Ecos de la Asamblea Médica Regional de Lima: Médicos anuncian juicio
El Angel de Chungui
1. El Ángel de Chungui
Miguel García Seminario fue tal vez el militar más querido por los ayacuchanos en el tiempo de la
violencia política. En vez de ordenar asesinatos, torturas y violaciones, rescató a cientos de
pobladores cautivos en manos de Sendero Luminoso. Apodado “Mayor Ayacuchano”, su actuación
fue reconocida por la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Ahora que el gobierno ha derogado
el decreto legislativo 1097, que favorecía la impunidad castrense, conviene recordar a quien
exhibió humanismo en medio del horror. Por Ghiovani Hinojosa
Su uniforme militar lo componían un polo percudido y unos jeans marca Lee. En vez de boina
marcial, usaba un sombrero campesino. En vez de botas de jebe, ojotas todoterreno. Y la mochila
castrense la había reemplazado por una mantita andina que colgaba en su pecho. Chacchaba coca
e intentaba dirigirse a la gente en quechua. Mientras otros jefes del Ejército se apodaban “Capitán
Pantera”, “Teniente Robocob” o “Mayor Samurái”, él se autodenominó “Mayor Ayacuchano”.
Quería confundirse con los pobladores, ser uno más de ellos. “Para que vean que éramos iguales,
seres humanos, solo que estábamos en distintas circunstancias”, dice Miguel García Seminario,
por cierto, nacido en Piura. Siendo mayor del Ejército Peruano, García fue jefe de la base militar
del distrito de Chungui, en la provincia de La Mar (Ayacucho), entre setiembre de 1987 y febrero
de 1988. En ese tiempo, le imprimió a la lucha contrasubversiva un carácter humanitario. Ordenó a
sus soldados no golpear a los detenidos y salió a los montes en busca de los campesinos cautivos
en manos de Sendero. Lo revelan los testimonios que recogió la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR) en la zona. Pero ¿cómo un militar costeño logró que cientos de senderistas
dejaran sus armas sin perseguirlos a balazos? ¿Por qué cuando se enteraron de que el “Mayor
Ayacuchano” abandonaría el lugar las mujeres y niños de Chungui lo siguieron, llorosos, hasta el
helicóptero? García, como se verá, tiene algo celestial.
¡A buscar a los cautivos!
“Sin novedad, Ayacuchano”. La frase ya empezaba a desesperar al entonces mayor recién llegado
a las alturas de Chungui. Sus subalternos volvían al cuartel sin noticia alguna sobre los senderistas.
La estrategia de ‘rastrillaje’, que consistía en dividirse en pequeños grupos y recorrer caminos
conocidos en busca de subversivos, fracasaba. “Ustedes dicen ‘sin novedad’, yo voy a ir a ver lo
que pasa’”, reaccionó entonces Miguel García. Y se fue a caminar, vestido de campesino y
acompañado de 15 soldados, por las rutas más inhóspitas de Oreja de Perro, como es conocida la
zona sur del distrito. En la comunidad de Chapi algunos de sus hombres le confesaron que solo
llegaban hasta la entrada porque la hoz y el martillo inscritos en el suelo los intimidaban. El
“Mayor Ayacuchano” los obligó a vencer sus temores y descubrieron un pueblo fantasma: las
casas estaban vacías y las chacras, descuidadas. Sendero Luminoso había llevado a todos al monte,
en un proceso de desplazamiento forzado conocido como las “retiradas”.
Una noche, la patrulla divisó a un vigilante senderista apodado “Camarada Milesio”. Ni bien el
muchacho vio a los militares, trató de escapar. “Le dije: ‘mira, hijo, yo soy el Ayacuchano, vengo en
2. plan de pacificación, vengo en nombre de Dios, te voy a decir una cosa hermosa: si tú te quieres ir,
anda, escápate, así de simple, vete; pero si confías en mí, vas a venir conmigo, vas a ser diferente.
Así que piénsalo. Yo te voy a dejar acá, si quieres te vas, no me interesa”, es el sorprendente relato
de García Seminario. Tras un largo silencio, Milesio murmuró: “Ayacuchano, voy contigo”. Y juntos
llegaron al puesto de comando de Belén, donde el senderista, aún sorprendido por la
benevolencia de su captor, le confesó: “Yo tengo más familia, mi esposa, en el monte”. Así,
salieron a buscarlos a ellos y a otros atrapados en los campamentos de Sendero. “¡Estoy acá con el
Ayacuchano!”, gritaba por doquier el muchacho. “¡Hay paz, estoy viviendo esto!”. “Yo soy el
Ayacuchano, los voy a llevar a su pueblo. Sigan durmiendo, van a ser bien cuidados, no se
preocupen”, agregaba el mayor.
El historiador Renzo Sulca, miembro del Equipo Peruano de Antropología Forense, recalca que
Miguel García Seminario, a diferencia de la mayoría de jefes militares, advertía los matices de la
militancia senderista, es decir diferenciaba a los mandos subversivos de la masa cautiva. “Cuando
llegaba al monte veía gente pobre, demacrada, entristecida. ‘Ellos no pueden ser senderistas’,
comentaba”. El mismo García lo recuerda: “Decía: ‘vengo a rescatarlos, no a capturarlos, porque
ustedes no son personas malas, no son delincuentes, yo sé que Sendero les ha hecho daño’. Y a los
míos les decía que no maten a nadie, que traten bien a la gente”. De este modo, poco a poco,
consiguió recuperar a más de 500 campesinos reclutados bajo amenaza de muerte por Sendero, y
repoblar con ellos zonas como Chapi. De hecho, a este poblado lo rebautizó como Belén Chapi en
diciembre de 1987. Una escenificación teatral del nacimiento de Jesús al aire libre coronó el nuevo
nombre de la comunidad.
Los testimonios recogidos por la CVR en Chungui y archivados por la Defensoría del Pueblo
prueban que Miguel García Seminario actuó como un militar pacífico y compasivo. Así, un ex
soldado del Ejército cuenta: “Este ‘Mayor Ayacuchano’ no permitía que se le golpee a los
detenidos; él reúne a la gente de los montes y hace el repoblamiento de Chapi” (testimonio
202678). Otro declarante, un comunero de Oronqoy que fue obligado a enrolarse en las filas de
Sendero, relata su rescate del monte: “Al mando del Ejército estaba un mayor con el apodo
‘Ayacuchano’. Luego de capturarnos, nos trató bien y nos dijo que no tengamos miedo porque él
no nos iba a matar. Y nos conduce a la base de Chapi. Allí estuvimos un año trabajando para
mantener a nuestras familias” (testimonio 202247). Y un poblador que fue gobernador en 1965
enfatiza: “Los anteriores militares nos maltrataron mucho, recién con el ‘Ayacuchano’ logramos
algo de pacificación” (testimonio 202660). Y es que basta con recordar algunas crueldades
cometidas en Chungui para ver que García Sarmiento fue un paréntesis en medio del horror.
La crueldad de Samurái
Cuánto duele el siguiente testimonio: “Cuando mi madre se escapaba lo agarraron, después de
acorralarlo lo amarraron, luego a mi madre sola de cada lado la llevaron a mi choza. En ahí, a
patadas lo han agarrado y mi madre gritando estaba agarrando su mano (…). Luego empezaron a
violar a mi mamá, uno en uno violaron los militares. Cuando terminaron ellos empezaron los
ronderos a violar, y el resto está mirando cuidadosamente. Cuando hizo esas cosas, mi mamá
3. gritaba demasiado estrujando sus manos; después de violar han traído sus dedos, le habían
cortado”. Este relato pertenece a una pobladora de la comunidad de Huallhua (Oreja de Perro) y
está registrado en el archivo de la CVR con el código SR2-40-01/07. Es una muestra del nivel de
barbarie al que llegó la actuación de las fuerzas armadas en este rincón de la serranía peruana. La
CVR ha certificado que allí los miembros del Ejército no solo replicaron algunas prácticas
senderistas –asesinaron a supuestos terroristas delante de todo el pueblo–, sino también
cometieron torturas, violaciones sexuales, robos de propiedades y otros abusos.
El más sanguinario de todos fue el “Capitán Samurái”, quien estuvo a cargo de Chungui en 1985.
Que hablen los testimonios de la CVR: “Este capitán, junto a otros militares, solía perseguir a la
gente del pueblo para matarlos con el pretexto de que alimentaban a los senderistas” (202301);
“ese mayor era un asesino, a tanta gente ha matado” (202690); “el mayor Samorae mataba a
todos sin distinción: jóvenes, niños, ancianos y mujeres. A las mujeres jóvenes y viudas los llevaba
al cuartel para violarlas” (202663). Incluso, un testimonio es particularmente comprometedor:
“Samorae obligó a la población para que voten por Alan García Pérez para la presidencia de la
República (en abril de 1985) porque era su amigo personal y compañero de estudios” (202660).
Un siervo de Dios
“El soldado se forma para matar, para ganar batallas, pero cuando obra con el corazón es
diferente. Al militar le falta vida espiritual”, sentencia este piurano de pupilas diáfanas. Miguel
García Seminario lo sabe de primera mano: estuvo cuatro años en el seminario cuando era
adolescente, y ahora, 23 años después de la violencia que vio en Chungui, asiste fervorosamente a
la iglesia evangélica “Cristo viene”, en Jesús María. “Nadie me ha reconocido, solo Dios”, medita
en voz alta. “En realidad, él fue quien hizo todas esa cosas maravillosas en Ayacucho”. “Mayor
Ayacuchano”: sea usted un instrumento divino o un hombre con nervios de acero, merece un sitial
en la mente de todos los peruanos. Basta con habernos demostrado que el humanismo puede
sobrevivir en medio del horror.
Nadie lo reconoce
El “Mayor Ayacuchano” cuenta que el Ejército nunca lo ha reconocido públicamente ni lo ha
convocado para exponer su exitosa experiencia de combate en las escuelas militares. Al contrario,
lo ha tratado con incomprensible negligencia: en enero del 2003, le dieron de baja junto a otros 27
comandantes de su promoción con el argumento de “renovación de cuadros”. “En realidad era
para dejar a un solo oficial en carrera y favorecerlo con el ascenso”, asegura. Él, que ocupaba el
puesto 4 en la tabla de mérito, tenía programado su ascenso a coronel para enero del 2004. Luego
de ganarle un largo juicio al Ministerio de Defensa, logró ser reintegrado al cuerpo castrense en
enero del 2008. Pero tras reclamarle su ascenso al entonces ministro Ántero Flores-Aráoz,
nuevamente fue dado de baja. Hoy ha conseguido por la vía judicial que le reconozcan sus pagos
por tiempo de servicio y ha entablado otro juicio por el asunto de su ascenso. “Ya el Señor me ha
dicho en sueños que voy a ascender”. ¿Qué tiene que decir a todo esto, ministro Jaime Thorne?