BITÁCORA REALIZADA A PARTIR DE LA CÁTEDRA DE ESCRITURA CREATIVA, IMPARTIDA POR EL MAESTRO FABIÁN GUERRERO OBANDO, CURSO DIDÁCTICO SOBRE EL ARTE DE LA ESCRITURA
3. A veces escuchar palabras silenciosas y otras
veces ensordecedoras donde lo agradable y de-
sagradable es la mezcla perfecta para poder en-
tenderme y saber qué es lo que realmente estoy
buscando o queriendo expresar.
Hace más de dos décadas que el maestro Fabián
Guerrero imparte cátedras de literatura, escritura
creativa y lenguaje en la Universidad Central del
Ecuador, caracterizándose por mostrar la reali-
dad de la poesía y los géneros literarios, propi-
ciando la demanda que esta conlleva y a su vez
destacando la sensibilidad que se debe adquirir
al momento de escoger las palabras adecuada
para lograr un nivel artístico, que conlleve a la
ejecución idónea de un texto literario.
A decir del maestro Guerrero la poesía se la debe
trabajar desde la más íntima soledad o desde la
más radical individualidad, podríamos convenir,
casi naturalmente, que la poesía es el género más
verdadero de entre los géneros, aunque eso
suponga una amenaza contra el poeta, contra la
poesía y contra el mundo.
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8. Se detuvo para buscar una fosforera mientras observaba de qué lado podía encender el aplastado cigarrillo. Tras
varios intentos y con una quemadura en sus dedos lo logró, al absorber un poco las náuseas querían apoderarse
de él. Notó que su estómago daba gritos.
Un coche se acercó lentamente. Cuatro jóvenes de esos que no saben nada de la vida y mucho peor de la muerte
lo ocupaban.
-¡OYE, TÚ ANCIANO! ¡MUÉRETE!- gritó uno de ellos a Fernando.
Las carcajadas de los otros simplemente retumbaban como pequeñas avispas, se alejaron.
El cigarrillo de Fernando seguía encendido. Dio otra absorbida. Brotó una bocanada de humo azul. Le gustaba
aquella bocanada de humo azul.
Caminaba bajo el calor del sol pensando: << Voy andando y fumando un cigarrillo>>
Fernando caminó hasta llegar a la Plaza Foch, ahí junto al “AZUCA” con el cigarro entre sus dientes, se agachó y
se sentó. La vereda estaba fría, estrecha y evaporizándose. Un aroma a desesperación pero agradable. Personas
que corrían como hormigas, que no sabían hablar, que no sabían saludar. Y otra vez pensaba: << Estúpida socie-
dad, que estúpidos son, no saben vivir>>.
Levantó la mirada hacia el cielo. El cielo estaba tan limpio, tan endemodiamente libre. Fernando lo miraba detenid-
amente para intentar sacar algo en claro. Pero mientras más lo miraba nada sucedida. Ninguna sensación de Dios,
Diablo o castigo.
A Fernando le gustaban los pensamientos profundos porque solo de esa forma podía cometer errores profundos.
Después, pensó un poco en el suicidio. Tranquilamente. Como la mayoría de seres humanos piensa en ir de com-
pras. El principal problema de pensar en aquello es que podría ser el inicio de algo peor. Pero para no pensar tantas
pendejadas, mejor decidió ir por una cerveza helada de la mano con unas buenas rolas que permitan que su fron-
dosa cabellera se moviese al ritmo de la vida.
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11. -¿Esteban? Esteban… ¿estás bien?
Esteban no contestó. Pero Fernando notó que respiraba y vio que no había sangre. Está jodido, pensó Fernando,
Y yo estoy jodido. Todos estamos jodidos pero de diferentes maneras. No hay verdad, no hay nada real, no hay
nada.
Pero si había algo, había una multitud.
-¡Retírense!- dijo alguien- ¡Denle aire!
Fernando retrocedió hasta meterse en la multitud, nadie le detuvo. Iba andando hacia el sur. Oyó el lamento de la
ambulancia, junto con el de su propia culpa. Entonces la culpa desapareció, como acaba una vieja guerra. Fernan-
do ingresó a un restaurante de buen nombre, pidió un bistec con papas y se sentó a comer. Lo miraban raro, como
si fuese lo peor del mundo. Tal vez pensaban que no tenía dinero. Al percatarse de esto Fernando se puso de pie,
sacó dos billetes de la cartera llena de gracia, los puso sobre el plato.
Luego salió de allí.
Los coches llenaban la avenida, las luces titilaban de manera incandescente. El mundo era desgraciado, las perso-
nas eran desgraciadas. La gente estaba aterrada, habían caído en trampas y malgastaban sus vidas las perdían
como en un juego de cartas. Fernando echó a andar. Se detuvo en un semáforo. Y ese momento tuvo una
sensación extraña. Le pareció que él y su pelirroja de cabello alborotado eran las únicas personas vivas del mundo.
Cuando la luz se puso en verde, se olvidó completamente del asunto, tomó de la mano a su pelirroja y cruzó hacia
la otra acera y continuó caminando.