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NAVIDAD:
Una tradición
oculta y un
fascinante misterio
La cristianización de las fiestas del solsticio de
invierno
El nacimiento de Jesús que relata Mateo es el corazón del ciclo
festivo del solsticio de invierno, que se extiende hasta el 5 de
enero. Cada año se representa la misma escena familiar: la
estrella que guió a los magos de Oriente hasta el pesebre, la
Virgen y el niño Jesús. Son imágenes inspiradas en El Evangelio
según Mateo, que preceden a la Huida a Egipto y a la matanza de
los inocentes. Pero pocos advierten que este relato encierra una
historia oculta y un misterio fascinante.
Para muchos autores se trata de una "leyenda" sin contenido histórico.
Las estrellas no se mueven. Tampoco existe mención de una matanza de
niños en otras fuentes. Sólo Mateo narra estos hechos. Por tanto, su
conclusión es que éste inventó un suceso milagroso para rodear el
nacimiento del Mesías cristiano de grandes prodigios en el Cielo y en la
Tierra. El resultado habría sido el mito de la Natividad, completado entre
los siglos II y IV por apócrifos como el Pseudo-Mateo.
La Estrella y los Magos
Sin embargo, la estrella que tanto ha dado que hablar sirvió de guía a
todas las culturas antiguas, como un auténtico faro celeste. Era Sirio, la
estrella-perro (guía) de la constelación de Orión. En los días de Jesús, los
sabios mandeanos rindieron culto a "la estrella-guía". Al parecer, Juan el
Bautista fue un mandeo.
Y la conexión de esta corriente judía heterodoxa con Egipto era estrecha:
peregrinaban a Giza, creían que las tres pirámides de dicha meseta eran
las tumbas de sus profetas Set e Idris (Enoch) y reivindicaban una
religión adámica de la cual había sido seguidor Abraham, el primer
antepasado de Jesús en la genealogía de éste que recoge Mateo. Y
ciertamente, la "estrella-guía" de los mandeos (Sirio), se movía: su
ascenso en el Cielo precedía a Orión, cuyo cinturón tachonaban tres
astros rutilantes: tres magos que peregrinaban en el firmamento de
Oriente.
Las pirámides de Giza habían sido concebidas por los antiguos egipcios
como un reflejo de estos tres astros del cinturón de Orión sobre la Tierra.
En esta cultura, Orión era Osiris, el dios muerto y resucitado por su
esposa Isis, identificada con Sirio. Como para ellos Escorpio era el falo
del Osiris celeste y dicha constelación se ocultaba cuando se levantaban
Sirio y Orión, la procreación del dios hijo Horus se había consumado sin
intervención del sexo de Osiris, devorado por un pez. El milagro se
repetía todos los años y su signo era la inundación del Nilo, el reflejo en
la Tierra de la Vía Láctea. La conexión egipcia de la Navidad cristiana
aparece en Mateo desde el principio.
La genealogía de Jesús se compone de 3 tramos de 14 generaciones cada
uno. Y Mateo añade algo obvio: si sumamos el segundo tramo de 14 al
primero obtenemos 28 y, añadiendo el tercero, hacen un total de 42. Los
tres números son claves del mito de Osiris, que en el año 28 de su
reinado fue asesinado y mutilado en 14 trozos por su hermano Seth.
Después, el dios fue resucitado por su esposa Isis, asistida por el dios
Thot, que había compendiado la suma de la sabiduría divina revelada a
los antiguos egipcios en 42 libros secretos (el total que suman las
generaciones en Mateo). Con este simbolismo, éste nos señala la pista
egipcia, precisamente el país hacia donde se dirige la Sagrada Familia
después de la Adoración de los Magos.
En su genealogía Mateo incluye a 5 mujeres. ¿Por qué sólo 5 entre 42
posibles? La respuesta es fácil. La estrella de 5 puntas representaba el
dominio estelar y el número sagrado de Horus, símbolo de sus ojos y de
su linaje divino: el Sol paterno (3) y la Luna materna (2). Y otro indicio de
que la Estrella de Belén era Sirio, representada como estrella de 5 puntas
en la cultura del Nilo y por los iniciados. El número 5 y su figura
geométrica asociada (pentágono), que dio lugar al Pentagrama –estrella
de cinco puntas inscrita en el círculo–, tenía un profundo significado
místico. Por el hecho de unir al primer par (2, número femenino) y al
primer impar (3, masculino) era considerado un símbolo nupcial.
Así lo interpretaban también los pitagóricos griegos, entre quienes fue un
signo de reconocimiento entre iniciados, como la imagen del pez para los
primeros cristianos, evocadora del pez que devoró el falo de Osiris y
también del misterioso pez-profeta, hermano de Horus, en una variante
del mito egipcio que transmite Plutarco, en la cual este dios hijo se
autoengendra en Edfu. Como el pez (Piscis), también el 5 tenía
resonancias astronómicas entre los griegos, porque se asociaba a los
cinco planetas conocidos y especialmente a Venus, antigua diosa madre.
Mateo nos transmite así la naturaleza divina de Jesús desde su
nacimiento: el cumplimiento de una promesa revelada a todas las culturas
desde la noche de los tiempos. El Hijo de Dios había encarnado aquella
noche que conmemora la Navidad. La estrella-guía Sirio condujo a los
magos celestes del cinturón de Orión. Al iluminar el pesebre, éstos
derramaron la gracia de Dios sobre el niño: incienso (santidad), mirra
(sabiduría y resurrección) y oro (realeza). Ni la estrella-guía ni los magos
faltaron en aquel establo. Esta conexión egipcia está bien documentada.
En sus Anales, el historiador romano Cornelio Tácito –que fue miembro
experto de una comisión imperial para asuntos religiosos–, afirma que los
judíos formaban "una sola superstición con los egipcios". Tácito se
refería a los primeros cristianos, que se consideraron judíos hasta su
separación de la sinagoga, consumada bajo Nerón.
La matanza de los inocentes
No hay otros documentos, aparte de Mateo, que recojan la matanza de los
inocentes. Pero cuando Jesús tenía aproximadamente 12 o 14 años, los
soldados de Roma pasaron a cuchillo a la población de Séforis, capital de
Galilea muy próxima a Nazareth, debido a la revolución del censo. Esta
masacre tuvo lugar hacia el año 6-7 d.C. Jesús debió contemplar muchas
veces las ruinas de Séforis. En sus días, las matanzas de inocentes en
Galilea fueron frecuentes. Mateo no recogió un hecho histórico literal con
el episodio de la matanza de Belén, pero tampoco ideó una fantasía.
Simplemente, elaboró un midrash, un género característico de los judíos
que consiste en un relato simbólico en el cual se recogen los
antecedentes bíblicos de un hecho, a través de los cuales se expresa su
significado trascendente. Este era el método para explicar las causas de
la historia en su cultura.
Los símbolos que representaban dichas causas tenían para ellos el
mismo valor que concedemos hoy a los factores económicos, políticos y
sociales. Y como estos, explicaban los hechos históricos desde el punto
de vista de aquella cultura. En este caso, Mateo evoca la profecía de
Oseas (13,16), que se refiere a la destrucción del reino del norte de Israel
por los invasores asirios (722 a.C.). Oseas describe la desgracia de su
capital (Samaria): cómo sus "niños fueron estrellados" y sus pobladores
"pasados a cuchillo". Este episodio sirve como antecedente evocador de
muchas matanzas, como la de Séforis, pasada a cuchillo por los nuevos
invasores romanos. Mateo alude a Oseas, porque este asocia la masacre
de niños a su profecía de un Mesías que redimiría a Israel.
Y como es característico del midrash, también evoca otras profecías
afines. Entre ellas, la de Isaías, que se refiere a un niño a quien llamarán
Dios y Príncipe de la Paz (9, 6), después que el pueblo vea "una gran luz"
(9,2), aludida por el Evangelio como la Estrella-guía. De este modo, Mateo
reviste a Jesús con los signos del Mesías anunciado por Isaías, Oseas,
Miqueas y Jeremías. Un Enviado que uniría los reinos del norte (Efraim) y
del sur (Judá), así como a los desterrados por Asiria y a los esparcidos en
Babilonia de todas las tribus de Israel.
La palmera escondida
Entre las 5 mujeres que menciona Mateo en su genealogía de Jesús, la
primera es Tamar, nombre que significa "palmera", y la segunda Rahab,
mujer de Jericó, una población conocida como "la ciudad de las
palmeras". La intención simbólica de Mateo sería recogida por la tradición
del Islam en el sura XXI del Corán, según el cual la Virgen María sufrió los
dolores del parto bajo una palmera que le alimentó. El Evangelio nos sitúa
así ante un símbolo sagrado común a todas las culturas antiguas para
expresar el alcance universal de la misión de Jesús. En Egipto, la palmera
datilera aparece asociada a las diosas madres, como Hathor y Nut. En
Mesopotamia es el árbol consagrado a la diosa Isthar.
En Persia, fue la representación del Árbol de la Vida. También se vincula
con la resurrección, ya que el Fénix hacía su nido en una palmera. Este
simbolismo, que recogen Plinio el Viejo y otros autores antiguos, dio
lugar a la artesanía ritual de la palma blanca como ofrenda a las diosas
madres vírgenes, que después sería transferido a la Virgen María. Su
elaboración se conseguía envolviendo las hojas de palma para que no las
tocara el Sol masculino y se preservaran así como un atributo femenino
puro, relacionado con la concepción virginal.
Actualmente, aquella antigua artesanía tiene su último reducto en la
ciudad española de Elche, donde un grupo de familias sigue
transmitiendo de padres a hijos el arte de tejer ramos y coronas para la
Virgen con estas palmas blancas. Este palmeral histórico de Elche hoy es
"Patrimonio de la Humanidad". La misma Humanidad a la que Mateo
dirigió su evangelio, más allá de su auditorio judío. Por eso, inicia su
genealogía con la misma frase que emplea el Génesis para introducir la
descendencia de Adán, aunque sólo se remonte hasta Abraham: "Este es
el Libro de las generaciones de Jesucristo". Y por idéntico motivo, Lucas
complementó a Mateo en su texto, prolongando su genealogía hasta
Adán. Para enfatizar el simbolismo de estas genealogías –y no para
contradecir a Mateo–, Lucas siguió una línea davídica no real a partir del
rey David. Pero nada de esto excluye que el Evangelio refleje los hechos
históricos. Sólo que sus autores entendían la historia como hombres de
su tiempo.
La Huida a Egipto que aparece en Mateo transmite el simbolismo que
hemos expuesto, pero eso no significa que Jesús no viajara a Egipto. En
el Talmud judío se le acusa de haber traído de allí conjuros mágicos. En
su 'Discurso contra los cristianos', Celso afirma que fue un pobre
emigrante en Egipto, donde habría trabajado como jornalero. El obispo
episcopaliano John Shelby Spong, en su libro 'Jesús, hijo de mujer' (Ed.
Martínez Roca), también considera que Jesús creció en un medio de
pobreza.
¿Nació de una virgen? Mateo se remite a la profecía de Isaías 7, 14-23,
pero la toma de la traducción griega de la Biblia. Dicha versión tradujo el
término hebreo almah (mujer joven) por el griego parthenos (virgen), cuyo
equivalente hebreo es bethulah, no almah. Sin duda, hubo algo irregular
en el nacimiento de Jesús. Marcos no menciona ninguna concepción
virginal e identifica a Jesús como "el hijo de María", aparte de referirse de
pasada a ciertos rumores que rodearon su nacimiento, cuyo contenido él
no recoge ni comenta en su texto. El Talmud y Celso lo califican de fruto
de un adulterio de María. Y Mateo parece responder a estas acusaciones
con las 4 mujeres que la preceden en su genealogía, porque estas tienen
en común una imagen estigmatizada desde el punto de vista de las
costumbres judías, pero también fueron objeto de una injusticia
manifiesta o bien víctimas inocentes de las circunstancias.
Cada uno es libre de dar crédito a la fuente que encuentre más fiable.
Unos creen en el milagro de la concepción virginal, otros ven en el
símbolo de "la virgen de Dios" una verdad espiritual que no se refiere a
una realidad física y hasta hay quienes hacen juicios de intención,
atribuyendo a Mateo la voluntad oportunista de ganarse a los paganos
habituados al mito de la madre virgen de un dios-hombre. En cualquier
caso, resulta significativo que Mateo no recoja en su genealogía a
ninguna de las madres impecables de Israel desde el punto de vista
étnico –Sara, Raquel y Lía–, sino sólo a esas 4 mujeres estigmatizadas y
extranjeras, provenientes de linajes considerados malditos por los judíos,
como los moabitas (Ruth) y cananeos (Tamar y Rahab), o bien sometidos
al vasallaje como los hititas (Betsabé). ¿Quiso representar Mateo en esas
mujeres los 4 brazos de la cruz histórica de María? ¿Era una mujer sin
linaje? ¿Acaso una humilde espigadora que recogía la sobras de la
cosecha caminando detrás de los jornaleros como Ruth?
El círculo de los gentiles
Probablemente, el nacimiento no ocurrió en Belén de Judá. Esta
localización parece simbólica y apunta a identificar a Jesús con el Mesías
esperado por los judíos, para quienes debía ser descendiente de David,
cuya cuna legendaria era Belén. Pero también en este punto el Evangelio
parece inspirado, ya que, en el oráculo primitivo hebreo, la profecía de
Miqueas 5,3 no mencionaba a Belén, sino a Efrata. Y este nombre evoca a
Efraim, una de las denominaciones que la Biblia emplea para referirse al
reino del norte de Israel, destruido en el siglo VIII a.C. por los asirios, al
que había pertenecido la región que fue conocida como Galilea en los
días de Jesús.
Las otras denominaciones bíblicas de este reino del norte fueron "reino
de Israel", "reino de José" –nombre evocador de Egipto a través de este
hijo de Jacob, casado con una hija del sacerdote egipcio Potifera– y
Samaria. Jesús destacó como defensor de esta población despreciada
por mestiza y herética. Más aun: junto al pozo de Jacob se presentó ante
la mujer samaritana como el Mesías que ella esperaba, según Juan.
Eso indica que Jesús se identificó con el Taheb, el Mesías samaritano. De
modo que Belén pudo ser una localización simbólica del midrash, a través
de la cual se proyectaba el hecho de que Jesús había nacido en Efraim
(Efrata), región que había incluido a Galilea y cuya capital fue Samaria,
otro nombre dado al reino del norte en la Biblia.
Ninguna de estas circunstancias merma grandeza a Jesús, aunque le
añada sufrimiento a ese «varón de dolores» que había profetizado Isaías.
¿No era acaso lo propio del Mesías de los pobres y humillados un
nacimiento irregular y calumniado, en medio de la pobreza y en un rincón
oscuro de la remota Galilea, despreciada por los judíos de Jerusalén
como tierra mestiza? Hasta el nombre de esta región donde estaba
Nazareth (Galil hoyim), tenía connotaciones evidentes de «impureza
racial», puesto que significaba "círculo de los gentiles".
La Huida transmite otro mensaje importante que, en general, ha sido
interpretado sólo desde una perspectiva judía ortodoxa. Mateo habría
comunicado con dicho episodio que Jesús era el nuevo Moisés,
evocando con este midrash el episodio bíblico en el cual el faraón ordena
ahogar en el Nilo a los niños varones de Israel. Sin embargo, cabe
preguntarse si su intención no fue aludir también a otro antecedente
bíblico que no pudo pasarle inadvertido, porque encaja mucho mejor con
la masacre de Belén: la matanza de niños edomitas perpetrada por Joab,
general del rey David, que estuvo a punto de dejar sin varones a Edom (I
Reyes, 11). De este cruel genocidio sólo se salvó el pequeño príncipe
Hadad, que huyó a Egipto para regresar siendo hombre y proclamar la
independencia de Edom. Así se cumplía la promesa que Yavhé había
hecho a Esaú, primogénito de Isaac y padre de Edom, despojado de su
derecho como heredero en beneficio de su hermano menor Jacob (Israel).
Hay una evidente simetría entre la matanza de Belén ordenada por el
idumeo Herodes –Idumea nació de Edom– para eliminar a un supuesto
heredero davídico (Jesús) y la de Joab, ordenada por David para eliminar
al heredero de Edom. ¿Simbolizó Herodes el Grande la venganza de Edom
en el midrash de Mateo? ¿Empezó su vida Jesús expiando este pecado de
Israel y cumpliendo desde su nacimiento esa función mesiánica que había
profetizado Isaías? Los edomitas se consideraban descendientes de
Ismael (padre de los árabes), a través del matrimonio de una de sus hijas,
llamada Bashemat, con Esaú. Ismael también había sido despojado de
sus derechos en beneficio de su hermano menor Isaac, ya que era el
primogénito de Abraham, el primer nombre en la genealogía de Jesús que
nos transmite Mateo.
En I Reyes también se narra otra Huida a Egipto: la de Jeroboam, efrateo
de Sereda, hijo de Nabat. El profeta Ajías le anunció que fundaría el reino
del norte como líder de 10 de las 12 tribus de Israel y Salomón quiso
matarlo (I Reyes, 11). Como sucedió con Hadad, Jeroboam también
encontró refugio en Egipto, de donde regresó para independizar a Israel
del reino de Judá. Sin duda, existe una base sólida para pensar que el
Evangelio recoge un hecho histórico importante que pudo tomar forma de
proyecto mesiánico en la época de Jesús.
Todas las profecías bíblicas que evoca se sitúan en la época de la
destrucción del reino del Norte (siglo VIII a.C.). También anuncian a un
Mesías libertador, que un profeta del norte como Oseas (1, 11) identifica
simbólicamente con Jezreel, de quien nos dice que "su día será grande" y
que unirá a Efraim (norte) y Judá (sur) bajo "una sola cabeza". Incluso
presenta imágenes muy sugerentes en relación a Jesús: "Al tercer día nos
resucitará y viviremos delante de él" (Oseas 6,2). A su vez, Isaías y
Miqueas, profetas del sur y contemporáneos de Oseas, aluden a los
mismos hechos, aunque destacan que el Mesías vendría del tronco de Isaí
(padre de David), como nueva "rama", "vara" o "renuevo". La Raquel que
llora a sus hijos en Ramá –también evocada en el Evangelio–, proviene de
Jeremías y también alude a la destrucción del reino del norte.
Una posibilidad es que estemos ante los vestigios de un hecho histórico:
la proclamación de un Mesías galileo, enviado por Dios como
representante de todos esos linajes nacidos de primogénitos despojados,
que habían dado lugar a distintos pueblos semitas emparentados entre sí
y que tenían en Abraham su padre común. En este caso, el Mesías galileo
debía nacer simbólicamente en Belén para tomar el relevo del linaje
davídico, como en su día David (de la tribu de Judá) había tomado el
testigo de la función real, que hasta entonces había recaído en el rey Saúl,
de la tribu de Benjamín. Por eso, una vez ungido, David desposó a Mikal,
hija del depuesto Saúl. Por lo tanto, el nacimiento simbólico en Belén
pudo ser un equivalente de la boda de David con Mikal: la forma en que el
nuevo ungido de Dios tomaba el relevo al frente del pueblo elegido,
legitimándose como sucesor al asumir un vínculo con el linaje
desplazado que simbolizaba la continuidad sagrada.
Este recurso es un tópico bíblico recurrente. Dios quita con frecuencia los
privilegios otorgados a un individuo o a un linaje y los da a otros.
También es importante advertir que, en el evangelio de Juan, Jesús
replica a los saduceos que el Mesías no tiene por qué pertenecer al linaje
de David, puesto que éste le reconoce como "Señor de mi Señor".
A su vez, en la Epístola a los hebreos se compara a Jesús con la figura
legendaria de Melquisedec, el misterioso rey de Salem, de quien se nos
dice que no tenía padre ni linaje, pero a quien Abraham había reconocido
como al sacerdote perfecto y pagado el diezmo.
Hebreos afirma que, como Melquisedec, Jesús está por encima de
cualquier linaje humano porque su autoridad emana de "una vida
indestructible". Por ello, este texto cristiano funda la Nueva Alianza sobre
el Orden de Melquisedec y sostiene que es superior al aarónico-levítico
de Judá.
Todo sugiere que Jesús pudo ser un Mesías galileo que proclamó un
ambicioso proyecto de unificación nacional, mucho más amplio del que
estaban dispuestos a admitir los judíos del sur. Debía llegar cumpliendo
la profecía en la cual Dios había anunciado: "De Egipto llamaré a mi Hijo".
Y todas las fuentes –incluso las hostiles– indican que residió allí, porque
esta era la tierra de origen de todos los descendientes de Abraham. Dicho
proyecto mesiánico pudo incluir a todas las tribus de Israel (Jacob), a la
población "mestiza" del reino del norte (Galilea y Samaria) y, tal vez, a
ismaelitas (árabes), idumeos (edomitas), y nabateos, que descendían de
otra hija de Ismael casada con Esaú.
El origen de la Nueva Alianza
En los días de Jesús el reino nabateo de Siria vivió sus años de mayor
esplendor (entre el 6 a.C. y el 40 d.C). El Evangelio afirma que Juan el
Bautista fue asesinado por Herodes Antipas porque éste denunció su
matrimonio con Herodías. Al unirse a ésta, Herodes abandonó a su
primera esposa, hija del rey nabateo Aretas. Flavio Josefo sostiene que
Herodes Antipas mandó matar a Juan "porque soliviantaba el pueblo".
Nada impide que el motivo incluyese, precisamente, esa afrenta a los
primos nabateos, motivo por el cual el rey Aretas atacó y derrotó a
Herodes Antipas en el año 36. Siria fue un lugar de asentamiento de las
comunidades mandeas del Jordán, como la del Bautista.
Otro indicio que señala en la misma dirección es que Siria, Samaria y
otros territorios vecinos, sirvieron de refugio a los cristianos cuando
huyeron de la primera gran persecución desatada en Jerusalén. Esto
prueba que allí existía una base social favorable en los años inmediatos a
su crucifixión. Por motivos cronológicos obvios, ese clima social
favorable tuvo que cimentarse en vida de Jesús. ¿Estamos ante indicios
de cuál fue el auténtico origen histórico de la Nueva Alianza entre Dios y
la Humanidad? ¿Nos transmite la Natividad de Mateo el hecho histórico
que sirvió de embrión a la religión universal del cristianismo, recogido
por Lucas al prolongar de forma intencionada su propia genealogía de
Jesús hasta Adán?
Las grandes incógnitas de la Navidad
El mundo entero se paraliza ante la celebración de la Pascua. Se
conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret. Sin embargo, casi nadie
es consciente de que en realidad nos estamos haciendo eco de una
tradición pagana mucho más antigua que el propio cristianismo, pero que
los primeros obispos de Roma “robaron” en su propio beneficio. La
noche del 24 de diciembre, más de 1.500 millones de personas celebran el
nacimiento de Jesús de Nazaret. Por cierto, ¿por qué decimos de Nazaret
en vez de Jesús de Belén? ¿Será que acaso no nació dónde creemos? Y
es que a la hora de analizar lo que sabemos sobre Jesús de Nazaret,
todas las hipótesis son probables.
De lo que no hay duda alguna es que la fecha de nacimiento es un
“invento”. Las posibilidades de que Jesús naciera un 24 de diciembre son
extremadamente remotas.
No sirve que a ello se agarren como un clavo ardiendo los más
tradicionales defensores de la tradición en el orbe católico. Debería
hacernos pensar el hecho de que la rama ortodoxa del cristianismo
conmemore el alumbramiento el 6 de enero de cada año. Y es que
queramos o no, celebramos la Navidad en función de un invento. Más
bien de un robo en toda regla…
El culto a Mitra, el dios-Sol
El culto cristiano ganó la batalla en la era de Constantino. Tras siglos de
persecución, los seguidores de Jesús lograron convertirse en la religión
oficial en todo el Imperio. Para abrigarla de oficialidad se hizo necesario
crear a su alrededor toda una ritualidad que la sustentara, al tiempo que
eclipsara otros ritos que hasta entonces tuvieron un rango mayor. Y es
que era necesario “hacer clientes”, así que nada mejor que acudir al
negocio del opositor y convencerlos allí mismo. Los objetivos del “robo”
fueron quienes formaban parte del culto a Mitra, un mesías que contaba
con millones de seguidores y que había sufrido una vida relativamente
similar a la de Jesús.
Al ser el mitraismo un culto que tenía su reflejo en la naturaleza, este dios
fue identificado con el Sol, ya que el astro rey simbolizaba la vida y la luz.
De este modo, los antiguos creyeron que el mejor día para celebrar su
nacimiento era precisamente aquel en el que la luz diurna comenzaba a
ganar terreno a la noche. Con algún pequeño error de cálculo –ahora
sabemos que tal cosa sucede dos o tres días antes– dedujeron que el 24
de diciembre es el día solar más corto del año, pero que justo a partir de
esa fecha, la noches eran más cortas y los días más largos. Esa jornada
era, en resumidas cuentas, la que representaba la victoria de la luz sobre
las tinieblas, del día sobre la noche, del Sol sobre la Luna… A aquella
celebración la llamaron sol invictus.
Aunque en realidad diferentes cultos ya habían elegido la fecha del 24 de
diciembre –por ejemplo, para entonces se celebraban también las
saturniales, en honor el dios Saturno– fue el cristianismo el que la adoptó
para sí tras la decisión tomada por 318 obispos reunidos en el Concilio de
Nicea del año 325. Al estar constituida como festividad pagana, resultó
mucho más fácil infiltrar la celebración en todos los habitantes del
Imperio. Como maniobra de marketing, fue una empresa de lo más
acertada, pero como toda treta publicitaria no se ajustaba a la realidad.
¿En diciembre o en agosto?
Ahora bien, ¿cuándo nació en realidad Jesús de Nazaret? Habida cuenta
de que no existe ningún documento ni referencia que haga alusión a
fecha alguna, sólo cabe deducirla por medios indirectos. Por ejemplo, los
relatos evangélicos explican que los pastores se encontraban con sus
ovejas, algo que en Palestina sólo ocurre entre los meses de mayo y
septiembre, especialmente en la vera del río Jordán, que se encuentra en
las proximidades de Belén, Betania y Jericó, ubicaciones que pueden
situarse en la proximidades del verdadero lugar de nacimiento. Además,
por el resto de descripciones, todo hace pensar que Jesús llegó al mundo
en algún momento del verano, y de hecho, la mayor parte de los
estudiosos apuesta por el mes de agosto, fecha en la que no pocos cultos
heterodoxos y revisionistas del cristianismo tradicional prefieren celebrar
la Navidad.
Además, se eligió como hora del alumbramiento la medianoche. Tampoco
hay ninguna referencia concreta para que pensemos así, pese a que está
muy asimilado por el común de los creyentes. Tal elección fue –una vez
más– un astuto robo, puesto que el culto mitraico también se celebraba a
la medianoche y los 318 obispos de Nicea no dudaron dos veces en
utilizar un culto que ya existía para su propio beneficio. Claro, que ellos
dijeron que la elección fue por inspiración divina…
La historia secreta de los Reyes Magos
Hay pocas fiestas más entrañables que la de los Reyes Magos, esa fecha
del 6 de enero en la que los niños de costumbre católica dejan los
zapatos preparados para que los mágicos monarcas depositen en ellos
sus regalos con nocturnidad y sigilo. Se conmemora así la tradicional
llegada a Belén, desde lejanas tierras de Oriente, de los consabidos reyes
Melchor, Gaspar y Baltasar, que acudieron siguiendo la guía de una
estrella para adorar al recién nacido rey de los judíos, y agasajarlo con
sus ofrendas de oro, incienso y mirra. Pero, ¿de verdad eran reyes? ¿Qué
quiere decir que eran magos? ¿De dónde venían? ¿Cuántos eran y cómo
se llamaban en realidad?¿Dónde está el nacido rey de los judíos? La
verdad es que son poquísimos los datos que se tienen de estos regios
personajes.
La primera referencia aparece en el Evangelio de Mateo, el único autor de
los llamados sinópticos que los cita, ya que los otros dos, Marcos y
Lucas, ni siquiera los mencionan.
El texto dice así: “Unos magos vinieron de Oriente a Jerusalén,
preguntando: ‘¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Porque vimos en
Oriente su estrella y hemos venido con el fin de adorarle”. El rey Herodes,
al que iba dirigida la pregunta, los encaminó hacia Belén, rogándoles que
se informaran bien sobre ese recién nacido para darle posterior detalle
del asunto. En el ejemplar del Nuevo Testamento que consultamos,
versión del padre José Miguel Petisco (Madrid,1953), una nota a pie de
texto aclara con indignación: “El hipócrita pretendía conocer el paradero
de Jesús para degollarle”. Así orientados, y guiados siempre por la
estrella, los magos llegaron a Belén y adoraron al Niño, ofreciéndole los
ya conocidos presentes…
Parece increíble, pero este escueto texto de Mateo, redactado en torno al
año 50 d. de C. –y en el que aparecen por primera vez la figura de los
Magos–, es todo lo que hay para sostener la gran historia de los mismos.
Y, como hemos visto, el evangelista nada dice de que sean reyes, ni de
que sean tres, ni de cuáles eran sus nombres. De la iconografía hoy
habitual para recrear la Adoración de los Reyes Magos, en Mateo solo
aparece su condición de magos, la estrella, el lejano y nebuloso Oriente
como punto de partida de su viaje y los consabidos regalos de oro,
incienso y mirra. Y ya está. Todo lo demás que hoy damos por cierto
sobre estos enigmáticos personajes –y que escenificamos pacientemente
cada Navidad en nuestro doméstico Portal de Belén con monarcas a
caballo, pajes de vistosos atuendos y camellos cargados de presentes–,
es una elaboración literaria posterior, acuñada en textos apócrifos y en
tradiciones culturales muy dispares.
Una leyenda que se va tejiendo con enorme éxito, sobre todo entre los
siglos IV y IX, mezclando creencias mazdeístas, mitraicas, gnósticas,
judaicas y cristianas, plasmada en textos como el Protoevangelio de
Santiago, el Evangelio de Pseudo-Mateo, el Evangelio Árabe de la
Infancia, el Libro de la Caverna de los Tesoros y muchos otros. Una
historia a la que la Iglesia romana nunca ha dado cobijo entre sus libros
canónicos.
El problema de ser mago
Lo que para el evangelista Mateo no había duda era que los misteriosos
personajes eran magos, ya que así lo dice expresamente. Y eso generó no
pocos problemas a la iglesia incipiente, ya que mago, en aquella época,
era un término que se aplicaba a un amplio espectro de gente, desde el
farsante vendedor de pócimas “curalotodo” a los sabios astrólogos
caldeos, pasando, entre otros, por los sacerdotes de culto mazdeista y
por los taumaturgos gnósticos de Alejandría. Como reconoce el fraile
dominico Santiago de la Vorágine en su obra 'La Leyenda Dorada', escrita
hacia el año 1264, “La palabra ‘mago’ significa tres cosas diferentes:
ilusionista, hechicero maléfico y sabio”.
En cualquier caso, engañabobos de feria, adoradores de divinidades
paganas, brujos o herejes. Malas compañías para el recién nacido
descendiente del rey David. Sin embargo, en el Antiguo Testamento se
habla de poderosos personajes que acuden presurosos a postrarse a los
pies del nuevo rey de los judíos. En el primer texto se dice: “Los reyes de
Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán
impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las
naciones”, (Salmos, 10-11, 15). Y en el segundo: “Un sinfín de camellos te
cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá
vienen portadores de oro y de incienso y pregonando alabanzas a
Yahvéh”, (Isaías, 60, 6).
En estos textos proféticos se alude a quienes se postrarán ante el nuevo
rey pero, curiosamente, no se dice que sean magos como afirma Mateo ni
hay palabra alguna que los relacione con el sacerdocio o la taumaturgia.
Antes al contrario, los presenta como reyes poderosos procedentes de
países llenos de riquezas, entre ellos el portentoso reino de Saba, situado
en la llamada Arabia felix y cuya reina enamoró a Salomón. Se trata, sin
duda, de un precedente importante al que se agarraron los primeros
padres de la Iglesia para quitarse de encima el incómodo asunto de los
“magos” convirtiéndolos en reyes.
O, todavía mejor, en “Reyes Magos”, seres que reunían en su persona la
máxima autoridad en lo terrenal y en lo espiritual, como el mismo rey
David. A finales del siglo V, Cesario de Arles defendía ya esta postura
afirmando que los “magos” eran también reyes, fundando así la tradición
occidental de los Reyes Magos. Además, se entiende que son magos en
la acepción más salvable, aquella que los interpreta como sabios que,
aunque paganos, son capaces de reconocer los signos de la divinidad del
recién nacido. Sin embargo, es en una versión siria del Evangelio árabe
de la infancia (sig.VI) donde por primera vez se dice que los estos son a la
vez “príncipes”.
En este texto, al nacer Jesús un ángel es enviado como mensajero a
Persia, donde se celebra la buena nueva con asistencia de los “magos”,
que eran adoradores del fuego y de las estrellas. Entonces aparece en el
firmamento una radiante estrella, que consideran señal definitiva de que
ha nacido “el Rey de los Reyes, el Dios de los Dioses, la Luz de las
Luces”. Y tres príncipes, hijos del rey de Persia, que a la vez son magos,
emprenden el viaje guiados por el ángel y acompañados por un séquito
de nueve hombres. Uno de ellos lleva como ofrenda tres libras de oro,
otro tres libras de mirra y el último la misma cantidad de incienso. Visten
lujosas ropas de ceremonia y lucen tiara en la cabeza. Bien, parece que ya
tenemos encarrilado el asunto, ¿verdad? Pues no, ya que ésta no es más
que una de las innumerables versiones que existen sobre el tema,
aportando cada una un sin fin de variantes.
Hasta 'doce' Reyes Magos
“De Oriente salen tres reyes/todos tres en compañía/a adorar al Niño
Dios/que en Belén nacido había”, canta un clásico villancico. Pero, ¿eran
tres los Reyes Magos? El asunto de cuántos fueron los monarcas que se
postraron a los pies del Niño Dios en el Portal de Belén es una fuente de
inesperadas sorpresas, algo más parecido a una adivinanza irresoluble
que a una certeza. La tradición occidental, en general, defendió que eran
tres con el sencillo argumento de que, siendo el mismo número los
regalos que portaban en la narración evangélica de Mateo –oro, incienso
y mirra–, lo normal es que fueran también tres los portadores. Así lo
afirmaba Orígenes en el siglo III, entre otros autores.
Sin embargo, en las tempranas representaciones de la Adoración de los
Magos existentes en las catacumbas romanas, el número es variable. Por
ejemplo, en la de los santos Pedro y Marcelino sólo aparecen dos,
mientras que en la de Domitila son cuatro los monarcas que se inclinan a
los pies de la Virgen con el Niño. Esto indica la confusión y el entrecruce
de leyendas sobre este acontecimiento que existía en los primeros siglos
del cristianismo, aunque muchos estudiosos justifican su número
variable por las necesidades de espacio y simetría de los autores de las
pinturas.
Aunque así fuera, quiere decirse que, en aquellos siglos, el número de los
Reyes Magos era por lo menos tan impreciso que quedaba sujeto a la
voluntad de los artistas que los representaban. Sea como fuere, los textos
apócrifos que han ido tramando la historia de estos mágicos soberanos
ofrecen posibilidades para todos los gustos en cuanto a su número y sus
nombres. En el “Pseudo Mateo” no se indica expresamente cuántos eran.
Para la tradición siria, los magos son doce, procedentes de las tierras de
Syr, y todos llevan nombres persas. No obstante, en el 'Evangelio Árabe
de la Infancia', dependiendo de la versión que se consulte, su número es
de tres, de diez o de doce. En el 'Libro de la Caverna de los Tesoros'
vuelven a ser tres, reconocidos como caldeos, que son presentados así:
Hormizd de Makhodzi, rey de los persas; Jazdegerd, rey de Sabá, y Peroz,
rey de Seba.
En el Evangelio armenio de la infancia también son tres, pero distintos, ya
que se trata de Melkon, rey de los persas; Gaspar, rey de los indios, y
Balthasar, rey de los árabes. Además, los armenios son mucho más
rumbosos con el asunto de los regalos. Melkon lleva como presentes
mirra, aloe, muselina, púrpura, piezas de lino y “los libros escritos y
sellados por las manos de Dios”, que no es poco. Gaspar lleva nardo,
mirra, canela, cinamomo, incienso y otros perfumes. Y Balthasar, oro,
plata, zafiros, piedras preciosas y perlas. Para acompañar tanta riqueza,
se rodean de un séquito que no desmerece: doce capitanes con un
cortejo de doce mil jinetes. Los nombres citados en este texto suenan ya
parecidos a los que conocemos en la actualidad, pero habrá que esperar
hasta el siglo IX para que Agnello de Rávena los acuñe definitivamente,
en su 'Liber pontificalis Ecclesiae Ravennati', como Melchior, Caspar y
Balthasar.
Oro, incienso y mirra
Otro texto, el 'Excerptiones Patrum', atribuido sin mucha fe al Venerable
Beda y escrito en una fecha imprecisa entre el siglo VIII y el XII, nos dará
la mejor y más razonada descripción de su aspecto. El Rey de más edad
es Melchor, con cabellos y barba largos y canosos, que viste una túnica
de color jacinto y capa naranja. A él le corresponde regalar el oro, que es
presente adecuado para ofrecer al Señor en tanto que rey. El siguiente es
Gaspar, joven, bello e imberbe, luciendo túnica naranja y capa roja, que
regala el incienso, obsequio adecuado para el Señor en cuanto Dios. Y el
último es Balthasar, de tez oscura, que lleva túnica roja y capa blanca
jaspeada. Su presente es la mirra, ofrenda adecuada para el Señor en
cuanto hombre. Y así quedan establecidos en Occidente su número, sus
nombres y el sentido de sus presentes que señalan las cualidades de
Cristo como rey, como Dios y como hombre.
Claro que hay otras interpretaciones sobre el significado de las ofrendas,
como ésta que nos propone el ya citado 'Santiago de la Vorágine': “…el
oro, para regalar la pobreza de la Virgen; el incienso, para ahuyentar el
mal olor del establo, y la mirra, para consolidar los miembros de la
Criatura con la expulsión de todo mal de su vientre”. Según el texto del
“Pseudo Beda”, los Magos representan a toda la humanidad al ser
descendientes de las estirpes fundadas por los tres hijos de Noé, cada
una de los cuales pobló un continente: la de Sem, Asia; la de Cam, África,
y la de Japhet, Europa.
Hay otro detalle importante en su narración y es que, al indicar que
Balthasar es de tez oscura, lo hace proceder de un continente concreto,
África, y lo identifica con una raza específica, la camita. De manera que,
gracias a esta descripción, el mago Balthasar se convertirá, con el paso
del tiempo, en el rey negro de nuestro Belén.
Ahora sí que parece definitivamente resuelto el enigma, ¿verdad que sí?
Pues tampoco. Dado que para muchos cada Mago representaba uno de
los continentes conocidos, el descubrimiento de América inspiró a
diversos autores la conveniencia de un cuarto Rey Mago, y como cuarteto
los plasma el pintor Grao Vasco en el monasterio de Vizeu (Portugal), en
una obra del siglo XVI. El último es un indio que refleja las características
de los pueblos amazónicos, va armado de una larga azagaya y porta
como presente una arqueta de madera cargada, se supone, de semillas de
cacao. Esta variante de un cuarto Mago “americano” tuvo su relativo éxito
y todavía se conserva en algunos lugares.
Las reliquias de los Reyes Magos
Lo más increíble de estos imprecisos Reyes Magos es que, a pesar de su
escasa base existencial y su número tornadizo, existen sus reliquias
corpóreas, que durante siglos se han contado entre las más famosas de
la cristiandad. Su rocambolesca historia es la siguiente: Como siempre,
fue la emperatriz Elena, madre del famoso Constantino y personaje al que
se atribuye el descubrimiento de casi cualquier reliquia que exista, quien
dio con sus cuerpos en alguna zona próxima a Palestina, trasladándolos a
Constantinopla en el siglo IV. Eustorgio, obispo de Milán, se encargó de
llevarlas a esta última ciudad pocos siglos después, en un viaje cargado
de mágicas incidencias.
Transportados en una carreta tirada por dos vacas, sufrió el feroz ataque
de un lobo que dio muerte a una de ellas, pero Eustorgio castigó al fiero
cánido obligándolo a uncirse al yugo para sustituir en el tiro a la vaca
exterminada.
Las reliquias permanecieron olvidadas en Milán hasta que, en 1162, el
emperador del Sacro Imperio Romano Federico I, el famoso Barbarroja,
conquistó la ciudad y su archicanciller, el arzobispo de Colonia Reinaldo
de Dassel, “redescubrió” las mismas en la iglesia de Sant’Eustorgio.
Como corresponde a la tradición occidental, eran tres y se mantenían en
tan buen estado que sus cuerpos conservaban piel y cabellos. El objetivo
de Reinaldo de Dassel era llevarlos a su sede arzobispal de Colonia, y así
lo hizo en otro viaje preñado de aventuras que duró, según se dice, treinta
días, y de cuyo itinerario dejó constancia en una carta dirigida a su punto
de destino. Según ésta, pasó por Turín y por Moncenisio, y atravesó los
territorios de Borgoña, Lorena y Renania.
Por supuesto, otras crónicas hablan de itinerarios distintos, pero el caso
es que numerosas poblaciones de Italia, Francia, Alemania y Suiza
reclaman orgullosas el honor de haber dado cobijo y sustento a la
comitiva de las reliquias, y recuerdan el acontecimiento con lápidas
conmemorativas y albergues que se denominan “A los Tres Reyes”, “A
las Tres Coronas”, “A la Estrella”, e incluso “Al morito”, refiriéndose a
ese mago “negro” que describiera el “Pseudo Beda”. Incluso quedó un
rastro de reliquias repartidas por las iglesias locales, como si el cortejo
hubiese ido regalando a su paso fragmentos de los tres Magos.
La magia post-mortem de los Reyes Magos
Este despiece parece que no mermó en absoluto la cualidad milagrosa de
los Reyes Magos, a los que los fieles atribuyeron de inmediato un gran
poder curativo. De algo tenía que servir el que fueran magos. Con la
experiencia de su viaje desde Oriente hasta Belén y tanta traslatio de sus
reliquias de un lado para otro, se convirtieron rápidamente en protectores
de los viajeros, como san Cristobal, y a ellos se acudía en demanda de
ayuda antes de emprender el camino. Incluso se los consideró patronos
del último viaje ya que, entre sus ofrendas, portaban mirra, una resina
utilizada en la momificación de los cadáveres y que simbolizaba la
inmortalidad, de manera que se les rezaba pidiendo una buena muerte.
También se confeccionaban filacterias, breves textos escritos en papel
con sus nombres y una oración, que se llevaban como talismanes para
librarse de las jaquecas, la epilepsia, las fiebres y los hechizos.
Estas filacterias se consideraban verdaderos objetos consagrados, ya
que se creía que habían estado en contacto con los cráneos de las
veneradas reliquias. Pero tampoco era imprescindible este necrófilo
contacto pues, según un manuscrito del siglo XIII conservado en París,
para combatir la epilepsia bastaba con murmurar al oído del enfermo una
jaculatoria con el nombre de los tres Reyes Magos y de sus regalos. El
poder profiláctico de estos monarcas era tan grande que, en Alemania,
llegado el día de la Epifanía, era costumbre escribir con yeso las iniciales
de sus nombres, “C+M+B”, en la puerta de las casas para que sus
moradores quedaran protegidos contra demonios y sortilegios durante
todo el año.
Los hijos de Melchor, Gaspar y Baltasar
Una leyenda tan exuberante en matices y diferencias no podía terminar
así, sin más ni más, de manera que el asunto siguió creciendo y los Reyes
Magos tuvieron descendencia. Fueron numerosas las familias europeas
que, durante los siglos XIV a XVI, afirmaban descender de los famosos
monarcas, incorporando a sus insignias heráldicas algún símbolo que lo
reflejaba. Es el caso, por ejemplo, de los señores de Baux, linajudos
nobles de la Provenza, que decían ser descendientes del rey Balthasar y
lucían un blasón rojo con una estrella de plata de dieciséis puntas y
estela de cometa.
Sin embargo, de todos los descendientes del mágico trío de monarcas, el
más famoso fue, sin duda, el Preste Juan, rey cristiano de un fabuloso
reino situado en los enigmáticos confines de Asia. La fantástica historia
cuajó en el siglo XII cuando apareció una carta enviada por este poderoso
soberano al emperador de Constantinopla Manuele Comneno, aunque
luego surgieron otras misivas enviadas a Federico Barbarroja y al propio
Papa Alejandro III. Al igual que los Reyes Magos de quien descendía, el
Preste Juan era un Rex et Sacerdos, es decir, aunaba la autoridad
espiritual y terrenal, y en sus cartas describía los seres maravillosos que
poblaban su reino, como el inigualable unicornio y el veloz sagitario “que
tiene forma humana de la cintura hacia arriba, y de caballo hacia abajo”.
¿Leyenda? Quién sabe…
La Estrella de Belén
Si hay un elemento que destaca por encima de todos en los nacimientos
que decoran las casas por Navidad, ése es la Estrella de Belén, cuyo
origen y naturaleza ha sido desde siempre un misterio al que la ciencia ha
buscado –sin éxito– explicación. La culpa deben repartírsela a partes
iguales Orígenes y Giotto. El primero, porque en el siglo III sugirió la
posibilidad de que la estrella de Belén citada en los evangelios fuera el
cometa Halley.
Y el segundo, porque en su arrogancia quiso inmortalizar la equivocada
tesis en el año 1305, fecha de la que data su obra La adoración de los
Reyes Magos. Y es que resulta que Giotto había visto tres años antes el
paso del citado cometa sobre la bóveda celeste, espectáculo que se repite
cada ochenta años despertando –y en ocasiones enervando– todas las
fiebres milenaristas. Entonces, al ver aquella estrella de larga cabellera
creyó que, posiblemente, era la Estrella de Belén de la que hablaban los
textos sagrados. La grabó en su mente y de ahí la trasladó al pincel para
su cuadro
El error de Giotto provocó que cuando poco después comenzaron a
popularizarse los belenes por Navidad, los primeros que pusieron
figurillas al nacimiento decidieran coger una estrella con estela para
representar a la enigmática luz de Belén. Así las cosas, es el Halley lo que
preside nuestros belenes año tras año. Eso sí, el error es garrafal, porque
aquel cometa pasó por Oriente Medio en el año 12 a. de C., es decir, casi
una década antes del nacimiento del Mesías… Pero al margen de
creencias, belenes y mitos, este astro ha provocado año tras año que
astrónomos y expertos ofrezcan hipótesis de todo tipo para explicar su
origen.
La discusión es vana: “Si atendemos a lo que dicen los textos canónicos
y apócrifos, cualquier explicación que pretenda ofrecerse es realmente
ridícula porque ningún fenómeno cósmico puede explicar qué es la
estrella de Belén”, asegura el experto en folklore Carlos Canales cuando
se le pregunta por la última hipótesis para dar carta de naturaleza al astro
que precedió al nacimiento y que guió a los Magos de Oriente. Dice esa
última propuesta que la explosión de una estrella –es decir, una
supernova– cuyo halo quedó durante meses clavado en la bóveda celeste
pudo haber sido la causa.
El Evangelio de Mateo nos ofrece la primera pista a seguir para identificar
el fenómeno: la estrella condujo a los Magos hasta Jerusalén; allí se
reunieron con Herodes para hacerle partícipe de que este descubrimiento
podría señalar el lugar del anunciado nacimiento del Mesías y, mientras el
iracundo monarca preparaba su infanticidio –que dicho sea de paso,
también parece que fue un invento de los intérpretes o, cuanto menos,
una exageración histórica–, los Reyes Magos se acercaron hasta donde la
estrella les guió.
Ésta se detuvo sobre el pesebre y los orientales le ofrecieron sus dones:
oro, incienso y mirra. Pero los problemas de interpretación empiezan
aquí, porque aunque el mito está extendido por todo el orbe cristiano, la
realidad nos dice que sólo Mateo cita el hecho. Por tanto, para poder ir un
poco más allá es necesario acudir a los apócrifos, libros prohibidos por la
Iglesia pero que, sin embargo, son fundamentales a la hora de explicar la
iconografía navideña. Uno de quienes hicieron ese ejercicio fue El Bosco,
que en su tríptico al óleo Adoración de los Magos nos dejó un legado
sorprendente en donde el fenómeno no se representa cuan cometa de
larga cabellera, sino con el aspecto de un oscuro Sol…
La principal apuesta en el sentido de que la Estrella de Belén es una nova
llega desde el Instituto de Astrofísica de Canarias, donde su Jefe de
Proyectos, Mark Kidger, aseguró que, partiendo de los conocmientos
astrológicos que se les ha de suponer a los Magos –a fin de cuentas
pudieron ser astrólogos y, por tanto, algo duchos en el arte de observar el
cielo– la explosión de la estrella nova DO Aquilae pudo haber sido el
detonante de la adoración de los monarcas, ya prevenidos por una
conjunción ocurrida en el año 7 a. de C., cuando los planetas Saturno,
Júpiter y Marte se situaron casi juntos en el cielo provocando un hermoso
espectáculo lumínico que en las comunidades zoroástricas expertas en
astrología pudo haber tenido un especial significado.
Sin embargo, el segundo evento, la explosión de la nova, acaeció en abril
del año 4 a. de C., casi paralelamente a la muerte de Herodes. Y hoy
sabemos que Jesús vino al mundo –en función de los pocos datos
históricos que poseemos– al menos uno o dos años antes de la muerte
del Rey.
Una estrella peculiar
Pese a todo, el “Libro de la infancia del Salvador” nos señala que “la
estrella no gira como todas, no la oscurece la luz del Sol, es errante…”.
Tal descripción no nos recuerda, en absoluto, a una nova, más teniendo
en cuenta el apócrifo “Evangelio armenio de la infancia”, que nos remite a
un comportamiento inteligente. Y es que la “X” de Belén apareció en el
cielo, predeció la marcha de los Magos, deteniéndose en Jerusalén y,
posteriormente, sobre el lugar del nacimiento.
Así las cosas, tenemos pocas posibilidades. Si la citada estrella existió y
fue un evento astronómico es que se exageraron los relatos que hablan
de la misma, pero ciertamente ninguna de las posibilidades expuestas por
los profesionales de la observación estelar coincide con las maniobras
asombrosas de la misma.
De San Nicolás a Santa Claus: entre la historia y la
leyenda
Y habiendo hablado de los Reyes Magos no podemos olvidarnos de otro
personaje tan importante como ellos: el también muy popular Santa
Claus, Papá Noel o Viejito Pascuero, entre otros muchos nombres que
recibe en distintos lugares del mundo...
San Nicolás, cuyo nombre significa "protector y defensor de los pueblos"
fue tan popular en la antigüedad que se le han consagrado en el mundo
más de dos mil templos. Era invocado por los fieles en los peligros, en los
naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía
difícil, consiguiendo éstos favores admirables por parte del santo. Por
haber sido tan amigo de la niñez, en su fiesta se reparten dulces y regalos
a los niños, y como en alemán se llama "San Nikolaus", lo empezaron a
llamar Santa Claus, siendo representado como un anciano vestido de
rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo
regalos y dulces a los niños. De San Nicolás escribieron muy
hermosamente San Juan Crisóstomo y otros grandes santos, pero su
biografía fue escrita por el Arzobispo de Constantinopla, San Metodio.
Desde niño se caracterizó porque todo lo que conseguía lo repartía entre
los pobres. Unos de sus tíos era obispo y fue éste quien lo consagró
como sacerdote, pero al quedar huérfano, el santo repartió todas sus
riquezas entre los pobres e ingresó a un monasterio. Según la tradición,
en la ciudad de Mira, en Turquía, los obispos y sacerdotes se encontraban
en el templo reunidos para la elección del nuevo obispo, ya que el
anterior había muerto. Al fin dijeron: "elegiremos al próximo sacerdote
que entre al templo". En ese momento sin saber lo que ocurría, entró
Nicolás y por aclamación de todos fue elegido obispo. Fue muy querido
por la cantidad de milagros que concedió a los fieles.
En la época del Licino, quien decretó una persecución contra los
cristianos, Nicolás fue encarcelado y azotado. Con Constantino fueron
liberados él y los demás prisioneros cristianos. Se dice que el santo logró
impedir que los herejes arrianos entrasen a la ciudad de Mira. El santo
murió el 6 de diciembre del año 345. En oriente lo llaman Nicolás de Mira,
por la ciudad donde fue obispo, pero en occidente se le llama Nicolás de
Bari, porque cuando los mahometanos invadieron a Turquía, un grupo de
católicos sacó de allí, en secreto, las reliquias del santo y se las llevó a la
ciudad de Bari, en Italia. En esta ciudad se obtuvieron tan admirables
milagros por su intercesión, que su culto llegó a ser sumamente popular
en toda Europa. Es Patrono de Rusia, de Grecia y de Turquía.
Si tuviéramos que atenernos a lo históricamente demostrado, podríamos
terminar aquí. Pero hay un gran hecho histórico que no se puede
desconocer: la devoción a San Nicolás de Bari, intensa y extensa.
Podríamos decir que, si los milagros abundantísimos que se atribuyen a
San Nicolás no están probados, sí lo está el milagro patente de que sea el
Santo de iconografía más numerosa, de tal modo que las imágenes de
San Nicolás sólo ceden en número a las de la Santísima Virgen. Los
marineros del Mediterráneo oriental le veneran como patrono. Los niños
de muchos países esperan de él los juguetes. Si no tenemos una
biografía suya hasta cinco siglos después de su muerte (847), y en ella
hay más devoción entusiasta que documentación histórica, poseemos
una tradición ininterrumpida que nos autoriza a trazar aquí la biografía
popular entrañable del Santo de Mira y de Bari.
En este relato tradicional puede efectuarse una discriminación que separe
lo probable o admisible de lo improbable y absurdo. Que sus padres se
llamaron Epifanio y Juana se puede admitir. Es pura leyenda que se
tratase de un matrimonio estéril al que un ángel se apareció
anunciándoles el nacimiento de un hijo llamado a la santidad. Se quiere
que esta vocación fuese tan fuerte que el recién nacido se apartaba del
pecho nutricio los días de ayuno. La imaginación popular se ha recreado
con esta imagen y la misma actitud ha sido atribuida a otros santos.
Temprana y ejemplar devoción juvenil, encendida caridad, que se
manifiesta desde la infancia. ¿Por qué no? Que su caridad moviese a Dios
a un gran milagro en plena juventud de Nicolás y en la ciudad de Pátara,
donde se afirma que nació, ya pertenece a una leyenda piadosa un poco
excesiva. Al dirigirse Nicolás al templo, según esta leyenda, una pobre
paralítica le pidió limosna. Pero el Santo había repartido ya todo lo que
llevaba, y entonces, elevando los ojos al cielo y orando internamente con
brevedad, dijo a la paralítica: "En el nombre de Jesús, levántate y anda". Y
al momento recobró la pobre mujer el uso de sus miembros paralizados.
De los hechos de la vida del Santo, el más difundido y el más
generalmente aceptado por doquiera no es milagroso de suyo, aunque sí
muestra de generosa y encendida caridad. Había en Pátara, según se
dice, un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a
las que no podía casar por falta de dote. Y el hombre fue tan ruin que
maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener dinero. Súpolo
Nicolás—no es necesario admitir que por especial revelación divina,
como quieren algunos—y, deslizándose en el silencio de la noche hasta la
casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojó por la ventana de la
alcoba del hombre una bolsa de oro. Se retiró sin ser oído. Al día
siguiente el hombre, con enorme regocijo, abandonó su criminal idea y
destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se
casó. El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su
excursión nocturna y dejó otra bolsa. Y éste fue el dote de la segunda de
las jóvenes. Nicolás repitió el donativo la vez tercera, pero en esta
ocasión fue sorprendido por el padre, arrepentido ya de sus malos
pensamientos, que se explayó en manifestaciones de gratitud y de
piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido Nicolás el generoso
donante. Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la
bolsa ocurriera el hecho en lunes, en esto se funda la devoción de los tres
lunes de San Nicolás.
Se afirma que el Santo perdió a sus padres siendo aún muy joven y que,
sintiendo vivamente la vocación sacerdotal, acogióse al amparo de un tío
suyo, que le precedió en la silla episcopal de Mira. Este último detalle no
puede darse como cierto. Ni tampoco que, una vez sacerdote, se le
confiase la abadía del monasterio de Sión. Y en cuanto a la peregrinación
a Tierra Santa, que efectuó poco despues, parece que existe una
confusión entre San Nicolás de Bari y otro Nicolás, también obispo, que
rigió la diócesis de Pinara en el siglo VI. En los primeros textos
biográficos de los siglos IX y X, los dos obispos del mismo nombre
aparecen confundidos, pero la moderna investigación ha puesto de
relieve la existencia del segundo, que había sido negada.
Sobre la designación de San Nicolás para la silla episcopal de Mira, hecho
histórico indudable, flota también una admisible leyenda piadosa. Se
afirma que, no llegando a un acuerdo los electores, un anciano obispo,
sin duda por inspiración divina, propuso que se designara al primer
sacerdote que entrase en el templo a la siguiente mañana. Este sacerdote
fue San Nicolás, que tenía costumbre de celebrar muy a primera hora.
Pareció con esto que el dedo de Dios lo señalaba, y fue electo y
consagrado obispo de Mira, sede que ocupó hasta su muerte. La
ceremonia de la consagración se completa con un nuevo milagro
sumamente dudoso, pero que citamos porque en él se funda la devoción
de los que consideran a San Nicolás como abogado especial para casos
de incendio. Quiere la tradición que, hallándose el nuevo obispo vestido
de pontifical, penetrase en el templo una infeliz mujer que llevaba en
brazos a un niño muerto abrasado. Lo depositó sin decir palabra a los
pies del obispo, el cual oró brevemente, obteniendo del poder de Dios que
el pobre niño volviese a la vida.
Lo cual no impide que, en su viaje de ida al concilio, se sitúe el menos
admisible y más burdamente popular de sus milagros, que debemos
referir a pesar de todo, porque es la leyenda que mas influencia ha
ejercido sobre la iconografía de San Nicolás. En la mayoría de las
estampas e imágenes aparece San Nicolás al lado de una especie de
cubo, del cual salen tres niños en ademán de orar y dar las gracias. Esto
alude a una conseja atroz, a la que no se concede el menor crédito
histórico. Pretende que, yendo San Nicolás camino de Nicea para asistir
al concilio acompañado de Eudemo, obispo de Pátara, y tres sacerdotes
más, se detuvieron al caer de la tarde en un mesón o ventorro donde
determinaron pasar la noche. Al servirles la cena el ventero puso sobre la
mesa una fuente llena de tasajos, al parecer de atún en escabeche.
Dispúsose San Nicolás a echar la bendición, y en el mismo instante se le
reveló que aquellos tasajos no eran de otra cosa que de carne humana. El
ventero era un asesino que, de vez en cuando, mataba a un huésped y
salaba la carne, que ofrecía después a otros. Las últimas víctimas habían
sido tres adolescentes, que yacían ahora—si a eso puede llamarse
yacer—despedazados en una cuba, San Nicolás acusó al ventero de su
horrendo crimen y, como el mal hombre la quiso negar, el Santo conminó
a todos a que le acompañasen a la bodega o despensa, donde, puesto en
oración frente a una cuba, salieron de ella los tres muchachos vivos, que
dieron gracias al Santo por su intercesión.
Registrado este milagro apócrifo para explicar al lector el sentido de la
más acostumbrada representación de San Nicolás, nos queda por decir
que el obispo vivió santamente hasta los sesenta y cinco años de edad y
que se da como fecha de su muerte el 6 de diciembre del 345. Enterrado
en la iglesia de Mira permaneció el cuerpo de San Nicolás por espacio de
setecientos cuarenta y dos años, hasta que, habiendo pasado la ciudad y
todo aquel territorio a manos de los sarracenos, cundió en las poderosas
ciudades italianas, donde la devoción al Santo era muy viva, el propósito
de realizar una expedición para el rescate de sus restos mortales. Donde
más intensamente arraigó el propósito fue en Venecia y en Bari. Los de
está última ciudad dieron cima a la empresa utilizando un barco que en
apariencia iba a llevar trigo a Antioquía. Lograron apoderarse de la
venerada reliquia y desembarcar con ella en Bari el 9 de mayo de 1087.
Allí reposan desde entonces los restos del Santo, que por eso es llamado
de Bari, y la ciudad es centro de peregrinaciones de devotos de todas
partes.
San Nicolás es patrono de marinos y navegantes, porque se cuenta que
en una ocasión aquietó las olas enfurecidas, salvando un barco próximo a
zozobrar. Y es él, bajo su propio nombre en países católicos, y como la
mítica figura de Santa Claus (Saint Nicholas—Sint Klaeg— Santa Claus )
entre protestantes, quien trae juguetes a los niños. Ha resultado, en
verdad, "vencedor de pueblos' por la universalidad de la devoción que
inspira.
Las luces del Belén
Una silenciosa guerra de religión ha dado forma a las fiestas
tradicionales. El Árbol se enfrentó al pesebre, Santa Claus combatió
contra los Magos y el acebo destronó al muérdago. Al embate cristiano
contra el paganismo, se sumó la pugna entre católicos y protestantes,
latinos y nórdicos, norteamericanos y europeos.
La representación del nacimiento de Jesús y la Adoración son casi tan
antiguos como la Iglesia de Roma. Los primeros testimonios datan del
siglo IV. En el siglo VII ya existía una recreación formal de la gruta de la
Natividad en la basílica romana de Santa María la Mayor. Durante la Edad
Media, esa tradición se consolidó en forma de dramas evocadores de la
Natividad, escenificados en las Iglesias. En ocasión de la misa de Navidad
solía representarse el episodio evangélico del nacimiento de Jesús con la
participación del pueblo. Una madre con su hijo de pecho, o una doncella
con un niño, recibían la visita de algunos pastores tan reales como la vida
misma. A un vecino barbudo se le confiaba el papel de San José. El
agraciado debía soportar el abucheo de todo el auditorio cuando
pretendía tocar al niño.
Pero de aquellos primeros belenes vivientes y festivos nació un género
teatral. En el siglo XII, el anónimo conocido como Auto de los Reyes
Magos empezaba con un Gaspar maravillado ante la visión de la Estrella
de Belén. Hoy esta pieza de probable origen catalán es una referencia
obligada en la historia de la literatura mundial. La representación de un
drama litúrgico de este género conmovió a San Francisco de Asís. Y en
1223, con la autorización del Papa Honorio III, este santo fabricó el primer
belén navideño del que se tiene noticia en una gruta de la Toscana
italiana: un niño Jesús esculpido en piedra, acostado en el pesebre, entre
un buey y un asno vivos. Franciscanos y monjas clarisas lo difundieron
por toda Italia y la aristocracia lo adoptó como costumbre.
El sentimiento popular
Sin embargo, a pesar de contar con el aval oficial del Papa el belén de San
Francisco no se inspiraba sólo en el Evangelio canónico, sino también en
apócrifos condenados por la propia Iglesia en el siglo IV, como el Pseudo-
Mateo. Esto tiene un significado reseñable, porque indica que nació con
vocación integradora, abierto a la religiosidad popular y al material
dorado de la leyenda, generando así un ámbito de comunión alejado de la
seriedad teológica y doctrinal.
El rey Carlos III traería esta moda desde Nápoles a España en el siglo
XVIII. Su famoso Belén del Príncipe –una esmerada obra realizada por
artistas valencianos a pedido del monarca– puede admirarse hoy en el
Palacio Real. Entre las señas de identidad de esta representación de la
Natividad destacan los animales. Al buey y al asno pronto se añadió el
gallo, que asumió el papel del ave anunciadora del advenimiento de Cristo
a todas las criaturas. Con los años, la imaginación popular fue agregando
otros elementos característicos para recrear la vida cotidiana, dando
realismo al nacimiento.
Desde este punto de vista, el detalle más curioso lo constituyen esas
figuras de pastores o campesinos representadas en cuclillas y en el acto
de defecar, conocidas como cagoner, caconi, caganceiros, cagoneras o
cagones, según las regiones y países. Son imágenes que aparecen
incluso en la sillería de la Catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), en
algunas fachadas de Iglesias del siglo XV y hasta en un magnífico relieve
en mármol denominado La Virgen y la montaña de Montserrat, obra
anónima del siglo XVII que se conserva en Valencia.
En el siglo XVI, la Reforma protestante se mostró hostil al belén, que
hasta entonces gozaba de excelente salud en Alemania, cuna de uno de
los primeros belenes históricos: el de Fussen. El rechazo protestante
inspiró una reacción católica y movilizó a los jesuitas "la milicia de la
Contrarreforma", que promovieron las asociaciones de "amigos del
belén". El resultado de esta peculiar batalla fue su amplia difusión y
democratización en los países católicos, donde se transformó en un
escenario hogareño habitual en las casas de la burguesía durante el siglo
XIX. En el siglo XX la costumbre se extendería a las clases medias
acomodadas.
Sin duda, el término "belén" también contenía un simbolismo de profunda
resonancia espiritual, ya que esta palabra significa "la casa del pan" y
alude a Cristo como "pan que da la vida". Actualmente, este significado
original de la Navidad se ha perdido para la gran mayoría y esta festividad
cristiana ha llegado a homologarse con la tradición pagana de la
Nochevieja y el Año Nuevo, pero en sus inicios mantuvo un vínculo
estrecho con el sentimiento religioso popular.
Los sones navideños
Si el belén nacido en Italia aportó la imagen navideña más clásica en los
países católicos, el villancico español se había anticipado a su
introducción en la Península, creando la música más adecuada. Este
género aparece ya en el siglo XV, como forma de acompañar la
representación de los Autos de Navidad con una cantata en el interior de
la propia iglesia, que originariamente fue monódica y más tarde derivó en
polifónica, cuando al solista se sumó el coro. Probablemente, su origen
consistió en adaptaciones de poemas profanos medievales de amor
humano, reconvertidos en temas de "amor a lo divino".
Así lo sugiere su forma clásica –muy próxima a las estructuras
medievales–, que consiste en un estribillo seguido de una estrofa y
rematado por una coda que retoma el tema inicial. Ese el siglo XV, Gómez
Manrique inició la tradición autóctona con una canción navideña. En los
siglos de oro de las letras españolas, este género adquirió un enorme
prestigio gracias a poetas de la talla de Lope de Vega y Luis de Góngora.
Su éxito fue clamoroso. Entre 1588 y 1605 se llegaron a publicar tres
antologías de villancicos en España. Y antes de que acabara el siglo XVII
la entrañable tradición desembarcaba en América. La fecha clave de este
hito histórico se remonta al año 1689, cuando en la catedral de Puebla se
cantó el primer villancico nacido en el Nuevo Mundo. Su autora fue la
poetisa y mística mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de amplia
cultura humanística, admiradora de la poesía de Góngora y uno de los
talentos más destacados de la poesía hispanoamericana.
Árbol de Luz, Árbol de Vida
El Árbol navideño proviene de una tradición diferente. Símbolo universal
como Árbol de la Vida desde antiguo, su conversión en un emblema
navideño se produjo en los países nórdicos, donde existía una tradición
pagana del Árbol de Luz (Lichterbaun).
En el ciclo artúrico y griálico, se prefigura su adopción por el
cristianismo, cuando Parsifal –el caballero de corazón puro que llega a la
corte de Arturo en Pentecostés– tiene la visión de un Árbol de Luz con el
niño Jesús en su copa.
En Europa, su origen precristiano lo asociaba con el roble, árbol sagrado
de los druidas, y también con otras especies veneradas por los pueblos
autóctonos, como el pino.
Pero la Iglesia acabó por imponer el abeto, argumentando que su forma
triangular era más apropiada a la Trinidad, del mismo modo que desplazó
al muérdago –planta sagrada de la antigüedad, traída como un don por
los dioses a la Tierra– en beneficio del acebo, o que prefirió la piña a la
manzana como símbolo de inmortalidad.
Aunque esta última parecía idónea, porque al cortarla por la mitad sus
semillas dibujan una estrella de cinco puntas evocadora de "la Estrella de
Belén", estaba demasiado asociada con la iconografía de Venus –diosa
del amor, famosa por su tendencia a incurrir en adulterio–, aparte de que
también se había convertido en la fruta del Árbol del Conocimiento del
Génesis en la imaginería popular, que la vinculaba con las ideas de
tentación y pecado original.
En el siglo XVI, Martín Lutero adornó el abeto con velas, transformándolo
en una representación del Árbol Cósmico.
En el siglo XVIII, los sopladores de vidrio de Bohemia impusieron las
bolas de colores brillantes que han perdurado hasta el día de hoy como
un emblema del cielo estrellado. En cualquier caso, el Árbol aporta
elementos de notable interés. Por un lado, establece un vínculo con las
tradiciones paganas en calidad de "Eje del mundo", símbolo del principio
masculino que sirve de puente entre la Tierra y el Cielo. Su raíz se hunde
en el "Ombligo del mundo", apuntando al centro de Gaia como matriz
materna de la vida, y su copa se alza hacia el firmamento paterno, que
tradicionalmente representa el ámbito celestial.
Por otro, la inclusión de la Estrella de Belén en la cima funde en un único
emblema sagrado a todos los antiguos cultos estelares de egipcios,
persas y babilónicos y les convierte en anunciadores del nacimiento del
Mesías cristiano. Con el tiempo la vieja hostilidad ha desaparecido.
Hoy el Árbol y el belén conviven en pacífica armonía, como los Magos de
Oriente y Santa Claus. Nuestras navidades se han convertido así en un
escenario sincrético y hospitalario, acorde con una cultura planetaria y
democrática.
En este nuevo ámbito, el antiguo culto del árbol integra numerosas
tradiciones, como el que recoge la Festa del Pi catalana y mallorquina,
una costumbre que también se observa en Francia –bûche de Nöel– y en
otros países europeos. El tió catalán es el tronco de un pino talado para
esa ocasión, quemado en el hogar, como símbolo del fuego solar que se
pretende reavivar en el momento en el cual los días empiezan a alargarse
y las noches a acortarse. En una oquedad del tronco se esconden
golosinas y regalos, que salen a la luz por medio del apaleamiento del tió,
como animados por una varita mágica. Pero las formas que adquiere este
simbolismo del árbol y el fuego son enormemente variadas, incluso sin
abandonar la Península Ibérica.
En todos los casos, es frecuente que a las cenizas del tronco o leños
quemados se les atribuyan efectos mágicos y virtudes sanadoras
variadas, según algunas creencias que, seguramente, se remontan a la
noche de los tiempos.
Juguetes y regalos
Si la Natividad inicia el ciclo del solsticio de invierno el 25 de diciembre, la
Adoración de los Magos lo cierra el 6 de enero. Originariamente, Santa
Claus –el hijo americano del Klaus holandés, primo hermano del Papá
Noel francés y del Padre Invierno británico– repartía sus regalos en 8 de
diciembre.
Pero la costumbre trasladó su día al 25 de diciembre, en competencia con
la tradición católica de hacer coincidir los regalos infantiles con los
presentes que los Magos hicieron a Jesús en el pesebre, en la festividad
del 5 de enero.
De todos modos, el Santa Claus nórdico y anglosajón se inspiró en dos
fuentes muy distintas: una pagana y otra católica. La primera aportó la
personificación del invierno, que hunde sus raíces en la cultura vikinga.
La segunda nació del culto popular a un obispo católico del siglo IV,
histórico como la vida misma y famoso por sus milagros y su
generosidad, que le llevó a prodigar todos sus bienes entre los pobres.
La leyenda piadosa atribuyó al buen San Nicolás numerosos prodigios,
entre ellos el de dar evangélicamente, sin darse a conocer. Así, por
ejemplo, en una ocasión dejó caer por la chimenea de una casa bolsas
con monedas de oro para aportar la dote con que casar a tres jóvenes,
cuyo padre arruinado estaba a punto de casar con quien pagara el precio.
Sin embargo, mucho más tarde el pobre Nicolás vería cómo se le privaba
de su hábito y tocado obispal. Su imagen fue reconvertida en la de un
gnomo regordete de resonancias paganas, evocador de los duendes
buenos, y se le enfundó en un traje rojo, añadiéndole un gorro picudo de
idéntico color.
En el siglo XIX, los americanos decidieron motorizarlo, dotándolo con el
famoso trineo volador tirado por renos y suavizaron su aspecto inicial de
gnomo hasta transformarlo en un señor gordo y bonachón, con
abundante melena de plata y largas barbas blancas como la nieve.
De la memoria de su antiguo modelo pagano conservaría su residencia en
el Polo Norte y del San Nicolás cristiano y legendario le quedaría la
costumbre de entrar por las chimeneas para dejar regalos a los niños
buenos.
La nueva generación –que nada sabe de antiguas guerras, pero sí mucho
de sacarle partido a la tradición–, se ha apuntado al Santa Claus
americano sin renunciar a los Reyes Magos católicos, como una forma de
recibir regalos en ambas fechas.
En origen, el presente navideño era un símbolo mediante el cual se
expresaba el deseo de distinguir al beneficiario con un amuleto de buen
augurio para iniciar el nuevo año. En este sentido, representa un gesto
afectuoso, mediante el cual se pretende enseñarnos un valor espiritual: la
alegría de dar.
Del ágape al banquete
Actualmente, el banquete copioso y bien regado en vinos y cavas
diversos, es una seña de identidad que tienen en común Nochebuena,
Navidad, Nochevieja y Año Nuevo. Sin embargo, al principio se solía
ayunar en vísperas de la Navidad.
La comida después de medianoche era frugal y conservaba un sentido
cercano de ágape ritual. La ingesta se limitaba a una simple colación, a la
que con el tiempo se añadirían verduras, frutas y dulces, pero excluyendo
la carne.
Cuando también se hizo costumbre añadir pescado, se abrió de par en
par la puerta al banquete navideño moderno.
Pero el primer ancestro de los postres, panetones y roscones, fue
simplemente un pan especial llevado a la iglesia para ser bendecido
durante la misa de medianoche. De este "pan de Navidad" sólo se comía
un trozo.
El resto se guardaba como remedio mágico para usarlo en caso de
enfermedad, una costumbre que más tarde se extendería a los bollos y al
roscón de Reyes.
En el corazón de las navidades convergen muchas culturas, cuya
memoria reclama nuestra atención. Tal vez, sería enriquecedor que
aprovecháramos el ciclo festivo para pensar en su significado.
Los símbolos que se concentran en este escenario evocan la idea de
nacimiento y renacimiento, el Sol que muere con el día más corto del año
para volver a renovar el ciclo.
De ahí que la ubicación de fin de año y Año Nuevo a mitad del ciclo del
solsticio, que se extiende de Navidad a Reyes, esté cargado de
referencias cósmicas y aluda al cielo y a los ritmos estacionales.
La Navidad cristiana no ignora este simbolismo ancestral y pagano, pero
se erige en una imagen cristalizada que, a través del belén y el Árbol,
actualiza un evento único: la irrupción de Dios en la historia, encarnando
una existencia mortal, para conferir inmortalidad a la aventura del
hombre.
Josep Riera, con textos propios e informaciones de Bruno Cardeñosa, José G. de la Cruz y
Javier Navarrete
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Navidad: tradición oculta y misterio fascinante

  • 1. NAVIDAD: Una tradición oculta y un fascinante misterio La cristianización de las fiestas del solsticio de invierno El nacimiento de Jesús que relata Mateo es el corazón del ciclo festivo del solsticio de invierno, que se extiende hasta el 5 de enero. Cada año se representa la misma escena familiar: la estrella que guió a los magos de Oriente hasta el pesebre, la
  • 2. Virgen y el niño Jesús. Son imágenes inspiradas en El Evangelio según Mateo, que preceden a la Huida a Egipto y a la matanza de los inocentes. Pero pocos advierten que este relato encierra una historia oculta y un misterio fascinante. Para muchos autores se trata de una "leyenda" sin contenido histórico. Las estrellas no se mueven. Tampoco existe mención de una matanza de niños en otras fuentes. Sólo Mateo narra estos hechos. Por tanto, su conclusión es que éste inventó un suceso milagroso para rodear el nacimiento del Mesías cristiano de grandes prodigios en el Cielo y en la Tierra. El resultado habría sido el mito de la Natividad, completado entre los siglos II y IV por apócrifos como el Pseudo-Mateo. La Estrella y los Magos Sin embargo, la estrella que tanto ha dado que hablar sirvió de guía a todas las culturas antiguas, como un auténtico faro celeste. Era Sirio, la estrella-perro (guía) de la constelación de Orión. En los días de Jesús, los sabios mandeanos rindieron culto a "la estrella-guía". Al parecer, Juan el Bautista fue un mandeo. Y la conexión de esta corriente judía heterodoxa con Egipto era estrecha: peregrinaban a Giza, creían que las tres pirámides de dicha meseta eran las tumbas de sus profetas Set e Idris (Enoch) y reivindicaban una religión adámica de la cual había sido seguidor Abraham, el primer antepasado de Jesús en la genealogía de éste que recoge Mateo. Y ciertamente, la "estrella-guía" de los mandeos (Sirio), se movía: su ascenso en el Cielo precedía a Orión, cuyo cinturón tachonaban tres astros rutilantes: tres magos que peregrinaban en el firmamento de Oriente. Las pirámides de Giza habían sido concebidas por los antiguos egipcios como un reflejo de estos tres astros del cinturón de Orión sobre la Tierra. En esta cultura, Orión era Osiris, el dios muerto y resucitado por su esposa Isis, identificada con Sirio. Como para ellos Escorpio era el falo del Osiris celeste y dicha constelación se ocultaba cuando se levantaban Sirio y Orión, la procreación del dios hijo Horus se había consumado sin intervención del sexo de Osiris, devorado por un pez. El milagro se repetía todos los años y su signo era la inundación del Nilo, el reflejo en la Tierra de la Vía Láctea. La conexión egipcia de la Navidad cristiana aparece en Mateo desde el principio. La genealogía de Jesús se compone de 3 tramos de 14 generaciones cada uno. Y Mateo añade algo obvio: si sumamos el segundo tramo de 14 al primero obtenemos 28 y, añadiendo el tercero, hacen un total de 42. Los tres números son claves del mito de Osiris, que en el año 28 de su reinado fue asesinado y mutilado en 14 trozos por su hermano Seth. Después, el dios fue resucitado por su esposa Isis, asistida por el dios
  • 3. Thot, que había compendiado la suma de la sabiduría divina revelada a los antiguos egipcios en 42 libros secretos (el total que suman las generaciones en Mateo). Con este simbolismo, éste nos señala la pista egipcia, precisamente el país hacia donde se dirige la Sagrada Familia después de la Adoración de los Magos. En su genealogía Mateo incluye a 5 mujeres. ¿Por qué sólo 5 entre 42 posibles? La respuesta es fácil. La estrella de 5 puntas representaba el dominio estelar y el número sagrado de Horus, símbolo de sus ojos y de su linaje divino: el Sol paterno (3) y la Luna materna (2). Y otro indicio de que la Estrella de Belén era Sirio, representada como estrella de 5 puntas en la cultura del Nilo y por los iniciados. El número 5 y su figura geométrica asociada (pentágono), que dio lugar al Pentagrama –estrella de cinco puntas inscrita en el círculo–, tenía un profundo significado místico. Por el hecho de unir al primer par (2, número femenino) y al primer impar (3, masculino) era considerado un símbolo nupcial. Así lo interpretaban también los pitagóricos griegos, entre quienes fue un signo de reconocimiento entre iniciados, como la imagen del pez para los primeros cristianos, evocadora del pez que devoró el falo de Osiris y también del misterioso pez-profeta, hermano de Horus, en una variante del mito egipcio que transmite Plutarco, en la cual este dios hijo se autoengendra en Edfu. Como el pez (Piscis), también el 5 tenía resonancias astronómicas entre los griegos, porque se asociaba a los cinco planetas conocidos y especialmente a Venus, antigua diosa madre. Mateo nos transmite así la naturaleza divina de Jesús desde su nacimiento: el cumplimiento de una promesa revelada a todas las culturas desde la noche de los tiempos. El Hijo de Dios había encarnado aquella noche que conmemora la Navidad. La estrella-guía Sirio condujo a los magos celestes del cinturón de Orión. Al iluminar el pesebre, éstos derramaron la gracia de Dios sobre el niño: incienso (santidad), mirra (sabiduría y resurrección) y oro (realeza). Ni la estrella-guía ni los magos faltaron en aquel establo. Esta conexión egipcia está bien documentada. En sus Anales, el historiador romano Cornelio Tácito –que fue miembro experto de una comisión imperial para asuntos religiosos–, afirma que los judíos formaban "una sola superstición con los egipcios". Tácito se refería a los primeros cristianos, que se consideraron judíos hasta su separación de la sinagoga, consumada bajo Nerón. La matanza de los inocentes No hay otros documentos, aparte de Mateo, que recojan la matanza de los inocentes. Pero cuando Jesús tenía aproximadamente 12 o 14 años, los soldados de Roma pasaron a cuchillo a la población de Séforis, capital de Galilea muy próxima a Nazareth, debido a la revolución del censo. Esta masacre tuvo lugar hacia el año 6-7 d.C. Jesús debió contemplar muchas veces las ruinas de Séforis. En sus días, las matanzas de inocentes en
  • 4. Galilea fueron frecuentes. Mateo no recogió un hecho histórico literal con el episodio de la matanza de Belén, pero tampoco ideó una fantasía. Simplemente, elaboró un midrash, un género característico de los judíos que consiste en un relato simbólico en el cual se recogen los antecedentes bíblicos de un hecho, a través de los cuales se expresa su significado trascendente. Este era el método para explicar las causas de la historia en su cultura. Los símbolos que representaban dichas causas tenían para ellos el mismo valor que concedemos hoy a los factores económicos, políticos y sociales. Y como estos, explicaban los hechos históricos desde el punto de vista de aquella cultura. En este caso, Mateo evoca la profecía de Oseas (13,16), que se refiere a la destrucción del reino del norte de Israel por los invasores asirios (722 a.C.). Oseas describe la desgracia de su capital (Samaria): cómo sus "niños fueron estrellados" y sus pobladores "pasados a cuchillo". Este episodio sirve como antecedente evocador de muchas matanzas, como la de Séforis, pasada a cuchillo por los nuevos invasores romanos. Mateo alude a Oseas, porque este asocia la masacre de niños a su profecía de un Mesías que redimiría a Israel. Y como es característico del midrash, también evoca otras profecías afines. Entre ellas, la de Isaías, que se refiere a un niño a quien llamarán Dios y Príncipe de la Paz (9, 6), después que el pueblo vea "una gran luz" (9,2), aludida por el Evangelio como la Estrella-guía. De este modo, Mateo reviste a Jesús con los signos del Mesías anunciado por Isaías, Oseas, Miqueas y Jeremías. Un Enviado que uniría los reinos del norte (Efraim) y del sur (Judá), así como a los desterrados por Asiria y a los esparcidos en Babilonia de todas las tribus de Israel. La palmera escondida Entre las 5 mujeres que menciona Mateo en su genealogía de Jesús, la primera es Tamar, nombre que significa "palmera", y la segunda Rahab, mujer de Jericó, una población conocida como "la ciudad de las palmeras". La intención simbólica de Mateo sería recogida por la tradición del Islam en el sura XXI del Corán, según el cual la Virgen María sufrió los dolores del parto bajo una palmera que le alimentó. El Evangelio nos sitúa así ante un símbolo sagrado común a todas las culturas antiguas para expresar el alcance universal de la misión de Jesús. En Egipto, la palmera datilera aparece asociada a las diosas madres, como Hathor y Nut. En Mesopotamia es el árbol consagrado a la diosa Isthar. En Persia, fue la representación del Árbol de la Vida. También se vincula con la resurrección, ya que el Fénix hacía su nido en una palmera. Este simbolismo, que recogen Plinio el Viejo y otros autores antiguos, dio lugar a la artesanía ritual de la palma blanca como ofrenda a las diosas madres vírgenes, que después sería transferido a la Virgen María. Su elaboración se conseguía envolviendo las hojas de palma para que no las
  • 5. tocara el Sol masculino y se preservaran así como un atributo femenino puro, relacionado con la concepción virginal. Actualmente, aquella antigua artesanía tiene su último reducto en la ciudad española de Elche, donde un grupo de familias sigue transmitiendo de padres a hijos el arte de tejer ramos y coronas para la Virgen con estas palmas blancas. Este palmeral histórico de Elche hoy es "Patrimonio de la Humanidad". La misma Humanidad a la que Mateo dirigió su evangelio, más allá de su auditorio judío. Por eso, inicia su genealogía con la misma frase que emplea el Génesis para introducir la descendencia de Adán, aunque sólo se remonte hasta Abraham: "Este es el Libro de las generaciones de Jesucristo". Y por idéntico motivo, Lucas complementó a Mateo en su texto, prolongando su genealogía hasta Adán. Para enfatizar el simbolismo de estas genealogías –y no para contradecir a Mateo–, Lucas siguió una línea davídica no real a partir del rey David. Pero nada de esto excluye que el Evangelio refleje los hechos históricos. Sólo que sus autores entendían la historia como hombres de su tiempo. La Huida a Egipto que aparece en Mateo transmite el simbolismo que hemos expuesto, pero eso no significa que Jesús no viajara a Egipto. En el Talmud judío se le acusa de haber traído de allí conjuros mágicos. En su 'Discurso contra los cristianos', Celso afirma que fue un pobre emigrante en Egipto, donde habría trabajado como jornalero. El obispo episcopaliano John Shelby Spong, en su libro 'Jesús, hijo de mujer' (Ed. Martínez Roca), también considera que Jesús creció en un medio de pobreza. ¿Nació de una virgen? Mateo se remite a la profecía de Isaías 7, 14-23, pero la toma de la traducción griega de la Biblia. Dicha versión tradujo el término hebreo almah (mujer joven) por el griego parthenos (virgen), cuyo equivalente hebreo es bethulah, no almah. Sin duda, hubo algo irregular en el nacimiento de Jesús. Marcos no menciona ninguna concepción virginal e identifica a Jesús como "el hijo de María", aparte de referirse de pasada a ciertos rumores que rodearon su nacimiento, cuyo contenido él no recoge ni comenta en su texto. El Talmud y Celso lo califican de fruto de un adulterio de María. Y Mateo parece responder a estas acusaciones con las 4 mujeres que la preceden en su genealogía, porque estas tienen en común una imagen estigmatizada desde el punto de vista de las costumbres judías, pero también fueron objeto de una injusticia manifiesta o bien víctimas inocentes de las circunstancias. Cada uno es libre de dar crédito a la fuente que encuentre más fiable. Unos creen en el milagro de la concepción virginal, otros ven en el símbolo de "la virgen de Dios" una verdad espiritual que no se refiere a una realidad física y hasta hay quienes hacen juicios de intención, atribuyendo a Mateo la voluntad oportunista de ganarse a los paganos habituados al mito de la madre virgen de un dios-hombre. En cualquier caso, resulta significativo que Mateo no recoja en su genealogía a ninguna de las madres impecables de Israel desde el punto de vista
  • 6. étnico –Sara, Raquel y Lía–, sino sólo a esas 4 mujeres estigmatizadas y extranjeras, provenientes de linajes considerados malditos por los judíos, como los moabitas (Ruth) y cananeos (Tamar y Rahab), o bien sometidos al vasallaje como los hititas (Betsabé). ¿Quiso representar Mateo en esas mujeres los 4 brazos de la cruz histórica de María? ¿Era una mujer sin linaje? ¿Acaso una humilde espigadora que recogía la sobras de la cosecha caminando detrás de los jornaleros como Ruth? El círculo de los gentiles Probablemente, el nacimiento no ocurrió en Belén de Judá. Esta localización parece simbólica y apunta a identificar a Jesús con el Mesías esperado por los judíos, para quienes debía ser descendiente de David, cuya cuna legendaria era Belén. Pero también en este punto el Evangelio parece inspirado, ya que, en el oráculo primitivo hebreo, la profecía de Miqueas 5,3 no mencionaba a Belén, sino a Efrata. Y este nombre evoca a Efraim, una de las denominaciones que la Biblia emplea para referirse al reino del norte de Israel, destruido en el siglo VIII a.C. por los asirios, al que había pertenecido la región que fue conocida como Galilea en los días de Jesús. Las otras denominaciones bíblicas de este reino del norte fueron "reino de Israel", "reino de José" –nombre evocador de Egipto a través de este hijo de Jacob, casado con una hija del sacerdote egipcio Potifera– y Samaria. Jesús destacó como defensor de esta población despreciada por mestiza y herética. Más aun: junto al pozo de Jacob se presentó ante la mujer samaritana como el Mesías que ella esperaba, según Juan. Eso indica que Jesús se identificó con el Taheb, el Mesías samaritano. De modo que Belén pudo ser una localización simbólica del midrash, a través de la cual se proyectaba el hecho de que Jesús había nacido en Efraim (Efrata), región que había incluido a Galilea y cuya capital fue Samaria, otro nombre dado al reino del norte en la Biblia. Ninguna de estas circunstancias merma grandeza a Jesús, aunque le añada sufrimiento a ese «varón de dolores» que había profetizado Isaías. ¿No era acaso lo propio del Mesías de los pobres y humillados un nacimiento irregular y calumniado, en medio de la pobreza y en un rincón oscuro de la remota Galilea, despreciada por los judíos de Jerusalén como tierra mestiza? Hasta el nombre de esta región donde estaba Nazareth (Galil hoyim), tenía connotaciones evidentes de «impureza racial», puesto que significaba "círculo de los gentiles". La Huida transmite otro mensaje importante que, en general, ha sido interpretado sólo desde una perspectiva judía ortodoxa. Mateo habría comunicado con dicho episodio que Jesús era el nuevo Moisés, evocando con este midrash el episodio bíblico en el cual el faraón ordena ahogar en el Nilo a los niños varones de Israel. Sin embargo, cabe preguntarse si su intención no fue aludir también a otro antecedente
  • 7. bíblico que no pudo pasarle inadvertido, porque encaja mucho mejor con la masacre de Belén: la matanza de niños edomitas perpetrada por Joab, general del rey David, que estuvo a punto de dejar sin varones a Edom (I Reyes, 11). De este cruel genocidio sólo se salvó el pequeño príncipe Hadad, que huyó a Egipto para regresar siendo hombre y proclamar la independencia de Edom. Así se cumplía la promesa que Yavhé había hecho a Esaú, primogénito de Isaac y padre de Edom, despojado de su derecho como heredero en beneficio de su hermano menor Jacob (Israel). Hay una evidente simetría entre la matanza de Belén ordenada por el idumeo Herodes –Idumea nació de Edom– para eliminar a un supuesto heredero davídico (Jesús) y la de Joab, ordenada por David para eliminar al heredero de Edom. ¿Simbolizó Herodes el Grande la venganza de Edom en el midrash de Mateo? ¿Empezó su vida Jesús expiando este pecado de Israel y cumpliendo desde su nacimiento esa función mesiánica que había profetizado Isaías? Los edomitas se consideraban descendientes de Ismael (padre de los árabes), a través del matrimonio de una de sus hijas, llamada Bashemat, con Esaú. Ismael también había sido despojado de sus derechos en beneficio de su hermano menor Isaac, ya que era el primogénito de Abraham, el primer nombre en la genealogía de Jesús que nos transmite Mateo. En I Reyes también se narra otra Huida a Egipto: la de Jeroboam, efrateo de Sereda, hijo de Nabat. El profeta Ajías le anunció que fundaría el reino del norte como líder de 10 de las 12 tribus de Israel y Salomón quiso matarlo (I Reyes, 11). Como sucedió con Hadad, Jeroboam también encontró refugio en Egipto, de donde regresó para independizar a Israel del reino de Judá. Sin duda, existe una base sólida para pensar que el Evangelio recoge un hecho histórico importante que pudo tomar forma de proyecto mesiánico en la época de Jesús. Todas las profecías bíblicas que evoca se sitúan en la época de la destrucción del reino del Norte (siglo VIII a.C.). También anuncian a un Mesías libertador, que un profeta del norte como Oseas (1, 11) identifica simbólicamente con Jezreel, de quien nos dice que "su día será grande" y que unirá a Efraim (norte) y Judá (sur) bajo "una sola cabeza". Incluso presenta imágenes muy sugerentes en relación a Jesús: "Al tercer día nos resucitará y viviremos delante de él" (Oseas 6,2). A su vez, Isaías y Miqueas, profetas del sur y contemporáneos de Oseas, aluden a los mismos hechos, aunque destacan que el Mesías vendría del tronco de Isaí (padre de David), como nueva "rama", "vara" o "renuevo". La Raquel que llora a sus hijos en Ramá –también evocada en el Evangelio–, proviene de Jeremías y también alude a la destrucción del reino del norte. Una posibilidad es que estemos ante los vestigios de un hecho histórico: la proclamación de un Mesías galileo, enviado por Dios como representante de todos esos linajes nacidos de primogénitos despojados, que habían dado lugar a distintos pueblos semitas emparentados entre sí y que tenían en Abraham su padre común. En este caso, el Mesías galileo debía nacer simbólicamente en Belén para tomar el relevo del linaje
  • 8. davídico, como en su día David (de la tribu de Judá) había tomado el testigo de la función real, que hasta entonces había recaído en el rey Saúl, de la tribu de Benjamín. Por eso, una vez ungido, David desposó a Mikal, hija del depuesto Saúl. Por lo tanto, el nacimiento simbólico en Belén pudo ser un equivalente de la boda de David con Mikal: la forma en que el nuevo ungido de Dios tomaba el relevo al frente del pueblo elegido, legitimándose como sucesor al asumir un vínculo con el linaje desplazado que simbolizaba la continuidad sagrada. Este recurso es un tópico bíblico recurrente. Dios quita con frecuencia los privilegios otorgados a un individuo o a un linaje y los da a otros. También es importante advertir que, en el evangelio de Juan, Jesús replica a los saduceos que el Mesías no tiene por qué pertenecer al linaje de David, puesto que éste le reconoce como "Señor de mi Señor". A su vez, en la Epístola a los hebreos se compara a Jesús con la figura legendaria de Melquisedec, el misterioso rey de Salem, de quien se nos dice que no tenía padre ni linaje, pero a quien Abraham había reconocido como al sacerdote perfecto y pagado el diezmo. Hebreos afirma que, como Melquisedec, Jesús está por encima de cualquier linaje humano porque su autoridad emana de "una vida indestructible". Por ello, este texto cristiano funda la Nueva Alianza sobre el Orden de Melquisedec y sostiene que es superior al aarónico-levítico de Judá. Todo sugiere que Jesús pudo ser un Mesías galileo que proclamó un ambicioso proyecto de unificación nacional, mucho más amplio del que estaban dispuestos a admitir los judíos del sur. Debía llegar cumpliendo la profecía en la cual Dios había anunciado: "De Egipto llamaré a mi Hijo". Y todas las fuentes –incluso las hostiles– indican que residió allí, porque esta era la tierra de origen de todos los descendientes de Abraham. Dicho proyecto mesiánico pudo incluir a todas las tribus de Israel (Jacob), a la población "mestiza" del reino del norte (Galilea y Samaria) y, tal vez, a ismaelitas (árabes), idumeos (edomitas), y nabateos, que descendían de otra hija de Ismael casada con Esaú. El origen de la Nueva Alianza En los días de Jesús el reino nabateo de Siria vivió sus años de mayor esplendor (entre el 6 a.C. y el 40 d.C). El Evangelio afirma que Juan el Bautista fue asesinado por Herodes Antipas porque éste denunció su matrimonio con Herodías. Al unirse a ésta, Herodes abandonó a su primera esposa, hija del rey nabateo Aretas. Flavio Josefo sostiene que Herodes Antipas mandó matar a Juan "porque soliviantaba el pueblo". Nada impide que el motivo incluyese, precisamente, esa afrenta a los primos nabateos, motivo por el cual el rey Aretas atacó y derrotó a Herodes Antipas en el año 36. Siria fue un lugar de asentamiento de las comunidades mandeas del Jordán, como la del Bautista.
  • 9. Otro indicio que señala en la misma dirección es que Siria, Samaria y otros territorios vecinos, sirvieron de refugio a los cristianos cuando huyeron de la primera gran persecución desatada en Jerusalén. Esto prueba que allí existía una base social favorable en los años inmediatos a su crucifixión. Por motivos cronológicos obvios, ese clima social favorable tuvo que cimentarse en vida de Jesús. ¿Estamos ante indicios de cuál fue el auténtico origen histórico de la Nueva Alianza entre Dios y la Humanidad? ¿Nos transmite la Natividad de Mateo el hecho histórico que sirvió de embrión a la religión universal del cristianismo, recogido por Lucas al prolongar de forma intencionada su propia genealogía de Jesús hasta Adán? Las grandes incógnitas de la Navidad El mundo entero se paraliza ante la celebración de la Pascua. Se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret. Sin embargo, casi nadie es consciente de que en realidad nos estamos haciendo eco de una tradición pagana mucho más antigua que el propio cristianismo, pero que los primeros obispos de Roma “robaron” en su propio beneficio. La noche del 24 de diciembre, más de 1.500 millones de personas celebran el nacimiento de Jesús de Nazaret. Por cierto, ¿por qué decimos de Nazaret en vez de Jesús de Belén? ¿Será que acaso no nació dónde creemos? Y es que a la hora de analizar lo que sabemos sobre Jesús de Nazaret, todas las hipótesis son probables. De lo que no hay duda alguna es que la fecha de nacimiento es un “invento”. Las posibilidades de que Jesús naciera un 24 de diciembre son extremadamente remotas. No sirve que a ello se agarren como un clavo ardiendo los más tradicionales defensores de la tradición en el orbe católico. Debería hacernos pensar el hecho de que la rama ortodoxa del cristianismo conmemore el alumbramiento el 6 de enero de cada año. Y es que queramos o no, celebramos la Navidad en función de un invento. Más bien de un robo en toda regla…
  • 10. El culto a Mitra, el dios-Sol El culto cristiano ganó la batalla en la era de Constantino. Tras siglos de persecución, los seguidores de Jesús lograron convertirse en la religión oficial en todo el Imperio. Para abrigarla de oficialidad se hizo necesario crear a su alrededor toda una ritualidad que la sustentara, al tiempo que eclipsara otros ritos que hasta entonces tuvieron un rango mayor. Y es que era necesario “hacer clientes”, así que nada mejor que acudir al negocio del opositor y convencerlos allí mismo. Los objetivos del “robo” fueron quienes formaban parte del culto a Mitra, un mesías que contaba con millones de seguidores y que había sufrido una vida relativamente similar a la de Jesús. Al ser el mitraismo un culto que tenía su reflejo en la naturaleza, este dios fue identificado con el Sol, ya que el astro rey simbolizaba la vida y la luz. De este modo, los antiguos creyeron que el mejor día para celebrar su nacimiento era precisamente aquel en el que la luz diurna comenzaba a ganar terreno a la noche. Con algún pequeño error de cálculo –ahora sabemos que tal cosa sucede dos o tres días antes– dedujeron que el 24 de diciembre es el día solar más corto del año, pero que justo a partir de esa fecha, la noches eran más cortas y los días más largos. Esa jornada era, en resumidas cuentas, la que representaba la victoria de la luz sobre las tinieblas, del día sobre la noche, del Sol sobre la Luna… A aquella celebración la llamaron sol invictus. Aunque en realidad diferentes cultos ya habían elegido la fecha del 24 de diciembre –por ejemplo, para entonces se celebraban también las saturniales, en honor el dios Saturno– fue el cristianismo el que la adoptó para sí tras la decisión tomada por 318 obispos reunidos en el Concilio de Nicea del año 325. Al estar constituida como festividad pagana, resultó mucho más fácil infiltrar la celebración en todos los habitantes del Imperio. Como maniobra de marketing, fue una empresa de lo más acertada, pero como toda treta publicitaria no se ajustaba a la realidad. ¿En diciembre o en agosto? Ahora bien, ¿cuándo nació en realidad Jesús de Nazaret? Habida cuenta de que no existe ningún documento ni referencia que haga alusión a fecha alguna, sólo cabe deducirla por medios indirectos. Por ejemplo, los relatos evangélicos explican que los pastores se encontraban con sus ovejas, algo que en Palestina sólo ocurre entre los meses de mayo y septiembre, especialmente en la vera del río Jordán, que se encuentra en las proximidades de Belén, Betania y Jericó, ubicaciones que pueden situarse en la proximidades del verdadero lugar de nacimiento. Además, por el resto de descripciones, todo hace pensar que Jesús llegó al mundo en algún momento del verano, y de hecho, la mayor parte de los
  • 11. estudiosos apuesta por el mes de agosto, fecha en la que no pocos cultos heterodoxos y revisionistas del cristianismo tradicional prefieren celebrar la Navidad. Además, se eligió como hora del alumbramiento la medianoche. Tampoco hay ninguna referencia concreta para que pensemos así, pese a que está muy asimilado por el común de los creyentes. Tal elección fue –una vez más– un astuto robo, puesto que el culto mitraico también se celebraba a la medianoche y los 318 obispos de Nicea no dudaron dos veces en utilizar un culto que ya existía para su propio beneficio. Claro, que ellos dijeron que la elección fue por inspiración divina… La historia secreta de los Reyes Magos Hay pocas fiestas más entrañables que la de los Reyes Magos, esa fecha del 6 de enero en la que los niños de costumbre católica dejan los zapatos preparados para que los mágicos monarcas depositen en ellos sus regalos con nocturnidad y sigilo. Se conmemora así la tradicional llegada a Belén, desde lejanas tierras de Oriente, de los consabidos reyes Melchor, Gaspar y Baltasar, que acudieron siguiendo la guía de una estrella para adorar al recién nacido rey de los judíos, y agasajarlo con sus ofrendas de oro, incienso y mirra. Pero, ¿de verdad eran reyes? ¿Qué quiere decir que eran magos? ¿De dónde venían? ¿Cuántos eran y cómo se llamaban en realidad?¿Dónde está el nacido rey de los judíos? La verdad es que son poquísimos los datos que se tienen de estos regios personajes. La primera referencia aparece en el Evangelio de Mateo, el único autor de los llamados sinópticos que los cita, ya que los otros dos, Marcos y
  • 12. Lucas, ni siquiera los mencionan. El texto dice así: “Unos magos vinieron de Oriente a Jerusalén, preguntando: ‘¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Porque vimos en Oriente su estrella y hemos venido con el fin de adorarle”. El rey Herodes, al que iba dirigida la pregunta, los encaminó hacia Belén, rogándoles que se informaran bien sobre ese recién nacido para darle posterior detalle del asunto. En el ejemplar del Nuevo Testamento que consultamos, versión del padre José Miguel Petisco (Madrid,1953), una nota a pie de texto aclara con indignación: “El hipócrita pretendía conocer el paradero de Jesús para degollarle”. Así orientados, y guiados siempre por la estrella, los magos llegaron a Belén y adoraron al Niño, ofreciéndole los ya conocidos presentes… Parece increíble, pero este escueto texto de Mateo, redactado en torno al año 50 d. de C. –y en el que aparecen por primera vez la figura de los Magos–, es todo lo que hay para sostener la gran historia de los mismos. Y, como hemos visto, el evangelista nada dice de que sean reyes, ni de que sean tres, ni de cuáles eran sus nombres. De la iconografía hoy habitual para recrear la Adoración de los Reyes Magos, en Mateo solo aparece su condición de magos, la estrella, el lejano y nebuloso Oriente como punto de partida de su viaje y los consabidos regalos de oro, incienso y mirra. Y ya está. Todo lo demás que hoy damos por cierto sobre estos enigmáticos personajes –y que escenificamos pacientemente cada Navidad en nuestro doméstico Portal de Belén con monarcas a caballo, pajes de vistosos atuendos y camellos cargados de presentes–, es una elaboración literaria posterior, acuñada en textos apócrifos y en tradiciones culturales muy dispares. Una leyenda que se va tejiendo con enorme éxito, sobre todo entre los siglos IV y IX, mezclando creencias mazdeístas, mitraicas, gnósticas, judaicas y cristianas, plasmada en textos como el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio de Pseudo-Mateo, el Evangelio Árabe de la Infancia, el Libro de la Caverna de los Tesoros y muchos otros. Una historia a la que la Iglesia romana nunca ha dado cobijo entre sus libros canónicos. El problema de ser mago Lo que para el evangelista Mateo no había duda era que los misteriosos personajes eran magos, ya que así lo dice expresamente. Y eso generó no pocos problemas a la iglesia incipiente, ya que mago, en aquella época, era un término que se aplicaba a un amplio espectro de gente, desde el farsante vendedor de pócimas “curalotodo” a los sabios astrólogos caldeos, pasando, entre otros, por los sacerdotes de culto mazdeista y por los taumaturgos gnósticos de Alejandría. Como reconoce el fraile dominico Santiago de la Vorágine en su obra 'La Leyenda Dorada', escrita hacia el año 1264, “La palabra ‘mago’ significa tres cosas diferentes: ilusionista, hechicero maléfico y sabio”.
  • 13. En cualquier caso, engañabobos de feria, adoradores de divinidades paganas, brujos o herejes. Malas compañías para el recién nacido descendiente del rey David. Sin embargo, en el Antiguo Testamento se habla de poderosos personajes que acuden presurosos a postrarse a los pies del nuevo rey de los judíos. En el primer texto se dice: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones”, (Salmos, 10-11, 15). Y en el segundo: “Un sinfín de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro y de incienso y pregonando alabanzas a Yahvéh”, (Isaías, 60, 6). En estos textos proféticos se alude a quienes se postrarán ante el nuevo rey pero, curiosamente, no se dice que sean magos como afirma Mateo ni hay palabra alguna que los relacione con el sacerdocio o la taumaturgia. Antes al contrario, los presenta como reyes poderosos procedentes de países llenos de riquezas, entre ellos el portentoso reino de Saba, situado en la llamada Arabia felix y cuya reina enamoró a Salomón. Se trata, sin duda, de un precedente importante al que se agarraron los primeros padres de la Iglesia para quitarse de encima el incómodo asunto de los “magos” convirtiéndolos en reyes. O, todavía mejor, en “Reyes Magos”, seres que reunían en su persona la máxima autoridad en lo terrenal y en lo espiritual, como el mismo rey David. A finales del siglo V, Cesario de Arles defendía ya esta postura afirmando que los “magos” eran también reyes, fundando así la tradición occidental de los Reyes Magos. Además, se entiende que son magos en la acepción más salvable, aquella que los interpreta como sabios que, aunque paganos, son capaces de reconocer los signos de la divinidad del recién nacido. Sin embargo, es en una versión siria del Evangelio árabe de la infancia (sig.VI) donde por primera vez se dice que los estos son a la vez “príncipes”. En este texto, al nacer Jesús un ángel es enviado como mensajero a Persia, donde se celebra la buena nueva con asistencia de los “magos”, que eran adoradores del fuego y de las estrellas. Entonces aparece en el firmamento una radiante estrella, que consideran señal definitiva de que ha nacido “el Rey de los Reyes, el Dios de los Dioses, la Luz de las Luces”. Y tres príncipes, hijos del rey de Persia, que a la vez son magos, emprenden el viaje guiados por el ángel y acompañados por un séquito de nueve hombres. Uno de ellos lleva como ofrenda tres libras de oro, otro tres libras de mirra y el último la misma cantidad de incienso. Visten lujosas ropas de ceremonia y lucen tiara en la cabeza. Bien, parece que ya tenemos encarrilado el asunto, ¿verdad? Pues no, ya que ésta no es más que una de las innumerables versiones que existen sobre el tema, aportando cada una un sin fin de variantes. Hasta 'doce' Reyes Magos
  • 14. “De Oriente salen tres reyes/todos tres en compañía/a adorar al Niño Dios/que en Belén nacido había”, canta un clásico villancico. Pero, ¿eran tres los Reyes Magos? El asunto de cuántos fueron los monarcas que se postraron a los pies del Niño Dios en el Portal de Belén es una fuente de inesperadas sorpresas, algo más parecido a una adivinanza irresoluble que a una certeza. La tradición occidental, en general, defendió que eran tres con el sencillo argumento de que, siendo el mismo número los regalos que portaban en la narración evangélica de Mateo –oro, incienso y mirra–, lo normal es que fueran también tres los portadores. Así lo afirmaba Orígenes en el siglo III, entre otros autores. Sin embargo, en las tempranas representaciones de la Adoración de los Magos existentes en las catacumbas romanas, el número es variable. Por ejemplo, en la de los santos Pedro y Marcelino sólo aparecen dos, mientras que en la de Domitila son cuatro los monarcas que se inclinan a los pies de la Virgen con el Niño. Esto indica la confusión y el entrecruce de leyendas sobre este acontecimiento que existía en los primeros siglos del cristianismo, aunque muchos estudiosos justifican su número variable por las necesidades de espacio y simetría de los autores de las pinturas. Aunque así fuera, quiere decirse que, en aquellos siglos, el número de los Reyes Magos era por lo menos tan impreciso que quedaba sujeto a la voluntad de los artistas que los representaban. Sea como fuere, los textos apócrifos que han ido tramando la historia de estos mágicos soberanos ofrecen posibilidades para todos los gustos en cuanto a su número y sus nombres. En el “Pseudo Mateo” no se indica expresamente cuántos eran. Para la tradición siria, los magos son doce, procedentes de las tierras de Syr, y todos llevan nombres persas. No obstante, en el 'Evangelio Árabe de la Infancia', dependiendo de la versión que se consulte, su número es de tres, de diez o de doce. En el 'Libro de la Caverna de los Tesoros' vuelven a ser tres, reconocidos como caldeos, que son presentados así: Hormizd de Makhodzi, rey de los persas; Jazdegerd, rey de Sabá, y Peroz, rey de Seba. En el Evangelio armenio de la infancia también son tres, pero distintos, ya que se trata de Melkon, rey de los persas; Gaspar, rey de los indios, y Balthasar, rey de los árabes. Además, los armenios son mucho más rumbosos con el asunto de los regalos. Melkon lleva como presentes mirra, aloe, muselina, púrpura, piezas de lino y “los libros escritos y sellados por las manos de Dios”, que no es poco. Gaspar lleva nardo, mirra, canela, cinamomo, incienso y otros perfumes. Y Balthasar, oro, plata, zafiros, piedras preciosas y perlas. Para acompañar tanta riqueza, se rodean de un séquito que no desmerece: doce capitanes con un cortejo de doce mil jinetes. Los nombres citados en este texto suenan ya parecidos a los que conocemos en la actualidad, pero habrá que esperar hasta el siglo IX para que Agnello de Rávena los acuñe definitivamente, en su 'Liber pontificalis Ecclesiae Ravennati', como Melchior, Caspar y Balthasar.
  • 15. Oro, incienso y mirra Otro texto, el 'Excerptiones Patrum', atribuido sin mucha fe al Venerable Beda y escrito en una fecha imprecisa entre el siglo VIII y el XII, nos dará la mejor y más razonada descripción de su aspecto. El Rey de más edad es Melchor, con cabellos y barba largos y canosos, que viste una túnica de color jacinto y capa naranja. A él le corresponde regalar el oro, que es presente adecuado para ofrecer al Señor en tanto que rey. El siguiente es Gaspar, joven, bello e imberbe, luciendo túnica naranja y capa roja, que regala el incienso, obsequio adecuado para el Señor en cuanto Dios. Y el último es Balthasar, de tez oscura, que lleva túnica roja y capa blanca jaspeada. Su presente es la mirra, ofrenda adecuada para el Señor en cuanto hombre. Y así quedan establecidos en Occidente su número, sus nombres y el sentido de sus presentes que señalan las cualidades de Cristo como rey, como Dios y como hombre. Claro que hay otras interpretaciones sobre el significado de las ofrendas, como ésta que nos propone el ya citado 'Santiago de la Vorágine': “…el oro, para regalar la pobreza de la Virgen; el incienso, para ahuyentar el mal olor del establo, y la mirra, para consolidar los miembros de la Criatura con la expulsión de todo mal de su vientre”. Según el texto del “Pseudo Beda”, los Magos representan a toda la humanidad al ser descendientes de las estirpes fundadas por los tres hijos de Noé, cada una de los cuales pobló un continente: la de Sem, Asia; la de Cam, África, y la de Japhet, Europa. Hay otro detalle importante en su narración y es que, al indicar que Balthasar es de tez oscura, lo hace proceder de un continente concreto, África, y lo identifica con una raza específica, la camita. De manera que, gracias a esta descripción, el mago Balthasar se convertirá, con el paso del tiempo, en el rey negro de nuestro Belén. Ahora sí que parece definitivamente resuelto el enigma, ¿verdad que sí? Pues tampoco. Dado que para muchos cada Mago representaba uno de los continentes conocidos, el descubrimiento de América inspiró a diversos autores la conveniencia de un cuarto Rey Mago, y como cuarteto los plasma el pintor Grao Vasco en el monasterio de Vizeu (Portugal), en una obra del siglo XVI. El último es un indio que refleja las características de los pueblos amazónicos, va armado de una larga azagaya y porta como presente una arqueta de madera cargada, se supone, de semillas de cacao. Esta variante de un cuarto Mago “americano” tuvo su relativo éxito y todavía se conserva en algunos lugares. Las reliquias de los Reyes Magos
  • 16. Lo más increíble de estos imprecisos Reyes Magos es que, a pesar de su escasa base existencial y su número tornadizo, existen sus reliquias corpóreas, que durante siglos se han contado entre las más famosas de la cristiandad. Su rocambolesca historia es la siguiente: Como siempre, fue la emperatriz Elena, madre del famoso Constantino y personaje al que se atribuye el descubrimiento de casi cualquier reliquia que exista, quien dio con sus cuerpos en alguna zona próxima a Palestina, trasladándolos a Constantinopla en el siglo IV. Eustorgio, obispo de Milán, se encargó de llevarlas a esta última ciudad pocos siglos después, en un viaje cargado de mágicas incidencias. Transportados en una carreta tirada por dos vacas, sufrió el feroz ataque de un lobo que dio muerte a una de ellas, pero Eustorgio castigó al fiero cánido obligándolo a uncirse al yugo para sustituir en el tiro a la vaca exterminada. Las reliquias permanecieron olvidadas en Milán hasta que, en 1162, el emperador del Sacro Imperio Romano Federico I, el famoso Barbarroja, conquistó la ciudad y su archicanciller, el arzobispo de Colonia Reinaldo de Dassel, “redescubrió” las mismas en la iglesia de Sant’Eustorgio. Como corresponde a la tradición occidental, eran tres y se mantenían en tan buen estado que sus cuerpos conservaban piel y cabellos. El objetivo de Reinaldo de Dassel era llevarlos a su sede arzobispal de Colonia, y así lo hizo en otro viaje preñado de aventuras que duró, según se dice, treinta días, y de cuyo itinerario dejó constancia en una carta dirigida a su punto de destino. Según ésta, pasó por Turín y por Moncenisio, y atravesó los territorios de Borgoña, Lorena y Renania. Por supuesto, otras crónicas hablan de itinerarios distintos, pero el caso es que numerosas poblaciones de Italia, Francia, Alemania y Suiza reclaman orgullosas el honor de haber dado cobijo y sustento a la comitiva de las reliquias, y recuerdan el acontecimiento con lápidas conmemorativas y albergues que se denominan “A los Tres Reyes”, “A las Tres Coronas”, “A la Estrella”, e incluso “Al morito”, refiriéndose a ese mago “negro” que describiera el “Pseudo Beda”. Incluso quedó un rastro de reliquias repartidas por las iglesias locales, como si el cortejo hubiese ido regalando a su paso fragmentos de los tres Magos. La magia post-mortem de los Reyes Magos Este despiece parece que no mermó en absoluto la cualidad milagrosa de los Reyes Magos, a los que los fieles atribuyeron de inmediato un gran poder curativo. De algo tenía que servir el que fueran magos. Con la experiencia de su viaje desde Oriente hasta Belén y tanta traslatio de sus reliquias de un lado para otro, se convirtieron rápidamente en protectores de los viajeros, como san Cristobal, y a ellos se acudía en demanda de ayuda antes de emprender el camino. Incluso se los consideró patronos del último viaje ya que, entre sus ofrendas, portaban mirra, una resina utilizada en la momificación de los cadáveres y que simbolizaba la
  • 17. inmortalidad, de manera que se les rezaba pidiendo una buena muerte. También se confeccionaban filacterias, breves textos escritos en papel con sus nombres y una oración, que se llevaban como talismanes para librarse de las jaquecas, la epilepsia, las fiebres y los hechizos. Estas filacterias se consideraban verdaderos objetos consagrados, ya que se creía que habían estado en contacto con los cráneos de las veneradas reliquias. Pero tampoco era imprescindible este necrófilo contacto pues, según un manuscrito del siglo XIII conservado en París, para combatir la epilepsia bastaba con murmurar al oído del enfermo una jaculatoria con el nombre de los tres Reyes Magos y de sus regalos. El poder profiláctico de estos monarcas era tan grande que, en Alemania, llegado el día de la Epifanía, era costumbre escribir con yeso las iniciales de sus nombres, “C+M+B”, en la puerta de las casas para que sus moradores quedaran protegidos contra demonios y sortilegios durante todo el año. Los hijos de Melchor, Gaspar y Baltasar Una leyenda tan exuberante en matices y diferencias no podía terminar así, sin más ni más, de manera que el asunto siguió creciendo y los Reyes Magos tuvieron descendencia. Fueron numerosas las familias europeas que, durante los siglos XIV a XVI, afirmaban descender de los famosos monarcas, incorporando a sus insignias heráldicas algún símbolo que lo reflejaba. Es el caso, por ejemplo, de los señores de Baux, linajudos nobles de la Provenza, que decían ser descendientes del rey Balthasar y lucían un blasón rojo con una estrella de plata de dieciséis puntas y estela de cometa. Sin embargo, de todos los descendientes del mágico trío de monarcas, el más famoso fue, sin duda, el Preste Juan, rey cristiano de un fabuloso reino situado en los enigmáticos confines de Asia. La fantástica historia cuajó en el siglo XII cuando apareció una carta enviada por este poderoso soberano al emperador de Constantinopla Manuele Comneno, aunque luego surgieron otras misivas enviadas a Federico Barbarroja y al propio Papa Alejandro III. Al igual que los Reyes Magos de quien descendía, el Preste Juan era un Rex et Sacerdos, es decir, aunaba la autoridad espiritual y terrenal, y en sus cartas describía los seres maravillosos que poblaban su reino, como el inigualable unicornio y el veloz sagitario “que tiene forma humana de la cintura hacia arriba, y de caballo hacia abajo”. ¿Leyenda? Quién sabe…
  • 18. La Estrella de Belén Si hay un elemento que destaca por encima de todos en los nacimientos que decoran las casas por Navidad, ése es la Estrella de Belén, cuyo origen y naturaleza ha sido desde siempre un misterio al que la ciencia ha buscado –sin éxito– explicación. La culpa deben repartírsela a partes iguales Orígenes y Giotto. El primero, porque en el siglo III sugirió la posibilidad de que la estrella de Belén citada en los evangelios fuera el cometa Halley. Y el segundo, porque en su arrogancia quiso inmortalizar la equivocada tesis en el año 1305, fecha de la que data su obra La adoración de los Reyes Magos. Y es que resulta que Giotto había visto tres años antes el paso del citado cometa sobre la bóveda celeste, espectáculo que se repite cada ochenta años despertando –y en ocasiones enervando– todas las fiebres milenaristas. Entonces, al ver aquella estrella de larga cabellera creyó que, posiblemente, era la Estrella de Belén de la que hablaban los textos sagrados. La grabó en su mente y de ahí la trasladó al pincel para su cuadro El error de Giotto provocó que cuando poco después comenzaron a popularizarse los belenes por Navidad, los primeros que pusieron figurillas al nacimiento decidieran coger una estrella con estela para representar a la enigmática luz de Belén. Así las cosas, es el Halley lo que preside nuestros belenes año tras año. Eso sí, el error es garrafal, porque aquel cometa pasó por Oriente Medio en el año 12 a. de C., es decir, casi una década antes del nacimiento del Mesías… Pero al margen de creencias, belenes y mitos, este astro ha provocado año tras año que astrónomos y expertos ofrezcan hipótesis de todo tipo para explicar su origen. La discusión es vana: “Si atendemos a lo que dicen los textos canónicos y apócrifos, cualquier explicación que pretenda ofrecerse es realmente ridícula porque ningún fenómeno cósmico puede explicar qué es la
  • 19. estrella de Belén”, asegura el experto en folklore Carlos Canales cuando se le pregunta por la última hipótesis para dar carta de naturaleza al astro que precedió al nacimiento y que guió a los Magos de Oriente. Dice esa última propuesta que la explosión de una estrella –es decir, una supernova– cuyo halo quedó durante meses clavado en la bóveda celeste pudo haber sido la causa. El Evangelio de Mateo nos ofrece la primera pista a seguir para identificar el fenómeno: la estrella condujo a los Magos hasta Jerusalén; allí se reunieron con Herodes para hacerle partícipe de que este descubrimiento podría señalar el lugar del anunciado nacimiento del Mesías y, mientras el iracundo monarca preparaba su infanticidio –que dicho sea de paso, también parece que fue un invento de los intérpretes o, cuanto menos, una exageración histórica–, los Reyes Magos se acercaron hasta donde la estrella les guió. Ésta se detuvo sobre el pesebre y los orientales le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Pero los problemas de interpretación empiezan aquí, porque aunque el mito está extendido por todo el orbe cristiano, la realidad nos dice que sólo Mateo cita el hecho. Por tanto, para poder ir un poco más allá es necesario acudir a los apócrifos, libros prohibidos por la Iglesia pero que, sin embargo, son fundamentales a la hora de explicar la iconografía navideña. Uno de quienes hicieron ese ejercicio fue El Bosco, que en su tríptico al óleo Adoración de los Magos nos dejó un legado sorprendente en donde el fenómeno no se representa cuan cometa de larga cabellera, sino con el aspecto de un oscuro Sol… La principal apuesta en el sentido de que la Estrella de Belén es una nova llega desde el Instituto de Astrofísica de Canarias, donde su Jefe de Proyectos, Mark Kidger, aseguró que, partiendo de los conocmientos astrológicos que se les ha de suponer a los Magos –a fin de cuentas pudieron ser astrólogos y, por tanto, algo duchos en el arte de observar el cielo– la explosión de la estrella nova DO Aquilae pudo haber sido el detonante de la adoración de los monarcas, ya prevenidos por una conjunción ocurrida en el año 7 a. de C., cuando los planetas Saturno, Júpiter y Marte se situaron casi juntos en el cielo provocando un hermoso espectáculo lumínico que en las comunidades zoroástricas expertas en astrología pudo haber tenido un especial significado. Sin embargo, el segundo evento, la explosión de la nova, acaeció en abril del año 4 a. de C., casi paralelamente a la muerte de Herodes. Y hoy sabemos que Jesús vino al mundo –en función de los pocos datos históricos que poseemos– al menos uno o dos años antes de la muerte del Rey. Una estrella peculiar
  • 20. Pese a todo, el “Libro de la infancia del Salvador” nos señala que “la estrella no gira como todas, no la oscurece la luz del Sol, es errante…”. Tal descripción no nos recuerda, en absoluto, a una nova, más teniendo en cuenta el apócrifo “Evangelio armenio de la infancia”, que nos remite a un comportamiento inteligente. Y es que la “X” de Belén apareció en el cielo, predeció la marcha de los Magos, deteniéndose en Jerusalén y, posteriormente, sobre el lugar del nacimiento. Así las cosas, tenemos pocas posibilidades. Si la citada estrella existió y fue un evento astronómico es que se exageraron los relatos que hablan de la misma, pero ciertamente ninguna de las posibilidades expuestas por los profesionales de la observación estelar coincide con las maniobras asombrosas de la misma. De San Nicolás a Santa Claus: entre la historia y la leyenda Y habiendo hablado de los Reyes Magos no podemos olvidarnos de otro personaje tan importante como ellos: el también muy popular Santa Claus, Papá Noel o Viejito Pascuero, entre otros muchos nombres que recibe en distintos lugares del mundo... San Nicolás, cuyo nombre significa "protector y defensor de los pueblos" fue tan popular en la antigüedad que se le han consagrado en el mundo más de dos mil templos. Era invocado por los fieles en los peligros, en los naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía difícil, consiguiendo éstos favores admirables por parte del santo. Por haber sido tan amigo de la niñez, en su fiesta se reparten dulces y regalos a los niños, y como en alemán se llama "San Nikolaus", lo empezaron a llamar Santa Claus, siendo representado como un anciano vestido de rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños. De San Nicolás escribieron muy hermosamente San Juan Crisóstomo y otros grandes santos, pero su biografía fue escrita por el Arzobispo de Constantinopla, San Metodio. Desde niño se caracterizó porque todo lo que conseguía lo repartía entre los pobres. Unos de sus tíos era obispo y fue éste quien lo consagró como sacerdote, pero al quedar huérfano, el santo repartió todas sus riquezas entre los pobres e ingresó a un monasterio. Según la tradición, en la ciudad de Mira, en Turquía, los obispos y sacerdotes se encontraban en el templo reunidos para la elección del nuevo obispo, ya que el anterior había muerto. Al fin dijeron: "elegiremos al próximo sacerdote que entre al templo". En ese momento sin saber lo que ocurría, entró Nicolás y por aclamación de todos fue elegido obispo. Fue muy querido por la cantidad de milagros que concedió a los fieles.
  • 21. En la época del Licino, quien decretó una persecución contra los cristianos, Nicolás fue encarcelado y azotado. Con Constantino fueron liberados él y los demás prisioneros cristianos. Se dice que el santo logró impedir que los herejes arrianos entrasen a la ciudad de Mira. El santo murió el 6 de diciembre del año 345. En oriente lo llaman Nicolás de Mira, por la ciudad donde fue obispo, pero en occidente se le llama Nicolás de Bari, porque cuando los mahometanos invadieron a Turquía, un grupo de católicos sacó de allí, en secreto, las reliquias del santo y se las llevó a la ciudad de Bari, en Italia. En esta ciudad se obtuvieron tan admirables milagros por su intercesión, que su culto llegó a ser sumamente popular en toda Europa. Es Patrono de Rusia, de Grecia y de Turquía. Si tuviéramos que atenernos a lo históricamente demostrado, podríamos terminar aquí. Pero hay un gran hecho histórico que no se puede desconocer: la devoción a San Nicolás de Bari, intensa y extensa. Podríamos decir que, si los milagros abundantísimos que se atribuyen a San Nicolás no están probados, sí lo está el milagro patente de que sea el Santo de iconografía más numerosa, de tal modo que las imágenes de San Nicolás sólo ceden en número a las de la Santísima Virgen. Los marineros del Mediterráneo oriental le veneran como patrono. Los niños de muchos países esperan de él los juguetes. Si no tenemos una biografía suya hasta cinco siglos después de su muerte (847), y en ella hay más devoción entusiasta que documentación histórica, poseemos una tradición ininterrumpida que nos autoriza a trazar aquí la biografía popular entrañable del Santo de Mira y de Bari. En este relato tradicional puede efectuarse una discriminación que separe lo probable o admisible de lo improbable y absurdo. Que sus padres se llamaron Epifanio y Juana se puede admitir. Es pura leyenda que se tratase de un matrimonio estéril al que un ángel se apareció anunciándoles el nacimiento de un hijo llamado a la santidad. Se quiere que esta vocación fuese tan fuerte que el recién nacido se apartaba del pecho nutricio los días de ayuno. La imaginación popular se ha recreado con esta imagen y la misma actitud ha sido atribuida a otros santos. Temprana y ejemplar devoción juvenil, encendida caridad, que se manifiesta desde la infancia. ¿Por qué no? Que su caridad moviese a Dios a un gran milagro en plena juventud de Nicolás y en la ciudad de Pátara, donde se afirma que nació, ya pertenece a una leyenda piadosa un poco excesiva. Al dirigirse Nicolás al templo, según esta leyenda, una pobre paralítica le pidió limosna. Pero el Santo había repartido ya todo lo que llevaba, y entonces, elevando los ojos al cielo y orando internamente con brevedad, dijo a la paralítica: "En el nombre de Jesús, levántate y anda". Y al momento recobró la pobre mujer el uso de sus miembros paralizados. De los hechos de la vida del Santo, el más difundido y el más generalmente aceptado por doquiera no es milagroso de suyo, aunque sí muestra de generosa y encendida caridad. Había en Pátara, según se dice, un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a las que no podía casar por falta de dote. Y el hombre fue tan ruin que maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener dinero. Súpolo
  • 22. Nicolás—no es necesario admitir que por especial revelación divina, como quieren algunos—y, deslizándose en el silencio de la noche hasta la casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojó por la ventana de la alcoba del hombre una bolsa de oro. Se retiró sin ser oído. Al día siguiente el hombre, con enorme regocijo, abandonó su criminal idea y destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se casó. El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su excursión nocturna y dejó otra bolsa. Y éste fue el dote de la segunda de las jóvenes. Nicolás repitió el donativo la vez tercera, pero en esta ocasión fue sorprendido por el padre, arrepentido ya de sus malos pensamientos, que se explayó en manifestaciones de gratitud y de piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido Nicolás el generoso donante. Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la bolsa ocurriera el hecho en lunes, en esto se funda la devoción de los tres lunes de San Nicolás. Se afirma que el Santo perdió a sus padres siendo aún muy joven y que, sintiendo vivamente la vocación sacerdotal, acogióse al amparo de un tío suyo, que le precedió en la silla episcopal de Mira. Este último detalle no puede darse como cierto. Ni tampoco que, una vez sacerdote, se le confiase la abadía del monasterio de Sión. Y en cuanto a la peregrinación a Tierra Santa, que efectuó poco despues, parece que existe una confusión entre San Nicolás de Bari y otro Nicolás, también obispo, que rigió la diócesis de Pinara en el siglo VI. En los primeros textos biográficos de los siglos IX y X, los dos obispos del mismo nombre aparecen confundidos, pero la moderna investigación ha puesto de relieve la existencia del segundo, que había sido negada. Sobre la designación de San Nicolás para la silla episcopal de Mira, hecho histórico indudable, flota también una admisible leyenda piadosa. Se afirma que, no llegando a un acuerdo los electores, un anciano obispo, sin duda por inspiración divina, propuso que se designara al primer sacerdote que entrase en el templo a la siguiente mañana. Este sacerdote fue San Nicolás, que tenía costumbre de celebrar muy a primera hora. Pareció con esto que el dedo de Dios lo señalaba, y fue electo y consagrado obispo de Mira, sede que ocupó hasta su muerte. La ceremonia de la consagración se completa con un nuevo milagro sumamente dudoso, pero que citamos porque en él se funda la devoción de los que consideran a San Nicolás como abogado especial para casos de incendio. Quiere la tradición que, hallándose el nuevo obispo vestido de pontifical, penetrase en el templo una infeliz mujer que llevaba en brazos a un niño muerto abrasado. Lo depositó sin decir palabra a los pies del obispo, el cual oró brevemente, obteniendo del poder de Dios que el pobre niño volviese a la vida. Lo cual no impide que, en su viaje de ida al concilio, se sitúe el menos admisible y más burdamente popular de sus milagros, que debemos referir a pesar de todo, porque es la leyenda que mas influencia ha ejercido sobre la iconografía de San Nicolás. En la mayoría de las estampas e imágenes aparece San Nicolás al lado de una especie de
  • 23. cubo, del cual salen tres niños en ademán de orar y dar las gracias. Esto alude a una conseja atroz, a la que no se concede el menor crédito histórico. Pretende que, yendo San Nicolás camino de Nicea para asistir al concilio acompañado de Eudemo, obispo de Pátara, y tres sacerdotes más, se detuvieron al caer de la tarde en un mesón o ventorro donde determinaron pasar la noche. Al servirles la cena el ventero puso sobre la mesa una fuente llena de tasajos, al parecer de atún en escabeche. Dispúsose San Nicolás a echar la bendición, y en el mismo instante se le reveló que aquellos tasajos no eran de otra cosa que de carne humana. El ventero era un asesino que, de vez en cuando, mataba a un huésped y salaba la carne, que ofrecía después a otros. Las últimas víctimas habían sido tres adolescentes, que yacían ahora—si a eso puede llamarse yacer—despedazados en una cuba, San Nicolás acusó al ventero de su horrendo crimen y, como el mal hombre la quiso negar, el Santo conminó a todos a que le acompañasen a la bodega o despensa, donde, puesto en oración frente a una cuba, salieron de ella los tres muchachos vivos, que dieron gracias al Santo por su intercesión. Registrado este milagro apócrifo para explicar al lector el sentido de la más acostumbrada representación de San Nicolás, nos queda por decir que el obispo vivió santamente hasta los sesenta y cinco años de edad y que se da como fecha de su muerte el 6 de diciembre del 345. Enterrado en la iglesia de Mira permaneció el cuerpo de San Nicolás por espacio de setecientos cuarenta y dos años, hasta que, habiendo pasado la ciudad y todo aquel territorio a manos de los sarracenos, cundió en las poderosas ciudades italianas, donde la devoción al Santo era muy viva, el propósito de realizar una expedición para el rescate de sus restos mortales. Donde más intensamente arraigó el propósito fue en Venecia y en Bari. Los de está última ciudad dieron cima a la empresa utilizando un barco que en apariencia iba a llevar trigo a Antioquía. Lograron apoderarse de la venerada reliquia y desembarcar con ella en Bari el 9 de mayo de 1087. Allí reposan desde entonces los restos del Santo, que por eso es llamado de Bari, y la ciudad es centro de peregrinaciones de devotos de todas partes. San Nicolás es patrono de marinos y navegantes, porque se cuenta que en una ocasión aquietó las olas enfurecidas, salvando un barco próximo a zozobrar. Y es él, bajo su propio nombre en países católicos, y como la mítica figura de Santa Claus (Saint Nicholas—Sint Klaeg— Santa Claus ) entre protestantes, quien trae juguetes a los niños. Ha resultado, en verdad, "vencedor de pueblos' por la universalidad de la devoción que inspira. Las luces del Belén Una silenciosa guerra de religión ha dado forma a las fiestas tradicionales. El Árbol se enfrentó al pesebre, Santa Claus combatió contra los Magos y el acebo destronó al muérdago. Al embate cristiano
  • 24. contra el paganismo, se sumó la pugna entre católicos y protestantes, latinos y nórdicos, norteamericanos y europeos. La representación del nacimiento de Jesús y la Adoración son casi tan antiguos como la Iglesia de Roma. Los primeros testimonios datan del siglo IV. En el siglo VII ya existía una recreación formal de la gruta de la Natividad en la basílica romana de Santa María la Mayor. Durante la Edad Media, esa tradición se consolidó en forma de dramas evocadores de la Natividad, escenificados en las Iglesias. En ocasión de la misa de Navidad solía representarse el episodio evangélico del nacimiento de Jesús con la participación del pueblo. Una madre con su hijo de pecho, o una doncella con un niño, recibían la visita de algunos pastores tan reales como la vida misma. A un vecino barbudo se le confiaba el papel de San José. El agraciado debía soportar el abucheo de todo el auditorio cuando pretendía tocar al niño. Pero de aquellos primeros belenes vivientes y festivos nació un género teatral. En el siglo XII, el anónimo conocido como Auto de los Reyes Magos empezaba con un Gaspar maravillado ante la visión de la Estrella de Belén. Hoy esta pieza de probable origen catalán es una referencia obligada en la historia de la literatura mundial. La representación de un drama litúrgico de este género conmovió a San Francisco de Asís. Y en 1223, con la autorización del Papa Honorio III, este santo fabricó el primer belén navideño del que se tiene noticia en una gruta de la Toscana italiana: un niño Jesús esculpido en piedra, acostado en el pesebre, entre un buey y un asno vivos. Franciscanos y monjas clarisas lo difundieron por toda Italia y la aristocracia lo adoptó como costumbre. El sentimiento popular Sin embargo, a pesar de contar con el aval oficial del Papa el belén de San Francisco no se inspiraba sólo en el Evangelio canónico, sino también en apócrifos condenados por la propia Iglesia en el siglo IV, como el Pseudo- Mateo. Esto tiene un significado reseñable, porque indica que nació con vocación integradora, abierto a la religiosidad popular y al material dorado de la leyenda, generando así un ámbito de comunión alejado de la seriedad teológica y doctrinal. El rey Carlos III traería esta moda desde Nápoles a España en el siglo XVIII. Su famoso Belén del Príncipe –una esmerada obra realizada por artistas valencianos a pedido del monarca– puede admirarse hoy en el Palacio Real. Entre las señas de identidad de esta representación de la Natividad destacan los animales. Al buey y al asno pronto se añadió el gallo, que asumió el papel del ave anunciadora del advenimiento de Cristo a todas las criaturas. Con los años, la imaginación popular fue agregando otros elementos característicos para recrear la vida cotidiana, dando realismo al nacimiento.
  • 25. Desde este punto de vista, el detalle más curioso lo constituyen esas figuras de pastores o campesinos representadas en cuclillas y en el acto de defecar, conocidas como cagoner, caconi, caganceiros, cagoneras o cagones, según las regiones y países. Son imágenes que aparecen incluso en la sillería de la Catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), en algunas fachadas de Iglesias del siglo XV y hasta en un magnífico relieve en mármol denominado La Virgen y la montaña de Montserrat, obra anónima del siglo XVII que se conserva en Valencia. En el siglo XVI, la Reforma protestante se mostró hostil al belén, que hasta entonces gozaba de excelente salud en Alemania, cuna de uno de los primeros belenes históricos: el de Fussen. El rechazo protestante inspiró una reacción católica y movilizó a los jesuitas "la milicia de la Contrarreforma", que promovieron las asociaciones de "amigos del belén". El resultado de esta peculiar batalla fue su amplia difusión y democratización en los países católicos, donde se transformó en un escenario hogareño habitual en las casas de la burguesía durante el siglo XIX. En el siglo XX la costumbre se extendería a las clases medias acomodadas. Sin duda, el término "belén" también contenía un simbolismo de profunda resonancia espiritual, ya que esta palabra significa "la casa del pan" y alude a Cristo como "pan que da la vida". Actualmente, este significado original de la Navidad se ha perdido para la gran mayoría y esta festividad cristiana ha llegado a homologarse con la tradición pagana de la Nochevieja y el Año Nuevo, pero en sus inicios mantuvo un vínculo estrecho con el sentimiento religioso popular. Los sones navideños Si el belén nacido en Italia aportó la imagen navideña más clásica en los países católicos, el villancico español se había anticipado a su introducción en la Península, creando la música más adecuada. Este género aparece ya en el siglo XV, como forma de acompañar la representación de los Autos de Navidad con una cantata en el interior de la propia iglesia, que originariamente fue monódica y más tarde derivó en polifónica, cuando al solista se sumó el coro. Probablemente, su origen consistió en adaptaciones de poemas profanos medievales de amor humano, reconvertidos en temas de "amor a lo divino". Así lo sugiere su forma clásica –muy próxima a las estructuras medievales–, que consiste en un estribillo seguido de una estrofa y rematado por una coda que retoma el tema inicial. Ese el siglo XV, Gómez Manrique inició la tradición autóctona con una canción navideña. En los siglos de oro de las letras españolas, este género adquirió un enorme prestigio gracias a poetas de la talla de Lope de Vega y Luis de Góngora. Su éxito fue clamoroso. Entre 1588 y 1605 se llegaron a publicar tres antologías de villancicos en España. Y antes de que acabara el siglo XVII
  • 26. la entrañable tradición desembarcaba en América. La fecha clave de este hito histórico se remonta al año 1689, cuando en la catedral de Puebla se cantó el primer villancico nacido en el Nuevo Mundo. Su autora fue la poetisa y mística mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de amplia cultura humanística, admiradora de la poesía de Góngora y uno de los talentos más destacados de la poesía hispanoamericana. Árbol de Luz, Árbol de Vida El Árbol navideño proviene de una tradición diferente. Símbolo universal como Árbol de la Vida desde antiguo, su conversión en un emblema navideño se produjo en los países nórdicos, donde existía una tradición pagana del Árbol de Luz (Lichterbaun). En el ciclo artúrico y griálico, se prefigura su adopción por el cristianismo, cuando Parsifal –el caballero de corazón puro que llega a la corte de Arturo en Pentecostés– tiene la visión de un Árbol de Luz con el niño Jesús en su copa. En Europa, su origen precristiano lo asociaba con el roble, árbol sagrado de los druidas, y también con otras especies veneradas por los pueblos autóctonos, como el pino. Pero la Iglesia acabó por imponer el abeto, argumentando que su forma triangular era más apropiada a la Trinidad, del mismo modo que desplazó al muérdago –planta sagrada de la antigüedad, traída como un don por los dioses a la Tierra– en beneficio del acebo, o que prefirió la piña a la manzana como símbolo de inmortalidad. Aunque esta última parecía idónea, porque al cortarla por la mitad sus semillas dibujan una estrella de cinco puntas evocadora de "la Estrella de Belén", estaba demasiado asociada con la iconografía de Venus –diosa del amor, famosa por su tendencia a incurrir en adulterio–, aparte de que también se había convertido en la fruta del Árbol del Conocimiento del Génesis en la imaginería popular, que la vinculaba con las ideas de tentación y pecado original. En el siglo XVI, Martín Lutero adornó el abeto con velas, transformándolo en una representación del Árbol Cósmico. En el siglo XVIII, los sopladores de vidrio de Bohemia impusieron las bolas de colores brillantes que han perdurado hasta el día de hoy como un emblema del cielo estrellado. En cualquier caso, el Árbol aporta elementos de notable interés. Por un lado, establece un vínculo con las tradiciones paganas en calidad de "Eje del mundo", símbolo del principio masculino que sirve de puente entre la Tierra y el Cielo. Su raíz se hunde en el "Ombligo del mundo", apuntando al centro de Gaia como matriz materna de la vida, y su copa se alza hacia el firmamento paterno, que tradicionalmente representa el ámbito celestial.
  • 27. Por otro, la inclusión de la Estrella de Belén en la cima funde en un único emblema sagrado a todos los antiguos cultos estelares de egipcios, persas y babilónicos y les convierte en anunciadores del nacimiento del Mesías cristiano. Con el tiempo la vieja hostilidad ha desaparecido. Hoy el Árbol y el belén conviven en pacífica armonía, como los Magos de Oriente y Santa Claus. Nuestras navidades se han convertido así en un escenario sincrético y hospitalario, acorde con una cultura planetaria y democrática. En este nuevo ámbito, el antiguo culto del árbol integra numerosas tradiciones, como el que recoge la Festa del Pi catalana y mallorquina, una costumbre que también se observa en Francia –bûche de Nöel– y en otros países europeos. El tió catalán es el tronco de un pino talado para esa ocasión, quemado en el hogar, como símbolo del fuego solar que se pretende reavivar en el momento en el cual los días empiezan a alargarse y las noches a acortarse. En una oquedad del tronco se esconden golosinas y regalos, que salen a la luz por medio del apaleamiento del tió, como animados por una varita mágica. Pero las formas que adquiere este simbolismo del árbol y el fuego son enormemente variadas, incluso sin abandonar la Península Ibérica. En todos los casos, es frecuente que a las cenizas del tronco o leños quemados se les atribuyan efectos mágicos y virtudes sanadoras variadas, según algunas creencias que, seguramente, se remontan a la noche de los tiempos. Juguetes y regalos Si la Natividad inicia el ciclo del solsticio de invierno el 25 de diciembre, la Adoración de los Magos lo cierra el 6 de enero. Originariamente, Santa Claus –el hijo americano del Klaus holandés, primo hermano del Papá Noel francés y del Padre Invierno británico– repartía sus regalos en 8 de diciembre. Pero la costumbre trasladó su día al 25 de diciembre, en competencia con la tradición católica de hacer coincidir los regalos infantiles con los presentes que los Magos hicieron a Jesús en el pesebre, en la festividad del 5 de enero. De todos modos, el Santa Claus nórdico y anglosajón se inspiró en dos fuentes muy distintas: una pagana y otra católica. La primera aportó la personificación del invierno, que hunde sus raíces en la cultura vikinga. La segunda nació del culto popular a un obispo católico del siglo IV, histórico como la vida misma y famoso por sus milagros y su generosidad, que le llevó a prodigar todos sus bienes entre los pobres.
  • 28. La leyenda piadosa atribuyó al buen San Nicolás numerosos prodigios, entre ellos el de dar evangélicamente, sin darse a conocer. Así, por ejemplo, en una ocasión dejó caer por la chimenea de una casa bolsas con monedas de oro para aportar la dote con que casar a tres jóvenes, cuyo padre arruinado estaba a punto de casar con quien pagara el precio. Sin embargo, mucho más tarde el pobre Nicolás vería cómo se le privaba de su hábito y tocado obispal. Su imagen fue reconvertida en la de un gnomo regordete de resonancias paganas, evocador de los duendes buenos, y se le enfundó en un traje rojo, añadiéndole un gorro picudo de idéntico color. En el siglo XIX, los americanos decidieron motorizarlo, dotándolo con el famoso trineo volador tirado por renos y suavizaron su aspecto inicial de gnomo hasta transformarlo en un señor gordo y bonachón, con abundante melena de plata y largas barbas blancas como la nieve. De la memoria de su antiguo modelo pagano conservaría su residencia en el Polo Norte y del San Nicolás cristiano y legendario le quedaría la costumbre de entrar por las chimeneas para dejar regalos a los niños buenos. La nueva generación –que nada sabe de antiguas guerras, pero sí mucho de sacarle partido a la tradición–, se ha apuntado al Santa Claus americano sin renunciar a los Reyes Magos católicos, como una forma de recibir regalos en ambas fechas. En origen, el presente navideño era un símbolo mediante el cual se expresaba el deseo de distinguir al beneficiario con un amuleto de buen augurio para iniciar el nuevo año. En este sentido, representa un gesto afectuoso, mediante el cual se pretende enseñarnos un valor espiritual: la alegría de dar. Del ágape al banquete Actualmente, el banquete copioso y bien regado en vinos y cavas diversos, es una seña de identidad que tienen en común Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo. Sin embargo, al principio se solía ayunar en vísperas de la Navidad. La comida después de medianoche era frugal y conservaba un sentido cercano de ágape ritual. La ingesta se limitaba a una simple colación, a la que con el tiempo se añadirían verduras, frutas y dulces, pero excluyendo la carne. Cuando también se hizo costumbre añadir pescado, se abrió de par en par la puerta al banquete navideño moderno.
  • 29. Pero el primer ancestro de los postres, panetones y roscones, fue simplemente un pan especial llevado a la iglesia para ser bendecido durante la misa de medianoche. De este "pan de Navidad" sólo se comía un trozo. El resto se guardaba como remedio mágico para usarlo en caso de enfermedad, una costumbre que más tarde se extendería a los bollos y al roscón de Reyes. En el corazón de las navidades convergen muchas culturas, cuya memoria reclama nuestra atención. Tal vez, sería enriquecedor que aprovecháramos el ciclo festivo para pensar en su significado. Los símbolos que se concentran en este escenario evocan la idea de nacimiento y renacimiento, el Sol que muere con el día más corto del año para volver a renovar el ciclo. De ahí que la ubicación de fin de año y Año Nuevo a mitad del ciclo del solsticio, que se extiende de Navidad a Reyes, esté cargado de referencias cósmicas y aluda al cielo y a los ritmos estacionales. La Navidad cristiana no ignora este simbolismo ancestral y pagano, pero se erige en una imagen cristalizada que, a través del belén y el Árbol, actualiza un evento único: la irrupción de Dios en la historia, encarnando una existencia mortal, para conferir inmortalidad a la aventura del hombre. Josep Riera, con textos propios e informaciones de Bruno Cardeñosa, José G. de la Cruz y Javier Navarrete Sígueme a la portada principal Regreso a la portada de la sección