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ESTUDIO DE CASO.
EL ESTUDIO DE CASO PARA LA RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS SE CENTRA EN LA
TOMA DE DECISIONES PARA LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS PLANTEADOS.
APRENDIZAJES QUE SE PROMUEVEN CON ESTA ACTIVIDAD:
   • Aprecio por la cultura local
   • Visión del entorno
   • Capacidad para identificar y resolver problemas
   • Pensamiento critico
   • Comunicación oral y escrita
   • Trabajo grupal y creatividad


           La Gran Inundación de 16291
Marcela Dávalos    ∗




En septiembre de 1629 la ciudad amaneció sumergida en casi dos metros de agua. El día de San Mateo,
sus más de sesenta y ocho edificios religiosos, así como el Palacio virreinal, la Casa de Moneda o el
Arzobispado parecían naufragar. Los rumores corrían de un lado al otro. De Santa Catarina a San
Miguel y de San Lázaro a la Alameda, el agua se había elevado, dejando libre solamente una parte de la
Plaza Mayor que pronto fue llamada la isla de los perros, por la cantidad de cuadrúpedos que lograron
ahí refugiarse.
Y aunque los documentos del siglo diecisiete se refirieron a la inundación en la ciudad, indicando con
esto que se trataba del casco español, los barrios de indios que la circundaban, en varias ocasiones
habían visto anegadas sus capillas, sus casas caídas y sus sembradíos y animales, perdidos. La
diferencia estaba en la voracidad y alcance que el agua había tenido esa temporada. Al despejarse las
tinieblas y percatarse de que ésa había sido la tempestad mas devastadora que hubiesen visto, los
vecinos emprendieron tareas y buscaron explicaciones.
Como en aquellos tiempos se creía que las tormentas eran castigos divinos, la ciudad debía expiar sus
pecados, La impenitencia había sido causa del escarmiento. Ante el temor de más calamidades, los
feligreses organizaron plegarias, rogativas, rosarios y novenas; sacaron santos e imágenes; invocaron
al sacro y poderoso sonido los repiques y escucharon misas que se predicaban en lo alto de los
balcones, parados sobre tablones y con ropa húmeda.

En 1629 la ciudad española se convirtió en una chinampa, pero el temor de las aguas en ascenso ya era
manifiesto desde hacia al menos dos años antes. Cuando, en junio de 1627, el cabildo se percato de su
alto nivel, dedicó una novena a San Gregorio Taumaturgo, el intermediario necesario para detener
diluvios y terremotos, al cual se acostumbraba celebrar todos los noviembres. A causa de las aguas, ese
año recibió su novenario cinco meses antes; pero nadie imaginaba que dos años después nuevamente
se pondría en duda el cambiar de fecha su ceremonia. La tempestad de San Mateo precedió a su
celebración. Su festividad cayó en una ciudad confundida, desierta y desabastecida, en la que seguían
flotando cadáveres: porque parte de la población emigró, porque para circular se necesitaban tablones
o porque las construcciones estaban sumergidas, el cabildo dudó en conmemorarlo. Pero la fe motivó
la procesión. Para sosegar el castigo, se rezó a San Gregorio, el intermediario entre los pecadores y la

1 Dávalos, Marcela. La Gran Inundación de 1629. Relatos e historias en México, volumen II, número 13,

septiembre 2009, pp. 23-29.
∗
 Es doctora en Historia por la Universidad Iberoamericana e investigadora en la Dirección de Estudios
Históricos del INAH.
                                                   1
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justicia divina, a fin de que aplacara la fuerza de aquel designio: el "patrón de las aguas" fue rodeado
de cirios encendidos e incienso, se le rezó una novena y marchó en procesión.
Al mismo tiempo, el arzobispo recurrió a la virgen de Guadalupe. Implorando su auxilio, el 24 de
septiembre la trasladó desde La Villa hasta la Catedral. Era la primera vez que la santa imagen viajaba
en canoa. En una procesi6n sin precedentes, autoridades eclesiásticas y civiles, así como gran cantidad
de feligreses, rogaban a la inmaculada interceder por sus pecados ante el cielo. Siguiendo canales y
calles inundadas, la Guadalupe fue cortejada por un sequito a bordo de canoas y trajineras, que flotó
desde su santuario en el cerro del Tepeyac hasta la Catedral de México. En cada estación los fieles
aclamaban la imagen con piadoso entusiasmo. La virgen del Tepeyac fue alternada entre la Parroquia
de Santa Catalina Mártir y la Catedral durante los cinco anos que duró la inundación, hasta que en
1634 el arzobispo Francisco Manzo y ordenó su regreso a la Villa de Guadalupe.

La inundación fue equiparada a los éxodos, calamidades y plagas bíblicas. En octubre, el arzobispo
informó al rey "que en menos de un mes habían perecido ahogados o entre las ruinas de las casas más
de treinta mil personas y emigrado más de veinte mil familias". La figura del diluvio universal aparecía
cada vez que la gente asistía a las misas oficiadas por doquier. Se "colocaron andamios en las
intersecciones de las calles y aun en los techos se levantaron altares que la gente oía desde azoteas y
balcones, pero no con el respetuoso silencio de los templos, sino con lagrimas, sollozos y lamentos, que
era un espectáculo verdaderamente lastimoso".
Cinco años después el agua bajo, pero las fuertes lluvias continuaron. En 1635, quedaban rastros
fehacientes del desastre provocado por la tempestad. Y aunque las lluvias siempre amenazaron a la
ciudad, el aguacero torrencial de San Mateo que desató la inundación no tenía precedentes. La ciudad
de México permaneció cinco años bajo agua, provocando éxodos, pánico colectivo, epidemias,
hambrunas y muertes. Incluso se pensó en abandonarla y fundar otra ciudad. Se buscaron indultos,
explicaciones y culpables. Un testigo privilegiado y actor principal del evento, el cosmógrafo y
arquitecto Enrico Martínez, narró así el suceso:

   Mientras las lluvias arreciaban el 11 de septiembre, día de San Mateo, cayó un aguacero tan espantoso
   que duró treinta y seis horas seguidas. La ciudad se inundó completamente. Solo una parte del Palacio,
   las casas arzobispales, la calle de Santa Teresa y un pedazo de la plaza mayor se libraron de la furiosa
   acometida de las aguas [...] los conventos fueron abandonados, las iglesias se cerraron, el comercio se
   paralizó y las principales familias huyeron a Puebla que desde entonces comenzó a engrandecerse. De
   veinte mil familias de españoles, no quedaban más que cuatrocientas en la ciudad inundada. Las
   demás habían huido hacia otras ciudades y villas a salvo de la catástrofe, como a Puebla, Coyoacán,
   San Agustín de las Cuevas, Tacuba, Mexicalltzingo, Texcoco.

Pero la historia comenzaba años atrás. Desde principios del siglo diecisiete la capital se había ya
inundado en 1604 y en 1607. Fue entonces que los funcionarios virreinales retomaron la vieja idea de
cegar el lago de Texcoco o de desviar el curso de los ríos. El cosmógrafo Enrico Martínez, quien era
reconocido por sus interpretaciones de la naturaleza, quedo a cargo de resolver el asunto. Para el las
inundaciones eran causadas por varios motivos: por los continuos desmontes que erosionaban las
tierras, para abrir terrenos a la siembra; porque el desprendimiento arrastrado por las lluvias desde las
montanas que se asentaba en los Lagos, reducía su nivel; porque el alejamiento de los bosques, de los
que se sacaba la madera para construcción, retiró "el migajón de tierra que antes cubría la roca viva",
en fin, un circulo vicioso que iba de la tala a la inundación, o pasando por los azolves, hacia a la ciudad
victima de las inundaciones.

A ese hombre que señaló la desaparición de los bosques; que advirtió de los muchos cultivos crecidos
donde hacia poco era lago; que insinuó la falta de medidas drásticas de los anteriores funcionarios
porque los afectados habían sido las parcialidades indígenas, a ese hombre se le destinó parar las
inundaciones. Lo que no sabía es que ese acto lo llevaría a meterse en uno de los líos más grandes de
su vida: antes de terminar la obra para desviar el río Cuautitlán, mil voces estaban en su contra. Para
1608 el cosmógrafo había ya cavado mas de "siete mil quinientas varas de tajo abierto" del lago de
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Zumpango hacia Huehuetoca; de aquí hacia adelante un socavón de "siete mil seiscientas setenta
varas" y luego otro tajo abierto de "setecientos ochenta varas" que llevaría la corriente al río Tula. La
idea era que las aguas del río Cuautitlán tuvieran otra salida, además de la natural que las vertía en la
"laguna de México" o lago de Texcoco, evitando así que este subiera su nivel.
En 1627, unas lluvias torrenciales reventaron los diques del río Cuautitlán, desbordándose así todo el
sistema de lagos: Zumpango, San Cristóbal y el de Texcoco. Las partes bajas de la ciudad quedaron
sumergidas, dañando sembradíos y matando a animales, es decir, cuando la tormenta del día de San
Mateo cayó, los barrios de indios llevaban días inundados, al grado de que el arzobispo de México, en
una carta enviada al rey el 11 de septiembre, calculaba en mas de treinta mil el número de los indígenas
muertos.

En 1628 el virrey de Cerralvo ordenó echar a andar la obra que permaneció por más de diez años
suspendida. En julio el agua rebasó bordos y represas, inundando las partes bajas de la ciudad. Solo las
calzadas principales eran transitables. El 5 de septiembre se circulaba en canoa en los barrios de
Santiago Tlatelolco y de La Piedad, pero la tormenta que cayó la noche del 20 de septiembre durante
casi dos días, dejó empapados y absortos a todos los vecinos. Además de los pecados y la impenitencia
como causas del castigo divino, corrían rumores y acusaciones de que la inundación había sido
resultado del capricho del cosmógrafo Enrico Martínez por haber tapado las salidas del agua del río
Cuautitlán.
Antes de esa noche, las obras del desagüe parecían ir tan bien que el virrey visitó la obra en dos
ocasiones y en ambas felicitó y premió a Enrico Martínez. El arzobispo incluso la bendijo. No obstante,
para mayo de 1611 las pugnas, envidias y chismorreos circulaban en el palacio virreinal a un grado tal,
que el ingeniero Alonso Arias –quien criticaba de equivocada e inservible la obra– fue encargado de
supervisar su utilidad, costos, duración, etcétera. La rencilla había llegado a tal grado que, tres años
después, la corona envío a Adrián Boot, un holandés especialista en hidráulica ("que sea geómetra,
sepa medir las alturas y pesar la aguas"), quien lo menos que dijo fue que la obra no servia para nada.
Su punto de vista era que debía copiarse el sistema original indígena; preservarse las lagunas; proteger
a la ciudad rodeándola con diques y albarradones y bombear el sobrante de agua.

El proyecto del holandés fue rechazado. Y no seria difícil especular que el virrey, incondicional a
Enrico Martínez, mantuviera su postura inicial: finalmente declaró que el desagüe a Huehuetoca y
Tula era acertado y legítimo. La politiquería en torno a la construcción del canal seguiría por más de
veinticinco años, pero en el inter, al cosmógrafo le tocó la mala suerte de toparse con la inundación de
1629. Y aunque la idea de restaurar el sistema de lagos propuesto por Boot fue visto como un atentado,
tanto como su "calvinista" persona (se le acusó de ser hereje e incluso, en 1637 fue aprehendido por la
Santa Inquisición), las criticas no dejaron de caer sobre Enrico Martínez, quien de inmediato quedó
señalado como una causa de aquel desastre natural. Esto facilitó que sus antiguos rivales, corredores
por años de rumores y susurros en el palacio virreinal, declararan abiertamente los errores que veían
en aquel tajo: más de 25 proyectos fueron presentados al virrey en 1629.

El expediente de hombres en contra del cosmógrafo quedo abierto. Desde el matemático y jesuita Juan
Sánchez –con quien Martínez había tenido desavenencias al inicio de la obra–, pasando por el
hidrólogo Ildefonso Arias –protegido del arzobispo fray García Guerra–, por los regulares de la orden
de San Francisco o por los vecinos de Chalco, todos lo criticaron. Emergieron cualquier clase de
argumentos: que los canales y socavón construidos no eran capaces de soportar la corriente del río
Cuautitlán; que su profundidad no era suficiente; que los sitios por donde se debería comenzar a
desaguar eran por la Venta Nueva, Iztapalapa, Santa Marta, la laguna de Chalco, la laguna de Ayocingo
cerca de la barranca de Yacapixtla, por la de Achichipico, por Tepopula, por las caídas de
Chimalhuacan y Tepistitlan, etcétera, etcétera. De pronto llovieron proyectos y parecía que cualquiera
tenía uno ya listo en el cajón de su escritorio.

Pero desde 1623, Enrico Martínez había advertido que el desagüe no funcionaba y que el nivel de las
aguas subía alarmantemente. Su defensa nos lleva a especular sobre los mil factores, humanos,
                                                3
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naturales y sobrenaturales, que rondaron la realización del proyecto. Sus respuestas hablan de ello:
que los imprevisibles niveles y fuerza del agua que habían arrastrado las atalayas podrían arreglarse
por un precio razonable; que so pretexto de desacreditarlo sus enemigos mostraron preocupación por
los indígenas trabajadores; que nadie había inspeccionado las obras para desmentir los rumores; que
la orden del virrey de Gálvez de suspenderla en 1623 permitió subir a las aguas del río Cuautitlán; que
su sucesor, el marques de Cerralvo, ignorando el desagüe opto por elevar en una vara el nivel de varias
calzadas; que el dinero se desvió en reparar los diques de Zumpango y San Lázaro, desviar los ríos de
Sanctorum y Los Morales hacia el lago de Texcoco; en fin, las disculpas de Enrico Martínez, en medio
de un proyecto que sin juicios claros se suspendía o retomaba, nos deja pensar en la impotencia de un
individuo extraviado entre la fuerza sobrenatural de una naturaleza que castigó la torpeza de los
funcionarios virreinales.
Estudio de caso “La Gran Inundación de 1629”.

Teniendo como referencia el texto precedente, el estudio de caso tiene como objetivo el que contestes
a las preguntas críticas no como si fuera un simple cuestionario, sino con argumentos que sustentarás
con investigaciones; algunas requerirán del apoyo de personas mayores. MÍNIMO 10
RENGLONES POR CADA RESPUESTA.
Considera que no se evalúan respuestas correctas, sino la argumentación que las fundamenta.

Preguntas críticas.

1. ¿Cuáles son los componentes del espacio geográfico en estudio?

2. ¿Cuál es el principal problema que se plantea en este caso?

3. ¿Cómo la actividad humana participo en el problema?

4. ¿Qué alternativas de solución se plantean?

5. ¿Qué similitudes identificas de lo narrado en el texto con la problemática del mismo
    espacio geográfico en nuestro tiempo?

6. ¿Cuáles son las razones, de que a pesar del tiempo transcurrido, no se haya resuelto
    esa problemática?

7. ¿Cómo solucionar el problema del agua en el área metropolitana de la Ciudad de
    México?

Ubica en un mapa el espacio geográfico del estudio de caso.




FORMA DE ENTREGA: EN TU BLOG PERSONAL
Puede ser en Word, o en Power Point
Fecha límite de entrega: LUNES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2011. (24hrs)



                                                  4
                                                                              La Gran Inundación de 1629

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Estudio de caso_la_gran_inundacion_de_1629[1]

  • 1. ESTUDIO DE CASO. EL ESTUDIO DE CASO PARA LA RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS SE CENTRA EN LA TOMA DE DECISIONES PARA LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS PLANTEADOS. APRENDIZAJES QUE SE PROMUEVEN CON ESTA ACTIVIDAD: • Aprecio por la cultura local • Visión del entorno • Capacidad para identificar y resolver problemas • Pensamiento critico • Comunicación oral y escrita • Trabajo grupal y creatividad La Gran Inundación de 16291 Marcela Dávalos ∗ En septiembre de 1629 la ciudad amaneció sumergida en casi dos metros de agua. El día de San Mateo, sus más de sesenta y ocho edificios religiosos, así como el Palacio virreinal, la Casa de Moneda o el Arzobispado parecían naufragar. Los rumores corrían de un lado al otro. De Santa Catarina a San Miguel y de San Lázaro a la Alameda, el agua se había elevado, dejando libre solamente una parte de la Plaza Mayor que pronto fue llamada la isla de los perros, por la cantidad de cuadrúpedos que lograron ahí refugiarse. Y aunque los documentos del siglo diecisiete se refirieron a la inundación en la ciudad, indicando con esto que se trataba del casco español, los barrios de indios que la circundaban, en varias ocasiones habían visto anegadas sus capillas, sus casas caídas y sus sembradíos y animales, perdidos. La diferencia estaba en la voracidad y alcance que el agua había tenido esa temporada. Al despejarse las tinieblas y percatarse de que ésa había sido la tempestad mas devastadora que hubiesen visto, los vecinos emprendieron tareas y buscaron explicaciones. Como en aquellos tiempos se creía que las tormentas eran castigos divinos, la ciudad debía expiar sus pecados, La impenitencia había sido causa del escarmiento. Ante el temor de más calamidades, los feligreses organizaron plegarias, rogativas, rosarios y novenas; sacaron santos e imágenes; invocaron al sacro y poderoso sonido los repiques y escucharon misas que se predicaban en lo alto de los balcones, parados sobre tablones y con ropa húmeda. En 1629 la ciudad española se convirtió en una chinampa, pero el temor de las aguas en ascenso ya era manifiesto desde hacia al menos dos años antes. Cuando, en junio de 1627, el cabildo se percato de su alto nivel, dedicó una novena a San Gregorio Taumaturgo, el intermediario necesario para detener diluvios y terremotos, al cual se acostumbraba celebrar todos los noviembres. A causa de las aguas, ese año recibió su novenario cinco meses antes; pero nadie imaginaba que dos años después nuevamente se pondría en duda el cambiar de fecha su ceremonia. La tempestad de San Mateo precedió a su celebración. Su festividad cayó en una ciudad confundida, desierta y desabastecida, en la que seguían flotando cadáveres: porque parte de la población emigró, porque para circular se necesitaban tablones o porque las construcciones estaban sumergidas, el cabildo dudó en conmemorarlo. Pero la fe motivó la procesión. Para sosegar el castigo, se rezó a San Gregorio, el intermediario entre los pecadores y la 1 Dávalos, Marcela. La Gran Inundación de 1629. Relatos e historias en México, volumen II, número 13, septiembre 2009, pp. 23-29. ∗ Es doctora en Historia por la Universidad Iberoamericana e investigadora en la Dirección de Estudios Históricos del INAH. 1 La Gran Inundación de 1629
  • 2. justicia divina, a fin de que aplacara la fuerza de aquel designio: el "patrón de las aguas" fue rodeado de cirios encendidos e incienso, se le rezó una novena y marchó en procesión. Al mismo tiempo, el arzobispo recurrió a la virgen de Guadalupe. Implorando su auxilio, el 24 de septiembre la trasladó desde La Villa hasta la Catedral. Era la primera vez que la santa imagen viajaba en canoa. En una procesi6n sin precedentes, autoridades eclesiásticas y civiles, así como gran cantidad de feligreses, rogaban a la inmaculada interceder por sus pecados ante el cielo. Siguiendo canales y calles inundadas, la Guadalupe fue cortejada por un sequito a bordo de canoas y trajineras, que flotó desde su santuario en el cerro del Tepeyac hasta la Catedral de México. En cada estación los fieles aclamaban la imagen con piadoso entusiasmo. La virgen del Tepeyac fue alternada entre la Parroquia de Santa Catalina Mártir y la Catedral durante los cinco anos que duró la inundación, hasta que en 1634 el arzobispo Francisco Manzo y ordenó su regreso a la Villa de Guadalupe. La inundación fue equiparada a los éxodos, calamidades y plagas bíblicas. En octubre, el arzobispo informó al rey "que en menos de un mes habían perecido ahogados o entre las ruinas de las casas más de treinta mil personas y emigrado más de veinte mil familias". La figura del diluvio universal aparecía cada vez que la gente asistía a las misas oficiadas por doquier. Se "colocaron andamios en las intersecciones de las calles y aun en los techos se levantaron altares que la gente oía desde azoteas y balcones, pero no con el respetuoso silencio de los templos, sino con lagrimas, sollozos y lamentos, que era un espectáculo verdaderamente lastimoso". Cinco años después el agua bajo, pero las fuertes lluvias continuaron. En 1635, quedaban rastros fehacientes del desastre provocado por la tempestad. Y aunque las lluvias siempre amenazaron a la ciudad, el aguacero torrencial de San Mateo que desató la inundación no tenía precedentes. La ciudad de México permaneció cinco años bajo agua, provocando éxodos, pánico colectivo, epidemias, hambrunas y muertes. Incluso se pensó en abandonarla y fundar otra ciudad. Se buscaron indultos, explicaciones y culpables. Un testigo privilegiado y actor principal del evento, el cosmógrafo y arquitecto Enrico Martínez, narró así el suceso: Mientras las lluvias arreciaban el 11 de septiembre, día de San Mateo, cayó un aguacero tan espantoso que duró treinta y seis horas seguidas. La ciudad se inundó completamente. Solo una parte del Palacio, las casas arzobispales, la calle de Santa Teresa y un pedazo de la plaza mayor se libraron de la furiosa acometida de las aguas [...] los conventos fueron abandonados, las iglesias se cerraron, el comercio se paralizó y las principales familias huyeron a Puebla que desde entonces comenzó a engrandecerse. De veinte mil familias de españoles, no quedaban más que cuatrocientas en la ciudad inundada. Las demás habían huido hacia otras ciudades y villas a salvo de la catástrofe, como a Puebla, Coyoacán, San Agustín de las Cuevas, Tacuba, Mexicalltzingo, Texcoco. Pero la historia comenzaba años atrás. Desde principios del siglo diecisiete la capital se había ya inundado en 1604 y en 1607. Fue entonces que los funcionarios virreinales retomaron la vieja idea de cegar el lago de Texcoco o de desviar el curso de los ríos. El cosmógrafo Enrico Martínez, quien era reconocido por sus interpretaciones de la naturaleza, quedo a cargo de resolver el asunto. Para el las inundaciones eran causadas por varios motivos: por los continuos desmontes que erosionaban las tierras, para abrir terrenos a la siembra; porque el desprendimiento arrastrado por las lluvias desde las montanas que se asentaba en los Lagos, reducía su nivel; porque el alejamiento de los bosques, de los que se sacaba la madera para construcción, retiró "el migajón de tierra que antes cubría la roca viva", en fin, un circulo vicioso que iba de la tala a la inundación, o pasando por los azolves, hacia a la ciudad victima de las inundaciones. A ese hombre que señaló la desaparición de los bosques; que advirtió de los muchos cultivos crecidos donde hacia poco era lago; que insinuó la falta de medidas drásticas de los anteriores funcionarios porque los afectados habían sido las parcialidades indígenas, a ese hombre se le destinó parar las inundaciones. Lo que no sabía es que ese acto lo llevaría a meterse en uno de los líos más grandes de su vida: antes de terminar la obra para desviar el río Cuautitlán, mil voces estaban en su contra. Para 1608 el cosmógrafo había ya cavado mas de "siete mil quinientas varas de tajo abierto" del lago de 2 La Gran Inundación de 1629
  • 3. Zumpango hacia Huehuetoca; de aquí hacia adelante un socavón de "siete mil seiscientas setenta varas" y luego otro tajo abierto de "setecientos ochenta varas" que llevaría la corriente al río Tula. La idea era que las aguas del río Cuautitlán tuvieran otra salida, además de la natural que las vertía en la "laguna de México" o lago de Texcoco, evitando así que este subiera su nivel. En 1627, unas lluvias torrenciales reventaron los diques del río Cuautitlán, desbordándose así todo el sistema de lagos: Zumpango, San Cristóbal y el de Texcoco. Las partes bajas de la ciudad quedaron sumergidas, dañando sembradíos y matando a animales, es decir, cuando la tormenta del día de San Mateo cayó, los barrios de indios llevaban días inundados, al grado de que el arzobispo de México, en una carta enviada al rey el 11 de septiembre, calculaba en mas de treinta mil el número de los indígenas muertos. En 1628 el virrey de Cerralvo ordenó echar a andar la obra que permaneció por más de diez años suspendida. En julio el agua rebasó bordos y represas, inundando las partes bajas de la ciudad. Solo las calzadas principales eran transitables. El 5 de septiembre se circulaba en canoa en los barrios de Santiago Tlatelolco y de La Piedad, pero la tormenta que cayó la noche del 20 de septiembre durante casi dos días, dejó empapados y absortos a todos los vecinos. Además de los pecados y la impenitencia como causas del castigo divino, corrían rumores y acusaciones de que la inundación había sido resultado del capricho del cosmógrafo Enrico Martínez por haber tapado las salidas del agua del río Cuautitlán. Antes de esa noche, las obras del desagüe parecían ir tan bien que el virrey visitó la obra en dos ocasiones y en ambas felicitó y premió a Enrico Martínez. El arzobispo incluso la bendijo. No obstante, para mayo de 1611 las pugnas, envidias y chismorreos circulaban en el palacio virreinal a un grado tal, que el ingeniero Alonso Arias –quien criticaba de equivocada e inservible la obra– fue encargado de supervisar su utilidad, costos, duración, etcétera. La rencilla había llegado a tal grado que, tres años después, la corona envío a Adrián Boot, un holandés especialista en hidráulica ("que sea geómetra, sepa medir las alturas y pesar la aguas"), quien lo menos que dijo fue que la obra no servia para nada. Su punto de vista era que debía copiarse el sistema original indígena; preservarse las lagunas; proteger a la ciudad rodeándola con diques y albarradones y bombear el sobrante de agua. El proyecto del holandés fue rechazado. Y no seria difícil especular que el virrey, incondicional a Enrico Martínez, mantuviera su postura inicial: finalmente declaró que el desagüe a Huehuetoca y Tula era acertado y legítimo. La politiquería en torno a la construcción del canal seguiría por más de veinticinco años, pero en el inter, al cosmógrafo le tocó la mala suerte de toparse con la inundación de 1629. Y aunque la idea de restaurar el sistema de lagos propuesto por Boot fue visto como un atentado, tanto como su "calvinista" persona (se le acusó de ser hereje e incluso, en 1637 fue aprehendido por la Santa Inquisición), las criticas no dejaron de caer sobre Enrico Martínez, quien de inmediato quedó señalado como una causa de aquel desastre natural. Esto facilitó que sus antiguos rivales, corredores por años de rumores y susurros en el palacio virreinal, declararan abiertamente los errores que veían en aquel tajo: más de 25 proyectos fueron presentados al virrey en 1629. El expediente de hombres en contra del cosmógrafo quedo abierto. Desde el matemático y jesuita Juan Sánchez –con quien Martínez había tenido desavenencias al inicio de la obra–, pasando por el hidrólogo Ildefonso Arias –protegido del arzobispo fray García Guerra–, por los regulares de la orden de San Francisco o por los vecinos de Chalco, todos lo criticaron. Emergieron cualquier clase de argumentos: que los canales y socavón construidos no eran capaces de soportar la corriente del río Cuautitlán; que su profundidad no era suficiente; que los sitios por donde se debería comenzar a desaguar eran por la Venta Nueva, Iztapalapa, Santa Marta, la laguna de Chalco, la laguna de Ayocingo cerca de la barranca de Yacapixtla, por la de Achichipico, por Tepopula, por las caídas de Chimalhuacan y Tepistitlan, etcétera, etcétera. De pronto llovieron proyectos y parecía que cualquiera tenía uno ya listo en el cajón de su escritorio. Pero desde 1623, Enrico Martínez había advertido que el desagüe no funcionaba y que el nivel de las aguas subía alarmantemente. Su defensa nos lleva a especular sobre los mil factores, humanos, 3 La Gran Inundación de 1629
  • 4. naturales y sobrenaturales, que rondaron la realización del proyecto. Sus respuestas hablan de ello: que los imprevisibles niveles y fuerza del agua que habían arrastrado las atalayas podrían arreglarse por un precio razonable; que so pretexto de desacreditarlo sus enemigos mostraron preocupación por los indígenas trabajadores; que nadie había inspeccionado las obras para desmentir los rumores; que la orden del virrey de Gálvez de suspenderla en 1623 permitió subir a las aguas del río Cuautitlán; que su sucesor, el marques de Cerralvo, ignorando el desagüe opto por elevar en una vara el nivel de varias calzadas; que el dinero se desvió en reparar los diques de Zumpango y San Lázaro, desviar los ríos de Sanctorum y Los Morales hacia el lago de Texcoco; en fin, las disculpas de Enrico Martínez, en medio de un proyecto que sin juicios claros se suspendía o retomaba, nos deja pensar en la impotencia de un individuo extraviado entre la fuerza sobrenatural de una naturaleza que castigó la torpeza de los funcionarios virreinales. Estudio de caso “La Gran Inundación de 1629”. Teniendo como referencia el texto precedente, el estudio de caso tiene como objetivo el que contestes a las preguntas críticas no como si fuera un simple cuestionario, sino con argumentos que sustentarás con investigaciones; algunas requerirán del apoyo de personas mayores. MÍNIMO 10 RENGLONES POR CADA RESPUESTA. Considera que no se evalúan respuestas correctas, sino la argumentación que las fundamenta. Preguntas críticas. 1. ¿Cuáles son los componentes del espacio geográfico en estudio? 2. ¿Cuál es el principal problema que se plantea en este caso? 3. ¿Cómo la actividad humana participo en el problema? 4. ¿Qué alternativas de solución se plantean? 5. ¿Qué similitudes identificas de lo narrado en el texto con la problemática del mismo espacio geográfico en nuestro tiempo? 6. ¿Cuáles son las razones, de que a pesar del tiempo transcurrido, no se haya resuelto esa problemática? 7. ¿Cómo solucionar el problema del agua en el área metropolitana de la Ciudad de México? Ubica en un mapa el espacio geográfico del estudio de caso. FORMA DE ENTREGA: EN TU BLOG PERSONAL Puede ser en Word, o en Power Point Fecha límite de entrega: LUNES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2011. (24hrs) 4 La Gran Inundación de 1629