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EL AGUA
(POESÍA 2002-2012)
Prólogo de Ángel Luis Luján
MIGUEL ÁNGEL CURIEL
Primera edición, 2014
© Miguel Ángel Curiel
© Del prólogo, Ángel Luis Luján
© De la presente edición, Ediciones Tigres de Papel
C/ Melilla, 55-B, 7º A
28005 – Madrid
www.tigresdepapel.es
info@tigresdepapel.com
Depósito legal:
ISBN: 978-84-942202-1-0
Impreso por:
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la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trans-
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permiso de la editorial.
EL AGUA
(POESÍA 2002-2012)
7
A Uxia Piñeiro
Prólogo
El agua primordial
Gaston Bachelard nos enseñó que la imaginación no es,
como pretendían ciertos sectores del Romanticismo y aún
de las vanguardias, una facultad aleatoria y caótica, un repo-
sitorio despropositado de imágenes sin orden ni concierto,
sino que tenía sus leyes y su estructura y estaba profunda-
mente anclada en la relación del hombre con la naturaleza,y
dependía de su posición en el universo. Muchas de las cosas
que escribe el filósofo francés en su precioso libro El agua y
los sueños podrían aplicarse a esta trilogía de Miguel Ángel
Curiel, pero eso no agotaría el significado de tan deslum-
brante como inaprensible obra.
Los instrumentos que el crítico maneja se vuelven romos,
ridículos juguetes, cuando se enfrenta a una poesía como
esta, a la vez densa y elemental, tan abierta a lo absoluto que
8 9
cualquier intento de asedio deja como mucho un girón de
nube o de vapor entre las dedos del entendimiento; un poco
como aquellos dulces de algodón de nuestra infancia, de los
que cuando uno creía haber atrapado un buen mordisco se
quedaba con la frustración de las hebras deshechas en el
hálito y un demorado regusto, promesa de la dulzura total
que nunca se lograba.
Partiendo, pues, de la insuficiencia de todo análisis, situa-
mos la poesía de Miguel Ángel Curiel en el terreno que le es
propio, el de lo elemental, pues su universo está construido
con las sustancias básicas de la realidad: lo telúrico en Pie-
dras, la luz en Luminarias y Diario de la luz, el aire en Mal
de altura y Hálito.Tampoco está ausente de su producción el
fuego, que asoma por las páginas encendidas de El verano.
El ciclo del agua, aquí reunido, está formado por los libros
Por efecto de las aguas,Los sumergidos y Hacer hielo,agrupados
y reelaborados ahora bajo el título aún más esencializador
de El agua.
De hecho, el paseo por la poesía de Curiel (se anda mucho
en ella) va tan más allá de los elementos que nos adentra-
mos en un mundo, si puede ser (y en poesía puede) incluso
anterior al mito y nos gana la fascinación ante los distintos
aspectos bajo los que se nos presenta la naturaleza y la reali-
dad. En consecuencia, la palabra de Miguel Ángel Curiel es
prerracional y, por supuesto, premítica: no trata de explicar
qué nos ocurre en esta existencia sorprendente o por qué
sino solo de constatar qué sentido se desarrolla aquí en toda
su pureza.
No es de extrañar,entonces,que todo los poemas pasen ante
nuestros ojos en un presente que no es el de la actualidad ni
el presente histórico,sino el de la permanencia en la esencia,
el presente del conocimiento y de la visión. El que lee vive
siempre en el presente de su lectura, y con más razón en
estos versos. A veces hasta desaparece el verbo y accedemos
a la constatación neta de una realidad trascendida:
La luna fermentada,
el pan mordido,
el poema a la mitad… (“Haciendo un pozo”)
Porque es un tiempo sin tiempo y un entorno arquetípico,
podemos encontrar a los sembradores hablando en latín con
unos enigmáticos y legendarios embajadores (“Nubes”).
El proceso es complejo, no obstante la asombrosa sencillez
de medios que siempre ha usado el poeta.Todo empieza con
esa actitud de apertura total que nos dispone a “ver el mun-
do” por primera vez y que podemos llamar, para entender-
nos, inspiración, aunque tiene mucho de sobrecogimiento:
“Me alimento / de visiones breves” (“Criba”); a este esta-
do acuden las palabras todavía no hechas por los humanos
sino por una naturaleza directamente encarnada en verbo:
“¿Quién pone esos nombres al agua sino el aire?”(“Historias
del agua”). De hecho, la propia poesía, inscrita ya en la na-
turaleza, es capaz de modelar el lenguaje humano, hacernos
hablar por ella: “La poesía cambia de curso / las palabras”
(“Una fotografía sin revelar”). Algo ajeno y a la vez nuestro
nos habla por el solo hecho de existir.
10 11
De esta manera,la realidad y las palabra son permeables una
a otra, están todavía adheridas, confundibles, en la forma
bruta de la visión, como muestra el poema en prosa “En
una ciudad perdida”, donde leemos expresiones como “Ne-
cesitábamos traducir toda la luz posible”, un “nosotros” gra-
cias al cual el poeta se funde con el personaje de su texto,
rompiendo así también las barreras entre el espacio literario
y el espacio de la realidad. Y esto nos recuerda que con la
escritura de Miguel Ángel Curiel, como con todo poeta de-
finitivo, hay que replantearse las cuestiones de adscripción
genérica, o simplemente olvidarlas. Su lírica coincide con lo
narrativo en algunos puntos, como en el poema que acabo
de citar, también con la escritura autobiográfica casi canó-
nica, como en “Historias del agua”, pero por todas partes
podemos encontrar la presencia de la larga tradición de la
literatura sapiencial o gnómica: el aforismo, la reflexión, el
enigma incluso.
Ese trasvase entre realidad y escritura se aprecia claramente
en las expresiones paradójicas o los pensamientos imposi-
bles (como en los dibujos de Escher o los cuadros de Ma-
gritte): “Y el hombre del poema / escribe ese mismo poema
/ ahora en el blanco / de la muerte” (“Hombre”). Abundan
los textos en que la poesía se hace reflejo de sí misma, en los
que, más allá de lo metapoético, se plantea el fundamento
mismo del decir y el ser poético, hasta el punto de que nos
preguntamos con el poeta:
Y tu ¿acaso no dabas vueltas dentro del
mismo poema como enjaulado? (“Ola de calor”)
La pregunta resulta urgente: ¿puede salirse fuera del poema?
¿Estamos atrapados en una existencia poética? Y esta exis-
tencia lírica ¿lo es en el sentido del imperativo nietzscheano
de hacer de la vida propia una obra de arte?, ¿o es más bien
una condena?
Pensé siempre que lo que escribimos o decimos debía
ascender, aunque fuera ligeramente, y si fuera posible
salirse del papel. (“La fiesta”).
En ambas citas el poeta parece lamentar la prisión del len-
guaje, la gravedad de lo escrito que nos tira hacia la tierra e
impide levantar el vuelo, salirnos de los márgenes. No está
seguro el poeta de si lo que se vive en el poema se vive tam-
bién fuera de él. Es en definitiva, la pregunta de toda la es-
tética moderna: ¿la poesía es autorreferencial?
Quizá la mejor manera de salir de esta encrucijada, de las
preguntas centrífugas, sea acudir a una imagen:
Una carta nada grave, un saludo, unas palabras que
vayan un poco mas allá de nuestras palabras, como si
hubiera en ellas la semilla de la distancia, y eligieran la
grieta como lugar, y no el aire, donde por otro lado se
esparcen demasiado. (“Carta”).
El poema es como la semilla, crece en un ciclo natural, a
partir de un elemento mínimo y lo que estaba dentro del
grano y de la tierra ahora está fuera.Así la poesía crece hacia
12 13
abajo,hacia las raíces,pero también hacia el aire,y la sombra
que ganó dentro es la que ahora arroja hacia fuera:
el verde negro de los olmos, un verde que huele como
la camisa de un fumador de pipa, un verde de raíz
profunda (“Un largo muro”).
Esta manera poética de vivir el mundo tiende a veces a la
idealización: “Estas palabras, para caer, deben ser más lige-
ras que el silencio”(“Espacios inundados”), o “Palabras en el
aire / cada vez más leves / e invisibles” (“Andenes”). La pa-
labra como algo ligero y alado, en la estela del Ion platónico;
pero, consecuente con lo que hemos visto antes, el poeta no
descarta la parte de condena que esto tiene, la humillación y
fealdad que asedia toda existencia, su parte de imperfección.
La poesía puede elevarse alto, pero su vuelo puede ser tam-
bién el de un pájaro agorero:
Muy
arriba los buitres. Ningún
ave llega tan cerca de las
puertas azules, ningún
pájaro caga desde tan alto.
Aporto mi llanto,
mi erosión,
mi yo. (“Salto de agua”).
Nos encontramos incluso con la sospecha del engaño, la
frustración o la simple caducidad, lejos de lo sublime: “Re-
galé legañas en vez de visiones” (“Tu fu”); “Todo lo que es-
cribo se secará” (“Tachado”).
El precario límite entre la palabra y lo expresado tiene el
efecto, no de crear alegorías, simbolismos o corresponden-
cias como en la práctica de la modernidad a partir de Bau-
delaire, sino de poner ante los ojos del lector lo que de sen-
tido en sí mismo tiene el mundo, antes de que lo digamos,
extraerle todo su ser. Por ejemplo, cuando en “Lance”se nos
describe la tensión del sedal por el peso del pez atrapado y
leemos “La muerte / tira así de nosotros. / No quiere que se
rompa / el sedal de la vida” erraríamos si lo interpretáramos
como una sencilla alegoría sobre la muerte a la manera me-
dieval o de la predicación sagrada. El instante mismo con-
tiene en sí el exacto sentido de tensión extrema de que nos
hace partícipe el poeta, plenitud significativa que no depen-
de de las palabras con que lo trasmite, sino que las contiene.
Aparte de que se rompe aquí (y “romper” es la palabra que
aparece en el poema) toda la lógica de la tradición inter-
pretativa, que nos haría esperar que lo que quiere la muerte
es precisamente quebrar el hilo de la vida, como en el viejo
motivo de las Parcas.
Igualmente la alegoría que parece ser el poema “Trucha”,
que podría interpretarse como una correspondencia entre
el movimiento del pez (o su quietud) y la palabra poética
se deshace en el poema con el “quiebro” con el que escapa
el animal. Lo mismo ocurre cuando se asimila la poesía a
un trampolín cerrado, la invitación al salto que no se puede
14 15
dar: “Que la poesía fuera eso. Algo muy leve sosteniendo el
mundo” (“Trampolín”).
La poesía, pues, es un hecho ininterpretable, pertenece a un
orden natural, como el agua, y eso explica el predominio de
la yuxtaposición, la parataxis, la oración sencilla y escueta y
la falta de modalización del discurso:
La borrasca y el poema
están en el papel.
La lluvia y la poesía
en la realidad. (“Una fotografría sin revelar”).
En un sentido heideggeriano, pues, el poeta no nombra el
mundo sino que hace aflorar su sentido, abre ahí el ser de
las cosas en su plenitud. La afinidad, incluso léxica, con el
filósofo alemán es muchas veces palpable: “Todo se oculta
/ en torno a algo que es / igual a lo que oculta” (“Bosques”).
La idea heideggeriana de que la verdad es la experiencia
de sacar a la luz el ser que está oculto aflora aquí con toda
claridad.
La célebre afirmación del filósofo de Friburgo de que el poe-
ta es “el pastor del ser” se convierte, no obstante, en Curiel,
en duda: “¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el cam-
panero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?”
(“Mañana de San Sebastián”). Y el poeta duda porque no se
fía del lenguaje tanto como lo hacía el autor de Ser y tiem-
po, siempre le queda la sospecha de que el lenguaje, igual
que puede dar a la luz la plenitud oculta de la experiencia,
también puede nombrar el vacío y destapar nuestra viven-
cia como la insistencia de la nada (y aquí aparece en escena
Mallarmé): “El nombre de las playas siempre es un nombre
para llenar el vacío del lugar. El mar no necesita de nombres”
(“La playa”, cursiva del autor), o más definitivamente: “El
poema enfila la nada” (“Siemprenunca”).
Todo esto, que está en la base del pensamiento poético de
Curiel, aflora a la superficie textual en múltiples juegos de
palabras que indican la facilidad con la que el lenguaje se
desliza de una realidad a otra, como si la poesía rozara, aca-
riciara todo para atraerlo a una unidad. Jugar con las pa-
labras es también jugar con la representación del mundo,
hacer mundo. “Izar casi de raíz. ¿No es una palabra corta
que se riza?” (“Días de Talavera”). O la extraña pero lógica
descomposición del nombre de Portugal en “Portogallo” en
el poema del mismo nombre.
Esto nos lleva a otro problema, radicalmente central, que
emerge inevitablemente a lo largo del libro: el de si el len-
guaje es comunicación. La cuestión queda asombrosamen-
te planteada en el título de Los sumergidos y el poema ho-
mónimo que lo explica. Solo debajo del agua pueden los
amantes decirse lo que no son capaces fuera, pero ¿qué tipo
de comunicación es esa? El espacio de la pura transparen-
cia del agua, imagen de la palabra absoluta, es también el
del vacío del amor. La palabra debe, entonces, mancharse
de la respiración terrena para emocionar y decir, llegar has-
ta el territorio de la muerte, pues hablar debajo del agua o
en su superficie es hablar a los muertos y con los muertos;
16 17
la palabra poética se plantea aquí como un diálogo con la
muerte: “Muerte, te hablo / de tú a tú” (“Brasas, sargos y
boñigas”); “Todo lo que se le dice / a los muertos / siempre
es poesía” (“La muerta”).
Ello va asociado al tema del tiempo, que se presenta como
enigma o, mejor, como adivinanza: “¿Qué es que no es?”,
pregunta de “Lumbre en la arena”, poema donde el poeta
tiene el acierto de vincular la ambigüedad del paso del tiem-
po (¿destructor o regenerador?) con la vuelta a un recuerdo
infantil y su persistencia en la forma material de la tierra:
“De niño subía arena a casa. / Esa arena, esa niñez / son
ya lo mismo”. El poema que da título al libro Hacer hielo es
también clave para concebir el tiempo: “En verano bajaban
de las montañas / hombres cargados de nieve / y la vendían”.
El situar la acción en una estación concreta y apuntar el
trayecto de los hombres desde la nieve contrastan con la
intemporalidad que nos quiere transmitir el título con ese
infinitivo colgado de la permanencia: Hacer hielo. Y nos
volvemos a llenar de preguntas: lo elemental, el hielo, ¿hay
que fabricarlo, como el poema fabrica el mundo con sus
palabras?, ¿o simplemente hay que transportarlo desde la
montaña para ofrecerlo al resto de los hombres? Si el poema
“hace hielo”, esto es fija, en la forma sólida de letras sobre
un papel, la naturaleza fluida y errabunda del agua, que no
se deja atrapar, ¿está traicionando al agua y el resultado
es un trozo muerto y frío de materia, aunque puro en su
apariencia?
Las respuestas, si las hay, están incardinadas en la lectura
de esta trilogía que devuelve al agua su fluidez después de
haber quedado por un momento suspendida en el hielo de
la página, un agua que nos sacude, como en esta imagen
provocadora en la mejor tradición surrealista: “Hay un hilo
de gusano.Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador
civil. Tiran de él hasta destejer al hombre” (“Port Bou”); o
que nos arrastra en su intensidad como la contenida en el
poema “Poder”: “El que huye tras las huellas en la nieve /
lleva el sol en sus ojos / como un depósito de ceniza”.
El poder es, precisamente, otro de los temas que no pode-
mos soslayar en la lectura de El agua, donde ocupa un lugar
destacado la meditación sobre la relación de la palabra con
él. Frente a lo que pueda parecer, no es esta una poesía en-
simismada y evasiva. Los versos de Curiel suponen no solo
una posición en el cosmos y en la existencia, sino también
en la vida social. Muchas veces insiste el poeta en que sus
textos son cartas al poder.Se sitúa así esta vez bajo el magis-
terio de Adorno, para el que el lenguaje que se opone verda-
deramente al poder no es el del enfrentamiento directo,sino
el divergente de la vanguardia, el que no respeta las normas
establecidas y el discurso lineal. La palabra, presentada en
su pureza y en su desnudez, como hace Curiel, enfrenta al
lector con la falsedad esencial de cualquier discurso que vaya
más allá de lo real, en el sentido de lo auténtico. La lumino-
sa precisión, minuciosidad y concreción con la que el poeta
desmenuza el mundo se opone al discurso abstracto y vacío,
lleno de conceptos y falto de referentes del poder.
18 19
Mientras que el discurso del poder es un discurso que quiere
hacerse tan visible como las realidades a las que remite, per-
petuarse en sí mismo, la poesía se le opone como un puen-
te: “¿Y no es la poesía solo eso, un puente invisible entre
las realidades visibles? (“El puente”). Un puente es también
algo que une y hermana, frente a los discursos oficiales que
separan.
Tales de Mileto afirmó que el principio de todo era el agua,
y Heráclito fue el primero en revelarnos el devenir en forma
de río, en el que nadie se baña dos veces. De los presocráti-
cos a Curiel hay una corriente subterránea, quizá una con-
fluencia de aguas que viven simultáneamente en el tiempo
detenido de la inmersión poética. Seres alados y míticos
recorren sobrevolando este mundo en forma de ángeles ri-
lkeanos, metamorfoseados a veces en su contrapartida oscu-
ra y demoniaca: moscas o gallos; porque esta poesía,como el
agua primigenia, está siempre en movimiento y lo va cam-
biando todo, pero siempre resta una blancura. La presen-
cia de lo blanco (mallarmeano quizá) tiene que ver con la
amenaza de la desaparición y del silencio que acecha a toda
aventura del ser. Es el blanco de hospital, donde uno siente
que puede “andar paralelo a la muerte” (“Hospital”); o el
blanco que iguala creación y muerte: “Folio donde escribo,
tras unos muros también blancos. (Donde acaso se pierden
las palabras que estaban más cerca, las que podían iluminar
la nada)” (“Días de Talavera”).
Muchas veces ha caído la poesía contemporánea en este ex-
pediente fácil del silencio o sus sucedáneos. Miguel Ángel
Curiel, sin embargo, ha aceptado el reto de escribir en el
límite; se ha sumergido como nadie en aguas profundas y
nos ha traído un poco de luz, para regar-alumbrar estos pa-
sos inciertos en la tierra. Lo que su poesía nos descubre no
puede ser mostrado de otra forma; lo que al lector le espera
es una experiencia única, y quizá su única salvación.
Ángel Luis Luján
20 21
Debo vivir, aunque esté dos veces muerto,
Y la ciudad enloquezca por el agua.
Ossip Mandelstam
Éste es el Sena y en su turbulencia
Me he mezclado y me he conocido.
Éstos son mis ríos contados en el Isonzo.
Giuseppe Ungaretti
De a dos nadan los muertos,
De a dos bañados en vino.
Paul Celan
22 23
POR EFECTO DE LAS AGUAS
			
En mi niñez era un charco pequeño y poco profundo… Se
decía que en la alberca desembocaban las aguas subterrá-
neas del cementerio…
Jaroslav Seifert
24 25
21 de enero
¡Fíjate en qué año
estamos ya!
Todo es nuevo,
y esas piedras,
al haber sido traídas
desde tan lejos
nunca se enfrían.
Nosotros, al haber querido
ocupar un espacio mayor
al que nos correspondía,
a solas hemos terminado hablando
con todo.
Ave de paso,
¿te quedas?
Entre el cieno y el cielo
el mundo se corrompe
y se purifica.
El gallo de un solo ojo,
al cerrarlo
nos ve.
26 27
Brasas, sargos y boñigas
Muerte, te hablo
de tú a tú.
He escrito en el centro de la hoja
la palabra brasa, solo esa palabra,
solo esa brasa. Mi mano tapa
mi nombre. En otra hoja escribí
la palabra sandía –es el fruto
de la vejez, abierta ya no rueda–.
El rasgo de la rosa es el sargo.
El sargo que pesca un niño
para dárselo a su madre. Espinas,
demasiadas espinas… Entonces sigue
las boñigas, no las huellas
perdidas que el aire se come, solo las
boñigas.
Menos ese caballo montado
por un ángel dando vueltas
alrededor del pozo,
todos estamos boca abajo
en el mundo
Ola de calor
Calles desiertas.
El sol rueda lentamente.
Los plátanos sobresalen tras el muro
blanco de Villa Daniela. Si me tiro a la
piscina alguien oirá el agua. Pero musito,
hablo con la luz que siega a ras del ojo;
Luz como la de un libro de André du
Bouchet…
En la visión un lobezno en una jaula
para osos. Podría escapar apretando su cuerpo
contra los barrotes. Se liberaría solo,
y si no lo hace, se debe a un problema
ocular. Ve un tercer barrote por cada dos.
El barrote de…
Y tu ¿acaso no das vueltas dentro del
mismo poema como enjaulado?
28 29
Arco
Tensa el arco.
Tiene la flecha mordida en la boca:
Lanza la flecha con la mano.
Arroja lejos su yo.
Es Godot.
Ya está al fin aquí Godot.
¿Es el Godot que esperabas?
“Al menos a mí, el amor me
produjo el efecto contrario,
el llanto abrasó la tristeza
como la orina…
Arde el neumático,
el barco es de fibra óptica,
la vela de naylon,
el mar está lleno de flores
y de idiotas navegando…”
Aguas
La oscuridad está llena de aguas
cristalinas.Trabaja el agua contra
la realidad, o estas aguas verdes
estancadas que me apaciguan.
Me miro en ellas. Suelto el agua,
en las compuertas un pájaro
muerto y unos palos giran en el
remolino. Alguien le habla
a la sima, al túnel, al pozo:
el silencio es la corriente
de las voces lejanas.
¿Cómo un camino tan claro
puede llevar a una cueva?
¡Hagamos santo a Brueghel!
que soplaba polvo de oro
en la manzana podrida.
¿No lo veis ahora?
El destino aflora y mana rápido
de la lentitud y el instante
se revuelve.
Entonces no bebáis
agua de la purificadora.
30 31
Extraños poemas
Unos zapatos en el aire
dando en la espalda de chapa
de un ángel, o lo que el muerto
ve en las aguas en las que tú
encuentras fácilmente las lágrimas
del mundo.
En el techo una bombilla
desnuda como una mujer
que va a dar a luz. Los perros
mueven el rabo y miran
las flores de papel, las costras
de mis piernas. Me comí
el queso negro mientras
alguien se comía
las ortigas. Las estrellas están
descolocadas en el cielo, y la
poesía humillada por estos
extraños poemas.
Tu Fu
Mis palabras me han dado fama, pero estoy envejecido,
enfermo y cansado, arrastrado de acá para allá, soy una
gaviota perdida entre el cielo y la tierra.
Tu Fu
Un nombre corto,
un nombre corto en la cubierta de un
libro. Bajo el nombre en negro, un
pájaro rojo. ¿Un carpintero o un
Martín pescador?
Ya no podría escribir sin la
ayuda del vino, y ahí está la botella,
la hija, con su pañuelo azul a la
cabeza…
Doy con la alpargata en la estrella de
mar. La luna es un horno frío,
las flores del rostro son solo
pensamientos, al sentir el horror de
escribir poesía per se.
Regalé legañas en vez de visiones.
32 33
Hospital
Los que se adentran ven
a los que salen. Los que salen
van diciendo los nombres
de los que se quedan dentro.
Esperan que la noche sea clara,
como la de un hospital donde
se ha ido la luz. El blanco tan denso
donde nos hemos perdido.Tienta
pisarlo,
andar paralelo a la muerte.
Escribirlo,
al menos el nombre,
o como un pez ahogado en la leche.
¡No bebas eso!
En un puente
Esa mujer se descalza siempre
para cruzar el puente,
eso explica por sí mismo
el sonido del granizo
y el silencio de las perlas.
Él, si no oye los zapatos
nunca se tira.
Ella, al no oírse a sí misma,
se siente viva.
¡Rápido! Haz un nido en la tierra
aunque sea un lugar de paso.
Aquella mujer habla
de su belleza perdida
con su corazón perdido.
Dentro de su moño blanco
hay un vencejo.
34 35
Uxia
Frutos en la larga
cabellera de mi mujer.
Luego nos comemos
las ancas llenas de canas.
Mondamos los recuerdos,
los frutos del amanecer.
Insomnio
Un caminito muere aquí.
Llueve, en las montañas es nieve.
Es fácil desesperarse frente a los muros,
más allá de noviembre no hay nada.
De noche un ángel de aire
protege con la mano la llama,
la palabra que ha brotado…
De día, la oca al sol come las bolas
de papel, se come el horror vacui,
al muñeco de pan…
Por el camino de la noche nos alcanza
el día y detenidos vemos pasar
a esos viajeros sin sombra…
¿Qué sería del amor sin la lluvia
y sin los sueños que despacio
se pierden en el rostro?
Ella, precisamente ella,
la única que no tiene rostro,
y por eso su alegría debe ir
con el mundo, ser la del mundo
y estar en los árboles
mientras cae la nieve.
36 37
El perro avisó
El perro avisó.
Alguien llegaba
mientras alguien se iba.
El perro iba del uno al otro.
Nadie, quizás nadie
fueran todos, y yo
me iba de un rostro a otro.
Montañas, llanuras
Montañas,
Llanuras.
¿Cómo cambiar
esas palabras
por estas más grandes,
más llanas?
38 39
Haciendo un pozo
La luna fermentada,
el pan mordido,
el poema a la mitad…
Mientras escalan el picacho
tú haces un pozo: no encontrarás
mas que agua…
Les ves pegado a la piedra,
parecen insectos: ellos desde la pared
te ven: pareces un animal que escarba,
animal que come insectos.
Camino
El camino es totalmente recto.
El poema es recto. Nunca se acaba la
llanura. No se acaba el día, la noche,
y miro hacia atrás, hacia los lados.
En el cielo pesadas estrellas, lejanas
y luminosas estrellas. Nosotros les
ponemos nombre y vamos de una a otra
una vez muertos. Pero en esta casa
de noche se oye al cangrejo. Lo duro
suena contra lo duro, y alguien
camina con los codos y las rodillas.
Aunque fueran cortas las distancias,
la larga pasión acorta la vida
hasta esta escalera por donde
baja el agua.
Subo despacio.
40 41
Bosques
Una rama no oculta nada.
Si la sigues siempre
terminas en el cielo.
Muchas ramas y hojas
terminan ocultando
no más que ramas
y hojas.Todo se oculta
en torno a algo que es
igual a lo que oculta.
Una rama oculta a otra.
La última rama
es la mas desnuda.
Lo decimos todo al centro,
y el centro de la catedral es el cielo.
Viaje a pie a Cuenca
La cabeza de un rey,
aunque ruede va pensado
¡¿En que!?
De reojo ve su corazón
tirado. De reojo se mira
en el agua. Él le dice
sí al no y no al sí.
¿Pero sabe el cuerpo del rey
que la cabeza del rey sabe
que en el centro de la palabra
Evangelio está escrita
la palabra ángel?
Y el único espectador
en el teatro de Segóbriga.
El único actor en un monólogo
a dos voces.
La fuente llora por mí.
El pájaro vuela por mí.
Yo río por ella
y camino por él.
Al gallo le sale pelo.
42 43
En la niebla
La niebla, la hoja.
El frío construye cosas de agua, y de
agua hace la lengua del ángel del
verano.
Pesados ángeles de piedra a los que
la lluvia ha dejado sin cabeza.
Estarán ahí hasta el día
del juicio final.
He roto un palo seco,
y después del chasquido
ha comenzado a cantar
un pájaro.
Un corredor de fondo
Corrí hacia el amanecer.
Me paré justo donde soy.
Me hubiera matado
para vivir nuevamente.
Pero seguí corriendo hacia el mar
hacia la noche…
En el agua podía escupirme,
hablarme, borrarme
con el brazo aunque se quiebre
por la reflexión…
Hay un solo ángel para
todos nosotros, y ese ángel
sueña por todos nosotros.
Uno de nosotros tendrá
que matarlo y querría
ser yo.
44 45
Una fotografía sin revelar
La borrasca y el poema
están en el papel.
La lluvia y la poesía
en la realidad.
He apagado la luz.
La nieve es negra.
La noria saca el agua,
el poema saca la poesía.
La noria entresaca
algunos peces,
los cambia de curso.
La poesía cambia de curso
las palabras.
Mira la mano
de ese niño
que entierra
su dedo cortado.
Desnudo
Ayer este camino,
hoy este camino
y mañana este camino.
Siempre vuelvo a mí.
Soy tú. En la vieja casa
donde me vistieron
por primera vez me
estoy desnudando.
Afuera
el aire invisible
remueve
lo visible.
¿Y acaso estas imágenes invisibles
no precisan palabras transparentes,
palabras de cristal
que se rompen
al chocar con la tierra?
46 47
Salto de agua
Aguas que se rompen
contra una gran piedra
que fue tomando la forma
de una cabeza. Se deshará
de aquí a mil años con un
único pensamiento. Muy
arriba los buitres. Ningún
ave llega tan cerca de las
puertas azules, ningún
pájaro caga desde tan alto.
Aporto mi llanto,
mi erosión,
mi yo.
Mientras la tierra te respira,
te tose,
no te asimila.
Tú
Tú andas,
él corre.
Tú eres él.
Quien hace sonar
las campanas
se mira el reloj
de muñeca.
48 49
Siemprenunca
Siempre y nunca son
la misma palabra.
Siemprenunca.
El poema enfila la nada
como ese palo en el agua
enfila la corriente hacia el salto.
Hoy es ayer,
siempre es nunca,
lo de dentro está afuera.
La muerte es extraña,
cuando perdona exige más.
Pero el vino se ha convertido
en vinagre y los poemas
de amor en luz.
Invierno
La luna ilumina
la cal de la casa.
En la puerta se ve
a la holandesa que la habita.
Despluma un gallo.
Brillan su cabeza,
sus ojos, la acacia.
En las grandes manos
de la holandesa un zorzal.
El silencio también es luz.
Cierra sus grandes manos
la holandesa.
Escucha la nieve.
Ese camino blanco
lleva al verano
y el campo blanco
vayas donde vayas,
al Norte.
50 51
Nubes
Vértigo en la llanura
que se inclina para que rueden
las piedras hacia otro día…
Por encima de ti una nube quieta.
Lenta como el amor que se va
para siempre…
Y de ese mismo instante
hablaba siempre
el sembrador con dos embajadores
en una lengua muerta.
“Dua itinera in unum
locum Ducentia…”
Y él les contestaba
Hablo con moscas eternas.
Tiétar
Mi abuelo me llevaba a los ríos.
Mi padre me llevaba a los ríos.
Mi hijo me llevaba a los ríos.
Ninguno de ellos se bañaba
cuando yo me bañaba.
Uno guardaba al otro.
Miedo al agua, miedo
y necesidad del agua,
Necesidad y gozo de ver
a alguien en el agua.
52 53
Portogallo
Portogallo.
La más extraña
nación que existe.
Llevo un gallo de pelea
al puerto del alba,
ya desplumado,
para que pelee
con la saudade.
Hombre
Solo hay un poema, y un solo
hombre en el poema.
Y el hombre del poema
escribe ese mismo poema
ahora en el blanco
de la muerte.
Ese es el hombre
al que se le ha
hecho de noche
a mitad de camino,
justo donde el mediodía
hizo su pozo de luz.
Pero él ya pasó por ahí
de día diciendo
que le gustaría morir
antes que ella,
y que le gustaría
morir después
de ella.
Morir dos veces.
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Socaire
Los fresnos se agitan.
Se limpió el cielo.
Aguas quietas que van
aliviándose por un pequeño
salto. Así nosotros también
vamos aliviándonos de la
pesadez de ser, hablándonos
en voz muy baja.
Como si en las palabras ya solo
vieras árboles, montañas, ríos
y no tanto a los hombres
ni lo que dicen, o todo
se hubiera deshecho,
y ellas ya solo
vislumbraran la nada
mientras todo va tomando
forma
en la desesperación.
Boca llena de agua
No sé por cuánto tiempo se podrá
oír ese canto de amor. Cada día
más débil y lejano se oye.
Ya no lo canta nadie y soy yo
el que lo oye dentro de mí
sin saber de dónde llega.
¿Cuánto tiempo podremos resistir
con la boca llena de agua? Al principio
queremos escupirla, quedarnos vacíos
para poder hablar
de esa boca llena de agua.
Ese es el momento de beber o de
escupir el agua. Ella ahogaba de esa
forma las palabras, no podía decírselas
a sí misma ni decírselas al mundo.
Luego ella escupía en el mar
y se volvía anciana.
56 57
LOS SUMERGIDOS
Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad, gentes extrañas
pasaban a mi lado sin verme.
Luis Cernuda
Solo es lo que aún no se ha sido, era menos una aparición
que una nostalgia, viví solo en la nostalgia y era… solo
nostalgia. Al no saborear nada me sumergía en el placer;
y porque era pequeño, me sobraba espacio para vivir en el
pecho de una persona. Ha sido delicioso sumergirme en el
alma que me amaba. De modo que iba por ahí. ¿Iba? No,
no iba: paseaba por el aire, no necesitaba suelo para andar.
Robert Walser
58 59
Trampolín
Trampolín cerrado
con unas cuerdas.
Unos nudos en la barandilla.
Como hace el poeta
con las palabras
en los poemas.
Anudarlas a algo más invisible.
Alguien escribió, no saltes…
A lo lejos cae un paracaidista.
Si mis palabras
cayeran así.
Belleza de lo simple.
Una tela leve
sosteniendo un cuerpo.
Que la poesía fuera eso.
Algo muy leve
sosteniendo el mundo.
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Sumergidos
El ruido del agua, así le dije a alguien esta mañana
que se titularía mi nuevo libro. Chapotear o beber
con las manos. A veces un texto transparente, muy
cristalino, así las palabras dejarían ver a través de ellas
lo que nunca dejarían de ver a través de ellas. No nos
quedamos entonces en el signo retorcido de una cali-
grafía demasiado difícil.Que no sean estas palabras el
fondo sino la superficie. ¿Puedo así agitar un poco tu
espíritu hasta dar con un cuerpo cristalino? El ruido
del agua. ¿Y de qué hablaría un libro con ese título?
Me imaginé a dos amantes que se sumergen y hablan
debajo del agua con los ojos muy abiertos, como si
intentaran respirar con ellos todo el aire que tomaron
antes de sumergirse. Burbujas que encierran palabras
de amor cuando ya no queda aire. Los ojos se abrían
aún más e intentaban respirar lo que veían. ¿Qué
pueden decirse sumergidos, agarrados el uno al otro
para no ascender a la superficie? Jamás lo sabré ver-
daderamente. Cadenillas de burbujas que se rompen
en el aire. Esas palabras de los sumergidos eran solo
aire, transparencia, vacío del amor. Ni siquiera yo he
podido iluminar con mis palabras una pequeña habi-
tación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado
de silencio el agua. Ahora emergen y vuelven a tomar
una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces
debería titularse Los sumergidos. Solo debajo del agua
pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.
62 63
Mont Ventoux
Arles 22 de marzo de 2007
Esta hierba mullida
por un cuerpo
es un molde
para el mundo.
Poco a poco se alza
hasta olvidar
quién eras.
Todo lo que digas,
la montaña de luz y aire
se lo lleva
a su silencio.
Reino de zarzas
Un reino inexpugnable de zarzas y esparragueras de-
fiende a los pequeños árboles y a los brotes de peque-
ños arbustos todavía tiernos. Si sacaras con cuidado
de la tierra uno de esos brotes de encina ayudándote
con una teja, o simplemente escarbando con las ma-
nos, como harían un topo o una ardilla, verías que
aún está unido a la bellota. Germinó y comenzó el
tallo a buscar la luz. Desentrañó la tierra sin apenas
forzarla. No como nuestras palabras cuando fuerzan
la realidad, incluso atravesamos con ellas placas de
acero o tiempos perdidos. Lo más duro del mundo
atraviesan esas flechas invisibles. Pero esos tallos uni-
dos a las bellotas no rompen nada, no fuerzan la dura
tierra que las comió. Bocas cegadas. Bocas que si ha-
blaran no dirían otra cosa que no somos ya nada. La
lentitud es su fuerza, no buscan más de lo que no se
busca. No todas las bellotas germinan. Depende de
la boca que las cierre y las chupe. Así, de niños chu-
pábamos pequeños guijarros con la esperanza de que
se disolvieran en la boca. Una esperanza ciega, cierta
dureza en los ojos y dulzura en la mirada. También
64 65
el amargo sabor de la pulpa de una bellota, un sabor
seco que había que escupir. ¿No hacemos eso con las
palabras secas del poder,escupirlas como una pasta de
bellotas? Así ese reino de zarzas y esparragueras pro-
tege de las palabras fáciles mi mano con sus espinas
y púas. ¿Qué quieres coger de ahí dentro sin herirte?
Algo que se vislumbra y apenas se ve. Un brote de
encina, con la esperanza de que aún no se haya des-
prendido de la bellota. La niñez está llena de heridas
leves, de arañazos en las manos y las piernas. ¿Podría
ser así ahora mientras escribo esto? Leves heridas en
las manos, arañazos de zarzas imaginarias. La me-
moria comienza a ser una manera de imaginación,
o un pozo de melancolía. Agua de pozo muy limpia.
Cuántos filtros. Escribir como escarbar, si no lo exca-
vas no aflora. Pero esto nos la purifica, nos la muestra
menos vivida y así más luminosa, y sin embargo esa
bellota en mi boca, esas manos arañadas son la única
verdad. Siempre levemente herido por todo. Señales
de maleza en mí. De haber rodado por los desmon-
tes, señales de alambradas. Cada vez que salgo a los
montes o recojo espárragos, las manos vuelven heri-
das. Rasguños superficiales, y, sin embargo, eso emo-
ciona y me clava los anzuelos de la alegría en los ojos.
Quien se ha roto un hueso a edad temprana pronto
se le ha soldado con el calcio de la alucinación. Jamás
entonces se le ha fracturado la memoria. ¿Brotará la
bellota de mi boca, la que chupo, y daré cobijo dentro
de mí a una encina? Para eso necesito zarzas alrede-
dor de mí, zarzas que guarden los brotes de encina,
esparragueras que protejan del aire todo lo nuevo.Así
quien lee siente la necesidad de meter la mano ahí
dentro y de herirse de sí mismo. ¿Qué crece enton-
ces en nosotros de manera tan indefensa que apenas
se salva? Una poesía que no quiere serlo, unas débi-
les palabras de amor al mundo, que sin embargo nos
avergüenzan. Avanzamos lentamente por ese mundo
de espinas y zarzas, apenas levantando los ojos de los
pies, de lo que nos lleva, de nuestro esfuerzo, y rebus-
camos lo más tierno. Los tallos. No arrancamos más
que los tallos amargos.
66 67
Trucha
Garganta de la Olla 30 de mayo de 2009
Esa trucha
quieta
en la corriente
se va con un quiebro.
Si nuestras palabras
hicieran lo mismo.
Estar siempre
quietas
en el mundo.
Andenes
Mano que despide.
Lo suelta todo.
Revuelve las últimas
palabras en el aire
para que no se vuelvan a juntar.
Esa mano abierta
borra cualquier árbol
o estrella. Aclara el espacio.
Palabras en el aire
cada vez más leves
e invisibles. La mano
borra el rostro para no hacerse daño,
o alguna palabra que girase
alrededor de la cabeza
y quemase los ojos.
Que esta elipsis de palabras
vuelva al suelo.
A los labios de los pobres,
a su boca sencilla
donde las palabras son espinas.
68 69
El puente
A María Vallina
Roma 23 de febrero 2011
Un puente largo y ancho. Muchos coches atravesan-
do el río por ese puente. Un solo hombre lo cruza a
pie entre el ruido y el humo de los neumáticos en las
juntas de dilatación. Percusión en la ausencia de me-
lodía.Río sordo y lento arrastrando su silencio.Aguas
ya de muchos lugares. No podemos decir cruzamos
un puente, más bien lo pasamos. Se cruza el río por
el puente. ¿Y por qué lo decimos? Cruzamos el día y
un túnel oscuro, apenas iluminado por unas pobres
luces. El hombre ya está al otro lado del río. Apenas
se le aprecia ya entre los árboles de la orilla,los juncos
y los herbazales. Unos álamos blancos, con las hojas
de plata sucia. ¿Qué podríamos decir de él más que
ha pasado el puente entre cientos de coches? A pesar
de la lejanía, de lo diminuto, se puede decir que es un
hombre de mediana edad. Pero mis ojos se han fijado
en él más que en otra cosa, y hasta que lo pierda para
siempre no podré mirar otras distancias y espacios.
Quizás un hombre perdido en el mundo, un hom-
bre del que no sé nada y del que posiblemente nun-
ca sabré. Aún se mantiene como un punto distante,
una especie de latido del ser. A partir se ese momen-
to comienza la realidad a fundirse con la luz irreal.
Las palabras entonces no buscan, sino son en ellas el
mundo. El hombre sigue allí de pie, quieto a la entra-
da del puente tras aquellos álamos blancos.No puedo
ver su rostro, por lo cual no puedo decir si es un con-
templador o un animal. No puedo decir mucho más
de lo que no sé, y cobijarme durante un breve espacio
en estas palabras. Un puente. ¿Y no es la poesía solo
eso, un puente invisible entre las realidades visibles?
Soy yo el que debo marcharme. Un río sordo y lento
arrastra en su silencio las palabras del mundo.
70 71
La sal
	
Mezcla sal
y azúcar.
Tu silencio
con el de la montaña.
¿Quién puede
separar
la sal
del azúcar?
Carta
Lugo 19 de marzo de 2011
En algún lugar del mundo, un hombre parecido a
mí estará haciendo casi lo mismo. Habrá terminado
de escribir una carta dirigida al poder. Por otro lado
una carta nada importante. ¿Que podrían decir unas
palabras tan insignificantes como estas a unos ojos
tan grandes, unos ojos como los del dinosaurio o el
mamut? Leves, apenas pesan y por eso mismo son
difíciles de bajar al papel estando siempre mejor en la
boca seca de algún trastornado.Tal vez el esfuerzo de
bajarlas haya estado en apreciarlas entre tanta oscu-
ridad. Alguien que no sabe tocar la lira, pero es capaz
con sus dedos de sacar de esas cuerdas casi invisibles
bellos sonidos que enseguida establecen una armonía
con el mundo. Un juguete, algo que no requiera de la
seriedad. Pero ni siquiera estas palabras leves y casi
transparentes lo inquietan más que una brisa o unos
gritos en los callejones del mundo. Unas palabras es-
critas a mano destinadas al abandono más que a otras
cosas, sin apenas más destino que ser ellas mismas
72 73
más vuelvo a leer la hierba negra de estas cartas. Se-
guro que él escribió algo bello y verdadero que asustó
al dinosaurio. Él es el que toca ese instrumento de
cuerdas casi invisibles arrancándole al mundo algu-
no de sus sonidos más misteriosos. ¿Hay quien hace
esto todavía? Cierro los ojos y no lo veo. Unas notas
a mano. Tenía miedo a ensuciar el papel. Solo tenía
una oportunidad,pero no debía tensarme,y dentro de
mí ninguna fuerza subterránea oponiéndose a otras.
Esas palabras no saldrían de mí sino del mundo. Al-
guien podría leerlas en voz alta junto a esa gran oreja.
Un pabellón auditivo por donde cabe un espeleólogo.
¿Es así que el mundo oye a través de sus cuevas, y
sintiendo que hay eco, el que las lee oye desde otro
lugar su propia voz, y esto le hace seguir a sus propias
palabras hasta el lugar donde rebotan?
en la luz. Lira casi invisible tocada por un hombre
invisible. Una carta nada grave, un saludo, unas pala-
bras que vayan un poco mas allá de nuestras palabras,
como si hubiera en ellas la semilla de la distancia, y
eligieran la grieta como lugar, y no el aire, donde por
otro lado se esparcen demasiado. Dos cartas dirigidas
al poder desde lugares muy alejados uno de otro. Pero
tal vez paisajes que se concilian en el sueño de un
niño. Un niño que ha tocado el lomo de la carpa roja,
y este pez no se ha quebrado removiendo el cieno del
fondo. Se ha dejado tocar, se ha quedado quieto. Era
esto más o menos lo que escribía en mi carta. Ya sé
que no era importante esa belleza del mundo que se
fragmenta en unas palabras inconexas. El hilo que las
une se tensa demasiado y se rompe. Había que bajar-
las al papel antes de que se esfumen,antes de que esas
mismas palabras quemaran mis oídos con silencio y
aire,o confusión de agua y fuego.Acaso eran palabras
perdidas hace ya mucho tiempo, vagando por las cú-
pulas fucsias y malvas de Nagasaki, o la luz nuclear
del hospital de Calde donde le dan radio a una mu-
jer de veinticinco años con la médula llena de oro. O
luego esas briznas negras brillan un instante. Nunca
74 75
Pan
Dieron patadas a un pan.
Se pasaban una
gran hogaza de pan.
La rodaban
como un balón.
Me puse el pan
en la oreja
y oí pájaros.
El viento
del trigo.
Marzo
Lugo 23 de Marzo de 2011
Hierba de Marzo
donde arde el último frío.
También yo
despeinado
y vacilante
con mi herida
llena de hierba.
La arranco
para aliviar
de mi fuerza
al mundo.
76 77
Unos ojos
Ojos cerrados
al sol.
Nunca he
podido
hablar con
los ojos cerrados.
En los párpados
la incandescencia
del mundo.
Despacho de pan
Bollas de pan.
La costra
de un sueño
o un tiempo blando.
Hojas y polvo en el aire
–algo muy leve
que quiere
dejar el mundo–.
Solo te miras
cuando te afeitas.
Un rostro cada vez más puro.
Como el del muñeco
de pan que te comes.
78 79
hierba. ¿Y no son esos herbazales del Arañuelo una
especie de mar verde? Hierbas y aguas se mecen de la
misma forma. El viento impulsa olas de hierba, olas
verdes donde se bañan los muertos. Pastores de los
pasos altos de montaña alrededor de las lumbres,a las
que solían llamar estrellas de la hierba.Abrigados con
las primeras lanas de las esquilas. ¿No parecían estos
seres formas de nieve junto al fuego? Elementos de
la incertidumbre,cosas destinadas al tiempo,algo que
se quema para purificarse, o se derrite de manera más
lenta que la nieve y apenas es frío.(Mundos parecidos
al de las palabras, o al de estas frágiles palabras que se
rompen en el suelo) ¿Qué querían decir? La sumer-
gida las cantaba a solas, las cantaba en otras lenguas,
oía su voz en mí, canciones que están en mí ya para
siempre, era así como se liberaba del tiempo oscuro
del mundo, o como una mariposa que nunca termina
de caer, ya tocada por el frío. No he visto vuelo más
caótico que el de esas mariposas al final del verano, el
vuelo de la incertidumbre, o de esas frágiles alas de
la vida. Debí dejar aquellas tierras altas hace muchos
años, pues solo recuerdo lo esencial, olas de hierba en
los grandes espacios. ¿Y cómo se hace una red, una
Saudade
Tras el agua parece haber nada, incluso las palabras
que utilizamos para hablar con el espacio que ella ocu-
pa, ¿no están demasiadas veces cargadas de grandilo-
cuencia o de absoluto? Y estas querían flotar en el aire
antes de desaparecer, como cuando se apaga una luz
y por un momento todo se ve claramente. Despojarse
más que agarrarse, tener su tiempo de ida y vuelta,
como el perro al que lanzaba un guijarro negro. Cada
vez intentaba lanzárselo más lejos con la esperanza
de que no lo encontrara en la arena. Pero este perro
siempre volvía con la piedra en la boca y me la dejaba
junto a los pies. Si lanzaba el guijarro al agua, el perro
se sumergía y lo encontraba, podía estar largo tiem-
po sumergido, tanto como para pensar que se había
ahogado en mí. Esas palabras con las que hablas con
el agua vuelven a la tierra, o a esta playa de las Des-
calzas, pero no para ser repetidas. Entran de nuevo
en ti y desaparecen, como los sueños de mayo de los
pastores del Alto Jerte, soñadores junto a las lumbres
o ceniza de la luna en los ojos de los que no han dor-
mido esperando la salida del sol. Ceniza que abona la
80 81
dirías entonces, pero por eso mismo tu mirada se ha
vuelto más justa y tus ojos se han limpiado de lo que
había detrás, y tu voz no ha intentado la dominación
y no se ha vuelto hacia el espacio hasta perderse en
el infinito. ¿Y no es esta una fuente de luz y silencio?
Estabas ahí sin esperar algo, contemplando las rotu-
ras del mundo, lo irreparable. Estabas ahí sin esperar
de las aguas la revelación, o la luz que al chocar en
ella crea reflejos,múltiples reflejos de azul y verde que
avivan los ojos, hasta hacer de la mirada un hogar cá-
lido.¿Y era así en todos los mares,en todas las orillas?
Miraba de adentro afuera, y no al revés, no como se
respira, de afuera adentro. ¿Y no era esto semejante
a cuando se toca un instrumento de viento, primero
coges aire, y ese aire que soplas provoca un bello so-
nido? Música azul del mar. Su música era eso. Echar
todo su silencio a la orilla. Solo en la orilla puedes
oírla. ¿Y cómo algo tan inmenso y profundo puede
estar hablándote a ti solo? Nos traspasan esas melo-
días antes de perderse para siempre en el espacio, nos
atraviesan dejándonos limpios. Entonces me digo.
Hasta que no estés del todo vacío, hasta que de tus
ojos no salga la luz que recibes, hasta que tus palabras
enfermas sanen.
red para las palabras que todavía quedan limpias en
el mundo? La oía cantar viejas canciones en inglés,
o me hablaba en gallego para dulcificar mis heridas.
La oía desde muy lejos, desde este mar de hierba del
Alto Jerte. ¿Y esa red, cómo se hace? Hay que tensar
una de las líneas e ir anudando a partir de ellas las
otras líneas, o las grandes cosas tienden al azul, mon-
tañas, mares, incluso el hielo profundo. Estos viejos
hielos del Puerto del Rey guardan días azules. Pero
ningún punto de comparación, ninguna manera de
asemejarlos. Por un momento pensé que esta agua,
este espacio inmenso de azul verdoso, podía ser un
mar de hierba. (Los ojos están llenos de nudos, o este
mar en el que los ojos se curan de las cosas)
Es el mar, y unas palabras anudadas poco pueden ha-
cer para desatar la luz.
Espacio inundado. No hay otra cosa que un espacio
de esperanza, o algo al que raras veces se le ha podido
hablar desde la certidumbre.
Un espacio azul que acoge mal las palabras, que las
sumerge o las desvía hacia los lados. Nada que decir
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para volver a ser silencio. ¿No carecía todo esto de
música y era más bien un sonido azul en el aire? Lle-
gaban estos sonidos de agua a mis pies,como invitán-
dome a caminar por lo difícil, por los límites donde
va dejando regalos muertos. No cojas nada del mar,
era esto lo que oía. No cojas estrellas muertas. Y este
espacio azul te obligaba a estar solo. ¿Es por eso que
comencé a hablar en una lengua extraña?
Sonidos del mar en los límites del mar, en las ori-
llas, en los acantilados, donde el mismo, para ser, se
golpea, donde las aguas se revuelven hasta sacar del
fondo esta mirada perdida en el mundo. También lo
poco que dices lo dices desde tus límites buscando
en las distancias aves y hombres. ¿No soplabas tu aire
en tus manos ahuecadas para sacar sonidos profun-
dos? ¿Sonidos para la celebración mas que de aviso,
tu sonido, tu dispersión? Hasta que no estés vacío del
todo no podrás darte la vuelta y volver a tu lugar de
origen. Ya no te harán falta las palabras con las que
se mendiga o se ofrece. Y sin embargo eran avisos,
aire irrumpiendo en los huecos, saliendo y entrando
de extraños espacios. Aire buscando a la sumergida, o
agua buscando sus ojos. Pero no quería enfrentarme
al mar como lo hace un pescador, o un hombre de fe,
o un viajero del agua.Otra vez en las hierbas altas que
se mecen donde no veo mas que pastores tomando
una leche oscura en la noche. Viajeros del agua que
atraviesan su propio silencio de arena.Solo tienen ese
para llenar sus cajas vacías,arena y luz.Pero no quería
enfrentarme al mar, a esa desposesión de las palabras,
a esa especie de orfandad y silencio que se rompe solo
84 85
en nuestros ojos llenos de anzuelos. ¿Cómo arrancar
de nuestros ojos estos anzuelos de la nada y del vacío?
O siguiendo ese rastro de caracol o película de baba.
Una escritura natural, segregada como espacio más
que como rastro. Y si no, estar quieto, mirar la mano.
Apenas ya hay palabras para ti en el mundo. El cruji-
do de esa piedra es el chasquido de mis nudillos.
Estelas
Escribo en una mesa bajo la higuera.En la luz,y la luz
no permite que vea las palabras que escribo. Escribir
a ciegas. Y entonces Digo, me faltó claridad, expre-
sarlo todo de manera más clara. No lo puedo romper.
Escribo para salvar a alguien una carta dirigida al po-
der. Las palabras no querían chocar. Después queda
el largo silencio de lo no escrito. Se desliza la oruga
por el hilo de su boca. Sostenernos o caer nosotros de
esa manera, con el hilo invisible de nuestras palabras
al momento en el que se van disolviendo en un cua-
derno siempre abierto. Una mosca en la hoja, la luz
en la hoja, la sombra de un hombre en la hoja. Alam-
bres donde el viento silba. No he silbado nunca así,
con labios quemados por las palabras. Cuerdas voca-
les donde silban mis antepasados. Voces a lo lejos de
gente bañándose en un río.Voces de alegría a lo lejos.
Si supieras lo que te dicen ya no serían voces lejanas.
Estoy lejos de donde soy. Un reparador de espacios
podría aquí hacer almas de mimbre y cardos negros.
¿Bailo ahí? No sé bailar, pero tengo que bailar, girar
con un pez en la mano para echar la luz de mí. Rata
de agua. Lo que deja estela es bueno. Cama de ani-
males en el sembrado. Después se levanta la hierba
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Una mano extraña
Mano de otro.
Incluso cuando
escribo con ella
es la de otro.
No sé de quién
es mi mano.
La miro
y hace lo contrario
de lo que le ordeno,
y cuando escribo
va más rápido que yo.
Escribe para
alejarse de mí.
Sabinas
¿Qué otro árbol podría agarrarse de esa manera al sol
y al viento? ¿Te has agarrado así alguna vez a la vida?
O esas perchas de luz que se mecen en las higueras.
Así, los nudos secos de mis palabras se desatan aquí
por un tiempo, por la ciudad que se aleja lentamente,
como una placa de memoria desgajada. Rotura natu-
ral, implacable. Con todo eso nunca olvidaré dónde
está. Llevo la llave de una puerta traída de la sierra.
¿Quién inventó entonces las ventanas, los ojos de las
casas? Incluso cuando están vacías, ellas ven. El cris-
tal se empaña rápidamente. Las palabras lo empañan
todo.Así nos alzamos de puntillas para ver el paso del
desfile,los pájaros que chillan o esas ascuas de espinas
que remuevo para sacar las palabras entre la ceniza
verde. Te quemas en el silencio de la raíz. No hay un
nudo que desatar en mi garganta o unos ojos helados
en el sol.
88 89
Me es difícil entonces buscarme sin palabras que for-
men huecos de vida, huecos oscuros donde meter el
silencio. Esta línea o camino está pegada a la tierra
y a veces se inunda. El aire es ese corredor invisi-
ble que se sale de la línea, si al menos sonaran los
huesos al caminar. Un camino bajo el agua, palabras
y hierba. Ya no oigo más que en las paredes, y esas
palabras de las paredes son ciegas, llenas de luz por
dentro, como los ojos del ahogado, las más grandes
aberturas al mundo, llenos de infinito, de raíces y es-
pacio –No los cierres- Cuando se sumergió voló. Así
lo vi. Volaba hacia el fondo, le costaba entrar en la
muerte. Removía el fondo, el cieno, que es donde es-
tán todas las palabras de amor. Removía las hierbas
sumergidas hasta enturbiar el agua. Le costaba entrar
en la muerte,como cuando te invitaban a ir a aquellas
cuevas llamadas Bocas de la tierra. Pequeñas aberturas
desdentadas por las que solo cabe un niño, cegadas
por zarzas y matorrales, especie de barbas muy largas
donde se escondían los pájaros y los hombres. ¿Has
visto a un hombre barbado hablar? ¿De dónde salen
esas palabras sino de frondosos matorrales? Entrába-
mos en esas cuevas a las que llamaban Las bocas. Las
Espacios inundados
Lugo 28 de marzo 2011
Espacio inaudible, a veces lo he visto lleno de agua.
Sobresalían los árboles, unas acacias y unos chopos,
árboles de espinas, árboles encendidos con la luz de
las raíces como velas que reciben al invierno. Hojas
amarillas, pero de un amarillo más vivo que el de los
sueños grises, un amarillo que se va apagando por la
raíz a la vez que en mis ojos, hasta que terminan dur-
miéndose de pie dentro del agua. Acacias y chopos.
Jirones de aire en las espinas. Aire que atraviesa el
espacio removiendo el silencio.Tampoco las palabras
son llevadas o traídas por estas mujeres de aire que
bailan en la hierba, o nadan aguas arriba en la su-
perficie, erizándola o cambiando las imágenes como
los reflectores de persiana. Las señales que emiten
siempre en la noche, así habla la luz en la oscuridad.
Árboles más bien de los caminos cercanos a la ciu-
dad, espinas que sin embargo no hieren la mirada.
Ese camino de tierra o línea de polvo aplastado en
verano, donde el aire arranca de mí todas las palabras.
90 91
Un puente
Tiembla un puente,
como tú
tiembla
y nunca se parte.
Debemos temblar
para no rompernos.
Ser más allá
de nosotros.
palabras de un hombre con barba salen de otro lugar,
y no exactamente de la boca. Diría entonces que se
han liberado del hombre. Las bocas escondidas tras
los matorrales. Allí cantan los pájaros su inmovilidad.
Un rostro tomado por los matorrales. Lugares exca-
vados en la arcilla.¿Por qué esparzo tanto las palabras
si apenas son mías? No era fácil quedarse en el fondo.
Se agarraba a unas raíces para no ascender –No cierres
esos ojos- Si al menos pudiera decir todo esto como es,
no recularía hacia esos otros espacios a tientas. Pero
no se me ha dado la posibilidad. Es demasiado frágil
ese mundo de palabras. Cristales, a veces los cristales
en el camino, o palabras rotas. No podría con ellas
más que ir un poco más allá. Muy pronto me volve-
rían a dejar por otros espacios más grandes y lumino-
sos, donde nada pesa, y si se sostienen, es porque ni
siquiera el polvo puede estar allí arriba mucho tiem-
po, y el humo se va como un pensamiento demasiado
pesado, pues le pertenece a las raíces. Estas palabras,
para caer, deben ser más ligeras que el silencio.
92 93
La fiesta
Unas palabras que ya no se cotizan, que no ascien-
den una vez liberadas, o porque hay demasiada luz,
o se cargan con más peso del que debieran asumir.
De todos modos las he leído en la fiesta y la gente
ha aplaudido. Sacar un papel doblado del bolsillo de
la chaqueta, ahí están escritas. Unos renglones que
ascienden. Pensé siempre que lo que escribimos o
decimos debía ascender, aunque fuera ligeramente, y
si fuera posible salirse del papel. Ascender, como la
alegría más leve, no como el caracol o la babosa, que
se deslizan dejando una marca amarilla, unas líneas
de baba,de mucosidad cruzándose en los techos y en
las paredes blancas. Palabras que van de una oscuri-
dad a otra. Trazos lentos y sin origen. No es porque
me haya puesto ahora un caracol en el brazo espe-
rando que me recorra que digo esto. No era un buen
ejemplo para lo que quería decir. Las palabras deben
ascender, así es que no deberían encadenarse unas a
otras, sino soltarse al momento para abrir el espacio.
No deberían formar una pesada cadena. Cierro los
ojos y me duelen los eslabones de nieve. Ellas mis-
Espacios
Hasta aquí la arena, ahora solo piedras cortantes.
Para los pies las dos son malas en estos espacios pu-
ros, rotos para siempre, donde la única hierba son las
palabras. Ínfimo, de nuevo parco, pero no infeliz. (No
podría así haber llegado al borde mismo de la nieve)
Pero incluso esto está escrito para sobrevivir al hui-
dizo, al extraño, que siempre a la espera de algo, tiene
miedo a que la noche que nos hace visibles al mundo,
se vaya para siempre. Mientras tanto graznidos tras
ese muro. (Piedras mejor puestas que estas palabras)
Detrás grandes árboles que llenan mis ojos de hojas
y de ramas, de nidos secos con plumones que nunca
volaron.
Oigo ahora tras los olivos las puertas del aire que se
abren a las aves que retornan formando el ángulo
muerto de la vida.
Chillan allí arriba como un fuelle para el sol.
94 95
te o quedándose para siempre como pájaros de hilo
que chillan. Leí algo más directo, pero esas palabras
se sostenían mal, eran lombrices salidas de la tierra,
perforadoras de los instantes, palabras oscuras ai-
reando la cal o los montones de arena. ¿O no hacen
eso estas lombrices un poco antes de que llueva, es-
cribir palabras indecisas en la luz, o ese silencio de
ramas en el que te dispersas demasiado?
Bajo mis pies hay dinosaurios, bordes de abismo, alas
de hueso. ¿Qué soy entonces, el ujier de estos miste-
rios, un hombre libre o una liebre borracha?
Otra vez puentes metálicos allí arriba sobre esas on-
dulaciones de hierba peinada o sábanas, y al final ese
paisaje donde ella baila con las raíces,una hondonada
con árboles clavados, chopos boca abajo. ¿No será eso
lo que se llevan mis ojos al corazón,un paisaje abierto
por un río seco?
Nunca se hizo el milagro. Durante muchos años lo
esperaste. Qué queda entonces sino la gravilla blanca
de los viejos caminos o ese retrato de mujer que has
mas dejan el mundo por un instante y no pesan. Allí
arriba parece que hay puentes metálicos, las cabras
de montaña los cruzan pero de una invisibilidad a
otra. Era más fácil elevar metales que piedras, casi
todo era más fácil que eso. Esos puentes metálicos
más ligeros, que flotan en la alegría allí arriba. Hasta
las palabras de amor pesan demasiado para esta mi-
sión; hermosas, no hablan más que de la posesión.
Son como las cometas de papel, solo el hilo es lo que
las hace volar, estar en el aire. Roto el hilo caen en
la turbulencia. Caen rompiéndose en la fiesta. Un
hilo que une la ternura a la violencia del aire las hace
estar allí arriba, a veces bailando, otras quietas. Pero
no quise leer esto en la fiesta. Les hubiese parecido
un texto demasiado disipado, efervescente; un hielo
desaparece en el licor. Hay quien se mete piedras de
hielo en la boca, caramelos del pasado. Bocas frías,
eso hice antes de leer el texto ascendente, dejar pie-
dras de hielo en las bocas de los comensales. Pero no
leí esto.Tenían que ascender como cometas sin hilo,
o si no cometas, algo parecido a las sábanas, algo
muy blanco en el aire casi tan ligero como las nubes.
Esas sábanas en el cielo descendiendo ligeramen-
96 97
misma que la del día. Poco podía aportar a la luz, y
mi sombra en la hierba era siempre mayor que yo.Me
marché de la fiesta por las sombras de la noche.
Existía entonces un espacio para las palabras no co-
rrompidas, donde estas establecían con la luz un rei-
no invisible.
Pero a veces nos eran arrancadas de la boca con fuerza.
dibujado con carboncillos,un rostro blanco.Al menos
tienes su maquillaje en los dedos.¿Cuánto tiempo es-
taría subiendo el hombre para traer las palabras ver-
daderas al mundo? Y esos árboles quemados, ¿dónde
tienen las bocas y las orejas? Solo veo nudos de silen-
cio en la madera y muy arriba astros con víboras.
¿Si escucháis por las raíces las campanadas de hielo,
no podríais escucharme a mí que ya no hablo? Pero
esto no lo dije en la fiesta, sino otras cosas menos
invisibles, que se libran de mí y me dejan más vacío y
ligero que de costumbre. Esto lo notas bien al meter
la mano en el agua, nunca dejas de ver la mano en
el agua. Una mano sumergida en el agua; era así la
escritura de la alegría,y la mano que escribía,al arras-
trar las palabras, no era más que una mano sumergi-
da o sometida al silencio del agua y la trasparencia,
o como lágrimas de gusano mientras saca el hilo de
su muerte. Toda mano escribe sumergida. ¿Y cuánto
tiempo la tuve bajo el agua aún cuando esta estaba
fría a principios de abril? Pero lo que quería decir no
era esto, se trataba de algo más transparente, menos
pesado, como manifestar una dicha, y esa dicha era la
98 99
Palabras llenas de aire
Enfilada de árboles
más recta que tú.
Enfiladas de chopos
cada vez más largas.
Su aire negro en
los huevos de los ángeles.
Enfiladas de alisos junto al agua
como mis lápices.
Sigues esas líneas
que se van al aire
para levantar
las palabras vacías.
El silencio del mundo
engendra esta débil voz.
Cornamentas de calcio negro.
Si es que en este tiempo
están permitidas
palabras llenas
de aire.
Abril seco
Talavera 21 de abril de 2011
El dolor se va
como el agua
de esos charcos
de lluvias
donde se transparenta
el cielo.
Ahora solo baches
para las ruedas
de mi conciencia,
o un riachuelo de…
–tenemos esa palabrilla
para los ríos muertos
que llenan esos embalses
de agua para los ojos–.
100 101
Tachado
A M. G., B. M., F. M. y E. V.
Lo que fue tachado para no ser aún se puede leer.
Otra vez las escribo hasta que sanen –mientras se
hace hielo en el congelador mi mano se quema en la
nieve–. Frutos, ojos duros. De noche la lluvia quema
mis oídos.Todo lo que escribo se secará.
Días de Herreruela
Velada, 22 de abril de 2011
El aire
no tiene
dónde
chocar.
Ni tú dónde ir.
Es hermoso
vigilar
los espacios.
102 103
La muerta
Una lumbre con las brasas aún calientes, un hilo de
humo negro que se enhebra a la mirada pensativa, un
hilo que desaparece para siempre en el mundo. ¿Si
pudiera enmadejarlo, alargar hasta otro tiempo esa
línea, o tejer simplemente algo más invisible que la
voz que se pierde en el aire? Tejer con eso la tela para
una tienda, para un cobijo leve, una tela blanca para
envolver las hierbas azules del cielo.Muchas veces es-
tuve ante las brasas de las últimas palabras, y cogí de
alguna manera el hilo de humo antes de que el aire
se lo llevara a las otras distancias, a los otros espacios
de lo inaudible. Brasas de las que todavía se podrían
sacar con un soplo unas tímidas llamas azules, o vio-
letas, como esos crocus del color de la santidad que
aparecen en las tierras pobres y frías de los altos de
Navamorcuende hacia noviembre. Llamas del color
de los crocus. Crocus que encerraba en la juventud
entre las páginas de los libros. Así todavía en este li-
bro en el que esta reunida la correspondencia entre
W. Benjamín y Gershom Sholem, páginas que aplastan
los crocus, los collares de crocus, para marcar el fin
Días de Herreruela I
Tren nocturno a Lisboa
para quien se queda
en Cáceres.
La helada quema
estas palabras
duras para resistir
el silencio
de los cristales
que se forman
en los labios.
Estas alas,
cuando se abran,
ya sabes…
104 105
gales, en sus largas composiciones al sol y a la luz, en
sus elegías. Poetas más valientes que yo y más útiles
al mundo.Así ellos llevaban sus corderos místicos por
la nieve hacia un mundo más invisible y hacia esos
otros espacios silenciosos donde el eco de las campa-
nas se pierde para siempre en la luz. Así sus palabras
giraban más deprisa,se iban más lejos y tardaban más
en desaparecer. No como estas palabras deterioradas
por este tiempo, que no saben a dónde van y se han
vaciado ante estas pobres brasas. Aún unas débiles
llamas azules donde encender un cigarrillo o quemar
un manojo de paja. No pude acompañarla hasta las
puertas del aire. Desde allí se decía adiós al mundo,
y era por esas puertas por donde entra la alegría. Un
lugar de paso como los puertos del Emperador donde
los viajeros se despiden para siempre.
Llamas azules y violetas del final, muy débiles para
esta intemperie, incluso el aire que entra en las ma-
nos de los nadadores o en los árboles para agitar la
conciencia, o ese otro aire que cura el miedo de los
ojos, aires que apagarían estas llamas violetas y azules
de sus ojos, o estas últimas palabras del fuego. No
de la barbarie en el mundo. ¿Y de qué otras palabras
finales podríamos hablar ante un ejemplar del Sohar,
palabras que sanan el mundo y nos llevan a un mar de
aire? ¿De qué otro color podrían ser las llamas de lo
que se apaga, de lo que se consume para siempre? He
intentado buscar otro color para lo que nos deja, un
color que no saliera de la combustión de estos brezos,
de estos nudos de olivo, de estas hierbas secas de los
puertos de la Fuenfría que se recogen al final del ve-
rano para prender los leños de sabina y encina en los
refugios de montaña del Puerto del rey. Un color para
mi silencio y para mis palabras, un color que pudie-
ra acompañar a la que se va nadando hacia los otros
espacios y distancias de la tierra, y unas llamas quizás
verdes, de un verde que se asemeja al de los cabellos
de los ríos ¿Y de qué color eran entonces esas llamas
finales en los ojos de la que cantaba en la oscuridad?
Creí verla por un momento en las llamas azules que
se habían avivado por una ráfaga de alegría, y así in-
tenté coger el hilo de humo azul que salía de sus ojos
antes de que nos abandonase para siempre.Si hubiera
podido enmadejarlo a mi corazón enfermo. Pero era
así como hablaban los poetas antiguos, en sus madri-
106 107
Todavía esas brasas que reúno para que resistan unas
sobre otras como palabras muy juntas que se traban
para no ser esparcidas más allá de la luz.
pude cerrar las puertas del aire, subir antes que ella
para cerrarlas. Entonces llamaré flores del frío a estos
crocus que ahora saco de mis libros,así encontré lo si-
guiente, “Querido Gerschom, he considerado aconsejable
evitar todo lo personal en la carta adjunta para así hacer-
la publicable”. Flores del frío, y sin embargo nacían de
un calor extraño. El calor de la muerte entonces. ¿Y
era ella todavía la que hablaba desde las puertas del
aire dentro de su sonrisa para protegerse del aire del
mundo? No vi más que crocus en sus ojos, y palabras
invisibles en su boca. Esto contemplaba en las brasas,
o no solo brasas, sino los bosques tupidos de su tierra
natal, el agua de sus manos, y cuando esto se hacía
invisible aparecían débiles llamas quemando su aire,
y así esos paisajes que ella quería alterar o donar a los
espíritus aún no envilecidos. ¿Y pude salvarla? No se
me dio esa misión, solo el hilo de humo con el que
atar estas pobres palabras al manzano de San Fiz.Tal
vez esa luz cerrada en la boca que se resiste a morir,
como las palabras de los salvoconductos. Las únicas
que salvan a las palabras de sí mismas, que no se alte-
ran antes de vaciar de luz la muerte.
108 109
Tajo
A Ángel Luis Luján y Rafael Escobar
Este río lento
de aguas negras
en la tierra extraña.
Río en el que río.
Marcas de agua
en las piedras
o líneas de esperanza.
En los niveles más bajos,
la señal más oscura.
Los ojos podridos en eso,
en el agua estancada
llenos de ti mismo.
En estas líneas gruesas,
estas mismas palabras
que marcan tu vida.
Alamedas de León
	
Tras los campos de lúpulo
alamedas.
Nieve de las alamedas,
pelusas en el cielo
y en mi boca.
(Las ciudades
rotas por dentro,
como un cuerpo hebreo)
En ellas cae
la nieve de las alamedas
de esta esfera de cristal
de Nürnberg
que remueve
la nieve de mi conciencia.
110 111
Camino de Herreruela
Camino
de arena
y guijarros
perdiéndose
en una extensa llanura,
donde las lluvias
de invierno
sumergen los pasos,
o los poemas breves
por donde de verdad
ha pasado la vida.
Días de Talavera
Folio donde escribo, tras unos muros también blan-
cos. (Donde acaso se pierden las palabras que estaban
más cerca, las que podían iluminar la nada) ¿Había
hierba allí, un espacio donde buscar unos huesos o
una monedas? Pero tras el muro gira la ciudad, sus
palabras giran, sus miedos y oscuridades, sus grúas,
y gira el agua hacia el vacío. Los coches por el cielo
oscuro, o los niños alrededor de la piscina. Si miro
a media altura veo los vasos de plata en el aire, las
sábanas y las sillas. Nunca izé una bandera. Nunca la
izaré.Izar casi de raíz.¿No es una palabra corta que se
riza? Nunca doblé o extendí la bandera sobre la hier-
ba. Ahora esas aguas sucias de leche de los desagües,
y chopos caídos que cortan el camino.
112 113
Covilha
A José Antonio Bonilla
Breve lugar de paso.
Apenas dos días
donde tendrás
que repasar toda tu vida.
Un sorbo corto al vaso.
Lo tapas con la mano
para que el agua no oiga
lo que le dices al techo.
A veces bebo de un charco,
de una ilusión.
		
Al final de esas peligrosas carreteras
de la lentitud,
enfiladas de plátanos
–carreteras que van de un tiempo a otro–,
el lado oscuro de la luna,
pared invisible tras el muro.
Me doy la vuelta para siempre.
Vela
Vela de llama tranquila.
Un poquito de calor
para las manos frías
y luz a los ojos perdidos.
Esta es la más simple
visión que puede
tener el hombre.
Cuántas veces te prendo
para desprenderme.
Casi todo se quema en la llama,
y estas líneas casi invisibles.
Casi…
O en esas aguas sucias
mi timidez solar,
mi rostro oscuro.
114 115
Radiales
Colliure 7 de junio de 2010
La radial corta mármol.
El oído sangra.
Colliure significa
abertura libre.
Cae al mar la tromba,
el plomo líquido
de la tormenta.
y flota la corcha
del alcornoque
de tus ojos.
Tú flotas,
flotan las flores.
Lo que se hunde reflota.
Las palabras
y los peces.
Álamo en el aire
Es la alegría que
llega despacio
–pasos hacia la luz del herido–.
La nieve siempre cae,
y cae
la luz sin peso.
La alegría sube.
¿Vas con ella,
con lo que sube
para no volver?
Álamo sin corteza en el aire,
y mis palabras girando
en torno a él.
Agarrado al álamo
en el aire.
116 117
el mundo, un cuaderno que nunca se cierra) Entre
muerte y sueño un momento vacío, una última alu-
cinación, o una campana de hielo que brilla en los
bosques de Bosende. Nieve, he hecho de esta palabra
un hilo, y lo he tensado. Si se rompiera que Walser
oiga el chasquido. Si se rompiera que lo oigan los su-
mergidos. Así una a una las luces de la ciudad se apa-
gaban. Algunas ventanas quedaban iluminadas hasta
bien entrada la noche. Casi siempre eran las mismas
ventanas. Sonidos vacíos de la noche, de lo que se
rompe, como cuando cruje una rama por exceso de
fuerza del árbol, o el hielo que desciende hasta estos
labios quemados por la palabras. Sonidos metálicos,
respiraciones del infinito, o campanadas que lanzan a
los dormidos al aire. Ni siquiera el ruido de un río, un
río del que oyéramos su caída en los sueños de cada
cual, o el agua rompiéndose en la frente de la dormi-
da. Un río que se rompe en el aire y cae. Pero pocas
eran ya las luces que resistían en la noche.Unas pocas
ventanas muy separadas unas de otras. Al final solo
una ventana quedaba encendida. (Si se apagase allí a
lo lejos), y no quedaban otras ligeramente iluminadas
por el vaho del insomnio. Solo esa ventana, como una
Las ventanas
Se apagan las luces de la ciudad. Algunas ventanas
quedan iluminadas hasta bien entrada la noche. Casi
siempre eran las mismas ventanas. Algunas a gran
altura en puertas azules a las que se accede por es-
caleras de cristal. Otras de estas ventanas encendidas
pertenecen a humildes viviendas deterioradas por la
lluvia y el sol. Habría sido difícil hacer un coro de
todo eso. Juntar las luces. ¿No habrían entonado to-
das estas luces, o ventanas un himno al silencio, o
acaso se habrían trenzado para elevarse como una
cuerda de cantos hacia una iluminación de voces
cansadas? Voces que nunca se oyen, a no ser que un
grito las invoque. Solo había que estar en la ventana
mirando caer la nieve nocturna, y como poco a poco
esas luces resistentes se apagaban según la noche iba
avanzado. Un líquido oscuro arrastrando estrellas y
palabras. Sonidos vacíos de cosas que estallan por sí
solas, o a esas horas los pasos del viajero ya dejando
las primeras huellas en la nieve. ¿No se durmió de
esa manera Robert Walser en la nieve de las afue-
ras? En una gran hoja de nieve. (Si fuera un cuaderno
118 119
Antes de la tormenta
Pradera llena de bostas, y ahora palabras puras contra
la pureza. Se diría que la belleza tiene que ver con el
hedor del caballo muerto en el cauce seco. Me des-
pertaba esta mañana con el brazo dormido, y la len-
gua dormida. Ahora las cornejas se dirigen hacia el
sol. ¿Nos caerá su ceniza en la cabeza? También los
excrementos de un ángel. Hacía sonar la carraca para
no oír a las cornejas.Si atravesé estos días esta llanura
con la carraca fue para no oír a las cornejas. Ahora
se forma la tormenta, el aire caliente asciende. Los
pájaros en mi vértigo. Al fondo tempestades de polvo
y los destellos húmedos de las palomas en la carroña.
Se diría que la belleza tiene que ver con esto.
esperanza, o una durmiente que se ha quedado sola
en la noche y por miedo ha dejado la luz encendida.
Ahora duerme bajo un suave sonido de remos en el
agua. ¿Y sería esa la luz que me guiaría en noches su-
cesivas? Casi siempre era esa ventana iluminada. La
ventana de la resistente o de la miedosa.Ya una única
luz, una sola ventana encendida.
120 121
Días de Herreruela II
Cada palabra es un nudo
de misericordia que
se cierra sobre sí mismo.
Se levanta polvo donde
hubo nieve y las nubes
que suben llenas de luz
nunca pesan como
las penas del agua.
O estas gramas de aire
que se agarran
a esta voz,
seca y dulce
como el sabor de los yerbajos.
Nieve
Oscuridad
y nieve.
Veo ese blanco
en esta oscuridad.
¿Me recordará
la nieve toda su vida?
Nunca la he pisado.
¿Me recordará
hacia delante
en todos mis pasos
perdidos por el mundo?
122 123
Mariposas
De noche
estas débiles llamas
de mariposas
de aceite y agua
recuerdan
a los que no están.
En el cielo esas
velas encendidas
o luciérnagas
prehistóricas
por nosotros.
Nubes
Nubes como
vellones de ovejas
sobre San Fiz
antes de ser
hiladas al destino.
Cambiantes
guardan
el silencio
de la tierra.
124 125
Olas
Contar olas
hasta que
ya no tenga
sentido
contarlas.
¿Para qué
las contabas?
Para ser ellas
y no ser en mí.
126 127
HACER HIELO
En el aire, allí se queda tu raíz, allí en el aire, donde se
aglomera lo terrestre, terroso, aliento y barro.
Paul Celan
He dado al arte deseos y sensaciones, entrevistos rostros
y líneas, deseos no cumplidos, la borrosa memoria. Dejad
que a él me entregue. Es él quien da forma a la belleza.
Kostantino Kavafis
128 129
Lance
Seca la picada
y bella
la tensión del sedal.
Viviría así toda la vida,
con esa tensión fina
en la mano.
La muerte
tira así de nosotros.
No quiere que se rompa
el sedal de la vida.
130 131
En los aires
Vente
me dice el aire.
¿Y cómo voy
a irme
con lo que no veo?
Una bola
de agua y luz.
¿Cómo voy
a romperla
contra mi ojo?
Todo el día en el aire
ese pájaro invisible.
¿De dónde
sacará la energía
si no de la muerte?
Higuera
Jaraíz 8 de septiembre de 2002
Esta higuera se retuerce más que yo.
Es una manera de ser mejor.
Retorcerse para ser recto.
De niño maté pájaros.
Se puede matar
muchas veces pájaros
y luego amar muchas veces.
Maté cientos de pájaros.
Que la nube me mate.
Galayas de agua
desde la ventana.
Secos otros días ya distantes.
De ellos vengo.
Estas galayas
son para los días secos
de donde vengo.
132 133
En una ciudad perdida
Heidelberg 21 de diciembre de 2007	
En una mesa había una taza de café y un vaso de
agua. El vagabundo se bebió despacio la taza de café
como si diera sorbos a la oscuridad y dejó intacto el
vaso de agua. Estuvo después largo tiempo mirando
el vaso de agua,die lichtdurchlässigkeit o la transparen-
cia.Así habíamos traducido esta palabra tan larga an-
tes de olvidarla para siempre. Necesitábamos traducir
toda la luz posible. Solo él pensó que estas dos tras-
parencias significaban realmente lo mismo. Esas dos
palabras podrían ir hacia el mismo lugar, pero venir
de espacios muy alejados. Yo no lo creo, no significan
ahora lo mismo, pero acaso lleven al mismo lugar, al
mismo origen de la luz.Al menos yo sí le habría dado
un sorbo al vaso, o habría derramado el agua de ese
vaso en la luz. Licht durch, a través de la luz como una
posibilidad de vida. Un vaso de agua, si se lo bebía
se bebía la transparencia, esa idea feliz de sí mismo,
la que tanto costaba conquistar. Transparencia es si-
lencio, al menos lo concita, al menos se daban tantas
El grito
Coimbra a 22 de diciembre de 1989: ha muerto Beckett.
Con su obra lúcida, esperanza esculpida en el rostro.
Miguel Torga
Coimbra 17 de julio de 2006
El grito de Munch es un grito de luz.
La boca oscura nunca se cierra.
Él inyecta agua o leche en los párpados. El grito gira
en su silencio, en el desagüe el sol. El único dios que
he visto es el huracán. Mientras cuece agua afuera
hay nieve. Suyas son las huellas
que llegan hasta la casa.
Enhebra el hilo, pero un día el rostro
ya no podrá enhebrarlo.
Si clavarse la aguja para seguir viendo lo imposible.
Agudizar. Elegir el sitio del dolor.
En vez de un poema liberador,
un poema a secas.
134 135
dero. Se trataba de otra cosa, como cuando suenan
las campanas y los pájaros estallan en el cielo. Solo
hubiera dicho transparencia. Creo que pervivirá en
el vagabundo esa palabra, y que será escrita muchas
veces. La única que le salía de muy dentro, como el
vaho de los animales los días más fríos. ¿Terminaría
acaso empañándolo todo con esa palabra tan difícil
de pronunciar en nuestra lengua? Al menos si hu-
biéramos estado a las afueras de la ciudad, a pesar de
este mundo anegado de miseria y soledad habríamos
visto esas lumbres en el cielo, esas brasas incandes-
centes de Santa Lucía esparcidas por el infinito y que
se asemejan a una médula de vaca rota en un millón
de pedazos.
La médula de la luz, una vaca a la que le arden los
ojos, o un leño que arda más despacio que la vida.
Sombras por debajo de la nieve.
Rescoldos de San Saturio sobre los que bailar para
purificarse al principio del solsticio. Solo que el
agorero, el frágil y el escurridizo nos decían a la vez
“lichtdurchlässigkeit”. Pero nada era transparente, es-
veces en unión. Pero algo se había roto en el mundo
para siempre,y el vaso de agua lo simbolizaba,y lo que
contenía la alegría se había derramado en el mundo
como un líquido. Eso era irreparable, pero también
inexplicable. El vagabundo había visto a los pájaros
volver a los árboles al caer el sol y se había adentrado
por esa parte de la ciudad vieja de Heidelberg. Había
cruzado el Neckar por el puente de Carlos Teodoro
dejando atrás las alturas del Philosophenweg. El vaga-
bundo llevaba los bolsillos del abrigo llenos de cas-
tañas. Con las manos frías pelaba una. Por un mo-
mento contempló el vasto espacio que había dejado
atrás durante su vida y aunque no era exactamente un
espacio devastado, acaso ya no se podía volver por él
a lugar alguno. Los pasos cerraban lo andado. El
vagabundo no tocó el vaso de agua, ni dio sor-
bo alguno. Masticaba dentro de su boca la palabra
Lichtdurchlässigkeit hasta que la boca se le llenó de
pulpa de castaña. No le gustaba esa ciudad a donde le
había llevado el aire, pero no sabía expresar la razón
de eso. No hubiera sido difícil hacerlo con palabras, y
él sabía jugar con ellas. Pero se trataba de decir algo
más hondo, más transparente, al menos más verda-
136 137
Lumbre en la arena
De niño subía arena a casa.
Esa arena, esa niñez
son ya lo mismo.
Solo arena,
y esa arena no cae,
no se hunde, no pesa,
no desaparece.
En verano bajaban de la montaña
hombres cargados de nieve
y la vendían.
¿Qué es que no es?
El leño arde despacio para no quemarse.
Concentra la luz sobre sí mismo.
De niño me oscurecí así,
viéndolo quemarse.
Siempre el mismo leño,
la misma encina.
tábamos descreídos y habíamos perdido la inocencia,
y nuestra escritura era ahora más que nunca solo una
escritura medicinal, y no pretendía nada más que cu-
rarnos de los días oscuros del mundo.
Tendí una escalera del corazón a la cabeza para ir yo
mismo en equilibrio constante para al fin poder ca-
minar por los techos. ¿Me sostendría bocabajo?
Que abrir no signifique cerrar. Solo una médula de
vaca en el cielo a la que le arden los ojos.
El viento pulía el rostro del vagabundo hasta dejar-
lo como una máscara azul. No había lobos aullando
cerca a los que hacerles la segunda voz,y nuestra con-
versación se hacía cada vez más débil e insustancial,
solo sombras por debajo de la nieve. Fue entonces
cuando el vagabundo dio un sorbo al vaso de agua y
dijo, “¿Heidelberg?”
138 139
Port Bou
Colliure 16 de abril de 2008
Llegué en tren y me iré en tren. En la cafetería de la
estación el pan y los dulces alemanes se hinchan en
el horno, el hombre que barre las palabras no habla,
o esa poesía más humana contra la barbarie de los
kamikaces que escribían sus haikus en papel de arroz.
Canta la perdiz, la primadona en los ríos secos de
los hombres muertos. El mapa de la nada está lleno
de estos ríos. Flotan los huesos de pájaro en el agua.
Asolar, tirar esa palabra al mar. Tirarlas todas al mar.
Devolvérselas a Dios. Isaías 20, me acuerdo de ese
fragmento, o “Cuando voy a recoger su cosecha, orá-
culo del señor. No hay racimos en la vid, ni higos en
la higuera” Jr 4 5; 14 19; Nm 21 6; Jn 3 14-15. Pa-
labras que aún hoy ofrecen una especie de esperanza
después del incendio. Se hinchan como globos o el
vidrio lleno de burbujas, esas palabras atrapadas en el
cristal. Te alejas de las palabras podridas, de las bo-
cas negras, y de las torticeras almendras amargas que
mastica una raíz negruzca. Hay un hilo de gusano.
Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador
civil.Tiran de él hasta destejer al hombre
Noviembre
Jaraíz de la Vera 4 de noviembre de 2008
Crujen tus pasos,
y tras los tuyos
los de tus muertos.
Y delante de los tuyos
los de tus muertos.
Granos de hielo siembran.
Lanzados al cielo
para siempre.
140 141
Almadraba
Tánger 9 de enero de 2009
El sol, mi primer poema.
Allí se tocan cabezas.
Acarician cabezas
unas manos muy pequeñas.
Nadie piensa mal
mientras le tocan la cabeza.
No sé quién es bueno
y quién es malo.
Quien nada lo hace de noche.
Me descalzaré.
Iré con la almadraba.
Con los hombres que
caminan sobre el agua.
Tánger 1998
Se oyen toses.
La sangre del cuaderno
cayó de la nariz.
Escribí con ella la palabra luz.
Un subastador de lonja
con las manos llenas de escamas
escribe mi nombre en una tarjeta.
En las calles se forman corros
de hombres buenos
y de hombres malos.
Hay ingleses que venían
del final de la tierra.
Dejé piedras sobre las tumbas
de los toledanos.
La niña ciega
que abría el portón del cementerio
me pedía dinero.
142 143
Historias del agua
Zújar. El nombre de ese río. ¿Quién pone esos nom-
bres al agua sino el aire? Sujayra o pena muy gran-
de. Ahora esas aguas estancadas o palabras en el
agua estancada. Grandes extensiones de agua que
me inmovilizan y en las que nunca adivinas la pro-
fundidad. Tampoco escrutas los sueños que se que-
daron allí sumergidos para siempre. Memoria
ahogada bajo el aire azul, o allí, en el Tiétar hace mu-
chos años, mi padre y yo desnudos a la orilla del río.
Todavía no sabía nadar. Mi padre me tiraba al agua
y me decía nada. Me gustaba el agua, mirar el agua,
lo que hacía el agua en las cosas y en los rostros. El
agua se lleva las palabras y a la vez las trae. Corrien-
tes de aire remontan la vida, sedales iluminados en el
aire. Estos hilos de luz se rompen fácilmente al mí-
nimo tirón. ¿Y no es eso la memoria ahora, un sedal
que se ilumina en el aire y frágil se rompe en nuestros
dedos?
Una tierra en el aire y agua. Me gustaba el agua, lo
que decía, lo que me traía, lo que me ocultaba.
Frutos
Jaraíz 22 de febrero de 2010
Gracias nada, débil luz.
Árbol enclenque
que resistías sin tener que hacerlo
como el agua de lluvia en la lata.
Árbol desnudo.
Sin él no podría hablar de mí.
Lo he mirado mucho para no ser.
El frutal me da ahora leña.
Dadle vuestro miedo.
Lo que tiembla.
Vuestro fruto.
Pero tú di algo nuevo,
escribe algo nuevo.
Estuve lejos, no sé dónde.
Un árbol se quema en la lejanía
de estas sierras espeluznantes
donde cuesta caminar y escribir.
144 145
Me tiraba al agua y decía, nada.
Campanas sumergidas en las aguas verdes o tierra en
el aire. O tal vez ilusiones de agua como frutas sin
sabor.
Y ellos, los nadadores en el aire. Todos estaban ahí
abajo hablándome, pero simplemente no los veía.
Aguas verdes detenidas, como estas palabras que no
avanzan.¿Y qué podría haberles dicho a esos nadado-
res después de tanto tiempo? Había un hombre que
rompía las nubes. Las rompía en verano antes de que
descargaran sobre los campos de algodón. Un hom-
bre que miraba el fondo de los pozos como si mirara
el mundo por dentro. Sujayra, repito esa palabra en
este tiempo deformado de líneas invisibles cruzándo-
se en los espacios cada vez más grandes.
Espacios donde se forman tolveras de polvo, remoli-
nos al final del verano que se mueven como bailarinas
hacia el sol. Esas tolveras avanzan girando y parecen
Mi padre me arrojaba al agua y me decía nada. Aguas
verdes con rostros esclarecidos. Bocas de antepasados
hablando en la noche. Unas luces o unos rostros que
ya no recuerdo.
Tiétar o Zújar. Solo una tierra en el aire y agua. Una
pena muy grande, Sujayra.
De no ser por estas fotografías de nieve que guardo
en una maleta como un tiempo sumergido, mi me-
moria sería más transparente, más lúcida. Fotografías
que han roto el tiempo y no ayudan a cruzar esta os-
curidad, esos hilos o sedales que formarían una red
de luz para salvaguardar la memoria. ¿Podría ahora
bailar abrazado a ese remolino de aire que se forma
en las puertas del mundo? Lo que digo es solo polvo.
Palabras escritas con lápiz al pie de las fotografías.Pa-
labras muy frágiles que posiblemente se vayan un día
por sí solas. ¿Pero qué puedo oír allí abajo? Veo salir
de sus bocas palabras, pero no las oigo. Piedras sin
ojos y bocas. Si me acerco a una de ella y pego la oreja
¿me hablarán esas mujeres sin rostro bajo el agua?
146 147
Habitación de hospital
Plasencia 28 de febrero de 2010
Se muere boca arriba.
En los techos nieve sin pisar.
El único copo va al ojo.
Es más hermoso ver nevar,
la lluvia solo emociona.
Ella canta en un lugar vacío,
recién pintado.
No se puede fumar,
no se puede hablar,
no se puede comer,
no se puede silbar.
Ella canta ahí después de comerte,
de fumarte, de cantarte.
No se puede silbar
en esa habitación blanca
que da al mar.
que vienen hacia ti si te quedas quieto. Y al final un
canto. Un hilo que se tensa entre nosotros y el cielo.
Sujayra.
148 149
Poder
Una miliaria calandra
se va volando en zigzag
hacia la muerte.
Él se fue pisando
un sembrado de luciérnagas
y arrojó al cielo
puñados de moscas.
Las nubes van donde voy.
No se mueven. Les doy mi silencio
y me entregan el suyo.
El que huye tras las huellas en la nieve
lleva el sol en sus ojos
como un depósito de ceniza.
Poder, lo que se entiende por eso,
solo lo tuve
cuando agarré un palo
y lo tiré al agua.
Piedra
Piedra pulida de un lecho.
Una entre miles.
Chocar hasta
que se pulan las palabras.
Fue al azar,
la piedra que cogí era yo.
¿O espinas dorsales
de ángeles prehistóricos?
Cada vez más arriba
el pájaro de la vida.
Si era blanco en la lejanía,
como un punto negro
ahora otra cosa más invisible.
Cuando te pierdas en el cielo
-pájaro de la vida-
mota en mi ojo.
150 151
La ventana
A Hannah Curiel Piñeiro
Me fui a la ventana,
me desnudé, tiré el cigarro
y lo apagué con la planta del pie.
Nadaba mi vieja mujer
en el pantano.
Se adentraba hacia el centro
y saludaba.
De las horas que pudiera
estar en el agua
esta vieja nadadora
he hablado
toda mi vida.
En las fotografías
siempre está de espaldas.
Criba
Criba
arena
hasta que
aparezca
la lágrima.
Me alimento
de visones breves.
Cucharadas de vino.
152 153
Montañas
Ven dicen, siempre han debido decir eso.
Los que se van, ese instante.
Se pierden en la luz
y luego la luz en nosotros.
Me hice viejo de pronto
y quise seguir al día.
Irme del mundo por mí mismo
y dejar los ojos aquí
–se llenan de hierba y pobreza–.
Volver a por los zapatos.
Sacar la sal de ellos
y limpiarlos con hierba.
Parece un buen sitio para escribir
y dejarse el pelo largo…
Unos ya se habían quemado
el rostro con la lumbre,
otros directamente
con el sol.
Hacer hielo
Die Samens.
¿Schuppe?
Descamar.
Pop Corn!
También a mano escribimos
cada vez más deprisa.
En mi mano una lombriz
partida se retuerce.
Una palabra alemana
que querría decirlo
todo de sí misma
solo con las letras.
Visca die Schnee!
Y aunque los sabañones pican
al calor, a veces es más antiguo
el dolor que el verano,
lo nuevo que lo viejo.
154 155
Las cosas absorben el tiempo, y después el tiempo se
come las cosas más blandas.Gotas o perlas del frío en
las osamentas del Jarramplas. Arden un instante y se
convierten después en hielo.
Niebla y nieve,las dos palabras de los salvoconductos.
Podría decirlas en voz alta tras un mar de sábanas.Un
hombre revuelto en ellas se agita e intenta salir de la
niebla, del interior de la luz. Intenta solo salir de sí
mismo.
Jarramplas, de nuevo he vuelto a oír esa palabra. Se-
millas en los ojos para atravesar esta niebla, o acaso
un remolino de nieve en esas alturas del Piornal, o
un caballo quemándose la cola de las aguas que caen
hacia los cursos del Jerte y del Tiétar. Piornal. Uno
mira hacia las dos vertientes largo rato, como si eso
fuera parte de una sanación o una manera de respirar
muy leve hasta vaciarse. El silencio de uno mismo,
contenido dentro de los pulmones y la cabeza como
un gas venenoso que se va liberando y se expande
hasta formar parte de esos espacios.Un único silencio
el tuyo y el del mundo que aquí se recoge. Si pudieras
hablar allí arriba, no dirías gran cosa. Estoy cansado,
Mañana de San Sebastián
Jaraíz 20 de enero 2011
Jarramplas,siempre oí esta palabra en casa.Jarramplas,
o un monstruo de niebla. Niebla, y para conseguir es-
capar de ella, subí a lugares más altos. Niebla que en
el teatro antiguo habrían recreado con sábanas muy
finas y hombres desnudos revolviéndose dentro de
ellas. Hombres atrapados en ese blanco. Costaría es-
capar de esas telas, pero qué palabras directas al sol,
solo palabras buscando la luz. Movimientos deses-
perados del hombre por quitarse de encima ese peso
leve, esas envolturas del frío y la nostalgia. Para pare-
cerme a ellos me habría vendado los ojos con gasas no
muy apretadas, así las palabras de unos guiarían a los
otros en la niebla mientras buscábamos al Jarramplas.
Un Jarramplas hundido en la nieve que había caído
durante toda la noche. Los ojos quemados ante el
paso del gamo, o una aparición en la misma desapa-
rición. Niebla.
Es esto entonces lo que hace de los ojos las raíces del
cuerpo.
156 157
que ahora forman un arco de luz y oscuridad. Días
verticales y entonces pones la mano en el sol y dices
el salvoconducto. Semillas en los ojos para travesar
esta niebla como si fuera posible estar unos segundos
mirando fijamente el sol.
Nieve y las huellas del Jarramplas ladera arriba. ¿No
era esto más que el deseo infantil de subir a las mon-
tañas para mirar el mundo y decir desde esas alturas
que he vivido en el tiempo de la extinción de la nieve?
Sin embargo este frío, o esta llama de frío luminoso
en estas manos frías, solo erizos invisibles guardan-
do el pulso de algo más alejado y frágil que nuestras
propias vidas, o estas alfombras sombrías de nieve a
los pies de los castaños. Cada vez había que subir a
mayor altura a buscar la nieve.A otros lugares y espa-
cios inaccesibles todavía para las palabras. Al menos
nadie había hablado jamás en voz alta en aquellos pi-
cos y macizos del Guijo, en esos pasos de montaña
poco transitados más que por los hombres de vien-
to, y nadie allí había corrompido el aire con su voz.
¿No era allí arriba donde el hombre acude a depositar
su locura? Y en mitad de la nieve una voz, una voz
que podría restituir las otras voces perdidas en el
mundo.
soy poco y he venido aquí a curarme de mí mismo.
En ese momento el silencio del mundo entra en ti,
y torpes tus palabras se cruzan como dos corrientes
de agua que terminan formando remolinos. Solo allí
arriba has tenido esas sensaciones. No se trata de
grandes alturas que te anulen, o te aplasten al estar
tan cerca del cielo. La mirada no desciende por estas
laderas con vértigo, o se apresura en buscar un punto
en el aire en el que poder retornar a ti. No es eso. Allí
arriba solo se oye el tambor del Jarramplas.
Se oyen los latidos del invierno, latidos acaso más
acelerados, menos acompasados que los tuyos, pero
que acaso marquen. El tamboril de un corazón roto.
Eso anuncia el Jarramplas con su tambor. Más luz,
días largos. La taquicardia del mundo, y aunque lleva
un ritmo, este es demasiado acelerado. Es el ritmo
del mal en el frío y la luz después de la nevada de la
pasada noche. Solo se me ocurrían esas dos palabras
ahora. Frío y luz.
Un salvoconducto que las incluyera. Unas palabras
con la que poder pasar al otro día. No las olvidaría
nunca, pues podrían servir para cruzar el último um-
bral, las cancelas de hielo del Paso del emperador. Días
158 159
siquiera podría haber sido el Jarramplas golpeando
con el cuerno de la cabra el tamboril. Haber lleva-
do otro ritmo. Pero acaso esto era solo un ejercicio,
una necesidad de movimiento, de llevar las palabras
a donde no querían ir. Mientras tanto levantaba la
cabeza para ver el mundo.
¿De qué hubiera servido allí arriba un discurso o una
plegaria? Toda voz se habría roto contra las piedras.
Y el sol a la espalda como una carga de paja, o de otra
cosa que pudiera arder fácilmente sin dejar apenas
ceniza. Una carga de algo liviano. Diría entonces que
me he cargado de luz, como el corazón del mundo en
el tambor del Jarramplas.
Me disipé, simplemente se disipó todo lo que era.
Preferí morir de frío.
Más que unas huellas en el barro, unas huellas poco
profundas en la nieve,donde ya se atisba el barro.¿No
se parecía esto al momento en el que cubrimos con
sábanas los muebles de la casa que vamos a dejar des-
habitada mucho tiempo? De ese modo todo quedaba
a salvo del polvo, o de cualquier ruido o sonido lim-
pio. Así la fuerza del silencio y la tensión del mundo.
¿Y qué le hubiera deseado al ladrón sino la paz y unas
semillas con las que poder sembrar de nuevo su vida?
Un ladrón ciego al que hubiéramos exigido el salvo-
conducto para poder pasar a la casa.
¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el campa-
nero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?
Nieve que cruje bajo mis pasos hasta convertirse en
raíces de niebla.
Todo lo que podía hacer allí arriba era mirar sin forzar,
hablar sin decir, escribir sin resolver. No tenía fuerzas
más que para mí mismo, y mis ojos ya no buscaban,
solo guardaban espacios de nieve tras los muros. Ni
160 161
Tiétar
Talavera 26 de agosto de 2011
Estrellas del verano en el río quieto
como remaches del infinito.
Me descalzo y miro los zapatos.
He estado en las botas,
inflexibles amigas
que no querían bailar,
ser más que yo, llevarme a la luz.
Duras la una con la otra.
Estos cinco dedos son
los otros ríos en los que fui feliz.
Por la línea de mi vida serpenteo.
Estas aguas buscan los pliegues
que encaucen mi vida
a estas arrugas de la edad.
(Estrías de conchas,
anillos de los troncos,
líneas de eternidad)
Nuestros poemas
solo son estelas de lanchas.
Mesa
Quisiera bendecir
una mesa vacía,
esta piedra
en la mesa.
Pero estoy dentro
de un pan
y no puedo comerme
a mí mismo.
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El agua (curiel)[1] (3) (1)

  • 1.
  • 2. EL AGUA (POESÍA 2002-2012) Prólogo de Ángel Luis Luján MIGUEL ÁNGEL CURIEL
  • 3. Primera edición, 2014 © Miguel Ángel Curiel © Del prólogo, Ángel Luis Luján © De la presente edición, Ediciones Tigres de Papel C/ Melilla, 55-B, 7º A 28005 – Madrid www.tigresdepapel.es info@tigresdepapel.com Depósito legal: ISBN: 978-84-942202-1-0 Impreso por: Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trans- mitida por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, me- cánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el expreso permiso de la editorial.
  • 5. 7 A Uxia Piñeiro Prólogo El agua primordial Gaston Bachelard nos enseñó que la imaginación no es, como pretendían ciertos sectores del Romanticismo y aún de las vanguardias, una facultad aleatoria y caótica, un repo- sitorio despropositado de imágenes sin orden ni concierto, sino que tenía sus leyes y su estructura y estaba profunda- mente anclada en la relación del hombre con la naturaleza,y dependía de su posición en el universo. Muchas de las cosas que escribe el filósofo francés en su precioso libro El agua y los sueños podrían aplicarse a esta trilogía de Miguel Ángel Curiel, pero eso no agotaría el significado de tan deslum- brante como inaprensible obra. Los instrumentos que el crítico maneja se vuelven romos, ridículos juguetes, cuando se enfrenta a una poesía como esta, a la vez densa y elemental, tan abierta a lo absoluto que
  • 6. 8 9 cualquier intento de asedio deja como mucho un girón de nube o de vapor entre las dedos del entendimiento; un poco como aquellos dulces de algodón de nuestra infancia, de los que cuando uno creía haber atrapado un buen mordisco se quedaba con la frustración de las hebras deshechas en el hálito y un demorado regusto, promesa de la dulzura total que nunca se lograba. Partiendo, pues, de la insuficiencia de todo análisis, situa- mos la poesía de Miguel Ángel Curiel en el terreno que le es propio, el de lo elemental, pues su universo está construido con las sustancias básicas de la realidad: lo telúrico en Pie- dras, la luz en Luminarias y Diario de la luz, el aire en Mal de altura y Hálito.Tampoco está ausente de su producción el fuego, que asoma por las páginas encendidas de El verano. El ciclo del agua, aquí reunido, está formado por los libros Por efecto de las aguas,Los sumergidos y Hacer hielo,agrupados y reelaborados ahora bajo el título aún más esencializador de El agua. De hecho, el paseo por la poesía de Curiel (se anda mucho en ella) va tan más allá de los elementos que nos adentra- mos en un mundo, si puede ser (y en poesía puede) incluso anterior al mito y nos gana la fascinación ante los distintos aspectos bajo los que se nos presenta la naturaleza y la reali- dad. En consecuencia, la palabra de Miguel Ángel Curiel es prerracional y, por supuesto, premítica: no trata de explicar qué nos ocurre en esta existencia sorprendente o por qué sino solo de constatar qué sentido se desarrolla aquí en toda su pureza. No es de extrañar,entonces,que todo los poemas pasen ante nuestros ojos en un presente que no es el de la actualidad ni el presente histórico,sino el de la permanencia en la esencia, el presente del conocimiento y de la visión. El que lee vive siempre en el presente de su lectura, y con más razón en estos versos. A veces hasta desaparece el verbo y accedemos a la constatación neta de una realidad trascendida: La luna fermentada, el pan mordido, el poema a la mitad… (“Haciendo un pozo”) Porque es un tiempo sin tiempo y un entorno arquetípico, podemos encontrar a los sembradores hablando en latín con unos enigmáticos y legendarios embajadores (“Nubes”). El proceso es complejo, no obstante la asombrosa sencillez de medios que siempre ha usado el poeta.Todo empieza con esa actitud de apertura total que nos dispone a “ver el mun- do” por primera vez y que podemos llamar, para entender- nos, inspiración, aunque tiene mucho de sobrecogimiento: “Me alimento / de visiones breves” (“Criba”); a este esta- do acuden las palabras todavía no hechas por los humanos sino por una naturaleza directamente encarnada en verbo: “¿Quién pone esos nombres al agua sino el aire?”(“Historias del agua”). De hecho, la propia poesía, inscrita ya en la na- turaleza, es capaz de modelar el lenguaje humano, hacernos hablar por ella: “La poesía cambia de curso / las palabras” (“Una fotografía sin revelar”). Algo ajeno y a la vez nuestro nos habla por el solo hecho de existir.
  • 7. 10 11 De esta manera,la realidad y las palabra son permeables una a otra, están todavía adheridas, confundibles, en la forma bruta de la visión, como muestra el poema en prosa “En una ciudad perdida”, donde leemos expresiones como “Ne- cesitábamos traducir toda la luz posible”, un “nosotros” gra- cias al cual el poeta se funde con el personaje de su texto, rompiendo así también las barreras entre el espacio literario y el espacio de la realidad. Y esto nos recuerda que con la escritura de Miguel Ángel Curiel, como con todo poeta de- finitivo, hay que replantearse las cuestiones de adscripción genérica, o simplemente olvidarlas. Su lírica coincide con lo narrativo en algunos puntos, como en el poema que acabo de citar, también con la escritura autobiográfica casi canó- nica, como en “Historias del agua”, pero por todas partes podemos encontrar la presencia de la larga tradición de la literatura sapiencial o gnómica: el aforismo, la reflexión, el enigma incluso. Ese trasvase entre realidad y escritura se aprecia claramente en las expresiones paradójicas o los pensamientos imposi- bles (como en los dibujos de Escher o los cuadros de Ma- gritte): “Y el hombre del poema / escribe ese mismo poema / ahora en el blanco / de la muerte” (“Hombre”). Abundan los textos en que la poesía se hace reflejo de sí misma, en los que, más allá de lo metapoético, se plantea el fundamento mismo del decir y el ser poético, hasta el punto de que nos preguntamos con el poeta: Y tu ¿acaso no dabas vueltas dentro del mismo poema como enjaulado? (“Ola de calor”) La pregunta resulta urgente: ¿puede salirse fuera del poema? ¿Estamos atrapados en una existencia poética? Y esta exis- tencia lírica ¿lo es en el sentido del imperativo nietzscheano de hacer de la vida propia una obra de arte?, ¿o es más bien una condena? Pensé siempre que lo que escribimos o decimos debía ascender, aunque fuera ligeramente, y si fuera posible salirse del papel. (“La fiesta”). En ambas citas el poeta parece lamentar la prisión del len- guaje, la gravedad de lo escrito que nos tira hacia la tierra e impide levantar el vuelo, salirnos de los márgenes. No está seguro el poeta de si lo que se vive en el poema se vive tam- bién fuera de él. Es en definitiva, la pregunta de toda la es- tética moderna: ¿la poesía es autorreferencial? Quizá la mejor manera de salir de esta encrucijada, de las preguntas centrífugas, sea acudir a una imagen: Una carta nada grave, un saludo, unas palabras que vayan un poco mas allá de nuestras palabras, como si hubiera en ellas la semilla de la distancia, y eligieran la grieta como lugar, y no el aire, donde por otro lado se esparcen demasiado. (“Carta”). El poema es como la semilla, crece en un ciclo natural, a partir de un elemento mínimo y lo que estaba dentro del grano y de la tierra ahora está fuera.Así la poesía crece hacia
  • 8. 12 13 abajo,hacia las raíces,pero también hacia el aire,y la sombra que ganó dentro es la que ahora arroja hacia fuera: el verde negro de los olmos, un verde que huele como la camisa de un fumador de pipa, un verde de raíz profunda (“Un largo muro”). Esta manera poética de vivir el mundo tiende a veces a la idealización: “Estas palabras, para caer, deben ser más lige- ras que el silencio”(“Espacios inundados”), o “Palabras en el aire / cada vez más leves / e invisibles” (“Andenes”). La pa- labra como algo ligero y alado, en la estela del Ion platónico; pero, consecuente con lo que hemos visto antes, el poeta no descarta la parte de condena que esto tiene, la humillación y fealdad que asedia toda existencia, su parte de imperfección. La poesía puede elevarse alto, pero su vuelo puede ser tam- bién el de un pájaro agorero: Muy arriba los buitres. Ningún ave llega tan cerca de las puertas azules, ningún pájaro caga desde tan alto. Aporto mi llanto, mi erosión, mi yo. (“Salto de agua”). Nos encontramos incluso con la sospecha del engaño, la frustración o la simple caducidad, lejos de lo sublime: “Re- galé legañas en vez de visiones” (“Tu fu”); “Todo lo que es- cribo se secará” (“Tachado”). El precario límite entre la palabra y lo expresado tiene el efecto, no de crear alegorías, simbolismos o corresponden- cias como en la práctica de la modernidad a partir de Bau- delaire, sino de poner ante los ojos del lector lo que de sen- tido en sí mismo tiene el mundo, antes de que lo digamos, extraerle todo su ser. Por ejemplo, cuando en “Lance”se nos describe la tensión del sedal por el peso del pez atrapado y leemos “La muerte / tira así de nosotros. / No quiere que se rompa / el sedal de la vida” erraríamos si lo interpretáramos como una sencilla alegoría sobre la muerte a la manera me- dieval o de la predicación sagrada. El instante mismo con- tiene en sí el exacto sentido de tensión extrema de que nos hace partícipe el poeta, plenitud significativa que no depen- de de las palabras con que lo trasmite, sino que las contiene. Aparte de que se rompe aquí (y “romper” es la palabra que aparece en el poema) toda la lógica de la tradición inter- pretativa, que nos haría esperar que lo que quiere la muerte es precisamente quebrar el hilo de la vida, como en el viejo motivo de las Parcas. Igualmente la alegoría que parece ser el poema “Trucha”, que podría interpretarse como una correspondencia entre el movimiento del pez (o su quietud) y la palabra poética se deshace en el poema con el “quiebro” con el que escapa el animal. Lo mismo ocurre cuando se asimila la poesía a un trampolín cerrado, la invitación al salto que no se puede
  • 9. 14 15 dar: “Que la poesía fuera eso. Algo muy leve sosteniendo el mundo” (“Trampolín”). La poesía, pues, es un hecho ininterpretable, pertenece a un orden natural, como el agua, y eso explica el predominio de la yuxtaposición, la parataxis, la oración sencilla y escueta y la falta de modalización del discurso: La borrasca y el poema están en el papel. La lluvia y la poesía en la realidad. (“Una fotografría sin revelar”). En un sentido heideggeriano, pues, el poeta no nombra el mundo sino que hace aflorar su sentido, abre ahí el ser de las cosas en su plenitud. La afinidad, incluso léxica, con el filósofo alemán es muchas veces palpable: “Todo se oculta / en torno a algo que es / igual a lo que oculta” (“Bosques”). La idea heideggeriana de que la verdad es la experiencia de sacar a la luz el ser que está oculto aflora aquí con toda claridad. La célebre afirmación del filósofo de Friburgo de que el poe- ta es “el pastor del ser” se convierte, no obstante, en Curiel, en duda: “¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el cam- panero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?” (“Mañana de San Sebastián”). Y el poeta duda porque no se fía del lenguaje tanto como lo hacía el autor de Ser y tiem- po, siempre le queda la sospecha de que el lenguaje, igual que puede dar a la luz la plenitud oculta de la experiencia, también puede nombrar el vacío y destapar nuestra viven- cia como la insistencia de la nada (y aquí aparece en escena Mallarmé): “El nombre de las playas siempre es un nombre para llenar el vacío del lugar. El mar no necesita de nombres” (“La playa”, cursiva del autor), o más definitivamente: “El poema enfila la nada” (“Siemprenunca”). Todo esto, que está en la base del pensamiento poético de Curiel, aflora a la superficie textual en múltiples juegos de palabras que indican la facilidad con la que el lenguaje se desliza de una realidad a otra, como si la poesía rozara, aca- riciara todo para atraerlo a una unidad. Jugar con las pa- labras es también jugar con la representación del mundo, hacer mundo. “Izar casi de raíz. ¿No es una palabra corta que se riza?” (“Días de Talavera”). O la extraña pero lógica descomposición del nombre de Portugal en “Portogallo” en el poema del mismo nombre. Esto nos lleva a otro problema, radicalmente central, que emerge inevitablemente a lo largo del libro: el de si el len- guaje es comunicación. La cuestión queda asombrosamen- te planteada en el título de Los sumergidos y el poema ho- mónimo que lo explica. Solo debajo del agua pueden los amantes decirse lo que no son capaces fuera, pero ¿qué tipo de comunicación es esa? El espacio de la pura transparen- cia del agua, imagen de la palabra absoluta, es también el del vacío del amor. La palabra debe, entonces, mancharse de la respiración terrena para emocionar y decir, llegar has- ta el territorio de la muerte, pues hablar debajo del agua o en su superficie es hablar a los muertos y con los muertos;
  • 10. 16 17 la palabra poética se plantea aquí como un diálogo con la muerte: “Muerte, te hablo / de tú a tú” (“Brasas, sargos y boñigas”); “Todo lo que se le dice / a los muertos / siempre es poesía” (“La muerta”). Ello va asociado al tema del tiempo, que se presenta como enigma o, mejor, como adivinanza: “¿Qué es que no es?”, pregunta de “Lumbre en la arena”, poema donde el poeta tiene el acierto de vincular la ambigüedad del paso del tiem- po (¿destructor o regenerador?) con la vuelta a un recuerdo infantil y su persistencia en la forma material de la tierra: “De niño subía arena a casa. / Esa arena, esa niñez / son ya lo mismo”. El poema que da título al libro Hacer hielo es también clave para concebir el tiempo: “En verano bajaban de las montañas / hombres cargados de nieve / y la vendían”. El situar la acción en una estación concreta y apuntar el trayecto de los hombres desde la nieve contrastan con la intemporalidad que nos quiere transmitir el título con ese infinitivo colgado de la permanencia: Hacer hielo. Y nos volvemos a llenar de preguntas: lo elemental, el hielo, ¿hay que fabricarlo, como el poema fabrica el mundo con sus palabras?, ¿o simplemente hay que transportarlo desde la montaña para ofrecerlo al resto de los hombres? Si el poema “hace hielo”, esto es fija, en la forma sólida de letras sobre un papel, la naturaleza fluida y errabunda del agua, que no se deja atrapar, ¿está traicionando al agua y el resultado es un trozo muerto y frío de materia, aunque puro en su apariencia? Las respuestas, si las hay, están incardinadas en la lectura de esta trilogía que devuelve al agua su fluidez después de haber quedado por un momento suspendida en el hielo de la página, un agua que nos sacude, como en esta imagen provocadora en la mejor tradición surrealista: “Hay un hilo de gusano.Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador civil. Tiran de él hasta destejer al hombre” (“Port Bou”); o que nos arrastra en su intensidad como la contenida en el poema “Poder”: “El que huye tras las huellas en la nieve / lleva el sol en sus ojos / como un depósito de ceniza”. El poder es, precisamente, otro de los temas que no pode- mos soslayar en la lectura de El agua, donde ocupa un lugar destacado la meditación sobre la relación de la palabra con él. Frente a lo que pueda parecer, no es esta una poesía en- simismada y evasiva. Los versos de Curiel suponen no solo una posición en el cosmos y en la existencia, sino también en la vida social. Muchas veces insiste el poeta en que sus textos son cartas al poder.Se sitúa así esta vez bajo el magis- terio de Adorno, para el que el lenguaje que se opone verda- deramente al poder no es el del enfrentamiento directo,sino el divergente de la vanguardia, el que no respeta las normas establecidas y el discurso lineal. La palabra, presentada en su pureza y en su desnudez, como hace Curiel, enfrenta al lector con la falsedad esencial de cualquier discurso que vaya más allá de lo real, en el sentido de lo auténtico. La lumino- sa precisión, minuciosidad y concreción con la que el poeta desmenuza el mundo se opone al discurso abstracto y vacío, lleno de conceptos y falto de referentes del poder.
  • 11. 18 19 Mientras que el discurso del poder es un discurso que quiere hacerse tan visible como las realidades a las que remite, per- petuarse en sí mismo, la poesía se le opone como un puen- te: “¿Y no es la poesía solo eso, un puente invisible entre las realidades visibles? (“El puente”). Un puente es también algo que une y hermana, frente a los discursos oficiales que separan. Tales de Mileto afirmó que el principio de todo era el agua, y Heráclito fue el primero en revelarnos el devenir en forma de río, en el que nadie se baña dos veces. De los presocráti- cos a Curiel hay una corriente subterránea, quizá una con- fluencia de aguas que viven simultáneamente en el tiempo detenido de la inmersión poética. Seres alados y míticos recorren sobrevolando este mundo en forma de ángeles ri- lkeanos, metamorfoseados a veces en su contrapartida oscu- ra y demoniaca: moscas o gallos; porque esta poesía,como el agua primigenia, está siempre en movimiento y lo va cam- biando todo, pero siempre resta una blancura. La presen- cia de lo blanco (mallarmeano quizá) tiene que ver con la amenaza de la desaparición y del silencio que acecha a toda aventura del ser. Es el blanco de hospital, donde uno siente que puede “andar paralelo a la muerte” (“Hospital”); o el blanco que iguala creación y muerte: “Folio donde escribo, tras unos muros también blancos. (Donde acaso se pierden las palabras que estaban más cerca, las que podían iluminar la nada)” (“Días de Talavera”). Muchas veces ha caído la poesía contemporánea en este ex- pediente fácil del silencio o sus sucedáneos. Miguel Ángel Curiel, sin embargo, ha aceptado el reto de escribir en el límite; se ha sumergido como nadie en aguas profundas y nos ha traído un poco de luz, para regar-alumbrar estos pa- sos inciertos en la tierra. Lo que su poesía nos descubre no puede ser mostrado de otra forma; lo que al lector le espera es una experiencia única, y quizá su única salvación. Ángel Luis Luján
  • 12. 20 21 Debo vivir, aunque esté dos veces muerto, Y la ciudad enloquezca por el agua. Ossip Mandelstam Éste es el Sena y en su turbulencia Me he mezclado y me he conocido. Éstos son mis ríos contados en el Isonzo. Giuseppe Ungaretti De a dos nadan los muertos, De a dos bañados en vino. Paul Celan
  • 13. 22 23 POR EFECTO DE LAS AGUAS En mi niñez era un charco pequeño y poco profundo… Se decía que en la alberca desembocaban las aguas subterrá- neas del cementerio… Jaroslav Seifert
  • 14. 24 25 21 de enero ¡Fíjate en qué año estamos ya! Todo es nuevo, y esas piedras, al haber sido traídas desde tan lejos nunca se enfrían. Nosotros, al haber querido ocupar un espacio mayor al que nos correspondía, a solas hemos terminado hablando con todo. Ave de paso, ¿te quedas? Entre el cieno y el cielo el mundo se corrompe y se purifica. El gallo de un solo ojo, al cerrarlo nos ve.
  • 15. 26 27 Brasas, sargos y boñigas Muerte, te hablo de tú a tú. He escrito en el centro de la hoja la palabra brasa, solo esa palabra, solo esa brasa. Mi mano tapa mi nombre. En otra hoja escribí la palabra sandía –es el fruto de la vejez, abierta ya no rueda–. El rasgo de la rosa es el sargo. El sargo que pesca un niño para dárselo a su madre. Espinas, demasiadas espinas… Entonces sigue las boñigas, no las huellas perdidas que el aire se come, solo las boñigas. Menos ese caballo montado por un ángel dando vueltas alrededor del pozo, todos estamos boca abajo en el mundo Ola de calor Calles desiertas. El sol rueda lentamente. Los plátanos sobresalen tras el muro blanco de Villa Daniela. Si me tiro a la piscina alguien oirá el agua. Pero musito, hablo con la luz que siega a ras del ojo; Luz como la de un libro de André du Bouchet… En la visión un lobezno en una jaula para osos. Podría escapar apretando su cuerpo contra los barrotes. Se liberaría solo, y si no lo hace, se debe a un problema ocular. Ve un tercer barrote por cada dos. El barrote de… Y tu ¿acaso no das vueltas dentro del mismo poema como enjaulado?
  • 16. 28 29 Arco Tensa el arco. Tiene la flecha mordida en la boca: Lanza la flecha con la mano. Arroja lejos su yo. Es Godot. Ya está al fin aquí Godot. ¿Es el Godot que esperabas? “Al menos a mí, el amor me produjo el efecto contrario, el llanto abrasó la tristeza como la orina… Arde el neumático, el barco es de fibra óptica, la vela de naylon, el mar está lleno de flores y de idiotas navegando…” Aguas La oscuridad está llena de aguas cristalinas.Trabaja el agua contra la realidad, o estas aguas verdes estancadas que me apaciguan. Me miro en ellas. Suelto el agua, en las compuertas un pájaro muerto y unos palos giran en el remolino. Alguien le habla a la sima, al túnel, al pozo: el silencio es la corriente de las voces lejanas. ¿Cómo un camino tan claro puede llevar a una cueva? ¡Hagamos santo a Brueghel! que soplaba polvo de oro en la manzana podrida. ¿No lo veis ahora? El destino aflora y mana rápido de la lentitud y el instante se revuelve. Entonces no bebáis agua de la purificadora.
  • 17. 30 31 Extraños poemas Unos zapatos en el aire dando en la espalda de chapa de un ángel, o lo que el muerto ve en las aguas en las que tú encuentras fácilmente las lágrimas del mundo. En el techo una bombilla desnuda como una mujer que va a dar a luz. Los perros mueven el rabo y miran las flores de papel, las costras de mis piernas. Me comí el queso negro mientras alguien se comía las ortigas. Las estrellas están descolocadas en el cielo, y la poesía humillada por estos extraños poemas. Tu Fu Mis palabras me han dado fama, pero estoy envejecido, enfermo y cansado, arrastrado de acá para allá, soy una gaviota perdida entre el cielo y la tierra. Tu Fu Un nombre corto, un nombre corto en la cubierta de un libro. Bajo el nombre en negro, un pájaro rojo. ¿Un carpintero o un Martín pescador? Ya no podría escribir sin la ayuda del vino, y ahí está la botella, la hija, con su pañuelo azul a la cabeza… Doy con la alpargata en la estrella de mar. La luna es un horno frío, las flores del rostro son solo pensamientos, al sentir el horror de escribir poesía per se. Regalé legañas en vez de visiones.
  • 18. 32 33 Hospital Los que se adentran ven a los que salen. Los que salen van diciendo los nombres de los que se quedan dentro. Esperan que la noche sea clara, como la de un hospital donde se ha ido la luz. El blanco tan denso donde nos hemos perdido.Tienta pisarlo, andar paralelo a la muerte. Escribirlo, al menos el nombre, o como un pez ahogado en la leche. ¡No bebas eso! En un puente Esa mujer se descalza siempre para cruzar el puente, eso explica por sí mismo el sonido del granizo y el silencio de las perlas. Él, si no oye los zapatos nunca se tira. Ella, al no oírse a sí misma, se siente viva. ¡Rápido! Haz un nido en la tierra aunque sea un lugar de paso. Aquella mujer habla de su belleza perdida con su corazón perdido. Dentro de su moño blanco hay un vencejo.
  • 19. 34 35 Uxia Frutos en la larga cabellera de mi mujer. Luego nos comemos las ancas llenas de canas. Mondamos los recuerdos, los frutos del amanecer. Insomnio Un caminito muere aquí. Llueve, en las montañas es nieve. Es fácil desesperarse frente a los muros, más allá de noviembre no hay nada. De noche un ángel de aire protege con la mano la llama, la palabra que ha brotado… De día, la oca al sol come las bolas de papel, se come el horror vacui, al muñeco de pan… Por el camino de la noche nos alcanza el día y detenidos vemos pasar a esos viajeros sin sombra… ¿Qué sería del amor sin la lluvia y sin los sueños que despacio se pierden en el rostro? Ella, precisamente ella, la única que no tiene rostro, y por eso su alegría debe ir con el mundo, ser la del mundo y estar en los árboles mientras cae la nieve.
  • 20. 36 37 El perro avisó El perro avisó. Alguien llegaba mientras alguien se iba. El perro iba del uno al otro. Nadie, quizás nadie fueran todos, y yo me iba de un rostro a otro. Montañas, llanuras Montañas, Llanuras. ¿Cómo cambiar esas palabras por estas más grandes, más llanas?
  • 21. 38 39 Haciendo un pozo La luna fermentada, el pan mordido, el poema a la mitad… Mientras escalan el picacho tú haces un pozo: no encontrarás mas que agua… Les ves pegado a la piedra, parecen insectos: ellos desde la pared te ven: pareces un animal que escarba, animal que come insectos. Camino El camino es totalmente recto. El poema es recto. Nunca se acaba la llanura. No se acaba el día, la noche, y miro hacia atrás, hacia los lados. En el cielo pesadas estrellas, lejanas y luminosas estrellas. Nosotros les ponemos nombre y vamos de una a otra una vez muertos. Pero en esta casa de noche se oye al cangrejo. Lo duro suena contra lo duro, y alguien camina con los codos y las rodillas. Aunque fueran cortas las distancias, la larga pasión acorta la vida hasta esta escalera por donde baja el agua. Subo despacio.
  • 22. 40 41 Bosques Una rama no oculta nada. Si la sigues siempre terminas en el cielo. Muchas ramas y hojas terminan ocultando no más que ramas y hojas.Todo se oculta en torno a algo que es igual a lo que oculta. Una rama oculta a otra. La última rama es la mas desnuda. Lo decimos todo al centro, y el centro de la catedral es el cielo. Viaje a pie a Cuenca La cabeza de un rey, aunque ruede va pensado ¡¿En que!? De reojo ve su corazón tirado. De reojo se mira en el agua. Él le dice sí al no y no al sí. ¿Pero sabe el cuerpo del rey que la cabeza del rey sabe que en el centro de la palabra Evangelio está escrita la palabra ángel? Y el único espectador en el teatro de Segóbriga. El único actor en un monólogo a dos voces. La fuente llora por mí. El pájaro vuela por mí. Yo río por ella y camino por él. Al gallo le sale pelo.
  • 23. 42 43 En la niebla La niebla, la hoja. El frío construye cosas de agua, y de agua hace la lengua del ángel del verano. Pesados ángeles de piedra a los que la lluvia ha dejado sin cabeza. Estarán ahí hasta el día del juicio final. He roto un palo seco, y después del chasquido ha comenzado a cantar un pájaro. Un corredor de fondo Corrí hacia el amanecer. Me paré justo donde soy. Me hubiera matado para vivir nuevamente. Pero seguí corriendo hacia el mar hacia la noche… En el agua podía escupirme, hablarme, borrarme con el brazo aunque se quiebre por la reflexión… Hay un solo ángel para todos nosotros, y ese ángel sueña por todos nosotros. Uno de nosotros tendrá que matarlo y querría ser yo.
  • 24. 44 45 Una fotografía sin revelar La borrasca y el poema están en el papel. La lluvia y la poesía en la realidad. He apagado la luz. La nieve es negra. La noria saca el agua, el poema saca la poesía. La noria entresaca algunos peces, los cambia de curso. La poesía cambia de curso las palabras. Mira la mano de ese niño que entierra su dedo cortado. Desnudo Ayer este camino, hoy este camino y mañana este camino. Siempre vuelvo a mí. Soy tú. En la vieja casa donde me vistieron por primera vez me estoy desnudando. Afuera el aire invisible remueve lo visible. ¿Y acaso estas imágenes invisibles no precisan palabras transparentes, palabras de cristal que se rompen al chocar con la tierra?
  • 25. 46 47 Salto de agua Aguas que se rompen contra una gran piedra que fue tomando la forma de una cabeza. Se deshará de aquí a mil años con un único pensamiento. Muy arriba los buitres. Ningún ave llega tan cerca de las puertas azules, ningún pájaro caga desde tan alto. Aporto mi llanto, mi erosión, mi yo. Mientras la tierra te respira, te tose, no te asimila. Tú Tú andas, él corre. Tú eres él. Quien hace sonar las campanas se mira el reloj de muñeca.
  • 26. 48 49 Siemprenunca Siempre y nunca son la misma palabra. Siemprenunca. El poema enfila la nada como ese palo en el agua enfila la corriente hacia el salto. Hoy es ayer, siempre es nunca, lo de dentro está afuera. La muerte es extraña, cuando perdona exige más. Pero el vino se ha convertido en vinagre y los poemas de amor en luz. Invierno La luna ilumina la cal de la casa. En la puerta se ve a la holandesa que la habita. Despluma un gallo. Brillan su cabeza, sus ojos, la acacia. En las grandes manos de la holandesa un zorzal. El silencio también es luz. Cierra sus grandes manos la holandesa. Escucha la nieve. Ese camino blanco lleva al verano y el campo blanco vayas donde vayas, al Norte.
  • 27. 50 51 Nubes Vértigo en la llanura que se inclina para que rueden las piedras hacia otro día… Por encima de ti una nube quieta. Lenta como el amor que se va para siempre… Y de ese mismo instante hablaba siempre el sembrador con dos embajadores en una lengua muerta. “Dua itinera in unum locum Ducentia…” Y él les contestaba Hablo con moscas eternas. Tiétar Mi abuelo me llevaba a los ríos. Mi padre me llevaba a los ríos. Mi hijo me llevaba a los ríos. Ninguno de ellos se bañaba cuando yo me bañaba. Uno guardaba al otro. Miedo al agua, miedo y necesidad del agua, Necesidad y gozo de ver a alguien en el agua.
  • 28. 52 53 Portogallo Portogallo. La más extraña nación que existe. Llevo un gallo de pelea al puerto del alba, ya desplumado, para que pelee con la saudade. Hombre Solo hay un poema, y un solo hombre en el poema. Y el hombre del poema escribe ese mismo poema ahora en el blanco de la muerte. Ese es el hombre al que se le ha hecho de noche a mitad de camino, justo donde el mediodía hizo su pozo de luz. Pero él ya pasó por ahí de día diciendo que le gustaría morir antes que ella, y que le gustaría morir después de ella. Morir dos veces.
  • 29. 54 55 Socaire Los fresnos se agitan. Se limpió el cielo. Aguas quietas que van aliviándose por un pequeño salto. Así nosotros también vamos aliviándonos de la pesadez de ser, hablándonos en voz muy baja. Como si en las palabras ya solo vieras árboles, montañas, ríos y no tanto a los hombres ni lo que dicen, o todo se hubiera deshecho, y ellas ya solo vislumbraran la nada mientras todo va tomando forma en la desesperación. Boca llena de agua No sé por cuánto tiempo se podrá oír ese canto de amor. Cada día más débil y lejano se oye. Ya no lo canta nadie y soy yo el que lo oye dentro de mí sin saber de dónde llega. ¿Cuánto tiempo podremos resistir con la boca llena de agua? Al principio queremos escupirla, quedarnos vacíos para poder hablar de esa boca llena de agua. Ese es el momento de beber o de escupir el agua. Ella ahogaba de esa forma las palabras, no podía decírselas a sí misma ni decírselas al mundo. Luego ella escupía en el mar y se volvía anciana.
  • 30. 56 57 LOS SUMERGIDOS Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad, gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme. Luis Cernuda Solo es lo que aún no se ha sido, era menos una aparición que una nostalgia, viví solo en la nostalgia y era… solo nostalgia. Al no saborear nada me sumergía en el placer; y porque era pequeño, me sobraba espacio para vivir en el pecho de una persona. Ha sido delicioso sumergirme en el alma que me amaba. De modo que iba por ahí. ¿Iba? No, no iba: paseaba por el aire, no necesitaba suelo para andar. Robert Walser
  • 31. 58 59 Trampolín Trampolín cerrado con unas cuerdas. Unos nudos en la barandilla. Como hace el poeta con las palabras en los poemas. Anudarlas a algo más invisible. Alguien escribió, no saltes… A lo lejos cae un paracaidista. Si mis palabras cayeran así. Belleza de lo simple. Una tela leve sosteniendo un cuerpo. Que la poesía fuera eso. Algo muy leve sosteniendo el mundo.
  • 32. 60 61 Sumergidos El ruido del agua, así le dije a alguien esta mañana que se titularía mi nuevo libro. Chapotear o beber con las manos. A veces un texto transparente, muy cristalino, así las palabras dejarían ver a través de ellas lo que nunca dejarían de ver a través de ellas. No nos quedamos entonces en el signo retorcido de una cali- grafía demasiado difícil.Que no sean estas palabras el fondo sino la superficie. ¿Puedo así agitar un poco tu espíritu hasta dar con un cuerpo cristalino? El ruido del agua. ¿Y de qué hablaría un libro con ese título? Me imaginé a dos amantes que se sumergen y hablan debajo del agua con los ojos muy abiertos, como si intentaran respirar con ellos todo el aire que tomaron antes de sumergirse. Burbujas que encierran palabras de amor cuando ya no queda aire. Los ojos se abrían aún más e intentaban respirar lo que veían. ¿Qué pueden decirse sumergidos, agarrados el uno al otro para no ascender a la superficie? Jamás lo sabré ver- daderamente. Cadenillas de burbujas que se rompen en el aire. Esas palabras de los sumergidos eran solo aire, transparencia, vacío del amor. Ni siquiera yo he podido iluminar con mis palabras una pequeña habi- tación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado de silencio el agua. Ahora emergen y vuelven a tomar una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces debería titularse Los sumergidos. Solo debajo del agua pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.
  • 33. 62 63 Mont Ventoux Arles 22 de marzo de 2007 Esta hierba mullida por un cuerpo es un molde para el mundo. Poco a poco se alza hasta olvidar quién eras. Todo lo que digas, la montaña de luz y aire se lo lleva a su silencio. Reino de zarzas Un reino inexpugnable de zarzas y esparragueras de- fiende a los pequeños árboles y a los brotes de peque- ños arbustos todavía tiernos. Si sacaras con cuidado de la tierra uno de esos brotes de encina ayudándote con una teja, o simplemente escarbando con las ma- nos, como harían un topo o una ardilla, verías que aún está unido a la bellota. Germinó y comenzó el tallo a buscar la luz. Desentrañó la tierra sin apenas forzarla. No como nuestras palabras cuando fuerzan la realidad, incluso atravesamos con ellas placas de acero o tiempos perdidos. Lo más duro del mundo atraviesan esas flechas invisibles. Pero esos tallos uni- dos a las bellotas no rompen nada, no fuerzan la dura tierra que las comió. Bocas cegadas. Bocas que si ha- blaran no dirían otra cosa que no somos ya nada. La lentitud es su fuerza, no buscan más de lo que no se busca. No todas las bellotas germinan. Depende de la boca que las cierre y las chupe. Así, de niños chu- pábamos pequeños guijarros con la esperanza de que se disolvieran en la boca. Una esperanza ciega, cierta dureza en los ojos y dulzura en la mirada. También
  • 34. 64 65 el amargo sabor de la pulpa de una bellota, un sabor seco que había que escupir. ¿No hacemos eso con las palabras secas del poder,escupirlas como una pasta de bellotas? Así ese reino de zarzas y esparragueras pro- tege de las palabras fáciles mi mano con sus espinas y púas. ¿Qué quieres coger de ahí dentro sin herirte? Algo que se vislumbra y apenas se ve. Un brote de encina, con la esperanza de que aún no se haya des- prendido de la bellota. La niñez está llena de heridas leves, de arañazos en las manos y las piernas. ¿Podría ser así ahora mientras escribo esto? Leves heridas en las manos, arañazos de zarzas imaginarias. La me- moria comienza a ser una manera de imaginación, o un pozo de melancolía. Agua de pozo muy limpia. Cuántos filtros. Escribir como escarbar, si no lo exca- vas no aflora. Pero esto nos la purifica, nos la muestra menos vivida y así más luminosa, y sin embargo esa bellota en mi boca, esas manos arañadas son la única verdad. Siempre levemente herido por todo. Señales de maleza en mí. De haber rodado por los desmon- tes, señales de alambradas. Cada vez que salgo a los montes o recojo espárragos, las manos vuelven heri- das. Rasguños superficiales, y, sin embargo, eso emo- ciona y me clava los anzuelos de la alegría en los ojos. Quien se ha roto un hueso a edad temprana pronto se le ha soldado con el calcio de la alucinación. Jamás entonces se le ha fracturado la memoria. ¿Brotará la bellota de mi boca, la que chupo, y daré cobijo dentro de mí a una encina? Para eso necesito zarzas alrede- dor de mí, zarzas que guarden los brotes de encina, esparragueras que protejan del aire todo lo nuevo.Así quien lee siente la necesidad de meter la mano ahí dentro y de herirse de sí mismo. ¿Qué crece enton- ces en nosotros de manera tan indefensa que apenas se salva? Una poesía que no quiere serlo, unas débi- les palabras de amor al mundo, que sin embargo nos avergüenzan. Avanzamos lentamente por ese mundo de espinas y zarzas, apenas levantando los ojos de los pies, de lo que nos lleva, de nuestro esfuerzo, y rebus- camos lo más tierno. Los tallos. No arrancamos más que los tallos amargos.
  • 35. 66 67 Trucha Garganta de la Olla 30 de mayo de 2009 Esa trucha quieta en la corriente se va con un quiebro. Si nuestras palabras hicieran lo mismo. Estar siempre quietas en el mundo. Andenes Mano que despide. Lo suelta todo. Revuelve las últimas palabras en el aire para que no se vuelvan a juntar. Esa mano abierta borra cualquier árbol o estrella. Aclara el espacio. Palabras en el aire cada vez más leves e invisibles. La mano borra el rostro para no hacerse daño, o alguna palabra que girase alrededor de la cabeza y quemase los ojos. Que esta elipsis de palabras vuelva al suelo. A los labios de los pobres, a su boca sencilla donde las palabras son espinas.
  • 36. 68 69 El puente A María Vallina Roma 23 de febrero 2011 Un puente largo y ancho. Muchos coches atravesan- do el río por ese puente. Un solo hombre lo cruza a pie entre el ruido y el humo de los neumáticos en las juntas de dilatación. Percusión en la ausencia de me- lodía.Río sordo y lento arrastrando su silencio.Aguas ya de muchos lugares. No podemos decir cruzamos un puente, más bien lo pasamos. Se cruza el río por el puente. ¿Y por qué lo decimos? Cruzamos el día y un túnel oscuro, apenas iluminado por unas pobres luces. El hombre ya está al otro lado del río. Apenas se le aprecia ya entre los árboles de la orilla,los juncos y los herbazales. Unos álamos blancos, con las hojas de plata sucia. ¿Qué podríamos decir de él más que ha pasado el puente entre cientos de coches? A pesar de la lejanía, de lo diminuto, se puede decir que es un hombre de mediana edad. Pero mis ojos se han fijado en él más que en otra cosa, y hasta que lo pierda para siempre no podré mirar otras distancias y espacios. Quizás un hombre perdido en el mundo, un hom- bre del que no sé nada y del que posiblemente nun- ca sabré. Aún se mantiene como un punto distante, una especie de latido del ser. A partir se ese momen- to comienza la realidad a fundirse con la luz irreal. Las palabras entonces no buscan, sino son en ellas el mundo. El hombre sigue allí de pie, quieto a la entra- da del puente tras aquellos álamos blancos.No puedo ver su rostro, por lo cual no puedo decir si es un con- templador o un animal. No puedo decir mucho más de lo que no sé, y cobijarme durante un breve espacio en estas palabras. Un puente. ¿Y no es la poesía solo eso, un puente invisible entre las realidades visibles? Soy yo el que debo marcharme. Un río sordo y lento arrastra en su silencio las palabras del mundo.
  • 37. 70 71 La sal Mezcla sal y azúcar. Tu silencio con el de la montaña. ¿Quién puede separar la sal del azúcar? Carta Lugo 19 de marzo de 2011 En algún lugar del mundo, un hombre parecido a mí estará haciendo casi lo mismo. Habrá terminado de escribir una carta dirigida al poder. Por otro lado una carta nada importante. ¿Que podrían decir unas palabras tan insignificantes como estas a unos ojos tan grandes, unos ojos como los del dinosaurio o el mamut? Leves, apenas pesan y por eso mismo son difíciles de bajar al papel estando siempre mejor en la boca seca de algún trastornado.Tal vez el esfuerzo de bajarlas haya estado en apreciarlas entre tanta oscu- ridad. Alguien que no sabe tocar la lira, pero es capaz con sus dedos de sacar de esas cuerdas casi invisibles bellos sonidos que enseguida establecen una armonía con el mundo. Un juguete, algo que no requiera de la seriedad. Pero ni siquiera estas palabras leves y casi transparentes lo inquietan más que una brisa o unos gritos en los callejones del mundo. Unas palabras es- critas a mano destinadas al abandono más que a otras cosas, sin apenas más destino que ser ellas mismas
  • 38. 72 73 más vuelvo a leer la hierba negra de estas cartas. Se- guro que él escribió algo bello y verdadero que asustó al dinosaurio. Él es el que toca ese instrumento de cuerdas casi invisibles arrancándole al mundo algu- no de sus sonidos más misteriosos. ¿Hay quien hace esto todavía? Cierro los ojos y no lo veo. Unas notas a mano. Tenía miedo a ensuciar el papel. Solo tenía una oportunidad,pero no debía tensarme,y dentro de mí ninguna fuerza subterránea oponiéndose a otras. Esas palabras no saldrían de mí sino del mundo. Al- guien podría leerlas en voz alta junto a esa gran oreja. Un pabellón auditivo por donde cabe un espeleólogo. ¿Es así que el mundo oye a través de sus cuevas, y sintiendo que hay eco, el que las lee oye desde otro lugar su propia voz, y esto le hace seguir a sus propias palabras hasta el lugar donde rebotan? en la luz. Lira casi invisible tocada por un hombre invisible. Una carta nada grave, un saludo, unas pala- bras que vayan un poco mas allá de nuestras palabras, como si hubiera en ellas la semilla de la distancia, y eligieran la grieta como lugar, y no el aire, donde por otro lado se esparcen demasiado. Dos cartas dirigidas al poder desde lugares muy alejados uno de otro. Pero tal vez paisajes que se concilian en el sueño de un niño. Un niño que ha tocado el lomo de la carpa roja, y este pez no se ha quebrado removiendo el cieno del fondo. Se ha dejado tocar, se ha quedado quieto. Era esto más o menos lo que escribía en mi carta. Ya sé que no era importante esa belleza del mundo que se fragmenta en unas palabras inconexas. El hilo que las une se tensa demasiado y se rompe. Había que bajar- las al papel antes de que se esfumen,antes de que esas mismas palabras quemaran mis oídos con silencio y aire,o confusión de agua y fuego.Acaso eran palabras perdidas hace ya mucho tiempo, vagando por las cú- pulas fucsias y malvas de Nagasaki, o la luz nuclear del hospital de Calde donde le dan radio a una mu- jer de veinticinco años con la médula llena de oro. O luego esas briznas negras brillan un instante. Nunca
  • 39. 74 75 Pan Dieron patadas a un pan. Se pasaban una gran hogaza de pan. La rodaban como un balón. Me puse el pan en la oreja y oí pájaros. El viento del trigo. Marzo Lugo 23 de Marzo de 2011 Hierba de Marzo donde arde el último frío. También yo despeinado y vacilante con mi herida llena de hierba. La arranco para aliviar de mi fuerza al mundo.
  • 40. 76 77 Unos ojos Ojos cerrados al sol. Nunca he podido hablar con los ojos cerrados. En los párpados la incandescencia del mundo. Despacho de pan Bollas de pan. La costra de un sueño o un tiempo blando. Hojas y polvo en el aire –algo muy leve que quiere dejar el mundo–. Solo te miras cuando te afeitas. Un rostro cada vez más puro. Como el del muñeco de pan que te comes.
  • 41. 78 79 hierba. ¿Y no son esos herbazales del Arañuelo una especie de mar verde? Hierbas y aguas se mecen de la misma forma. El viento impulsa olas de hierba, olas verdes donde se bañan los muertos. Pastores de los pasos altos de montaña alrededor de las lumbres,a las que solían llamar estrellas de la hierba.Abrigados con las primeras lanas de las esquilas. ¿No parecían estos seres formas de nieve junto al fuego? Elementos de la incertidumbre,cosas destinadas al tiempo,algo que se quema para purificarse, o se derrite de manera más lenta que la nieve y apenas es frío.(Mundos parecidos al de las palabras, o al de estas frágiles palabras que se rompen en el suelo) ¿Qué querían decir? La sumer- gida las cantaba a solas, las cantaba en otras lenguas, oía su voz en mí, canciones que están en mí ya para siempre, era así como se liberaba del tiempo oscuro del mundo, o como una mariposa que nunca termina de caer, ya tocada por el frío. No he visto vuelo más caótico que el de esas mariposas al final del verano, el vuelo de la incertidumbre, o de esas frágiles alas de la vida. Debí dejar aquellas tierras altas hace muchos años, pues solo recuerdo lo esencial, olas de hierba en los grandes espacios. ¿Y cómo se hace una red, una Saudade Tras el agua parece haber nada, incluso las palabras que utilizamos para hablar con el espacio que ella ocu- pa, ¿no están demasiadas veces cargadas de grandilo- cuencia o de absoluto? Y estas querían flotar en el aire antes de desaparecer, como cuando se apaga una luz y por un momento todo se ve claramente. Despojarse más que agarrarse, tener su tiempo de ida y vuelta, como el perro al que lanzaba un guijarro negro. Cada vez intentaba lanzárselo más lejos con la esperanza de que no lo encontrara en la arena. Pero este perro siempre volvía con la piedra en la boca y me la dejaba junto a los pies. Si lanzaba el guijarro al agua, el perro se sumergía y lo encontraba, podía estar largo tiem- po sumergido, tanto como para pensar que se había ahogado en mí. Esas palabras con las que hablas con el agua vuelven a la tierra, o a esta playa de las Des- calzas, pero no para ser repetidas. Entran de nuevo en ti y desaparecen, como los sueños de mayo de los pastores del Alto Jerte, soñadores junto a las lumbres o ceniza de la luna en los ojos de los que no han dor- mido esperando la salida del sol. Ceniza que abona la
  • 42. 80 81 dirías entonces, pero por eso mismo tu mirada se ha vuelto más justa y tus ojos se han limpiado de lo que había detrás, y tu voz no ha intentado la dominación y no se ha vuelto hacia el espacio hasta perderse en el infinito. ¿Y no es esta una fuente de luz y silencio? Estabas ahí sin esperar algo, contemplando las rotu- ras del mundo, lo irreparable. Estabas ahí sin esperar de las aguas la revelación, o la luz que al chocar en ella crea reflejos,múltiples reflejos de azul y verde que avivan los ojos, hasta hacer de la mirada un hogar cá- lido.¿Y era así en todos los mares,en todas las orillas? Miraba de adentro afuera, y no al revés, no como se respira, de afuera adentro. ¿Y no era esto semejante a cuando se toca un instrumento de viento, primero coges aire, y ese aire que soplas provoca un bello so- nido? Música azul del mar. Su música era eso. Echar todo su silencio a la orilla. Solo en la orilla puedes oírla. ¿Y cómo algo tan inmenso y profundo puede estar hablándote a ti solo? Nos traspasan esas melo- días antes de perderse para siempre en el espacio, nos atraviesan dejándonos limpios. Entonces me digo. Hasta que no estés del todo vacío, hasta que de tus ojos no salga la luz que recibes, hasta que tus palabras enfermas sanen. red para las palabras que todavía quedan limpias en el mundo? La oía cantar viejas canciones en inglés, o me hablaba en gallego para dulcificar mis heridas. La oía desde muy lejos, desde este mar de hierba del Alto Jerte. ¿Y esa red, cómo se hace? Hay que tensar una de las líneas e ir anudando a partir de ellas las otras líneas, o las grandes cosas tienden al azul, mon- tañas, mares, incluso el hielo profundo. Estos viejos hielos del Puerto del Rey guardan días azules. Pero ningún punto de comparación, ninguna manera de asemejarlos. Por un momento pensé que esta agua, este espacio inmenso de azul verdoso, podía ser un mar de hierba. (Los ojos están llenos de nudos, o este mar en el que los ojos se curan de las cosas) Es el mar, y unas palabras anudadas poco pueden ha- cer para desatar la luz. Espacio inundado. No hay otra cosa que un espacio de esperanza, o algo al que raras veces se le ha podido hablar desde la certidumbre. Un espacio azul que acoge mal las palabras, que las sumerge o las desvía hacia los lados. Nada que decir
  • 43. 82 83 para volver a ser silencio. ¿No carecía todo esto de música y era más bien un sonido azul en el aire? Lle- gaban estos sonidos de agua a mis pies,como invitán- dome a caminar por lo difícil, por los límites donde va dejando regalos muertos. No cojas nada del mar, era esto lo que oía. No cojas estrellas muertas. Y este espacio azul te obligaba a estar solo. ¿Es por eso que comencé a hablar en una lengua extraña? Sonidos del mar en los límites del mar, en las ori- llas, en los acantilados, donde el mismo, para ser, se golpea, donde las aguas se revuelven hasta sacar del fondo esta mirada perdida en el mundo. También lo poco que dices lo dices desde tus límites buscando en las distancias aves y hombres. ¿No soplabas tu aire en tus manos ahuecadas para sacar sonidos profun- dos? ¿Sonidos para la celebración mas que de aviso, tu sonido, tu dispersión? Hasta que no estés vacío del todo no podrás darte la vuelta y volver a tu lugar de origen. Ya no te harán falta las palabras con las que se mendiga o se ofrece. Y sin embargo eran avisos, aire irrumpiendo en los huecos, saliendo y entrando de extraños espacios. Aire buscando a la sumergida, o agua buscando sus ojos. Pero no quería enfrentarme al mar como lo hace un pescador, o un hombre de fe, o un viajero del agua.Otra vez en las hierbas altas que se mecen donde no veo mas que pastores tomando una leche oscura en la noche. Viajeros del agua que atraviesan su propio silencio de arena.Solo tienen ese para llenar sus cajas vacías,arena y luz.Pero no quería enfrentarme al mar, a esa desposesión de las palabras, a esa especie de orfandad y silencio que se rompe solo
  • 44. 84 85 en nuestros ojos llenos de anzuelos. ¿Cómo arrancar de nuestros ojos estos anzuelos de la nada y del vacío? O siguiendo ese rastro de caracol o película de baba. Una escritura natural, segregada como espacio más que como rastro. Y si no, estar quieto, mirar la mano. Apenas ya hay palabras para ti en el mundo. El cruji- do de esa piedra es el chasquido de mis nudillos. Estelas Escribo en una mesa bajo la higuera.En la luz,y la luz no permite que vea las palabras que escribo. Escribir a ciegas. Y entonces Digo, me faltó claridad, expre- sarlo todo de manera más clara. No lo puedo romper. Escribo para salvar a alguien una carta dirigida al po- der. Las palabras no querían chocar. Después queda el largo silencio de lo no escrito. Se desliza la oruga por el hilo de su boca. Sostenernos o caer nosotros de esa manera, con el hilo invisible de nuestras palabras al momento en el que se van disolviendo en un cua- derno siempre abierto. Una mosca en la hoja, la luz en la hoja, la sombra de un hombre en la hoja. Alam- bres donde el viento silba. No he silbado nunca así, con labios quemados por las palabras. Cuerdas voca- les donde silban mis antepasados. Voces a lo lejos de gente bañándose en un río.Voces de alegría a lo lejos. Si supieras lo que te dicen ya no serían voces lejanas. Estoy lejos de donde soy. Un reparador de espacios podría aquí hacer almas de mimbre y cardos negros. ¿Bailo ahí? No sé bailar, pero tengo que bailar, girar con un pez en la mano para echar la luz de mí. Rata de agua. Lo que deja estela es bueno. Cama de ani- males en el sembrado. Después se levanta la hierba
  • 45. 86 87 Una mano extraña Mano de otro. Incluso cuando escribo con ella es la de otro. No sé de quién es mi mano. La miro y hace lo contrario de lo que le ordeno, y cuando escribo va más rápido que yo. Escribe para alejarse de mí. Sabinas ¿Qué otro árbol podría agarrarse de esa manera al sol y al viento? ¿Te has agarrado así alguna vez a la vida? O esas perchas de luz que se mecen en las higueras. Así, los nudos secos de mis palabras se desatan aquí por un tiempo, por la ciudad que se aleja lentamente, como una placa de memoria desgajada. Rotura natu- ral, implacable. Con todo eso nunca olvidaré dónde está. Llevo la llave de una puerta traída de la sierra. ¿Quién inventó entonces las ventanas, los ojos de las casas? Incluso cuando están vacías, ellas ven. El cris- tal se empaña rápidamente. Las palabras lo empañan todo.Así nos alzamos de puntillas para ver el paso del desfile,los pájaros que chillan o esas ascuas de espinas que remuevo para sacar las palabras entre la ceniza verde. Te quemas en el silencio de la raíz. No hay un nudo que desatar en mi garganta o unos ojos helados en el sol.
  • 46. 88 89 Me es difícil entonces buscarme sin palabras que for- men huecos de vida, huecos oscuros donde meter el silencio. Esta línea o camino está pegada a la tierra y a veces se inunda. El aire es ese corredor invisi- ble que se sale de la línea, si al menos sonaran los huesos al caminar. Un camino bajo el agua, palabras y hierba. Ya no oigo más que en las paredes, y esas palabras de las paredes son ciegas, llenas de luz por dentro, como los ojos del ahogado, las más grandes aberturas al mundo, llenos de infinito, de raíces y es- pacio –No los cierres- Cuando se sumergió voló. Así lo vi. Volaba hacia el fondo, le costaba entrar en la muerte. Removía el fondo, el cieno, que es donde es- tán todas las palabras de amor. Removía las hierbas sumergidas hasta enturbiar el agua. Le costaba entrar en la muerte,como cuando te invitaban a ir a aquellas cuevas llamadas Bocas de la tierra. Pequeñas aberturas desdentadas por las que solo cabe un niño, cegadas por zarzas y matorrales, especie de barbas muy largas donde se escondían los pájaros y los hombres. ¿Has visto a un hombre barbado hablar? ¿De dónde salen esas palabras sino de frondosos matorrales? Entrába- mos en esas cuevas a las que llamaban Las bocas. Las Espacios inundados Lugo 28 de marzo 2011 Espacio inaudible, a veces lo he visto lleno de agua. Sobresalían los árboles, unas acacias y unos chopos, árboles de espinas, árboles encendidos con la luz de las raíces como velas que reciben al invierno. Hojas amarillas, pero de un amarillo más vivo que el de los sueños grises, un amarillo que se va apagando por la raíz a la vez que en mis ojos, hasta que terminan dur- miéndose de pie dentro del agua. Acacias y chopos. Jirones de aire en las espinas. Aire que atraviesa el espacio removiendo el silencio.Tampoco las palabras son llevadas o traídas por estas mujeres de aire que bailan en la hierba, o nadan aguas arriba en la su- perficie, erizándola o cambiando las imágenes como los reflectores de persiana. Las señales que emiten siempre en la noche, así habla la luz en la oscuridad. Árboles más bien de los caminos cercanos a la ciu- dad, espinas que sin embargo no hieren la mirada. Ese camino de tierra o línea de polvo aplastado en verano, donde el aire arranca de mí todas las palabras.
  • 47. 90 91 Un puente Tiembla un puente, como tú tiembla y nunca se parte. Debemos temblar para no rompernos. Ser más allá de nosotros. palabras de un hombre con barba salen de otro lugar, y no exactamente de la boca. Diría entonces que se han liberado del hombre. Las bocas escondidas tras los matorrales. Allí cantan los pájaros su inmovilidad. Un rostro tomado por los matorrales. Lugares exca- vados en la arcilla.¿Por qué esparzo tanto las palabras si apenas son mías? No era fácil quedarse en el fondo. Se agarraba a unas raíces para no ascender –No cierres esos ojos- Si al menos pudiera decir todo esto como es, no recularía hacia esos otros espacios a tientas. Pero no se me ha dado la posibilidad. Es demasiado frágil ese mundo de palabras. Cristales, a veces los cristales en el camino, o palabras rotas. No podría con ellas más que ir un poco más allá. Muy pronto me volve- rían a dejar por otros espacios más grandes y lumino- sos, donde nada pesa, y si se sostienen, es porque ni siquiera el polvo puede estar allí arriba mucho tiem- po, y el humo se va como un pensamiento demasiado pesado, pues le pertenece a las raíces. Estas palabras, para caer, deben ser más ligeras que el silencio.
  • 48. 92 93 La fiesta Unas palabras que ya no se cotizan, que no ascien- den una vez liberadas, o porque hay demasiada luz, o se cargan con más peso del que debieran asumir. De todos modos las he leído en la fiesta y la gente ha aplaudido. Sacar un papel doblado del bolsillo de la chaqueta, ahí están escritas. Unos renglones que ascienden. Pensé siempre que lo que escribimos o decimos debía ascender, aunque fuera ligeramente, y si fuera posible salirse del papel. Ascender, como la alegría más leve, no como el caracol o la babosa, que se deslizan dejando una marca amarilla, unas líneas de baba,de mucosidad cruzándose en los techos y en las paredes blancas. Palabras que van de una oscuri- dad a otra. Trazos lentos y sin origen. No es porque me haya puesto ahora un caracol en el brazo espe- rando que me recorra que digo esto. No era un buen ejemplo para lo que quería decir. Las palabras deben ascender, así es que no deberían encadenarse unas a otras, sino soltarse al momento para abrir el espacio. No deberían formar una pesada cadena. Cierro los ojos y me duelen los eslabones de nieve. Ellas mis- Espacios Hasta aquí la arena, ahora solo piedras cortantes. Para los pies las dos son malas en estos espacios pu- ros, rotos para siempre, donde la única hierba son las palabras. Ínfimo, de nuevo parco, pero no infeliz. (No podría así haber llegado al borde mismo de la nieve) Pero incluso esto está escrito para sobrevivir al hui- dizo, al extraño, que siempre a la espera de algo, tiene miedo a que la noche que nos hace visibles al mundo, se vaya para siempre. Mientras tanto graznidos tras ese muro. (Piedras mejor puestas que estas palabras) Detrás grandes árboles que llenan mis ojos de hojas y de ramas, de nidos secos con plumones que nunca volaron. Oigo ahora tras los olivos las puertas del aire que se abren a las aves que retornan formando el ángulo muerto de la vida. Chillan allí arriba como un fuelle para el sol.
  • 49. 94 95 te o quedándose para siempre como pájaros de hilo que chillan. Leí algo más directo, pero esas palabras se sostenían mal, eran lombrices salidas de la tierra, perforadoras de los instantes, palabras oscuras ai- reando la cal o los montones de arena. ¿O no hacen eso estas lombrices un poco antes de que llueva, es- cribir palabras indecisas en la luz, o ese silencio de ramas en el que te dispersas demasiado? Bajo mis pies hay dinosaurios, bordes de abismo, alas de hueso. ¿Qué soy entonces, el ujier de estos miste- rios, un hombre libre o una liebre borracha? Otra vez puentes metálicos allí arriba sobre esas on- dulaciones de hierba peinada o sábanas, y al final ese paisaje donde ella baila con las raíces,una hondonada con árboles clavados, chopos boca abajo. ¿No será eso lo que se llevan mis ojos al corazón,un paisaje abierto por un río seco? Nunca se hizo el milagro. Durante muchos años lo esperaste. Qué queda entonces sino la gravilla blanca de los viejos caminos o ese retrato de mujer que has mas dejan el mundo por un instante y no pesan. Allí arriba parece que hay puentes metálicos, las cabras de montaña los cruzan pero de una invisibilidad a otra. Era más fácil elevar metales que piedras, casi todo era más fácil que eso. Esos puentes metálicos más ligeros, que flotan en la alegría allí arriba. Hasta las palabras de amor pesan demasiado para esta mi- sión; hermosas, no hablan más que de la posesión. Son como las cometas de papel, solo el hilo es lo que las hace volar, estar en el aire. Roto el hilo caen en la turbulencia. Caen rompiéndose en la fiesta. Un hilo que une la ternura a la violencia del aire las hace estar allí arriba, a veces bailando, otras quietas. Pero no quise leer esto en la fiesta. Les hubiese parecido un texto demasiado disipado, efervescente; un hielo desaparece en el licor. Hay quien se mete piedras de hielo en la boca, caramelos del pasado. Bocas frías, eso hice antes de leer el texto ascendente, dejar pie- dras de hielo en las bocas de los comensales. Pero no leí esto.Tenían que ascender como cometas sin hilo, o si no cometas, algo parecido a las sábanas, algo muy blanco en el aire casi tan ligero como las nubes. Esas sábanas en el cielo descendiendo ligeramen-
  • 50. 96 97 misma que la del día. Poco podía aportar a la luz, y mi sombra en la hierba era siempre mayor que yo.Me marché de la fiesta por las sombras de la noche. Existía entonces un espacio para las palabras no co- rrompidas, donde estas establecían con la luz un rei- no invisible. Pero a veces nos eran arrancadas de la boca con fuerza. dibujado con carboncillos,un rostro blanco.Al menos tienes su maquillaje en los dedos.¿Cuánto tiempo es- taría subiendo el hombre para traer las palabras ver- daderas al mundo? Y esos árboles quemados, ¿dónde tienen las bocas y las orejas? Solo veo nudos de silen- cio en la madera y muy arriba astros con víboras. ¿Si escucháis por las raíces las campanadas de hielo, no podríais escucharme a mí que ya no hablo? Pero esto no lo dije en la fiesta, sino otras cosas menos invisibles, que se libran de mí y me dejan más vacío y ligero que de costumbre. Esto lo notas bien al meter la mano en el agua, nunca dejas de ver la mano en el agua. Una mano sumergida en el agua; era así la escritura de la alegría,y la mano que escribía,al arras- trar las palabras, no era más que una mano sumergi- da o sometida al silencio del agua y la trasparencia, o como lágrimas de gusano mientras saca el hilo de su muerte. Toda mano escribe sumergida. ¿Y cuánto tiempo la tuve bajo el agua aún cuando esta estaba fría a principios de abril? Pero lo que quería decir no era esto, se trataba de algo más transparente, menos pesado, como manifestar una dicha, y esa dicha era la
  • 51. 98 99 Palabras llenas de aire Enfilada de árboles más recta que tú. Enfiladas de chopos cada vez más largas. Su aire negro en los huevos de los ángeles. Enfiladas de alisos junto al agua como mis lápices. Sigues esas líneas que se van al aire para levantar las palabras vacías. El silencio del mundo engendra esta débil voz. Cornamentas de calcio negro. Si es que en este tiempo están permitidas palabras llenas de aire. Abril seco Talavera 21 de abril de 2011 El dolor se va como el agua de esos charcos de lluvias donde se transparenta el cielo. Ahora solo baches para las ruedas de mi conciencia, o un riachuelo de… –tenemos esa palabrilla para los ríos muertos que llenan esos embalses de agua para los ojos–.
  • 52. 100 101 Tachado A M. G., B. M., F. M. y E. V. Lo que fue tachado para no ser aún se puede leer. Otra vez las escribo hasta que sanen –mientras se hace hielo en el congelador mi mano se quema en la nieve–. Frutos, ojos duros. De noche la lluvia quema mis oídos.Todo lo que escribo se secará. Días de Herreruela Velada, 22 de abril de 2011 El aire no tiene dónde chocar. Ni tú dónde ir. Es hermoso vigilar los espacios.
  • 53. 102 103 La muerta Una lumbre con las brasas aún calientes, un hilo de humo negro que se enhebra a la mirada pensativa, un hilo que desaparece para siempre en el mundo. ¿Si pudiera enmadejarlo, alargar hasta otro tiempo esa línea, o tejer simplemente algo más invisible que la voz que se pierde en el aire? Tejer con eso la tela para una tienda, para un cobijo leve, una tela blanca para envolver las hierbas azules del cielo.Muchas veces es- tuve ante las brasas de las últimas palabras, y cogí de alguna manera el hilo de humo antes de que el aire se lo llevara a las otras distancias, a los otros espacios de lo inaudible. Brasas de las que todavía se podrían sacar con un soplo unas tímidas llamas azules, o vio- letas, como esos crocus del color de la santidad que aparecen en las tierras pobres y frías de los altos de Navamorcuende hacia noviembre. Llamas del color de los crocus. Crocus que encerraba en la juventud entre las páginas de los libros. Así todavía en este li- bro en el que esta reunida la correspondencia entre W. Benjamín y Gershom Sholem, páginas que aplastan los crocus, los collares de crocus, para marcar el fin Días de Herreruela I Tren nocturno a Lisboa para quien se queda en Cáceres. La helada quema estas palabras duras para resistir el silencio de los cristales que se forman en los labios. Estas alas, cuando se abran, ya sabes…
  • 54. 104 105 gales, en sus largas composiciones al sol y a la luz, en sus elegías. Poetas más valientes que yo y más útiles al mundo.Así ellos llevaban sus corderos místicos por la nieve hacia un mundo más invisible y hacia esos otros espacios silenciosos donde el eco de las campa- nas se pierde para siempre en la luz. Así sus palabras giraban más deprisa,se iban más lejos y tardaban más en desaparecer. No como estas palabras deterioradas por este tiempo, que no saben a dónde van y se han vaciado ante estas pobres brasas. Aún unas débiles llamas azules donde encender un cigarrillo o quemar un manojo de paja. No pude acompañarla hasta las puertas del aire. Desde allí se decía adiós al mundo, y era por esas puertas por donde entra la alegría. Un lugar de paso como los puertos del Emperador donde los viajeros se despiden para siempre. Llamas azules y violetas del final, muy débiles para esta intemperie, incluso el aire que entra en las ma- nos de los nadadores o en los árboles para agitar la conciencia, o ese otro aire que cura el miedo de los ojos, aires que apagarían estas llamas violetas y azules de sus ojos, o estas últimas palabras del fuego. No de la barbarie en el mundo. ¿Y de qué otras palabras finales podríamos hablar ante un ejemplar del Sohar, palabras que sanan el mundo y nos llevan a un mar de aire? ¿De qué otro color podrían ser las llamas de lo que se apaga, de lo que se consume para siempre? He intentado buscar otro color para lo que nos deja, un color que no saliera de la combustión de estos brezos, de estos nudos de olivo, de estas hierbas secas de los puertos de la Fuenfría que se recogen al final del ve- rano para prender los leños de sabina y encina en los refugios de montaña del Puerto del rey. Un color para mi silencio y para mis palabras, un color que pudie- ra acompañar a la que se va nadando hacia los otros espacios y distancias de la tierra, y unas llamas quizás verdes, de un verde que se asemeja al de los cabellos de los ríos ¿Y de qué color eran entonces esas llamas finales en los ojos de la que cantaba en la oscuridad? Creí verla por un momento en las llamas azules que se habían avivado por una ráfaga de alegría, y así in- tenté coger el hilo de humo azul que salía de sus ojos antes de que nos abandonase para siempre.Si hubiera podido enmadejarlo a mi corazón enfermo. Pero era así como hablaban los poetas antiguos, en sus madri-
  • 55. 106 107 Todavía esas brasas que reúno para que resistan unas sobre otras como palabras muy juntas que se traban para no ser esparcidas más allá de la luz. pude cerrar las puertas del aire, subir antes que ella para cerrarlas. Entonces llamaré flores del frío a estos crocus que ahora saco de mis libros,así encontré lo si- guiente, “Querido Gerschom, he considerado aconsejable evitar todo lo personal en la carta adjunta para así hacer- la publicable”. Flores del frío, y sin embargo nacían de un calor extraño. El calor de la muerte entonces. ¿Y era ella todavía la que hablaba desde las puertas del aire dentro de su sonrisa para protegerse del aire del mundo? No vi más que crocus en sus ojos, y palabras invisibles en su boca. Esto contemplaba en las brasas, o no solo brasas, sino los bosques tupidos de su tierra natal, el agua de sus manos, y cuando esto se hacía invisible aparecían débiles llamas quemando su aire, y así esos paisajes que ella quería alterar o donar a los espíritus aún no envilecidos. ¿Y pude salvarla? No se me dio esa misión, solo el hilo de humo con el que atar estas pobres palabras al manzano de San Fiz.Tal vez esa luz cerrada en la boca que se resiste a morir, como las palabras de los salvoconductos. Las únicas que salvan a las palabras de sí mismas, que no se alte- ran antes de vaciar de luz la muerte.
  • 56. 108 109 Tajo A Ángel Luis Luján y Rafael Escobar Este río lento de aguas negras en la tierra extraña. Río en el que río. Marcas de agua en las piedras o líneas de esperanza. En los niveles más bajos, la señal más oscura. Los ojos podridos en eso, en el agua estancada llenos de ti mismo. En estas líneas gruesas, estas mismas palabras que marcan tu vida. Alamedas de León Tras los campos de lúpulo alamedas. Nieve de las alamedas, pelusas en el cielo y en mi boca. (Las ciudades rotas por dentro, como un cuerpo hebreo) En ellas cae la nieve de las alamedas de esta esfera de cristal de Nürnberg que remueve la nieve de mi conciencia.
  • 57. 110 111 Camino de Herreruela Camino de arena y guijarros perdiéndose en una extensa llanura, donde las lluvias de invierno sumergen los pasos, o los poemas breves por donde de verdad ha pasado la vida. Días de Talavera Folio donde escribo, tras unos muros también blan- cos. (Donde acaso se pierden las palabras que estaban más cerca, las que podían iluminar la nada) ¿Había hierba allí, un espacio donde buscar unos huesos o una monedas? Pero tras el muro gira la ciudad, sus palabras giran, sus miedos y oscuridades, sus grúas, y gira el agua hacia el vacío. Los coches por el cielo oscuro, o los niños alrededor de la piscina. Si miro a media altura veo los vasos de plata en el aire, las sábanas y las sillas. Nunca izé una bandera. Nunca la izaré.Izar casi de raíz.¿No es una palabra corta que se riza? Nunca doblé o extendí la bandera sobre la hier- ba. Ahora esas aguas sucias de leche de los desagües, y chopos caídos que cortan el camino.
  • 58. 112 113 Covilha A José Antonio Bonilla Breve lugar de paso. Apenas dos días donde tendrás que repasar toda tu vida. Un sorbo corto al vaso. Lo tapas con la mano para que el agua no oiga lo que le dices al techo. A veces bebo de un charco, de una ilusión. Al final de esas peligrosas carreteras de la lentitud, enfiladas de plátanos –carreteras que van de un tiempo a otro–, el lado oscuro de la luna, pared invisible tras el muro. Me doy la vuelta para siempre. Vela Vela de llama tranquila. Un poquito de calor para las manos frías y luz a los ojos perdidos. Esta es la más simple visión que puede tener el hombre. Cuántas veces te prendo para desprenderme. Casi todo se quema en la llama, y estas líneas casi invisibles. Casi… O en esas aguas sucias mi timidez solar, mi rostro oscuro.
  • 59. 114 115 Radiales Colliure 7 de junio de 2010 La radial corta mármol. El oído sangra. Colliure significa abertura libre. Cae al mar la tromba, el plomo líquido de la tormenta. y flota la corcha del alcornoque de tus ojos. Tú flotas, flotan las flores. Lo que se hunde reflota. Las palabras y los peces. Álamo en el aire Es la alegría que llega despacio –pasos hacia la luz del herido–. La nieve siempre cae, y cae la luz sin peso. La alegría sube. ¿Vas con ella, con lo que sube para no volver? Álamo sin corteza en el aire, y mis palabras girando en torno a él. Agarrado al álamo en el aire.
  • 60. 116 117 el mundo, un cuaderno que nunca se cierra) Entre muerte y sueño un momento vacío, una última alu- cinación, o una campana de hielo que brilla en los bosques de Bosende. Nieve, he hecho de esta palabra un hilo, y lo he tensado. Si se rompiera que Walser oiga el chasquido. Si se rompiera que lo oigan los su- mergidos. Así una a una las luces de la ciudad se apa- gaban. Algunas ventanas quedaban iluminadas hasta bien entrada la noche. Casi siempre eran las mismas ventanas. Sonidos vacíos de la noche, de lo que se rompe, como cuando cruje una rama por exceso de fuerza del árbol, o el hielo que desciende hasta estos labios quemados por la palabras. Sonidos metálicos, respiraciones del infinito, o campanadas que lanzan a los dormidos al aire. Ni siquiera el ruido de un río, un río del que oyéramos su caída en los sueños de cada cual, o el agua rompiéndose en la frente de la dormi- da. Un río que se rompe en el aire y cae. Pero pocas eran ya las luces que resistían en la noche.Unas pocas ventanas muy separadas unas de otras. Al final solo una ventana quedaba encendida. (Si se apagase allí a lo lejos), y no quedaban otras ligeramente iluminadas por el vaho del insomnio. Solo esa ventana, como una Las ventanas Se apagan las luces de la ciudad. Algunas ventanas quedan iluminadas hasta bien entrada la noche. Casi siempre eran las mismas ventanas. Algunas a gran altura en puertas azules a las que se accede por es- caleras de cristal. Otras de estas ventanas encendidas pertenecen a humildes viviendas deterioradas por la lluvia y el sol. Habría sido difícil hacer un coro de todo eso. Juntar las luces. ¿No habrían entonado to- das estas luces, o ventanas un himno al silencio, o acaso se habrían trenzado para elevarse como una cuerda de cantos hacia una iluminación de voces cansadas? Voces que nunca se oyen, a no ser que un grito las invoque. Solo había que estar en la ventana mirando caer la nieve nocturna, y como poco a poco esas luces resistentes se apagaban según la noche iba avanzado. Un líquido oscuro arrastrando estrellas y palabras. Sonidos vacíos de cosas que estallan por sí solas, o a esas horas los pasos del viajero ya dejando las primeras huellas en la nieve. ¿No se durmió de esa manera Robert Walser en la nieve de las afue- ras? En una gran hoja de nieve. (Si fuera un cuaderno
  • 61. 118 119 Antes de la tormenta Pradera llena de bostas, y ahora palabras puras contra la pureza. Se diría que la belleza tiene que ver con el hedor del caballo muerto en el cauce seco. Me des- pertaba esta mañana con el brazo dormido, y la len- gua dormida. Ahora las cornejas se dirigen hacia el sol. ¿Nos caerá su ceniza en la cabeza? También los excrementos de un ángel. Hacía sonar la carraca para no oír a las cornejas.Si atravesé estos días esta llanura con la carraca fue para no oír a las cornejas. Ahora se forma la tormenta, el aire caliente asciende. Los pájaros en mi vértigo. Al fondo tempestades de polvo y los destellos húmedos de las palomas en la carroña. Se diría que la belleza tiene que ver con esto. esperanza, o una durmiente que se ha quedado sola en la noche y por miedo ha dejado la luz encendida. Ahora duerme bajo un suave sonido de remos en el agua. ¿Y sería esa la luz que me guiaría en noches su- cesivas? Casi siempre era esa ventana iluminada. La ventana de la resistente o de la miedosa.Ya una única luz, una sola ventana encendida.
  • 62. 120 121 Días de Herreruela II Cada palabra es un nudo de misericordia que se cierra sobre sí mismo. Se levanta polvo donde hubo nieve y las nubes que suben llenas de luz nunca pesan como las penas del agua. O estas gramas de aire que se agarran a esta voz, seca y dulce como el sabor de los yerbajos. Nieve Oscuridad y nieve. Veo ese blanco en esta oscuridad. ¿Me recordará la nieve toda su vida? Nunca la he pisado. ¿Me recordará hacia delante en todos mis pasos perdidos por el mundo?
  • 63. 122 123 Mariposas De noche estas débiles llamas de mariposas de aceite y agua recuerdan a los que no están. En el cielo esas velas encendidas o luciérnagas prehistóricas por nosotros. Nubes Nubes como vellones de ovejas sobre San Fiz antes de ser hiladas al destino. Cambiantes guardan el silencio de la tierra.
  • 64. 124 125 Olas Contar olas hasta que ya no tenga sentido contarlas. ¿Para qué las contabas? Para ser ellas y no ser en mí.
  • 65. 126 127 HACER HIELO En el aire, allí se queda tu raíz, allí en el aire, donde se aglomera lo terrestre, terroso, aliento y barro. Paul Celan He dado al arte deseos y sensaciones, entrevistos rostros y líneas, deseos no cumplidos, la borrosa memoria. Dejad que a él me entregue. Es él quien da forma a la belleza. Kostantino Kavafis
  • 66. 128 129 Lance Seca la picada y bella la tensión del sedal. Viviría así toda la vida, con esa tensión fina en la mano. La muerte tira así de nosotros. No quiere que se rompa el sedal de la vida.
  • 67. 130 131 En los aires Vente me dice el aire. ¿Y cómo voy a irme con lo que no veo? Una bola de agua y luz. ¿Cómo voy a romperla contra mi ojo? Todo el día en el aire ese pájaro invisible. ¿De dónde sacará la energía si no de la muerte? Higuera Jaraíz 8 de septiembre de 2002 Esta higuera se retuerce más que yo. Es una manera de ser mejor. Retorcerse para ser recto. De niño maté pájaros. Se puede matar muchas veces pájaros y luego amar muchas veces. Maté cientos de pájaros. Que la nube me mate. Galayas de agua desde la ventana. Secos otros días ya distantes. De ellos vengo. Estas galayas son para los días secos de donde vengo.
  • 68. 132 133 En una ciudad perdida Heidelberg 21 de diciembre de 2007 En una mesa había una taza de café y un vaso de agua. El vagabundo se bebió despacio la taza de café como si diera sorbos a la oscuridad y dejó intacto el vaso de agua. Estuvo después largo tiempo mirando el vaso de agua,die lichtdurchlässigkeit o la transparen- cia.Así habíamos traducido esta palabra tan larga an- tes de olvidarla para siempre. Necesitábamos traducir toda la luz posible. Solo él pensó que estas dos tras- parencias significaban realmente lo mismo. Esas dos palabras podrían ir hacia el mismo lugar, pero venir de espacios muy alejados. Yo no lo creo, no significan ahora lo mismo, pero acaso lleven al mismo lugar, al mismo origen de la luz.Al menos yo sí le habría dado un sorbo al vaso, o habría derramado el agua de ese vaso en la luz. Licht durch, a través de la luz como una posibilidad de vida. Un vaso de agua, si se lo bebía se bebía la transparencia, esa idea feliz de sí mismo, la que tanto costaba conquistar. Transparencia es si- lencio, al menos lo concita, al menos se daban tantas El grito Coimbra a 22 de diciembre de 1989: ha muerto Beckett. Con su obra lúcida, esperanza esculpida en el rostro. Miguel Torga Coimbra 17 de julio de 2006 El grito de Munch es un grito de luz. La boca oscura nunca se cierra. Él inyecta agua o leche en los párpados. El grito gira en su silencio, en el desagüe el sol. El único dios que he visto es el huracán. Mientras cuece agua afuera hay nieve. Suyas son las huellas que llegan hasta la casa. Enhebra el hilo, pero un día el rostro ya no podrá enhebrarlo. Si clavarse la aguja para seguir viendo lo imposible. Agudizar. Elegir el sitio del dolor. En vez de un poema liberador, un poema a secas.
  • 69. 134 135 dero. Se trataba de otra cosa, como cuando suenan las campanas y los pájaros estallan en el cielo. Solo hubiera dicho transparencia. Creo que pervivirá en el vagabundo esa palabra, y que será escrita muchas veces. La única que le salía de muy dentro, como el vaho de los animales los días más fríos. ¿Terminaría acaso empañándolo todo con esa palabra tan difícil de pronunciar en nuestra lengua? Al menos si hu- biéramos estado a las afueras de la ciudad, a pesar de este mundo anegado de miseria y soledad habríamos visto esas lumbres en el cielo, esas brasas incandes- centes de Santa Lucía esparcidas por el infinito y que se asemejan a una médula de vaca rota en un millón de pedazos. La médula de la luz, una vaca a la que le arden los ojos, o un leño que arda más despacio que la vida. Sombras por debajo de la nieve. Rescoldos de San Saturio sobre los que bailar para purificarse al principio del solsticio. Solo que el agorero, el frágil y el escurridizo nos decían a la vez “lichtdurchlässigkeit”. Pero nada era transparente, es- veces en unión. Pero algo se había roto en el mundo para siempre,y el vaso de agua lo simbolizaba,y lo que contenía la alegría se había derramado en el mundo como un líquido. Eso era irreparable, pero también inexplicable. El vagabundo había visto a los pájaros volver a los árboles al caer el sol y se había adentrado por esa parte de la ciudad vieja de Heidelberg. Había cruzado el Neckar por el puente de Carlos Teodoro dejando atrás las alturas del Philosophenweg. El vaga- bundo llevaba los bolsillos del abrigo llenos de cas- tañas. Con las manos frías pelaba una. Por un mo- mento contempló el vasto espacio que había dejado atrás durante su vida y aunque no era exactamente un espacio devastado, acaso ya no se podía volver por él a lugar alguno. Los pasos cerraban lo andado. El vagabundo no tocó el vaso de agua, ni dio sor- bo alguno. Masticaba dentro de su boca la palabra Lichtdurchlässigkeit hasta que la boca se le llenó de pulpa de castaña. No le gustaba esa ciudad a donde le había llevado el aire, pero no sabía expresar la razón de eso. No hubiera sido difícil hacerlo con palabras, y él sabía jugar con ellas. Pero se trataba de decir algo más hondo, más transparente, al menos más verda-
  • 70. 136 137 Lumbre en la arena De niño subía arena a casa. Esa arena, esa niñez son ya lo mismo. Solo arena, y esa arena no cae, no se hunde, no pesa, no desaparece. En verano bajaban de la montaña hombres cargados de nieve y la vendían. ¿Qué es que no es? El leño arde despacio para no quemarse. Concentra la luz sobre sí mismo. De niño me oscurecí así, viéndolo quemarse. Siempre el mismo leño, la misma encina. tábamos descreídos y habíamos perdido la inocencia, y nuestra escritura era ahora más que nunca solo una escritura medicinal, y no pretendía nada más que cu- rarnos de los días oscuros del mundo. Tendí una escalera del corazón a la cabeza para ir yo mismo en equilibrio constante para al fin poder ca- minar por los techos. ¿Me sostendría bocabajo? Que abrir no signifique cerrar. Solo una médula de vaca en el cielo a la que le arden los ojos. El viento pulía el rostro del vagabundo hasta dejar- lo como una máscara azul. No había lobos aullando cerca a los que hacerles la segunda voz,y nuestra con- versación se hacía cada vez más débil e insustancial, solo sombras por debajo de la nieve. Fue entonces cuando el vagabundo dio un sorbo al vaso de agua y dijo, “¿Heidelberg?”
  • 71. 138 139 Port Bou Colliure 16 de abril de 2008 Llegué en tren y me iré en tren. En la cafetería de la estación el pan y los dulces alemanes se hinchan en el horno, el hombre que barre las palabras no habla, o esa poesía más humana contra la barbarie de los kamikaces que escribían sus haikus en papel de arroz. Canta la perdiz, la primadona en los ríos secos de los hombres muertos. El mapa de la nada está lleno de estos ríos. Flotan los huesos de pájaro en el agua. Asolar, tirar esa palabra al mar. Tirarlas todas al mar. Devolvérselas a Dios. Isaías 20, me acuerdo de ese fragmento, o “Cuando voy a recoger su cosecha, orá- culo del señor. No hay racimos en la vid, ni higos en la higuera” Jr 4 5; 14 19; Nm 21 6; Jn 3 14-15. Pa- labras que aún hoy ofrecen una especie de esperanza después del incendio. Se hinchan como globos o el vidrio lleno de burbujas, esas palabras atrapadas en el cristal. Te alejas de las palabras podridas, de las bo- cas negras, y de las torticeras almendras amargas que mastica una raíz negruzca. Hay un hilo de gusano. Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador civil.Tiran de él hasta destejer al hombre Noviembre Jaraíz de la Vera 4 de noviembre de 2008 Crujen tus pasos, y tras los tuyos los de tus muertos. Y delante de los tuyos los de tus muertos. Granos de hielo siembran. Lanzados al cielo para siempre.
  • 72. 140 141 Almadraba Tánger 9 de enero de 2009 El sol, mi primer poema. Allí se tocan cabezas. Acarician cabezas unas manos muy pequeñas. Nadie piensa mal mientras le tocan la cabeza. No sé quién es bueno y quién es malo. Quien nada lo hace de noche. Me descalzaré. Iré con la almadraba. Con los hombres que caminan sobre el agua. Tánger 1998 Se oyen toses. La sangre del cuaderno cayó de la nariz. Escribí con ella la palabra luz. Un subastador de lonja con las manos llenas de escamas escribe mi nombre en una tarjeta. En las calles se forman corros de hombres buenos y de hombres malos. Hay ingleses que venían del final de la tierra. Dejé piedras sobre las tumbas de los toledanos. La niña ciega que abría el portón del cementerio me pedía dinero.
  • 73. 142 143 Historias del agua Zújar. El nombre de ese río. ¿Quién pone esos nom- bres al agua sino el aire? Sujayra o pena muy gran- de. Ahora esas aguas estancadas o palabras en el agua estancada. Grandes extensiones de agua que me inmovilizan y en las que nunca adivinas la pro- fundidad. Tampoco escrutas los sueños que se que- daron allí sumergidos para siempre. Memoria ahogada bajo el aire azul, o allí, en el Tiétar hace mu- chos años, mi padre y yo desnudos a la orilla del río. Todavía no sabía nadar. Mi padre me tiraba al agua y me decía nada. Me gustaba el agua, mirar el agua, lo que hacía el agua en las cosas y en los rostros. El agua se lleva las palabras y a la vez las trae. Corrien- tes de aire remontan la vida, sedales iluminados en el aire. Estos hilos de luz se rompen fácilmente al mí- nimo tirón. ¿Y no es eso la memoria ahora, un sedal que se ilumina en el aire y frágil se rompe en nuestros dedos? Una tierra en el aire y agua. Me gustaba el agua, lo que decía, lo que me traía, lo que me ocultaba. Frutos Jaraíz 22 de febrero de 2010 Gracias nada, débil luz. Árbol enclenque que resistías sin tener que hacerlo como el agua de lluvia en la lata. Árbol desnudo. Sin él no podría hablar de mí. Lo he mirado mucho para no ser. El frutal me da ahora leña. Dadle vuestro miedo. Lo que tiembla. Vuestro fruto. Pero tú di algo nuevo, escribe algo nuevo. Estuve lejos, no sé dónde. Un árbol se quema en la lejanía de estas sierras espeluznantes donde cuesta caminar y escribir.
  • 74. 144 145 Me tiraba al agua y decía, nada. Campanas sumergidas en las aguas verdes o tierra en el aire. O tal vez ilusiones de agua como frutas sin sabor. Y ellos, los nadadores en el aire. Todos estaban ahí abajo hablándome, pero simplemente no los veía. Aguas verdes detenidas, como estas palabras que no avanzan.¿Y qué podría haberles dicho a esos nadado- res después de tanto tiempo? Había un hombre que rompía las nubes. Las rompía en verano antes de que descargaran sobre los campos de algodón. Un hom- bre que miraba el fondo de los pozos como si mirara el mundo por dentro. Sujayra, repito esa palabra en este tiempo deformado de líneas invisibles cruzándo- se en los espacios cada vez más grandes. Espacios donde se forman tolveras de polvo, remoli- nos al final del verano que se mueven como bailarinas hacia el sol. Esas tolveras avanzan girando y parecen Mi padre me arrojaba al agua y me decía nada. Aguas verdes con rostros esclarecidos. Bocas de antepasados hablando en la noche. Unas luces o unos rostros que ya no recuerdo. Tiétar o Zújar. Solo una tierra en el aire y agua. Una pena muy grande, Sujayra. De no ser por estas fotografías de nieve que guardo en una maleta como un tiempo sumergido, mi me- moria sería más transparente, más lúcida. Fotografías que han roto el tiempo y no ayudan a cruzar esta os- curidad, esos hilos o sedales que formarían una red de luz para salvaguardar la memoria. ¿Podría ahora bailar abrazado a ese remolino de aire que se forma en las puertas del mundo? Lo que digo es solo polvo. Palabras escritas con lápiz al pie de las fotografías.Pa- labras muy frágiles que posiblemente se vayan un día por sí solas. ¿Pero qué puedo oír allí abajo? Veo salir de sus bocas palabras, pero no las oigo. Piedras sin ojos y bocas. Si me acerco a una de ella y pego la oreja ¿me hablarán esas mujeres sin rostro bajo el agua?
  • 75. 146 147 Habitación de hospital Plasencia 28 de febrero de 2010 Se muere boca arriba. En los techos nieve sin pisar. El único copo va al ojo. Es más hermoso ver nevar, la lluvia solo emociona. Ella canta en un lugar vacío, recién pintado. No se puede fumar, no se puede hablar, no se puede comer, no se puede silbar. Ella canta ahí después de comerte, de fumarte, de cantarte. No se puede silbar en esa habitación blanca que da al mar. que vienen hacia ti si te quedas quieto. Y al final un canto. Un hilo que se tensa entre nosotros y el cielo. Sujayra.
  • 76. 148 149 Poder Una miliaria calandra se va volando en zigzag hacia la muerte. Él se fue pisando un sembrado de luciérnagas y arrojó al cielo puñados de moscas. Las nubes van donde voy. No se mueven. Les doy mi silencio y me entregan el suyo. El que huye tras las huellas en la nieve lleva el sol en sus ojos como un depósito de ceniza. Poder, lo que se entiende por eso, solo lo tuve cuando agarré un palo y lo tiré al agua. Piedra Piedra pulida de un lecho. Una entre miles. Chocar hasta que se pulan las palabras. Fue al azar, la piedra que cogí era yo. ¿O espinas dorsales de ángeles prehistóricos? Cada vez más arriba el pájaro de la vida. Si era blanco en la lejanía, como un punto negro ahora otra cosa más invisible. Cuando te pierdas en el cielo -pájaro de la vida- mota en mi ojo.
  • 77. 150 151 La ventana A Hannah Curiel Piñeiro Me fui a la ventana, me desnudé, tiré el cigarro y lo apagué con la planta del pie. Nadaba mi vieja mujer en el pantano. Se adentraba hacia el centro y saludaba. De las horas que pudiera estar en el agua esta vieja nadadora he hablado toda mi vida. En las fotografías siempre está de espaldas. Criba Criba arena hasta que aparezca la lágrima. Me alimento de visones breves. Cucharadas de vino.
  • 78. 152 153 Montañas Ven dicen, siempre han debido decir eso. Los que se van, ese instante. Se pierden en la luz y luego la luz en nosotros. Me hice viejo de pronto y quise seguir al día. Irme del mundo por mí mismo y dejar los ojos aquí –se llenan de hierba y pobreza–. Volver a por los zapatos. Sacar la sal de ellos y limpiarlos con hierba. Parece un buen sitio para escribir y dejarse el pelo largo… Unos ya se habían quemado el rostro con la lumbre, otros directamente con el sol. Hacer hielo Die Samens. ¿Schuppe? Descamar. Pop Corn! También a mano escribimos cada vez más deprisa. En mi mano una lombriz partida se retuerce. Una palabra alemana que querría decirlo todo de sí misma solo con las letras. Visca die Schnee! Y aunque los sabañones pican al calor, a veces es más antiguo el dolor que el verano, lo nuevo que lo viejo.
  • 79. 154 155 Las cosas absorben el tiempo, y después el tiempo se come las cosas más blandas.Gotas o perlas del frío en las osamentas del Jarramplas. Arden un instante y se convierten después en hielo. Niebla y nieve,las dos palabras de los salvoconductos. Podría decirlas en voz alta tras un mar de sábanas.Un hombre revuelto en ellas se agita e intenta salir de la niebla, del interior de la luz. Intenta solo salir de sí mismo. Jarramplas, de nuevo he vuelto a oír esa palabra. Se- millas en los ojos para atravesar esta niebla, o acaso un remolino de nieve en esas alturas del Piornal, o un caballo quemándose la cola de las aguas que caen hacia los cursos del Jerte y del Tiétar. Piornal. Uno mira hacia las dos vertientes largo rato, como si eso fuera parte de una sanación o una manera de respirar muy leve hasta vaciarse. El silencio de uno mismo, contenido dentro de los pulmones y la cabeza como un gas venenoso que se va liberando y se expande hasta formar parte de esos espacios.Un único silencio el tuyo y el del mundo que aquí se recoge. Si pudieras hablar allí arriba, no dirías gran cosa. Estoy cansado, Mañana de San Sebastián Jaraíz 20 de enero 2011 Jarramplas,siempre oí esta palabra en casa.Jarramplas, o un monstruo de niebla. Niebla, y para conseguir es- capar de ella, subí a lugares más altos. Niebla que en el teatro antiguo habrían recreado con sábanas muy finas y hombres desnudos revolviéndose dentro de ellas. Hombres atrapados en ese blanco. Costaría es- capar de esas telas, pero qué palabras directas al sol, solo palabras buscando la luz. Movimientos deses- perados del hombre por quitarse de encima ese peso leve, esas envolturas del frío y la nostalgia. Para pare- cerme a ellos me habría vendado los ojos con gasas no muy apretadas, así las palabras de unos guiarían a los otros en la niebla mientras buscábamos al Jarramplas. Un Jarramplas hundido en la nieve que había caído durante toda la noche. Los ojos quemados ante el paso del gamo, o una aparición en la misma desapa- rición. Niebla. Es esto entonces lo que hace de los ojos las raíces del cuerpo.
  • 80. 156 157 que ahora forman un arco de luz y oscuridad. Días verticales y entonces pones la mano en el sol y dices el salvoconducto. Semillas en los ojos para travesar esta niebla como si fuera posible estar unos segundos mirando fijamente el sol. Nieve y las huellas del Jarramplas ladera arriba. ¿No era esto más que el deseo infantil de subir a las mon- tañas para mirar el mundo y decir desde esas alturas que he vivido en el tiempo de la extinción de la nieve? Sin embargo este frío, o esta llama de frío luminoso en estas manos frías, solo erizos invisibles guardan- do el pulso de algo más alejado y frágil que nuestras propias vidas, o estas alfombras sombrías de nieve a los pies de los castaños. Cada vez había que subir a mayor altura a buscar la nieve.A otros lugares y espa- cios inaccesibles todavía para las palabras. Al menos nadie había hablado jamás en voz alta en aquellos pi- cos y macizos del Guijo, en esos pasos de montaña poco transitados más que por los hombres de vien- to, y nadie allí había corrompido el aire con su voz. ¿No era allí arriba donde el hombre acude a depositar su locura? Y en mitad de la nieve una voz, una voz que podría restituir las otras voces perdidas en el mundo. soy poco y he venido aquí a curarme de mí mismo. En ese momento el silencio del mundo entra en ti, y torpes tus palabras se cruzan como dos corrientes de agua que terminan formando remolinos. Solo allí arriba has tenido esas sensaciones. No se trata de grandes alturas que te anulen, o te aplasten al estar tan cerca del cielo. La mirada no desciende por estas laderas con vértigo, o se apresura en buscar un punto en el aire en el que poder retornar a ti. No es eso. Allí arriba solo se oye el tambor del Jarramplas. Se oyen los latidos del invierno, latidos acaso más acelerados, menos acompasados que los tuyos, pero que acaso marquen. El tamboril de un corazón roto. Eso anuncia el Jarramplas con su tambor. Más luz, días largos. La taquicardia del mundo, y aunque lleva un ritmo, este es demasiado acelerado. Es el ritmo del mal en el frío y la luz después de la nevada de la pasada noche. Solo se me ocurrían esas dos palabras ahora. Frío y luz. Un salvoconducto que las incluyera. Unas palabras con la que poder pasar al otro día. No las olvidaría nunca, pues podrían servir para cruzar el último um- bral, las cancelas de hielo del Paso del emperador. Días
  • 81. 158 159 siquiera podría haber sido el Jarramplas golpeando con el cuerno de la cabra el tamboril. Haber lleva- do otro ritmo. Pero acaso esto era solo un ejercicio, una necesidad de movimiento, de llevar las palabras a donde no querían ir. Mientras tanto levantaba la cabeza para ver el mundo. ¿De qué hubiera servido allí arriba un discurso o una plegaria? Toda voz se habría roto contra las piedras. Y el sol a la espalda como una carga de paja, o de otra cosa que pudiera arder fácilmente sin dejar apenas ceniza. Una carga de algo liviano. Diría entonces que me he cargado de luz, como el corazón del mundo en el tambor del Jarramplas. Me disipé, simplemente se disipó todo lo que era. Preferí morir de frío. Más que unas huellas en el barro, unas huellas poco profundas en la nieve,donde ya se atisba el barro.¿No se parecía esto al momento en el que cubrimos con sábanas los muebles de la casa que vamos a dejar des- habitada mucho tiempo? De ese modo todo quedaba a salvo del polvo, o de cualquier ruido o sonido lim- pio. Así la fuerza del silencio y la tensión del mundo. ¿Y qué le hubiera deseado al ladrón sino la paz y unas semillas con las que poder sembrar de nuevo su vida? Un ladrón ciego al que hubiéramos exigido el salvo- conducto para poder pasar a la casa. ¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el campa- nero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco? Nieve que cruje bajo mis pasos hasta convertirse en raíces de niebla. Todo lo que podía hacer allí arriba era mirar sin forzar, hablar sin decir, escribir sin resolver. No tenía fuerzas más que para mí mismo, y mis ojos ya no buscaban, solo guardaban espacios de nieve tras los muros. Ni
  • 82. 160 161 Tiétar Talavera 26 de agosto de 2011 Estrellas del verano en el río quieto como remaches del infinito. Me descalzo y miro los zapatos. He estado en las botas, inflexibles amigas que no querían bailar, ser más que yo, llevarme a la luz. Duras la una con la otra. Estos cinco dedos son los otros ríos en los que fui feliz. Por la línea de mi vida serpenteo. Estas aguas buscan los pliegues que encaucen mi vida a estas arrugas de la edad. (Estrías de conchas, anillos de los troncos, líneas de eternidad) Nuestros poemas solo son estelas de lanchas. Mesa Quisiera bendecir una mesa vacía, esta piedra en la mesa. Pero estoy dentro de un pan y no puedo comerme a mí mismo.