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ARQUITECTURA POL¸TICA DEL MIEDO
Insumisos Latinoamericanos
Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional
Directores
Robinson Salazar Pérez
Nchamah Miller
Cuerpo académico y editorial
Pablo González Casanova, Jorge Alonso Sánchez,
Fernando Mires, Manuel A. Garretón, Martín Shaw,
Jorge Rojas Hernández, Gerónimo de Sierra,
Alberto Riella, Guido Galafassi, Atilio Borón, Roberto Follari,
Eduardo A. Sandoval Forero, Ambrosio Velasco Gómez,
Celia Soibelman Melhem, Ana Isla, Oscar Picardo Joao,
Carmen Beatriz Fernández, Edgardo Ovidio Garbulsky,
Héctor Díaz-Polanco, Rosario Espinal, Sergio Salinas,
Lincoln Bizzorero, Álvaro Márquez Fernández, Ignacio Medina,
Marco A. Gandásegui, Jorge Cadena Roa, Isidro H. Cisneros,
Efrén Barrera Restrepo, Robinson Salazar Pérez,
Ricardo Pérez Montfort, José Ramón Fabelo,
Bernardo Pérez Salazar, María Pilar García,
Ricardo Melgar Bao, Norma Fuller, Flabián Nievas,
Juan Carlos García Hoyos, John Saxe Fernández,
Gian Carlo Delgado, Dídimo Castillo,
Yamandú Acosta, Julián Rebón.
Comité de Redacción
Robinson Salazar Pérez
Nchamah Miller
Melissa Salazar Echeagaray
Universidad de Buenos Aires
Autoridades Rectorales
Rubén Hallú
Rector
Beatriz Guglielmotti
Vicerrectora
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Secretario General
Facultad de Ciencias Sociales
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Decano
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Secretaría de Gestión Institucional
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Secretaría Académica
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Julián Rebón
Director
Carolina Mera
Paulina Aronson
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Comité Académico
Claustro de Investigadores
UNIVERSIDAD DE BUEN0S AIRES,
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República Argentina
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MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
ARQUITECTURA POL¸TICA
DEL MIEDO
DIRECTORES DEL PROYECTO
ROBINSON SALAZAR P.
MELISSA SALAZAR E.
COMPILADOR
FLABIÁN NIEVAS
ARTICULISTAS
Flabián Nievas, Pablo Bonavena, Javier Meza,
Ana Victoria Parra González, Sonia Winer,
José Luis Cisneros, María Concepción Gorjón Barranco,
Martín Gabriel Barrón Cruz, Sebastián Goinheix, Carlos Villa
Instituto de Investigaciones Gino Germani
Universidad de Buenos Aires
Colección
Insumisos Latinoamericanos
elaleph.com
Arquitectura política del miedo / Flabián Nievas... [et.al.]; compilado por Flabián
Nievas; dirigido por Robinson Salazar Pérez y Melissa Salazar Echeagaray. - 1a ed.
– Buenos Aires: Elaleph.com, 2010.
304 p.; 21x15 cm. - (Insumisos latinoamericanos / Robinson Salazar Pérez)
ISBN 978-987-1701-06-3
1. Sociología. 2. Inseguridad. I. Nievas, Flabián II. Nievas, Flabián, comp.
III. Salazar Pérez, Robinson, dir. IV. Salazar Echeagaray, Melissa, dir.
CDD 301
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Primera edición
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ISBN 978-987-1701-06-3
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Homenaje a Atilio Borón
forjador de pensamiento, educador apóstol,
guía y tutor de varias generaciones y
hombre de conducta vertical ante la injusticia y horizontal
ante las voces que reclaman democracia
ÍNDICE
Prólogo
Robinson Salazar y Melissa Salazar 15
El miedo sempiterno
Flabián Nievas y Pablo Bonavena 21
¿Qué es el miedo? 22
El miedo como argumento de lo social y lo político 29
Guerra y miedo 37
La política del miedo 43
A modo de síntesis 47
La pastoral del miedo fraguado en la culpa
Javier Meza 49
El orden ideal según la institución 51
Construcción del terror por amor dentro de la institución 53
El Diablo y la muerte de la carne y el espíritu: amenazas preferidas
por la Institución 61
La institución de la vigilancia extrema 66
Lo que la institución enseña bien nunca se olvida 72
Las necedades de la institución y sus deseos de resurrección
(conclusión) 75
Bibliografía 76
El miedo como estrategia de control social
Robinson Salazar 79
Propaganda del miedo 83
Medios, violencia y terror 86
Desarticulación del sujeto y desimbolización del lenguaje 89
Miedo y Pandemias como eje de control social 92
Bibliografía 94
Miedo y Control Social
Ana Victoria Parra González 97
Resumen 97
1. Sociedades del riesgo y del miedo 97
1.1. Modernidad y globalización: el marco cultural de la sociedad
del riesgo 97
1.2. Del riesgo externo y el riesgo fabricado 99
1.3. Del riesgo postmoderno al miedo a la inseguridad. La
reconstrucción del control social 101
2. Medios, criminalidad y orden político. La víctima como elemento
central del discurso mediático 104
2.1. Excurso introductorio 104
2.2. De la víctima real a las víctimas potenciales. Las exigencias
de endurecimiento del control social 108
2.3. Intereses y mediación discursiva 110
3. La actuación del estado. Del ideal resocializador a la ideología
de la seguridad y el anclaje penal de la política criminal 113
3.1. Respuestas institucionales ante los miedos y riesgos de la
sociedad posmoderna. El desplazamiento del estado de
bienestar hacia la esfera penal 113
3.2. La función simbólica de la norma penal 115
3.3. La ineficacia de la norma. ¿Ineficaz para quién? 117
Conclusiones 118
Bibliografía 119
La Institucionalización de la violencia en las tendencias
hemisféricas seguritarias en Paraguay: un análisis de caso
Sonia Winer 123
Introducción 123
La incidencia de la doctrina estadounidense en el Operativo Jerovia 126
Conclusión 135
Bibliografía 137
La influencia del miedo en la “Política criminal de Género” española
y su aprovechamiento con fines de seguridad ciudadana
María Concepción Gorjón Barranco 139
1. Introducción 139
2. Miedo y género 140
3. El Movimiento Feminista ante el Derecho Penal 142
3.1. Orígenes 142
3.2. El Feminismo Oficial 143
3.2. El Feminismo Crítico 145
4. Las políticas de seguridad 146
4.1. Populismo punitivo y Derecho Penal simbólico 147
5. Política Criminal de Género. Víctimas y agresores 149
6. Los reflejos en la legislación penal; violencia doméstica y de género 151
6.1. La violencia doméstica 151
6.2. La violencia de género 154
6.3. Problemas interpretativos y de aplicación 155
7. Notas finales 159
Bibliografía 160
El miedo al otro: las muertes por homofobia
en la Ciudad de México (1995-2001)
José Luis Cisneros 165
Introducción 165
Propósitos de nuestra reflexión 168
¿Por qué este sinuoso tema? 168
Cómo abordar el estudio 170
Cultura, estigma y sexualidad 172
La presidencia de la santa madre Iglesia en México y el mito de la
Virgen de Guadalupe 173
La legitimidad de la Iglesia Católica 175
La doctrina eclesiástica: evangelizar para amar (controlar para
gobernar) 177
La sexualidad femenina a través de los ojos del dios católico 179
La condena moral de la iglesia hacia la diversidad sexual 183
Consideraciones finales 184
Bibliografía 187
El rostro del miedo y la violencia en México
Martín Gabriel Barrón Cruz 189
A manera de presentación 189
El pretexto: la numerología 189
Pero: ¿Qué es la violencia? 198
La respuesta del Estado 206
Última reflexión 222
Bibliografía 225
Páginas web 232
Entre Robocop y Leviatán: Estrategias contra la inseguridad
en Montevideo
Sebastián Goinheix 233
Introducción 233
Riesgo, Inseguridad y Protección 235
Violencia, Miedos y Segregación Urbana 239
Las estrategias: entre inversiones y gastos en seguridad 243
Conclusiones 253
Bibliografía 255
Sitios consultados 258
Miedo y terror en los medios de comunicación
Melissa Salazar Echeagaray 259
Introducción 259
Tendencia Informacional hegemónica 260
La demanda colectiva y el miedo 262
El miedo biológico y melodrama informativo 264
Víctimas y victimarios 269
Discurso de desciudadanización 272
Bibliografía 275
Las calles de Medellín como escenario de miedo
(Cartografía del miedo en la ciudad)
Carlos Villa 279
Las calles de Medellín como escenario de miedo para la mujer 279
Referente histórico de miedo y germen de la memoria 283
Mi ruta del miedo 286
Mi ruta segura 289
Vivir la esperanza en una ciudad con miedo
(perspectivas del problema) 293
Autores 297
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
– 15 –
PRÓLOGO
El amanecer del Siglo XXI trajo el imaginario del miedo a la subjetividad co-
lectiva como espejo de un mundo exterior conflictivo, riesgoso, incierto y carga-
do de pesimismo, cuya presencia de inseguridad perpetuaría en la imaginación de
los ciudadanos, inmovilizándoles y además desnudar su carencia de recursos.
Muchas interrogantes fueron planteadas al inicio de este fenómeno: ¿de
dónde deviene el miedo?, ¿en dónde aparece y quiénes lo provocan?, ¿es
parte de nuestra sociedad o de una instancia desconocida?, ¿por qué nos
priva de la libertad y ejercicio pleno de nuestra voluntad para desplazarnos
por donde queramos sin tabicamiento alguno?
No hubo respuestas contundentes, por el contrario aparecieron más
preguntas orientadas hacia la complejidad del miedo y en algunas de las
veces confundiéndolo con el temor, terror, inseguridad, angustia o alarma,
cuando cada uno de estos conceptos guarda un argumento para definir y
diferenciar sus características, que si bien se encuentran y conectan en una
vida cargada de miedos, según los especialistas del tema también son dis-
tintos los niveles de riesgo en el individuo.
El miedo en la sociedad es inconmensurable por sus distintas manifes-
taciones en toda la capilaridad del cuerpo social. Existen los miedos a ser
pobre, a quedar excluido, perder la vida, llegar a desemplearse o estar en-
fermo por epidemias emergentes, quizás a no contar con su familia o la
desaparición de sus padres, en fin hay diversos miedos pero siempre existe
una fuente de miedo porque no existe el miedo a lo desconocido sino al
ente, sujeto o factor que lo determina.
En la historia inicialmente el miedo se asoció de manera natural con to-
do aquello desconocido y provocador de la duda e incertidumbre por su
carácter imprevisible, turbulento, alterador de capacidad cognitiva y parali-
zante de toda acción social. También acercaba al hombre a su fin: la muer-
te, de ahí que el cúmulo de emociones desatado por la proximidad del
– 16 –
miedo alarmaba todos los dispositivos de defensa del organismo humano y
orillaba al sujeto cargado de miedo a huir, alejarse del lugar en donde ema-
naba la sensación de riesgo y ponerse a salvo pero en silencio, porque el
terrorífico miedo enmudece a las víctimas.
Existen miedos naturales a la oscuridad, las tormentas, las tradiciones
orales, las profundidades de ríos y mares, al bosque, en fin a todo aquello
que nos acerca al abismo de la muerte. Otros miedos son antinaturales
como fobias, esquizofrenia donde el individuo se siente solo, no advierte la
fuente del temor, la inseguridad lo destruye y opta por el aislamiento en su
mundo, ensimismándose hasta encapsularse dentro de su piel.
El miedo político lo han abordado en distintas vertientes, existe la ave-
nida interpretativa de Hierón de Jenofonte hasta las Historias de Salustío,
cuya reflexión orienta hacia el tratamiento del miedo desde la perspectiva
de la obediencia, el poder tirano que desemboca en tres connotaciones:
miedo, pavor y temor (Bodei, 1991), y durante muchos años utilizado por
diferentes gobernantes para imponer el miedo como herramienta política y
de control social.
En Thomas Hobbes re-aparece el tema del miedo como garantía de la
vida dado que por miedo a los males el futuro se anticipa y entra en convi-
vencia comunitaria y/o sociedad, a la vez con la función de conservar la
seguridad necesaria para reproducirse socialmente y obtener la preserva-
ción de la vida y la felicidad.
Entonces el hombre se somete al poder del Estado porque le garantiza
la vida, lo cuida del otro y proporciona paz en su entorno. Esta aseveración
de Hobbes conduce a limitar la libertad del hombre y engrandecer al Esta-
do, colocando la libertad y la necesidad en equilibrio sobre la balanza.
Otra ventana de auxilio en la interpretación de los miedos son los traba-
jos etnográficos en pueblos y comunidades donde la violencia, el terror, los
militares y las luchas intestinas han dejado registros indelebles en la subje-
tividad colectiva de los habitantes, que podríamos denominar Miedos
Ocultos. La metodología para desocultar los miedos es a través de la ob-
servación y la convivencia capaz de permitir percibir las emociones, gestos,
reacciones emocionales, tonos de voz, exteriorizaciones que muchas veces
dificultan una argumentación (Kessler, 2006) sobre lo visto. No obstante,
los productos de investigación consultados son valiosos en caso de Perú,
Argentina, Chile, Uruguay y Colombia, países que han atravesado por epi-
sodios, algunos largos, otros cortos de violencia política.
– 17 –
Las dificultades para desocultar a través de los relatos los miedos enterra-
dos es mayúscula, pero una vez superada esa etapa, la riqueza de información
nos sitúa en una plataforma interpretativa de la dimensión y profundidad del
terror ejercitado contra la comunidad, los tipos de registros que siembran en la
subjetividad y las fisuras en el mapa de tramas que componen el denso tejido
de la historicidad de los habitantes del territorio violentado.
Existen casos aun no estudiados sobre este tipo de miedo, los pueblos
tucumanos en el noroeste argentino en época de Antonio Domingo Bussi
(1974-1983) gobernador de facto, quien reprimió ferozmente comunidades
en reclamo de sus derechos laborales hasta provocar una de las mayores
diásporas humanas y creó pueblos con esencia de comunidades imagina-
das, porque todo aquel que fue beneficiado a vivir ahí tenía un lugar pre-
asignado, vigilado y controlado; además, renunciaba a pensar en el pasado,
olvidar los muertos y los criminales, en definitiva ocultar los miedos.
Así entra el miedo en la política, algunas veces por la incertidumbre y la
imprevisibilidad, en otros casos sembrado en las relaciones entre el Estado
y la sociedad, donde el primero actúa con medidas extremas de poder para
doblegar el ejercicio de la libertad del ente social.
El miedo es concebido en la política como la percepción de amenaza, real o
imaginaria, vinculada con la idea de un orden. Cuando un régimen se apropia de
los miedos y los ideologiza en lucha contra el crimen organizado, el terrorismo
y/o populismo, instrumentaliza el lenguaje y la acción y lo convierte en terror.
El miedo por su sombrío cuerpo e imperceptibles pasos paraliza y carga
de sufrimiento a quienes lo perciben. Provoca una doble ruptura en el
sujeto, interna en relación con el mapa organizador de las ideas, desor-
denándole las coordenadas que arman la estrategia de conducción de sus
quehaceres y lo deja abandonado a un estado traumático con la idea de
victima perseguida y espiada. La fractura externa es ruptura de los hilos
asociativos con el otro, desembone mismo de la relación de él con la co-
munidad, orillándolo a una situación de aislamiento, insularidad, descon-
fianza e individuación. El miedo vivido y prolongado en miedo oculto
puede llevarnos a un cuadro de terror permanente donde la circunstancia
del sujeto lo aprisiona, recorta su accionar y ve en su entorno una amenaza
permanente que lo coloca en una posición defensiva perpetua.
Lo anterior produce severas distorsiones en nuestra percepción y si la
realidad es gran parte de lo que percibimos cotidianamente, percibe el suje-
to en terror un ambiente capaz de conducirle a un estado delirante.
– 18 –
Ahora bien, la estrategia de fracturar a la sociedad, de insularizarla y de-
jarla como archipiélago humano desde la política que trata de imponer el
nuevo Estado Policial en América Latina no es tan descabellada, porque
puede rendirle frutos tempranos a los apetitos de los empresarios y políti-
cos sometidos al gran capital. Si el aislamiento prolongado conlleva a la
perdida concomitante de seguridad personal y reducción de las capacidades
afectivas, entonces provoca en la sociedad la sensación de autismo social,
nadie se interesa por el otro y afloran las estrategias de sobrevivencia per-
sonales o individuales, alejándose de toda posibilidad de ejecutar alguna
acción colectiva; lo otro que puede sumarse es el atrofiamiento de las capa-
cidades de concentración, memoria y vigilancia.
Lo reseñado puede derivar en disturbios mentales y/o psicológicos que
incrementen los suicidios o, por otro lado, que el confinamiento atrofie la
fortaleza cognitiva y lo deje sin posibilidad de enfrentar situaciones com-
plejas de emergencia, pierda habilidades para resolver problemas de la vida
cotidiana y se aleje de buscar innovaciones o alternativas en la resolución
de circunstancias adversas en su vida.
Con el miedo los gobiernos de derecha y el depredador neoliberalismo
tienen la intención de redireccionar la mirada y las vidas de los seres
humanos, principalmente los desposeídos, hacia un solo sentido, donde el
camino sea irreversible y no haya la oportunidad de ser re-pensado porque
ya está trazado y no hay alternativa paralela.
Inculcan en las subjetividades la inexistencia del futuro, porque este está
ligado a la duración de la vida y no trasciende después de la muerte en el
individuo, de ahí que el presente se perpetúa en la agonía, se prolonga en
las necesidades y se contrae al pensarlo. Es una estrategia para que el pre-
sente sea encapsulado y el futuro corto e insignificante.
Por lo anterior, la plataforma de lanzamiento de los miedos es el frente
ideológico que construye escenarios de riesgos insertados en la subjetividad de
los colectivos, dibujado en la mente de los sectores excluidos y explotados con
el significado que tienen para ellos la represión, los secuestros, las desaparicio-
nes o asesinatos realizados por sicarios paramilitares, que en su conjunto se
han convertido en el arma eficaz para ausentar muchas protestas de las calles.
La arquitectura del miedo tiene distintos componentes, algunos son de
carácter ideológico, psicológicos, culturales, militares, políticos, religiosos e
instrumentales, todos ellos están contemplados en el libro que prologamos.
Flabian Nievas y Pablo Bonavena inician el recorrido a partir de definir el
miedo en su explicites biológica y su concepción dentro de lo social y lo político
– 19 –
bajo el paraguas de la guerra y las aseveraciones de la fuerza moral correlativas a
los involucrados y las estrategias en busca de contener y/o suprimir el miedo en
el campo poblacional propio y acrecentarlo en el enemigo, además de plantear
las políticas impulsoras de mecanismos psicológicos de contención social.
Una perspectiva complementaria a estos mecanismos y las fuerzas mo-
rales impuestas socialmente pasa a ser planteada por Francisco Meza quien
sitúa el entreverado institucional de la iglesia católica con la edificación de
la culpa como eje de manipulador y regulador de las relaciones en la socie-
dad, y de lo místico y sobrenatural dentro de la gama de castigos por no
someterse, una moldura aun vigente.
En esta línea, la mirada latinoamericana de Robinson Salazar parte de
los elementos recientes allegados al denominado terrorismo, la desagrega-
ción y las carencias regulatorias del rol estatal en relación al propagandísti-
co y desimbolizado lenguaje impulsado por las industrias mediáticas a efec-
tos de provocar la desarticulación social de los sujetos.
Con estas raíces expuestas, Ana Victoria Parra contribuye al debate con
dimensión cultural de la sociedad del riesgo en el trayecto del mundo mo-
derno al posmoderno donde la globalización amplía las inseguridades polí-
ticas y económicas y nutre las consecuencias sociales producto del uso y
desarrollo tecnológico convergente al orden social expuesto por los meca-
nismos discursivos de los medios.
El estudio del caso paraguayo de Sonia Winer recupera la significación
del operativo policiaco-militar Jerovia en los retos de los Estados tras la
irrupción de sistema gubernamental tradicional pero con la no supresión
de aplicar las políticas internacionales en el enclave latinoamericano para
contrarrestar movimientos opositores y fuerzas alternas estigmatizadas
negativamente por su carácter propositivo antihegemónico.
Por otro lado, sin olvidar la incidencia y reconocimiento multiactoral de
nuestra sociedad actual, el trabajo de María Concepción Gorjón recoge las
consecuencias inversas a las esperadas sobre la Política Criminal de Género
en defensa de la violencia contra la mujer en España. Y en complemento la
mirada de José Luis Cisneros sobre las muertes por homofobia en la ciu-
dad de México replantean el cruce de la fuerza moral y la legalidad en la
configuración de un miedo subjetivo y reproducido socialmente que con-
lleva a la intolerancia y recae en la cultura de la violencia.
El aporte de Martín Barrón plantea un análisis en busca de establecer
un marco teórico para comprender la concepción de la violencia y el juego
legal y político por el cual actúan los Estados y esclarece la interrogante
– 20 –
acerca de cómo puede concebirse la violencia fuera de la lectura tradicional
de los índices y mediciones cuantitativas hacia una lectura social, política y
cultural en las normas antidelincuencia.
La percepción de la inseguridad en reconocimiento a la desigualdad y
lucha de clases en el caso de la ciudad de Montevideo en Uruguay es pre-
sentado en el trabajo de Sebastian Goinheix, un enfoque analítico a los
elementos culturales, sociales y geográficos que transforman la vida coti-
diana en las ciudades.
Y en complemento, el trabajo de Melissa Salazar agrega una mirada so-
bre la posición de los medios de comunicación en la instauración de la
violencia a través del discurso, un embate excluyente que plantea el desco-
nocimiento de la ciudadanía en los sectores de menor solvencia económica
representados como riesgo y símbolos de miedo.
Finalmente, el cierre corresponde al texto de Carlos Villa acerca de los
miedos en el transito femenino en las ciudades, una reflexión sobre el caso
de Medellín en Colombia que nos lleva a distinguir los límites e intersec-
ciones en las concepciones subjetivas de diversas espacialidades.
De nuevo insumisos Latinoamericanos coloca un tema novedoso,
complejo, necesario de discutir e indispensable para re-pensar el mundo
contemporáneo, dado que el miedo se ha convertido en el arma eficaz de la
nueva derecha para controlar el amplio espectro de la sociedad.
Miedo en las calles, en los espacios públicos, en la política, en las pro-
testas, en el futuro, ante las nuevas enfermedades y nuevas tecnologías,
pareciera que estuviésemos atrapados por la angustia colectiva, sin embar-
go al identificar el factor de riesgo, el origen del miedo, descubrimos su
racionalidad y naturaleza, no hay otra tarea pendiente que desalojar los
miedos con conductas insumisas, libertarias y emancipadoras que nos
acerquen a un escenario donde el control de las variables de la certidumbre
dependan de lo que hagan los hombres y la disponibilidad para construir el
futuro con una estrategia definida.
Robinson Salazar
Melissa Salazar
México, enero 2010
– 21 –
EL MIEDO SEMPITERNO
Flabián Nievas*
Pablo Bonavena**
Jean Paul Sartre decía que “todos los hombres tienen miedo. Todos”;
para agregar que “el que no tiene miedo no es normal”,1 Su carácter abar-
cativo también lo comparte Thomas Hobbes, a quien citaremos en más de
una ocasión, al sostener que “El día que yo nací, mi madre parió dos geme-
los: yo y mi miedo”.2 Obviamente, estas afirmaciones inapelables son fáci-
les de compartir no obstante lo cual, en los últimos tiempos, pareciera que
este rasgo de normalidad se va tornando exagerado o que, cuanto menos,
sufre alteraciones importantes. Esto es así en al menos una buena parte del
hemisferio occidental, particularmente en las grandes concentraciones
urbanas, en las que vivimos rodeados de personas que padecen una nueva
patología que altera las emociones: los ataques de pánico.3 Las interaccio-
nes de la vida cotidiana o las más inmediatas se ven alteradas por este ex-
traño mal que los especialistas en salud diagnostican con una asiduidad
equiparable a otro mal, con el que convivimos durante muchos años, el
* Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales / CBC – UBA.
** Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales – UBA / Facultad
de Humanidades – UNLP.
1 Sastre, J. P.; Le Sursis, París, 1945, pág. 56. Hay edición castellana, El emplazamiento, Ma-
drid, 1983. Alianza Editorial. Citado por Delumeau, Jean; El miedo en occidente (Siglos XIV-
XVIII). Una ciudad sitiada. Editorial Taurus, Madrid, 1989, pág. 21, cita 43.
2 Citado por Marina, José Antonio; Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía; Barcelona,
Anagrama, 2006.
3 En Estados Unidos constituye actualmente la segunda causa de consulta psiquiátrica.
Algunos especialistas la califican como la enfermedad del momento junto con la fobia
social, patologías que se implicarían mutuamente.
– 22 –
stress, padecimiento éste que, curiosamente, en una de sus acepciones en el
campo de la psicología significa “carente de valor”.4
El miedo, aparentemente, crece como una epidemia aunque, de manera
paradójica, hay voces que identifican el ser cuidadoso o tener cuidado (es
decir, actuando en consecuencia al mismo, y por lo tanto acentuando el
perfil del miedo) con la salvación, reivindicando entonces la necesidad de
sentir miedo como consigna de las acciones cotidianas.5
Podemos interpelarnos entonces preguntándonos si hay un miedo
normal o, incluso bueno, y otro nocivo o malo; si, por caso, existe un te-
mor saludable y otro patológico. La mayoría de los especialistas nos res-
pondería que sí. Queda planteada de esta manera una tensión entre ideas
divergentes, que podrían ordenarse en una polaridad: el miedo paraliza y
enferma, o moviliza y libera fuerzas creativas. Evidentemente ambas cosas
son ciertas, predominando una u otra según las personas (cuando se trata
de individuos) o las circunstancias históricas (cuando se trata de colecti-
vos). Las preguntas pertinentes que se imponen son, por una parte, ¿qué
polo hegemoniza hoy los comportamientos individuales y colectivos?, y,
por otra, ¿a qué nos referimos específicamente cuando aludimos al miedo?
Comenzaremos por la segunda, que determina el objeto que abordamos.
¿Qué es el miedo?
Es muy difícil dar una respuesta inmediata –y mucho menos ordenada–
al interrogante, sobre todo si se pretende abarcar las dimensiones que
podría cubrir el miedo, tanto una dimensión individual como una social
(colectiva).6 En realidad, hay varias respuestas y no es fácil unificarlas en
una definición general común, puesto que son brindadas desde variadas
disciplinas científicas y aún dentro de alguna de ellas desde divergentes
marcos epistémicos que tienen, innegablemente, supuestos difíciles de
asimilar entre sí. No obstante ello, no nos alejamos en demasía de ninguna
4 Watson, Peter; Guerra, persona y destrucción, México D.F., Editorial Nueva Imagen, 1982,
pág. 57.
5 Una breve presentación de esta idea, que en parte supone una interpretación de la men-
cionada obra de Jean Delumeau, véase en Reguillo, Rossana; “La construcción social del
miedo. Narrativas y prácticas urbanas”; en Ciudadanía del miedo. Rotker, Susana Editora;
Editorial Nueva Alianza; Venezuela, 2000, pág. 187.
6 La debilidad que acabamos de confesar queda, en parte, disimulada por una fuerte afirma-
ción de Delumeau que viene en nuestro socorro: “Nada hay más difícil de analizar que el
miedo, y la dificultad aumento todavía cuando se trata de pasar de lo individual a lo colecti-
vo”. Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op cit., pág. 27.
– 23 –
de ellas si decimos que el miedo emerge frente a amenazas de diferentes
orígenes e intensidades que provocan disímiles reacciones orientadas a la
protección. En efecto, ante un peligro el temor mueve al sujeto o grupo
amenazado a la búsqueda de amparo o defensa, brindando posibilidades
para la supervivencia de las especies. Ante una inseguridad brota el miedo.
“El miedo libera un tipo de energía que tiende a construir una defensa
frente a la amenaza percibida”.7 Sin embargo, las consecuencias del miedo,
aunque se logra, a veces con altas dosis de eficacia, no son fáciles de con-
trolar o direccionar.
Cuanto más nos aproximamos al nivel del individuo podemos afirmar
que el miedo es una respuesta emocional de los humanos ante diversos estí-
mulos, pero compartida por el resto de los animales; por eso es posible pen-
sar que estamos frente a una reacción de tipo natural, espontánea.8 El ser
humano individual tendría así la facultad de reaccionar de manera pre-
reflexiva ante un peligro, lo que común y jocosamente se llama “pensar con
los pies”. Sin embargo –centrándonos ahora en el nivel de lo colectivo–,
podemos sospechar que la estampida de una manada puede tener atributos
similares a algunos comportamientos de las multitudes humanas, de donde
surge que también es una propiedad común, y no específicamente nuestra.
Esta característica típica (junto a otras) constituyen el objeto y fundamento
de la eutonología y su disciplina asociada, la sociobiología.9 El casi descono-
cimiento de la primera en el ámbito de las ciencias sociales –no así dentro
del campo de la etología– ha concentrado las críticas en la última, señalán-
dosele que la pretensión de explicar conductas humanas (sean éstas de
carácter individual o grupal) más allá de límites muy estrechos y en com-
portamientos puntuales y circunstancias particulares, es muestra de un
ostensible determinismo biológico. Con el recaudo de tales críticas, no
obstante, muchos de los aportes realizados desde tales enfoques no deben
ser desdeñados, ya que las respuestas a nuestro interrogante pueden invo-
lucrar factores biológicos, bioquímicos, neurológicos, psicológicos y moto-
res, además de los sociales; a veces considerados aisladamente o, en la ma-
7 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.
8 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.
9 Es muy difícil establecer separaciones claras entre la eutonología o etología humana y la
sociobiología. La diferencia estriba sobre todo en el punto de mirada: la eutonología estudia
las funciones neurofisiológicas y deriva de ella conductas sociales, mientras que la sociobio-
logía indaga las conductas sociales en sus bases biológicas. Recorren casi idéntico camino,
pero en sentidos opuestos.
– 24 –
yoría de las ocasiones, combinados de diferentes maneras y con diversos
matices y énfasis variados.
Las certezas mayores se localizan en el nivel más restringido de lo indi-
vidual. Jean Delemeau sostiene, en una definición bastante convencional,
que a esta altura analítica el miedo “es una emoción-choque, frecuente-
mente precedida de sorpresa, provocada por la toma conciente de un peli-
gro presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conserva-
ción”.10 Tal situación genera reacciones que tienen, según varias opiniones,
orígenes muy variados. Uno de los argumentos instala el punto de partida
de la reacción en el hipotálamo –una región primitiva del cerebro, que
regula las funciones primarias– que movilizan a todo el cuerpo –dando una
respuesta que se conoce como hiperestimulada o del stress agudo– que,
paradójicamente, puede oscilar entre una tempestad de movimientos o la
parálisis.11 Esta diferencia se podría explicar por una divergencia en la pro-
ducción química de nuestro organismo. El eutonólogo Henri Laborit afir-
ma que el temor es una sensación producida por la liberación de adrenali-
na, que “es la neurohormona del miedo, que desemboca en la acción, huida
o agresividad defensiva, mientras que la noradrenalina es la de la espera en
tensión, la [que produce la] angustia, resultado de la imposibilidad de con-
trolar activamente el entorno.”12 Vemos como el miedo es asociado a la
situación de angustia, pero no se los asimila sino que se los distingue. Una u
otra vivencia refieren a la puesta en funcionamiento de un mecanismos de-
fensivos, desarrollado por la adaptación, pero común a las distintas especies
animales, que tienden a la autopreservación, que según el tipo de neurohor-
mona específico que se segregue promueve, haciendo una analogía con el
campo militar, tanto una defensa activa (adrenalina) como una defensa
pasiva (noradrenalina). Laborit explica que cuando la acción del sistema
nervioso central para asegurar el placer “se demuestra imposible, entonces
entra en juego el sistema inhibidor de la acción y, en consecuencia, la libe-
ración de noradrenalina, de ACTH [hipófisis de corticotropina] y de gluco-
corticoides con las incidencias concomitantes vasomotoras, cardiovascula-
res y metabólicas, periféricas y centrales”,13 dando lugar así al surgimiento
10 Delumeau, J.; op cit., pág. 28.
11 Esta evaluación tiene base en Delpierre, G,: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por
Delumeau, Jean; op cit; páginas 28 y 29.
12 Laborit, Henri; La paloma asesinada. Acerca de la violencia colectiva, Barcelona, Editorial Laia,
1986, pág. 50.
13 Laborit, Henri; op. cit., pág. 47.
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– 25 –
de la angustia. En la misma línea, aunque desde un enfoque completamen-
te distinto, Jean Delumeau sugiere, basándose en una importante cantidad
de fuentes bibliográficas, que “el temor, el espanto, el pavor, el terror per-
tenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más
bien a la angustia”, agregando que “el primero lleva a lo conocido; la se-
gunda hacia lo desconocido”, alternativa que transforma en más pesada a la
angustia, pues la imposibilidad para identificar claramente la fuente de la
inseguridad tiene un impacto devastador.14 En esta vinculación coinciden
otros especialistas, como Paul Tillich, para quien el miedo y la angustia son
distinguibles, pero no separables.15 Hay quienes, estableciendo otro tipo de
vinculación entre ambas sensaciones, sostienen que la angustia se corporiza
a través del miedo.16 De modo que si bien el término angustia es utilizado
frecuentemente como un sinónimo de la palabra miedo, en el campo de los
especialistas tal equiparación sería una sobresimplificación. Por último, hay
quienes no establecen dicha distinción; Zygmunt Bauman sostiene que “el
miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro [...]; cuando la
amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero
resulta imposible de ver en ningún lugar concreto”,17 siendo que sería aplica-
ble para esta descripción, tal como venimos viendo, la noción de angustia.
No obstante los variados posicionamientos, el problema mayor aparece
cuando uno quiere proyectar esta definición a nivel colectivo y, más aún,
social. El estudio del miedo en una escala macrosocial tiene cierta tradición
secular a partir de Gustave Le Bon, Sigmund Freud, José Ramos Mejía,
José Ortega y Gasset, entre otros, continuados usualmente en el ámbito de
la psicología social, y referidos en general a grupos específicos en situacio-
nes bien definidas (situaciones de amenazas inmediatas tales como incen-
14 Delumeau, J.; op cit, pág. 31. Esta idea presenta problemas si la ponemos en correspon-
dencia con lo expuesto por Laborit. Si el miedo, que provoca reacción, se asocia a lo cono-
cido, y la angustia, que genera inmovilismo, se vincula a lo desconocido, no podríamos
explicar una situación de una amenaza muy concreta e inminente, como la que sufre un
prisionero a punto de ser ultimado, que en ocasiones genera inmovilismo. Del mismo modo
quedaría por fuera de este esquema explicativo la ansiedad que, producto de la angustia,
provoca actividad desbordante y desordenada.
15 Tillich Paul; El coraje de existir, Editorial Estela, Barcelona, España, 1969, pág. 20. Citado
por Lira Kornfeld, Elizabeth; Psicología de la amenaza política y el miedo. (1991), publicado [en
línea] http://www.dinarte.es/salud-mental/.
16 Glaze, Alejandra; “El miedo, el pánico, el vértigo”. Nota publicada en el diario Página/12,
Buenos Aries, 29 de Enero de 2006. Fragmento del prólogo a Una práctica de la época. El
psicoanálisis en lo contemporáneo, por Alejandra Glaze (comp.), Editorial Grama.
17 Bauman, Zygmunt; Miedo líquido, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007, pág. 10.
– 26 –
dios, aglomeraciones, batallas, etc.).18 Pero aún así se trata de agregados
relativamente homogéneos que actúan en espacios acotados y reaccionan
frente a fuentes de peligro cercanas en el tiempo y el espacio. No se puede
decir que se trate del nivel social, entendiendo por éste un grado mayor de
agregación, una mayor heterogeneidad, y la inclusión de elementos históri-
cos y culturales, cuya influencia puede ser determinante en esta escala, y
nula o muy débil en el nivel colectivo o grupal. El pasaje del nivel grupal al
social no es una simple conversión o adición. La inquietud sobre los alcan-
ces de esta operación es ineludible, especialmente si uno mantiene reservas
sobre la pretensión de resolver la explicación de los comportamientos a
nivel social como una mera suma de las individualidades y sus acciones,
maniobra aritmética tan tentadora como dudosa para abordar la compleji-
dad de lo social.
Tenemos entonces que la emergencia de la angustia y del miedo tiene,
por una parte, un anclaje neurofisiológico, con lo cual se sitúa por fuera de
la razón –aunque, como veremos luego, ésta puede estimularlo–, pero por
otra parte los humanos no somos animales cualesquiera, y podemos clara-
mente percibir diferentes niveles de miedo, volviendo más complejo el
análisis que debemos encarar sobre este fenómeno.19
De manera independiente a tales consideraciones, hemos visto que de
manera mayoritaria el miedo suele conceptuarse como una respuesta de-
fensiva a una amenaza concreta, cierta. El peligro que irradia la intimida-
ción puede ser definido; se puede determinar –al menos en algún grado–
18 Aquí encuentran lugar las teorías del comportamiento colectivo para la explicación de las
acciones de masas y las explicaciones de las conductas por el peso de la imitación.
19 Vale la pena preguntarse si las palabras miedo, pánico, pavor, vértigo, terror, angustia,
temor, tensión, horror, recelo son sinónimos o constituyen una escala de intensidad del
miedo diseñada por el sentido común. Ya hemos efectuado algunas consideraciones sobre
la demarcación entre miedo y angustia y haremos otras. Pero más allá de sutilezas, contro-
versias y la localización de los niveles de intensidad, es posible decir en una primera
aproximación general que “miedo, angustia, ansiedad, temor, terror, pánico, espanto,
horror, son palabras que se refieren a vivencias desencadenadas por la percepción de un
peligro cierto o impreciso, actual o probable en el futuro, que proviene del mundo interno
del sujeto o de su mundo circundante”. Lira, Elizabeth; “Psicología del miedo y conducta
colectiva en Chile”. Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social, Venezuela de julio de
1989, pág. 5. Sin embargo, es interesante señalar que el horror es entendido, también, como
un caso especial que además de involucrar al miedo en una cuota generosa contendría asco
y conmoción. Bericat Alastuey, Eduardo; “La cultura del horror en las sociedades avanza-
das: de la sociedad centrípeta a la sociedad centrífuga”. Revista de Investigaciones Sociológicas;
Madrid, España, Nº 110; Serie Artículos; Abril a junio de 2005. pág. 62.
– 27 –
de dónde viene y sus alcances. Pero tal circunstancia sólo cubre una parte
del espectro de situaciones posibles. La intervención del orden social no
solo mitiga el miedo; en su redireccionamiento también genera nuevas
derivaciones de esta sensación. Así se construye lo que Zygmunt Bauman
denomina miedo de “segundo orden” o, siguiendo a Hugues Lagrange,
“derivativo”: “un miedo –por así decirlo– «reciclado» social y culturalmen-
te”.20 Se trata, en lo esencial, de una suerte de prevención condicionada
sobre una fuente de peligro difusa, que nos mantiene alertas de manera
permanente ante una indefinida pero no por ello menos peligrosa amenaza
potencial. A veces las amenazas son vagas, difusas o indeterminadas, carac-
terísticas que en lugar de transformarlas en más inofensivas las potencian,
al punto de que en muchas oportunidades se prefiere que, de una vez por
todas, la amenaza se concrete como una realidad cuyo peligro es menos
agobiante que la incertidumbre.21 Esto nos orienta en un posible ordena-
miento de estas sensaciones: la mayor insoportabilidad de la angustia que
provoca la espera en tensión la colocaría un escalón por encima del miedo.
En refuerzo de esta idea está el hecho de que el miedo es una sensación
episódica (coloquialmente se dice que se “vive angustiado”). En contrapo-
sición a esto debe considerarse que la sensación de miedo suele ser más
intensa que la de angustia.
Ahora bien, la angustia pareciera ser una característica sino exclusiva-
mente humana, o al menos muy fuertemente desarrollada en la especie, en
tanto es la única autoconciente de su propia finitud: la certeza de que la
muerte sobrevendrá inexorablemente. Y esta angustia, que suele calificarse
como existencial, es procesada socialmente desde prácticamente nuestros
orígenes como especie en los ritos religiosos. Elias sostenía, agudamente,
que “el ser humano intenta una y otra vez disimular esta total indiferencia
de la naturaleza ciega e inhumana por medio de imágenes nacidas de la
fantasía que se corresponden mejor con sus deseos.”22 Freud es menos
contemplativo y va más allá al asegurar que “no podemos menos que ca-
racterizar como unos tales delirios de masas a las religiones de la humani-
20 Bauman, Zygmunt; op. cit., pág. 11.
21 López Ibor, José Miguel; “Miedo, terror y angustia”. Nota publicada en el diario El Mundo,
España, el 29 de enero de 2005. En el terreno bélico, suele ocurrir que la espera de un ataque
es tan tensionante para quien la protagoniza que el ataque mismo es vivido con alivio aunque,
claro está, signifique la posibilidad intangible e inminente de la mutilación o la muerte.
22 Elias, Norbert; Humana conditio (Consideraciones en torno a la evaluación de la humanidad), Barce-
lona, Editorial Península, 1988, pág. 17.
– 28 –
dad.”23 Sin embargo, sea producto del deseo o un mero delirio, la religión
o, más ajustadamente, el pensamiento religioso (que bien puede ser laico),24
es una realidad tangible, y está íntimamente vinculado con el miedo que
como sujetos y especie tenemos a la muerte. Pero así como exorcizamos
socialmente esa angustia, no es menos cierto que el miedo tiene también,
en nuestra época, un fuerte contenido social, que se gestiona y actúa colec-
tivamente. Es social, por lo tanto, en un doble sentido; producido social-
mente, y con efectos colectivos. Si la producción es social y no fisiológica,
el efecto ha de ser también distinto al individual. Al ser colectivo, el peligro
está menos visible. Pero es a la vez omnipresente. Y esa omnipresencia ha
llevado a algunos estudiosos del tema a considerarlo casi como un produc-
to meramente cultural,25 aunque no falta quien matiza esta apreciación,
dándole rango de ineluctable al miedo, pero negando que su coacción sea
lo que nos mantiene unidos.26
23 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu,
1992, tomo XXI, pág. 81. En un trabajo previo, El porvenir de una ilusión, caracteriza a la
religión como “neurosis universal”.
24 Es característica del pensamiento religioso (o mítico-mágico) su estructura teleológica,
finalista, que contiene implícita una suerte de ordenamiento preexistente –o “diseño inteli-
gente”, como sostienen algunos creacionistas–. Este tipo de pensamiento, opuesto al tele-
onómico, puede observarse incluso en reputados científicos, naturales y sociales y también
en organizaciones políticas que fundamentan su existencia en ideales ateos.
25 En la base de este razonamiento se encuentran proposiciones como esta: “Si bien es
cierto que el miedo es inseparable de la vida social de cualquier grupo o sociedad, y que ha
estado presente a través de todos los tiempos –como postulan los sociólogos positivistas–,
también es cierto que el miedo no existe en abstracto, se objetiva y cristaliza en formas
específicas de acuerdo con las tradiciones religiosas, las cosmologías de grupo social y en
relación con la historia, como postulan los antipositivistas”. Luna Zamora, Rogelio; Sociolog-
ía del miedo. Un estudio sobre las ánimas, diablos y elementos naturales. Universidad de Guadalajara,
Guadalajara, México, 2005, pág. 29.
26 “No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los miedos
humanos es algo inevitable e inexcusable siempre que los hombres traten de convivir de
una u otra forma [...]. Pero tampoco debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los
miedos que hoy dan su carácter al comportamiento de los hombres tengan como «objeti-
vo», en lo esencial, estas necesidades elementales de la convivencia humana”. Elias, Nor-
bert; El proceso de la civilización, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1989, pág. 529.
– 29 –
El miedo como argumento de lo social y lo político
La distinción entre miedos innatos y adquiridos atestigua sobre el carác-
ter complejo de nuestro objeto de análisis.27 El miedo es procesado por lo
social, pero también incide en la constitución de lo social.28 Sobre un sus-
trato neurofisiológico operan estímulos sociales que tienden a bloquearlo,
incitarlo, desviarlo, enfocarlo, desarrollarlo, apaciguarlo, vinculando tales
variaciones a determinadas situaciones y no a otras. El entorno social nos
educa para percibir miedo, para entenderlo y procesarlo. Se lo puede ges-
tionar, administrar, provocar o atemperar con altos grados de racionalidad.
La alarma biológica y natural se ve constreñida por condiciones y circuns-
tancias del territorio social donde acontece, que se entremezclan con pro-
cesos de socialización determinados por el contexto.29
De allí en más podríamos preguntarnos cuánto tiene de contenido neu-
rofisiológico y cuánto de social siendo que, además, ambos planos eviden-
cian órdenes de realidad y complejidad diferente.30 Independientemente de
que las respuestas rigurosas suponen largos recorridos, al menos en princi-
pio es factible visualizar que desde los momentos más primarios de la
27 Tal distinción no es sencilla. “Son miedos innatos los provocados por desencadenantes
no aprendidos (el típico de los niños a la oscuridad). Normalmente no aparecen al mismo
tiempo, sino que cambian a medida que la persona crece y se desarrolla. Y a los miedos
adquiridos porque gran parte de nuestros miedos no son provocados por nosotros mismos
sino que son adoptados” (Marina, José Antonio; Anatomía del miedo; Editorial Anagrama,
Barcelona, 2006. Sorbe el tema, véase el clásico libro de Gray, Jeffrey Alan; La psicología del
miedo, Editorial Guadarrama, Madrid, 1971). Pero esta pretendida definición falla ante casos
sencillos: un niño nacido ciego viviría atemorizado, y esto no se verifica en la realidad. Parece
más fructífero explorar esta diferencia asociando lo innato a las reacciones surgidas del hipo-
tálamo, pero avanzar en esta línea supone saberes y destrezas ajenas a nuestra profesión.
28 Inmediatamente incorporaremos algunas consideraciones acerca del papel del miedo en la
conformación de lo social. Sin embargo, es menester adelantar que el miedo cumplió y man-
tiene un papel en esa configuración; el debate se desplaza en el grado de su influencia, pero no
en su presencia como elemento fundante; sobre esto último casi desaparecen las querellas.
29 Las respuestas generadas por el miedo se ven moldeadas por condiciones otorgadas por
las clases sociales, los grupos de pertenencia, diferencias de género. Por ejemplo, los gritos y
llantos pueden ser la respuesta, incluso aceptada, frente a determinados peligros, para un
sexo (el femenino) y no para otro. Véase al respecto, Reguillo, Rossana; op cit.
30 “Lo social no puede reducirse a lo psicológico, pero lo supone. Lo psicológico no puede
reducirse a lo biológico, pero lo supone. Lo biológico no puede reducirse a lo inorgánico
(físico-químico) pero lo supone. Cada nivel superior contiene al anterior, a la vez que lo
supera y funciona en un equilibrio y con una lógica que le son propios.” Nievas, Flabián;
“La ciencia de lo social”, en Nievas, Flabián (comp.); Algunas cuestiones de sociología, Buenos
Aires, Proyecto, 2008, págs. 22/3.
– 30 –
humanidad hasta hoy podemos decir que la sociedad desarrolló mecanis-
mos e instrumentos para mitigar y administrar el miedo, que abarcan la
generación de hechos sociales tanto materiales –como las murallas de las
ciudadelas– o inmateriales como las religiones;31 los hombres han cons-
truido diques protectores tanto con piedras, metales y cemento como con
palabras e ilusiones. Tales construcciones suponen, obviamente, el desarro-
llo de la asociación entre los “asustados”, lo que sustentaría relaciones
sociales que entrañan cierto nivel de cooperación.32
Sería una simplificación dudosa, no obstante, sacar como corolario que
toda la civilización es únicamente el resultado de una larga lucha por do-
minar el miedo.33 En contra de algunas opiniones,34 están quienes sostie-
nen que el miedo no explica por sí sólo la constitución de lo social.35
Más allá de estas diferencias, el peso que tendría el miedo en la historia
amerita su investigación como un elemento invariante de las relaciones
sociales y sus sistemas, mostrando que no puede ser relegado fácilmente
por el hombre en sociedad. Otros componentes de la animalidad del
31 Suele aceptarse que las religiones, el segundo gran sistema simbólico después del lenguaje,
son a la vez una representación de la vida social y un medio de conjura de los miedos,
particularmente a las inmanejables fuerzas naturales y al temor último y definitivo a la muer-
te. La antropomorfización de los dioses respondería a esa necesidad de interlocución para
evadir los miedos. La eficacia relativa de este subterfugio está fuera de toda duda dos siglos
después del anuncio de su muerte a manos de la razón. Aunque sólo fuera por esta supervi-
vencia contra todo pronóstico racional, merece indagarse la eficiencia de la modernidad en
su combate contra el miedo.
32 Canetti sostiene que el hombre padece “el miedo a ser tocado” y por eso genera distan-
cias protectoras como la vivienda: “Nada teme más el hombre que a ser tocado por lo
desconocido. Desea saber quién es el que lo agarra; le quiere reconocer o al menos, poder
clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño. De noche a oscuras, el
terror ante un contacto puede a convertirse en pánico [...]. Todas las distancias que el hom-
bre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado”. Canetti, Elias; Masa y
Poder; El libro de Bolsillo. Alianza Editorial/Muchnik, Madrid, 1987. pág. 9.
33 Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op. cit., pág. 11.
34 Es necesario aclarar que algunas posturas no descartan esta explicación: “El hombre primi-
tivo, en la soledad de la selva, vivía atenazado por el terror. Conocía el peligro de las fieras, de
las catástrofes naturales. Al mismo tiempo era ignorante de lo que podía ocurrir después. Por
ello, debió buscar rápidamente soluciones. Necesitó en su soledad establecer lazos con sus
semejantes, se hizo social para defenderse. La sociedad es una forma de defensa nuclear ante el
miedo y la angustia, en definitiva, ante el terror”. López Ibor, José Miguel; op cit.
35 Mongardini, Carlo; Miedo y sociedad, Madrid, Alianza Editorial S.A., 2007, pág. 10. Huelen,
rechazando las explicaciones monocausales, es un agudo crítico de la concepción determi-
nista que postula al miedo como la causa decisiva de la conducta humana. Huelen, A.; El
Hombre; Salamanca, Editorial Sígueme, 1987. Citado por Mongardini, C.; Op cit, págs. 31/2.
– 31 –
humano parecen más domesticados o, al menos, su presencia adquiere
menos visibilidad. Impulsos primarios –regidos también por el “cerebro
reptil”36–, como el hambre o el deseo sexual, y hasta la acción de esfínteres,
están tan procesados socialmente que son objeto de una gestión voluntaria
más eficaz, a partir de pautas y convenciones establecidas de tal manera
que modelan con más potencia las conductas.37
Son varios los pensadores e investigadores que dan argumentos para es-
te emprendimiento, al sostener que el miedo, de alguna manera, está en los
cimientos de lo social, en el entramado de las relaciones sociales; habita en
la base de la cultura. Norbert Elias sostiene que la civilización es un proce-
so por el cual el hombre progresivamente toma control sobre las agresio-
nes;38 podría añadirse que de manera paralela, es también el proceso en que
progresiva y colectivamente se toma el control sobre el miedo; no para hacerlo
desaparecer, sino más bien para suavizarlo, para enfocarlo, para direccio-
narlo sobre puntos o situaciones específicas.
Partiendo desde otro lugar, pero concurrente en nuestro tema de deba-
te, Sigmund Freud identificaba tres fuentes de sufrimiento: “la hiperpoten-
cia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las
normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia,
el Estado y la sociedad.”39 De esas tres, las dos primeras atraviesan los
tiempos y son previas a la aparición del Estado. Significativamente, el pa-
dre del psicoanálisis construye un argumento para entender la aparición de
la cultura que tiene algún grado de parentesco con la matriz explicativa
contractualista, ya que su enfoque brinda un lugar destacado al temor.40
36 Se le suele dar este nombre a la parte del cerebro que controla las funciones primarias.
Dado que estas han permanecido relativamente invariantes a lo largo de la evolución, se les
da esta denominación para poner de manifiesto su carácter primitivo, emparentado con los
primeros reptiles.
37 Estos procesamientos distan, por supuesto, de ser idénticos en los diversos grupos
humanos, pero como característica común a todos ellos es que no surgen sin ningún grado
de represión, la que los organiza.
38 Cf. Elias, Norbert; El proceso de la civilización, México D.F., Editorial Fondo de Cultura
Económica, 1994.
39 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Editorial
Amorrortu, 1992, tomo XXI, pág. 85.
40 “Imaginemos canceladas sus prohibiciones [de la cultura]: será lícito escoger como objeto
sexual a la mujer que a uno le guste, eliminar sin reparos a los rivales que la disputen o a
quienquiera que se interponga en el camino; se podrá arrebatarle a otro un bien cualquiera
sin pedirle permiso; ¡qué hermosa sucesión de satisfacciones sería entonces la vida! Claro
que enseguida se tropieza con la inmediata dificultad: los demás tienen justamente los mis-
– 32 –
El miedo aparece así como el fundamento de toda la organización so-
cial (la cultura, Freud) y política (Hobbes). La búsqueda de seguridad, la
contracara directa del miedo, se constituye de este modo como el motor de
lo social.41 También en esto podemos encontrar algún ángulo de conver-
gencia con Norbert Elías; cuando éste arguye que el hombre ha logrado
conocer la naturaleza con una capacidad tal que, aunque no pueda domi-
narla plenamente, al menos logra protegerse con alta eficacia de ella. Me-
diante este conocimiento o gracias a él, la fue transformado hasta conver-
tirla en un entorno adaptado a sí mismo (más que a la inversa). Este logro
procuró cierta calma a la humanidad, pero, como contrapartida, las certi-
dumbres provocadas por el conocimiento y la domesticación del orden
natural encienden otro foco desde donde se irradia una diferente gran dosis
de miedo; el peligro de que el hombre actúe como “verdugo” del hombre
mismo.42
La idea de que el miedo también puede ser visto como un motor inicial
de la política tiene muchos defensores.43 Thomas Hobbes, como adelan-
tamos, considera que la política nace como una respuesta al miedo, y en su
Leviatán el temor daba argumento al absolutismo.44 Nicolás Maquivelo la
concibió como un elemento constitutivo de su ejercicio en sus recomenda-
mos deseos que yo, y no me dispensarán un trato más considerado que yo a ellos.” El
porvenir de una ilusión, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editorial, 1992, tomo
XXI, pág. 15. Dentro de los autores del contrato social, como por ejemplo Thomas Hob-
bes, al que nos referiremos enseguida, apuntaba que “[...] por lo que respecta a la fuerza
corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secre-
tas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él se
encuentra. [...] Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte [y]
el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable [...]” Leviatán, Madrid,
Editorial Sarpe, 1985, tomo I, págs. 133 y 138.
41 Glaze, Alejandra; op. cit.
42 “[...] hoy por hoy, el mayor peligro para los seres humanos lo constituyen ellos mismos.”
Elias, Norbert; Humana Conditio, op. cit., pág. 27.
43 Puede rastrearse la consideración del miedo como el origen de la política en Espósito,
Roberto; El origen de la política. ¿Hanna Arendt o Simona Weil?, Paidos Studio, Barcelona, 1995.
44 Al pasaje de dicha obra que hemos citado en la nota 38 se le puede adicionar el siguiente
comentario: “Hobbes vio en el miedo la vía de superación del estado de naturaleza y el
fundamento de la sociedad política [...] el miedo obliga a los hombres a refrenar los instin-
tos que ponen en peligro su seguridad, a imponerse límites y a plantearse su propia conser-
vación como la primera de sus metas [...] El miedo crea la sociedad como límite y garantía
[...] La organización y la institucionalización de la política en su conjunto son para Hobbes
la racionalización del miedo”. Mongardini, Carlo; op cit; págs. 24, 25 y 26.
– 33 –
ciones para que el príncipe desarrolle una economía de la violencia.45 Pero
la idea no quedó relegada a los orígenes de la política, sino que se mantuvo
con mucha constancia. Paul Virilio, por ejemplo, asevera que “el miedo y el
pánico son los grandes argumentos de la política moderna”.46 Si aceptamos
esta afirmación tenemos que el miedo generó –o, al menos, está implícito
en la política– y que, además, se mantiene como una constante de su
práctica. La conclusión suena muy drástica: sin miedo no hay política. El
miedo brota ante la inseguridad, la política nace de las respuestas que ofre-
cen diferentes estrategias de poder para suturarlo. Ente vínculo se crista-
lizó, como ya apuntamos, en importantes organizaciones y en notables
hechos sociales; la gran ciudad es una de esas materializaciones.47 No obs-
tante, esta conquista de seguridad expresada en la ciudad y en los diversos
mecanismos burocráticos de intervención sobre la vida, los que genérica-
mente se agrupan bajo el rótulo de “seguridad social”, parece no ser una
solución definitiva. Robert Castel opina que “[...] vivimos probablemente
–al menos en los países desarrollados– en las sociedades más seguras que
jamás hayan existido. [...] Sin embargo, en estas sociedades rodeadas y atra-
vesadas por protecciones, las preocupaciones por la seguridad permanecen
omnipresentes.”48 ¿A qué se debe esa aparente paradoja? Más allá de que
sería imposible suprimir el miedo, hay políticas que lo promueven re-
cordándonos a cada rato que es muy probable que seamos víctimas de una
agresión en cualquier momento. El miedo provoca la emergencia de aso-
ciaciones e instituciones con el fin de gestionarlo, con el objetivo de go-
bernarlo. Estimula expansión de la división del trabajo social.49 También
45 “[...] se requiere ser las dos cosas [amado y temido]; pero, como es difícil conseguir ambas
a la vez, es mucho más seguro ser temido primero que amado, cuando se tiene que carecer
de una de las dos cosas.” Maquiavelo, Nicolás; El Príncipe, Madrid, Sarpe, 1983, pág. 104.
Cf. también Wolin, Sheldon S.; Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político
occidental; Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1973; capítulo 7.
46 Paul Virilio y la política del miedo. Entrevista publicada en la Revista Ñ, diario Clarín del
20 de marzo de 2005. Versión digital en http://www.clarin.com/.
47 De manera desordenada, pueden encontrarse ideas en esta dirección en Virilio, Paul;
Ciudad pánico. El afuera comienza aquí; Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2006.
48 Castel, Robert; La inseguridad social, Buenos Aires, Manantial, 2004, pág. 11.
49 “..entre 1870 y 1910 se tenía un pánico absoluto al entierro prematuro, a que te sepulta-
ran vivo. Eso era lo peor de todo. Hasta el punto de que para conjurar ese miedo se inven-
taron nuevos métodos y hasta aparecieron nuevos profesionales que te garantizaban que al
morir estarías indiscutiblemente muerto”. Bourke, Joanna; entrevista publicada en Isla
Virtual Insumissia; http://www.antimilitaristas.org/; domingo 26 de noviembre de 2006.
– 34 –
regulación de lo social, instancia indispensable para el sostenimiento del
orden, está vinculada a emociones como el miedo y de la frustración.50
El control del miedo politiza lo social desarrollando formas de gobier-
no. Geog Simmel entiende que el miedo es una de las fuerzas psicológicas
que une políticamente a los hombres, generando sobre un espacio geográ-
fico un espacio político.51
En esa territorialidad se estructuran socialmente las percepciones sobre
los riesgos y amenazas de las que debería buscarse protección, ofreciendo
en paralelo algunos caminos para evitar los peligros.
La socialización temprana inculca a los niños las potenciales amenazas
mientras, a la vez, son manipulados por el miedo impartido por las genera-
ciones mayores que logran su subordinación y obediencia gestionándolo.52
Se aprende a qué tener miedo y también se incorporan pautas para saber
cómo actuar frente a él. Sobre la base biológica que ya hemos presentado,
se orientan culturalmente las sensibilidades y percepciones a través del
miedo, localizando enemigos o espantajos a nivel tanto individual como
social. La explotación política del temor tiene correspondencia con la ma-
nipulación de los adultos a los niños a través del miedo.
Así como las madres aterrorizan a sus hijos con la amenaza de convo-
car al “hombre de la bolsa” que se lleva a los niños cuando éstos no comen
su porción de alimentos,53 también los grandes agregados sociales son
azuzados por construcciones fantasmales.54 En tal sentido, la pobreza ha
50 Bericat Alastuey, Eduardo; “El suicidio en Durkheim, o la modernidad de la triste figu-
ra”. Revista Internacional de Sociología, Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Instituto de
Estudios Sociales Avanzados. España; Nº 28, 2001; págs. 69-104
51 Simmel, Georg; Sociología; Madrid; Alianza Editora; 1986. Citado por Mongardini, C.; Op
cit. Pág. 68.
52 Mirando el tema desde este ángulo, podemos afirmar que algunos cuentos infantiles
cumplen un papel importante para generar condiciones de posibilidad para estas operacio-
nes. Los medios de difusión masiva hacen su parte, pero cubren todas las edades.
53 Este personaje también es conocido fuera de la Argentina como “hombre del saco” o
“viejo del costal”, y se lo suele identificar con un vagabundo o un trabajador “golondrina”
(trabajador migrante, temporario). Véanse detalles de la leyenda sobre él en el Portal Infor-
mativo de Salta, del gobierno de la provincia argentina de Salta en
http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/hombrebolsa.htm.
54 Aquí es interesante recordar una vez más a Norbet Elías, cuando nos sugiere que “todos
los miedos son suscitados, directa o indirectamente en el alma del hombre por otros hom-
bres”. Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528. Véase al respecto el comen-
tario de Béjar Merino, Elena; “La sociología de Norbert Elias: las cadenas del miedo”.
Revista de Investigaciones Sociológicas; Madrid, España, Nº 56, Serie Estudios; Octubre a Di-
ciembre de 1991; pág. 18.
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
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sido, además de un problema social, una fuente de miedo de la ascendente
burguesía. El lumpenproletariado en sus diversas manifestaciones, los
mendigos, vagabundos, menesterosos, desocupados y los pobres en gene-
ral eran visualizados como fuente de peligro.55 Ese lugar también lo ocupa-
ron –y lo ocupan– los inmigrantes. Los menesterosos son vistos como
sinónimo de las revueltas; no se los ve como reclamantes, sino que se con-
vierten, a los ojos de las clases dominantes, en fuente de sospecha, en
transmisores de desorden, de maldad y perversión: en una usina de miedo.
A tal punto, que durante el siglo XIX “los conceptos de clases trabajadoras y
clases peligrosas empezaron a ir unidos”.56 Una nueva operación ideológica
comenzaba a echar raíces inadvertidamente a partir de la manipulación del
miedo.57
Esta circunstancia no quedó relegada en el tiempo. En el siglo XXI sigue
teniendo eficacia. Ahora tenemos “terroristas” en lugar de brujas, magos;
jóvenes pobres urbanos desocupados, en vez de mendigos o menesterosos;
también gobiernos defensores de la paz y la democracia en lugar de la Santa
Inquisición, que con tanto entusiasmo combatía contra las brujas.58
Independientemente de los personajes invocados, una matriz perdura
como una técnica de ejercicio de poder, también de su acumulación, que
supone, por un lado, la agitación de miedos y personificaciones terroríficas;
y por otro lado –y de manera concurrente–, el ofrecimiento de protección
o amparo. En esta argucia descansa en gran parte la política. La capacidad
55 También generaban miedo los criados y nodrizas que servían a las familias burguesas.
Donzelot, Jacques; La policía de las familias, Valencia, Pre-Textos, 1979.
56 Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, México D.F., Siglo XXI Editorial, 2005,
tomo II, pág. 173.
57 Claro que esta circunstancia no informa de ninguna novedad histórica. Por ejemplo, el
siglo XVI, cuando la Inquisición torturaba y ejecutaba brujas y magos, lo hacía con la
anuencia de la población, que de tal modo se sentía protegida y segura contra el Maléfico.
58 “El terrorismo será la mejor excusa para practicar el terrorismo de Estado, es decir, para
transformar el miedo individual en terror social a través del pánico que modelan los Estados en
general, justamente con los medios masivos de comunicación, a partir de las campañas de
seguridad ciudadana y la implementación de prácticas de control preventivo tanto en el
ámbito local como global”. Rodríguez, Esteban; “Estado del miedo. El terrorismo como
nuevo rudimento legitimador del Estado de Malestar”, en Políticas de terror. Las formas del
terrorismo de Estado en la globalización. Buenos Aires. Ad hoc Ediciones, 2007, págs. 74/5.
Véase asimismo Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Bioterrorismo: ¿miedo infundado o
peligro real?”, ponencia presentada en las VIª Jornadas de Historia Moderna y Contem-
poránea, Universidad Nacional de Luján, septiembre de 2008, y Nievas, Flabián; “Acerca
del terrorismo y la guerra psicológica”, ponencia presentada en las VIIª Jornadas de Socio-
logía de la Universidad de Buenos Aires, octubre de 2007.
– 36 –
de manipular las sensaciones es un instrumento central de la política, y en
una porción importante es factible por descansar en una tensión localizable
en la emergencia misma del sistema social: la inseparable relación entre
miedo y seguridad.
Norbet Elias nos dice que “sin duda, la posibilidad de sentir miedo,
como la de sentir alegría, es un rasgo invariante de la naturaleza humana.
Pero la intensidad, el tipo y la estructura de los miedos que laten o arden
en el individuo jamás dependen de la naturaleza [...] sino que, en último
término aparecen determinados siempre por la historia y la estructura real
de sus relaciones con otros seres humanos”.59 Podemos agregar que, en
gran parte, emergen determinados por la política. Así como no hay política
sin violencia, podemos afirmar que no hay política sin miedo.60
Un matiz interesante a lo expuesto en este punto aflora cuando comple-
jizamos la relación entre miedo y política, considerando una diferenciación
en la influencia que tiene el temor en los momentos iniciales de la política
moderna. Hobbes, tal como señalamos, entiende que el miedo auspicia el
origen de lo social y el Estado. Pero de una manera alternativa a este plan-
teo encontramos reflexiones como las de Baruch Spinoza, que ubican al
miedo como una pasión que debilita y predispone a la gente para manipu-
lar desde una moral de la sumisión y la resignación.61 Según Remo Bodei,
“oponerse al miedo, quiere decir para Spinoza, en términos políticos, re-
chazar el absolutismo y la razón de Estado; en términos religiosos, repudiar
el precepto bíblico del temor como inicio de la sabiduría; y en términos
filosóficos, abolir virtualmente la distinción pascaliana entre temor malo y
temor bueno. Ni el Estado, ni la fe, ni –mucho menos– la filosofía y la
sabiduría deben apoyarse en el temor.”62 Queda planteada de esta manera
una tensión entre dos perspectivas; una como la de Hobbes que relaciona
el miedo y la política en sentido positivo y constructivo; versus otra que
59 Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528.
60 “La materia de la civilización como proceso de cambio histórico es la violencia y el mie-
do, caras activas y pasivas de la coacción”. Béjar Merino, E.; Op cit; pág. 16.
61 Genovés, Fernando R.; “Miedo y esperanza con futuro”. Publicado en Ideas, Suplemento
de Libertad Digital, 20 de Septiembre de 2005. En línea en:
http://revista.libertaddigital.com/miedo-y-esperanza-con-futuro-1276230666.html.
62 Bodei, R.; Una geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político, Editorial
Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pág. 78. Citado por Hoyos Sánchez, Inmaculada;
“Miedo y valor: una terapia naturalista del miedo a la muerte”. THÉMATA. Revista de Filosofía.
Número 39, 2007; Secretaría de Publicaciones; Universidad de Sevilla; España; pág. 178.
– 37 –
establece la relación en sentido negativo.63 Más allá de las vecciones de sus
influencias, nadie niega el peso de las mismas.
Para explorar con más profundidad la relación entre el miedo y lo so-
cial, parece adecuado indagar sobre algún fenómeno que reúna dos requisi-
tos: a) ser lo suficientemente regular y universal como para evitar asentar
nuestra disquisición sobre algún particularismo, y b) potenciar de tal mane-
ra nuestro objeto de estudio –el miedo– que nos permita observar de ma-
nera sencilla y relativamente evidente los mecanismos o procesos que con-
forman este fenómeno. Ambos requisitos los cumple la guerra: factor de
presencia regular en la especie humana (aún cuando variando las fracciones
afectadas por la misma) y en la cual el miedo es, por una parte, generaliza-
do y, por otra, gestionado voluntariamente –por el “enemigo”– hasta el
máximo punto posible. Nos abocaremos, para cerrar, a su consideración.
Guerra y miedo
Hemos afirmado que el temor ha tenido siempre una implicancia vital
en el desarrollo de lo social y lo político, pero como ocurre con casi todos
los temas, adquiere su mayor dramatismo en el campo militar, dado que es
la actividad en la cual se enfrenta a la muerte sin cortapisa. La vinculación
entre guerra y miedo es, además de evidente, de vieja data. En la antigua
Grecia los dioses Deimos (Temor) y Phobos (Miedo), eran hijos de Afrodi-
ta (diosa del amor) y Ares (dios de la guerra). El equivalente romano de
estos dioses eran Palor y Pavor, hijos de Venus y Marte. No sin razón tra-
taban de congraciarse con ellos, para no caer presas de la fobia (Phobos) o
63 Se enfrentan así “dos líneas maestras del pensamiento inaugural de lo político moderno,
mostrando los caminos bifurcados que se abrieron a partir de las interpretaciones enfrenta-
das que en torno del «miedo» como pasión se expresaron en Baruch Spinoza y Thomas
Hobbes a mediados del siglo XVII. El miedo, según lo aborda el judío holandés, como
pasión negativa, como anclaje en un orden de la sumisión que impide a los seres humanos
elegir su camino y que los conduce a la ciega aceptación de la tiranía y la dominación que se
afinca, precisamente, en esa pasión que maniata el espíritu libertario y que sigue prisionera
de una forma de trascendentalismo. Y el miedo como una pasión positiva y racional que
hace posible, en la perspectiva de Hobbes, la renuncia a un estado de peligrosidad y conflic-
to permanente que será reemplazado por un orden sustentado en la coerción y la renuncia
al uso indiscriminado de la violencia; sin miedo a la anarquía social, sin miedo al más fuerte
y a la muerte, sin miedo al conflicto y la violencia no sería imaginable el pasaje del estado de
naturaleza al contrato fundacional”. Forster, Ricardo; “Entre Spinoza y Hobbes o el miedo,
la inseguridad y la política”; diario Página/12, 13 de Noviembre de 2008, Buenos Aires.
– 38 –
el pavor. Por el contrario, eran los enemigos quienes debían padecer tales
desgracias.64
Como se ve, ya desde la mitología cada uno de los contendientes realiza
todos los esfuerzos posibles para aterrorizar a su adversario y quitar el
miedo a su propia tropa. La relevancia del miedo ha sido tan importante en
el campo bélico que el héroe, aquel que vence al miedo, se transforma en
un personaje digno de mención, al que se lo adorna con medallas y se con-
voca a emular, sobre el que se construyen leyendas, y que conforma una
entidad casi mitológica; la cobardía, que es una actitud provocada por el
miedo, se transforma por el contrario en el peor de los estigmas y merece
el peor de los castigos.65
El miedo o la falta de valentía ante situaciones críticas o evaluadas co-
mo tales fueron y son, al menos eso parece, problemas de creciente grave-
dad y proyección. La historiadora Joanna Bourke sostiene, con toda razón,
que “...el miedo es el problema crucial para los mandos militares”.66
El miedo, en sus niveles más intensos, carga a quien lo padece de ver-
güenza; todo lo contrario ocurre con la temeridad que genera admiración y
honor.67 El temor convoca a la debilidad y la miseria; Montaigne pensaba
que los humildes eran propensos a sentir miedo y descontrolarse; contra-
64 Cruañez, Salvador; “¿Qué es el miedo?”; en Revista Esfinge; Madrid, España, Editorial
N.A.; Nro. 22 de marzo de 2002; http: //www.editorial-na.com/esfinge/200203.asp.
65 Es importante dejar en claro que “miedo y cobardía no son sinónimos” (Delumeau, J.; El
miedo en occidente... Op. cit., pág. 18), no obstante lo cual están asociados, ya que la cobardía
aparece cuando el miedo se sobreimpone a la voluntad y se transforma en la pauta de la
acción. Recordemos, finalmente, la cita de Sastre que inicia estas páginas.
66 “Tienen que erradicarlo (al miedo) de la gente para así hacerlos soldados y llevarlos al
combate. Y eso se consigue mediante un laborioso proceso de desensibilización que se ha
ido probando y perfeccionando durante siglos. Se trata de hacer experimentar la batalla
antes de entrar en ella, de sumergir al recluta en su ruido, su olor, su confusión; de acos-
tumbrarle. Le explicaré una historia terrible: durante la II Guerra Mundial, en un regimiento
británico se llevó a los reclutas a un matadero para que se ejercitaran con las reses en el uso
de la bayoneta. Les hicieron matar al arma blanca a los pobres animales y empaparse con su
sangre, lo que, consideraban los mandos, les infundiría coraje. La verdad es que fueron
demasiado lejos y eso provocó un montón de crisis nerviosas entre los soldados”. Bourke,
Joanna; op cit.
67 Esta aseveración tiene anclaje en Delpierre, G.: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por
Delumeau, J.; Op cit.; pág. 12. También la oración que sigue. Presentando su libro, Marina,
José Antonio, nos comenta: “El valiente siente miedo, pero actúa como debe «a pesar de él».
Es lógico que todas las culturas hayan admirado el valor. ¡Nos sentiríamos tan libres si no
estuviéramos tan asustados! Así, el libro que comienza siendo un estudio del miedo, se
convierte en un tratado sobre la valentía”. Op cit.
– 39 –
riamente, la valentía produce nobleza, lo noble. En tal sentido no se dife-
rencia de Nietzsche.68 Siguiendo estos razonamientos, tenemos que un
“miserable” siempre será “miserable”. La asociación que existe entre heroi-
cidad, virilidad y victoria, y su contraparte, entre cobardía, falta de virilidad
y derrota, nos es ilustrada por Alfred Adler, quien postula que la díada
“arriba-abajo”, en la que se emparenta el primer término de dicho par con
lo positivo, lo deseado y buscado, y al segundo con lo despreciable, lo ig-
nominioso y pecaminoso, está en la base del carácter neurótico.69 Vale
decir que dicha apreciación está, cuanto menos, influida por esta anomalía
psíquica, tan extendida en el capitalismo. No obstante, aunque no se sos-
tenga empíricamente ni la honorabilidad del héroe ni la miserabilidad del
cobarde, su simple asociación como prejuicio es un dato ineludible.
Pero analicemos más detenidamente el papel del miedo, del temor en la
batalla, comenzando por el lugar que al mismo le asigna la propia teoría
clásica de la guerra, postulada por Clausewitz hace dos siglos. Una de las
mayores innovaciones teóricas del general prusiano fue la incorporación
del sentimiento humano al tratamiento sistemático de la beligerancia. Lo
hizo desde lo que denominó “fuerza moral”, sintagma que engloba una
serie de atributos: genio militar, virtudes militares y sentimiento nacional.70
Para Clausewitz, las fuerzas morales “son el espíritu que impregna toda la
esfera de la guerra. Se adhieren más tarde o más temprano a la voluntad
que pone en movimiento y que guía a toda la masa de fuerzas y, por así
decirlo, se confunden con ella en un todo, porque ella misma es una fuerza
moral.”71 Su importancia es tal, que “lo físico no es casi nada más que el
mango de madera mientras que lo moral es el metal noble, la verdadera
arma, brillantemente pulida.”72 ¿Qué son esas fuerzas morales?: “valentía,
68 “[...] obsérvese cómo constantemente se mezcla en ellas, azucarándolas, una especie de
lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas las palabras que
convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como expresiones para significar
«infeliz», «digno de lástima» (véase λό [miedoso], ίλαι [cobarde], νη ό [vil], µ χνη ό
[mísero], las dos últimas caracterizan propiamente al hombre vulgar como esclavo del trabajo y
animal de carga)”. Nietzsche, Friedrich; Genealogía de la moral, Tratado Primero, §. 10.
69 Adler, Alfred; El carácter neurótico, Barcelona, Editorial Planeta-Agostini, Barcelona, 1994,
págs. 233 ss.
70 “Los principales poderes morales son los siguientes: la capacidad del jefe, las virtudes milita-
res del ejército y su sentimiento nacional.” Clausewitz, Karl; De la guerra, Buenos Aires, Editorial
Solar, pág. 130.
71 Ídem, pág. 128.
72 Ídem, pág. 129.
– 40 –
flexibilidad, poder de resistencia y entusiasmo.”73 Se trata, sin lugar a dudas, de la
negación del miedo en primer lugar (valentía) y de los artilugios necesarios
para poder efectivizar tal negación (flexibilidad, poder de resistencia y en-
tusiasmo). La fuerza moral explica situaciones que sin la consideración de
tal elemento resultarían paradójicas.74 Si bien es cierto que en su postulado
la fuerza moral se expresa principalmente como “sentimiento nacional”, es
muy evidente su presencia en etapas pre-nacionales. Y ello se vislumbra en
los ritos que ancestralmente acompañaron a los guerreros, cuya caracterís-
tica invariante parece ser la exacerbación del miedo en el enemigo y la ex-
pulsión del miedo propio. Las danzas, los gritos y las pinturas en el cuerpo
son testimonio de esto.75 No obstante ello, sería un error considerar simé-
tricas las influencias en el ánimo del enemigo y en el propio. Siempre –al
menos en las sociedades sedentarias– se privilegió la seguridad en detri-
mento del poder ofensivo. Una sociedad considerada guerrera, como la
espartana, se protegía tras gruesos y elevados muros; una sociedad conquis-
tadora, como la romana, no sólo privilegiaba la defensa de sus ciudades,
sino que también dotaba a sus soldados de poderosos elementos de defen-
sa (generosos scutum [escudos], galæ [casco], lorica hamata [armadura de cota
de malla], o lorica segmentata [armadura de placas], o lorica squamata [armadu-
ra de escamas]) que dificultaban el desplazamiento de sus tropas, vital para
la conquista, pero brindaban seguridad al soldado. Incluso los Estados
absolutistas –más cercanos en el tiempo–, cuyo dinamismo se fundaba en
la conquista, y por ello destinaban el grueso de sus recursos a la guerra,76
emplearon la mayor cantidad de ellos en organizar defensas.
73 Ídem, pág. 132.
74 La resolución de la ofensiva del Têt, desarrollada en tres oleadas en enero, mayo y agosto-
septiembre de 1968 por el vietcong y el ejército de Vietnam del Norte en contra de las
tropas survietnamitas y estadounidenses, tuvo como saldo aproximadamente 100.000 bajas
para los atacantes y 5.000 para los defensores, quienes además retuvieron el territorio ataca-
do. Sin embargo, todos los analistas coinciden en que fue el punto de inflexión de la guerra
a favor de las tropas del vietcong y de Vietnam del Norte. Lo que lograron con esa ofensiva
fue quebrar la fuerza moral de las tropas sureñas y las de ocupación estadounidense, lo que
provocó un cambio en la relación de fuerzas que devino en la debacle posterior de estas
últimas fuerzas.
75 Causa curiosidad observar estas prácticas hoy por algunas selecciones nacionales de
rugby, como el Haka de los All Blacks, que es la danza ritual para quitarse el miedo propio e
infundir el miedo en los rivales.
76 Anderson menciona que a mediados del sigo XVI, España dedicaba el 80 % de las rentas estata-
les a gastos militares. Todavía en el siglo XVII, Francia dedicaba 2/3 del gasto estatal a las fuerzas
militares. (Anderson, Perry; El Estado absolutista, México D.F., Siglo XXI, 2005, págs. 27/8). Luis
– 41 –
Esta tendencia a privilegiar la seguridad por sobre la capacidad ofensiva
sigue vigente. En nuestros días las principales fuerzas armadas dedican
ingentes sumas de dinero a desarrollar tecnología farmacológica destinada
a la eliminación o atenuación del miedo, bastante avanzada actualmente.77
A esto debe agregársele otra dimensión, que es el desarrollo y la produc-
ción de equipos de combate y sistemas de armas altamente costosos, tam-
bién orientados a incrementar la seguridad o –en tanto esto es siempre una
presunción– más inmediatamente a mitigar el miedo. EE.UU. desarrolla el
programa Land Warrior para los Rangers (provistos en el año 2006), y una
segunda versión, el Land Warrior Stryker Interoperability; Australia, el
LAND 125 Wundurra, que incluye estudios de nutrición e hidratación;
Canadá el Sistema integrado de Vestimenta y Equipo Protector; Francia el
Sistema del Futuro Infante; Holanda el Sistema del Soldado de Infantería
del Real Ejército Holandés; el Reino Unido el Futuro Soldado de Infanter-
ía (FIST); y España el Programa Combatiente del Futuro.78 Para dimensio-
nar adecuadamente el fenómeno que se trata de suprimir o aminorar, es
necesario analizarlo en dos planos: en un contexto de combate,79 que im-
XIV gastaba en la guerra, en el decenio de 1700, el 75% de sus ingresos; Pedro el Grande, el
85%; mientras que la República inglesa había consumido, en la década de 1650, el 90% de sus
ingresos en la guerra. Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de
Occidente, 1500–1800, Barcelona, Crítica, 1990, pág. 92. Véase sobre el tema Nievas, Flabián; “La
guerra en el absolutismo”; en línea: http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/textos/textos.html.
77 “En un futuro cercano, veremos a las tropas partir al combate cargadas de medicamentos
que incrementen su agresividad, así como su resistencia al miedo, el dolor y la fatiga. La elimi-
nación de los recuerdos es uno de los objetivos al cual permite acceder la farmacología; ya no
es ciencia ficción pensar en tener en el campo de batalla personal militar al que se le ha supri-
mido el sentimiento de culpabilidad mediante las drogas, y al que se ha protegido del estrés
postraumático mediante un borrado selectivo de la memoria.” Wrigth, Steve; “Armas de
guerra farmacológica”, en Le Monde Diplomatique, edición del cono sur, agosto de 2007, pág. 30.
78 Cf. “Soldado cibernético”, DEF Nº 2, Buenos Aires, octubre de 2005, págs. 48 ss.; también
“El combatiente del tercer milenio”, en Revista Española de Defensa Nº 203, enero de 2005, págs. 50
ss. Al respecto se ha escrito mucho, bajo el nombre de “revolución de los asuntos militares”
(RMA). Cf. Ferro, Matías; “¿Qué entendemos por Revolución en Asuntos Militares?”, Investiga-
ción Nº 03 del Centro Argentino de Estudios Internacionales, s/d; Granda Coterillo, José y Martí
Sempere, Carlos; “¿Qué se entiende por Revolución de los Asuntos Militares?”, en Análisis Nº 57,
Madrid, mayo-junio de 2000. Véase, asimismo, Nievas, Flabián; “El combate urbano”, en Nievas,
Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra, Proyecto, Buenos Aires, 2007. En línea en:
http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/libro/libro.html.
79 Entre los síntomas habituales en situación de combate intenso, se debe contar con que el
50% de los soldados sufre taquicardia, el 45% “siente el estómago fuera de lugar. El 30 por
ciento experimenta frío y náuseas. El 25 por ciento padece de rigidez muscular. El 20 por
ciento vomita. El 20 por ciento experimenta debilidad general. El 10 por ciento sufre eva-
– 42 –
plica pérdida de coordinación y rendimiento bélico (sin considerar situa-
ciones extremas, como la deserción), y en términos de secuelas para los
participantes, con lo que se conoce como stress postraumático, que genera
desórdenes de conducta y de personalidad, cuyas consecuencias cuestan
grandes sumas de dinero al ejército, ya que afecta a cinco veces más solda-
dos que los que tienen secuelas físicas.80
En paralelo al perfeccionamiento farmacológico y tecnológico, también
se invierten recursos en desarrollo en ciencias sociales. Aunque con larga
tradición, en los últimos años se ha reforzado la participación de científicos
sociales en las Fuerzas Armadas. En el caso de Estados Unidos de Norte-
américa, esta relación se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mun-
dial;81 pero se intensificó en septiembre de 2007, cuando, en el marco del
programa Human Terrain System enviaron a Afganistán e Irak a realizar
trabajos de campo con la doble finalidad de disminuir las vulnerabilidades
propias y encontrar los puntos débiles de la población local.82 El desarrollo
y la explotación de estos tres tipos de recursos funcionan en un continuum
que “barre” distintas situaciones, circunstancias y enfoques analíticos. La
finalidad: disminuir el miedo o sus efectos en el campo propio, y acrecen-
tarlo en el campo del enemigo. Pero, como en toda relación recíproca, el
enemigo también ejerce miedo. En la actualidad, en las guerras contem-
poráneas, los enemigos “difusos” utilizan tácticas terroristas, de escasa
eficacia militar, pero de enorme potencial psicológico y moral. El terrorismo
es una práctica militar, un instrumento, que no casualmente deriva su deno-
minación de una sensación: el terror como el punto más alto del miedo.
Estudiar la guerra nos ayuda para aproximarnos a la problemática del
miedo porque nos brinda muchos elementos para la comprensión y cono-
cuación intestinal involuntaria. El 6 por ciento se orina incontrolablemente.” Sohr, Raúl;
Para entender la guerra, México S.F., Alianza Editorial Mexicana, 1990, pág. 74.
80 Cf. el muy documentado estudio de Watson, P.; Op cit.
81 Entre otros, fue notable la participación de Margaret Mead y su esposo Gregory Bateson.
Mead, “además de producir panfletos para la Oficina de Información de Guerra, publicó un
estudio para el Consejo Nacional de Investigación, relativo a la cultura y costumbres de
alimentación de la gente que provenía de diferentes nacionalidades y que vivían en los
EE.UU. También realizó investigaciones en el área de la distribución de alimentación como
un método para mantener la moral. Junto con Bateson y Geoffrey Gorer, ayudó a la OSS
[Oficina de Servicios Estratégicos] a establecer una unidad para entrenamiento de guerra
psicológica en el Oriente Lejano.” McFate, Montgomery; “Antropología y contrainsurgen-
cia: la historia extraña de su relación curiosa”, en Military Review, mayo-junio de 2005.
82 Beeman, William; “La antropología, un arma de los militares”, en Le Monde Diplomatique,
edición del cono sur, marzo de 2008, pág. 18.
– 43 –
cimiento de las sociedades –lo mismo ocurre en sentido inverso– pero,
también, porque en ella anida el fundamento de la política; sin embargo, no
se pueden extrapolar de manera directa las enseñanzas de una esfera a la
otra, por más que existan continuidades y muchas veces límites borrosos.
La gestión del miedo –esto es, tanto su exacerbación como su atenuación–
es un aspecto central en la guerra; y en tanto ésta contiene el núcleo de la
política –que en definitiva es la proyección de su desenlace–, deberemos
observar esta vinculación entre miedo y política, también como un elemen-
to de singular importancia.
La política del miedo
Las clases dominantes, de manera conciente o no, han tomado debida
cuenta de esta situación, y la producción del miedo ha pasado a convertirse
en los últimos años en una de las industrias privilegiadas. Queremos ser
claros al respecto. No estamos pensando en un plan orquestado, diseñado
o consensuado, sino de un sentido socialmente impuesto del que astuta-
mente se fueron apropiando estas clases y lo administran con apreciable
destreza.83
En general la formulación cobra diversas formas, pero en torno a un eje
común, que es el miedo. Se suele presentar como “inseguridad”, “delito”,
“terrorismo”, “inestabilidad económica”, “precariedad laboral”, etc. Todos
estos enunciados tienen como efecto común generar, acentuar y/o mante-
ner dosis de angustia y miedo en el conjunto de la población, particular-
mente en los sectores más vulnerables social y económicamente, población
que, por medio del rumor, acrecienta y “ratifica” lo que, en muchas oca-
siones, no son sino fantasías incontrastadas. Se trata, por sobre todo, de
sensaciones.
Presentemos algunos ejemplos de esto a fin de clarificar más estas apre-
ciaciones. En Argentina la tasa de delito cada 100 mil habitantes subió
levemente entre los años 2000 y 2002, descendiendo luego de manera sos-
tenida para llegar en 2006 a los niveles del año 2000. En el mismo período
la “sensación” de delito, índice que se mide en función de la aparición de
notas o noticias sobre delitos en la prensa escrita, creció a casi el doble de
83 La remisión a la “clase” es deliberadamente genérica, ya que no se trata de un conjunto de
individuos, sino de un tipo de acción colectiva (expresada, obviamente, por individuos) cuya
inteligibilidad está dada por condiciones de vida relativamente homogéneas y que predispo-
ne (pero no determina) cosmovisiones particulares, que tienen la pretensión de constituirse
en universales.
– 44 –
los niveles de 2000.84 Se trata de una medición que tiene la virtud de poner
de relieve un problema. Dado que se construyó sobre prensa escrita el
mismo es parcial, no obstante la evidencia que muestra es taxativa. Esta
medición es tanto más interesante si no se la interpreta de manera lineal, en
el sentido de que los medios de difusión masiva (en este caso, diarios) son
“productores” de la sensación de inseguridad, sino en el sentido más am-
plio, de que estamos frente a un fenómeno recíproco: la prensa refleja
aquello que el público está dispuesto a asumir, actuando más como reafir-
mador que como creador de esta sensación, a la vez que esa sensación se
“verifica” en la producción de noticias de tal índole.
El entramado que estamos presentando es, sin embargo, más denso y
complejo. La sensibilidad sobre este fenómeno ha despertado también la
imaginación de ciertos políticos –en los cuales se corporiza la apropiación
de clase a que nos refiriéramos más arriba– que no dudan en construir sus
ejes discursivos en torno a la “inseguridad”. Hace pocos meses un político
en ascenso puso en la web un “mapa de la inseguridad”,85 que abarca el
territorio de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Se trata de un caso digno de análisis por cuanto se propone
a la población que informe, en línea, de los delitos sufridos; de esa manera
se iría construyendo un mapa del delito (de la “inseguridad”, tal su nom-
bre), es decir, de los hechos de violencia desplegados en el espacio. Esta
modalidad, en apariencia, resultaría sumamente transparente, pues carece
de mediaciones entre la población afectada y la información surgida por la
acción de la propia población. Sin considerar cuestiones técnicas que tor-
nan a los datos obtenidos en indicadores fácilmente cuestionables,86 hay
dos aspectos que debemos considerar con atención: a) el involucramiento
de la población en la producción de la sensación de inseguridad y b) la
construcción de la argumentación política en torno a este eje, de una ma-
nera que carece completamente de rigor metodológico, pero que resulta
creíble. El paso dado es muy significativo: se invita a los propios “asusta-
dos” a fundamentar su miedo. De expandirse y solidificarse ésta u otras
84 Véanse los informes anuales del “Índice de Violencia Social Percibida” para el período
citado, elaborado por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano. Dispo-
nible [en línea] en http://www.onlineub.com/copub.php?opcion=IVSP
85 http://www.mapadelainseguridad.com/
86 Entre los múltiples factores de distorsión podemos mencionar: el acceso diferencial,
según grupo social, a herramientas de Internet; la posibilidad de que un mismo hecho se
reporte en repetidas ocasiones por distintos (o el mismo) sujetos; la carencia de verificación
del hecho, etc.
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– 45 –
iniciativas similares, la gran mayoría de la población (probablemente con la
única excepción de pequeños grupos ilustrados) quedaría atrapada en una
ilusión autorratificada con un efecto fácilmente previsible: endurecimiento
de las reglas penales, criminalización de los cuestionamientos (particular-
mente de aquellos que lleguen al nivel de la protesta), sospecha de las dife-
rencias, en suma, un Estado policial gestionado y legitimado por la pobla-
ción. Esto nos conduce al detallado y muy documentado estudio realizado
por Loïc Wacquant sobre los efectos del endurecimiento de la represión
del delito en Nueva York, que se sintetizaban en el slogan de “tolerancia
cero”; en él demuestra que tal política tuvo dos efectos reales centrales: 1)
aumentar desmesuradamente la población carcelaria, particularmente de
gente pobre, y 2) no disminuyó la tasa de delitos, por el contrario, creció
levemente. Contrariamente, en aquellos Estados (como California) que
adoptaron una política radicalmente distinta, estos efectos fueron contra-
rios: no aumentó la población carcelaria y sí disminuyó la tasa de delitos,
en los mismos períodos en que se implantó la “tolerancia cero”.87 Pero tal
conocimiento, sin ser censurado, no circula socialmente. Por el contrario,
las ideas que se reproducen son las que este trabajo desmitificó. La percep-
ción, que tradicionalmente significó la subjetivación del mundo exterior
mediante los sentidos, cobra un nuevo y complejo significado: pasa a ser la
internalización de la creencia previa, con independencia relativa de los
hechos; es decir que la importancia no radicaría en los hechos, sino en la
percepción de los mismos, percepción que implica la mediación de la cre-
encia. O, dicho sintética y drásticamente: importa lo que se cree, no lo que
realmente ocurre.
Un tercer elemento a tener en cuenta, íntimamente ligado al anterior, es
la construcción de una agenda pública “falaz”. Llamamos así al otorga-
miento de prioridades en la acción gubernamental (esto es, la agenda públi-
ca) condicionando cualquier política a que tenga (presuntamente) resulta-
dos inmediatos. Esta expectativa, de imposible cumplimiento en lo
referente a la tasa de delito u otras situaciones complejas, como las modali-
dades violentas de los delitos, sólo actúa en definitiva como debilitadora
del sistema estatal, el que aparece incumpliendo lo que, se sabe anticipa-
damente, resulta imposible de cumplir. El efecto práctico inmediato es una
mayor presión, y la necesidad de incorporar al discurso político una solu-
ción ficticia, es decir, de abandonar todo escrúpulo en la competencia por
el liderazgo político. Siendo necesario el abandono de todo escrúpulo –lo
87 Wacquant, Loïc; Cárceles de la miseria; Buenos Aires, Manantial, 2000.
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  • 1.
  • 3. Insumisos Latinoamericanos Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional Directores Robinson Salazar Pérez Nchamah Miller Cuerpo académico y editorial Pablo González Casanova, Jorge Alonso Sánchez, Fernando Mires, Manuel A. Garretón, Martín Shaw, Jorge Rojas Hernández, Gerónimo de Sierra, Alberto Riella, Guido Galafassi, Atilio Borón, Roberto Follari, Eduardo A. Sandoval Forero, Ambrosio Velasco Gómez, Celia Soibelman Melhem, Ana Isla, Oscar Picardo Joao, Carmen Beatriz Fernández, Edgardo Ovidio Garbulsky, Héctor Díaz-Polanco, Rosario Espinal, Sergio Salinas, Lincoln Bizzorero, Álvaro Márquez Fernández, Ignacio Medina, Marco A. Gandásegui, Jorge Cadena Roa, Isidro H. Cisneros, Efrén Barrera Restrepo, Robinson Salazar Pérez, Ricardo Pérez Montfort, José Ramón Fabelo, Bernardo Pérez Salazar, María Pilar García, Ricardo Melgar Bao, Norma Fuller, Flabián Nievas, Juan Carlos García Hoyos, John Saxe Fernández, Gian Carlo Delgado, Dídimo Castillo, Yamandú Acosta, Julián Rebón. Comité de Redacción Robinson Salazar Pérez Nchamah Miller Melissa Salazar Echeagaray
  • 4. Universidad de Buenos Aires Autoridades Rectorales Rubén Hallú Rector Beatriz Guglielmotti Vicerrectora Carlos E. Mas Vélez Secretario General Facultad de Ciencias Sociales Sergio Caletti Decano Adriana Clemente Vicedecana Mercedes Depino Secretaría de Gestión Institucional Stella Martini Secretaría Académica Instituto de Investigaciones Gino Germani Julián Rebón Director Carolina Mera Paulina Aronson Sandra Carli María Carla Rodríguez Comité Académico Claustro de Investigadores UNIVERSIDAD DE BUEN0S AIRES, Viamonte 430, Capital Federal, República Argentina
  • 5.
  • 6. ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM) ARQUITECTURA POL¸TICA DEL MIEDO DIRECTORES DEL PROYECTO ROBINSON SALAZAR P. MELISSA SALAZAR E. COMPILADOR FLABIÁN NIEVAS ARTICULISTAS Flabián Nievas, Pablo Bonavena, Javier Meza, Ana Victoria Parra González, Sonia Winer, José Luis Cisneros, María Concepción Gorjón Barranco, Martín Gabriel Barrón Cruz, Sebastián Goinheix, Carlos Villa Instituto de Investigaciones Gino Germani Universidad de Buenos Aires Colección Insumisos Latinoamericanos elaleph.com
  • 7. Arquitectura política del miedo / Flabián Nievas... [et.al.]; compilado por Flabián Nievas; dirigido por Robinson Salazar Pérez y Melissa Salazar Echeagaray. - 1a ed. – Buenos Aires: Elaleph.com, 2010. 304 p.; 21x15 cm. - (Insumisos latinoamericanos / Robinson Salazar Pérez) ISBN 978-987-1701-06-3 1. Sociología. 2. Inseguridad. I. Nievas, Flabián II. Nievas, Flabián, comp. III. Salazar Pérez, Robinson, dir. IV. Salazar Echeagaray, Melissa, dir. CDD 301 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático. © 2010, los autores de los respectivos trabajos. © 2010, ELALEPH.COM S.R.L. contacto@elaleph.com http://www.elaleph.com Primera edición Este libro ha sido editado en Argentina. ISBN 978-987-1701-06-3 Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
  • 8. Homenaje a Atilio Borón forjador de pensamiento, educador apóstol, guía y tutor de varias generaciones y hombre de conducta vertical ante la injusticia y horizontal ante las voces que reclaman democracia
  • 9.
  • 10. ÍNDICE Prólogo Robinson Salazar y Melissa Salazar 15 El miedo sempiterno Flabián Nievas y Pablo Bonavena 21 ¿Qué es el miedo? 22 El miedo como argumento de lo social y lo político 29 Guerra y miedo 37 La política del miedo 43 A modo de síntesis 47 La pastoral del miedo fraguado en la culpa Javier Meza 49 El orden ideal según la institución 51 Construcción del terror por amor dentro de la institución 53 El Diablo y la muerte de la carne y el espíritu: amenazas preferidas por la Institución 61 La institución de la vigilancia extrema 66 Lo que la institución enseña bien nunca se olvida 72 Las necedades de la institución y sus deseos de resurrección (conclusión) 75 Bibliografía 76
  • 11. El miedo como estrategia de control social Robinson Salazar 79 Propaganda del miedo 83 Medios, violencia y terror 86 Desarticulación del sujeto y desimbolización del lenguaje 89 Miedo y Pandemias como eje de control social 92 Bibliografía 94 Miedo y Control Social Ana Victoria Parra González 97 Resumen 97 1. Sociedades del riesgo y del miedo 97 1.1. Modernidad y globalización: el marco cultural de la sociedad del riesgo 97 1.2. Del riesgo externo y el riesgo fabricado 99 1.3. Del riesgo postmoderno al miedo a la inseguridad. La reconstrucción del control social 101 2. Medios, criminalidad y orden político. La víctima como elemento central del discurso mediático 104 2.1. Excurso introductorio 104 2.2. De la víctima real a las víctimas potenciales. Las exigencias de endurecimiento del control social 108 2.3. Intereses y mediación discursiva 110 3. La actuación del estado. Del ideal resocializador a la ideología de la seguridad y el anclaje penal de la política criminal 113 3.1. Respuestas institucionales ante los miedos y riesgos de la sociedad posmoderna. El desplazamiento del estado de bienestar hacia la esfera penal 113 3.2. La función simbólica de la norma penal 115 3.3. La ineficacia de la norma. ¿Ineficaz para quién? 117 Conclusiones 118 Bibliografía 119
  • 12. La Institucionalización de la violencia en las tendencias hemisféricas seguritarias en Paraguay: un análisis de caso Sonia Winer 123 Introducción 123 La incidencia de la doctrina estadounidense en el Operativo Jerovia 126 Conclusión 135 Bibliografía 137 La influencia del miedo en la “Política criminal de Género” española y su aprovechamiento con fines de seguridad ciudadana María Concepción Gorjón Barranco 139 1. Introducción 139 2. Miedo y género 140 3. El Movimiento Feminista ante el Derecho Penal 142 3.1. Orígenes 142 3.2. El Feminismo Oficial 143 3.2. El Feminismo Crítico 145 4. Las políticas de seguridad 146 4.1. Populismo punitivo y Derecho Penal simbólico 147 5. Política Criminal de Género. Víctimas y agresores 149 6. Los reflejos en la legislación penal; violencia doméstica y de género 151 6.1. La violencia doméstica 151 6.2. La violencia de género 154 6.3. Problemas interpretativos y de aplicación 155 7. Notas finales 159 Bibliografía 160 El miedo al otro: las muertes por homofobia en la Ciudad de México (1995-2001) José Luis Cisneros 165 Introducción 165 Propósitos de nuestra reflexión 168 ¿Por qué este sinuoso tema? 168 Cómo abordar el estudio 170 Cultura, estigma y sexualidad 172
  • 13. La presidencia de la santa madre Iglesia en México y el mito de la Virgen de Guadalupe 173 La legitimidad de la Iglesia Católica 175 La doctrina eclesiástica: evangelizar para amar (controlar para gobernar) 177 La sexualidad femenina a través de los ojos del dios católico 179 La condena moral de la iglesia hacia la diversidad sexual 183 Consideraciones finales 184 Bibliografía 187 El rostro del miedo y la violencia en México Martín Gabriel Barrón Cruz 189 A manera de presentación 189 El pretexto: la numerología 189 Pero: ¿Qué es la violencia? 198 La respuesta del Estado 206 Última reflexión 222 Bibliografía 225 Páginas web 232 Entre Robocop y Leviatán: Estrategias contra la inseguridad en Montevideo Sebastián Goinheix 233 Introducción 233 Riesgo, Inseguridad y Protección 235 Violencia, Miedos y Segregación Urbana 239 Las estrategias: entre inversiones y gastos en seguridad 243 Conclusiones 253 Bibliografía 255 Sitios consultados 258
  • 14. Miedo y terror en los medios de comunicación Melissa Salazar Echeagaray 259 Introducción 259 Tendencia Informacional hegemónica 260 La demanda colectiva y el miedo 262 El miedo biológico y melodrama informativo 264 Víctimas y victimarios 269 Discurso de desciudadanización 272 Bibliografía 275 Las calles de Medellín como escenario de miedo (Cartografía del miedo en la ciudad) Carlos Villa 279 Las calles de Medellín como escenario de miedo para la mujer 279 Referente histórico de miedo y germen de la memoria 283 Mi ruta del miedo 286 Mi ruta segura 289 Vivir la esperanza en una ciudad con miedo (perspectivas del problema) 293 Autores 297
  • 15.
  • 16. ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM) – 15 – PRÓLOGO El amanecer del Siglo XXI trajo el imaginario del miedo a la subjetividad co- lectiva como espejo de un mundo exterior conflictivo, riesgoso, incierto y carga- do de pesimismo, cuya presencia de inseguridad perpetuaría en la imaginación de los ciudadanos, inmovilizándoles y además desnudar su carencia de recursos. Muchas interrogantes fueron planteadas al inicio de este fenómeno: ¿de dónde deviene el miedo?, ¿en dónde aparece y quiénes lo provocan?, ¿es parte de nuestra sociedad o de una instancia desconocida?, ¿por qué nos priva de la libertad y ejercicio pleno de nuestra voluntad para desplazarnos por donde queramos sin tabicamiento alguno? No hubo respuestas contundentes, por el contrario aparecieron más preguntas orientadas hacia la complejidad del miedo y en algunas de las veces confundiéndolo con el temor, terror, inseguridad, angustia o alarma, cuando cada uno de estos conceptos guarda un argumento para definir y diferenciar sus características, que si bien se encuentran y conectan en una vida cargada de miedos, según los especialistas del tema también son dis- tintos los niveles de riesgo en el individuo. El miedo en la sociedad es inconmensurable por sus distintas manifes- taciones en toda la capilaridad del cuerpo social. Existen los miedos a ser pobre, a quedar excluido, perder la vida, llegar a desemplearse o estar en- fermo por epidemias emergentes, quizás a no contar con su familia o la desaparición de sus padres, en fin hay diversos miedos pero siempre existe una fuente de miedo porque no existe el miedo a lo desconocido sino al ente, sujeto o factor que lo determina. En la historia inicialmente el miedo se asoció de manera natural con to- do aquello desconocido y provocador de la duda e incertidumbre por su carácter imprevisible, turbulento, alterador de capacidad cognitiva y parali- zante de toda acción social. También acercaba al hombre a su fin: la muer- te, de ahí que el cúmulo de emociones desatado por la proximidad del
  • 17. – 16 – miedo alarmaba todos los dispositivos de defensa del organismo humano y orillaba al sujeto cargado de miedo a huir, alejarse del lugar en donde ema- naba la sensación de riesgo y ponerse a salvo pero en silencio, porque el terrorífico miedo enmudece a las víctimas. Existen miedos naturales a la oscuridad, las tormentas, las tradiciones orales, las profundidades de ríos y mares, al bosque, en fin a todo aquello que nos acerca al abismo de la muerte. Otros miedos son antinaturales como fobias, esquizofrenia donde el individuo se siente solo, no advierte la fuente del temor, la inseguridad lo destruye y opta por el aislamiento en su mundo, ensimismándose hasta encapsularse dentro de su piel. El miedo político lo han abordado en distintas vertientes, existe la ave- nida interpretativa de Hierón de Jenofonte hasta las Historias de Salustío, cuya reflexión orienta hacia el tratamiento del miedo desde la perspectiva de la obediencia, el poder tirano que desemboca en tres connotaciones: miedo, pavor y temor (Bodei, 1991), y durante muchos años utilizado por diferentes gobernantes para imponer el miedo como herramienta política y de control social. En Thomas Hobbes re-aparece el tema del miedo como garantía de la vida dado que por miedo a los males el futuro se anticipa y entra en convi- vencia comunitaria y/o sociedad, a la vez con la función de conservar la seguridad necesaria para reproducirse socialmente y obtener la preserva- ción de la vida y la felicidad. Entonces el hombre se somete al poder del Estado porque le garantiza la vida, lo cuida del otro y proporciona paz en su entorno. Esta aseveración de Hobbes conduce a limitar la libertad del hombre y engrandecer al Esta- do, colocando la libertad y la necesidad en equilibrio sobre la balanza. Otra ventana de auxilio en la interpretación de los miedos son los traba- jos etnográficos en pueblos y comunidades donde la violencia, el terror, los militares y las luchas intestinas han dejado registros indelebles en la subje- tividad colectiva de los habitantes, que podríamos denominar Miedos Ocultos. La metodología para desocultar los miedos es a través de la ob- servación y la convivencia capaz de permitir percibir las emociones, gestos, reacciones emocionales, tonos de voz, exteriorizaciones que muchas veces dificultan una argumentación (Kessler, 2006) sobre lo visto. No obstante, los productos de investigación consultados son valiosos en caso de Perú, Argentina, Chile, Uruguay y Colombia, países que han atravesado por epi- sodios, algunos largos, otros cortos de violencia política.
  • 18. – 17 – Las dificultades para desocultar a través de los relatos los miedos enterra- dos es mayúscula, pero una vez superada esa etapa, la riqueza de información nos sitúa en una plataforma interpretativa de la dimensión y profundidad del terror ejercitado contra la comunidad, los tipos de registros que siembran en la subjetividad y las fisuras en el mapa de tramas que componen el denso tejido de la historicidad de los habitantes del territorio violentado. Existen casos aun no estudiados sobre este tipo de miedo, los pueblos tucumanos en el noroeste argentino en época de Antonio Domingo Bussi (1974-1983) gobernador de facto, quien reprimió ferozmente comunidades en reclamo de sus derechos laborales hasta provocar una de las mayores diásporas humanas y creó pueblos con esencia de comunidades imagina- das, porque todo aquel que fue beneficiado a vivir ahí tenía un lugar pre- asignado, vigilado y controlado; además, renunciaba a pensar en el pasado, olvidar los muertos y los criminales, en definitiva ocultar los miedos. Así entra el miedo en la política, algunas veces por la incertidumbre y la imprevisibilidad, en otros casos sembrado en las relaciones entre el Estado y la sociedad, donde el primero actúa con medidas extremas de poder para doblegar el ejercicio de la libertad del ente social. El miedo es concebido en la política como la percepción de amenaza, real o imaginaria, vinculada con la idea de un orden. Cuando un régimen se apropia de los miedos y los ideologiza en lucha contra el crimen organizado, el terrorismo y/o populismo, instrumentaliza el lenguaje y la acción y lo convierte en terror. El miedo por su sombrío cuerpo e imperceptibles pasos paraliza y carga de sufrimiento a quienes lo perciben. Provoca una doble ruptura en el sujeto, interna en relación con el mapa organizador de las ideas, desor- denándole las coordenadas que arman la estrategia de conducción de sus quehaceres y lo deja abandonado a un estado traumático con la idea de victima perseguida y espiada. La fractura externa es ruptura de los hilos asociativos con el otro, desembone mismo de la relación de él con la co- munidad, orillándolo a una situación de aislamiento, insularidad, descon- fianza e individuación. El miedo vivido y prolongado en miedo oculto puede llevarnos a un cuadro de terror permanente donde la circunstancia del sujeto lo aprisiona, recorta su accionar y ve en su entorno una amenaza permanente que lo coloca en una posición defensiva perpetua. Lo anterior produce severas distorsiones en nuestra percepción y si la realidad es gran parte de lo que percibimos cotidianamente, percibe el suje- to en terror un ambiente capaz de conducirle a un estado delirante.
  • 19. – 18 – Ahora bien, la estrategia de fracturar a la sociedad, de insularizarla y de- jarla como archipiélago humano desde la política que trata de imponer el nuevo Estado Policial en América Latina no es tan descabellada, porque puede rendirle frutos tempranos a los apetitos de los empresarios y políti- cos sometidos al gran capital. Si el aislamiento prolongado conlleva a la perdida concomitante de seguridad personal y reducción de las capacidades afectivas, entonces provoca en la sociedad la sensación de autismo social, nadie se interesa por el otro y afloran las estrategias de sobrevivencia per- sonales o individuales, alejándose de toda posibilidad de ejecutar alguna acción colectiva; lo otro que puede sumarse es el atrofiamiento de las capa- cidades de concentración, memoria y vigilancia. Lo reseñado puede derivar en disturbios mentales y/o psicológicos que incrementen los suicidios o, por otro lado, que el confinamiento atrofie la fortaleza cognitiva y lo deje sin posibilidad de enfrentar situaciones com- plejas de emergencia, pierda habilidades para resolver problemas de la vida cotidiana y se aleje de buscar innovaciones o alternativas en la resolución de circunstancias adversas en su vida. Con el miedo los gobiernos de derecha y el depredador neoliberalismo tienen la intención de redireccionar la mirada y las vidas de los seres humanos, principalmente los desposeídos, hacia un solo sentido, donde el camino sea irreversible y no haya la oportunidad de ser re-pensado porque ya está trazado y no hay alternativa paralela. Inculcan en las subjetividades la inexistencia del futuro, porque este está ligado a la duración de la vida y no trasciende después de la muerte en el individuo, de ahí que el presente se perpetúa en la agonía, se prolonga en las necesidades y se contrae al pensarlo. Es una estrategia para que el pre- sente sea encapsulado y el futuro corto e insignificante. Por lo anterior, la plataforma de lanzamiento de los miedos es el frente ideológico que construye escenarios de riesgos insertados en la subjetividad de los colectivos, dibujado en la mente de los sectores excluidos y explotados con el significado que tienen para ellos la represión, los secuestros, las desaparicio- nes o asesinatos realizados por sicarios paramilitares, que en su conjunto se han convertido en el arma eficaz para ausentar muchas protestas de las calles. La arquitectura del miedo tiene distintos componentes, algunos son de carácter ideológico, psicológicos, culturales, militares, políticos, religiosos e instrumentales, todos ellos están contemplados en el libro que prologamos. Flabian Nievas y Pablo Bonavena inician el recorrido a partir de definir el miedo en su explicites biológica y su concepción dentro de lo social y lo político
  • 20. – 19 – bajo el paraguas de la guerra y las aseveraciones de la fuerza moral correlativas a los involucrados y las estrategias en busca de contener y/o suprimir el miedo en el campo poblacional propio y acrecentarlo en el enemigo, además de plantear las políticas impulsoras de mecanismos psicológicos de contención social. Una perspectiva complementaria a estos mecanismos y las fuerzas mo- rales impuestas socialmente pasa a ser planteada por Francisco Meza quien sitúa el entreverado institucional de la iglesia católica con la edificación de la culpa como eje de manipulador y regulador de las relaciones en la socie- dad, y de lo místico y sobrenatural dentro de la gama de castigos por no someterse, una moldura aun vigente. En esta línea, la mirada latinoamericana de Robinson Salazar parte de los elementos recientes allegados al denominado terrorismo, la desagrega- ción y las carencias regulatorias del rol estatal en relación al propagandísti- co y desimbolizado lenguaje impulsado por las industrias mediáticas a efec- tos de provocar la desarticulación social de los sujetos. Con estas raíces expuestas, Ana Victoria Parra contribuye al debate con dimensión cultural de la sociedad del riesgo en el trayecto del mundo mo- derno al posmoderno donde la globalización amplía las inseguridades polí- ticas y económicas y nutre las consecuencias sociales producto del uso y desarrollo tecnológico convergente al orden social expuesto por los meca- nismos discursivos de los medios. El estudio del caso paraguayo de Sonia Winer recupera la significación del operativo policiaco-militar Jerovia en los retos de los Estados tras la irrupción de sistema gubernamental tradicional pero con la no supresión de aplicar las políticas internacionales en el enclave latinoamericano para contrarrestar movimientos opositores y fuerzas alternas estigmatizadas negativamente por su carácter propositivo antihegemónico. Por otro lado, sin olvidar la incidencia y reconocimiento multiactoral de nuestra sociedad actual, el trabajo de María Concepción Gorjón recoge las consecuencias inversas a las esperadas sobre la Política Criminal de Género en defensa de la violencia contra la mujer en España. Y en complemento la mirada de José Luis Cisneros sobre las muertes por homofobia en la ciu- dad de México replantean el cruce de la fuerza moral y la legalidad en la configuración de un miedo subjetivo y reproducido socialmente que con- lleva a la intolerancia y recae en la cultura de la violencia. El aporte de Martín Barrón plantea un análisis en busca de establecer un marco teórico para comprender la concepción de la violencia y el juego legal y político por el cual actúan los Estados y esclarece la interrogante
  • 21. – 20 – acerca de cómo puede concebirse la violencia fuera de la lectura tradicional de los índices y mediciones cuantitativas hacia una lectura social, política y cultural en las normas antidelincuencia. La percepción de la inseguridad en reconocimiento a la desigualdad y lucha de clases en el caso de la ciudad de Montevideo en Uruguay es pre- sentado en el trabajo de Sebastian Goinheix, un enfoque analítico a los elementos culturales, sociales y geográficos que transforman la vida coti- diana en las ciudades. Y en complemento, el trabajo de Melissa Salazar agrega una mirada so- bre la posición de los medios de comunicación en la instauración de la violencia a través del discurso, un embate excluyente que plantea el desco- nocimiento de la ciudadanía en los sectores de menor solvencia económica representados como riesgo y símbolos de miedo. Finalmente, el cierre corresponde al texto de Carlos Villa acerca de los miedos en el transito femenino en las ciudades, una reflexión sobre el caso de Medellín en Colombia que nos lleva a distinguir los límites e intersec- ciones en las concepciones subjetivas de diversas espacialidades. De nuevo insumisos Latinoamericanos coloca un tema novedoso, complejo, necesario de discutir e indispensable para re-pensar el mundo contemporáneo, dado que el miedo se ha convertido en el arma eficaz de la nueva derecha para controlar el amplio espectro de la sociedad. Miedo en las calles, en los espacios públicos, en la política, en las pro- testas, en el futuro, ante las nuevas enfermedades y nuevas tecnologías, pareciera que estuviésemos atrapados por la angustia colectiva, sin embar- go al identificar el factor de riesgo, el origen del miedo, descubrimos su racionalidad y naturaleza, no hay otra tarea pendiente que desalojar los miedos con conductas insumisas, libertarias y emancipadoras que nos acerquen a un escenario donde el control de las variables de la certidumbre dependan de lo que hagan los hombres y la disponibilidad para construir el futuro con una estrategia definida. Robinson Salazar Melissa Salazar México, enero 2010
  • 22. – 21 – EL MIEDO SEMPITERNO Flabián Nievas* Pablo Bonavena** Jean Paul Sartre decía que “todos los hombres tienen miedo. Todos”; para agregar que “el que no tiene miedo no es normal”,1 Su carácter abar- cativo también lo comparte Thomas Hobbes, a quien citaremos en más de una ocasión, al sostener que “El día que yo nací, mi madre parió dos geme- los: yo y mi miedo”.2 Obviamente, estas afirmaciones inapelables son fáci- les de compartir no obstante lo cual, en los últimos tiempos, pareciera que este rasgo de normalidad se va tornando exagerado o que, cuanto menos, sufre alteraciones importantes. Esto es así en al menos una buena parte del hemisferio occidental, particularmente en las grandes concentraciones urbanas, en las que vivimos rodeados de personas que padecen una nueva patología que altera las emociones: los ataques de pánico.3 Las interaccio- nes de la vida cotidiana o las más inmediatas se ven alteradas por este ex- traño mal que los especialistas en salud diagnostican con una asiduidad equiparable a otro mal, con el que convivimos durante muchos años, el * Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales / CBC – UBA. ** Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales – UBA / Facultad de Humanidades – UNLP. 1 Sastre, J. P.; Le Sursis, París, 1945, pág. 56. Hay edición castellana, El emplazamiento, Ma- drid, 1983. Alianza Editorial. Citado por Delumeau, Jean; El miedo en occidente (Siglos XIV- XVIII). Una ciudad sitiada. Editorial Taurus, Madrid, 1989, pág. 21, cita 43. 2 Citado por Marina, José Antonio; Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía; Barcelona, Anagrama, 2006. 3 En Estados Unidos constituye actualmente la segunda causa de consulta psiquiátrica. Algunos especialistas la califican como la enfermedad del momento junto con la fobia social, patologías que se implicarían mutuamente.
  • 23. – 22 – stress, padecimiento éste que, curiosamente, en una de sus acepciones en el campo de la psicología significa “carente de valor”.4 El miedo, aparentemente, crece como una epidemia aunque, de manera paradójica, hay voces que identifican el ser cuidadoso o tener cuidado (es decir, actuando en consecuencia al mismo, y por lo tanto acentuando el perfil del miedo) con la salvación, reivindicando entonces la necesidad de sentir miedo como consigna de las acciones cotidianas.5 Podemos interpelarnos entonces preguntándonos si hay un miedo normal o, incluso bueno, y otro nocivo o malo; si, por caso, existe un te- mor saludable y otro patológico. La mayoría de los especialistas nos res- pondería que sí. Queda planteada de esta manera una tensión entre ideas divergentes, que podrían ordenarse en una polaridad: el miedo paraliza y enferma, o moviliza y libera fuerzas creativas. Evidentemente ambas cosas son ciertas, predominando una u otra según las personas (cuando se trata de individuos) o las circunstancias históricas (cuando se trata de colecti- vos). Las preguntas pertinentes que se imponen son, por una parte, ¿qué polo hegemoniza hoy los comportamientos individuales y colectivos?, y, por otra, ¿a qué nos referimos específicamente cuando aludimos al miedo? Comenzaremos por la segunda, que determina el objeto que abordamos. ¿Qué es el miedo? Es muy difícil dar una respuesta inmediata –y mucho menos ordenada– al interrogante, sobre todo si se pretende abarcar las dimensiones que podría cubrir el miedo, tanto una dimensión individual como una social (colectiva).6 En realidad, hay varias respuestas y no es fácil unificarlas en una definición general común, puesto que son brindadas desde variadas disciplinas científicas y aún dentro de alguna de ellas desde divergentes marcos epistémicos que tienen, innegablemente, supuestos difíciles de asimilar entre sí. No obstante ello, no nos alejamos en demasía de ninguna 4 Watson, Peter; Guerra, persona y destrucción, México D.F., Editorial Nueva Imagen, 1982, pág. 57. 5 Una breve presentación de esta idea, que en parte supone una interpretación de la men- cionada obra de Jean Delumeau, véase en Reguillo, Rossana; “La construcción social del miedo. Narrativas y prácticas urbanas”; en Ciudadanía del miedo. Rotker, Susana Editora; Editorial Nueva Alianza; Venezuela, 2000, pág. 187. 6 La debilidad que acabamos de confesar queda, en parte, disimulada por una fuerte afirma- ción de Delumeau que viene en nuestro socorro: “Nada hay más difícil de analizar que el miedo, y la dificultad aumento todavía cuando se trata de pasar de lo individual a lo colecti- vo”. Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op cit., pág. 27.
  • 24. – 23 – de ellas si decimos que el miedo emerge frente a amenazas de diferentes orígenes e intensidades que provocan disímiles reacciones orientadas a la protección. En efecto, ante un peligro el temor mueve al sujeto o grupo amenazado a la búsqueda de amparo o defensa, brindando posibilidades para la supervivencia de las especies. Ante una inseguridad brota el miedo. “El miedo libera un tipo de energía que tiende a construir una defensa frente a la amenaza percibida”.7 Sin embargo, las consecuencias del miedo, aunque se logra, a veces con altas dosis de eficacia, no son fáciles de con- trolar o direccionar. Cuanto más nos aproximamos al nivel del individuo podemos afirmar que el miedo es una respuesta emocional de los humanos ante diversos estí- mulos, pero compartida por el resto de los animales; por eso es posible pen- sar que estamos frente a una reacción de tipo natural, espontánea.8 El ser humano individual tendría así la facultad de reaccionar de manera pre- reflexiva ante un peligro, lo que común y jocosamente se llama “pensar con los pies”. Sin embargo –centrándonos ahora en el nivel de lo colectivo–, podemos sospechar que la estampida de una manada puede tener atributos similares a algunos comportamientos de las multitudes humanas, de donde surge que también es una propiedad común, y no específicamente nuestra. Esta característica típica (junto a otras) constituyen el objeto y fundamento de la eutonología y su disciplina asociada, la sociobiología.9 El casi descono- cimiento de la primera en el ámbito de las ciencias sociales –no así dentro del campo de la etología– ha concentrado las críticas en la última, señalán- dosele que la pretensión de explicar conductas humanas (sean éstas de carácter individual o grupal) más allá de límites muy estrechos y en com- portamientos puntuales y circunstancias particulares, es muestra de un ostensible determinismo biológico. Con el recaudo de tales críticas, no obstante, muchos de los aportes realizados desde tales enfoques no deben ser desdeñados, ya que las respuestas a nuestro interrogante pueden invo- lucrar factores biológicos, bioquímicos, neurológicos, psicológicos y moto- res, además de los sociales; a veces considerados aisladamente o, en la ma- 7 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188. 8 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188. 9 Es muy difícil establecer separaciones claras entre la eutonología o etología humana y la sociobiología. La diferencia estriba sobre todo en el punto de mirada: la eutonología estudia las funciones neurofisiológicas y deriva de ella conductas sociales, mientras que la sociobio- logía indaga las conductas sociales en sus bases biológicas. Recorren casi idéntico camino, pero en sentidos opuestos.
  • 25. – 24 – yoría de las ocasiones, combinados de diferentes maneras y con diversos matices y énfasis variados. Las certezas mayores se localizan en el nivel más restringido de lo indi- vidual. Jean Delemeau sostiene, en una definición bastante convencional, que a esta altura analítica el miedo “es una emoción-choque, frecuente- mente precedida de sorpresa, provocada por la toma conciente de un peli- gro presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conserva- ción”.10 Tal situación genera reacciones que tienen, según varias opiniones, orígenes muy variados. Uno de los argumentos instala el punto de partida de la reacción en el hipotálamo –una región primitiva del cerebro, que regula las funciones primarias– que movilizan a todo el cuerpo –dando una respuesta que se conoce como hiperestimulada o del stress agudo– que, paradójicamente, puede oscilar entre una tempestad de movimientos o la parálisis.11 Esta diferencia se podría explicar por una divergencia en la pro- ducción química de nuestro organismo. El eutonólogo Henri Laborit afir- ma que el temor es una sensación producida por la liberación de adrenali- na, que “es la neurohormona del miedo, que desemboca en la acción, huida o agresividad defensiva, mientras que la noradrenalina es la de la espera en tensión, la [que produce la] angustia, resultado de la imposibilidad de con- trolar activamente el entorno.”12 Vemos como el miedo es asociado a la situación de angustia, pero no se los asimila sino que se los distingue. Una u otra vivencia refieren a la puesta en funcionamiento de un mecanismos de- fensivos, desarrollado por la adaptación, pero común a las distintas especies animales, que tienden a la autopreservación, que según el tipo de neurohor- mona específico que se segregue promueve, haciendo una analogía con el campo militar, tanto una defensa activa (adrenalina) como una defensa pasiva (noradrenalina). Laborit explica que cuando la acción del sistema nervioso central para asegurar el placer “se demuestra imposible, entonces entra en juego el sistema inhibidor de la acción y, en consecuencia, la libe- ración de noradrenalina, de ACTH [hipófisis de corticotropina] y de gluco- corticoides con las incidencias concomitantes vasomotoras, cardiovascula- res y metabólicas, periféricas y centrales”,13 dando lugar así al surgimiento 10 Delumeau, J.; op cit., pág. 28. 11 Esta evaluación tiene base en Delpierre, G,: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por Delumeau, Jean; op cit; páginas 28 y 29. 12 Laborit, Henri; La paloma asesinada. Acerca de la violencia colectiva, Barcelona, Editorial Laia, 1986, pág. 50. 13 Laborit, Henri; op. cit., pág. 47.
  • 26. ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM) – 25 – de la angustia. En la misma línea, aunque desde un enfoque completamen- te distinto, Jean Delumeau sugiere, basándose en una importante cantidad de fuentes bibliográficas, que “el temor, el espanto, el pavor, el terror per- tenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más bien a la angustia”, agregando que “el primero lleva a lo conocido; la se- gunda hacia lo desconocido”, alternativa que transforma en más pesada a la angustia, pues la imposibilidad para identificar claramente la fuente de la inseguridad tiene un impacto devastador.14 En esta vinculación coinciden otros especialistas, como Paul Tillich, para quien el miedo y la angustia son distinguibles, pero no separables.15 Hay quienes, estableciendo otro tipo de vinculación entre ambas sensaciones, sostienen que la angustia se corporiza a través del miedo.16 De modo que si bien el término angustia es utilizado frecuentemente como un sinónimo de la palabra miedo, en el campo de los especialistas tal equiparación sería una sobresimplificación. Por último, hay quienes no establecen dicha distinción; Zygmunt Bauman sostiene que “el miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro [...]; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto”,17 siendo que sería aplica- ble para esta descripción, tal como venimos viendo, la noción de angustia. No obstante los variados posicionamientos, el problema mayor aparece cuando uno quiere proyectar esta definición a nivel colectivo y, más aún, social. El estudio del miedo en una escala macrosocial tiene cierta tradición secular a partir de Gustave Le Bon, Sigmund Freud, José Ramos Mejía, José Ortega y Gasset, entre otros, continuados usualmente en el ámbito de la psicología social, y referidos en general a grupos específicos en situacio- nes bien definidas (situaciones de amenazas inmediatas tales como incen- 14 Delumeau, J.; op cit, pág. 31. Esta idea presenta problemas si la ponemos en correspon- dencia con lo expuesto por Laborit. Si el miedo, que provoca reacción, se asocia a lo cono- cido, y la angustia, que genera inmovilismo, se vincula a lo desconocido, no podríamos explicar una situación de una amenaza muy concreta e inminente, como la que sufre un prisionero a punto de ser ultimado, que en ocasiones genera inmovilismo. Del mismo modo quedaría por fuera de este esquema explicativo la ansiedad que, producto de la angustia, provoca actividad desbordante y desordenada. 15 Tillich Paul; El coraje de existir, Editorial Estela, Barcelona, España, 1969, pág. 20. Citado por Lira Kornfeld, Elizabeth; Psicología de la amenaza política y el miedo. (1991), publicado [en línea] http://www.dinarte.es/salud-mental/. 16 Glaze, Alejandra; “El miedo, el pánico, el vértigo”. Nota publicada en el diario Página/12, Buenos Aries, 29 de Enero de 2006. Fragmento del prólogo a Una práctica de la época. El psicoanálisis en lo contemporáneo, por Alejandra Glaze (comp.), Editorial Grama. 17 Bauman, Zygmunt; Miedo líquido, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007, pág. 10.
  • 27. – 26 – dios, aglomeraciones, batallas, etc.).18 Pero aún así se trata de agregados relativamente homogéneos que actúan en espacios acotados y reaccionan frente a fuentes de peligro cercanas en el tiempo y el espacio. No se puede decir que se trate del nivel social, entendiendo por éste un grado mayor de agregación, una mayor heterogeneidad, y la inclusión de elementos históri- cos y culturales, cuya influencia puede ser determinante en esta escala, y nula o muy débil en el nivel colectivo o grupal. El pasaje del nivel grupal al social no es una simple conversión o adición. La inquietud sobre los alcan- ces de esta operación es ineludible, especialmente si uno mantiene reservas sobre la pretensión de resolver la explicación de los comportamientos a nivel social como una mera suma de las individualidades y sus acciones, maniobra aritmética tan tentadora como dudosa para abordar la compleji- dad de lo social. Tenemos entonces que la emergencia de la angustia y del miedo tiene, por una parte, un anclaje neurofisiológico, con lo cual se sitúa por fuera de la razón –aunque, como veremos luego, ésta puede estimularlo–, pero por otra parte los humanos no somos animales cualesquiera, y podemos clara- mente percibir diferentes niveles de miedo, volviendo más complejo el análisis que debemos encarar sobre este fenómeno.19 De manera independiente a tales consideraciones, hemos visto que de manera mayoritaria el miedo suele conceptuarse como una respuesta de- fensiva a una amenaza concreta, cierta. El peligro que irradia la intimida- ción puede ser definido; se puede determinar –al menos en algún grado– 18 Aquí encuentran lugar las teorías del comportamiento colectivo para la explicación de las acciones de masas y las explicaciones de las conductas por el peso de la imitación. 19 Vale la pena preguntarse si las palabras miedo, pánico, pavor, vértigo, terror, angustia, temor, tensión, horror, recelo son sinónimos o constituyen una escala de intensidad del miedo diseñada por el sentido común. Ya hemos efectuado algunas consideraciones sobre la demarcación entre miedo y angustia y haremos otras. Pero más allá de sutilezas, contro- versias y la localización de los niveles de intensidad, es posible decir en una primera aproximación general que “miedo, angustia, ansiedad, temor, terror, pánico, espanto, horror, son palabras que se refieren a vivencias desencadenadas por la percepción de un peligro cierto o impreciso, actual o probable en el futuro, que proviene del mundo interno del sujeto o de su mundo circundante”. Lira, Elizabeth; “Psicología del miedo y conducta colectiva en Chile”. Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social, Venezuela de julio de 1989, pág. 5. Sin embargo, es interesante señalar que el horror es entendido, también, como un caso especial que además de involucrar al miedo en una cuota generosa contendría asco y conmoción. Bericat Alastuey, Eduardo; “La cultura del horror en las sociedades avanza- das: de la sociedad centrípeta a la sociedad centrífuga”. Revista de Investigaciones Sociológicas; Madrid, España, Nº 110; Serie Artículos; Abril a junio de 2005. pág. 62.
  • 28. – 27 – de dónde viene y sus alcances. Pero tal circunstancia sólo cubre una parte del espectro de situaciones posibles. La intervención del orden social no solo mitiga el miedo; en su redireccionamiento también genera nuevas derivaciones de esta sensación. Así se construye lo que Zygmunt Bauman denomina miedo de “segundo orden” o, siguiendo a Hugues Lagrange, “derivativo”: “un miedo –por así decirlo– «reciclado» social y culturalmen- te”.20 Se trata, en lo esencial, de una suerte de prevención condicionada sobre una fuente de peligro difusa, que nos mantiene alertas de manera permanente ante una indefinida pero no por ello menos peligrosa amenaza potencial. A veces las amenazas son vagas, difusas o indeterminadas, carac- terísticas que en lugar de transformarlas en más inofensivas las potencian, al punto de que en muchas oportunidades se prefiere que, de una vez por todas, la amenaza se concrete como una realidad cuyo peligro es menos agobiante que la incertidumbre.21 Esto nos orienta en un posible ordena- miento de estas sensaciones: la mayor insoportabilidad de la angustia que provoca la espera en tensión la colocaría un escalón por encima del miedo. En refuerzo de esta idea está el hecho de que el miedo es una sensación episódica (coloquialmente se dice que se “vive angustiado”). En contrapo- sición a esto debe considerarse que la sensación de miedo suele ser más intensa que la de angustia. Ahora bien, la angustia pareciera ser una característica sino exclusiva- mente humana, o al menos muy fuertemente desarrollada en la especie, en tanto es la única autoconciente de su propia finitud: la certeza de que la muerte sobrevendrá inexorablemente. Y esta angustia, que suele calificarse como existencial, es procesada socialmente desde prácticamente nuestros orígenes como especie en los ritos religiosos. Elias sostenía, agudamente, que “el ser humano intenta una y otra vez disimular esta total indiferencia de la naturaleza ciega e inhumana por medio de imágenes nacidas de la fantasía que se corresponden mejor con sus deseos.”22 Freud es menos contemplativo y va más allá al asegurar que “no podemos menos que ca- racterizar como unos tales delirios de masas a las religiones de la humani- 20 Bauman, Zygmunt; op. cit., pág. 11. 21 López Ibor, José Miguel; “Miedo, terror y angustia”. Nota publicada en el diario El Mundo, España, el 29 de enero de 2005. En el terreno bélico, suele ocurrir que la espera de un ataque es tan tensionante para quien la protagoniza que el ataque mismo es vivido con alivio aunque, claro está, signifique la posibilidad intangible e inminente de la mutilación o la muerte. 22 Elias, Norbert; Humana conditio (Consideraciones en torno a la evaluación de la humanidad), Barce- lona, Editorial Península, 1988, pág. 17.
  • 29. – 28 – dad.”23 Sin embargo, sea producto del deseo o un mero delirio, la religión o, más ajustadamente, el pensamiento religioso (que bien puede ser laico),24 es una realidad tangible, y está íntimamente vinculado con el miedo que como sujetos y especie tenemos a la muerte. Pero así como exorcizamos socialmente esa angustia, no es menos cierto que el miedo tiene también, en nuestra época, un fuerte contenido social, que se gestiona y actúa colec- tivamente. Es social, por lo tanto, en un doble sentido; producido social- mente, y con efectos colectivos. Si la producción es social y no fisiológica, el efecto ha de ser también distinto al individual. Al ser colectivo, el peligro está menos visible. Pero es a la vez omnipresente. Y esa omnipresencia ha llevado a algunos estudiosos del tema a considerarlo casi como un produc- to meramente cultural,25 aunque no falta quien matiza esta apreciación, dándole rango de ineluctable al miedo, pero negando que su coacción sea lo que nos mantiene unidos.26 23 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, tomo XXI, pág. 81. En un trabajo previo, El porvenir de una ilusión, caracteriza a la religión como “neurosis universal”. 24 Es característica del pensamiento religioso (o mítico-mágico) su estructura teleológica, finalista, que contiene implícita una suerte de ordenamiento preexistente –o “diseño inteli- gente”, como sostienen algunos creacionistas–. Este tipo de pensamiento, opuesto al tele- onómico, puede observarse incluso en reputados científicos, naturales y sociales y también en organizaciones políticas que fundamentan su existencia en ideales ateos. 25 En la base de este razonamiento se encuentran proposiciones como esta: “Si bien es cierto que el miedo es inseparable de la vida social de cualquier grupo o sociedad, y que ha estado presente a través de todos los tiempos –como postulan los sociólogos positivistas–, también es cierto que el miedo no existe en abstracto, se objetiva y cristaliza en formas específicas de acuerdo con las tradiciones religiosas, las cosmologías de grupo social y en relación con la historia, como postulan los antipositivistas”. Luna Zamora, Rogelio; Sociolog- ía del miedo. Un estudio sobre las ánimas, diablos y elementos naturales. Universidad de Guadalajara, Guadalajara, México, 2005, pág. 29. 26 “No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los miedos humanos es algo inevitable e inexcusable siempre que los hombres traten de convivir de una u otra forma [...]. Pero tampoco debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los miedos que hoy dan su carácter al comportamiento de los hombres tengan como «objeti- vo», en lo esencial, estas necesidades elementales de la convivencia humana”. Elias, Nor- bert; El proceso de la civilización, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1989, pág. 529.
  • 30. – 29 – El miedo como argumento de lo social y lo político La distinción entre miedos innatos y adquiridos atestigua sobre el carác- ter complejo de nuestro objeto de análisis.27 El miedo es procesado por lo social, pero también incide en la constitución de lo social.28 Sobre un sus- trato neurofisiológico operan estímulos sociales que tienden a bloquearlo, incitarlo, desviarlo, enfocarlo, desarrollarlo, apaciguarlo, vinculando tales variaciones a determinadas situaciones y no a otras. El entorno social nos educa para percibir miedo, para entenderlo y procesarlo. Se lo puede ges- tionar, administrar, provocar o atemperar con altos grados de racionalidad. La alarma biológica y natural se ve constreñida por condiciones y circuns- tancias del territorio social donde acontece, que se entremezclan con pro- cesos de socialización determinados por el contexto.29 De allí en más podríamos preguntarnos cuánto tiene de contenido neu- rofisiológico y cuánto de social siendo que, además, ambos planos eviden- cian órdenes de realidad y complejidad diferente.30 Independientemente de que las respuestas rigurosas suponen largos recorridos, al menos en princi- pio es factible visualizar que desde los momentos más primarios de la 27 Tal distinción no es sencilla. “Son miedos innatos los provocados por desencadenantes no aprendidos (el típico de los niños a la oscuridad). Normalmente no aparecen al mismo tiempo, sino que cambian a medida que la persona crece y se desarrolla. Y a los miedos adquiridos porque gran parte de nuestros miedos no son provocados por nosotros mismos sino que son adoptados” (Marina, José Antonio; Anatomía del miedo; Editorial Anagrama, Barcelona, 2006. Sorbe el tema, véase el clásico libro de Gray, Jeffrey Alan; La psicología del miedo, Editorial Guadarrama, Madrid, 1971). Pero esta pretendida definición falla ante casos sencillos: un niño nacido ciego viviría atemorizado, y esto no se verifica en la realidad. Parece más fructífero explorar esta diferencia asociando lo innato a las reacciones surgidas del hipo- tálamo, pero avanzar en esta línea supone saberes y destrezas ajenas a nuestra profesión. 28 Inmediatamente incorporaremos algunas consideraciones acerca del papel del miedo en la conformación de lo social. Sin embargo, es menester adelantar que el miedo cumplió y man- tiene un papel en esa configuración; el debate se desplaza en el grado de su influencia, pero no en su presencia como elemento fundante; sobre esto último casi desaparecen las querellas. 29 Las respuestas generadas por el miedo se ven moldeadas por condiciones otorgadas por las clases sociales, los grupos de pertenencia, diferencias de género. Por ejemplo, los gritos y llantos pueden ser la respuesta, incluso aceptada, frente a determinados peligros, para un sexo (el femenino) y no para otro. Véase al respecto, Reguillo, Rossana; op cit. 30 “Lo social no puede reducirse a lo psicológico, pero lo supone. Lo psicológico no puede reducirse a lo biológico, pero lo supone. Lo biológico no puede reducirse a lo inorgánico (físico-químico) pero lo supone. Cada nivel superior contiene al anterior, a la vez que lo supera y funciona en un equilibrio y con una lógica que le son propios.” Nievas, Flabián; “La ciencia de lo social”, en Nievas, Flabián (comp.); Algunas cuestiones de sociología, Buenos Aires, Proyecto, 2008, págs. 22/3.
  • 31. – 30 – humanidad hasta hoy podemos decir que la sociedad desarrolló mecanis- mos e instrumentos para mitigar y administrar el miedo, que abarcan la generación de hechos sociales tanto materiales –como las murallas de las ciudadelas– o inmateriales como las religiones;31 los hombres han cons- truido diques protectores tanto con piedras, metales y cemento como con palabras e ilusiones. Tales construcciones suponen, obviamente, el desarro- llo de la asociación entre los “asustados”, lo que sustentaría relaciones sociales que entrañan cierto nivel de cooperación.32 Sería una simplificación dudosa, no obstante, sacar como corolario que toda la civilización es únicamente el resultado de una larga lucha por do- minar el miedo.33 En contra de algunas opiniones,34 están quienes sostie- nen que el miedo no explica por sí sólo la constitución de lo social.35 Más allá de estas diferencias, el peso que tendría el miedo en la historia amerita su investigación como un elemento invariante de las relaciones sociales y sus sistemas, mostrando que no puede ser relegado fácilmente por el hombre en sociedad. Otros componentes de la animalidad del 31 Suele aceptarse que las religiones, el segundo gran sistema simbólico después del lenguaje, son a la vez una representación de la vida social y un medio de conjura de los miedos, particularmente a las inmanejables fuerzas naturales y al temor último y definitivo a la muer- te. La antropomorfización de los dioses respondería a esa necesidad de interlocución para evadir los miedos. La eficacia relativa de este subterfugio está fuera de toda duda dos siglos después del anuncio de su muerte a manos de la razón. Aunque sólo fuera por esta supervi- vencia contra todo pronóstico racional, merece indagarse la eficiencia de la modernidad en su combate contra el miedo. 32 Canetti sostiene que el hombre padece “el miedo a ser tocado” y por eso genera distan- cias protectoras como la vivienda: “Nada teme más el hombre que a ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que lo agarra; le quiere reconocer o al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño. De noche a oscuras, el terror ante un contacto puede a convertirse en pánico [...]. Todas las distancias que el hom- bre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado”. Canetti, Elias; Masa y Poder; El libro de Bolsillo. Alianza Editorial/Muchnik, Madrid, 1987. pág. 9. 33 Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op. cit., pág. 11. 34 Es necesario aclarar que algunas posturas no descartan esta explicación: “El hombre primi- tivo, en la soledad de la selva, vivía atenazado por el terror. Conocía el peligro de las fieras, de las catástrofes naturales. Al mismo tiempo era ignorante de lo que podía ocurrir después. Por ello, debió buscar rápidamente soluciones. Necesitó en su soledad establecer lazos con sus semejantes, se hizo social para defenderse. La sociedad es una forma de defensa nuclear ante el miedo y la angustia, en definitiva, ante el terror”. López Ibor, José Miguel; op cit. 35 Mongardini, Carlo; Miedo y sociedad, Madrid, Alianza Editorial S.A., 2007, pág. 10. Huelen, rechazando las explicaciones monocausales, es un agudo crítico de la concepción determi- nista que postula al miedo como la causa decisiva de la conducta humana. Huelen, A.; El Hombre; Salamanca, Editorial Sígueme, 1987. Citado por Mongardini, C.; Op cit, págs. 31/2.
  • 32. – 31 – humano parecen más domesticados o, al menos, su presencia adquiere menos visibilidad. Impulsos primarios –regidos también por el “cerebro reptil”36–, como el hambre o el deseo sexual, y hasta la acción de esfínteres, están tan procesados socialmente que son objeto de una gestión voluntaria más eficaz, a partir de pautas y convenciones establecidas de tal manera que modelan con más potencia las conductas.37 Son varios los pensadores e investigadores que dan argumentos para es- te emprendimiento, al sostener que el miedo, de alguna manera, está en los cimientos de lo social, en el entramado de las relaciones sociales; habita en la base de la cultura. Norbert Elias sostiene que la civilización es un proce- so por el cual el hombre progresivamente toma control sobre las agresio- nes;38 podría añadirse que de manera paralela, es también el proceso en que progresiva y colectivamente se toma el control sobre el miedo; no para hacerlo desaparecer, sino más bien para suavizarlo, para enfocarlo, para direccio- narlo sobre puntos o situaciones específicas. Partiendo desde otro lugar, pero concurrente en nuestro tema de deba- te, Sigmund Freud identificaba tres fuentes de sufrimiento: “la hiperpoten- cia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad.”39 De esas tres, las dos primeras atraviesan los tiempos y son previas a la aparición del Estado. Significativamente, el pa- dre del psicoanálisis construye un argumento para entender la aparición de la cultura que tiene algún grado de parentesco con la matriz explicativa contractualista, ya que su enfoque brinda un lugar destacado al temor.40 36 Se le suele dar este nombre a la parte del cerebro que controla las funciones primarias. Dado que estas han permanecido relativamente invariantes a lo largo de la evolución, se les da esta denominación para poner de manifiesto su carácter primitivo, emparentado con los primeros reptiles. 37 Estos procesamientos distan, por supuesto, de ser idénticos en los diversos grupos humanos, pero como característica común a todos ellos es que no surgen sin ningún grado de represión, la que los organiza. 38 Cf. Elias, Norbert; El proceso de la civilización, México D.F., Editorial Fondo de Cultura Económica, 1994. 39 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1992, tomo XXI, pág. 85. 40 “Imaginemos canceladas sus prohibiciones [de la cultura]: será lícito escoger como objeto sexual a la mujer que a uno le guste, eliminar sin reparos a los rivales que la disputen o a quienquiera que se interponga en el camino; se podrá arrebatarle a otro un bien cualquiera sin pedirle permiso; ¡qué hermosa sucesión de satisfacciones sería entonces la vida! Claro que enseguida se tropieza con la inmediata dificultad: los demás tienen justamente los mis-
  • 33. – 32 – El miedo aparece así como el fundamento de toda la organización so- cial (la cultura, Freud) y política (Hobbes). La búsqueda de seguridad, la contracara directa del miedo, se constituye de este modo como el motor de lo social.41 También en esto podemos encontrar algún ángulo de conver- gencia con Norbert Elías; cuando éste arguye que el hombre ha logrado conocer la naturaleza con una capacidad tal que, aunque no pueda domi- narla plenamente, al menos logra protegerse con alta eficacia de ella. Me- diante este conocimiento o gracias a él, la fue transformado hasta conver- tirla en un entorno adaptado a sí mismo (más que a la inversa). Este logro procuró cierta calma a la humanidad, pero, como contrapartida, las certi- dumbres provocadas por el conocimiento y la domesticación del orden natural encienden otro foco desde donde se irradia una diferente gran dosis de miedo; el peligro de que el hombre actúe como “verdugo” del hombre mismo.42 La idea de que el miedo también puede ser visto como un motor inicial de la política tiene muchos defensores.43 Thomas Hobbes, como adelan- tamos, considera que la política nace como una respuesta al miedo, y en su Leviatán el temor daba argumento al absolutismo.44 Nicolás Maquivelo la concibió como un elemento constitutivo de su ejercicio en sus recomenda- mos deseos que yo, y no me dispensarán un trato más considerado que yo a ellos.” El porvenir de una ilusión, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editorial, 1992, tomo XXI, pág. 15. Dentro de los autores del contrato social, como por ejemplo Thomas Hob- bes, al que nos referiremos enseguida, apuntaba que “[...] por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secre- tas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra. [...] Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte [y] el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable [...]” Leviatán, Madrid, Editorial Sarpe, 1985, tomo I, págs. 133 y 138. 41 Glaze, Alejandra; op. cit. 42 “[...] hoy por hoy, el mayor peligro para los seres humanos lo constituyen ellos mismos.” Elias, Norbert; Humana Conditio, op. cit., pág. 27. 43 Puede rastrearse la consideración del miedo como el origen de la política en Espósito, Roberto; El origen de la política. ¿Hanna Arendt o Simona Weil?, Paidos Studio, Barcelona, 1995. 44 Al pasaje de dicha obra que hemos citado en la nota 38 se le puede adicionar el siguiente comentario: “Hobbes vio en el miedo la vía de superación del estado de naturaleza y el fundamento de la sociedad política [...] el miedo obliga a los hombres a refrenar los instin- tos que ponen en peligro su seguridad, a imponerse límites y a plantearse su propia conser- vación como la primera de sus metas [...] El miedo crea la sociedad como límite y garantía [...] La organización y la institucionalización de la política en su conjunto son para Hobbes la racionalización del miedo”. Mongardini, Carlo; op cit; págs. 24, 25 y 26.
  • 34. – 33 – ciones para que el príncipe desarrolle una economía de la violencia.45 Pero la idea no quedó relegada a los orígenes de la política, sino que se mantuvo con mucha constancia. Paul Virilio, por ejemplo, asevera que “el miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna”.46 Si aceptamos esta afirmación tenemos que el miedo generó –o, al menos, está implícito en la política– y que, además, se mantiene como una constante de su práctica. La conclusión suena muy drástica: sin miedo no hay política. El miedo brota ante la inseguridad, la política nace de las respuestas que ofre- cen diferentes estrategias de poder para suturarlo. Ente vínculo se crista- lizó, como ya apuntamos, en importantes organizaciones y en notables hechos sociales; la gran ciudad es una de esas materializaciones.47 No obs- tante, esta conquista de seguridad expresada en la ciudad y en los diversos mecanismos burocráticos de intervención sobre la vida, los que genérica- mente se agrupan bajo el rótulo de “seguridad social”, parece no ser una solución definitiva. Robert Castel opina que “[...] vivimos probablemente –al menos en los países desarrollados– en las sociedades más seguras que jamás hayan existido. [...] Sin embargo, en estas sociedades rodeadas y atra- vesadas por protecciones, las preocupaciones por la seguridad permanecen omnipresentes.”48 ¿A qué se debe esa aparente paradoja? Más allá de que sería imposible suprimir el miedo, hay políticas que lo promueven re- cordándonos a cada rato que es muy probable que seamos víctimas de una agresión en cualquier momento. El miedo provoca la emergencia de aso- ciaciones e instituciones con el fin de gestionarlo, con el objetivo de go- bernarlo. Estimula expansión de la división del trabajo social.49 También 45 “[...] se requiere ser las dos cosas [amado y temido]; pero, como es difícil conseguir ambas a la vez, es mucho más seguro ser temido primero que amado, cuando se tiene que carecer de una de las dos cosas.” Maquiavelo, Nicolás; El Príncipe, Madrid, Sarpe, 1983, pág. 104. Cf. también Wolin, Sheldon S.; Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental; Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1973; capítulo 7. 46 Paul Virilio y la política del miedo. Entrevista publicada en la Revista Ñ, diario Clarín del 20 de marzo de 2005. Versión digital en http://www.clarin.com/. 47 De manera desordenada, pueden encontrarse ideas en esta dirección en Virilio, Paul; Ciudad pánico. El afuera comienza aquí; Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2006. 48 Castel, Robert; La inseguridad social, Buenos Aires, Manantial, 2004, pág. 11. 49 “..entre 1870 y 1910 se tenía un pánico absoluto al entierro prematuro, a que te sepulta- ran vivo. Eso era lo peor de todo. Hasta el punto de que para conjurar ese miedo se inven- taron nuevos métodos y hasta aparecieron nuevos profesionales que te garantizaban que al morir estarías indiscutiblemente muerto”. Bourke, Joanna; entrevista publicada en Isla Virtual Insumissia; http://www.antimilitaristas.org/; domingo 26 de noviembre de 2006.
  • 35. – 34 – regulación de lo social, instancia indispensable para el sostenimiento del orden, está vinculada a emociones como el miedo y de la frustración.50 El control del miedo politiza lo social desarrollando formas de gobier- no. Geog Simmel entiende que el miedo es una de las fuerzas psicológicas que une políticamente a los hombres, generando sobre un espacio geográ- fico un espacio político.51 En esa territorialidad se estructuran socialmente las percepciones sobre los riesgos y amenazas de las que debería buscarse protección, ofreciendo en paralelo algunos caminos para evitar los peligros. La socialización temprana inculca a los niños las potenciales amenazas mientras, a la vez, son manipulados por el miedo impartido por las genera- ciones mayores que logran su subordinación y obediencia gestionándolo.52 Se aprende a qué tener miedo y también se incorporan pautas para saber cómo actuar frente a él. Sobre la base biológica que ya hemos presentado, se orientan culturalmente las sensibilidades y percepciones a través del miedo, localizando enemigos o espantajos a nivel tanto individual como social. La explotación política del temor tiene correspondencia con la ma- nipulación de los adultos a los niños a través del miedo. Así como las madres aterrorizan a sus hijos con la amenaza de convo- car al “hombre de la bolsa” que se lleva a los niños cuando éstos no comen su porción de alimentos,53 también los grandes agregados sociales son azuzados por construcciones fantasmales.54 En tal sentido, la pobreza ha 50 Bericat Alastuey, Eduardo; “El suicidio en Durkheim, o la modernidad de la triste figu- ra”. Revista Internacional de Sociología, Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Instituto de Estudios Sociales Avanzados. España; Nº 28, 2001; págs. 69-104 51 Simmel, Georg; Sociología; Madrid; Alianza Editora; 1986. Citado por Mongardini, C.; Op cit. Pág. 68. 52 Mirando el tema desde este ángulo, podemos afirmar que algunos cuentos infantiles cumplen un papel importante para generar condiciones de posibilidad para estas operacio- nes. Los medios de difusión masiva hacen su parte, pero cubren todas las edades. 53 Este personaje también es conocido fuera de la Argentina como “hombre del saco” o “viejo del costal”, y se lo suele identificar con un vagabundo o un trabajador “golondrina” (trabajador migrante, temporario). Véanse detalles de la leyenda sobre él en el Portal Infor- mativo de Salta, del gobierno de la provincia argentina de Salta en http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/hombrebolsa.htm. 54 Aquí es interesante recordar una vez más a Norbet Elías, cuando nos sugiere que “todos los miedos son suscitados, directa o indirectamente en el alma del hombre por otros hom- bres”. Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528. Véase al respecto el comen- tario de Béjar Merino, Elena; “La sociología de Norbert Elias: las cadenas del miedo”. Revista de Investigaciones Sociológicas; Madrid, España, Nº 56, Serie Estudios; Octubre a Di- ciembre de 1991; pág. 18.
  • 36. ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM) – 35 – sido, además de un problema social, una fuente de miedo de la ascendente burguesía. El lumpenproletariado en sus diversas manifestaciones, los mendigos, vagabundos, menesterosos, desocupados y los pobres en gene- ral eran visualizados como fuente de peligro.55 Ese lugar también lo ocupa- ron –y lo ocupan– los inmigrantes. Los menesterosos son vistos como sinónimo de las revueltas; no se los ve como reclamantes, sino que se con- vierten, a los ojos de las clases dominantes, en fuente de sospecha, en transmisores de desorden, de maldad y perversión: en una usina de miedo. A tal punto, que durante el siglo XIX “los conceptos de clases trabajadoras y clases peligrosas empezaron a ir unidos”.56 Una nueva operación ideológica comenzaba a echar raíces inadvertidamente a partir de la manipulación del miedo.57 Esta circunstancia no quedó relegada en el tiempo. En el siglo XXI sigue teniendo eficacia. Ahora tenemos “terroristas” en lugar de brujas, magos; jóvenes pobres urbanos desocupados, en vez de mendigos o menesterosos; también gobiernos defensores de la paz y la democracia en lugar de la Santa Inquisición, que con tanto entusiasmo combatía contra las brujas.58 Independientemente de los personajes invocados, una matriz perdura como una técnica de ejercicio de poder, también de su acumulación, que supone, por un lado, la agitación de miedos y personificaciones terroríficas; y por otro lado –y de manera concurrente–, el ofrecimiento de protección o amparo. En esta argucia descansa en gran parte la política. La capacidad 55 También generaban miedo los criados y nodrizas que servían a las familias burguesas. Donzelot, Jacques; La policía de las familias, Valencia, Pre-Textos, 1979. 56 Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, México D.F., Siglo XXI Editorial, 2005, tomo II, pág. 173. 57 Claro que esta circunstancia no informa de ninguna novedad histórica. Por ejemplo, el siglo XVI, cuando la Inquisición torturaba y ejecutaba brujas y magos, lo hacía con la anuencia de la población, que de tal modo se sentía protegida y segura contra el Maléfico. 58 “El terrorismo será la mejor excusa para practicar el terrorismo de Estado, es decir, para transformar el miedo individual en terror social a través del pánico que modelan los Estados en general, justamente con los medios masivos de comunicación, a partir de las campañas de seguridad ciudadana y la implementación de prácticas de control preventivo tanto en el ámbito local como global”. Rodríguez, Esteban; “Estado del miedo. El terrorismo como nuevo rudimento legitimador del Estado de Malestar”, en Políticas de terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización. Buenos Aires. Ad hoc Ediciones, 2007, págs. 74/5. Véase asimismo Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Bioterrorismo: ¿miedo infundado o peligro real?”, ponencia presentada en las VIª Jornadas de Historia Moderna y Contem- poránea, Universidad Nacional de Luján, septiembre de 2008, y Nievas, Flabián; “Acerca del terrorismo y la guerra psicológica”, ponencia presentada en las VIIª Jornadas de Socio- logía de la Universidad de Buenos Aires, octubre de 2007.
  • 37. – 36 – de manipular las sensaciones es un instrumento central de la política, y en una porción importante es factible por descansar en una tensión localizable en la emergencia misma del sistema social: la inseparable relación entre miedo y seguridad. Norbet Elias nos dice que “sin duda, la posibilidad de sentir miedo, como la de sentir alegría, es un rasgo invariante de la naturaleza humana. Pero la intensidad, el tipo y la estructura de los miedos que laten o arden en el individuo jamás dependen de la naturaleza [...] sino que, en último término aparecen determinados siempre por la historia y la estructura real de sus relaciones con otros seres humanos”.59 Podemos agregar que, en gran parte, emergen determinados por la política. Así como no hay política sin violencia, podemos afirmar que no hay política sin miedo.60 Un matiz interesante a lo expuesto en este punto aflora cuando comple- jizamos la relación entre miedo y política, considerando una diferenciación en la influencia que tiene el temor en los momentos iniciales de la política moderna. Hobbes, tal como señalamos, entiende que el miedo auspicia el origen de lo social y el Estado. Pero de una manera alternativa a este plan- teo encontramos reflexiones como las de Baruch Spinoza, que ubican al miedo como una pasión que debilita y predispone a la gente para manipu- lar desde una moral de la sumisión y la resignación.61 Según Remo Bodei, “oponerse al miedo, quiere decir para Spinoza, en términos políticos, re- chazar el absolutismo y la razón de Estado; en términos religiosos, repudiar el precepto bíblico del temor como inicio de la sabiduría; y en términos filosóficos, abolir virtualmente la distinción pascaliana entre temor malo y temor bueno. Ni el Estado, ni la fe, ni –mucho menos– la filosofía y la sabiduría deben apoyarse en el temor.”62 Queda planteada de esta manera una tensión entre dos perspectivas; una como la de Hobbes que relaciona el miedo y la política en sentido positivo y constructivo; versus otra que 59 Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528. 60 “La materia de la civilización como proceso de cambio histórico es la violencia y el mie- do, caras activas y pasivas de la coacción”. Béjar Merino, E.; Op cit; pág. 16. 61 Genovés, Fernando R.; “Miedo y esperanza con futuro”. Publicado en Ideas, Suplemento de Libertad Digital, 20 de Septiembre de 2005. En línea en: http://revista.libertaddigital.com/miedo-y-esperanza-con-futuro-1276230666.html. 62 Bodei, R.; Una geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pág. 78. Citado por Hoyos Sánchez, Inmaculada; “Miedo y valor: una terapia naturalista del miedo a la muerte”. THÉMATA. Revista de Filosofía. Número 39, 2007; Secretaría de Publicaciones; Universidad de Sevilla; España; pág. 178.
  • 38. – 37 – establece la relación en sentido negativo.63 Más allá de las vecciones de sus influencias, nadie niega el peso de las mismas. Para explorar con más profundidad la relación entre el miedo y lo so- cial, parece adecuado indagar sobre algún fenómeno que reúna dos requisi- tos: a) ser lo suficientemente regular y universal como para evitar asentar nuestra disquisición sobre algún particularismo, y b) potenciar de tal mane- ra nuestro objeto de estudio –el miedo– que nos permita observar de ma- nera sencilla y relativamente evidente los mecanismos o procesos que con- forman este fenómeno. Ambos requisitos los cumple la guerra: factor de presencia regular en la especie humana (aún cuando variando las fracciones afectadas por la misma) y en la cual el miedo es, por una parte, generaliza- do y, por otra, gestionado voluntariamente –por el “enemigo”– hasta el máximo punto posible. Nos abocaremos, para cerrar, a su consideración. Guerra y miedo Hemos afirmado que el temor ha tenido siempre una implicancia vital en el desarrollo de lo social y lo político, pero como ocurre con casi todos los temas, adquiere su mayor dramatismo en el campo militar, dado que es la actividad en la cual se enfrenta a la muerte sin cortapisa. La vinculación entre guerra y miedo es, además de evidente, de vieja data. En la antigua Grecia los dioses Deimos (Temor) y Phobos (Miedo), eran hijos de Afrodi- ta (diosa del amor) y Ares (dios de la guerra). El equivalente romano de estos dioses eran Palor y Pavor, hijos de Venus y Marte. No sin razón tra- taban de congraciarse con ellos, para no caer presas de la fobia (Phobos) o 63 Se enfrentan así “dos líneas maestras del pensamiento inaugural de lo político moderno, mostrando los caminos bifurcados que se abrieron a partir de las interpretaciones enfrenta- das que en torno del «miedo» como pasión se expresaron en Baruch Spinoza y Thomas Hobbes a mediados del siglo XVII. El miedo, según lo aborda el judío holandés, como pasión negativa, como anclaje en un orden de la sumisión que impide a los seres humanos elegir su camino y que los conduce a la ciega aceptación de la tiranía y la dominación que se afinca, precisamente, en esa pasión que maniata el espíritu libertario y que sigue prisionera de una forma de trascendentalismo. Y el miedo como una pasión positiva y racional que hace posible, en la perspectiva de Hobbes, la renuncia a un estado de peligrosidad y conflic- to permanente que será reemplazado por un orden sustentado en la coerción y la renuncia al uso indiscriminado de la violencia; sin miedo a la anarquía social, sin miedo al más fuerte y a la muerte, sin miedo al conflicto y la violencia no sería imaginable el pasaje del estado de naturaleza al contrato fundacional”. Forster, Ricardo; “Entre Spinoza y Hobbes o el miedo, la inseguridad y la política”; diario Página/12, 13 de Noviembre de 2008, Buenos Aires.
  • 39. – 38 – el pavor. Por el contrario, eran los enemigos quienes debían padecer tales desgracias.64 Como se ve, ya desde la mitología cada uno de los contendientes realiza todos los esfuerzos posibles para aterrorizar a su adversario y quitar el miedo a su propia tropa. La relevancia del miedo ha sido tan importante en el campo bélico que el héroe, aquel que vence al miedo, se transforma en un personaje digno de mención, al que se lo adorna con medallas y se con- voca a emular, sobre el que se construyen leyendas, y que conforma una entidad casi mitológica; la cobardía, que es una actitud provocada por el miedo, se transforma por el contrario en el peor de los estigmas y merece el peor de los castigos.65 El miedo o la falta de valentía ante situaciones críticas o evaluadas co- mo tales fueron y son, al menos eso parece, problemas de creciente grave- dad y proyección. La historiadora Joanna Bourke sostiene, con toda razón, que “...el miedo es el problema crucial para los mandos militares”.66 El miedo, en sus niveles más intensos, carga a quien lo padece de ver- güenza; todo lo contrario ocurre con la temeridad que genera admiración y honor.67 El temor convoca a la debilidad y la miseria; Montaigne pensaba que los humildes eran propensos a sentir miedo y descontrolarse; contra- 64 Cruañez, Salvador; “¿Qué es el miedo?”; en Revista Esfinge; Madrid, España, Editorial N.A.; Nro. 22 de marzo de 2002; http: //www.editorial-na.com/esfinge/200203.asp. 65 Es importante dejar en claro que “miedo y cobardía no son sinónimos” (Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op. cit., pág. 18), no obstante lo cual están asociados, ya que la cobardía aparece cuando el miedo se sobreimpone a la voluntad y se transforma en la pauta de la acción. Recordemos, finalmente, la cita de Sastre que inicia estas páginas. 66 “Tienen que erradicarlo (al miedo) de la gente para así hacerlos soldados y llevarlos al combate. Y eso se consigue mediante un laborioso proceso de desensibilización que se ha ido probando y perfeccionando durante siglos. Se trata de hacer experimentar la batalla antes de entrar en ella, de sumergir al recluta en su ruido, su olor, su confusión; de acos- tumbrarle. Le explicaré una historia terrible: durante la II Guerra Mundial, en un regimiento británico se llevó a los reclutas a un matadero para que se ejercitaran con las reses en el uso de la bayoneta. Les hicieron matar al arma blanca a los pobres animales y empaparse con su sangre, lo que, consideraban los mandos, les infundiría coraje. La verdad es que fueron demasiado lejos y eso provocó un montón de crisis nerviosas entre los soldados”. Bourke, Joanna; op cit. 67 Esta aseveración tiene anclaje en Delpierre, G.: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por Delumeau, J.; Op cit.; pág. 12. También la oración que sigue. Presentando su libro, Marina, José Antonio, nos comenta: “El valiente siente miedo, pero actúa como debe «a pesar de él». Es lógico que todas las culturas hayan admirado el valor. ¡Nos sentiríamos tan libres si no estuviéramos tan asustados! Así, el libro que comienza siendo un estudio del miedo, se convierte en un tratado sobre la valentía”. Op cit.
  • 40. – 39 – riamente, la valentía produce nobleza, lo noble. En tal sentido no se dife- rencia de Nietzsche.68 Siguiendo estos razonamientos, tenemos que un “miserable” siempre será “miserable”. La asociación que existe entre heroi- cidad, virilidad y victoria, y su contraparte, entre cobardía, falta de virilidad y derrota, nos es ilustrada por Alfred Adler, quien postula que la díada “arriba-abajo”, en la que se emparenta el primer término de dicho par con lo positivo, lo deseado y buscado, y al segundo con lo despreciable, lo ig- nominioso y pecaminoso, está en la base del carácter neurótico.69 Vale decir que dicha apreciación está, cuanto menos, influida por esta anomalía psíquica, tan extendida en el capitalismo. No obstante, aunque no se sos- tenga empíricamente ni la honorabilidad del héroe ni la miserabilidad del cobarde, su simple asociación como prejuicio es un dato ineludible. Pero analicemos más detenidamente el papel del miedo, del temor en la batalla, comenzando por el lugar que al mismo le asigna la propia teoría clásica de la guerra, postulada por Clausewitz hace dos siglos. Una de las mayores innovaciones teóricas del general prusiano fue la incorporación del sentimiento humano al tratamiento sistemático de la beligerancia. Lo hizo desde lo que denominó “fuerza moral”, sintagma que engloba una serie de atributos: genio militar, virtudes militares y sentimiento nacional.70 Para Clausewitz, las fuerzas morales “son el espíritu que impregna toda la esfera de la guerra. Se adhieren más tarde o más temprano a la voluntad que pone en movimiento y que guía a toda la masa de fuerzas y, por así decirlo, se confunden con ella en un todo, porque ella misma es una fuerza moral.”71 Su importancia es tal, que “lo físico no es casi nada más que el mango de madera mientras que lo moral es el metal noble, la verdadera arma, brillantemente pulida.”72 ¿Qué son esas fuerzas morales?: “valentía, 68 “[...] obsérvese cómo constantemente se mezcla en ellas, azucarándolas, una especie de lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas las palabras que convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como expresiones para significar «infeliz», «digno de lástima» (véase λό [miedoso], ίλαι [cobarde], νη ό [vil], µ χνη ό [mísero], las dos últimas caracterizan propiamente al hombre vulgar como esclavo del trabajo y animal de carga)”. Nietzsche, Friedrich; Genealogía de la moral, Tratado Primero, §. 10. 69 Adler, Alfred; El carácter neurótico, Barcelona, Editorial Planeta-Agostini, Barcelona, 1994, págs. 233 ss. 70 “Los principales poderes morales son los siguientes: la capacidad del jefe, las virtudes milita- res del ejército y su sentimiento nacional.” Clausewitz, Karl; De la guerra, Buenos Aires, Editorial Solar, pág. 130. 71 Ídem, pág. 128. 72 Ídem, pág. 129.
  • 41. – 40 – flexibilidad, poder de resistencia y entusiasmo.”73 Se trata, sin lugar a dudas, de la negación del miedo en primer lugar (valentía) y de los artilugios necesarios para poder efectivizar tal negación (flexibilidad, poder de resistencia y en- tusiasmo). La fuerza moral explica situaciones que sin la consideración de tal elemento resultarían paradójicas.74 Si bien es cierto que en su postulado la fuerza moral se expresa principalmente como “sentimiento nacional”, es muy evidente su presencia en etapas pre-nacionales. Y ello se vislumbra en los ritos que ancestralmente acompañaron a los guerreros, cuya caracterís- tica invariante parece ser la exacerbación del miedo en el enemigo y la ex- pulsión del miedo propio. Las danzas, los gritos y las pinturas en el cuerpo son testimonio de esto.75 No obstante ello, sería un error considerar simé- tricas las influencias en el ánimo del enemigo y en el propio. Siempre –al menos en las sociedades sedentarias– se privilegió la seguridad en detri- mento del poder ofensivo. Una sociedad considerada guerrera, como la espartana, se protegía tras gruesos y elevados muros; una sociedad conquis- tadora, como la romana, no sólo privilegiaba la defensa de sus ciudades, sino que también dotaba a sus soldados de poderosos elementos de defen- sa (generosos scutum [escudos], galæ [casco], lorica hamata [armadura de cota de malla], o lorica segmentata [armadura de placas], o lorica squamata [armadu- ra de escamas]) que dificultaban el desplazamiento de sus tropas, vital para la conquista, pero brindaban seguridad al soldado. Incluso los Estados absolutistas –más cercanos en el tiempo–, cuyo dinamismo se fundaba en la conquista, y por ello destinaban el grueso de sus recursos a la guerra,76 emplearon la mayor cantidad de ellos en organizar defensas. 73 Ídem, pág. 132. 74 La resolución de la ofensiva del Têt, desarrollada en tres oleadas en enero, mayo y agosto- septiembre de 1968 por el vietcong y el ejército de Vietnam del Norte en contra de las tropas survietnamitas y estadounidenses, tuvo como saldo aproximadamente 100.000 bajas para los atacantes y 5.000 para los defensores, quienes además retuvieron el territorio ataca- do. Sin embargo, todos los analistas coinciden en que fue el punto de inflexión de la guerra a favor de las tropas del vietcong y de Vietnam del Norte. Lo que lograron con esa ofensiva fue quebrar la fuerza moral de las tropas sureñas y las de ocupación estadounidense, lo que provocó un cambio en la relación de fuerzas que devino en la debacle posterior de estas últimas fuerzas. 75 Causa curiosidad observar estas prácticas hoy por algunas selecciones nacionales de rugby, como el Haka de los All Blacks, que es la danza ritual para quitarse el miedo propio e infundir el miedo en los rivales. 76 Anderson menciona que a mediados del sigo XVI, España dedicaba el 80 % de las rentas estata- les a gastos militares. Todavía en el siglo XVII, Francia dedicaba 2/3 del gasto estatal a las fuerzas militares. (Anderson, Perry; El Estado absolutista, México D.F., Siglo XXI, 2005, págs. 27/8). Luis
  • 42. – 41 – Esta tendencia a privilegiar la seguridad por sobre la capacidad ofensiva sigue vigente. En nuestros días las principales fuerzas armadas dedican ingentes sumas de dinero a desarrollar tecnología farmacológica destinada a la eliminación o atenuación del miedo, bastante avanzada actualmente.77 A esto debe agregársele otra dimensión, que es el desarrollo y la produc- ción de equipos de combate y sistemas de armas altamente costosos, tam- bién orientados a incrementar la seguridad o –en tanto esto es siempre una presunción– más inmediatamente a mitigar el miedo. EE.UU. desarrolla el programa Land Warrior para los Rangers (provistos en el año 2006), y una segunda versión, el Land Warrior Stryker Interoperability; Australia, el LAND 125 Wundurra, que incluye estudios de nutrición e hidratación; Canadá el Sistema integrado de Vestimenta y Equipo Protector; Francia el Sistema del Futuro Infante; Holanda el Sistema del Soldado de Infantería del Real Ejército Holandés; el Reino Unido el Futuro Soldado de Infanter- ía (FIST); y España el Programa Combatiente del Futuro.78 Para dimensio- nar adecuadamente el fenómeno que se trata de suprimir o aminorar, es necesario analizarlo en dos planos: en un contexto de combate,79 que im- XIV gastaba en la guerra, en el decenio de 1700, el 75% de sus ingresos; Pedro el Grande, el 85%; mientras que la República inglesa había consumido, en la década de 1650, el 90% de sus ingresos en la guerra. Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500–1800, Barcelona, Crítica, 1990, pág. 92. Véase sobre el tema Nievas, Flabián; “La guerra en el absolutismo”; en línea: http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/textos/textos.html. 77 “En un futuro cercano, veremos a las tropas partir al combate cargadas de medicamentos que incrementen su agresividad, así como su resistencia al miedo, el dolor y la fatiga. La elimi- nación de los recuerdos es uno de los objetivos al cual permite acceder la farmacología; ya no es ciencia ficción pensar en tener en el campo de batalla personal militar al que se le ha supri- mido el sentimiento de culpabilidad mediante las drogas, y al que se ha protegido del estrés postraumático mediante un borrado selectivo de la memoria.” Wrigth, Steve; “Armas de guerra farmacológica”, en Le Monde Diplomatique, edición del cono sur, agosto de 2007, pág. 30. 78 Cf. “Soldado cibernético”, DEF Nº 2, Buenos Aires, octubre de 2005, págs. 48 ss.; también “El combatiente del tercer milenio”, en Revista Española de Defensa Nº 203, enero de 2005, págs. 50 ss. Al respecto se ha escrito mucho, bajo el nombre de “revolución de los asuntos militares” (RMA). Cf. Ferro, Matías; “¿Qué entendemos por Revolución en Asuntos Militares?”, Investiga- ción Nº 03 del Centro Argentino de Estudios Internacionales, s/d; Granda Coterillo, José y Martí Sempere, Carlos; “¿Qué se entiende por Revolución de los Asuntos Militares?”, en Análisis Nº 57, Madrid, mayo-junio de 2000. Véase, asimismo, Nievas, Flabián; “El combate urbano”, en Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra, Proyecto, Buenos Aires, 2007. En línea en: http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/libro/libro.html. 79 Entre los síntomas habituales en situación de combate intenso, se debe contar con que el 50% de los soldados sufre taquicardia, el 45% “siente el estómago fuera de lugar. El 30 por ciento experimenta frío y náuseas. El 25 por ciento padece de rigidez muscular. El 20 por ciento vomita. El 20 por ciento experimenta debilidad general. El 10 por ciento sufre eva-
  • 43. – 42 – plica pérdida de coordinación y rendimiento bélico (sin considerar situa- ciones extremas, como la deserción), y en términos de secuelas para los participantes, con lo que se conoce como stress postraumático, que genera desórdenes de conducta y de personalidad, cuyas consecuencias cuestan grandes sumas de dinero al ejército, ya que afecta a cinco veces más solda- dos que los que tienen secuelas físicas.80 En paralelo al perfeccionamiento farmacológico y tecnológico, también se invierten recursos en desarrollo en ciencias sociales. Aunque con larga tradición, en los últimos años se ha reforzado la participación de científicos sociales en las Fuerzas Armadas. En el caso de Estados Unidos de Norte- américa, esta relación se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mun- dial;81 pero se intensificó en septiembre de 2007, cuando, en el marco del programa Human Terrain System enviaron a Afganistán e Irak a realizar trabajos de campo con la doble finalidad de disminuir las vulnerabilidades propias y encontrar los puntos débiles de la población local.82 El desarrollo y la explotación de estos tres tipos de recursos funcionan en un continuum que “barre” distintas situaciones, circunstancias y enfoques analíticos. La finalidad: disminuir el miedo o sus efectos en el campo propio, y acrecen- tarlo en el campo del enemigo. Pero, como en toda relación recíproca, el enemigo también ejerce miedo. En la actualidad, en las guerras contem- poráneas, los enemigos “difusos” utilizan tácticas terroristas, de escasa eficacia militar, pero de enorme potencial psicológico y moral. El terrorismo es una práctica militar, un instrumento, que no casualmente deriva su deno- minación de una sensación: el terror como el punto más alto del miedo. Estudiar la guerra nos ayuda para aproximarnos a la problemática del miedo porque nos brinda muchos elementos para la comprensión y cono- cuación intestinal involuntaria. El 6 por ciento se orina incontrolablemente.” Sohr, Raúl; Para entender la guerra, México S.F., Alianza Editorial Mexicana, 1990, pág. 74. 80 Cf. el muy documentado estudio de Watson, P.; Op cit. 81 Entre otros, fue notable la participación de Margaret Mead y su esposo Gregory Bateson. Mead, “además de producir panfletos para la Oficina de Información de Guerra, publicó un estudio para el Consejo Nacional de Investigación, relativo a la cultura y costumbres de alimentación de la gente que provenía de diferentes nacionalidades y que vivían en los EE.UU. También realizó investigaciones en el área de la distribución de alimentación como un método para mantener la moral. Junto con Bateson y Geoffrey Gorer, ayudó a la OSS [Oficina de Servicios Estratégicos] a establecer una unidad para entrenamiento de guerra psicológica en el Oriente Lejano.” McFate, Montgomery; “Antropología y contrainsurgen- cia: la historia extraña de su relación curiosa”, en Military Review, mayo-junio de 2005. 82 Beeman, William; “La antropología, un arma de los militares”, en Le Monde Diplomatique, edición del cono sur, marzo de 2008, pág. 18.
  • 44. – 43 – cimiento de las sociedades –lo mismo ocurre en sentido inverso– pero, también, porque en ella anida el fundamento de la política; sin embargo, no se pueden extrapolar de manera directa las enseñanzas de una esfera a la otra, por más que existan continuidades y muchas veces límites borrosos. La gestión del miedo –esto es, tanto su exacerbación como su atenuación– es un aspecto central en la guerra; y en tanto ésta contiene el núcleo de la política –que en definitiva es la proyección de su desenlace–, deberemos observar esta vinculación entre miedo y política, también como un elemen- to de singular importancia. La política del miedo Las clases dominantes, de manera conciente o no, han tomado debida cuenta de esta situación, y la producción del miedo ha pasado a convertirse en los últimos años en una de las industrias privilegiadas. Queremos ser claros al respecto. No estamos pensando en un plan orquestado, diseñado o consensuado, sino de un sentido socialmente impuesto del que astuta- mente se fueron apropiando estas clases y lo administran con apreciable destreza.83 En general la formulación cobra diversas formas, pero en torno a un eje común, que es el miedo. Se suele presentar como “inseguridad”, “delito”, “terrorismo”, “inestabilidad económica”, “precariedad laboral”, etc. Todos estos enunciados tienen como efecto común generar, acentuar y/o mante- ner dosis de angustia y miedo en el conjunto de la población, particular- mente en los sectores más vulnerables social y económicamente, población que, por medio del rumor, acrecienta y “ratifica” lo que, en muchas oca- siones, no son sino fantasías incontrastadas. Se trata, por sobre todo, de sensaciones. Presentemos algunos ejemplos de esto a fin de clarificar más estas apre- ciaciones. En Argentina la tasa de delito cada 100 mil habitantes subió levemente entre los años 2000 y 2002, descendiendo luego de manera sos- tenida para llegar en 2006 a los niveles del año 2000. En el mismo período la “sensación” de delito, índice que se mide en función de la aparición de notas o noticias sobre delitos en la prensa escrita, creció a casi el doble de 83 La remisión a la “clase” es deliberadamente genérica, ya que no se trata de un conjunto de individuos, sino de un tipo de acción colectiva (expresada, obviamente, por individuos) cuya inteligibilidad está dada por condiciones de vida relativamente homogéneas y que predispo- ne (pero no determina) cosmovisiones particulares, que tienen la pretensión de constituirse en universales.
  • 45. – 44 – los niveles de 2000.84 Se trata de una medición que tiene la virtud de poner de relieve un problema. Dado que se construyó sobre prensa escrita el mismo es parcial, no obstante la evidencia que muestra es taxativa. Esta medición es tanto más interesante si no se la interpreta de manera lineal, en el sentido de que los medios de difusión masiva (en este caso, diarios) son “productores” de la sensación de inseguridad, sino en el sentido más am- plio, de que estamos frente a un fenómeno recíproco: la prensa refleja aquello que el público está dispuesto a asumir, actuando más como reafir- mador que como creador de esta sensación, a la vez que esa sensación se “verifica” en la producción de noticias de tal índole. El entramado que estamos presentando es, sin embargo, más denso y complejo. La sensibilidad sobre este fenómeno ha despertado también la imaginación de ciertos políticos –en los cuales se corporiza la apropiación de clase a que nos refiriéramos más arriba– que no dudan en construir sus ejes discursivos en torno a la “inseguridad”. Hace pocos meses un político en ascenso puso en la web un “mapa de la inseguridad”,85 que abarca el territorio de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se trata de un caso digno de análisis por cuanto se propone a la población que informe, en línea, de los delitos sufridos; de esa manera se iría construyendo un mapa del delito (de la “inseguridad”, tal su nom- bre), es decir, de los hechos de violencia desplegados en el espacio. Esta modalidad, en apariencia, resultaría sumamente transparente, pues carece de mediaciones entre la población afectada y la información surgida por la acción de la propia población. Sin considerar cuestiones técnicas que tor- nan a los datos obtenidos en indicadores fácilmente cuestionables,86 hay dos aspectos que debemos considerar con atención: a) el involucramiento de la población en la producción de la sensación de inseguridad y b) la construcción de la argumentación política en torno a este eje, de una ma- nera que carece completamente de rigor metodológico, pero que resulta creíble. El paso dado es muy significativo: se invita a los propios “asusta- dos” a fundamentar su miedo. De expandirse y solidificarse ésta u otras 84 Véanse los informes anuales del “Índice de Violencia Social Percibida” para el período citado, elaborado por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano. Dispo- nible [en línea] en http://www.onlineub.com/copub.php?opcion=IVSP 85 http://www.mapadelainseguridad.com/ 86 Entre los múltiples factores de distorsión podemos mencionar: el acceso diferencial, según grupo social, a herramientas de Internet; la posibilidad de que un mismo hecho se reporte en repetidas ocasiones por distintos (o el mismo) sujetos; la carencia de verificación del hecho, etc.
  • 46. ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM) – 45 – iniciativas similares, la gran mayoría de la población (probablemente con la única excepción de pequeños grupos ilustrados) quedaría atrapada en una ilusión autorratificada con un efecto fácilmente previsible: endurecimiento de las reglas penales, criminalización de los cuestionamientos (particular- mente de aquellos que lleguen al nivel de la protesta), sospecha de las dife- rencias, en suma, un Estado policial gestionado y legitimado por la pobla- ción. Esto nos conduce al detallado y muy documentado estudio realizado por Loïc Wacquant sobre los efectos del endurecimiento de la represión del delito en Nueva York, que se sintetizaban en el slogan de “tolerancia cero”; en él demuestra que tal política tuvo dos efectos reales centrales: 1) aumentar desmesuradamente la población carcelaria, particularmente de gente pobre, y 2) no disminuyó la tasa de delitos, por el contrario, creció levemente. Contrariamente, en aquellos Estados (como California) que adoptaron una política radicalmente distinta, estos efectos fueron contra- rios: no aumentó la población carcelaria y sí disminuyó la tasa de delitos, en los mismos períodos en que se implantó la “tolerancia cero”.87 Pero tal conocimiento, sin ser censurado, no circula socialmente. Por el contrario, las ideas que se reproducen son las que este trabajo desmitificó. La percep- ción, que tradicionalmente significó la subjetivación del mundo exterior mediante los sentidos, cobra un nuevo y complejo significado: pasa a ser la internalización de la creencia previa, con independencia relativa de los hechos; es decir que la importancia no radicaría en los hechos, sino en la percepción de los mismos, percepción que implica la mediación de la cre- encia. O, dicho sintética y drásticamente: importa lo que se cree, no lo que realmente ocurre. Un tercer elemento a tener en cuenta, íntimamente ligado al anterior, es la construcción de una agenda pública “falaz”. Llamamos así al otorga- miento de prioridades en la acción gubernamental (esto es, la agenda públi- ca) condicionando cualquier política a que tenga (presuntamente) resulta- dos inmediatos. Esta expectativa, de imposible cumplimiento en lo referente a la tasa de delito u otras situaciones complejas, como las modali- dades violentas de los delitos, sólo actúa en definitiva como debilitadora del sistema estatal, el que aparece incumpliendo lo que, se sabe anticipa- damente, resulta imposible de cumplir. El efecto práctico inmediato es una mayor presión, y la necesidad de incorporar al discurso político una solu- ción ficticia, es decir, de abandonar todo escrúpulo en la competencia por el liderazgo político. Siendo necesario el abandono de todo escrúpulo –lo 87 Wacquant, Loïc; Cárceles de la miseria; Buenos Aires, Manantial, 2000.