Su cuerpo fue velado durante cinco días y cinco noches. Tiempo
suficiente para convencernos a mi madre, mi hermano y a mi, de que la guerra
sería larga y la ausencia de mi padre, definitiva. De aquellos días recuerdo el
momento en el que tuve que escribir una carta al entonces alcalde de la ciudad,
Andrés Pastrana Arango, para pedirle que por favor dejara enterrar a mi padre. La
carta la leí junto a mi hermano José Darío, que entonces tenía cuatro años y yo
diez.
Éramos unos niños y todavía no sabíamos que aquello que cantaban en la calle más
de cuatro mil personas, que esperaban el féretro de mi padre para acompañarlo
hasta el cementerio, se convertiría en un legado imborrable de nuestra identidad.
“Antequera, Antequera, Antequera, podrán cortar la flor pero no la primavera”
gritaban indignados quienes ya se iban acostumbrando a la muerte. Hoy la historia
nos sitúa nuevamente en el escenario del conflicto pero bajo unas circunstancias
distintas. Somos adultos y gracias al coraje de nuestra madre, hemos aprendido a
transformar el estigma en orgullo y el dolor en fuente de dignidad.
Después de tantos años, es mi hermano quien señala la importancia de la salida
negociada de este conflicto que parece eterno, tal como lo hiciera mi padre como
dirigente nacional de la Unión Patriótica antes de morir. Hoy, yo escribo este texto
con el fin de recordar a quienes tienen de nuevo en sus manos la oportunidad de
firmar un acuerdo de paz, que tienen una deuda con aquellos que apostaron por el
diálogo y la negociación para poner fin a la guerra en Colombia.
Con la legitimidad que me da la historia como hija de José Antequera, como víctima
del genocidio contra la Unión Patriótica y como ciudadana colombiana, me permito
hacer un llamado al país y a las partes que conversan en La Habana, para que
miren al pasado y recuerden, que alguna vez la paz en Colombia fue posible.
Hace más de 10 años que vivo fuera del país, pero Colombia viaja conmigo a donde
quiera que vaya. Desde la distancia agradezco y aplaudo la labor de las
organizaciones que se han dedicado a trabajar por los derechos de las víctimas en
medio del fuego cruzado. Gracias a su empeño por conquistar nuestro legítimo
lugar en la historia, las víctimas hoy tenemos la oportunidad de participar en la
construcción de un nuevo país. ¿Qué vamos a hacer con la experiencia y el dolor
acumulado durante todos estos años? Quienes hemos vivido este conflicto y su
barbarie, queremos que nuestra experiencia sea un argumento para la paz.
Desde la distancia y con profundo respeto, me sumo a este proceso de construcción
y propongo a las partes que se encuentran en la Mesa de Negociación, mirar hacia
el pasado y revisar los compromisos que se firmaron en 1984, cuando nació la
Unión Patriótica y el país tuvo una oportunidad para alcanzar la paz. Fue un
momento irrepetible en la historia del país por sus circunstancias, pero vale la pena
rescatar lo acordado y a su vez, incumplido.
Mi experiencia como ciudadana colombiana en el exterior me ha permitido conocer
otras culturas y visitar otros países donde se vive en paz. De esas vivencias puedo
destacar que para construir un país verdaderamente democrático, el Estado y sus
gobiernos debe comprometerse a garantizar la vida de aquellos que ejercen la
oposición política, a no criminalizar las reivindicaciones sociales y a trabajar por un
sistema en el que todos sus ciudadanos tengan garantizados sus derechos
fundamentales. Por su parte, quienes ejercen la oposición deben ser legitimadores
de esos gobiernos y deben participar en la vida democrática del país con miras a
construir cada día una mejor democracia en igualdad de condiciones respecto a las
demás formaciones políticas.
2. Esta es una oportunidad histórica, no solo para las víctimas sino para todo el país.
El proceso que hoy se desarrolla en La Habana, no puede verse como un punto de
llegada y la terminación del conflicto. De firmarse un acuerdo, será el punto de
partida para la construcción de una país democrático y en paz como soñaba mi
padre. Sabemos que el fin del conflicto con las FARC desatará nuevos problemas
sociales que debemos aprender a gestionar a través del diálogo. Allí donde surgirán
diferencias importantes, la educación y la cultura de paz han de ser ejes centrales
del tejido social que se ha quebrado con tantos años de guerra. Las generaciones
futuras deben tener el diálogo como instrumento legitimador de las ideas.
A los cerca de cinco millones de colombianos que vivimos fuera del país los invito a
participar y a sumarse a este proceso sin importar donde nos encontremos, porque
desde cualquier lugar del mundo podemos trabajar por la paz. Propongo entonces,
sumemos nuestras voces para visibilizar el conflicto armado colombiano, para
reconocernos, ubicarnos, identificar nuestros derechos y trabajar en conjunto en la
elaboración de propuestas constructivas.
Propongo que impulsemos, como representantes de Colombia en el exterior, una
cooperación internacional que vaya más allá del paternalismo y la asistencia.
Buscar en los países que nos acogen, el apoyo técnico y la ayuda necesaria para
construir indicadores medibles sobre la construcción de paz así como sus avances y
retrocesos.
Seamos pues, promotores de un trabajo conjunto con otros gobiernos para la
consecución de la paz y la democracia que queremos para el país al que todos
soñamos con volver algún día.
Gracias,
Erika Antequera Guzmán
30 de julio de 2014
Madrid, España.