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JUSTA  VENGANZA Luis Tamargo.
Resultaba extraño encontrar a El Montañés entre el bullicio de las calles y los comercios de la ciudad, pero si estaba en Digon, sin duda, se debía a un buen motivo. Eran las fiestas de la comarca y la ciudad se engalanaba de llamativas carrozas y gentes elegantemente ataviadas. No faltaban los rodeos, las carreras y doma de caballos ni tampoco las ferias y los concursos de baile entre el olor de alcohol y ganado. En la plaza central, a duras penas, el alguacil estaba dando lectura a los finalistas de la prueba de doma, pues el griterío de la muchedumbre apenas le dejaba escucharse a sí mismo. Uno de los nombres que pronunció entre los seleccionados para la prueba final, que se celebraría a la mañana siguiente, a El Montañés no le pasó desapercibido.
Sí, el rancho de Jota Méndez, como por allí era conocido, era uno de los más grandes y mejores de todo el llano, aunque su cuadrilla tenía merecidamente ganada la fama de camorrista. Por eso procuraban respetar el entorno del rancho Jota Eme, nadie deseaba acarrearse problemas. Hace ya muchos años que Jota Méndez y él se encontraron, tantos que ya no le reconocería. Por aquel entonces, el Montañés no tenía barba, pero su experiencia en la doma y como acarreador de ganado era de una valía reconocida y admirada, a pesar de su juventud.
Conoció a Jota Eme casualmente, necesitaba llevar dinero extra a casa y el nuevo rancho de los Erre García le contrató para trasladar una considerable partida de reses desde el oeste. Jota Eme era el nuevo capataz y, desde el principio, algo puso en alerta a el joven Montañés, pues sus eficaces maniobras, propias de profesional abnegado, no eran bien acogidas. Sí, hace demasiados años que El Montañés ya no practica la doma ni juega a las carreras... Tan cierto como que tampoco es amigo de bromear. Con el paso del tiempo da la impresión de que hoy existe así desde siempre y a nadie le importa rebuscar en la memoria para hallar aclaraciones perdidas, sobre todo si preguntar significa crearse conflictos.
Por eso a nadie parece interesarle por qué el rancho Jota Eme se edificó en el mismo solar y sobre parte del antiguo rancho de los Erre García. En efecto, el nuevo rancho doblaba en extensión las fincas ocupadas del antiguo y, allí, Jota Eme tenía su guarida, sus cuadras, sus  incalculables fincas.  El Montañés nunca tuvo rancho, tan solo una cabaña que mantener. Eran otros tiempos, tenía mujer y un niño, por lo que su trabajo era el único sustento y es por ellos que se preocupaba en realizarlo lo mejor que sabía. A nadie importó cuando Jota Eme le despidió del rancho, no sobraban buenos jinetes, pero él parecía estar de sobra al no encajar con algunos soslayados intereses.
Fue duro, sí, pero al Montañés nada le ata ahora ni tampoco le faltan arrestros frente a la catástrofe de cualquier índole. Ya hace muchos años también que recorre senderos inexistentes entre montes y veredas inhóspitas, con la sola compañía de rapaces y reptiles, por lo que sonríe para sus adentros al comprobar cómo hay caminos invisibles que nos traen y nos llevan obedeciendo quizás a misterios insospechados. En la oscuridad de la noche nadie se percató de la sombra que cruzaba el rancho, sigilosa, tal vez un gato montés, mejor dejarlo marchar... Cuando el resplandor de las llamas iluminó el cielo ya era tarde, las cuadras ardían con violencia inusitada y algunos caballos que lograron escapar corrían despavoridos saltando todo cercado.
Las reses igualmente arrasaron contra todo obstáculo que cerraba su paso y arremetieron en masa contra las instalaciones, desperdigándose por las plantaciones. Los hombres que reaccionaron tardíamente e iban saliendo fuera de las dependencias eran insuficientes para apagar el incendio, siquiera para controlarlo, pues se había propagado con la velocidad del trueno... Cuando llegó Jota Eme desde la ciudad, después de ser avisado e interrumpido en pleno festejo de premios, la situación de las cuadras era humeante y, ahora, el fuego invadía la mansión, arrollando con sus lenguas ardientes puertas, ventanas y todo cuanto encontraba a su paso. El rostro del capataz se desfiguró, sin atinar a preguntar cómo o dónde. Nada quedaba de su hacienda, ni cuadras ni ganado, nada peor podía superar aquella ruina...
Al menos, gracias a la feria, los mejores caballos quedaron en la ciudad, pero aquel consuelo duró menos que una hoguera. El siguiente aviso lo trajo un jinete desde Digon, las casetas de las fiestas eran pasto de las llamas, de un infierno que de súbito y por desgracia solo invadió las pertenencias de Jota Méndez. Por si fuera poco, además, la yegua finalista del capataz había aparecido muerta, a todas luces envenenada. Las fiestas de aquel año se recordaron durante largo tiempo y, lejos de la consternación, algo decía a las gentes temerosas del lugar que ni siquiera Jota Eme, a pesar de su mala reputación, era intocable...
Al menos estaba con vida, debería estar agradecido. Él no tuvo rancho ni cuadras ni caballos costosos sino una cabaña, mujer e hijo, pero al menos estaba vivo, estaba contento. ...La sombra del jinete que cabalgó aquella noche sobre el lomo de Cerro Colorado se proyectó afilada, prologándose hasta un amanecer claro y limpio de nubes, lejos de la ciudad.
*Es Una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo. El autor: http://leetamargo.blogspot.com

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JUSTA VENGANZA de El Montañés contra Jota Méndez

  • 1. JUSTA VENGANZA Luis Tamargo.
  • 2. Resultaba extraño encontrar a El Montañés entre el bullicio de las calles y los comercios de la ciudad, pero si estaba en Digon, sin duda, se debía a un buen motivo. Eran las fiestas de la comarca y la ciudad se engalanaba de llamativas carrozas y gentes elegantemente ataviadas. No faltaban los rodeos, las carreras y doma de caballos ni tampoco las ferias y los concursos de baile entre el olor de alcohol y ganado. En la plaza central, a duras penas, el alguacil estaba dando lectura a los finalistas de la prueba de doma, pues el griterío de la muchedumbre apenas le dejaba escucharse a sí mismo. Uno de los nombres que pronunció entre los seleccionados para la prueba final, que se celebraría a la mañana siguiente, a El Montañés no le pasó desapercibido.
  • 3. Sí, el rancho de Jota Méndez, como por allí era conocido, era uno de los más grandes y mejores de todo el llano, aunque su cuadrilla tenía merecidamente ganada la fama de camorrista. Por eso procuraban respetar el entorno del rancho Jota Eme, nadie deseaba acarrearse problemas. Hace ya muchos años que Jota Méndez y él se encontraron, tantos que ya no le reconocería. Por aquel entonces, el Montañés no tenía barba, pero su experiencia en la doma y como acarreador de ganado era de una valía reconocida y admirada, a pesar de su juventud.
  • 4. Conoció a Jota Eme casualmente, necesitaba llevar dinero extra a casa y el nuevo rancho de los Erre García le contrató para trasladar una considerable partida de reses desde el oeste. Jota Eme era el nuevo capataz y, desde el principio, algo puso en alerta a el joven Montañés, pues sus eficaces maniobras, propias de profesional abnegado, no eran bien acogidas. Sí, hace demasiados años que El Montañés ya no practica la doma ni juega a las carreras... Tan cierto como que tampoco es amigo de bromear. Con el paso del tiempo da la impresión de que hoy existe así desde siempre y a nadie le importa rebuscar en la memoria para hallar aclaraciones perdidas, sobre todo si preguntar significa crearse conflictos.
  • 5. Por eso a nadie parece interesarle por qué el rancho Jota Eme se edificó en el mismo solar y sobre parte del antiguo rancho de los Erre García. En efecto, el nuevo rancho doblaba en extensión las fincas ocupadas del antiguo y, allí, Jota Eme tenía su guarida, sus cuadras, sus incalculables fincas. El Montañés nunca tuvo rancho, tan solo una cabaña que mantener. Eran otros tiempos, tenía mujer y un niño, por lo que su trabajo era el único sustento y es por ellos que se preocupaba en realizarlo lo mejor que sabía. A nadie importó cuando Jota Eme le despidió del rancho, no sobraban buenos jinetes, pero él parecía estar de sobra al no encajar con algunos soslayados intereses.
  • 6. Fue duro, sí, pero al Montañés nada le ata ahora ni tampoco le faltan arrestros frente a la catástrofe de cualquier índole. Ya hace muchos años también que recorre senderos inexistentes entre montes y veredas inhóspitas, con la sola compañía de rapaces y reptiles, por lo que sonríe para sus adentros al comprobar cómo hay caminos invisibles que nos traen y nos llevan obedeciendo quizás a misterios insospechados. En la oscuridad de la noche nadie se percató de la sombra que cruzaba el rancho, sigilosa, tal vez un gato montés, mejor dejarlo marchar... Cuando el resplandor de las llamas iluminó el cielo ya era tarde, las cuadras ardían con violencia inusitada y algunos caballos que lograron escapar corrían despavoridos saltando todo cercado.
  • 7. Las reses igualmente arrasaron contra todo obstáculo que cerraba su paso y arremetieron en masa contra las instalaciones, desperdigándose por las plantaciones. Los hombres que reaccionaron tardíamente e iban saliendo fuera de las dependencias eran insuficientes para apagar el incendio, siquiera para controlarlo, pues se había propagado con la velocidad del trueno... Cuando llegó Jota Eme desde la ciudad, después de ser avisado e interrumpido en pleno festejo de premios, la situación de las cuadras era humeante y, ahora, el fuego invadía la mansión, arrollando con sus lenguas ardientes puertas, ventanas y todo cuanto encontraba a su paso. El rostro del capataz se desfiguró, sin atinar a preguntar cómo o dónde. Nada quedaba de su hacienda, ni cuadras ni ganado, nada peor podía superar aquella ruina...
  • 8. Al menos, gracias a la feria, los mejores caballos quedaron en la ciudad, pero aquel consuelo duró menos que una hoguera. El siguiente aviso lo trajo un jinete desde Digon, las casetas de las fiestas eran pasto de las llamas, de un infierno que de súbito y por desgracia solo invadió las pertenencias de Jota Méndez. Por si fuera poco, además, la yegua finalista del capataz había aparecido muerta, a todas luces envenenada. Las fiestas de aquel año se recordaron durante largo tiempo y, lejos de la consternación, algo decía a las gentes temerosas del lugar que ni siquiera Jota Eme, a pesar de su mala reputación, era intocable...
  • 9. Al menos estaba con vida, debería estar agradecido. Él no tuvo rancho ni cuadras ni caballos costosos sino una cabaña, mujer e hijo, pero al menos estaba vivo, estaba contento. ...La sombra del jinete que cabalgó aquella noche sobre el lomo de Cerro Colorado se proyectó afilada, prologándose hasta un amanecer claro y limpio de nubes, lejos de la ciudad.
  • 10. *Es Una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo. El autor: http://leetamargo.blogspot.com