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NIÑOS DE CIELO Y MAR
POESÍA
Cirilo D. López Salvatierra
Título:
Niños de cielo y mar
Poesía
Autor:
Cirilo Donato López Salvatierra
Ilustraciones de carátula e interiores:
Losalva
Por todo el amor que les debo.
A Noelia, Helem y Trilce
mis hijas adoradas.
PRESENTACIÓN
Uno de los críticos más serios de la poesía Infantil, Jesús Cabel, nos habla de
aquellos poemas que sin pretenderlo han sido acogidos por los niños y de aquellos
poemas que han sido concebidos y escritos exprofeso para dirigirse al infante lector.
Éste último conjunto de poemas, según Cabel, se inicia, en el Perú, con Rinono y
Papagil (1932) de Luis Valle Goicochea. En tal sentido estamos hablando de una
producción poética peruana de más de ochenta años, en la que han contribuido los
mismo niños como lectores o autores, los autores adultos, las entidades académicas
como las universidades, las agrupaciones como la Asociación Peruana de Literatura
Infantil y Juvenil (APLIJ) y muchísimas editoras. Entre las últimas resulta relevante
el aporte de la Derrama Magisterial y su premio Horacio a la Poesía para Niños;
premio que anualmente convoca a los docentes peruanos quienes tienen un estrecho
vínculo, a través del sistema de enseñanza-aprendiza, con este particular receptor
literario. En tal contexto de producción, el poemario que en esta ocasión presentamos
nos ofrece la perspectiva de quien entiende la trayectoria de su infantil lector, de quien
los conoce en el día a día. Y justamente porque los entiende el poeta y maestro Cirilo
López Salvatierra no los subestima; por lo que los cuatro poemas que les ofrece no
están formulados para resolverle al niño la tarea de vivir sino que, restituyéndole al
poema –en especial al poema infantil– su fundante naturaleza mimético-pedagógica,
les da las posibilidades vallejianas de aproximarse a un tema dolorosísimo pero
plenamente vital: la muerte y su correspondiente duelo.
En Niños de cielo y mar, Cirilo López Salvatierra le otorga la voz a un infantil
yo poético quien desde sus dos lugares de enunciación, el cielo y el mar, nos conduce
cual Caronte por el sendero inevitable de la muerte. En los cuatro poemas el cielo es
el lugar de la nostalgia y el mar es aquella ineludible zona donde es posible navegar
entre los recuerdos que nos permiten volver a observar el tiempo vivido, un corto
tiempo por cierto, pues como dijimos el yo poético es un niño cuyo cuerpo yace en la
mar; más su voz celestial y poética retorna a la tierra. Retorno que, como se señala
en el epígrafe, es un acto de amor.
En los cuatro poemas –“El loco Miguel”, “El duende Ushiel”, “Mamá vieja” y
“Retorno a las yerbas– hay un ser que está ausente por lo que la atmósfera es llenada
con versos que aligeran el peso simbólico de la muerte. Es más, el mismo yo poético
del poemario es un ser ausente: un niño que debido a una enfermedad ha muerto.
Una primera ausencia con la que nos encontramos, en el primer poema, es con
la del otro, la del loco Miguel: el otro que se ha ido. Se trata de la experiencia de vida
de quien vive en los márgenes (de la locura y la pobreza) y cuya presencia viva irrita
la existencia de aquellos que se percatan de su presencia en el diario transitar por las
calles, la escuela, la iglesia y por supuesto por el cementerio.
Miguel, el “loco”, es aquel agente extraño que toda familia y pueblo tiene como
prueba de la existencia de lo no normal, de lo no propio que al mismo tiempo sí lo es,
de la presencia de aquel que sigue de lejos “los pasos del sol.” (V). De aquel quien
cuenta “…los nichos / como si faltara uno”; el suyo. Tumba que ha de contener su
cuerpo más no el contenido simbólico de su presencia, el mismo que vuelve
transustancializado en “una mariposa roja / con manchas negras / [que] parece esquiar
en el jardín.” (XII).
En los poemas de López Salvatierra podemos observar que todo muerto posee
un cuerpo que se transustancializa, que se simboliza y por lo tanto se trata de un cuerpo
que siempre tiene la potencialidad de retornar y despedirse, y de este modo consolar
a los deudos. En síntesis podemos decir que, como poemario, Niños de cielo y mar,
trata del retorno del ausente. Por la especificidad de cada poema se aborda el retorno
del nombre del ausente, retorno que se hace posible en el poemario, gracias al
acontecimiento poético. Esta lógica del retorno nos permite comprender por qué las
dedicatorias de los cuatro poemas están recargados de nombres próximos al poeta:
Miguel, Jesús, Esteban, Rufino y Norma “que ya se fueron al cielo” pero que al igual
que Miguel, el loco, retornan entre los elementos de la naturaleza poética, entre las
líneas de cada verso.
En la perspectiva descrita líneas arriba los cuatro poemas constituyen cuatro
actos en los que la memoria poética permite el retorno no sólo del significado del
nombre, sino y sobre todo de las resonancias poéticas de aquellos nombres cuyos
cuerpos ya no están, como no lo está el de aquel niño, el sujeto poético, autor de
aquellos actos de memoria, quien habita entre el cielo y el mar. Pero entre ambos
espacios de gestación poética se sitúa el territorio habitado por el receptor ideal de los
poemas: el habitante de la tierra de aquella zona de colores, aves, mariposas, flores y
cascadas.
Dijimos que los poemas son cantados por un niño, digamos ahora que se trata
de alguien que es absolutamente consciente de su estado “inmortal”. De alguien, cual
Odiseo, Dante o Eneas, sabe que su cuerpo ha alcanzado el mar; de quien sabe también
que su presencia “física” está en el cielo; de quien, finalmente, sabe que su ausencia
en la tierra, en la tierra de sus deudos, puede y tiene que hacerse presente y manifiesta
a través del poema; de aquel poema que más que vencer a la muerte, la transforma en
aquel territorio de la escritura poética. Y el niño sabe todo aquello porque es heredero
del legado de Mama vieja, de aquella que supo interpretar el esquiar de la “mariposa
roja” como el acto de despedida del loquito Miguel (XII).
“Mamá vieja”, se titula el tercer poema; en el cual el niño yacente le confiesa
a su abuela y mamá su principal “quizá”; es decir su primordial duda ante la cercanía
y estado de la no presencia. “a dónde iré” le pregunta el niño. La importancia de esta
duda tiene que ver con la concepción del eterno retorno que en el poemario se resuelve
en lo físico, de ahí el título del cuarto poema, el “Retorno a las yerbas”, a la tierra.
Pero el eterno retorno también es posible en el hecho poético. El fluir entre la vida y
la muerte, la muerte y la vida es un flujo que sucede en el territorio de lo poético.
Para comprender mejor la concepción poética de este flujo entre muerte y vida
resulta importante tener presente la figura del dasein sugerido por el filósofo Martín
Heidegger. El dasein (ser-ahí) tiene que ver con el sujeto definido desde su "poder-
ser”; desde el existente que tiene especial cuidado de su ser como existente para la
muerte. Es decir de aquel ser que entiende la muerte como una posibilidad, de aquel
que concibe la muerte como un estado del ser. Que define la muerte como un estar
allí; es decir de un ser que se hace de un lugar. De quien está ahí en el mar, en el cielo
y en la tierra. Los poemas de López Salvatierra nos devuelven al aquí al ser “muerto”.
Como decíamos, estos poemas nos ofrecen la perspectiva de un flujo continuo entre
la vida y la muerte, un flujo de amor, un flujo poético. De este modo la poesía no sólo
forma parte del ritual del duelo, sino y sobretodo, de la memoria del ser ausente que
no se clausura en el duelo, que hace imposible el fin del duelo, pero no se entienda
esta imposibilidad como aciaga y torturante, sino de una imposibilidad
vivificantemente, ritual y nutricia.
Niños de cielo y mar nos ofrece la posibilidad del reencuentro simbólico, en lo
poético, con la persona muerta. La muerte es vista como un ciclo que no acaba con la
aceptación pasiva de su naturaleza fáctica sino con la reconstrucción del hecho como
un fluir de la vida misma al interior de la muerte. De ahí que los desoladores bloques
poéticos del cuarto poema tienen que ser leídos en paralelo con el epígrafe del
poemario en el que el “retorno” del niño, el retorno de su voz de ultratumba es un acto
de búsqueda de amor. En otras palabras si en el cuarto poema el niño retorna a las
yerbas, en el conjunto del poemario, incluido el poema cuarto, el niño retorna a la
memoria del deudo, a aquel terreno donde su ser puede hacerse presente.
En los cuatro poemas el yo poético va “ensayando” y aprendiendo a perder: al
loco Miguel, a Ushiel (el duende), a Mama vieja, a su papá y finalmente, se confronta
con la pérdida, de sí mismo. El segundo y cuarto poema están estrechamente
vinculados. En el segundo poema el niño es atendido en el hospital por el duende
Ushiel, quien ya no está para acompañarlo en el cuarto poema, como tampoco está la
madre del niño, cuya ausencia él reclama: “Madre / ahora que te necesito / no estás.”
Consecuentemente, a las ausencias del primer, segundo y tercer poema se suma la
mayor ausencia, la de él mismo para los demás.
Con lo dicho hasta aquí, podemos subrayar que los poemas de López
Salvatierra le ofrecen al niño –potencial lector– la posibilidad de conocer y saber de
la muerte. Le ayudan a entender que la muerte está ahí, como el cielo o como el mar,
y que la poesía también está allí para hacer navegable el luto de quienes la padecen.
De este modo, en los cuatro poemas, la muerte es dolorosa, sí, pero absolutamente
natural, como natural es la imaginación del niño y como natural es el flujo poético.
Jorge Yangali Vargas
NIÑOS DE CIELO Y MAR
Camino de trébol
brisa de luna
otra vez he retornado
en un barquito de brumas
navegando libre
buscando tu amor.
EL LOCO MIGUEL
A Miguel,
que se fue arando aguaceros
para plantar dalias
en el corpiño de los días.
I
En la torre de la iglesia
una bandada de jilgueros
parados en una pata
miran al loco Miguel.
Camina agazapado
arrastrando los pies
parece cansado
como la cruz de hojalata
negra y amarilla
de tanto picotear el crepúsculo.
II
La maestra Gabriela
después de la lluvia
toca la campana
niñas y niños
salen de la escuela gritando.
¡El loco Miguel!
¡El loco Miguel!
Le regalan dulces
o panecillos de anís
luego corren
ríen
intentan volar
colgarse del arcoíris
gritan
saltan
repletos de vida
como palomitas de maíz.
III
Gitana del cielo
golondrina de rosas
qué estarás soñando
acostadita con tu chal azul
sobre los tunales de la quebrada
de morados y deliciosos frutos.
Mientras Pipo
el perrito plomizo
ladra en las calles
buscando a Miguel.
IV
Sentado
los ojos cerrados
en la orilla del acantilado.
Con los codos
unidos a las rodillas
las manos en el rostro
hasta el amanecer.
Así está Miguel
noches enteras
esperando que la luna
le regale una fresa.
V
Todos le aborrecen
como a un perro desvalido.
Toca las puertas
se pone de rodillas
suplica juntando las manos
famélico.
Le arrojan un pedazo de pan
luego le dicen:
—Vete Miguel
corre
por el camino que has venido.
El loquito se va
siguiendo de lejos
los pasos del sol.
VI
Cruzó de largo el parque
levantando las manos
corriendo al cementerio.
Presuroso contó los nichos
como si faltara uno
luego sonríe
al ver que el sol se multiplica
en las flores de los crisantemos.
VII
La tarde
con el cabello suelto
atrapa una gaviota
al pie del rosal.
La luna
sube al techo
vestida de blanco lirio
zapatos de cristal.
VIII
La puerta abierta
el café servido
los panes caparazón de tortuga
impacientes sobre la mesa.
En el campo hace frio
aún duermen copos de nieve
en las piedrecillas del río
los bueyes descansan en el establo.
Es vana la espera
solitario el camino
sólo el ruiseñor está cantando
en las uvas del diablo.
IX
En el silencio de la noche
caen luciérnagas del cielo.
María Eugenia dice:
—Son pétalos del alma.
Raquelita responde:
—No hermanita
la luna está llorando
ayer se fue Miguel
caminando lento
cargando su mundo
como un caracol dormido.
X
Miguel retornó a las alturas
tras los caballitos del diablo
iluminado por la luna.
Se alejó
para construir su hogar
en algún lucero del alba
como torcaza
cuando llega el invierno.
XI
Ahora
estará cerca de las cataratas
entre los helechos del río
contemplando feliz
los membrillos de la luna.
XII
Esta mañana de nieve
azul
una mariposa roja
con manchas negras
parece esquiar en el jardín.
Es el loquito Miguel
que viene a despedirse
—dice mamá vieja.
Adiós Miguel
en una cestita de arrebol
te enviaremos panes tres puntas
margaritas y fresas
columpiándose de la luna
columpiándose del sol.
EL DUENDE USHIEL
A mi hermano Jesús
molle goteando sus ojos
como arbusto huérfano de amor.
I
El duende Ushiel
es un niño triste
—mamá vieja dice—
porque nunca lo vio reír.
Cuando está alegre
se ilumina su rostro
como las adormideras
al salir el sol.
Corre por todas partes
haciendo aspas con los brazos
saltando cercas
alborota los pajarillos.
Las aves
mirando atrás
vuelan a las laderas
haciéndose los asustados.
Luego retornan
trinan y cantan
en los árboles del parque
cantan y trinan
hasta el anochecer.
II
Si alguna vez tuve un amigo
fue el duende Ushiel
que una noche de aguacero
se apareció en el hospital.
Con las frazadas
cubría mi cuerpo escuálido
y limpiaba mi frente afiebrado
para no encontrarme en soledad.
III
El duende no canta
trina
no corre
vuela.
Trinar y volar es su vida
volar y trinar
ni más ni menos.
Hace calor
trina y vuela
llueve a chorros
vuela y trina
no hay para comer
trina y vuela.
IV
La otra vez
lo amarramos de pies y manos:
¡Ahora vuela!
—le dijimos—
y él se ríe.
Sin perder tiempo
le anudamos el pico:
¡Ahora trina!
él se levanta y se va
saltando alegre
imitando a los chiwacos.
V
El sol cae lentamente
sobre las casas de esteras.
El toro rojo
sale del crepúsculo
con el duende Ushiel
se esconden tras los saucos
silenciosos
oliendo las santamatas.
El toro rojo
con sus ojos rojos
con sus cuernos rojos
su poder rojo
está esperando quieto
a los niños de la escuela.
Los pequeños caminan felices
desprevenidos
de pronto el toro rojo
sale bramando
levantando polvo con las patas
afilando sus cuernos en la tierra.
¡El toro rojo!
¡El toro rojo!
Niñas y niños escapan gritando
tirando sus cuadernos
cayéndose y levantándose.
¡El toro rojo!
¡El toro rojo!
El toro rojo se aleja
mugiendo
tras el duende Ushiel
se van contentos
elevándose por los aires
encima de los cerros
sobre las nubes.
VI
De noche
cuando tú duermes
el duende pinta estrellas
pinta de amarillo
pinta de rojo
pinta de azul
pinta de nieve
escuchando en el mar
el canto de las sirenas.
MAMÁ VIEJA
A Ceferina
mi viejita adorada.
I
El sol permanece adormecido
en las verdes hojas del alfalfar
setiembre ha llegado
y pronto también se irá.
Mira
mira mamá
cómo suda
cómo pinta
cómo va
de aquí para allá.
Ven pronto
¡apúrate!
no nos vaya a dejar.
II
Madre
mañanas viejas
caminan por la acera del frente
calladas y sin pisar.
Quizá retorne papá
en el humo de una pipa olvidada
como siempre a regalar.
Luego se vaya
chic chic chic
en un trencito de hojalata
sin voltear.
III
Madre
en qué manzana de hambriento
Dios te habrá dado vida
para luego olvidarte.
En qué sepulcro del mundo
habrá sembrado margaritas
para devolver tus lágrimas.
IV
Madre
cuando todo duerme
—si duermen las cascadas—
en la plenitud de la noche
las estrellas construyen sus nidos
aleteando
en las flores de los maceteros.
V
Madre
en los jardines ningún niño juega
sin parejas el barranco
sin gaviotas el litoral.
En esa inmensa soledad
las olas del mar
se abrazan al corazón de la noche
y lloran juntos
como dos hermanitos
que no tienen papá.
VI
Madre
aún camino expuesto al vidrio
a la escarcha
al olvido.
Sueño cogiendo una fruta
un poco de comida
que al despertar
de mis manos se esfumarán.
VII
Madre
de las goteras de enero
vuelan hacia la tarde
bandadas de inquietas ventanas
por ellas veremos
en los geranios a la tristeza
porque hoy primero de noviembre
no hemos visitado a papá.
VIII
Madre
a dónde iré
ahora que la mañana renace
en los tapiales de campanillas azules
y tu canto se hace dulce
en las ubres de las granadillas.
A dónde iré
ahora que setiembre
se llevó las estrellas
en blancas carretas de magnolias
conducidos por lejanos aguaceros.
RETORNO A LAS YERBAS
A Esteban, Rufina y Norma
que ya se fueron al cielo.
I
Llegué hasta la orilla del mar
sólo para ver mis pasos
perdiéndose en el sendero
que dibuja el crepúsculo
sobre el mar y el cielo.
II
Dejo mis sueños
en sobres de viejas cartas
acurrucadas en las grietas del pensamiento.
Dejo mis tristezas
en el canto de los gallos
perdidos en galpones distantes
para que nadie las pueda encontrar.
III
Cuando amanece
algunos niños del hospital
abren las ventanas
miran la playa
buscando un retazo de vida
olvidada en el puerto
o en alguna astilla del mar.
IV
El sol revolotea
en las flores del mastuerzo
y en la playa
canta un negrito
su voz alegre
vuela como una garza
hasta la otra orilla del mar.
V
Ahora que no tengo a nadie
me preocupan mis rodillas
cansadas de mi presencia.
Me preocupan las orquídeas
reflejadas cada tarde
en el rostro de mi ventana.
VI
Empiezan a volar los petirrojos
se van dejando sus nidos.
Qué difícil poner cada cosa
en su lugar de siempre.
Qué difícil olvidar
los días grises
cuando te acompaña
un álamo triste.
VII
Ahora
que ya no puedo caminar
los pétalos de los tulipanes
caen de sus tallos
como palomas anaranjadas
muertas al atardecer.
VIII
Ya son las seis de la mañana
voy camino hacia el tren
los duendes se esconden
tras los espejos.
El sol se aproxima
el tren se aleja de la estación.
Todos saben
que voy al hospital
que mi retorno es a las yerbas
al canto desconocido del gorrión.
IX
Madre
ahora que te necesito
no estás.
Detrás de la noche
en el nido de tus ojos
estoy jugando solo
con la cabeza del sol.
X
Ahora que hallé mi destino
en el vuelo de una gaviota azul
la nostalgia se quedará gateando
en las telarañas de mi balcón
y en las ramas retorcidas del tiempo
anidará solitaria la ventisca.
XI
Perdido
en un mundo muy distante
entre las raíces de los cañaverales
pienso en ti.
Ya no tengo hogar
ya no tengo edad
al inicio de mi viaje
el viento y las olas
destruyeron mi barca.
Mi voz se quedó
solo
musitando tu nombre
entre los álamos del río
y las flores blancas del mar.
Primer lugar
Premio Horacio Zevallos – Edición XXII – 2014
Mención: Poesía para niños
Jurados:
Rosella Wanda Olga Di Paolo Ferrarini
Daniel Arturo Corcuera Osores
Carmen Rosa Ollé Nava
Muchos de los poemas que conforman este poemario ─tan lleno de breves
hojas de sol─ no nos son desconocidos para quienes hemos seguido el trabajo y la
trayectoria de este poeta mayor, Cirilo D. López Salvatierra (Huancayo, 1963). Sus
arduos años de trabajo escribiendo, corrigiendo, puliendo, han fructificado un libro
de sobresaliente poesía para niños que, a decir verdad, son lectores exigentes. Mas
este libro trasciende a los jóvenes lectores a quienes va dirigido. Lectores de
cualquier edad encontrarán en estos poemas, ritmos, giros, variedad, color, y sobre
todo profunda sensibilidad.
Hará falta mucho tiempo para que se repita una obra tan capital y trascendente
como la presente, y no solo en el ámbito de la poesía para niños. Tengo plena
confianza que este poemario ya encontró su propio camino ─ajeno ya al autor─,
como se abren paso las obras que marcan un hito en la historia de la literatura.
Enrique Contreras Gutiérrez

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Niños de cielo y mar

  • 1. NIÑOS DE CIELO Y MAR POESÍA Cirilo D. López Salvatierra
  • 2. Título: Niños de cielo y mar Poesía Autor: Cirilo Donato López Salvatierra Ilustraciones de carátula e interiores: Losalva Por todo el amor que les debo. A Noelia, Helem y Trilce mis hijas adoradas. PRESENTACIÓN Uno de los críticos más serios de la poesía Infantil, Jesús Cabel, nos habla de aquellos poemas que sin pretenderlo han sido acogidos por los niños y de aquellos poemas que han sido concebidos y escritos exprofeso para dirigirse al infante lector. Éste último conjunto de poemas, según Cabel, se inicia, en el Perú, con Rinono y Papagil (1932) de Luis Valle Goicochea. En tal sentido estamos hablando de una producción poética peruana de más de ochenta años, en la que han contribuido los mismo niños como lectores o autores, los autores adultos, las entidades académicas como las universidades, las agrupaciones como la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil (APLIJ) y muchísimas editoras. Entre las últimas resulta relevante el aporte de la Derrama Magisterial y su premio Horacio a la Poesía para Niños; premio que anualmente convoca a los docentes peruanos quienes tienen un estrecho vínculo, a través del sistema de enseñanza-aprendiza, con este particular receptor literario. En tal contexto de producción, el poemario que en esta ocasión presentamos nos ofrece la perspectiva de quien entiende la trayectoria de su infantil lector, de quien los conoce en el día a día. Y justamente porque los entiende el poeta y maestro Cirilo López Salvatierra no los subestima; por lo que los cuatro poemas que les ofrece no están formulados para resolverle al niño la tarea de vivir sino que, restituyéndole al poema –en especial al poema infantil– su fundante naturaleza mimético-pedagógica,
  • 3. les da las posibilidades vallejianas de aproximarse a un tema dolorosísimo pero plenamente vital: la muerte y su correspondiente duelo. En Niños de cielo y mar, Cirilo López Salvatierra le otorga la voz a un infantil yo poético quien desde sus dos lugares de enunciación, el cielo y el mar, nos conduce cual Caronte por el sendero inevitable de la muerte. En los cuatro poemas el cielo es el lugar de la nostalgia y el mar es aquella ineludible zona donde es posible navegar entre los recuerdos que nos permiten volver a observar el tiempo vivido, un corto tiempo por cierto, pues como dijimos el yo poético es un niño cuyo cuerpo yace en la mar; más su voz celestial y poética retorna a la tierra. Retorno que, como se señala en el epígrafe, es un acto de amor. En los cuatro poemas –“El loco Miguel”, “El duende Ushiel”, “Mamá vieja” y “Retorno a las yerbas– hay un ser que está ausente por lo que la atmósfera es llenada con versos que aligeran el peso simbólico de la muerte. Es más, el mismo yo poético del poemario es un ser ausente: un niño que debido a una enfermedad ha muerto. Una primera ausencia con la que nos encontramos, en el primer poema, es con la del otro, la del loco Miguel: el otro que se ha ido. Se trata de la experiencia de vida de quien vive en los márgenes (de la locura y la pobreza) y cuya presencia viva irrita la existencia de aquellos que se percatan de su presencia en el diario transitar por las calles, la escuela, la iglesia y por supuesto por el cementerio. Miguel, el “loco”, es aquel agente extraño que toda familia y pueblo tiene como prueba de la existencia de lo no normal, de lo no propio que al mismo tiempo sí lo es, de la presencia de aquel que sigue de lejos “los pasos del sol.” (V). De aquel quien cuenta “…los nichos / como si faltara uno”; el suyo. Tumba que ha de contener su cuerpo más no el contenido simbólico de su presencia, el mismo que vuelve transustancializado en “una mariposa roja / con manchas negras / [que] parece esquiar en el jardín.” (XII). En los poemas de López Salvatierra podemos observar que todo muerto posee un cuerpo que se transustancializa, que se simboliza y por lo tanto se trata de un cuerpo que siempre tiene la potencialidad de retornar y despedirse, y de este modo consolar a los deudos. En síntesis podemos decir que, como poemario, Niños de cielo y mar, trata del retorno del ausente. Por la especificidad de cada poema se aborda el retorno del nombre del ausente, retorno que se hace posible en el poemario, gracias al acontecimiento poético. Esta lógica del retorno nos permite comprender por qué las dedicatorias de los cuatro poemas están recargados de nombres próximos al poeta: Miguel, Jesús, Esteban, Rufino y Norma “que ya se fueron al cielo” pero que al igual que Miguel, el loco, retornan entre los elementos de la naturaleza poética, entre las líneas de cada verso. En la perspectiva descrita líneas arriba los cuatro poemas constituyen cuatro actos en los que la memoria poética permite el retorno no sólo del significado del nombre, sino y sobre todo de las resonancias poéticas de aquellos nombres cuyos cuerpos ya no están, como no lo está el de aquel niño, el sujeto poético, autor de aquellos actos de memoria, quien habita entre el cielo y el mar. Pero entre ambos espacios de gestación poética se sitúa el territorio habitado por el receptor ideal de los
  • 4. poemas: el habitante de la tierra de aquella zona de colores, aves, mariposas, flores y cascadas. Dijimos que los poemas son cantados por un niño, digamos ahora que se trata de alguien que es absolutamente consciente de su estado “inmortal”. De alguien, cual Odiseo, Dante o Eneas, sabe que su cuerpo ha alcanzado el mar; de quien sabe también que su presencia “física” está en el cielo; de quien, finalmente, sabe que su ausencia en la tierra, en la tierra de sus deudos, puede y tiene que hacerse presente y manifiesta a través del poema; de aquel poema que más que vencer a la muerte, la transforma en aquel territorio de la escritura poética. Y el niño sabe todo aquello porque es heredero del legado de Mama vieja, de aquella que supo interpretar el esquiar de la “mariposa roja” como el acto de despedida del loquito Miguel (XII). “Mamá vieja”, se titula el tercer poema; en el cual el niño yacente le confiesa a su abuela y mamá su principal “quizá”; es decir su primordial duda ante la cercanía y estado de la no presencia. “a dónde iré” le pregunta el niño. La importancia de esta duda tiene que ver con la concepción del eterno retorno que en el poemario se resuelve en lo físico, de ahí el título del cuarto poema, el “Retorno a las yerbas”, a la tierra. Pero el eterno retorno también es posible en el hecho poético. El fluir entre la vida y la muerte, la muerte y la vida es un flujo que sucede en el territorio de lo poético. Para comprender mejor la concepción poética de este flujo entre muerte y vida resulta importante tener presente la figura del dasein sugerido por el filósofo Martín Heidegger. El dasein (ser-ahí) tiene que ver con el sujeto definido desde su "poder- ser”; desde el existente que tiene especial cuidado de su ser como existente para la muerte. Es decir de aquel ser que entiende la muerte como una posibilidad, de aquel que concibe la muerte como un estado del ser. Que define la muerte como un estar allí; es decir de un ser que se hace de un lugar. De quien está ahí en el mar, en el cielo y en la tierra. Los poemas de López Salvatierra nos devuelven al aquí al ser “muerto”. Como decíamos, estos poemas nos ofrecen la perspectiva de un flujo continuo entre la vida y la muerte, un flujo de amor, un flujo poético. De este modo la poesía no sólo forma parte del ritual del duelo, sino y sobretodo, de la memoria del ser ausente que no se clausura en el duelo, que hace imposible el fin del duelo, pero no se entienda esta imposibilidad como aciaga y torturante, sino de una imposibilidad vivificantemente, ritual y nutricia. Niños de cielo y mar nos ofrece la posibilidad del reencuentro simbólico, en lo poético, con la persona muerta. La muerte es vista como un ciclo que no acaba con la aceptación pasiva de su naturaleza fáctica sino con la reconstrucción del hecho como un fluir de la vida misma al interior de la muerte. De ahí que los desoladores bloques poéticos del cuarto poema tienen que ser leídos en paralelo con el epígrafe del poemario en el que el “retorno” del niño, el retorno de su voz de ultratumba es un acto de búsqueda de amor. En otras palabras si en el cuarto poema el niño retorna a las yerbas, en el conjunto del poemario, incluido el poema cuarto, el niño retorna a la memoria del deudo, a aquel terreno donde su ser puede hacerse presente. En los cuatro poemas el yo poético va “ensayando” y aprendiendo a perder: al loco Miguel, a Ushiel (el duende), a Mama vieja, a su papá y finalmente, se confronta
  • 5. con la pérdida, de sí mismo. El segundo y cuarto poema están estrechamente vinculados. En el segundo poema el niño es atendido en el hospital por el duende Ushiel, quien ya no está para acompañarlo en el cuarto poema, como tampoco está la madre del niño, cuya ausencia él reclama: “Madre / ahora que te necesito / no estás.” Consecuentemente, a las ausencias del primer, segundo y tercer poema se suma la mayor ausencia, la de él mismo para los demás. Con lo dicho hasta aquí, podemos subrayar que los poemas de López Salvatierra le ofrecen al niño –potencial lector– la posibilidad de conocer y saber de la muerte. Le ayudan a entender que la muerte está ahí, como el cielo o como el mar, y que la poesía también está allí para hacer navegable el luto de quienes la padecen. De este modo, en los cuatro poemas, la muerte es dolorosa, sí, pero absolutamente natural, como natural es la imaginación del niño y como natural es el flujo poético. Jorge Yangali Vargas
  • 6. NIÑOS DE CIELO Y MAR Camino de trébol brisa de luna otra vez he retornado en un barquito de brumas navegando libre buscando tu amor.
  • 7. EL LOCO MIGUEL A Miguel, que se fue arando aguaceros para plantar dalias en el corpiño de los días.
  • 8. I En la torre de la iglesia una bandada de jilgueros parados en una pata miran al loco Miguel. Camina agazapado arrastrando los pies parece cansado como la cruz de hojalata negra y amarilla de tanto picotear el crepúsculo. II La maestra Gabriela después de la lluvia toca la campana niñas y niños salen de la escuela gritando. ¡El loco Miguel! ¡El loco Miguel! Le regalan dulces o panecillos de anís luego corren ríen intentan volar colgarse del arcoíris gritan saltan repletos de vida como palomitas de maíz.
  • 9. III Gitana del cielo golondrina de rosas qué estarás soñando acostadita con tu chal azul sobre los tunales de la quebrada de morados y deliciosos frutos. Mientras Pipo el perrito plomizo ladra en las calles buscando a Miguel. IV Sentado los ojos cerrados en la orilla del acantilado. Con los codos unidos a las rodillas las manos en el rostro hasta el amanecer. Así está Miguel noches enteras esperando que la luna le regale una fresa.
  • 10. V Todos le aborrecen como a un perro desvalido. Toca las puertas se pone de rodillas suplica juntando las manos famélico. Le arrojan un pedazo de pan luego le dicen: —Vete Miguel corre por el camino que has venido. El loquito se va siguiendo de lejos los pasos del sol. VI Cruzó de largo el parque levantando las manos corriendo al cementerio. Presuroso contó los nichos como si faltara uno luego sonríe al ver que el sol se multiplica en las flores de los crisantemos.
  • 11. VII La tarde con el cabello suelto atrapa una gaviota al pie del rosal. La luna sube al techo vestida de blanco lirio zapatos de cristal. VIII La puerta abierta el café servido los panes caparazón de tortuga impacientes sobre la mesa. En el campo hace frio aún duermen copos de nieve en las piedrecillas del río los bueyes descansan en el establo. Es vana la espera solitario el camino sólo el ruiseñor está cantando en las uvas del diablo.
  • 12. IX En el silencio de la noche caen luciérnagas del cielo. María Eugenia dice: —Son pétalos del alma. Raquelita responde: —No hermanita la luna está llorando ayer se fue Miguel caminando lento cargando su mundo como un caracol dormido. X Miguel retornó a las alturas tras los caballitos del diablo iluminado por la luna. Se alejó para construir su hogar en algún lucero del alba como torcaza cuando llega el invierno. XI Ahora estará cerca de las cataratas entre los helechos del río contemplando feliz los membrillos de la luna.
  • 13. XII Esta mañana de nieve azul una mariposa roja con manchas negras parece esquiar en el jardín. Es el loquito Miguel que viene a despedirse —dice mamá vieja. Adiós Miguel en una cestita de arrebol te enviaremos panes tres puntas margaritas y fresas columpiándose de la luna columpiándose del sol.
  • 14. EL DUENDE USHIEL A mi hermano Jesús molle goteando sus ojos como arbusto huérfano de amor.
  • 15. I El duende Ushiel es un niño triste —mamá vieja dice— porque nunca lo vio reír. Cuando está alegre se ilumina su rostro como las adormideras al salir el sol. Corre por todas partes haciendo aspas con los brazos saltando cercas alborota los pajarillos. Las aves mirando atrás vuelan a las laderas haciéndose los asustados. Luego retornan trinan y cantan en los árboles del parque cantan y trinan hasta el anochecer. II Si alguna vez tuve un amigo fue el duende Ushiel que una noche de aguacero se apareció en el hospital. Con las frazadas cubría mi cuerpo escuálido y limpiaba mi frente afiebrado para no encontrarme en soledad.
  • 16. III El duende no canta trina no corre vuela. Trinar y volar es su vida volar y trinar ni más ni menos. Hace calor trina y vuela llueve a chorros vuela y trina no hay para comer trina y vuela. IV La otra vez lo amarramos de pies y manos: ¡Ahora vuela! —le dijimos— y él se ríe. Sin perder tiempo le anudamos el pico: ¡Ahora trina! él se levanta y se va saltando alegre imitando a los chiwacos.
  • 17. V El sol cae lentamente sobre las casas de esteras. El toro rojo sale del crepúsculo con el duende Ushiel se esconden tras los saucos silenciosos oliendo las santamatas. El toro rojo con sus ojos rojos con sus cuernos rojos su poder rojo está esperando quieto a los niños de la escuela. Los pequeños caminan felices desprevenidos de pronto el toro rojo sale bramando levantando polvo con las patas afilando sus cuernos en la tierra. ¡El toro rojo! ¡El toro rojo! Niñas y niños escapan gritando tirando sus cuadernos cayéndose y levantándose. ¡El toro rojo! ¡El toro rojo! El toro rojo se aleja mugiendo tras el duende Ushiel se van contentos
  • 18. elevándose por los aires encima de los cerros sobre las nubes. VI De noche cuando tú duermes el duende pinta estrellas pinta de amarillo pinta de rojo pinta de azul pinta de nieve escuchando en el mar el canto de las sirenas.
  • 19. MAMÁ VIEJA A Ceferina mi viejita adorada.
  • 20. I El sol permanece adormecido en las verdes hojas del alfalfar setiembre ha llegado y pronto también se irá. Mira mira mamá cómo suda cómo pinta cómo va de aquí para allá. Ven pronto ¡apúrate! no nos vaya a dejar. II Madre mañanas viejas caminan por la acera del frente calladas y sin pisar. Quizá retorne papá en el humo de una pipa olvidada como siempre a regalar. Luego se vaya chic chic chic en un trencito de hojalata sin voltear.
  • 21. III Madre en qué manzana de hambriento Dios te habrá dado vida para luego olvidarte. En qué sepulcro del mundo habrá sembrado margaritas para devolver tus lágrimas. IV Madre cuando todo duerme —si duermen las cascadas— en la plenitud de la noche las estrellas construyen sus nidos aleteando en las flores de los maceteros. V Madre en los jardines ningún niño juega sin parejas el barranco sin gaviotas el litoral. En esa inmensa soledad las olas del mar se abrazan al corazón de la noche y lloran juntos como dos hermanitos que no tienen papá.
  • 22. VI Madre aún camino expuesto al vidrio a la escarcha al olvido. Sueño cogiendo una fruta un poco de comida que al despertar de mis manos se esfumarán. VII Madre de las goteras de enero vuelan hacia la tarde bandadas de inquietas ventanas por ellas veremos en los geranios a la tristeza porque hoy primero de noviembre no hemos visitado a papá. VIII Madre a dónde iré ahora que la mañana renace en los tapiales de campanillas azules y tu canto se hace dulce en las ubres de las granadillas. A dónde iré ahora que setiembre se llevó las estrellas en blancas carretas de magnolias conducidos por lejanos aguaceros.
  • 23. RETORNO A LAS YERBAS A Esteban, Rufina y Norma que ya se fueron al cielo.
  • 24. I Llegué hasta la orilla del mar sólo para ver mis pasos perdiéndose en el sendero que dibuja el crepúsculo sobre el mar y el cielo. II Dejo mis sueños en sobres de viejas cartas acurrucadas en las grietas del pensamiento. Dejo mis tristezas en el canto de los gallos perdidos en galpones distantes para que nadie las pueda encontrar. III Cuando amanece algunos niños del hospital abren las ventanas miran la playa buscando un retazo de vida olvidada en el puerto o en alguna astilla del mar.
  • 25. IV El sol revolotea en las flores del mastuerzo y en la playa canta un negrito su voz alegre vuela como una garza hasta la otra orilla del mar. V Ahora que no tengo a nadie me preocupan mis rodillas cansadas de mi presencia. Me preocupan las orquídeas reflejadas cada tarde en el rostro de mi ventana. VI Empiezan a volar los petirrojos se van dejando sus nidos. Qué difícil poner cada cosa en su lugar de siempre. Qué difícil olvidar los días grises cuando te acompaña un álamo triste.
  • 26. VII Ahora que ya no puedo caminar los pétalos de los tulipanes caen de sus tallos como palomas anaranjadas muertas al atardecer. VIII Ya son las seis de la mañana voy camino hacia el tren los duendes se esconden tras los espejos. El sol se aproxima el tren se aleja de la estación. Todos saben que voy al hospital que mi retorno es a las yerbas al canto desconocido del gorrión. IX Madre ahora que te necesito no estás. Detrás de la noche en el nido de tus ojos estoy jugando solo con la cabeza del sol.
  • 27. X Ahora que hallé mi destino en el vuelo de una gaviota azul la nostalgia se quedará gateando en las telarañas de mi balcón y en las ramas retorcidas del tiempo anidará solitaria la ventisca. XI Perdido en un mundo muy distante entre las raíces de los cañaverales pienso en ti. Ya no tengo hogar ya no tengo edad al inicio de mi viaje el viento y las olas destruyeron mi barca. Mi voz se quedó solo musitando tu nombre entre los álamos del río y las flores blancas del mar. Primer lugar Premio Horacio Zevallos – Edición XXII – 2014 Mención: Poesía para niños Jurados: Rosella Wanda Olga Di Paolo Ferrarini Daniel Arturo Corcuera Osores Carmen Rosa Ollé Nava
  • 28. Muchos de los poemas que conforman este poemario ─tan lleno de breves hojas de sol─ no nos son desconocidos para quienes hemos seguido el trabajo y la trayectoria de este poeta mayor, Cirilo D. López Salvatierra (Huancayo, 1963). Sus arduos años de trabajo escribiendo, corrigiendo, puliendo, han fructificado un libro de sobresaliente poesía para niños que, a decir verdad, son lectores exigentes. Mas este libro trasciende a los jóvenes lectores a quienes va dirigido. Lectores de cualquier edad encontrarán en estos poemas, ritmos, giros, variedad, color, y sobre todo profunda sensibilidad. Hará falta mucho tiempo para que se repita una obra tan capital y trascendente como la presente, y no solo en el ámbito de la poesía para niños. Tengo plena confianza que este poemario ya encontró su propio camino ─ajeno ya al autor─, como se abren paso las obras que marcan un hito en la historia de la literatura. Enrique Contreras Gutiérrez