Este es el tercero de una serie se seis artículos basados en las obras históricas de William Shakespeare. Enrique V es el típico héroe carismático, pero el autor nos muestra otras facetas de su personalidad y del proceso de aprendizaje para ser un gran líder.
1. Enrique V: El líder carismático
“Todas las cosas están listas si nuestra mente lo está” (Enrique V)
Enrique V es el gran líder carismático de Shakespeare. La clave del liderazgo de
Enrique V es su comprensión que nada puede ser logrado sin las personas que él
conduce. Pero, a pesar de ello, no lo muestra como un perfecto héroe mítico, sino
como un ser humano que en algunos momentos se equivoca y es dominado por sus
pasiones.
La obra de Shakespeare refleja profundamente el alma humana: aunque uno
llegue a la cima, derrote a sus enemigos contra todas las probabilidades, y sea feliz en
su matrimonio, siempre existen momentos oscuros. Incluso en el mayor de los éxitos,
hay que esperar angustia y dolor.
El mensaje es duro. Tener poder significa ensuciarse las manos. La ambigüedad
moral, las contradicciones y las soluciones de compromiso son moneda corriente en el
ejercicio del poder.
Enrique oscilaba entre la luz y la oscuridad. A veces lideraba como un caballero
con brillante armadura y otras veces como un salvaje desalmado.
Harold Bloom dice irónicamente que Enrique V era1
:
…brutalmente astuto y astutamente brutal, cualidades necesarias para ser un gran
Rey.
Y Tomás Abraham se pregunta2
:
¿Henry V es un personaje despótico, un mandatario de una crueldad rayana en la
inescrupulosidad propia de genocidas? ¿O es un héroe que lucha por la dignidad y la libertad
de los ingleses frente a la invasión francesa?
1
Bloom, Harold. (1998). Shakespeare. The invention of the human. Riverhead Books. New
York. USA:
2
Abraham, Tomás. (2014). Shakespeare, el antifilósofo. Editorial Sudamericana. Buenos Aires,
Argentina.
2. Enrique era un gran motivador y para lograr sus objetivos utilizaba el profundo
conocimiento de las personas que lideraba. Las dos batallas (Harfleur y Agincourt) que
aparecen en la obra, son precedidas por brillantes arengas que tienen por objetivo
motivar a sus tropas.
Enrique podía haber apelado en sus discursos a las cualidades técnicas de sus
arqueros y de sus caballeros. Pero lo que realmente le importaba era conectar la tarea
(la batalla) con una visión transformadora que los hombres fueran capaces de sentir: el
valor, la cercanía con el rey, el servicio a la patria.
En el medio de la batalla de Harfleur, Enrique se dirige a los pobladores que
estaba tratando de conquistar, amenazándolos con las peores pesadillas si no accedían
a la rendición.
Esta es una lección poderosa: Shakespeare está mostrando cómo la misma
persona en el mismo día, puede desplazarse del punto más alto del heroísmo a la peor
bajeza. En un momento es un gran líder que motiva y transforma a sus hombres a
través de sus palabras. En el momento siguiente es alguien que amenaza con rapiñas y
asesinatos.
Esta dualidad encierra importantes connotaciones morales. Es bueno tener
claro cuáles son los límites que uno está dispuesto a traspasar en aras de conseguir sus
objetivos. La batalla sigue y los pobladores de Harfleur se rinden. En la victoria, vuelve
el caballero: Enrique le ordena a sus tropas que no cometan ningún acto agresivo
contra la población.
Es sabido que Enrique V, en su etapa de príncipe, no se comportó de la manera
esperada para alguien de su condición. En vez de quedarse en el ámbito protegido de
la corte, optó por conectarse con la gente común, a través de amigos con los cuales
pasaba el tiempo divirtiéndose, emborrachándose y aprovechando esa amistad para
comprender las similitudes y las diferencias con la gente común.
Varios de esos amigos de la juventud formaban parte del ejército con el que
Enrique invadió Francia. Luego de la batalla de Harfleur, uno de ellos roba un crucifijo y
3. Enrique lo condena a la horca. Shakespeare nos deja otra enseñanza: cada decisión,
además de su valor individual como tal, también es una lección para los demás.
El pináculo del éxito de Enrique V se produce en la batalla de Agincourt, una de
las tres batallas decisivas de la Guerra de los 100 años, junto con las de Crecy y
Poitiers.
Las tropas francesas sobrepasaban diez veces en número a las inglesas, las que,
además, estaban enfermas y exhaustas. Los franceses pecaron de soberbia y
subestimaron el evento, seguros de obtener una fácil victoria. Pero se equivocaron.
Durante el desarrollo del encuentro, los franceses percibieron la derrota
inminente y mandaron a su caballería por detrás de las tropas inglesas a atacar el
campamento, matando a todos los jóvenes que habían quedado a cargo del equipaje.
Enrique volvió al campamento, vio a los chicos asesinados y se puso furioso3
:
No estuve enojado desde que llegué a Francia
hasta este instante…
Les cortaremos la garganta a todos los que atrapemos
Ni uno solo de ellos probará nuestra misericordia.
Es evidente que no se recuerda a Enrique porque ordenó matar a prisioneros
desarmados. Se lo recuerda porque fue valiente y noble. Pero fundamentalmente
porque ganó la batalla.
Shakespeare podría haber mostrado a Enrique como un líder heroico y
brillante, omitiendo esta escena. En ese caso, la lección habría sido la siguiente:
cuando se es bueno, noble y valiente hay muchas probabilidades de convertirse en un
gran líder.
Pero no es esta precisamente, la lección que Shakespeare nos quiere transmitir.
Los grandes líderes viven en un mundo difícil, en el que hay que tomar decisiones
comprometidas. La decisión de Shakespeare, incluso cuando escribió la historia de su
3
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 4. Escena 7
4. héroe más carismático, fue la de mostrar a los seres humanos de una manera mucho
más realista, lidiando con sus limitaciones y con sus propias contradicciones.
Enrique estaba determinado a ser un gran rey. Para ello se preparó
concienzudamente oscilando entre las tabernas del bajo mundo y la corte real,
arriesgándose a perder el favor de su padre, el Rey Enrique IV, que desaprobaba sus
amistades y su vida fuera de la corte.
Ese comportamiento fue deliberado y era consecuencia de su convicción acerca
de que su “redención” cuando se convirtiera en rey, lo haría aparecer más atractivo
que alguien que hubiera vivido toda su vida en el prolijo ámbito de la corte.
El punto aquí es demostrar que para ser un buen líder es muy importante
conocer a las personas que uno va a liderar. Esto trasciende la idea de ser “popular”.
Se necesita trabajar para consolidar la relación con las personas, no solamente desde
el momento en que uno se convierte en líder, sino mucho antes, desde que uno decide
o vislumbra que puede llegar a serlo.
Cuando una persona desarrolla esta relación con los demás, también se está
desarrollando a sí mismo. Shakespeare enseña que pasar tiempo con las personas que
van a ser nuestros colaboradores significa aprender a liderar. Un líder necesita conocer
las necesidades, motivaciones, creencias y temores de las personas que conduce.
Los líderes que no dominan el lenguaje de sus colaboradores no pueden
comunicarse efectivamente con ellos, y sin comunicación efectiva no hay motivación.
El punto importante es que no se puede aprender la cultura leyendo un folleto
o viendo un video. Hay que vivir la experiencia. El príncipe Hal (tal era el apodo de
Enrique) podría haber contratado a una persona común para que le cuente como vive
su gente o a un profesor de lengua para que le enseñe el lenguaje. Pero no lo hizo.
Pasó mucho tiempo con la gente común. Compartió con ellos experiencias de vida. No
hay sustituto para las vivencias.
5. A pesar de que el príncipe Hal sabía que iba a obtener el trono simplemente
por el transcurso del tiempo, siempre se sintió compelido a perfeccionar sus
competencias de conducción.
La batalla de Agincourt (1415) es el momento clave de la obra, en el cual
Enrique hace gala de su liderazgo, triunfando contra todos los pronósticos.
Una importante lección pasa por el tiempo que insumió Enrique para
prepararse para la batalla. No es solo cuestión de resolver los problemas logísticos,
sino estar preparado personalmente para ser un gran líder en circunstancias difíciles,
de modo que tanto el conductor como sus colaboradores tengan confianza en el logro
de los objetivos.
La gran enseñanza de Shakespeare en este punto es la siguiente: si uno solo le
presta atención al título que le otorga la organización, o al tamaño de la oficina o al
monto del salario, será incapaz de manejar la situación. Si, por el contrario, le presta
atención a la persona que cada uno es y al aprendizaje que debe efectuar sobre sí
mismo y sobre sus colaboradores, podrá obtener logros aún en contra de todas las
probabilidades.
Enrique no pudo evitar la confrontación en Agincourt, pero pudo anticipar las
competencias que iba a necesitar en esa crisis en su proceso de preparación previa. La
habilidad de Enrique para escuchar y aprender fue la competencia que lo salvó, tanto a
él como a su ejército.
En Agincourt, Enrique enfrentaba un grave problema: sus tropas estaban
enfermas, cansadas y mal equipadas. Enfrente estaba el enorme y descansado ejército
francés.
Enrique le dice al mensajero del Rey de Francia4
:
Tal como estamos, no buscamos la batalla,
4
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 3. Escena 6.
6. Pero tal como estamos, tampoco huiremos.
El ejército de Enrique estaba débil, en inferioridad numérica y en una
localización desventajosa. Para tener alguna chance, debía maximizar el rendimiento
de sus recursos.
Tanto el Rey como su ejército sabían que todas las probabilidades indicaban
que iban a perder la batalla y, como consecuencia de ello, iban a morir. No es el mejor
modelo mental para enfrentar un conflicto.
Enrique tenía una ventaja táctica: sus arqueros podían disparar doce flechas
por minuto, mientras que las ballestas francesas solo podían disparar dos proyectiles
en el mismo lapso. Pero también sabía que era fundamental levantar la moral de sus
tropas, aunque estaba seguro que si mentía acerca de las posibilidades de ganar la
batalla, nadie le creería.
La única manera de hacerlo era conociendo los verdaderos sentimientos de los
soldados. Por eso, la noche anterior a la batalla, dejó su Consejo de Guerra y salió a
caminar entre los soldados, disfrazado para que no pudieran reconocerlo.
Durante la noche habló con los guerreros sobre la batalla y sobre su Rey. El era
capaz de hablar en el lenguaje de los soldados y entendía perfectamente su cultura.
Gracias a esa preparación previa, pudo conocer lo que sus soldados realmente
pensaban y sentían. Una información realmente invalorable.
El líder que realmente respeta y conoce a sus colaboradores sabe que no tiene
sentido mentirles. Gracias a la conversación con los soldados, Enrique llega a las
siguientes conclusiones:
• Las tropas pensaban que no había modo de ganar la batalla, por lo que al día
siguiente estarían todos muertos
• Los soldados creían que, pese a la apariencia de coraje, el Rey era un cobarde
que prefería no estar con ellos
7. • Si el Rey quería pelear, debería hacerlo solo. De esa manera salvaría las vidas
de sus soldados.
A pesar de estas revelaciones, Enrique no reveló su condición de Rey. Consideró
seriamente sus puntos de vista y discutió con ellos, pero como un par.
Uno de los soldados le dice a Enrique que seguramente iban a morir, sus
familias quedarían en la pobreza y sus almas serían condenadas por una causa que no
compartían y que todo eso era culpa del Rey.
En realidad, a ese soldado no le importaba lo que le pasara al Rey. Esta es una
visión habitual que tienen los niveles inferiores acerca de la alta dirección: creen que
las dificultades que los acechan son consecuencia de la incompetencia de sus
superiores.
Por supuesto, esta es una posición que pone toda la culpa en el otro lado. Una
de las maneras de ejercer el rol de seguidor es dejar de lado la capacidad individual de
decisión y reemplazarla por las decisiones del líder. En este caso, no hay posibilidades
que los colaboradores tomen la iniciativa ni generen ninguna innovación. La gente
hace las cosas porque se las ordenaron. Si el resultado no es el esperado, la culpa la
tiene el que emitió las órdenes.
En la discusión con los soldados, Enrique afirma que ellos tienen libre albedrío.
Les dice que cada soldado debe hacerse responsable de su posición y mejorarla en la
medida de lo posible. Existía una deuda con el Rey, pero cada uno tenía una deuda con
sí mismo. Los individuos son responsables por sus propias acciones y por sus propias
almas. El rey no es responsable de ello.
La respuesta de los soldados a este argumento era decisiva: si las tropas
pensaban que todo era responsabilidad del Rey y que ellos no tenían ninguna
posibilidad de acción, estaban todos en graves problemas.
Los dos soldados que charlaban con Enrique coinciden con el punto de vista. De
esta manera, justo antes de una batalla en la cual tanto el Rey como los soldados
8. esperaban morir, el Rey logra convencer a dos de ellos que están a cargo de su propio
destino. Incluso uno de ellos está tan convencido que afirma que va a luchar a muerte
por el Rey.
Es una excelente manera de motivar: las personas son seres libres y actuarán
mucho mejor si toman conciencia de ello.
La jornada de la batalla amaneció lluviosa y gris. Los franceses estaban listos
para atacar. A Enrique le quedaban pocos minutos para levantar el ánimo de sus
tropas y prepararlas para la batalla.
Sabía que sus hombres pensaban que iban a morir y que era bastante probable
que el Rey pudiera salvarse de alguna manera. Para empeorar la situación, uno de sus
comandantes, su primo Westmoreland, en frente de los hombres, se lamenta por no
poder contar con las tropas que quedaron en Inglaterra.
El célebre discurso de Enrique comienza con la respuesta a Westmoreland5
:
¿Quién es el que desea eso?
¿Mi primo Westmoreland?. No, mi querido primo.
Si estamos destinados a morir, somos suficientes.
En ese caso, nuestro país saldrá derrotado. Pero si vivimos,
Cuantos menos seamos, más grande será el honor.
No deseo ni un hombre más…
Ten fe, primo, no desees más hombres de Inglaterra:
No quisiera compartir tan grande honor
Ni siquiera con un hombre más.
Tal es la esperanza que tengo.
En primer lugar, contradice a uno de sus principales comandantes (y pariente
cercano) en frente de sus soldados. Y comienza a explicar su punto: si ganamos, el
honor se repartirá solamente entre nosotros. Al mismo tiempo se está dirigiendo a sus
hombres: estamos frente a una batalla, ustedes son soldados y esa es su obligación. Lo
5
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 4 Escena 3.
9. único que puede quedar al cabo de ella es el honor. El honor de los franceses queda
devaluado por el hecho de tener muchos más hombres.
Enrique continúa con su discurso:
¡No desees un solo hombre más!
En vez de eso, Westmoreland, proclama de parte mía
Que aquel que no tenga estómago para esta lucha,
Tiene permiso para partir. Se le dará un salvoconducto
y dinero para el viaje.
No moriremos junto a hombres que
Tengan miedo de morir en nuestra compañía.
El desafío que hace Enrique a sus hombres, lo hace basado en el conocimiento
que muchos de ellos estaban aterrorizados. A todos les ofrece la posibilidad de la
salida. Pero la retirada debía ser pública, delante de todo el mundo.
Este desafío también les otorgaba a los hombres la opción que ellos suponían
que el Rey iba a utilizar para sí mismo, dada su condición. Sabiendo esto, Enrique les
hace la misma oferta a todos: váyanse si quieren, pero sepan que yo me estoy
quedando a pelear.
También les dice que no quiere morir con alguien que no quiera morir a su
lado. Con eso les está diciendo que hay una hermandad en la muerte: estamos juntos
en esto y yo, el Rey, estoy aquí como miembro de esa “banda de hermanos”.
La muerte es el gran ecualizador que utiliza Enrique para nivelar la relación con
sus hombres: si morimos juntos, ustedes van a morir en compañía de un Rey.
El día de la batalla es la Fiesta de San Crispin (25 de octubre). Enrique continúa
su discurso puntualizando que, a partir de la batalla, los soldados celebrarán esa fecha
como un día de gloria:
Este dia es la Fiesta de San Crispin:
Aquel que sobreviva y vuelva a su hogar
10. Se pondrá de pie cuando se nombre este día…
Quien vea hoy ese día y viva muchos años,
Cada año los vecinos lo invitarán a beber:
Se arremangará el brazo y enseñará las cicatrices:
“¡Son las heridas del dia de San Crispin!”
Los ancianos olvidan; pero cuando todo esté olvidado
recordarán las hazañas que ocurrieron ese día.
Entonces nuestros nombres aflorarán en sus labios
De modo fluido: Harry, el Rey, Exeter y Bedford,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester.
El hombre honrado deberá educar a su hijo
Para que no pase el dia de San Crispin,
Desde hoy hasta el fin del mundo,
Sin que se acuerden de nosotros
Enrique deja de hablar de la muerte y del honor para describir la vida de los
soldados que sobrevivan. No dice que todos van a sobrevivir, sino de una manera
realista exclama “aquellos que sobrevivan”.
Describe una escena posible en una taberna de Londres en el futuro: un viejo
soldado recordando con orgullo las batallas peleadas. Probablemente los soldados al
escuchar esta parte del discurso habrán sonreído y pensado: “Enrique realmente nos
conoce. Sabe quienes somos y como actuaremos”. Este es otro claro ejemplo del uso
que Enrique hace del conocimiento del lenguaje del hombre común.
Es importante destacar que en ningún momento del discurso, Enrique hace
referencia a que van a ganar la batalla y van a ser ricos. Esto no hubiera sido
demasiado creíble. Lo que dice es que es posible que algunos sobrevivan.
Concluye el discurso reforzando el concepto de hermandad y volviendo a hacer
referencia al escaso número de hombres:
Nosotros somos pocos, pocos y felices, una banda de hermanos;
Aquel que hoy derrame su sangre junto a mí
Será mi hermano. Por muy humilde que sea, este día ennoblecerá su condición.
11. Y los nobles en Inglaterra se lamentarán de no haber estado aquí
Y se sentirán inferiores cuando alguien les cuente
Que peleó con nosotros.
Una vez más, Enrique se enfoca en la preocupación de las tropas acerca de que
el Rey podía salvarse por su condición, mientras que ellos estaban condenados a morir.
Por eso puntualiza que él también va a derramar su sangre y que es su hermano.
También les está diciendo: “Imagínense poder contarle esa historia a sus amigos: yo y
el rey contra los franceses con una desventaja de 10 a 1”
Para poder apelar con éxito a sus soldados como hermanos de sangre, hace
falta un profundo conocimiento del lenguaje y de la cultura.
El éxito también radica en que apela a su orgullo como soldados. Vinieron a
Francia a pelear. No hay motivación más potente que el significado de la tarea.
Cuando concluye el discurso, Enrique es advertido que los franceses están a
punto de atacar. Concluye diciendo:
Todas las cosas están listas cuando la mente lo está
Las tropas de Enrique tuvieron la oportunidad de abandonar la batalla. Si
eligieron quedarse son “hombres libres” que están en esa situación porque quieren
estar ahí. De hecho, en la batalla, dan lo mejor de sí porque están altamente
motivados.
La motivación la logra mediante la articulación de una visión que tiene impacto
directo en los valores. Involucra a los hombres en la construcción de esa visión
escuchando sus preocupaciones y lidiando inteligentemente con ellas.
Harold Bloom afirma que el Enrique V de Shakespeare tiene connotaciones que
nos remiten a Alejandro Magno, ya que la visión que persigue es la de expandir el
reino de Inglaterra en terreno francés, como una manera de expiar las culpas de su
padre por haber usurpado la corona y asesinado a su antecesor.
12. El carisma es una herramienta sumamente poderosa para ejercer el liderazgo,
pero conlleva riesgos, ya que algunas veces, como en el caso de Enrique, se transforma
en un paraguas que eclipsa los momentos de brutalidad y la deslealtad con los amigos
de la juventud, a quienes desecha para conseguir sus objetivos políticos.
La obra de Shakespeare finaliza con las negociaciones de paz en Troyes y
Enrique como pretendiente de Catalina Valois, la hija de Carlos VI de Francia. Durante
el cortejo, ambos intentan hablar el idioma del otro y la escena parece ocurrir
inmediatamente después de la batalla de Agincourt, cuando en realidad habían pasado
cinco años.
Finalmente, Enrique se casó con Catalina y murió un año después. La viuda, de
solo veintiún años vuelve a casarse pocos años después con el tesorero Owen Tudor.
Ambos fundaron la fructífera y pacificadora dinastía de los Tudor a través de su nieto,
que subió al trono en 1485 como Enrique VII, setenta años después de la célebre
batalla de Agincourt.