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S. Gligoric
Los campeonatos
del mundo
de Botvinnik a Fischer
COLECCION
ESCAQUES
(Reprocesado con Scan Tailor por jparra, 2012-05-26)
S. GLIGORIC
LOS CAMPEONATOS DEL MUNDO
De Botvinnik o Fischer
A la muerte de Alekhine, la Fe­
deración Internacional de Ajedrez
(FIDE). estableció las normas para
la celebración de los campeonatos
mundiales. El primer campeonato
individual se instauró en el año 1948
con un torneo en el que partici­
paron los cinco mejores jugadores
de aquel tiempo. Su vencedor fue
Botvinnik. Desde entonces hasta la
dramática victoria de Bobby Fischer
en 1972 ha habido diez encuentros
entre campeón y aspirante por el
supremo galardón ajedrecístico.
En esta obra se han reunido por
primera vez en un solo volumen
las partidas completas de los once
campeonatos. Las notaciones, me­
ticulosamente comprobadas, son un
modelo de sucinta amenidad y las
que se refieren, en particular, al
match Fischer-Spassky, suministran
una gran cantidad de nuevos e im­
portantes datos.
Además de ser una inestimable
obra de consulta, el presente libro
es también un retrato brillante e
íntimo ele los campeones. De la
mano de Svetozar Gligoric, el mun­
dialmente famoso gran maestro yu­
fJOslavo, vernos revelado el choque
ele temperamentos y técnicas. Gli­
goric ha conocido a todos esos
campeones mundiales y utiliza su
experiencia de primera mano para
desvelarnos las tensiones y suspi­
cacias que existen entre los prota­
gonistas cuando un título mundial
anda en juego.
Cubierta de Geest/l·lovcrstad
LOS CAMPEONATOS DEL MUNDO
De Botvinnik a Fischer
S. GLIGORIC
LOS CAMPEONATOS
DEL MUNDO
De Botvinnik a Fischer
Recopilación de las partidas por
R. G. WADE
.
'COLECCION
...
--�
�AOOES
EDICIONES MARTINEZ ROCA, S. A.
BARCELONA
Título original: The world chess championship
Traducción del inglés por Mariano Orta
Revisión técnica de José Luis Brasero
© 1972, S. Gligoric
Match Scores ©R. G. Wade, 1973
© 1974, Ediciones Martinez Roca, S. A.
Gran Vía, 774, Barcelona -13
Depósito Legal: B. 7719- 1981
ISBN 84 • 270 • 0270 • X
Gráficas Diamante, Zamora, 83, Barcelona- 18
Impreso en Bspaila- Prlnte4 in Spain
íNDICE
Simbolos
Primeros campeones mundiales
Introducción: Después de Alekhine
Primera parte
LOS CONTENDIENTES
1 Botvinnilc-Bronstein-Smyslov 1 1948-1958)
2 Botvinnik-Tal (1959-1961)
3 Botvinnik-Petrosian-Spassky (1962)
4 Bobby Fischer (1972)
Segunda parte
LAS PARTIDAS
1 Torneo para el Campeonato del Mundo 0948)
2 Botvinnik-Bronstein (1951)
3 Botvinnik-Smyslov (1954)
4 Botvinnik-Smyslov (1957)
5 Smyslov-Botvinnik (1958)
6 Botvinnik-Tal (1960)
7 Tal-Botvinnik (1961)
8 Botvinnik-Petrosian ( 1963)
9 Petrosian-Spassky (1966)
10 Petrosian-Spassky (1969)
11 Spassky-Fischer (1972)
íNDICES
7
8
9
13
27
46
58
69
97
113
129
141
154
168
180
192
208
221
254
+
+ +
;;!;
+
±
+
=
!!
!?
?!
.,
l-0
Y,-Y,
0-1
SíMBOLOS
Jaque
Doble jaque
Ligera ventaja de las blancas
Ligera ventaja de las negras
Clara ventaja de las blancas
Clara ventaja de las negras
Posición igualada
Buena jugada
Jugada muy buena
Jugada interesante
Jugada dudosa
Jugada débil
Rinden negras
Tablas
Rinden blancas.
B o N al lado de cada diagrama indica a qué bando le toca jugar.
En el texto, un número entre paréntesis se refiere al número de un
diagrama de la posición particular en ese momento.
7
PRIMEROS CAMPEONES MUNDIALES
Con anterioridad a que la FIDE asumiese el control completo del títu­
lo mundial después de la muerte de Alekhine, el campeonato mundial
de ajedrez podría ser considerado como la propiedad personal del
poseedor del título.
Los matches anteriores fueron:
Fecha Campeón Aspirante Resultado Lugar
1886 Steinitz Zukertort +1o-5 =6 USA
1889 Steinitz Chigorin +lo--6 =1 Cuba
1890-91 Steinitz Gunsberg +6 --4 =9 Nueva York
1892 Steinitz Chigorin +lo-S =5 Cuba
1894 Steinitz Lasker +5 -10=4 Norteamérica
1896-97 Lasker Steinitz +10-2 =5 Moscú
1907 Lasker Marshall +8 -o =7 USA
1908 Lasker Tarrasch +8 -3 =5 Alemania
1909 Lasker Janowsky +7 -1 =2 París
191fl Lasker Schlechter +1 -1 =8 Viena/Berlín
1910 Lasker Janowsky +8 -0 =3 Berlín
1921 Lasker Capablanca +0 -4 =10 Cuba
1927 Capablanca Alekhine ·t-::1 -6 =25 Buenos Aires
1929 Alekhine Bogoljubov +11-5 =9 Alemania/Holanda
1934 Alekhine Bogoljubov +8 -3 =15 Alemania
1935 Alekhine Euwe +8 -9 =13 Holanda
J937 Euwc Alekhine +4 -10=1 1 Holanda
Todos éstos fueron generalmente reconocidos como poseedores del
título efectivo que Steinitz fue el pri.mero en adoptar. Los matches
en que se reconoció vencedor al jugador ganador fueron: MacDonell
v. De la Bourdonnais (Londres 1834) +21-44= 13; Saint-Avant v.
Staunton (París 194::1) -t-6-11=4; Anderssen como ganador del tor­
neo de Londres de 1851; Anderssen v. Morphy (París 1857) +2-7=2;
Anderssen v. Steinitz (Londres 1886) +6-8=0; Steinitz v. Blackbur­
ne (Londres 1876) +7-0=0.
8
INTRODUCCióN
DESPUÉS DE ALEKHINE
El momento de la muerte tiene la facultad de hacer resaltar en una
sola jugada el logro o la futilidad de una vida.
La muerte de Alekhine contiene una paradoja. Si había buscado
la felicidad. encontró algo diferente; si había querido fama. su nom­
bre vivirá mientras se juegue al ajedrez. Cuando este hombre soli­
tario fue hallado muerto en su hotel de Estoril cerca de Lisboa, la
cabeza torcida a un lado, un tablero de ajedrez frente a él, alguien
tomó una instantánea de la escena y así nos dejó una fotografía
que puede servir como símbolo del viaje por la vida de una persona­
lidad insólita. En su vida, él había vendido su alma a la diosa del
ajedrez y sólo así fue capaz de escalar las alturas. Los que podrían
haberse maravillado con él mientras estuvo vivo, amaron su fuerza
creativa después de su muerte. Cuando era joven le molestaba tener
una patria porque quería ser independiente, capaz de ir adonde de­
sease, acudiendo a las llamadas de un torneo. No tenía amigos por­
que estaba demasiado centrado en sí mismo. No tenía necesidad de
mujeres porque sólo estaba enamorado del ajedrez. Se casó con mu­
jeres de más edad que él. Él. que se pasó toda la vida en hoteles.
necesitaba una esposa que no le hiciera ninguna demanda por su
parte. sino que lo protegiese a él. el solitario. Su predecesor, Capa­
blanca, que debía todo a su genio y nada a su pereza meridional,
parecía, en su match contra Alekhine en 1927. un desarmado epicúreo,
para quien el placer era más precioso que la ambición. confrontado
con un guerrero de voluntad férrea y armado hasta los dientes.
Como el cerebro y los nervios humanos no pueden soportar vein­
ticuatro horas de meditación en esferas abstractas totalmente ajenas
a la vida. Alekhine rellenaba los intervalos con alcohol. Pero el al­
cohol nunca le fue más necesario que el ajedrez. Cuando estaba
ardiendo en deseos de recuperar su título perdido. bebía solamente
leche. Era supersticioso y durante su match con Euwe llevaba un
jersey con un gato negro bordado.
Morphy, quizá, tuvo una carrera más brillante y meteórica; Las­
ker. una más larga; Capablanca, una más convincente, pero un faná­
tico como Alekhine no lo había visto el mundo hasta entonces.
9
PRIMERA PARTE
LOS CONTENDIENTES
1
BOTVINNIK-BRONSTEIN-SMVSLOV 1948-1959
1948: Botvínnik asciende al trono vacante
Éste, pues. era el hombre al que había de suceder Mijail Botvinnik.
Botvinnik era similar a Alekhine en su tremenda energía y en su
voluntad de ganar. En cualquier otro aspecto. Botvinnik se desarro­
lló en diferentes circunstancias. Por primera vez el estado propor­
cionaba ayuda material al desarrollo del ajedrez y consideraba que
éste contribuía al prestigio del régimen socialista. El escolar de Le­
ningrado con pantalones remendados recibió muchos ánimos para
dedicarse a su juego predilecto. Hasta aquel tiempo los mejores ju­
gadores del mundo habían sido cosmopolitas en su forma de vivir
y se habían cuidado de sus propios intereses. Botvinnik, por el con­
trario, viajó poco e introdujo una novedad: su enorme preparación
para las competiciones. Sus éxitos estaban asegurados de antemano
por el trabajo en casa. Empleaba mucho más tiempo en el análisis
y en la comprobación de líneas eficientes de juego que el que em­
pleaba en la partida real donde ponía en práctica sus nuevas ideas.
Tales métodos eran también característicos de Alekhine. pero nunca
a escala tan grandiosa. Sobre todo, la vida personal de Alekhine no
fue, ni podía haberlo sido, regular. Para Botvinnik, en cambio, todo
estaba ordenado y calculado para obtener el máximo efecto.
Su asalto al título supremo estuvo planeado durante años. Con
objeto de conservarse en forma durante la guerra. Botvinnik tomó
parte en varios torneos nacionales, espiritualmente impertérrito en
sus aspiraciones. incluso cuando la amenaza de Hitler estaba a las
puertas de Moscú.
Después de la guerra, la muerte del físicamente achacoso y psico­
lógicamente deprimido Alekhine significó la cancelación del match
para el que ya se habían iniciado conversaciones preliminares. Los
otros -Smyslov, Reshevsky, Keres. Euwe. o el ausente en el torneo
del campeonato, Fine- no eran peligrosos para Botvinnik. Aquél era
su momento. Más que todos los demás, Botvinnik estaba dispuesto a
dar el gran salto hacia adelante.
13
Cuando hubo logrado el sueño de su vida, Botvinnik se aisló du­
rante varios años como campeón mundial, arrullado en el pensa­
miento de su propia superioridad. Si bien su ambiciqn era igual a
la de Alekhine, su devoción al ajedrez no lo era. Botvinnik era un
hombre sobrio que, paralelamente a su carrera ajedrecista, eligió la
profesión, menos conocida pero más segura, de ingeniero electrotécni­
co. Mientras Bronstein y Smyslov se iban haciendo más y más fuertes
en la práctica de torneos, Botvinnik no hacía ninguna partida. Su
nuevo objetivo era conseguir el grado de Doctor en Ciencias Técni­
cas. En la Unión Soviética esto significa mucho. No solamente la
reputación, sino el sueldo y los honorarios fijados por la ley son
mucho mayores. Alekhine tuvo también el diploma de Doctor en
Derecho por la Sorbona de París, pero· aquello fue. más por prestigio
social mientras revoloteaba por el mundo jugando al ajedrez, en tanto
que en Botvinnik era para fines prácticos. Para Alekhine su diploma
era necesario a causa del ajedrez; Botvinnik; en cambio, lo quería
para el caso de que algún día abandonase el ajedrez. Mas. tanto
para uno como para otro. el ajedrez. era la obra de su vida.
Botvinnlk se defiende contra su primer retador
El doctor Botvinnik jugaba con menos seguridad que el señor Bot­
vinnik. Cuando llegó el momento de defender su título contra David
Bronstein en 1951, hacía tres años que no había jugado en un tor­
neo. Pero la seria dedicación a su tarea seguía siendo la misma.
Botvinnik tomó un largo permiso de seis meses de ausencia. . . para
prepararse. No obstante, esta vez iba a enfrentarse con alguien dedi­
cado por entero a su arte,. alguien que no quería saber nada de «ratos
perdidos» y que se entregaba al ajedrez más que cualquier otro de
los rivales de Botvinnik. Días de análisis y noches de juego <dmpro­
ductiVOII habían hecho de Bronstein un formidable enemigo. En otras
palabras, Bronstein, ganador del primer Torneo de Candidatos, era
el mejor preparado.
Bronstein no le resultaba en modo alguno agradable a Botvinnik.
En muchos aspectos tenían naturalezas muy diferentes. Botvinnik ra­
ramente aparecía en público y siempre se preparaba en la paz de su
propio hogar. Bronstein disfrutaba con la barahúnda de un club de
ajedrez, jugando partidas rápidas todas las noches. Uno era serio y
concentrado, el otro todo nervios e imaginación. desbordante. Las
manifestaciones exteriores de la vivacidad de Bronstein le resulta­
ban desagradables al tranquilo Botvinnik: la costumbre de Bronstein
de quedarse de pie y mirando el tablero después de cada jugada que
hacía, sin darse cuenta en absoluto de la aparente condescendencia
de su postura lejos del tablero, incluso el modo como Bronstein to­
maba el té, agarrando la taza con las dos manos. Fotos del match
muestran que en los momentos difíciles Botvinnik �e ponia las manos
14
en los ojos como pantalla para no ver a su oponente al otro lado de
la mesa, no fuese su aspecto o su comportamiento a estorbarle en
su concentración.
·
Bronstein era un jugador muy correcto, como también lo era
Botvinnik. Pero tenía también sus debilidades; le gustaba discutir.
Botvinnik, un hombre muy suspicaz (¿le hicieron así los tiempos en
que empezó su carrera?) propuso una innovación antes de que co­
menzase el match; a saber, que siempre que la partida se aplazase.
la jugada secreta se sellara en dos sobres separados, en lugar de en
uno como era la costumbre. El segundo sobre sería entregado al ár­
bitro ayudante con objeto de impedir cualquier irregularidad si el
árbitro era partidario de uno de los rivales (¡qué idea!) y abría el
sobre, haciendo así posible que el jugador alterase la jugada.
Botvinnik consideraba que su propuesta era una solución simple
y feliz en vista de la importancia del match; y Bronstein estaba en­
cantado por encontrar un tema de discusión. Botvinnik no conocía
la debilidad de Bronstein y le irritaba que el asunto fuese discutido
durante todo un mes en las negociaciones antes del match. Bronstein
analizaba encarnizadamente todas las consecuencias posibles y se
complacía si encontraba defectos en la propuesta de Botvinnik. Cada
día llegaba un nuevo comentario de Bronstein, y Botvinnik se iba
poniendo más y más irritado. ¿Qué pasaba si la jugada escrita en
los dos sobres no era idéntica? Botvinnik replicó enojado y breve­
mente: «¡Entonces la persona que lo haya hecho pierde la partida por
descuido!» Finalmente Bronstein accedió a las demandas de Botvin­
nik. ¡Pero después de qué negociaciones tan dilatadas!
Todavía no tocado por la adversidad, Botvinnik subestimaba el
peligro de su encuentro con Bronstein. En realidad. quien lo con­
frontaba era i.ln jugador excepcionalmente experimentado y un atre­
vido psicólogo. David Bronstein había despertado el entusiasmo del.
mundo del ajedrez por su encumbramiento asombrosamente rápido
y por lo incansable de su imaginación creadora. run espíritu inquieto
se enfrentaba a un lógico tranquilo y profundo! La conducta de am­
bos era también muy distinta y estaba de acuerdo con sus tempera­
mentos. El hombre más joven irritaba al hombre mayor. Bronstein
nunca se saciaba de ajedrez. Incluso cuando estaba de pie y tomando
té. sus ojos seguían fijos en el tablero. Botvinnik. irritado, comentó:
-¡Aquí uno juega al ajedrez y allí -señalando la habitación con­
tigua-. uno toma té!
Lo que le interesaba a Bronstein sobre todo era el valor táctico
de las jugadas. Disfrutaba con una lucha feroz. con la explotación
de las debilidades de su oponente y la audacia de su propia imagina­
ción. En su match con Botvinnik. que había estado mucho tiempo
sin practicar, Bronstein encontró un rico campo para su táctica psi­
cológica. como no se había visto desde los tiempos del match de
Alekhine contra Capablanca en 1927. Jugaba las aperturas que ju­
gaba el mismo Botvinnik, de forma que el campeón del mundo se
veía colocado en una difícil posiCión psicológica: ¿cómo debía, jugar
15
contra sí mismo? Además, como hombre de gran experiencia en par­
tidas rápidas, Bronstein empezaba a propósito haciendo jugadas mo­
deradamente fuertes y sólo iniciaba las amenazas después de la
trigésima jugada, cuando ambos contendientes estaban sufriendo apu­
ros de tiempo. Pescaba continuamente en aguas revueltas.
El match se transformó en una lucha intensamente compleja. Bot­
vínnik tenía una voluntad de hierro y gran energía. Utilizaba su
colosal experiencia y su estrategia sutil lo mejor que podía, pero
sin embargo estas complicaciones imprevistas le cansaban grande­
mente. Los apuros de t·iempo, en el que Bronstein era como un pez
en el agua, y la táctica psicológica, en la que Botvinník se veía en­
frentado con sistemas que utilizaba él mismo, lo llevó al borde de
la catástrofe. Pero Bronstein mostró una cierta frivolidad y jugó
pobremente en los finales, 1o que le costó puntos importantes. Con
un esfuerzo supremo, Botvinnik igualó el tanteo con un final de
juego lleno de genialidad en que sacrificó un peón sin propósito
obvio con objeto de, mucho más tarde -cuando unas tablas pendían
sobre su cabeza como la espada de Damocles-. poder probar la
ventaja de su pareja de alfiles contra los caballos de su oponente.
Sólo así logró conservar el título.
La personalidad de David Bronstein y su destino posterior
Hay hombres que hacen una religión de su trabajo. Su entrega a su
vocación se parece al servicio a una deidad que ellos mismos han
creado. No en todas partes está reconocido el ajedrez como una voca­
ción, pero, si este noble juego tiene sus sacerdotes, entonces Brons­
tein ha sido un sacerdote del espíritu del ajedrez.
La toma de contacto de Bronstein con una partida era como en­
trar en 1,m trance. A menudo no hacía la primera jugada durante
un largo rato y los espectadores se veían obligados a mirar a la
pizarra indicadora todavía en la posición inicial. ¿Quizá la partida
no había empezado aún? Pero el reloj de Bronstein había estado la­
tiendo, derramando un tiempo que podr�a más tarde resultar pre­
cioso para él. Debía de haber alguna belleza singular. alguna especie
de encantamiento que la danza de las piezas evocaba en la inclinada
cabeza de aquel joven calvo. En realidad, nunca repitió su record de
quedarse mirando las dos filas inmóviles de piezas durante cincuenta
minutos, como le pasó en una partida de un match contra Boles­
lavsky. ¿Había perdido el sentido práctico y de la realidad? Final­
mente, «recordó» dónde estaba y empezó a jugar.
Venían los apuros c;le tiempo. Bronstein miraba vagamente en
torno de él, como con el espíritu distante. Pero luego ocurrió un
milagro. A cada una de las jugadas de su oponente llegaba una
réplica en la que estaba escondida una chispa de inspiración. El
secreto estaba revelado. Hiciera lo que hiciese, sus pensamientos
16
estaban continuamente en el tablero. Otros en su situación, mien­
tras miran el tablero, piensan en el reloj. Bronstein, no pensando
en el reloj, pensaba únicamente en el tablero. La victoria venía a
sus manos.
De una manera modesta, con la cabeza inclinada ligeramente hacia
la derecha, explicaba a su oponente todo lo que había visto duran­
te la partida. Necesitaba prever todas las jugadas que pudieran hacer
las piezas. Estaba lleno de una sed de alcanzar lo inalcanzable.
¿Cuál fue el momento crítico para Bronstein? Mucho más tarde,
en Portoroz, en 1 958, tras lo cual nunca t>Udo de nuevo llegar al
Torneo de Candidatos. Todo el mundo dirá; «El filipino Cardoso en
la última ronda.» No fue así. La decisión ya se había alcanzado
en la vigésima penúltima ronda, en la partida de Bronstein con el
gran m¡¡estro checoslovaco Filip, de uno noventa y ocho metros de
estatura. El joven Bronstein, que estaba tan lleno de ideas como una
granada lo está de pipas, celosamente reservó el secreto de su
«innovación» para la lucha más importante. Muchos habían jugado
ya aquella variante de la Defensa Nimzo-India, creyendo que habían
encontrado la solución al eterno problema de los torneos: «Las ne­
gras juegan y hacen tablas.» Estaba claro que tampoco Filip quería
evitar esta tentación. Quizá Bronstein habría pospuesto la revelación
de su «descubrimiento» para el Torneo de Candidatos, pero ahora se
trataba nada menos que de su promoción. Después de las primeras
veintisiete jugadas, Bronstein tenía un peón de más y -lo que era
en él una maravilla- disponía de abundante tiempo para pensar.
Todo parecía claro: Bronstein se clasificaría .Y seguramente no hubo
nadie que previera lo contrario.
Todo el mundo creía eso. Sólo que Bronstein, al acercarse a la
fase final, flaqueó. Filip había conseguido alargar la partida hasta
cuarenta y una jugadas. Bronstein tenía que aplazar la partida y en­
contrar el modo de llevar a cabo su ventaja. Pero no. Bronstein no
tenía ya paciencia para vivir en la incertidumbre e hizo la primera
jugada que le agradó. Cometió el error de tomar el peón y la par­
tida fue tablas. Lo que sucedió con Cardase fue sólo una co
'
�secuencia
del resultado con Filip. A Bronstein le habían fallado los nervios.
Necesitaba olvidar. Ésta debe de ser la explicación del episodio «suici­
da» en que pasó largas horas jugando partidas rápidas con Tal el
día antes de la decisión definitiva. Si hubiese derrotado al checos­
lovaco, asegurándose así su posición, probablemente habría derrotado
también al filipino. Entonces habría quedado mucho mejor colocado
y nadie se habría dado cuenta de que estaba en la agonía de una
crisis.
Lo vimos un año más tarde en Kiev, en el match Unión Soviética­
Yugoslavia. Modesto, reservado y siempre increíblemente cortés -aun­
que estaba atravesando un período difícil-, seguía siendo el mismo
que en los días de su mayor fama. Entonces habían escrito libros
sobre él y lo habían llamado «el genio del ajedrez moderno». Pero
ahora, cuando el genio había dejado de ser la prerrogativa de un
1 7
solo gran maestro, el título de a:el romántico del ajedrez moderno,.
le habría cuadrado mejor.
Después de un año de divorcio, se había vuelto a casar cuando
lo encontramos en Kiev. Esta vez su esposa no era jug¡¡�.dora de aje­
drez, pero había en eso algo que sus amigos y simpatizantes miraban
como una buena señal. Lejos de mí decir que los matrimonios de
ajedrecistas son indeseables -hay muchísimos ejemplos felices-,
pero en el caso específico de Bronstein puede ser que ahora su vida
estuviera más equilibrada. Para un hombre tan enamorado de su
arte, ésta habría sido una buena señal y por esa misma razón resulta
difícil descubrir la causa de sus fracasos.
El gráfico de su éxito es enigmático. En 1948 brilló inesperada­
mente en el Primer Torneo lnterzonal y al hacer eso alcanzó a
Botvinnik. En el duelo de 1951 el título de campe6ri mundial se le
escapó por muy poco. Durante los años siguientes estuvo en la cum­
bre del ajedrez mundial, pero luego empezó la era Smyslov, y Brons­
tein no consiguió ya dominar como en 1950. Por aquel tiempo Smys­
lov quería convertirse en cantante de ópera, pero ni entonces ni más
tarde tuvo Bronstein otras ambiciones que la del ajedrez.
Sólo ahora se daba cuenta de cuán precioso había sido su mo­
mento de gloria y lamentaba la perdida oportunidad, pero no re­
nunció a la esperanza... basta Portoroz. El sensacional resultado de
su partida con Cardoso seguía él considerándolo como un incidente
desgraciado, pero le resultaba duro tener que esperar otros tres años
para su próxima oportunidad. La continua necesidad de clasificarse
es realmente agotadora y extenúa a cualquiera... excepto al detenta­
dor del título mundial. Pero David tuvo además percances recientes:
no triunfó en el campeonato soviético en Tiflis, aunque luego, en
cierta medida, corrigió su actuación con su triple empate con Smys­
lov y Spassky en el torneo menor internacional de Moscú. Pero luego
siguió... Kiev.
En vísperas del match con Yugoslavia hubo discusiones sobre el
tercer tablero. Taimanov ló reclamaba citando los resultados más
recientes, pero la reputación de Bronstein era tal que, en la votación
secreta, todos los grandes maestros soviéticos apoyaron a Oavid. Así
el dedo del destino decretó que tuviera que enfrentarse con Fuderer,
quien tenía sus propias razones para sentirse bien preparado.
Fuderer, quien por su carrera universitaria babia adquirido calma
interior, alegremente se enredaba en las complicaciones prelimina­
res, pues se sentía seguro en sus cálculos. Pero·Bronstein, que nunca
dejaba de estar intrigado por el hecho de que uno pudiese jugar en
uno u otro estilo y que casi rezumaba gozo porque su amado juego
fuese tan rico en posibilidades, no se hallaba en estado de decidir
qué línea era la mejor en el limitado tiempo permitido para pensar.
Los insolubles enigmas que continuamente se iban colocando delante
de él en el curso de una partida le· proporcionaban un campo inago­
table para la investigación.
Quizá dentro de él, el creador. aparecía a veces el gusano de la
18
duda y ahora se sentía feliz de que no hubiera motivo alguno para
estar desilusionado con su arte, de que el ajedrez sobrepasara la
capacidad de su mente para arreglar todo, para clasificar y descubrir
la solución por anticipado. En aquello había belleza. Todo gran maes­
tro trata de ·encontrar mediante el ajedrez alguna verdad suya pro­
pia, y para Bronstein la verdad estaba en la belleza.
Bronstein estaba constantemente atormentado por un ansia casi
dolorosa de crear algo nuevo, de revelar algo desconocido hasta en­
tonces; quizás uno pudiera jugar de esta manera o quizá pudiera
hacerse de alguna otra. En esa nostalgia por lo inexplorado, él desafia­
ba a veces todas las reglas establecidas.
Su fantasía era un torrente al que no se le podía poner dique.
Recuerdo nuestras partidas y los análisis que hacíamos después. Yo
miraba con incredulidad las variantes que Bronstein pensaba du­
rante el juego. Era un mundo fantástico en el que mi fría razón,
incluso si yo hubiese podido, no habría entrado jamás. Siempre me
irritaba un poco que Bronstein, a pesar de todo lo que veía, siempre
jugaba contra mí esas jugadas normales que yo mismo habría jugado
si hubiese estado en su lugar.
¿Podrían deberse aquellas explosiones de fantasía a que este
sentido que antes siempre lo había llevado de vuelta a la realidad,
había empezado a debilitarse? ¿Podría él todavía refrenarse antes de
que sus vagabundeos imaginativos lo llevasen a senderos peligrosos
en los que «moría por la belleza»?
La pequeña catástrofe con Fuderer sólo afectó parcialmente la
caima interior de Bronstein. En Kiev había acompañado a nuestros
jugadores hasta el aeropuerto, cortés y de buen humor. El filósofo
y esteta que había en Bronstein seguía entusiasmado por el ajedrez,
pero el espíritu del luchador de competiciones flaqueaba dentro de
él. Después del 1-3 David me dijo: «Por lo que veo, el ajedrez compe­
titivo no es para mí.»
¿Había encontrado Bronstein un tipo de relación más alta con el
ajedrez o era todo aquello la expusión de una crisis temporal? La
respuesta no está clara; es una cuestión de gusto personal. Sigue en
pie el hecho de que sus partidas, por la riqueza de su contenido y
originalidad, han suscitado entusiasmo durante más de dos decenios.
Ha tenido mala suerte en el hecho de que la regla que limitaba el
número de participantes soviéticos (ya no está en vigor) le privó
de su derecho bien merecido a tomar parte en el Torneo de Candi­
datos después del Torneo Internacional de Amsterdam de 1964, donde
quedó colocado entre los seis primeros.
Botvinnik y su rival durante muchos años: Smyslov
Mucho antes de que se convirtiese en campeón del mundo, Mijail
Botvinnik había sido el exponente máximo del ajedrez en la Unión
19
Soviética. El mundo no había recuperado todavía el sentido después
de la devastación de la guerra cuando se vio claro que se había al­
zado en el ajedrez una gran potencia cuyo dominio absoluto no tenía
parangón en la práctica de torneos internacionales por aquel tiempo.
Mientras tanto, los grandes hombres del ajedrez -Lasker, Capablan­
ca. Alekhine- se habían ido de la tierra d,e los vivos.
A partir de entonces el campeonato mundial pasó a ser más o
menos el monopolio de un solo país¡ sólo unos pocos de sus colegas
más jóvenes de su propia ciudad disputaban el trono mundial a
Botvinnik. La hegemonía de Botvinnik en su patria databa ya del
período entre las dos guerras, por lo cual el afán de sus nuevos
rivales por bajarlo de su �destal era comprensible. Viajaban, juga­
ban, se impacientaban y se encolerizaban en competiciones en el
extranjero, mientras Botvinnik permanecía en su casa de Moscú.
Cuando llegó el momento de elegir, mediante la recién funda­
da FIDE. un candidato a campeón del mundo, todos pensaban que
sería Vasily Smyslov. Desde 1941, cuando tenía veinte años, Vasily
estaba considerado invariablemente como el segundo jugador de aje­
drez de la Unión Soviética. Casi todos los campeonatos giraban alre­
dedor de la rivalidad de estos dos: Botvinnik y el que era diez años
más joven que él, Smyslov. Smyslov quedó segundo en el match­
torneo de 1948 en el que el ingeniero Botvinnik consiguió el objetivo
de su vida de convertirse en el jugador de ajedrez más destacado
del mundo.
Mientras tanto, el nombre anteriormente poco conocido de David
Bronstein brillaba como un meteorito (y también Boleslavsky, aun­
que su ambición quedó rápidament� apagada después de su match
eliminatorio, desgraciadamente perdido con Bronstein en el camino
hacia Botvinnik). En el Torneo de Candidatos de 1950, Smyslov quedó
tercero, pero sintió como si hubiera quedado el último. Se desilusionó
hasta tal extremo, que quiso abandonar el ejedrez y convertirse en
cantante de ópera. Ingresó en la corta lista de candidatos para el
Teatro Bolshoi, pero de pronto recordó que él era, en primer lugar
y principalmente, un gran jugador de ajedrez. Vasily se recobró y
esperó su oportunidad, que iba a llegar tres años más tarde.
Smyslov dominó los dos torneos siguientes por su infalibilidad.
¡Lo mismo en el ataque que en la defensa, Smyslov siempre tenía
razón! ¡Durante aquellos seis años tuvo tres matches con Botvinnik!
Smyslov era de un temperamento completamente distinto al de
Bronstein. Cuando salió a relucir de nuevo la trivialidad sobre el
doble sellado de las jugadas, no la consideró digna de una discusión.
Se puso inmediatamente de acuerdo con el suspicaz Botvinnik, quien
tanta importancia le daba a eso. Comparado con Bronstein, Smys­
lov era menos impulsivo y menos fanático. Bronstein siempre habla­
ba solamente de ajedrez, y esta obsesión suya recordaba a Alekhine.
Smyslov, con sus maneras tranquilas y mesuradas, era igualmente
aficionado a la música y a otras cosas. Lo que le interesaba a Smys­
lov en el ajedrez eran sus valores objetivos. Así, tenía una técnica
20
mejor, un tratamiento mejor del final de juego y una seguridad mayor
que la de Bronstein, pero prestaba menos atención a la psicología
y quizá tenía menos ideas originales.
Smyslov se impuso la tarea, acorde con su carácter, de sobrepasar
a Botvinnik no en el campo psicológico y táctico, sino a nivel crea­
dor. Con esa inteneión llevó a cabo el enorme trabajo de escribir
unas ochocientas de Las partidas más importantes de Botvinnik con
comentarios sobre su juego en las diversas fases. Con objeto de pre­
pararse concienzudamente, Smyslov quería que el match comenzase
lo más tarde posible, pero a Botvinnik no le agradaba tener que
jugar el final del match durante la estación cálida en Moscú. Final­
mente convinieron en que el match empezaría un mes antes de lo
que habría deseado Smyslov.
El sistema y el juego metódico son rasgos inseparables del ca­
rácter de Botvinnik. La importancia que él atribuía a su preparación
se demuestra con un ejemplo. Antes del match, Botvinnik estaba
descansando en su villa de verano cerca de Moscú y cotidianamente
salía a dar un paseo al mediodía durante dos horas. Un día un equi­
po de operadores vino de Moscú y, como suele ocurrir, la preparación
de los aparatos se retrasó un poco. Cuando llegó la hora de su paseo
y de sus ejercicios de respiraCión profunda, Botvinnik se puso im­
paciente. Miró su reloj y dijo al grupo de periodistas y operadores
que tenía que dejarlos. Siempre recorría el mismo camino, contando
las inspiraciones que hacía. No prestó atención alguna al equipo que
había perdido el día y se quedaba con un palmo de narices.
Botvinnik parecía no confiar en nadie, ni siquiera en su segun­
do. Después de su primer match con Smyslov escribió, ocultando
prudentemente su exasperación, que Smyslov había hecho �<amplios
progresos en su método de preparación» pues tres veces había refu­
tado los análisis secretos de Botvinnik, jugando sin titubeos. Botvin­
nik hizo luego la sutil proposición de que Smyslov compartiese sus
preparaciones analíticas con otros jugadores en una serie de con­
ferencias por el país, para promover el ajedrez soviético. La pro­
puesta era aguda, pero el inocente ayudante de Botvinnik, Kan, un
homt;Jre muy recto como todo el mundo reconocía, se sintió algo más
que desgraciado a causa de la escondida alusión.
Botvinnik, quien nunca se iba lejos de Moscú para no tener que
romper su rutina diaria, ciertamente COQSideraba que le debía mucho
a su planeada explotación de la energía de trabajo. Esto se refleja
tanto en las facetas fuertes como en las débiles de su estilo de juego.
En el juego posicional, que puede reducirse a un sistema, Botvinnik
era un incomparable virtuoso y contendiente de torneo. En posicio­
nes de carácter indeterminado, por el contrario, no se sentía seguro.
Smyslov reveló esta debilidad en la vigésima partida del match, cuan­
do creó una tensión de peones en el centro y en ambas alas. Bot­
vinnik no estaba en posición más débil, pero no podía soportar el
pensamiento de que no sabía qué podría surgir de aquella situación
y se apresuró a introducir claridad en la estructura de peones y a
21
establecerla. Esto fue en desventaja suya y una de las principales
razones de su derrota en esta partida.
El campeón del mundo no ganó sus dos primeros matches contra
sus adversarios -Bronstein (195 1 ) y Smyslov ( 1954)-, pero retuvo
su título por un resultado de empate. Así, los tres jugadores tenían
alguna razón para jactarse de una victoria moral. Sin embargo, Bot­
vinnik, quien no podía olvidar los días gloriosos de su supremacía,
anhelaba otras pruebas morales y se quejó de las reglas de la FIDE
que le favorecían, ya que en caso de empate retenía su título de
campeón del mundo. Al mismo tiempo se aprovechó de tales reglas.
En la última partida del primer match, cuando Botvinnik estaba en
posición más fuerte, Smyslov ofreció tablas y Botvinnik replicó: «Me
hace usted una oferta tan atractiva, que me es imposible rehusarla.»
¿Era esto para justificarse él mismo o quiso él decir alguna otra
cosa?
Aunque no había ninguna especial atracción mutua, sin embargo
Botvinnik y Smyslov eran en muchos aspectos similares: en su con­
ducta reservada y en su tendencia a elegir continuaciones objetivas.
Cada cual se atenía a sus propias ideas de. acuerdo con su gusto
ajedrecístico, y en los dos matches siguientes la victo.ria fue para
quien jugó mejor.
Más sobre Smyslov... en el papel de excampeón
Si puede resumirse a un hombre por una sola característica, enton­
ces la más adecuada para Smyslov como jugador de ajedrez sería
la seguridad. No sólo por su método de juego, sino también por sus
movimientos corporales, Smyslov da esta impresión. Alto .y de consti­
tución fuerte, anda con firmeza y asentamiento, su manera de hablar
es mesurada, pero no condescendiente, sus modales lentos y dignos.
En cualquier cosa que dice hay siempre un matiz de delicada ironía.
No es pomposidad, sino buen humor, que quizá brota de la creencia
de Smyslov de que está por encima de las pequeñas debilidades
humanas.
El humor de Smyslov es un humor sin malicia y nace de su pro­
pio sentimiento de imparcialidad. Si bien es un artista en ajedrez.
es también un científico. Nunca se ha interesado por trucos psicoló­
gicos, sólo por valores objetivos. Es característico que, quizá por
prejuicio, Smyslov durante mucho tiempo consideró la Defensa India
de Rey como un sistema semicorrecto en el que las negras no pres­
tan suficiente atención al espacio. Mientras casi todos los grandes
maestros soviéticos han debido muchos de sus éxitos a este sistema
de juego, Smyslov permaneció fiel a sí mismo y resistió la moda
general durante varios años, aunque eso proporcionaba claras ven­
tajas a sus rivales. Durante largo tiempo otros ocuparon el primer
lugar, pero Smyslov obstinadamente continuó yendo por su propio
22
camino. Era como si él creyese: lo que yo creo no lo borrarán ni el
tiempo ni nuevos análisis. Cuando pasó la moda de sistemas fijos,
había llegado el momento de Smyslov.
Smyslov hace sus jugadas tan fríamente como si sus pensamien­
tos no estuvieran acompañados por ninguna clase de emoción. Sin
embargo no es ningún autómata, sino un hombre. Cuando sus adver­
sarios tratan de ponerle las cosas difíciles, empieza involuntariamente
a asentar sus piezas con mayor énfasis. ¿Está enfadado con algo de
su oponente, o de sí mismo?
Que nunca pierde la cabeza se mostró en un banquete en Suiza.
A Smyslov le pidieron que cantara, ya que la música era el interés
de toda su vida aparte del ajedrez. Le acompañaba un coro aficio­
nado de funcionarios provincianos suizos que se habían esforzado,
como una sorpresa para la fiesta, en aprender una canción rusa.
Smyslov. sin turbarse, cantó 1<Stenka Razin» con su fuerte voz de
barítono, como si no se diese cuenta de los estridentes sonidos que
le asaltaban. Con asiduidad cantó su parte de solista, dejando que
el «coro de Cosacos Suizos» hiciera lo que quisiese, y luego una
vez más reanudó la melodía. Aunque el gran maestro era la figura
de la noche, los que estaban presentes aguardaban el final del coro.
Ni por un momento se mostró Smyslov confuso. Aceptó con calma su
parte de aplausos y volvió a sentarse a su mesa.
¿En qué estado de espíritu apareció Smyslov en su tercer Torneo
de Candidatos en 1959 en Yugoslavia, ahora como excampeón mun­
dial? Smyslov era el único de los participantes que no se hacía ilu­
siones. Había tenido que descender con objeto de procurarse la opor­
tunidad de volver a su antigua posición. En su fuero interno es pro­
bable que estuviese irritado con Botvinnik, quien había inventado
su derecho a un match de desquite y lo había impuesto en 1957, me­
diante el indiferente Congreso de la FIDE, precisamente en el mo­
mento en que su primer derrocamiento del trono estaba a la vista.
Si los resultados de los dos motches de ambos en 1957 y en 1 958
(cuando Botvinnik recobró su título) se hubiesen fusionado, Smyslov
incluso tendría una partida a su favor.
¿Qué clase de situación había surgido? Botvinnik, sentado intoca­
blemente en Moscú, todavía conservaba sus derechos, en tanto que
Smys!ov, el excampeón mundial, estaba nivelado con los demás y
tenía que peregrinar por el mundo, sufriendo una vez más la más
feroz competencia de otros grandes maestros antes de que pudiese
crear la posibilidad de desquite, que Botvinnik había obtenido tan
simple y fácilmente. Era muy agotador. Como Smyslov dijo en pú­
blico en Kiev, esta vez tenía que destruir la ley de probabilidades
y por tercera vez salir victorioso en el Torneo de Candidatos, lo que
era una �<tarea bastante difícih),
Dos fotos, encontradas por casualidad en algún opúsculo, suscitan
pensamientos sobre la caducidad de la fama. En una de ellas, Smys­
lov, cargado con una «simbólica» pero enorme guirnalda de laurel
alrededor de los hombros. está frunciendo el ceño y excesivamente
23
digno; mirando recto al frente como si contemplara el cumplimiento
de sus sueños, �amo si fuera consciente de que el campeonato del
mundo era suyo por derecho. Había logrado mucho en un decenio y
sus esfuerzos se habían visto coronados por el éxito, después de su
segunda tentativa, en seis años. En la otra foto se ve a Smyslov sa­
liendo a la calle, sonriente y excitado, como nuevo campeón mundial,
rodeado por una multitud admirativa. Nada sino el éxito da a un
rostro una expresión tal de satisfacción y serenidad.
Todo esto se perdió rápidamente en un momento de natural e
inevitable relajación. El tácito enfado por la injusticia de su posición
no podía servirle de nada. Durante muchos años venideros no con­
seguiría obtener sus derechos no reconocidos
«Es muy difícil ganar el primer puesto en el Torneo de Candida­
tos aunque sólo sea una vez>>, dijo alguien antes de Amsterdam en
1956, «y dos veces es imposible». Smyslov realizó lo «imposible».
Cuando se trata de un hombre como éste, uno que se sienta ante
un tablero de ajedrez como una roca inamovible, la ley de probabili­
dades pierde valor, pero solamente una vez.
Durante seis años luchó estoicamente con sus rivales y con Botvin­
nik, hasta que al fin, en 1957, le arrebató el título en el noveno año
del reinado de Botvinnik. Que la totalidad de ese esfuerzo sobrehu­
mano fuese barrida después de sólo un año, fue un golpe que podría
descorazonar a cualquiera.
Después del match perdido, Vasily apareció por primera vez en
el extranjero en la Olimpíada de Munich en 1958. Los curiosos espe­
raban algún cambio en el excampeón de treinta y siete años de edad,
que hasta recientemente había dominado la escena internacional. Sin
embargo, la soberana calma de Smyslov era imperturbable. Su reac­
ción parecía más bien de asombro por el hecho de que hubiese podido
ocurrirle la pérdida de la oportunidad. No le echaba tanto la culpa
a estar en baja forma como a su mala salud durante el match de
desquite. Eso era una señal de que aún no había perdido la voluntad
de que, como Sísifo, quería una vez más empujar hacia arriba la
misma roca por la misma colina y que, si era necesario, jugaría toda­
vía un cuarto o un quinto match con Botvinnik. Pero el tiempo barrió
todo aquello.
En 1960, Smyslov estaba esperando en los aledaños, por primera
vez sobrepasado por otros. Había necesitado dos victorias en el Tor­
neo de Candidatos, dos matches con Botvinnik ( es decir, el doble que
sus rivales) para llegar a ser campeón del mundo. Y luego. . . sus
laureles habían permanecido verdes durante un año solamente.
Mas para el match de desquite habría necesitado un año de des­
canso, de fama y de satisfacción social, colmado de hospitalidad a
ambos lados del océano. Smyslov había tenido que renunciar a todo
aquello y pensar constantemente -y en contra de su voluntad- en
su gran rival. Parecía que Smyslov, en la secuencia lógica de las
cosas, había iniciado una nueva época. Inesperadamente, incluso para
el mismo Smyslov, el saludable Botvinnik surgía de su tumba exca-
24
vada demasiado precipitadamente y volvía a restaurar el viejo orden
de cosas.
Smyslov tuvo que dar un paso atrás, hasta el sitio donde había
estado antes: el Torneo de Candidatos. La traviesa táctica de Tal
asestó a la supremacía del estilo de Smyslov un golpe aun más duro.
De nuevo otros dos pasos atrás: ¡hasta el principio mismo! Después
de un largo tiempo, Smyslov volvería a aparecer en los campeonatos
soviéticos. Sólo después de eso llegaría el Torneo Interzonal, luego el
Torneo de Candidatos. ¡Cuán terriblemente distantes estaban de pron­
to Botvinnik y Tal!
Hubo quien le preguntó a Smyslov:
-¿Quién es su adversario más peligroso?
-En el ajedrez, como en la vida, un hombre es su propio adver-
sario más peligroso.
-¿En qué proporción desempeña el ajedrez un papel en su vida?
-En un cincuenta por ciento. (El otro cincuenta por ciento era
probablemente cantar ópera.)
-¿Qué es su mayor ambición?
-Nada. He abandonado todas mis ambiciones.
Mediante el ajedrez expresaba sus pensamientos; mediante el can­
to, sus emociones. Había tenido que abandonar el canto a causa del
ajedrez, y el ajedrez significaba un camino enmarañado de espinas,
mucho más largo que lo fuera nunca antes.
En la ceremonia de clausura de la Olimpíada de Leipzig de 1960,
ambos rivales ganaron copas. Botvinnik estaba sereno; había tenido
el mejor resultado en el segundo tablero, lo que él consideraba como
una señal esperanzadora antes de su match de desquite con Tal. El
rostro de Smyslov reflejaba la reacción opuesta. También había vuelto
del estrado con una copa por el mejor tanteo como. . . ¡primer tablero
reserva! Su expresión valía por volúmenes enteros.
Nunca vi a Smyslov tan reservado como en aquella Olimpíada.
Pero sus pasos estaban llenos de energía, eran claramente los de un
hombre que arde de impaciencia por restaurar las cosas en su de­
bido sitio.
Raramente hablaba; como si cada palabra que pronunciase signi­
ficara un debilitamiento de su resolución. Era el suyo un largo ca­
mino. Tenía que empezar literalmente desde el principio. . .
Pero daba la impresión de que su voluntad hubiese flaqueado.
En Europa no encontramos con frecuencia a Smyslov en los si­
guientes años. Durante dos temporadas ajedrecísticas viajó mucho por
la América latina, obteniendo los primeros puestos en todos los tor­
neos: en Argentina, Chile .Y Cuba. Entretanto, perdió, con asombrosa
facilidad, su match en la primera ronda del torneo de candidatos,
como si quisiera desembarazarse de matches oficiales lo más pronto
posible. Se esperaba que jugase con Botvinnik. Pero Botvinnik anun­
ció su retirada en el último momento y, en lugar del ceviejo Misha>•,
apareció Efim Geller, probablemente el más difícil adversario de
Smyslov, pues Geller lo había derrotado en un match del Campeonato
25
Soviético (seis tablas y una victoria) y eso muchos años antes, cuan­
do Smyslov estaba en la cúspide de su gloria y parecía casi in­
vencible.
Geller era de baja estatura, pero físicamente robusto en extremo
(era un excelente jugador de baloncesto) y Smyslov escogió un extra­
ño método de preparación antes de encontrarse con él en el tablero;
el alto y tranquilo Smyslov recibió lecciones de boxeo. Pero, como
sabemos, todo fue en vano.
Entre los grandes jugadores hay algunos dedicados completamente
al ajedrez y sólo al ajedrez, en tanto que otros tienen distintos intere­
ses o por lo menos aficiones. Smyslov pertenece, desde luego, al se­
gundo grupo. Uno saca la impresión de que él quería llegar a ser
cantante de ópera más que ninguna otra cosa, pero sus dotes excep­
cionales lo transformaron en campeón de ajedrez. No tenia ninguna
otra profesión más que el ajedrez. Sin embargo, siempre permaneció
dividido dentro de sí mismo.
Hay algo extraño en la personalidad de Smyslov. Está dispuesto
a hacer unas tablas rápidas, incluso con blancas, como por ejemplo
con Reshevsky en Mar del Plata o conmigo en Montecarlo. Otras veces
gana haciendo sus usuales jugadas simples (¿son realmente tan sim­
ples?) cuando adivina que el momento está maduro. Podría pensarse
que es perezoso por naturaleza; no obstante, entre los maestros con­
temporáneos, es él quien ha inventado el mayor número de nuevas
ideas básicas en la Ruy López, Francesa, Caro-Kann, Gambito de
Dama aceptado, Defensa Eslava, Nimzo-India, Defensa Grünfeld, Aper­
tura Inglesa e incluso en sistemas irregulares. Tiene un genio in­
tuitivo para mantener el equilibrio o tomar la iniciativa. Tiene tam­
bén un talento excepcional para los finales, pero no muestra ningún
interés por la paciente memorización de variantes. como el moderno
ajedrez competitivo requiere cada vez más.
z
BOTVINNIK·TAL 1959-1961
Tal aparece en escena
En 1 959 vino a Yugoslavia un joven moreno de veintitrés años de
edad y de mirada llameante, cuya carrera meteórica recuerda vívida­
mente la de Bronstein en el período 1948-1950. Vino con la idea de
que a todo el mundo hay que tratarlo igual, lo mismo si se trata
de Benko que de Olafsson o el joven Fischer o incluso Smyslov y
Keres.
Mijail Tal era muy inteligente y había aprobado todos sus estu­
dios tres años antes del tiempo normal. Sin embargo, implacables
analistas están todavía buscando una explicación al fenómeno de que
alguien, incluso en el siglo XX, pudiese ganar torneos como si los
nombres famosos no le importasen un ápice. Los analistas hacen ma­
lévolamente la disección de las combinaciones de Tal y con tono de
victoria señalan este o aquel fallo. Tal era aficionado a un irónico
juego de palabras y contestaba ingeniosamente:
-Me comparan con Lasker, lo cual es un honor exagerado. ¡Las­
ker cometía errores en todas sus partidas y yo solamente en una sí
y en otra no!
En la antigua Esparta, antes de dejarle partir para la guerra, una
madre le decía a su hijo al entregarle su escudo: «¡O con él o sobre
él» Este slogan lnmisericordioso podría haber sido adoptado por los
grandes maestros desde que Tal apareció en los torneos. ¿Alguien quie­
re ser el primero? Entonces. que abandone todas sus costumbres y
persiga sin respirar. . . a Tal.
Durante seis años, el infalible Smyslov mandó en la palestra inter­
nacional y habían llegado a establecerse ciertos códigos de <ebuen
comportamiento:.. Los grandes maestros se respetaban mutuamente
entre sí. La impenetrabilidad con las negras y una cierta eficiencia
cuando uno tiene la iniciativa con las blancas eran las claves para
el éxito en las más potentes competiciones. El porcentaje de puntos
que obtenía el vencedor no .era muy alto ni los otros contendientes
eran sus víctimas desventuradas.
27
Entonces apareció Tal, quince años más joven que Smyslov. «Pe­
caba» grandemente, pera rara vez se le amonestaba, e impuso un
ritmo feroz en los tanteos. Entre los demás competidores reinó un
sentimiento de «carnicería». Ei acostumbrado número de tablas dis­
minuyó de repente y las discusiones sobre si el ajedrez estaba agoni­
zando desaparecieron de modo espontáneo. Los demás, al perseguir a
Tal. se superaban a sí mismos y ganaban más partidas que nunca,
asegurándose su éxito. . . en el segundo puesto.
¡Infortunado Keres! El torneo de Yugoslavia fue el punto culmi­
nante de la obra de su vida. Con aquellos dieciocho puntos y medio
de unos veintiocho posibles, habría quedado el primero en las tres
competiciones precedentes de este tipo: en Budapest en 1950, en Zu­
rich en 1953 y en Amsterdam en 1956. Ni siquiera esta vez, a sus
cuarenta y tres años de edad, iba a lograr su soñado match contra
Botvinnik.
La siguiente comparación muestra hasta qué punto Keres había
mejorado su segundo puesto de Amsterdam tres años antes, donde,
descontando las tablas, había tenido una derrota y tres victorias.
Ahora, en Yugoslavia, seis derrotas, pero quince victorias, esto es,
¡en lugar de dos, nueve de más! Pero, ¿de qué le servía, cuando Tal
estaba allí con sus veinte puntos?
Bobby Fischer estaba furioso. En el banquete me dijo: «iEn cuatro
partidas estaba yo en posición ganadora y las perdí todas ante Tal!»
El análisis, en efecto, muestra a veces una falta de consistencia en
las partidas de Tal. Cuando ganó el campeonato soviético por primera
vez, todos gruñeron: (<¡Ha tenido una suerte endiablada!lt El amar­
gado Taimanov incluso amenazó con abandonar el ajedrez si Tal vol­
vía una vez más a ser campeón soviético. Cuando aquella sucedió,
Taimanov, prudentemente, se olvidó de su amenaza.
¿Tenía Tal suerte? Su estilo le hacía tenerla. ¿Qué pasó, par ejem­
plo, en el Torneo de Candidatos en su partida con Smyslov? Éste lo
había superado estratégicamente. Tal siguió complicando el juego.
Smyslov ganó una pieza. Tal continuó complicando la partida. Smys­
lov, finalmente, se metió en apuros de tiempo, cometió un error y en
dos partidas ganó sólo medio punto.
Muchos pensarán que ya es hora de mencion�r algunas de las bri­
llantes victorias de Tal. Como ejemplo de la frialdad de nervios de
Tal en coyunturas peligrosas, consideren su partida contra Olaf�son
en la décimooctava ronda del Torneo Interzonal de Portoroz en 1958.
Tal estaba amenazado por la derrota. Macilento por los repetidos apu­
ros de tiempo, el delgado rostro ascético del rubio islandés parecía
estar hecho enteramente de ojos. Había, en efecto, energía bastante
aún en aquel joven alto, exageradamente delgado, pero, faltándole
tiempo para pensar, cometió un error que le proporcionó al joven
campeón soviético una posibilidad de continuar su resistencia al día
siguiente.
Tal no podía permitirse perder, ya que ello amenazaría su margen
de puntos ganadores. Resultaba interesante observarlo en su nuevo
28
papel. Siempre había aprobado con éxito sus exámenes en las asigna­
turas de «ataqueJ, «combinación» o «sacrificio». pero ahora tenía que
escribir pacientemente su ensayo sobre el tema «cómo lograr unas
tablas» en una posición difícil contra Olafsson.
Para el estudiante de Riga de veintidós años de edad, aquel exa­
men desagradable constaba de dos partes. Primeramente. análisis de
la partida aplazada. tste mostraba que las negras perdían en todas
las variantes. Quedaba un solo cable para el hombre que se estaba
ahogando: la psicología del tablero. Tenía que elegir una continua­
ción que, teniendo en cuenta el carácter de su oponente. constituyese
la mayor sorpresa, y las réplicas naturales de las blancas serian justa­
mente aquellas jugadas que eran erróneas.
El examen de una defensa resultaba penoso para el agresivo Tal,
pero lo aprobó brillantemente. Sabía que después de ocho jugadas
correctas por Olafsson sería inútil proseguir la lucha, pero se com­
portó como si aquello le fuera indiferente, jugó con rapidez y, como
siempre, se metió en el terreno del enemigo. La tercera jugada del
vivaz Tal llegó como una sorpresa para Olafsson y le hizo perder el
equilibrio. A la cuarta jugada de las negras, Olafsson replicó «natu­
ralmente», pero de modo incorrecto y las incómodas negras se apun­
taron el precioso medio punto con rápidas y confiadas jugadas.
Un doble esfuerzo era siempre necesario para hacer caer a Tal
de espaldas en el mate. Su segundo, Averbach, ingeniosamente lo
comparaba a un luchador que pelea vigorosamente, forcejea, hace un
quiebro y de pronto se tuerce y ¡ya está!, su adversario, que ha es­
tado ejerciendo todo el tiempo presión sobre él, queda ahora debajo.
Recuerdo mi propia partida con Tal en Zurich. Yo nunca le había
ganado y lo conseguí sólo porque adiviné la mejor jugada posible
en un momento en que no me quedaba ya tiempo para pensar.
Aquella usuerte>> no era accidental. Era fruto de la inagotable faci­
lidad de Tal para encontrar respuestas inesperadas. A esto debe aña­
dirse su espíritu de lucha. Nuestro cuarto enfrentamiento tuvo lugar
en el Torneo de Candidatos; yo había encontrado una combinación
salvadora que a Tal se le había pasado por alto. ¿Qué hizo él enton­
ces? Rehuyó la combinación normal, porque eso me habría propor­
cionado una clara línea de acción. Aceptó el riesgo y cambió su dama
por dos torres. tl podría haber, incluso, perdido pero contó audaz­
mente con mi extremada falta .de tiempo para pensar. ;Con toda ra­
zón! Pronto cometí un error catastrófico.
¿Cómo era posible destruir las normas existentes? ¿Cómo podía
la acumulada experiencia de más de cien años de práctica en torneos
internacionales ser olvidada de pronto y ser borrada toda la defensa
técnica enormemente aumentada? Todo aquello continuaba. Lo que
Tal hacía era poner de manifiesto la verdad vieja de un siglo de que
los grandes maestros no son enciclopedias de ajedrez, sino hombres
de carne y hueso.
Estas «revelaciones» no son tanto cuestión de la inteligencia o de
algún enmarañado razonamiento psicológico de Tal como producto
29
de su manera de ser. Tal no puede jugar si piensa que su adversario
se siente sereno. Por tanto, lo importante para Tal no es si tiene
un peón o una pieza de más o de menos. Es esencial que su oponente
se vea confrontado con nuevos problemas que deben ser resueltos
«ab initiot.
Su contrincante ha parado todas las amenazas de Tal. ¿Qué debe
hacer éste entonces? Tal tiene otro tiro en la recámara; sacrifica una
pieza. Lo hace por intuición, sin calcular las consecuencias. ¿Está Tal
convencido en ese momento de la corrección de su aventurada idea?
Quizá lo está (se quedó atónito cuando la combinación que urdió
contra Fischer no logró un premio de belleza, sin darse cuenta de
que su sacrificio contenía un fallo). Pero esto no es lo importante.
Su objetivo es desconcertar a su oponente; siempre que éste salve
un escollo, debe verse enfrentado con otro. Sólo entonces se siente Tal
a salvo; si su arriesgado pensamiento no está del todo justificado, en­
tonces la fatiga de su oponente o la falta de tiempo ayudarán su
propósito.
Recuerdo el reconocimiento que de esto me hizo Tal en Zurich.
Lo frené en seco cuando rechacé su oferta de tablas después de la
apertura. La seguridad de su oponente significaba su inseguridad. Lo
inaccesible de mi posición le irritaba. Aunque yo no podía hacer nada
él no se dio cuenta. No tuvo paciencia para esperar y en lugar de
eso sacrificó un peón. Aquello fue mi oportunidad.
Así pues, ¡nunca le ofrezca usted tablas a Tal! Sería tanto como
revelarle la momentánea debilidad en que usted se encuentra y que
él ha estado aguardando ansiosamente. Consideremos sus encuentros
con Keres en el Torneo de Candidatos de 1 959. En tres ocasiones
Keres consolidó su posición. Tal no puede sopor�ar posiciones cerra­
das en que su oponente se sienta seguro, y en esas tres veces sacrificó
un caballo. ¡Tres derrotas innecesarias! En una única partida Keres
cometió el error de ofrecer unas tablas. Tal no estaba en mejor posi­
ción, quizás incluso peor, pero a pesar de sus malas experiencias
rehusó la oferta. Al final su adversario terminó por titubear. Aquel
día Tal ganó.
Ése fue el punto decisivo en su lucha por el primer puesto. Des­
pués de la primera mitad, jugada en Bled, Keres tenía un aspecto
sombrío, aun cuando iba a la cabeza del torneo, como si conjeturase
que una ventaja de medio punto era un obstáculo ridículamente pe­
queño para Tal. Éste tomó el mando en Zagreb desde el comienzo
mismo.
Tal se decidió por la lucha a ultranza. Les hizo saber a Fischer,
Benko y Olafsson que tenia el propósito de aniquilarlos por 4-0. Per­
dían la serenidad cuando jugaban con éL Eso era lo que quería Tal.
Cada vez que se movía. hacía perder los nervios a sus adversarios
con su continuo caminar alrededor de la mesa y sus paradas a las
espaldas de aquéllos. Cuando jugaba con Tal, Benko se ponía gafas
oscuras para demostrar simbólicamente que no quería ver a su adver­
sario. A Tal le gustaba el humor (en la universidad su tesis fue la
30
sátira) y él también se puso gafas oscuras de una forma grotesca.
La cprotestu de Benko se transformó en una comedia que despertó
risas generales en la sala.
En Belgrado, Keres hizo todo lo que pudo por alcanzar a Tal. Pero
!ue derrotado ppr Smyslov, quien, el día anterior, no había consegui­
do hacer lo mismo contra TaL Ambos pertenecían á otra generación,
tenían otro estilo, y el reservado Keres le dijo en broma a Smyslov:
-Tú, Vasily, estás de parte de Tal.
Al final, Keres hizo lo imposible. Tal, ya perdiendo, concibió una
astuta celada de jaque mate. El metódico Paul estaba en guardia y
la vio. Derrotó a Tal con negras, pero aquello no era bastante. Sin
embargo, dos rondas antes del final, surgió un momento crítico cuan­
do Tal jugó contra Fischer. Por primera vez Tal tenía un aspecto
ansioso. Pero Fischer no supo estar a la altura de las circunstancias.
Todo acabó como se esperaba.
Parecía que los demás se habían preparado mal. Habían estudiado
sistemas en lugar de estudiar a los hombres con los que iban a com­
petir. Había comenzado otra época. El portaestandarte de esa época
era Tal. Quizá la historia estaba repitiéndose. En sus propios tiem­
pos, también Lasker babia sid-o subestimado. No tuvo discípulos y no
había añadido mucho a la teoría del ajedrez. No obstante, fue el
mayor jugador de torneos de todos los tiempos y campeón del mundo
durante veintisiete años.
Cuando le preguntaron a Tal de quién era seguidor, replicó que
de Bronstein. En verdad, por su estilo y la riqueza de su imagina­
ción, recordaba a Bronstein más que a ningún otro. Pero Tal estaba
enamorado de la lucha y de su resultado deportivo y Bronstein lo
estaba de la herencia creadora que la lucha legaba. Así se llegó a la
situación paradójica de que Bronstein, el maestro. renegaba de su
discípulo de más éxito, Tal.
¿Qué era lo que a Bronstein no le gustaba en Tal? Sobre todo su
juego rápido en la apertura. La velocidad insólita, casi desdeñosa con
que Tal hacía sus jugadas de apertura formaban parte de su com­
bate técnico, fastidiando, provocando y azuzando a su oponente. Para
Bronstein, esto constituía una imperdonable superficialidad, una falta
de esfuerzo por conseguir la chispa creadora. Bronstein era por natu­
raleza prudente y se limitó al comentario de que Tal tenía sus pro­
pias razones para su conducta. En una partida real, a David solía
faltarte tiempo para resolver en sus fases críticas todos los proble­
mas que se le presentaban. Sin embargo no estaba conforme con la
actitud pragmática de reservar su energía basta más tarde.
¿Por qué fue Tal en aquel tiempo el luchador que tenía más éxitos
en el mundo jugando torneos? Como Lasker, veía muchísimo y, como
Bronstein, tenía una imaginación más viva que los demás grandes
maestros.
Aunque lo opuesto a Smyslov, Tal, con sus éxitos en los torneos,
era el sucesor directo de aquél y, por su estilo y carácter, era lo
opuesto a Botvinnik. ¿Le sucedería?
31
En vísperas del match Botvinnlk-Tal
Un match es diferente de un torneo. Considerando las debilidades
objetivas de Tal, Bronstein, en vísperas del primer match Botvinnik­
Tal, previó que el nuevo aspirante tendría que cambiar de estilo para
aquella ocasión. En Yugoslavia, Tal había sacado puntos de jugadores
inferiores y no contra sus iguales.
Muchos dudaban que Tal pudiese desarrollar sus cualidades en
toda su extensión cuando se viera rechazado por la estrategia férrea
de Botvinnik. ¿Estaban equivocados? Tal tenía extraordinaria expe­
riencia y en el torneo de partidas rápidas de Belgrado, por ejemplo,
recordaba al dios Siva. Mientras su adversario estaba tanteando con
la mano en busca del reloj, Tal ya había jugado y apretaba su botón,
de forma que su adversario¡ hablando en general, no conseguía hacer
que el reloj de Tal corriese durante la partida.
Había que recordar el match Botvinnik-Bronstein de diez años
antes, al que el match inminente por el campeonato mundial se .pare­
cía como un huevo a otro huevo. ¿No habían extenuado a Botvinnik
las ideas tácticas de Bronstein y casi lo habían llevado al borde del
abismo? En una partida, Botvinnik incluso llegó a tener una torre de
más ( ¿no recuerda esta situación creada por Bronstein a una de
Tal?) y sólo hizo tablas. ¿Cuántas combinaciones peligrosas no sería
capaz de imaginar Tal?
Había parecido que el duelo titánico entre Botvinnik y Smyslov
continuaría todavía durante largo tiempo hasta que el de más edad,
siguiendo el curso natural de las cosas, se retirase. De pronto había
intervenido un tercero en discordia: Mijail Tal. ¿Quién dice que la
historia no se repite? Todo estaba pendiente de un hilo, como cuando
Bronstein había aparecido. ¡La misma velocidad, los mismos primeros
puestos: Rlga, Moscú, Portoroz, Zurich, Belgrado! El mundo aún no
se había recobrado de su asombro y Tal ya había llegado hasta Bot­
vinnik. Pero esta vez el aspirante era veinticinco años más joven.
¿Podría Botvinnik, ahora diez años más viejo que cuando había
jugado contra Bronstein, soportar una vez más la presión a que
Bronstein lo había sometido? Los grandes maestros soviéticos, por
extraño que parezca, a pesar de la inclinación humana a anhelar un
cambio, estaban unidos en sus augurios contra Tal. ¿Qué era lo que
no les gustaba en él? Tal los había sobrepasado a todos ellos, casi
como bromeando. Al mismo ·tiempo no había probado suficientemente
su superioridad sobre sus rivales soviéticos en encuentros individua­
les. Quizá no les gustaba el temperamento de Tal que le impulsaba
a éste a jugar de una manera especulativa, por intuición. Cada uno
de ellos estaba preocupado por lo que la generación venidera pensaría
de la creatividad de los mismos, pero Tal parecía como si no estu­
viese interesado por el valor de la contienda, sino sólo por el resul­
tado del encuentro. De aquí el deseo de todos de que alguien le
diese, por fin, a Tal una lección; ese hombre era Botvinnik.
Por primera vez el aspirante no era de Moscú. Esto introducía
32
un cambio considerable en la recoleta atmósfera hogareña. El joven,
sólo de veintitrés años de edad, era ya concejal, y Riga estaba dis­
puesta a levantarle una estatua. Había sido donado un edificio como
centro ajedrecístico y se había promovido un periódico estatal de
ajedrez. No le bastaba con publicarse mensualmente, sino dos veces
al mes, en contraste con el de Moscú. Durante el torneo de Yugos­
lavia, la calle principal de Riga estaba abarrotada de gente, y cada
jugada de Tal se comunicaba por teléfono. ;Nada de este tipo había
ocurrido nunca en Moscú!
No cabe duda alguna de que Tal estaba a la vez contento y an­
sioso de jugar con Botvinnik. Hay una historieta de que en cierta
ocasión en que estaba Botvinnik de vacaciones en Letonia, Tal, un
niño entonces, llegó a la casa veraniega de Botvinnik con un tablero
en la mano y pidió jugar una partida con el campeón. Le dijeron
que Botvinnik estaba durmiendo y que no se le podía molestar. La
ambición largamente acariciada del niño se había hecho ahora reali­
dad (hasta entonces nunca se habían encontrado a un lado y otro
del tablero) .
Los que conocían a Botvinnik calculaban que s i el campeón del
mundo no conseguía crear una sólida ventaja por su mayor conoci­
miento del juego en la primera mitad del match, Tal le ganaría. Se
recordaba que en la segunda parte de su match de desquite con
Smyslov, Botvinnik, inmerso en el análisis y algo fatigado, se había
olvidado del reloj y había sobrepasado el límite de tiempo estand·o
en una posición ganadora. Un golpe así podría ser fatal si Botvinnik
no llevaba ya varios puntos de ventaja.
O bien citemos su primer match con Smyslov en el que Botvinnik
había tenido una eufórica salida, pero sólo consiguió empatar. Aun­
que estaba en excelentes condiciones físicas y parecía más joven de
lo que era en realidad, probablemente Botvinnik seria el que se can­
saría primero en este su quinto match por el título mundial. Por
tanto, el campeón debía comportarse desde el principio como una
ardilla cuando se acerca el invierno, o por lo menos eso era lo que
se pensaba entonces. . .
Siempre había sido un misterio cómo este ingeniero técnico que
aparecía en público como jugador de ajedrez una vez cada dos años
no había experimentado nunca ninguna pérdida de «forma». ¿Cómo
era posible que estuviese siempre en tan magnífica capacidad prácti­
ca, más que ningún otro, ·a pesar de los largos intervalos que ningún
gran maestro se permitía?
¿Cómo era que las leyes que afectaban · a otros no le afectaban
a él? No aparecía ante un tablero durante diez, veinte meses y, sin
embargo, desde su primera partida en público, estaba completamente
integrado con la nueva atmósfera, no se mostraba afectado por difi­
cultades de tiempo y normalmente jugaba con mucha exactitud.
El campeón del mundo no ocultaba su secreto. . . o al menos una
parte del mismo. Conseguía cuatro meses de permiso. Se preparaba.
estudiaba la teoría de aperturas de su oponente. Intensificaba su en-
33
1. - CAM PP.ONATO� MUNOO
trenamiento físico. Su paso era firme, una prueba sorprendente de
su régimen estricto.
Parecía un milagro. Pero el «milagro» era el tremendo trabajo
preparatorio que Botvinnik llevaba a cabo y su dedicación a la tarea
escogida. Sólo Botvinnik era capaz, durante meses, día tras día, de
jugar exhaustivos matches privados de los que no extraía ninguna
ventaja obvia y de los que el mundo nunca sabría nada. Algunas de
estas partidas podían repetirse en un torneo efectivo como, por ejem­
plo, la famosa victoria de Botvinnik sobre Spielmann en Moscú en
1935 en sólo once jugadas, o algunas de sus victorias en el match­
torneo de 1948 cuando se convirtió en campeón del mundo. En estas
ocasiones los adversarios de Botvinnik parecían contrincantes desar­
mados contra un campeón armado hasta los dientes.
¿Quién era el ttsparring-partnen (o eran varios) ? Ni siquiera sus
amigos más íntimos lo sabían. Se suponía que en una ocasión lo fue
Ragozin, luego Averbach, ahora quizá su entrenador oficial: Goldberg.
¿O quizás elegía a sus «partnes» según las circunstancias; esta vez
Bronstein o Geller, los más parecidos a Tal? ¿Eran muchos o sola­
mente uno?
Todo está envuelto en el velo del misterio. Botvinnik, muy cauto
por naturaleza, no confiaba ni siquiera en sus colegas más allegados,
y su entrenador o entrenadores estaban como ligados por un voto
de silencio y, si puede haber habido varios, probablemente ni siquiera
lo sabía el uno del otro. La suspicacia innata de Botvinnik tenía
también su razón lógica; si cualquiera traicionaba el contenido de
las preparaciones de Botvinnik, el campeón mundial se habría en­
contrado, en grado considerable, inerme ante su retador.
Había una disparidad intrínseca entre sus métodos de entrena­
miento y su afán de seguridad.. Él no podía renunciar a la coopera­
ción con otros durante su preparación, pues eso habría significado
que más tarde, en el curso de la contienda, tendría que dejar mucho
al azar, y el espíritu concienzudo de Botvinnlk no perdonaría nunca
la aceptación de cualquier sistema que él no hubiese probado en
secreto y comprobado a fondo. Al mismo tiempo. Botvinnik no podía
menos que sentirse atormentado por dudas.
En el prefacio al libro sobre su primer match con Smyslov en 1954,
Botvinnik no pudo abstenerse de claras alusiones. Por motivos de
tacto no dice nada directamente. Sólo cita tres ejemplos del match
en los que introdujo nuevas jugadas a las que Smyslov, ante la cons­
ternación de Botvinnik, encontró las mejores réplicas casi sin re­
flexionar.
Botvinnik luego { ¡y con qué ironía!) añade que Smyslov puso de
manifiesto nuevos métodos de preparación en sus aperturas. Antigua­
mente. las preparaciones se hacían contra el repertorio conocido del
propio adversario, pero Smyslov había dado <<Un paso más adelante»
y se había preparado también ¡para lo que su adversario se proponía
jugar!
¿Qué quería decir Botvinnik con este «paso más adelante>)? Qui-
34
zás en un tiempo se refería a Kan y luego, qu1zas, ¡a Simagin! Si­
magín había sido una vez segundo de Botvinnik y más tarde había
entrenado a Smyslov. El desconsolado Simagin se quejaba a todos
los amigos de Botvinnik de haber sido injustamente atacado y de que
Botvinnik se había confundido. Simagin pensaba que, si no por su
l'ionor personal, al menos por el tiempo que había transcurrido entre
los dos matches, los conocimientos que él mismo pudiera tener se
habían quedado anticuados.
¿En qué consistía el método de entrenamiento de Botvinnik? Él
era incomparable en el análisis y muy probablemente él mismo había
trazado el programa y dividido el trabajo en partes. Puede suponerse
que después de que se jugara la partida de entrenamiento, Botvinnik
no cambiase impresiones con su segundo, sino que guardase para sí
sus preciosos hallazgos.
¿Cómo se preparó Tal para enfrentarse con semejante adversario?
¡Tomó parte en un torneo! ¿Es que no le bastaba con los dos meses
del Torneo de Candidatos en Yugoslavia? Quizá no. El torneo si­
guiente fue en Riga. Así cumplió su obligación con su ciudad natal
que lo trataba como a su «hijo predilecto».
Tal incluso sufrió derrotas. Tal vez eso le hirió, ahora que todo
el mundo esperaba de él que fuese el primero. Quizá significó poco
para él. Lo importante era que Botvinnik no podía rehuirlo y que el
mntch con el que había soñado cuando niño se haría una realidad.
¿Cómo reaccionaba Tal, entonces solamente con veintitrés años, a
fracasos temporales? Como un gato, que siempre aterriza de pie sin
que importe desde dónde lo arrojen. Una pequeña catástrofe perso­
nal en el Spartakiad Soviético no le impidió, un poco más tarde.
conseguir su mayor triunfo en el Torneo de Candidatos en Yugosla­
via. En Riga actuó moderadamente, si tenemos en cuenta que era el
favorito. Sin embargo, con su acostumbrado humor, aquello no ejer­
ció en él ningún efecto psicológico adverso respecto a su match con
Botvinnik.
Pero una cosa está clara: Botvinnik empezó a pensar sobre Tal
mucho antes de que Tal empezara a pensar en Botvinnik. Habrá al­
gunos que dirán que Botvinnik era un hombre serio y Tal un incura­
ble optimista, pero sería más correcto decir que había entre ellos un
gran abismo en años, temperamento, estilo y formación intelectual.
Tal era joven. No había tenido que hollar el espinoso sendero de
Smyslov. Todo le había llegado fácilmente, y de una vez. ¿Por qué
habría de pensar en dificultades y en que, quizá, tuviese que jugar
dos matches con Botvinnik en los dos años siguientes? Era muy po­
sible que él. como Smyslov. subestimase un poco a Botvinnik. Esto
no era una cosa mala para el comienzo. pero podía ser mala para el
final. El campeón del mundo creía, y no del todo sin razón, que él
era el más fuerte y tenía una férrea intención de demostrarlo, sin
que importase lo que sucediera en el curso de la lucha. . .
35
Tal, campeón del .mundo
Pocos expertos podian prever semejante estilo y semejante resultado
al comienzo del primer match Botvinnik-Tal en 1960. Un empate era
suficiente para que el campeón mundial retuviese su título, y habría
sido razonable ver a Botvinnik conservando el equilibrio cautamente
con las negras y buscando con las blancas los puntos débiles del re­
pertorio algo dudoso de Tal.
¿Qué sucedió, sin eJ"Qbargo? Ya en la primera partida, aunque lle­
vando las negras, Botvinnik jugó vigorosamente en busca de una
victoria desde la primera jugada. Desafiando las leyes de la lógica
del ajedrez de que la iniciativa d�be estar en el jugador que conduce
las piezas blancas, Botvinnik jugó como si deseara barrer a Tal de la
faz del tablero aun antes de que se cruzasen los primeros golpes.
¿Por qué semejante impaciencia? ¿Se había infectado Botvinnik
de la condescendiente actitud que muchos grandes maestros soviéticos
mostraban hacia Tal a causa de su carrera meteórica, su juego <<Ca­
prichoso», su creencia optimista en su «buena estrella11 ? ¿O tenía du­
das Botvinnik sobre su propio aguante. basándose en su experiencia
de matches anteriores y quería acumular una gran ventaja al princi­
pio y asegurarse así una reserva suficiente para la segunda parte del
match cuando su adversario, mucho más joven, podría tener la ini­
ciativa?
Como quiera que fuese, esta táctica agresiva acabó en la derrota
completa de Botvinnik en la primera partida. Quizás el juego de Tal
podría criticarse por su falta de abstractos principios filosóficos, pero
Botvinnik nunca debería haberse atrevido a subestimar el enorme ta­
lento especulativo de Tal y su insuperable capacidad para compren­
der la verdadera naturaleza de posiciones complicadas de tipo desco­
nocido y para encontrar las soluciones más viables con increíble ra­
pidez y facilidad. Quizás aún más desagradable para Botvinnik que
el cero en sí fue el hecho de que Tal tuviese suficiente con hora
y media de tiempo y que le hubiese despachado de modo sumario
en treinta y dos jugadas. La proeza de Tal al demoler las concepcio­
nes de Botvinnik y desbordarlo en el tablero es digna de todo respeto,
siendo así que el viejo Mijail había comprobado sus innovaciones
teóricas en largos análisis en casa antes de la partida.
Muchos consideraron la pérdida de la partida corno un casual
error táctico cometido por Botvinnik. Puede ser que tuvieran razón;
en las cuatro partidas siguientes Botvinnik tomó la iniciativa.
Pero la herida psicológica sufrida por el campeón no iba a curarse
tan fácilmente. En cualquier caso, Tal no necesitaba adquirir confian­
za en sí mismo y su primer encuentro con Botvinnik era justamente
lo único que le faltaba en aquel momento. A partir de entonces, Tal
adquirió ventaja y nunca la perdió.
Es bastante extraño que la temprana ventaja de tres puntos de
Tal pareció tener menos importancia que su posterior ventaja de dos
puntos. El resultado 5-2 podía considerarse como una crisis -de di-
36
mensiones desconocidas hasta entonces, pero transitoria- para Bot­
vinnik. Sin embargo, siguieron dos victorias de Botvinnik. Luego, en
el momento del triunfo de Botvinnik, Tal inesperadamente asumió la
iniciativa y de nuevo aumentó su ventaja. Si el primer acto del drama
podía considerarse como casualidad, con el tercer acto no se podía
hacer lo mismo. En eso radicaba la presión psicológica de la ventaja
de Tal que en la fase siguiente pesó con doble fuerza sobre Botvinnik.
Después de la undécima partida en la que Botvinnik, deprimido
por su papel pasivo a lo largo de toda ella, dejó escapar una posibi­
lidad de salvar un «desmedrado» medio punto, el campeón mundial
se sintió exhausto. Ejerció su derecho a aplazar el nuevo encuentro
hasta tres días más tarde, de forma que pudiera recobrarse de sus
grandes esfuerzos y del infeliz resultado y una vez más concentrar
su vigor para repetir su hazaña de la octava y novena partidas.
Botvinnik, visiblemente de refresco gracias a sus tres días de des­
canso, se sentó ante el tablero con la resolución de un hombre que
quema los últimos cartuchos. Su estado de ánimo no podía haber sido
un secreto para nadie y sobre todo no lo era para Tal. Fiel a su táctica
de oponer en toda ocasión a su adversario el tipo de juego que más
le pusiera nervioso, el primer objetivo de Tal fue desconcertar las
Intenciones agresivas de Botvinnik -nada más- y así disminuir el
resurgido y belicoso entusiasmo del amenazado campeón del mundo.
¿Qué sucedió? Los dos grandes contendientes adoptaron posiciones
clásicas, Botvinnik porque tenía razón en creer que en eso consistía
su ventaja sobre su más joven y menos experimentado retador, y Tal
porque, en contra de su costumbre usual, no quería correr el menor
riesgo. Sólo que su voluntad todavía poderosa indujo al exhausto
Botvinnik a creer que podía destruir la fortaleza de su oponente
ahora atrincherado.
Así, la duodécima partida dejó de ser una contienda normal en la
que leyes claras impusiesen el resultado y se transformó en un duelo
psicológico entre los dos hombres de distintos caracteres. Botvinnik
creía que aquél era el momento en que debía enzarzarse con Tal, y
Tal estaba convencido de que si por su parte lograba imprimirle a
aquella partida un tono tranquilo y pacífico, sus esfuerzos se verhm
fácilmente coronados por el éxito. Cada uno estaba inmerso en sus
objetivos psicológicos y ninguno de los dos veía ya la posición real en
el tablero. Cada cual estaba entregado solamente a sus propios de­
seos. La duodécima partida se transformó así en una tragicomedia de
dos rivales exhaustos.
Botvinnik creó algunos puntos débiles en el centro negro, y Tal
intentó algunos amagos en el flanco del rey. En realidad, Botvinnik,
que creía en el valor perdurable de sus concepciones estratégicas, era
el único que atacaba, y Tal, que estaba obligado a preparar un ata­
que contra el rey blanco, realmente sólo deseaba defenderse, tratando
de equilibrar sus posibilidades mediante el contrajuego y establecer
un equilibrio dinámico en el tablero.
Cada uno estaba influido por el papel que había elegido, por lo
37
cual ninguno de los dos vio la verdad real. Botvinnik jugó sin con­
vicción y no explotó la mayoría de sus posibilidades después del im­
preciso juego de apertura de Tal. Sin embargo, continuaba conside­
rando la iniciativa como suya. Tal, en su forma acostumbrada, tan
pronto como la partida se fue complicando, se recuperó y rápida­
mente corrigió sus errores iniciales. Pero no se había dado cuenta
de que ya tenia ventaja y, con sólo un deseo en su corazón. . . ofreció
unas tablas.
Botvinnik, naturalmente (!?), rehusó. No le quedaba nada, si
quería ganar, más que tomar un peón indefenso en el flanco de
dama. Lo tomó y como resultado apartó su dama del centro de la
lucha. Tal se enfadó por la obstinación de su adversario y jugó con
rapidez. La primera j ugada fue excelente. Botvinnik tenía su «res­
puesta• lista. Ahora Tal podría sacrificar una torre y llevar al rey
blanco no protegido a una red de mate. En cualquier partida rápida
habría visto eso. La combinación era muy simple, muy por debajo
del nivel de las que Tal generalmente improvisaba en el tablero, pero
estaba cegado por su nuevo papel defensivo en el match. No estaba
pensando en la victoria, sino en el modo más breve de conseguir
unas tablas. Jugaba rápidamente, para demostrarle a su adversario
que no podría ganar. No vio -con gran asombro de todos- el sim­
ple sacrificio de torre. jY eso por parte del mejor táctico de la época!
Se apresuró a poner rumbo hacia un puerto tranquilo y pasó por
alto las respuestas de su contrincante. Botvinnik permanecía con un
peón de más, pero no selló la mejor jugada y, después del aplaza­
miento, Tal logró las tablas. Ambos habían cometido tantos errores,
que el final quizá fue un final justo.
Agotados por el análisis y por todo lo que había ocurrido en la
partida anterior, Tal y Botvinnik, en la partida décimotercera, hi­
cieron sus primeras «tablas de grandes maestros». Después de dieci­
séis jugadas y dieciocho minutos, Tal propuso las tablas. En vista
de la posición, el desilusionado Botvinnik no tenía motivos para
negarse. No logró recobrarse antes del final del match y perdió el
título. De repente, para sorpresa del mundo del ajedrez ¡Tal era
campeón!
Botvinnik se encontró en una posición embarazosa mientras el
mundo aguardaba que se decidiera a pedir un match de desquite.
Sólo en un match por el campeonato del mundo había sido aún
mayor la diferencia de edad entre los dos competidores. En 1894
Steinitz tenia treinta y dos años más que Lasker y nunca había reco­
brado su título. Sin embargo, Botvinnik estaba todavía en la cúspide
de su poder y a nadie le era licito atreverse a establecer una analo­
gía. Pero el peligro estaba allí. Se llamaba. . . Tal.
Como campeón del mundo, Tal siguió siendo el mismo de antes:
el niño mimado del público. Después de la hegemonía de Botvinnik,
llena de dignidad y respeto, Tal de un modo u otro rebajó la institu­
ción de campeón mundial y se puso más cerca de los amantes ordi­
narios del ajedrez; cualquiera que quisiese podía jugar ajedrez de
38
café con el campeón del mundo hasta altas horas de la noche. ¿Cuán­
do había sucedido nada por el estilo? En la Olimpíada de Leipzig,
Botvinnik, como si hubiese cambiado de costumbres bajo la influencia
de Tal, a menudo permanecía hasta el alba en el saloncito de su ho­
tel. Los más experimentados decían que esto era por su edad; cuan­
rio uno se va haciendo anciano resulta más difícil acostarse pronto.
Todo el mundo pensaba que a Tal el título no se le había subido
a la cabeza. Era popular por no haber cambiado. ¿No había cambiado
en realidad? Tal había logrado encumbrarse sin tener en cuenta nada
ni a nadie. Ahora no quedaba ninguno a quien pudiera no hacerle
caf!o. ¿Cómo podria adaptarse a su nueva posición?
El match de desquite
«Es el mayor optimista del mundo», me dijo una vez uno de sus
amigos, refiriéndose a Botvinnik. Sin embargo, ni sus amigos ni sus
enemigos creían que pudiese reconquistar el título que le había arre­
batado el hirviente Tal.
No obstante, en el banquete de Leipzig, el rostro de Botvinnik
resplandecía desde la mesa donde estaba sentado el equipo soviético;
acababa de recibir la copa por el mejor tanteo en el segundo tablero.
En realidad, era la primera vez en su vida en que jugaba con el se­
gundo tablero en el equipo soviético. Sin embargo irradiaba alegría.
Necesitaba una prueba tangible de su creencia en sus propias facul­
tades. Ahora la tenía.
Un americano escribió una vez un libro titulado «La vida empieza
a los cuarenta años». Botvinnik podria haber añadido: «iNo, a los cin­
cuenta!» Los cumpliría en marzo, cuando una vez más se sentaría
frente a Tal. Nadie creía en Botvinnik. . . excepto Botvinnik. Uno de­
bería haberlo conocido mejor si sintiese como él sentía. . .
En abril de 1961 se puso en claro que el joven campeón mundial
quería darle al match de desquite el carácter de una continuación
de la segunda mitad de su match anterior. Entonces Tal había ido
a la cabeza en puntos y no le había permitido a Botvinnik la posi­
bilidad de alcanzarlo.
A pesar del hecho de que el curso de este nuevo match no se con­
formaba a este plan y de que Botvinnik iba en cabeza después de
las primeras cuatro partidas, Tal decidió perseverar en su táctica.
En cierta medida eso significaba retirarse a la defensa y falta de
deseo en asumir riesgos.
No cabe ninguna duda de que este tipo de juego en el que las
posiciones surgían con características claramente definidas, se aco­
modaba de modo insuperable a Botvinnik. Su lógica tenía la clari­
dad del cristal y su estrategia era más rectilínea que la imaginación
errática de Tal.
¿Por qué se aferró Tal tan obstinadamente a la Nimzo-India, el
39
arma de los jugadores sólidos, inadecuada a su estilo pirático? Per·
dió su primera partida (con negras) . Tal consideró que no había que
echarle la culpa a la apertura. Sin embargo, perdió la tercera par­
tida también. Tal reconsideró que había que mejorar la apertura.
Debía jugar de un modo más preciso. Creía que Botvinnik con blan­
cas persistiría en su camino bien trillado. Así pues, Tal confrontaría
a Botvinnik con su mejora y de este modo sacudiría la confianza de
Botvinnik de poder lograr algo con blancas. Tal introduciría su pro­
pia variante y más tarde o más temprano podría corregir la dife­
rencia de puntos.
Sin embargo, el método psicológico de <<desgaste» no dio resul­
tados. Botvinnik seguía jugando de modo muy parecido -o sólo un
poco diferentemente- y era siempre Tal el que se encontraba en­
frentado con nuevos problemas. No quería reconocer que estas posi­
ciones se adaptaban mejor al estilo de Botvinnik. Sin embargo, Tal
consiguió salvar las tablas con un peón de menos y se dio por satis­
fecho. En la próxima ocasión aumentaría aún más la altura de la
barricada.
En la sexta partida, Tal, con blancas, empezó con grandes espe­
ranzas. En la partida cuarta había conseguido por primera vez ani·
mar y complicar el juego -aunque entonces no había podido conse­
guir mucho-- y esta vez creía que tendría más suerte. Consideraba
que ya era una gran cosa haber conseguido apartar a su adversario
del sendero familiar.
Pero, ¡desilusión!, aunque Tal aportó algunas innovaciones, Bot·
vinnik construyó una posición impenetrable. Una vez más, las blan­
cas quedaron «devastadas». pero Tal creía que al final .acabarían
imponiéndose.
En la séptima partida, ¡sorpresa! El contrincante más vteJO, aun­
que llevaba ventaja de puntos. fue el único todavía dispuesto a arros­
trar un riesgo e impuso un ritmo cálido a su oponente. Con el pro­
pósito de aumentar aún más la diferencia y de crear así una reserva
para el final, cuando el aguante del hombre de más edad pudiera ser
puesto a prueba, Botvinnik mostró audacia y una capacidad aún
mayor de proporcionar algunos disgustos a su rival.
Una vez más la defensa Nimzo-India, pero Botvinnik, con blan­
cas, abandonó su variante anterior, que Tal ahora conocía bien. y en
lugar de ella jugó la Saemisch de doble filo. Botvinnik también la
había jugado en el primer match, con poco éxito, pero. . . también
hay golpes de sorpresa. Esta vez Tal no se lo había esperado. ¿Se
sacaría Botvinnik algo de la manga? Otra dificultad para Tal con­
sistía en que ahora unas tablas eran apenas suficientes. El joven
campeón se decidió por otra continuación menos estudiada.
Botvinnik estaba en su elemento. Tal había comprometido su posi­
ción y su encontraba débil en los dos flancos. Enfrentado con cre­
cientes dificultades, Tal se decidió a tomar un peón que se le ofrecía.
pero aquello sólo sirvió para apresurar el fin. Botvinnik golpeaba
como una maza. En mala situación, Tal se vio incapaz de ofrecer ni
40
siquiera una mínima resistencia. Su peor derrota. . . y la victoria más
rápida de Botvinnik.
En el momento en que parecía que Tal no tendría fuerzas para
recobrarse de esta doble conmoción, cuando estaba jugando superfi­
cialmente e iba por detrás en puntos, ocurrió algo insólito: Tal ganó
su primera partida. Por alguna extraña razón, Botvinnik permitió
que su Caro-Kann se transformase en la Defensa Francesa con una
jugada de retraso. La consecuencia es que fue derrotado en la octava
partida con la misma brevedad con que había derrotado a Tal dos
días antes.
La excitación creció. Tal sintió también que habin llegado et mo­
mento de golpear. En la novena partida. por primera vez, Tal jugó
vigorosamente con negras.
¿Qué significaba aquello? ¿Era una subestimación de su oponente
de más edad q de las leyes que reinaban en el tablero, o sólo un farol
desesperado? Tal se dedicó a la caza de peones y descuidó su de­
sarrollo. No fue difícil para Botvinnik refutar una concepción tan
ingenua. Al final fue el joven quien se quedó con un peón de menos.
Aún tenía posibilidades de tablas. pero se defendió débilmente. Éste
no era el Tal del año anterior,
La iniciativa era una vez más de Botvinnik. En la décima partida,
Tal aún alimentaba la esperanza de repetir su hazaña de la octava
partida y de crear así la atmósfera de tensión que faltaba. Pero Bot­
vlnnik había recobrado la moral. Ya no insistió en sus ideas precon­
cebidas, sino que se atuvo a la línea convencional. Tal empleó. una
vez más el farol de un ataque furioso de peones y -para un cam­
peón del mundo- jugó erróneamente la posición. Su alfil peregrinó
por el flanco equivocado y la lógica de Botvinnik, como siempre en
situaciones semejantes, fue inexorable.
Era el borde de la catástrofe. ¿Lo aceptaría Tal así? Se esperaba
que elegiría una de las armas con que podría golpear los puntos dé­
biles de Botvinnik. Pero Tal las olvidó o no pudo encontrar ninguna.
En la undécima partida apareció desmoralizado y jugó mansamente
por unas tablas. ¡en un momento en que tenia tres puntos en contra!
Para Botvinnik el match se había convertido en un agradable entre­
tenimiento. No era inteligente por parte de Tal jugar una posición
simétrica con un tiempo de menos y no disponiendo de ninguna ame­
naza. Ni siquiera los alfiles de distinto color pudieron salvarle.
El match no había terminado. Pero estaba claro que Botvinnik
regresaría a su trono, y eso significaba el final de la más repetina
rama en el ajedrez de la postguerra. Sin embargo, resultaba difícil
creer que éste era el mismo hombre que había ganado tan fácilmente
en tantos torn�os y que. incluso había derrotado a Botvinnik en un·
match. Quizá Tal estaba obsesionado por sus propios errores, lo mismo
que lo había estado Botvinnik cuando había perdido. Sólo que, ¿a
qué se debía esta falta de entendimiento de ciertos principios esen­
ciales de las sesenta y cuatro casillas?
4 1
El verdadero soberano: Mijall Botvinnik
La hazaña de Alekhine había sido sobrepasada. Botvinnik, con cin­
cuenta años, había logrado por segunda vez recuperar su título per­
dido. Alekhine había abreviado la designación de «título supremo»
por la de «su título». Después que lo había recobrado de manos de
Euwe, solía decir:
«He recuperado mi título.» No estaba en la naturaleza de Botvin­
nik decir una cosa semejante. Pero lo mostraba por sus acciones.
Sólo un hombre de tremenda voluntad que no había cesado nunca
y nunca cesaría de creer en sí mismo podía haber derrotado a un
adversario después de haber sido derrotado por éste un año antes.
En verdad, todo había estado en contra de Botvl.nnik. Ni siquiera
Smyslov le había infligido derrota semejante. El hecho de que des­
pués de la novena partida del primer match con Tal no pudiese ganar
ni una sola más le daba a uno la impresión de una verdadera catás­
trofe personal.
En semejante situación, ¿querría ni siquiera tratar de obtener el
desquite sóbre su rival, que tenía también la irrevocable ventaja de
tener sólo la mitad de años que él? Botvinnik no hizo entonces co­
mentarios. Antes, una vez, en una situación similar contra Smyslov,
había pospuesto su réplica hasta el último momento posible. Aquello
había irritado a Smyslov, como también le irritó la explicación pos­
terior de Botvinnik de que jugaría «ante la insistencia de sus amigos».
Esta vez, Botvinnik había contestado a las preguntas sobre el
tema con la declaración de que necesitaba antes que nada estudiar
sus partidas con Tal y si resultaba que todavía llegaba a la conclu­
sión de que tenía una posibilidad razonable en un match de desquite,
enviaría el desafío. Tomó buen cuidado de comportarse modestamente
en público y de no mostrar amargura en el momento de su caída.
No quería aparecer como una declinante «prima donna» que hubiese
perdido todo sentido de medida y que no estuviese dispuesta a aceptar
el hecho de que «SU tiempo babia pasado». Pero la ominosa verdad
que se le apareció clara a Botvinnik fue la de que perdía con más
frecuencia a causa de graves errores en la quinta hora de juego,
cuando le sobrevenía el cansancio. En realidad, la decisión había es­
tado tomada cuando Botvinnik, con la cabeza agachada y mirando el
suelo con espíritu aparentemente humilde, felicitó a Tal por su victo­
ria. Tal, por el contrario, sonreía extáticamente mientras la cámara
registraba la escena.
La cámara se había equivocado. ¿Iba a retirarse Mijail Botvinnik
ante un recién llegado al que quizá reconocía el mundo del ajedrez,
pero no sus viejos colegas en la patria, cuyo jefe había sido Botvin­
nik durante tres decenios? Desquite, eso era inevitable.
Debía intentarlo todo mientras tuviese aliento en el cuerpo. Desde
la época de su match fatídico con Smyslov hasta la actualidad, Bot­
vinnik había encanecido considerablemente, pero su salud aún seguía
sirviéndole bien, una recompensa por la fiel observancia de un régi-
42
men estricto que no permitía ningún titubeo ni pequeñas debilidades
humanas. Fue el primer ejemplo entre los grandes maestros desde
l a época en que éstos todavía llevaban barbas, para quien el entrena­
miento físico y los paseos monótonos significaban parte de un siste­
ma de torneo cuidadosamente considerado y elaborado eh todos los
detalles.
Su filosofía del ajedrez no era ningún secreto. Escribió que si la
Acústica era una ciencia que informaba al mundo sobre los sonidos,
la Música un arte que revelaba la belleza de ese mundo, y si la Ló­
gica era una ciencia que revelaba las leyes del pensamiento, entonces
el ajedrez era un arte que ponía de manifiesto la belleza de la Lógica.
Por eso apreciaba sobre todo la integridad de la creación ajedrecís­
tica y no podía permitir errores que, por inevitables que pudiesen ser,
estropeaban la belleza de la partida.
Con todo su anhelo, Botvinnik, a pesar de la conmoción de su
derrota de un año antes, no podía renegar de su fe en el ajedrez, la
obra de su vida y lo que le era más querido. No es muy probable
que Tal se diese cuenta de la clase de hombre con que tendría que
enfrentarse en el segundo encuentro.
Sobre la base del primer match, Tal tenía toda clase de razones
para subestimar el peligro. No sólo eso, sino que el nuevo campeón
había respondido a todo requerimiento y no se había preocup�do por
el paso del tiempo o por las preguntas sobre su salud, siempre algo
sospechosas. Probablemente se habría comportado así incluso si no
hubiese sido despreocupado por naturaleza, arrastrado por la alegría
de su juventud en la que todo le babia caído tan fácilmente entre las
manos.
En contraste con el primer match, había ahora algunos Tomases
dubitativos que no apostaban· por el joven. Estaba claro que ante el
tablero se sentaría a un lado un gran ifnprovisador, y al otro el ver­
dadero campeón del mundo, aunque por el momento no detentara el
título.
;Qué fantástica metamorfosis la de Botvinnik en el curso de sólo
un año! Aquellas preparaciones, aquel entrenamiento en secreto, de­
bieron de haber sido tremendos. puesto que habían cambiado los pa­
peles en semejante medida. Botvinnik aparecia de pronto en la cús­
pide de sus facultades, en tanto que Tal, el mejor jugador del mundo
de partidas rápidas, caía en apuros de tiempo.
Muchos acusaron injustificadamente a Tal de frivolidad. Esta vez
simplemente no tenia posibilidades contra una personalidad que con­
cedía tan enorme importancia al contenido de la creación ajedrecís­
tica y al título de campeón del mundo.
¿Cuáles fueron entonces los motivos para semejantes oscilaciones
en la forma de Botvinnik en sus matches a lo largo de un solo de­
cenio? Botvinnik mismo da alguna explicación en su breve autobio­
grafía, donde dice: «Yo, por tanto, tengo dos vocaciones: el ajedrez y
la ingeniería. Si solamente jugase al ajedrez, creo que mis éxito's no
habrían sido significativamente mayores. Sólo puedo jugar bien al
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Gligoric los campeonatos del mundo de botvinnik a fischer

  • 1. S. Gligoric Los campeonatos del mundo de Botvinnik a Fischer
  • 2. COLECCION ESCAQUES (Reprocesado con Scan Tailor por jparra, 2012-05-26)
  • 3. S. GLIGORIC LOS CAMPEONATOS DEL MUNDO De Botvinnik o Fischer A la muerte de Alekhine, la Fe­ deración Internacional de Ajedrez (FIDE). estableció las normas para la celebración de los campeonatos mundiales. El primer campeonato individual se instauró en el año 1948 con un torneo en el que partici­ paron los cinco mejores jugadores de aquel tiempo. Su vencedor fue Botvinnik. Desde entonces hasta la dramática victoria de Bobby Fischer en 1972 ha habido diez encuentros entre campeón y aspirante por el supremo galardón ajedrecístico. En esta obra se han reunido por primera vez en un solo volumen las partidas completas de los once campeonatos. Las notaciones, me­ ticulosamente comprobadas, son un modelo de sucinta amenidad y las que se refieren, en particular, al match Fischer-Spassky, suministran una gran cantidad de nuevos e im­ portantes datos. Además de ser una inestimable obra de consulta, el presente libro es también un retrato brillante e íntimo ele los campeones. De la mano de Svetozar Gligoric, el mun­ dialmente famoso gran maestro yu­ fJOslavo, vernos revelado el choque ele temperamentos y técnicas. Gli­ goric ha conocido a todos esos campeones mundiales y utiliza su experiencia de primera mano para desvelarnos las tensiones y suspi­ cacias que existen entre los prota­ gonistas cuando un título mundial anda en juego. Cubierta de Geest/l·lovcrstad
  • 4. LOS CAMPEONATOS DEL MUNDO De Botvinnik a Fischer
  • 5.
  • 6. S. GLIGORIC LOS CAMPEONATOS DEL MUNDO De Botvinnik a Fischer Recopilación de las partidas por R. G. WADE . 'COLECCION ... --� �AOOES EDICIONES MARTINEZ ROCA, S. A. BARCELONA
  • 7. Título original: The world chess championship Traducción del inglés por Mariano Orta Revisión técnica de José Luis Brasero © 1972, S. Gligoric Match Scores ©R. G. Wade, 1973 © 1974, Ediciones Martinez Roca, S. A. Gran Vía, 774, Barcelona -13 Depósito Legal: B. 7719- 1981 ISBN 84 • 270 • 0270 • X Gráficas Diamante, Zamora, 83, Barcelona- 18 Impreso en Bspaila- Prlnte4 in Spain
  • 8. íNDICE Simbolos Primeros campeones mundiales Introducción: Después de Alekhine Primera parte LOS CONTENDIENTES 1 Botvinnilc-Bronstein-Smyslov 1 1948-1958) 2 Botvinnik-Tal (1959-1961) 3 Botvinnik-Petrosian-Spassky (1962) 4 Bobby Fischer (1972) Segunda parte LAS PARTIDAS 1 Torneo para el Campeonato del Mundo 0948) 2 Botvinnik-Bronstein (1951) 3 Botvinnik-Smyslov (1954) 4 Botvinnik-Smyslov (1957) 5 Smyslov-Botvinnik (1958) 6 Botvinnik-Tal (1960) 7 Tal-Botvinnik (1961) 8 Botvinnik-Petrosian ( 1963) 9 Petrosian-Spassky (1966) 10 Petrosian-Spassky (1969) 11 Spassky-Fischer (1972) íNDICES 7 8 9 13 27 46 58 69 97 113 129 141 154 168 180 192 208 221 254
  • 9.
  • 10. + + + ;;!; + ± + = !! !? ?! ., l-0 Y,-Y, 0-1 SíMBOLOS Jaque Doble jaque Ligera ventaja de las blancas Ligera ventaja de las negras Clara ventaja de las blancas Clara ventaja de las negras Posición igualada Buena jugada Jugada muy buena Jugada interesante Jugada dudosa Jugada débil Rinden negras Tablas Rinden blancas. B o N al lado de cada diagrama indica a qué bando le toca jugar. En el texto, un número entre paréntesis se refiere al número de un diagrama de la posición particular en ese momento. 7
  • 11. PRIMEROS CAMPEONES MUNDIALES Con anterioridad a que la FIDE asumiese el control completo del títu­ lo mundial después de la muerte de Alekhine, el campeonato mundial de ajedrez podría ser considerado como la propiedad personal del poseedor del título. Los matches anteriores fueron: Fecha Campeón Aspirante Resultado Lugar 1886 Steinitz Zukertort +1o-5 =6 USA 1889 Steinitz Chigorin +lo--6 =1 Cuba 1890-91 Steinitz Gunsberg +6 --4 =9 Nueva York 1892 Steinitz Chigorin +lo-S =5 Cuba 1894 Steinitz Lasker +5 -10=4 Norteamérica 1896-97 Lasker Steinitz +10-2 =5 Moscú 1907 Lasker Marshall +8 -o =7 USA 1908 Lasker Tarrasch +8 -3 =5 Alemania 1909 Lasker Janowsky +7 -1 =2 París 191fl Lasker Schlechter +1 -1 =8 Viena/Berlín 1910 Lasker Janowsky +8 -0 =3 Berlín 1921 Lasker Capablanca +0 -4 =10 Cuba 1927 Capablanca Alekhine ·t-::1 -6 =25 Buenos Aires 1929 Alekhine Bogoljubov +11-5 =9 Alemania/Holanda 1934 Alekhine Bogoljubov +8 -3 =15 Alemania 1935 Alekhine Euwe +8 -9 =13 Holanda J937 Euwc Alekhine +4 -10=1 1 Holanda Todos éstos fueron generalmente reconocidos como poseedores del título efectivo que Steinitz fue el pri.mero en adoptar. Los matches en que se reconoció vencedor al jugador ganador fueron: MacDonell v. De la Bourdonnais (Londres 1834) +21-44= 13; Saint-Avant v. Staunton (París 194::1) -t-6-11=4; Anderssen como ganador del tor­ neo de Londres de 1851; Anderssen v. Morphy (París 1857) +2-7=2; Anderssen v. Steinitz (Londres 1886) +6-8=0; Steinitz v. Blackbur­ ne (Londres 1876) +7-0=0. 8
  • 12. INTRODUCCióN DESPUÉS DE ALEKHINE El momento de la muerte tiene la facultad de hacer resaltar en una sola jugada el logro o la futilidad de una vida. La muerte de Alekhine contiene una paradoja. Si había buscado la felicidad. encontró algo diferente; si había querido fama. su nom­ bre vivirá mientras se juegue al ajedrez. Cuando este hombre soli­ tario fue hallado muerto en su hotel de Estoril cerca de Lisboa, la cabeza torcida a un lado, un tablero de ajedrez frente a él, alguien tomó una instantánea de la escena y así nos dejó una fotografía que puede servir como símbolo del viaje por la vida de una persona­ lidad insólita. En su vida, él había vendido su alma a la diosa del ajedrez y sólo así fue capaz de escalar las alturas. Los que podrían haberse maravillado con él mientras estuvo vivo, amaron su fuerza creativa después de su muerte. Cuando era joven le molestaba tener una patria porque quería ser independiente, capaz de ir adonde de­ sease, acudiendo a las llamadas de un torneo. No tenía amigos por­ que estaba demasiado centrado en sí mismo. No tenía necesidad de mujeres porque sólo estaba enamorado del ajedrez. Se casó con mu­ jeres de más edad que él. Él. que se pasó toda la vida en hoteles. necesitaba una esposa que no le hiciera ninguna demanda por su parte. sino que lo protegiese a él. el solitario. Su predecesor, Capa­ blanca, que debía todo a su genio y nada a su pereza meridional, parecía, en su match contra Alekhine en 1927. un desarmado epicúreo, para quien el placer era más precioso que la ambición. confrontado con un guerrero de voluntad férrea y armado hasta los dientes. Como el cerebro y los nervios humanos no pueden soportar vein­ ticuatro horas de meditación en esferas abstractas totalmente ajenas a la vida. Alekhine rellenaba los intervalos con alcohol. Pero el al­ cohol nunca le fue más necesario que el ajedrez. Cuando estaba ardiendo en deseos de recuperar su título perdido. bebía solamente leche. Era supersticioso y durante su match con Euwe llevaba un jersey con un gato negro bordado. Morphy, quizá, tuvo una carrera más brillante y meteórica; Las­ ker. una más larga; Capablanca, una más convincente, pero un faná­ tico como Alekhine no lo había visto el mundo hasta entonces. 9
  • 13.
  • 15.
  • 16. 1 BOTVINNIK-BRONSTEIN-SMVSLOV 1948-1959 1948: Botvínnik asciende al trono vacante Éste, pues. era el hombre al que había de suceder Mijail Botvinnik. Botvinnik era similar a Alekhine en su tremenda energía y en su voluntad de ganar. En cualquier otro aspecto. Botvinnik se desarro­ lló en diferentes circunstancias. Por primera vez el estado propor­ cionaba ayuda material al desarrollo del ajedrez y consideraba que éste contribuía al prestigio del régimen socialista. El escolar de Le­ ningrado con pantalones remendados recibió muchos ánimos para dedicarse a su juego predilecto. Hasta aquel tiempo los mejores ju­ gadores del mundo habían sido cosmopolitas en su forma de vivir y se habían cuidado de sus propios intereses. Botvinnik, por el con­ trario, viajó poco e introdujo una novedad: su enorme preparación para las competiciones. Sus éxitos estaban asegurados de antemano por el trabajo en casa. Empleaba mucho más tiempo en el análisis y en la comprobación de líneas eficientes de juego que el que em­ pleaba en la partida real donde ponía en práctica sus nuevas ideas. Tales métodos eran también característicos de Alekhine. pero nunca a escala tan grandiosa. Sobre todo, la vida personal de Alekhine no fue, ni podía haberlo sido, regular. Para Botvinnik, en cambio, todo estaba ordenado y calculado para obtener el máximo efecto. Su asalto al título supremo estuvo planeado durante años. Con objeto de conservarse en forma durante la guerra. Botvinnik tomó parte en varios torneos nacionales, espiritualmente impertérrito en sus aspiraciones. incluso cuando la amenaza de Hitler estaba a las puertas de Moscú. Después de la guerra, la muerte del físicamente achacoso y psico­ lógicamente deprimido Alekhine significó la cancelación del match para el que ya se habían iniciado conversaciones preliminares. Los otros -Smyslov, Reshevsky, Keres. Euwe. o el ausente en el torneo del campeonato, Fine- no eran peligrosos para Botvinnik. Aquél era su momento. Más que todos los demás, Botvinnik estaba dispuesto a dar el gran salto hacia adelante. 13
  • 17. Cuando hubo logrado el sueño de su vida, Botvinnik se aisló du­ rante varios años como campeón mundial, arrullado en el pensa­ miento de su propia superioridad. Si bien su ambiciqn era igual a la de Alekhine, su devoción al ajedrez no lo era. Botvinnik era un hombre sobrio que, paralelamente a su carrera ajedrecista, eligió la profesión, menos conocida pero más segura, de ingeniero electrotécni­ co. Mientras Bronstein y Smyslov se iban haciendo más y más fuertes en la práctica de torneos, Botvinnik no hacía ninguna partida. Su nuevo objetivo era conseguir el grado de Doctor en Ciencias Técni­ cas. En la Unión Soviética esto significa mucho. No solamente la reputación, sino el sueldo y los honorarios fijados por la ley son mucho mayores. Alekhine tuvo también el diploma de Doctor en Derecho por la Sorbona de París, pero· aquello fue. más por prestigio social mientras revoloteaba por el mundo jugando al ajedrez, en tanto que en Botvinnik era para fines prácticos. Para Alekhine su diploma era necesario a causa del ajedrez; Botvinnik; en cambio, lo quería para el caso de que algún día abandonase el ajedrez. Mas. tanto para uno como para otro. el ajedrez. era la obra de su vida. Botvinnlk se defiende contra su primer retador El doctor Botvinnik jugaba con menos seguridad que el señor Bot­ vinnik. Cuando llegó el momento de defender su título contra David Bronstein en 1951, hacía tres años que no había jugado en un tor­ neo. Pero la seria dedicación a su tarea seguía siendo la misma. Botvinnik tomó un largo permiso de seis meses de ausencia. . . para prepararse. No obstante, esta vez iba a enfrentarse con alguien dedi­ cado por entero a su arte,. alguien que no quería saber nada de «ratos perdidos» y que se entregaba al ajedrez más que cualquier otro de los rivales de Botvinnik. Días de análisis y noches de juego <dmpro­ ductiVOII habían hecho de Bronstein un formidable enemigo. En otras palabras, Bronstein, ganador del primer Torneo de Candidatos, era el mejor preparado. Bronstein no le resultaba en modo alguno agradable a Botvinnik. En muchos aspectos tenían naturalezas muy diferentes. Botvinnik ra­ ramente aparecía en público y siempre se preparaba en la paz de su propio hogar. Bronstein disfrutaba con la barahúnda de un club de ajedrez, jugando partidas rápidas todas las noches. Uno era serio y concentrado, el otro todo nervios e imaginación. desbordante. Las manifestaciones exteriores de la vivacidad de Bronstein le resulta­ ban desagradables al tranquilo Botvinnik: la costumbre de Bronstein de quedarse de pie y mirando el tablero después de cada jugada que hacía, sin darse cuenta en absoluto de la aparente condescendencia de su postura lejos del tablero, incluso el modo como Bronstein to­ maba el té, agarrando la taza con las dos manos. Fotos del match muestran que en los momentos difíciles Botvinnik �e ponia las manos 14
  • 18. en los ojos como pantalla para no ver a su oponente al otro lado de la mesa, no fuese su aspecto o su comportamiento a estorbarle en su concentración. · Bronstein era un jugador muy correcto, como también lo era Botvinnik. Pero tenía también sus debilidades; le gustaba discutir. Botvinnik, un hombre muy suspicaz (¿le hicieron así los tiempos en que empezó su carrera?) propuso una innovación antes de que co­ menzase el match; a saber, que siempre que la partida se aplazase. la jugada secreta se sellara en dos sobres separados, en lugar de en uno como era la costumbre. El segundo sobre sería entregado al ár­ bitro ayudante con objeto de impedir cualquier irregularidad si el árbitro era partidario de uno de los rivales (¡qué idea!) y abría el sobre, haciendo así posible que el jugador alterase la jugada. Botvinnik consideraba que su propuesta era una solución simple y feliz en vista de la importancia del match; y Bronstein estaba en­ cantado por encontrar un tema de discusión. Botvinnik no conocía la debilidad de Bronstein y le irritaba que el asunto fuese discutido durante todo un mes en las negociaciones antes del match. Bronstein analizaba encarnizadamente todas las consecuencias posibles y se complacía si encontraba defectos en la propuesta de Botvinnik. Cada día llegaba un nuevo comentario de Bronstein, y Botvinnik se iba poniendo más y más irritado. ¿Qué pasaba si la jugada escrita en los dos sobres no era idéntica? Botvinnik replicó enojado y breve­ mente: «¡Entonces la persona que lo haya hecho pierde la partida por descuido!» Finalmente Bronstein accedió a las demandas de Botvin­ nik. ¡Pero después de qué negociaciones tan dilatadas! Todavía no tocado por la adversidad, Botvinnik subestimaba el peligro de su encuentro con Bronstein. En realidad. quien lo con­ frontaba era i.ln jugador excepcionalmente experimentado y un atre­ vido psicólogo. David Bronstein había despertado el entusiasmo del. mundo del ajedrez por su encumbramiento asombrosamente rápido y por lo incansable de su imaginación creadora. run espíritu inquieto se enfrentaba a un lógico tranquilo y profundo! La conducta de am­ bos era también muy distinta y estaba de acuerdo con sus tempera­ mentos. El hombre más joven irritaba al hombre mayor. Bronstein nunca se saciaba de ajedrez. Incluso cuando estaba de pie y tomando té. sus ojos seguían fijos en el tablero. Botvinnik. irritado, comentó: -¡Aquí uno juega al ajedrez y allí -señalando la habitación con­ tigua-. uno toma té! Lo que le interesaba a Bronstein sobre todo era el valor táctico de las jugadas. Disfrutaba con una lucha feroz. con la explotación de las debilidades de su oponente y la audacia de su propia imagina­ ción. En su match con Botvinnik. que había estado mucho tiempo sin practicar, Bronstein encontró un rico campo para su táctica psi­ cológica. como no se había visto desde los tiempos del match de Alekhine contra Capablanca en 1927. Jugaba las aperturas que ju­ gaba el mismo Botvinnik, de forma que el campeón del mundo se veía colocado en una difícil posiCión psicológica: ¿cómo debía, jugar 15
  • 19. contra sí mismo? Además, como hombre de gran experiencia en par­ tidas rápidas, Bronstein empezaba a propósito haciendo jugadas mo­ deradamente fuertes y sólo iniciaba las amenazas después de la trigésima jugada, cuando ambos contendientes estaban sufriendo apu­ ros de tiempo. Pescaba continuamente en aguas revueltas. El match se transformó en una lucha intensamente compleja. Bot­ vínnik tenía una voluntad de hierro y gran energía. Utilizaba su colosal experiencia y su estrategia sutil lo mejor que podía, pero sin embargo estas complicaciones imprevistas le cansaban grande­ mente. Los apuros de t·iempo, en el que Bronstein era como un pez en el agua, y la táctica psicológica, en la que Botvinník se veía en­ frentado con sistemas que utilizaba él mismo, lo llevó al borde de la catástrofe. Pero Bronstein mostró una cierta frivolidad y jugó pobremente en los finales, 1o que le costó puntos importantes. Con un esfuerzo supremo, Botvinnik igualó el tanteo con un final de juego lleno de genialidad en que sacrificó un peón sin propósito obvio con objeto de, mucho más tarde -cuando unas tablas pendían sobre su cabeza como la espada de Damocles-. poder probar la ventaja de su pareja de alfiles contra los caballos de su oponente. Sólo así logró conservar el título. La personalidad de David Bronstein y su destino posterior Hay hombres que hacen una religión de su trabajo. Su entrega a su vocación se parece al servicio a una deidad que ellos mismos han creado. No en todas partes está reconocido el ajedrez como una voca­ ción, pero, si este noble juego tiene sus sacerdotes, entonces Brons­ tein ha sido un sacerdote del espíritu del ajedrez. La toma de contacto de Bronstein con una partida era como en­ trar en 1,m trance. A menudo no hacía la primera jugada durante un largo rato y los espectadores se veían obligados a mirar a la pizarra indicadora todavía en la posición inicial. ¿Quizá la partida no había empezado aún? Pero el reloj de Bronstein había estado la­ tiendo, derramando un tiempo que podr�a más tarde resultar pre­ cioso para él. Debía de haber alguna belleza singular. alguna especie de encantamiento que la danza de las piezas evocaba en la inclinada cabeza de aquel joven calvo. En realidad, nunca repitió su record de quedarse mirando las dos filas inmóviles de piezas durante cincuenta minutos, como le pasó en una partida de un match contra Boles­ lavsky. ¿Había perdido el sentido práctico y de la realidad? Final­ mente, «recordó» dónde estaba y empezó a jugar. Venían los apuros c;le tiempo. Bronstein miraba vagamente en torno de él, como con el espíritu distante. Pero luego ocurrió un milagro. A cada una de las jugadas de su oponente llegaba una réplica en la que estaba escondida una chispa de inspiración. El secreto estaba revelado. Hiciera lo que hiciese, sus pensamientos 16
  • 20. estaban continuamente en el tablero. Otros en su situación, mien­ tras miran el tablero, piensan en el reloj. Bronstein, no pensando en el reloj, pensaba únicamente en el tablero. La victoria venía a sus manos. De una manera modesta, con la cabeza inclinada ligeramente hacia la derecha, explicaba a su oponente todo lo que había visto duran­ te la partida. Necesitaba prever todas las jugadas que pudieran hacer las piezas. Estaba lleno de una sed de alcanzar lo inalcanzable. ¿Cuál fue el momento crítico para Bronstein? Mucho más tarde, en Portoroz, en 1 958, tras lo cual nunca t>Udo de nuevo llegar al Torneo de Candidatos. Todo el mundo dirá; «El filipino Cardoso en la última ronda.» No fue así. La decisión ya se había alcanzado en la vigésima penúltima ronda, en la partida de Bronstein con el gran m¡¡estro checoslovaco Filip, de uno noventa y ocho metros de estatura. El joven Bronstein, que estaba tan lleno de ideas como una granada lo está de pipas, celosamente reservó el secreto de su «innovación» para la lucha más importante. Muchos habían jugado ya aquella variante de la Defensa Nimzo-India, creyendo que habían encontrado la solución al eterno problema de los torneos: «Las ne­ gras juegan y hacen tablas.» Estaba claro que tampoco Filip quería evitar esta tentación. Quizá Bronstein habría pospuesto la revelación de su «descubrimiento» para el Torneo de Candidatos, pero ahora se trataba nada menos que de su promoción. Después de las primeras veintisiete jugadas, Bronstein tenía un peón de más y -lo que era en él una maravilla- disponía de abundante tiempo para pensar. Todo parecía claro: Bronstein se clasificaría .Y seguramente no hubo nadie que previera lo contrario. Todo el mundo creía eso. Sólo que Bronstein, al acercarse a la fase final, flaqueó. Filip había conseguido alargar la partida hasta cuarenta y una jugadas. Bronstein tenía que aplazar la partida y en­ contrar el modo de llevar a cabo su ventaja. Pero no. Bronstein no tenía ya paciencia para vivir en la incertidumbre e hizo la primera jugada que le agradó. Cometió el error de tomar el peón y la par­ tida fue tablas. Lo que sucedió con Cardase fue sólo una co ' �secuencia del resultado con Filip. A Bronstein le habían fallado los nervios. Necesitaba olvidar. Ésta debe de ser la explicación del episodio «suici­ da» en que pasó largas horas jugando partidas rápidas con Tal el día antes de la decisión definitiva. Si hubiese derrotado al checos­ lovaco, asegurándose así su posición, probablemente habría derrotado también al filipino. Entonces habría quedado mucho mejor colocado y nadie se habría dado cuenta de que estaba en la agonía de una crisis. Lo vimos un año más tarde en Kiev, en el match Unión Soviética­ Yugoslavia. Modesto, reservado y siempre increíblemente cortés -aun­ que estaba atravesando un período difícil-, seguía siendo el mismo que en los días de su mayor fama. Entonces habían escrito libros sobre él y lo habían llamado «el genio del ajedrez moderno». Pero ahora, cuando el genio había dejado de ser la prerrogativa de un 1 7
  • 21. solo gran maestro, el título de a:el romántico del ajedrez moderno,. le habría cuadrado mejor. Después de un año de divorcio, se había vuelto a casar cuando lo encontramos en Kiev. Esta vez su esposa no era jug¡¡�.dora de aje­ drez, pero había en eso algo que sus amigos y simpatizantes miraban como una buena señal. Lejos de mí decir que los matrimonios de ajedrecistas son indeseables -hay muchísimos ejemplos felices-, pero en el caso específico de Bronstein puede ser que ahora su vida estuviera más equilibrada. Para un hombre tan enamorado de su arte, ésta habría sido una buena señal y por esa misma razón resulta difícil descubrir la causa de sus fracasos. El gráfico de su éxito es enigmático. En 1948 brilló inesperada­ mente en el Primer Torneo lnterzonal y al hacer eso alcanzó a Botvinnik. En el duelo de 1951 el título de campe6ri mundial se le escapó por muy poco. Durante los años siguientes estuvo en la cum­ bre del ajedrez mundial, pero luego empezó la era Smyslov, y Brons­ tein no consiguió ya dominar como en 1950. Por aquel tiempo Smys­ lov quería convertirse en cantante de ópera, pero ni entonces ni más tarde tuvo Bronstein otras ambiciones que la del ajedrez. Sólo ahora se daba cuenta de cuán precioso había sido su mo­ mento de gloria y lamentaba la perdida oportunidad, pero no re­ nunció a la esperanza... basta Portoroz. El sensacional resultado de su partida con Cardoso seguía él considerándolo como un incidente desgraciado, pero le resultaba duro tener que esperar otros tres años para su próxima oportunidad. La continua necesidad de clasificarse es realmente agotadora y extenúa a cualquiera... excepto al detenta­ dor del título mundial. Pero David tuvo además percances recientes: no triunfó en el campeonato soviético en Tiflis, aunque luego, en cierta medida, corrigió su actuación con su triple empate con Smys­ lov y Spassky en el torneo menor internacional de Moscú. Pero luego siguió... Kiev. En vísperas del match con Yugoslavia hubo discusiones sobre el tercer tablero. Taimanov ló reclamaba citando los resultados más recientes, pero la reputación de Bronstein era tal que, en la votación secreta, todos los grandes maestros soviéticos apoyaron a Oavid. Así el dedo del destino decretó que tuviera que enfrentarse con Fuderer, quien tenía sus propias razones para sentirse bien preparado. Fuderer, quien por su carrera universitaria babia adquirido calma interior, alegremente se enredaba en las complicaciones prelimina­ res, pues se sentía seguro en sus cálculos. Pero·Bronstein, que nunca dejaba de estar intrigado por el hecho de que uno pudiese jugar en uno u otro estilo y que casi rezumaba gozo porque su amado juego fuese tan rico en posibilidades, no se hallaba en estado de decidir qué línea era la mejor en el limitado tiempo permitido para pensar. Los insolubles enigmas que continuamente se iban colocando delante de él en el curso de una partida le· proporcionaban un campo inago­ table para la investigación. Quizá dentro de él, el creador. aparecía a veces el gusano de la 18
  • 22. duda y ahora se sentía feliz de que no hubiera motivo alguno para estar desilusionado con su arte, de que el ajedrez sobrepasara la capacidad de su mente para arreglar todo, para clasificar y descubrir la solución por anticipado. En aquello había belleza. Todo gran maes­ tro trata de ·encontrar mediante el ajedrez alguna verdad suya pro­ pia, y para Bronstein la verdad estaba en la belleza. Bronstein estaba constantemente atormentado por un ansia casi dolorosa de crear algo nuevo, de revelar algo desconocido hasta en­ tonces; quizás uno pudiera jugar de esta manera o quizá pudiera hacerse de alguna otra. En esa nostalgia por lo inexplorado, él desafia­ ba a veces todas las reglas establecidas. Su fantasía era un torrente al que no se le podía poner dique. Recuerdo nuestras partidas y los análisis que hacíamos después. Yo miraba con incredulidad las variantes que Bronstein pensaba du­ rante el juego. Era un mundo fantástico en el que mi fría razón, incluso si yo hubiese podido, no habría entrado jamás. Siempre me irritaba un poco que Bronstein, a pesar de todo lo que veía, siempre jugaba contra mí esas jugadas normales que yo mismo habría jugado si hubiese estado en su lugar. ¿Podrían deberse aquellas explosiones de fantasía a que este sentido que antes siempre lo había llevado de vuelta a la realidad, había empezado a debilitarse? ¿Podría él todavía refrenarse antes de que sus vagabundeos imaginativos lo llevasen a senderos peligrosos en los que «moría por la belleza»? La pequeña catástrofe con Fuderer sólo afectó parcialmente la caima interior de Bronstein. En Kiev había acompañado a nuestros jugadores hasta el aeropuerto, cortés y de buen humor. El filósofo y esteta que había en Bronstein seguía entusiasmado por el ajedrez, pero el espíritu del luchador de competiciones flaqueaba dentro de él. Después del 1-3 David me dijo: «Por lo que veo, el ajedrez compe­ titivo no es para mí.» ¿Había encontrado Bronstein un tipo de relación más alta con el ajedrez o era todo aquello la expusión de una crisis temporal? La respuesta no está clara; es una cuestión de gusto personal. Sigue en pie el hecho de que sus partidas, por la riqueza de su contenido y originalidad, han suscitado entusiasmo durante más de dos decenios. Ha tenido mala suerte en el hecho de que la regla que limitaba el número de participantes soviéticos (ya no está en vigor) le privó de su derecho bien merecido a tomar parte en el Torneo de Candi­ datos después del Torneo Internacional de Amsterdam de 1964, donde quedó colocado entre los seis primeros. Botvinnik y su rival durante muchos años: Smyslov Mucho antes de que se convirtiese en campeón del mundo, Mijail Botvinnik había sido el exponente máximo del ajedrez en la Unión 19
  • 23. Soviética. El mundo no había recuperado todavía el sentido después de la devastación de la guerra cuando se vio claro que se había al­ zado en el ajedrez una gran potencia cuyo dominio absoluto no tenía parangón en la práctica de torneos internacionales por aquel tiempo. Mientras tanto, los grandes hombres del ajedrez -Lasker, Capablan­ ca. Alekhine- se habían ido de la tierra d,e los vivos. A partir de entonces el campeonato mundial pasó a ser más o menos el monopolio de un solo país¡ sólo unos pocos de sus colegas más jóvenes de su propia ciudad disputaban el trono mundial a Botvinnik. La hegemonía de Botvinnik en su patria databa ya del período entre las dos guerras, por lo cual el afán de sus nuevos rivales por bajarlo de su �destal era comprensible. Viajaban, juga­ ban, se impacientaban y se encolerizaban en competiciones en el extranjero, mientras Botvinnik permanecía en su casa de Moscú. Cuando llegó el momento de elegir, mediante la recién funda­ da FIDE. un candidato a campeón del mundo, todos pensaban que sería Vasily Smyslov. Desde 1941, cuando tenía veinte años, Vasily estaba considerado invariablemente como el segundo jugador de aje­ drez de la Unión Soviética. Casi todos los campeonatos giraban alre­ dedor de la rivalidad de estos dos: Botvinnik y el que era diez años más joven que él, Smyslov. Smyslov quedó segundo en el match­ torneo de 1948 en el que el ingeniero Botvinnik consiguió el objetivo de su vida de convertirse en el jugador de ajedrez más destacado del mundo. Mientras tanto, el nombre anteriormente poco conocido de David Bronstein brillaba como un meteorito (y también Boleslavsky, aun­ que su ambición quedó rápidament� apagada después de su match eliminatorio, desgraciadamente perdido con Bronstein en el camino hacia Botvinnik). En el Torneo de Candidatos de 1950, Smyslov quedó tercero, pero sintió como si hubiera quedado el último. Se desilusionó hasta tal extremo, que quiso abandonar el ejedrez y convertirse en cantante de ópera. Ingresó en la corta lista de candidatos para el Teatro Bolshoi, pero de pronto recordó que él era, en primer lugar y principalmente, un gran jugador de ajedrez. Vasily se recobró y esperó su oportunidad, que iba a llegar tres años más tarde. Smyslov dominó los dos torneos siguientes por su infalibilidad. ¡Lo mismo en el ataque que en la defensa, Smyslov siempre tenía razón! ¡Durante aquellos seis años tuvo tres matches con Botvinnik! Smyslov era de un temperamento completamente distinto al de Bronstein. Cuando salió a relucir de nuevo la trivialidad sobre el doble sellado de las jugadas, no la consideró digna de una discusión. Se puso inmediatamente de acuerdo con el suspicaz Botvinnik, quien tanta importancia le daba a eso. Comparado con Bronstein, Smys­ lov era menos impulsivo y menos fanático. Bronstein siempre habla­ ba solamente de ajedrez, y esta obsesión suya recordaba a Alekhine. Smyslov, con sus maneras tranquilas y mesuradas, era igualmente aficionado a la música y a otras cosas. Lo que le interesaba a Smys­ lov en el ajedrez eran sus valores objetivos. Así, tenía una técnica 20
  • 24. mejor, un tratamiento mejor del final de juego y una seguridad mayor que la de Bronstein, pero prestaba menos atención a la psicología y quizá tenía menos ideas originales. Smyslov se impuso la tarea, acorde con su carácter, de sobrepasar a Botvinnik no en el campo psicológico y táctico, sino a nivel crea­ dor. Con esa inteneión llevó a cabo el enorme trabajo de escribir unas ochocientas de Las partidas más importantes de Botvinnik con comentarios sobre su juego en las diversas fases. Con objeto de pre­ pararse concienzudamente, Smyslov quería que el match comenzase lo más tarde posible, pero a Botvinnik no le agradaba tener que jugar el final del match durante la estación cálida en Moscú. Final­ mente convinieron en que el match empezaría un mes antes de lo que habría deseado Smyslov. El sistema y el juego metódico son rasgos inseparables del ca­ rácter de Botvinnik. La importancia que él atribuía a su preparación se demuestra con un ejemplo. Antes del match, Botvinnik estaba descansando en su villa de verano cerca de Moscú y cotidianamente salía a dar un paseo al mediodía durante dos horas. Un día un equi­ po de operadores vino de Moscú y, como suele ocurrir, la preparación de los aparatos se retrasó un poco. Cuando llegó la hora de su paseo y de sus ejercicios de respiraCión profunda, Botvinnik se puso im­ paciente. Miró su reloj y dijo al grupo de periodistas y operadores que tenía que dejarlos. Siempre recorría el mismo camino, contando las inspiraciones que hacía. No prestó atención alguna al equipo que había perdido el día y se quedaba con un palmo de narices. Botvinnik parecía no confiar en nadie, ni siquiera en su segun­ do. Después de su primer match con Smyslov escribió, ocultando prudentemente su exasperación, que Smyslov había hecho �<amplios progresos en su método de preparación» pues tres veces había refu­ tado los análisis secretos de Botvinnik, jugando sin titubeos. Botvin­ nik hizo luego la sutil proposición de que Smyslov compartiese sus preparaciones analíticas con otros jugadores en una serie de con­ ferencias por el país, para promover el ajedrez soviético. La pro­ puesta era aguda, pero el inocente ayudante de Botvinnik, Kan, un homt;Jre muy recto como todo el mundo reconocía, se sintió algo más que desgraciado a causa de la escondida alusión. Botvinnik, quien nunca se iba lejos de Moscú para no tener que romper su rutina diaria, ciertamente COQSideraba que le debía mucho a su planeada explotación de la energía de trabajo. Esto se refleja tanto en las facetas fuertes como en las débiles de su estilo de juego. En el juego posicional, que puede reducirse a un sistema, Botvinnik era un incomparable virtuoso y contendiente de torneo. En posicio­ nes de carácter indeterminado, por el contrario, no se sentía seguro. Smyslov reveló esta debilidad en la vigésima partida del match, cuan­ do creó una tensión de peones en el centro y en ambas alas. Bot­ vinnik no estaba en posición más débil, pero no podía soportar el pensamiento de que no sabía qué podría surgir de aquella situación y se apresuró a introducir claridad en la estructura de peones y a 21
  • 25. establecerla. Esto fue en desventaja suya y una de las principales razones de su derrota en esta partida. El campeón del mundo no ganó sus dos primeros matches contra sus adversarios -Bronstein (195 1 ) y Smyslov ( 1954)-, pero retuvo su título por un resultado de empate. Así, los tres jugadores tenían alguna razón para jactarse de una victoria moral. Sin embargo, Bot­ vinnik, quien no podía olvidar los días gloriosos de su supremacía, anhelaba otras pruebas morales y se quejó de las reglas de la FIDE que le favorecían, ya que en caso de empate retenía su título de campeón del mundo. Al mismo tiempo se aprovechó de tales reglas. En la última partida del primer match, cuando Botvinnik estaba en posición más fuerte, Smyslov ofreció tablas y Botvinnik replicó: «Me hace usted una oferta tan atractiva, que me es imposible rehusarla.» ¿Era esto para justificarse él mismo o quiso él decir alguna otra cosa? Aunque no había ninguna especial atracción mutua, sin embargo Botvinnik y Smyslov eran en muchos aspectos similares: en su con­ ducta reservada y en su tendencia a elegir continuaciones objetivas. Cada cual se atenía a sus propias ideas de. acuerdo con su gusto ajedrecístico, y en los dos matches siguientes la victo.ria fue para quien jugó mejor. Más sobre Smyslov... en el papel de excampeón Si puede resumirse a un hombre por una sola característica, enton­ ces la más adecuada para Smyslov como jugador de ajedrez sería la seguridad. No sólo por su método de juego, sino también por sus movimientos corporales, Smyslov da esta impresión. Alto .y de consti­ tución fuerte, anda con firmeza y asentamiento, su manera de hablar es mesurada, pero no condescendiente, sus modales lentos y dignos. En cualquier cosa que dice hay siempre un matiz de delicada ironía. No es pomposidad, sino buen humor, que quizá brota de la creencia de Smyslov de que está por encima de las pequeñas debilidades humanas. El humor de Smyslov es un humor sin malicia y nace de su pro­ pio sentimiento de imparcialidad. Si bien es un artista en ajedrez. es también un científico. Nunca se ha interesado por trucos psicoló­ gicos, sólo por valores objetivos. Es característico que, quizá por prejuicio, Smyslov durante mucho tiempo consideró la Defensa India de Rey como un sistema semicorrecto en el que las negras no pres­ tan suficiente atención al espacio. Mientras casi todos los grandes maestros soviéticos han debido muchos de sus éxitos a este sistema de juego, Smyslov permaneció fiel a sí mismo y resistió la moda general durante varios años, aunque eso proporcionaba claras ven­ tajas a sus rivales. Durante largo tiempo otros ocuparon el primer lugar, pero Smyslov obstinadamente continuó yendo por su propio 22
  • 26. camino. Era como si él creyese: lo que yo creo no lo borrarán ni el tiempo ni nuevos análisis. Cuando pasó la moda de sistemas fijos, había llegado el momento de Smyslov. Smyslov hace sus jugadas tan fríamente como si sus pensamien­ tos no estuvieran acompañados por ninguna clase de emoción. Sin embargo no es ningún autómata, sino un hombre. Cuando sus adver­ sarios tratan de ponerle las cosas difíciles, empieza involuntariamente a asentar sus piezas con mayor énfasis. ¿Está enfadado con algo de su oponente, o de sí mismo? Que nunca pierde la cabeza se mostró en un banquete en Suiza. A Smyslov le pidieron que cantara, ya que la música era el interés de toda su vida aparte del ajedrez. Le acompañaba un coro aficio­ nado de funcionarios provincianos suizos que se habían esforzado, como una sorpresa para la fiesta, en aprender una canción rusa. Smyslov. sin turbarse, cantó 1<Stenka Razin» con su fuerte voz de barítono, como si no se diese cuenta de los estridentes sonidos que le asaltaban. Con asiduidad cantó su parte de solista, dejando que el «coro de Cosacos Suizos» hiciera lo que quisiese, y luego una vez más reanudó la melodía. Aunque el gran maestro era la figura de la noche, los que estaban presentes aguardaban el final del coro. Ni por un momento se mostró Smyslov confuso. Aceptó con calma su parte de aplausos y volvió a sentarse a su mesa. ¿En qué estado de espíritu apareció Smyslov en su tercer Torneo de Candidatos en 1959 en Yugoslavia, ahora como excampeón mun­ dial? Smyslov era el único de los participantes que no se hacía ilu­ siones. Había tenido que descender con objeto de procurarse la opor­ tunidad de volver a su antigua posición. En su fuero interno es pro­ bable que estuviese irritado con Botvinnik, quien había inventado su derecho a un match de desquite y lo había impuesto en 1957, me­ diante el indiferente Congreso de la FIDE, precisamente en el mo­ mento en que su primer derrocamiento del trono estaba a la vista. Si los resultados de los dos motches de ambos en 1957 y en 1 958 (cuando Botvinnik recobró su título) se hubiesen fusionado, Smyslov incluso tendría una partida a su favor. ¿Qué clase de situación había surgido? Botvinnik, sentado intoca­ blemente en Moscú, todavía conservaba sus derechos, en tanto que Smys!ov, el excampeón mundial, estaba nivelado con los demás y tenía que peregrinar por el mundo, sufriendo una vez más la más feroz competencia de otros grandes maestros antes de que pudiese crear la posibilidad de desquite, que Botvinnik había obtenido tan simple y fácilmente. Era muy agotador. Como Smyslov dijo en pú­ blico en Kiev, esta vez tenía que destruir la ley de probabilidades y por tercera vez salir victorioso en el Torneo de Candidatos, lo que era una �<tarea bastante difícih), Dos fotos, encontradas por casualidad en algún opúsculo, suscitan pensamientos sobre la caducidad de la fama. En una de ellas, Smys­ lov, cargado con una «simbólica» pero enorme guirnalda de laurel alrededor de los hombros. está frunciendo el ceño y excesivamente 23
  • 27. digno; mirando recto al frente como si contemplara el cumplimiento de sus sueños, �amo si fuera consciente de que el campeonato del mundo era suyo por derecho. Había logrado mucho en un decenio y sus esfuerzos se habían visto coronados por el éxito, después de su segunda tentativa, en seis años. En la otra foto se ve a Smyslov sa­ liendo a la calle, sonriente y excitado, como nuevo campeón mundial, rodeado por una multitud admirativa. Nada sino el éxito da a un rostro una expresión tal de satisfacción y serenidad. Todo esto se perdió rápidamente en un momento de natural e inevitable relajación. El tácito enfado por la injusticia de su posición no podía servirle de nada. Durante muchos años venideros no con­ seguiría obtener sus derechos no reconocidos «Es muy difícil ganar el primer puesto en el Torneo de Candida­ tos aunque sólo sea una vez>>, dijo alguien antes de Amsterdam en 1956, «y dos veces es imposible». Smyslov realizó lo «imposible». Cuando se trata de un hombre como éste, uno que se sienta ante un tablero de ajedrez como una roca inamovible, la ley de probabili­ dades pierde valor, pero solamente una vez. Durante seis años luchó estoicamente con sus rivales y con Botvin­ nik, hasta que al fin, en 1957, le arrebató el título en el noveno año del reinado de Botvinnik. Que la totalidad de ese esfuerzo sobrehu­ mano fuese barrida después de sólo un año, fue un golpe que podría descorazonar a cualquiera. Después del match perdido, Vasily apareció por primera vez en el extranjero en la Olimpíada de Munich en 1958. Los curiosos espe­ raban algún cambio en el excampeón de treinta y siete años de edad, que hasta recientemente había dominado la escena internacional. Sin embargo, la soberana calma de Smyslov era imperturbable. Su reac­ ción parecía más bien de asombro por el hecho de que hubiese podido ocurrirle la pérdida de la oportunidad. No le echaba tanto la culpa a estar en baja forma como a su mala salud durante el match de desquite. Eso era una señal de que aún no había perdido la voluntad de que, como Sísifo, quería una vez más empujar hacia arriba la misma roca por la misma colina y que, si era necesario, jugaría toda­ vía un cuarto o un quinto match con Botvinnik. Pero el tiempo barrió todo aquello. En 1960, Smyslov estaba esperando en los aledaños, por primera vez sobrepasado por otros. Había necesitado dos victorias en el Tor­ neo de Candidatos, dos matches con Botvinnik ( es decir, el doble que sus rivales) para llegar a ser campeón del mundo. Y luego. . . sus laureles habían permanecido verdes durante un año solamente. Mas para el match de desquite habría necesitado un año de des­ canso, de fama y de satisfacción social, colmado de hospitalidad a ambos lados del océano. Smyslov había tenido que renunciar a todo aquello y pensar constantemente -y en contra de su voluntad- en su gran rival. Parecía que Smyslov, en la secuencia lógica de las cosas, había iniciado una nueva época. Inesperadamente, incluso para el mismo Smyslov, el saludable Botvinnik surgía de su tumba exca- 24
  • 28. vada demasiado precipitadamente y volvía a restaurar el viejo orden de cosas. Smyslov tuvo que dar un paso atrás, hasta el sitio donde había estado antes: el Torneo de Candidatos. La traviesa táctica de Tal asestó a la supremacía del estilo de Smyslov un golpe aun más duro. De nuevo otros dos pasos atrás: ¡hasta el principio mismo! Después de un largo tiempo, Smyslov volvería a aparecer en los campeonatos soviéticos. Sólo después de eso llegaría el Torneo Interzonal, luego el Torneo de Candidatos. ¡Cuán terriblemente distantes estaban de pron­ to Botvinnik y Tal! Hubo quien le preguntó a Smyslov: -¿Quién es su adversario más peligroso? -En el ajedrez, como en la vida, un hombre es su propio adver- sario más peligroso. -¿En qué proporción desempeña el ajedrez un papel en su vida? -En un cincuenta por ciento. (El otro cincuenta por ciento era probablemente cantar ópera.) -¿Qué es su mayor ambición? -Nada. He abandonado todas mis ambiciones. Mediante el ajedrez expresaba sus pensamientos; mediante el can­ to, sus emociones. Había tenido que abandonar el canto a causa del ajedrez, y el ajedrez significaba un camino enmarañado de espinas, mucho más largo que lo fuera nunca antes. En la ceremonia de clausura de la Olimpíada de Leipzig de 1960, ambos rivales ganaron copas. Botvinnik estaba sereno; había tenido el mejor resultado en el segundo tablero, lo que él consideraba como una señal esperanzadora antes de su match de desquite con Tal. El rostro de Smyslov reflejaba la reacción opuesta. También había vuelto del estrado con una copa por el mejor tanteo como. . . ¡primer tablero reserva! Su expresión valía por volúmenes enteros. Nunca vi a Smyslov tan reservado como en aquella Olimpíada. Pero sus pasos estaban llenos de energía, eran claramente los de un hombre que arde de impaciencia por restaurar las cosas en su de­ bido sitio. Raramente hablaba; como si cada palabra que pronunciase signi­ ficara un debilitamiento de su resolución. Era el suyo un largo ca­ mino. Tenía que empezar literalmente desde el principio. . . Pero daba la impresión de que su voluntad hubiese flaqueado. En Europa no encontramos con frecuencia a Smyslov en los si­ guientes años. Durante dos temporadas ajedrecísticas viajó mucho por la América latina, obteniendo los primeros puestos en todos los tor­ neos: en Argentina, Chile .Y Cuba. Entretanto, perdió, con asombrosa facilidad, su match en la primera ronda del torneo de candidatos, como si quisiera desembarazarse de matches oficiales lo más pronto posible. Se esperaba que jugase con Botvinnik. Pero Botvinnik anun­ ció su retirada en el último momento y, en lugar del ceviejo Misha>•, apareció Efim Geller, probablemente el más difícil adversario de Smyslov, pues Geller lo había derrotado en un match del Campeonato 25
  • 29. Soviético (seis tablas y una victoria) y eso muchos años antes, cuan­ do Smyslov estaba en la cúspide de su gloria y parecía casi in­ vencible. Geller era de baja estatura, pero físicamente robusto en extremo (era un excelente jugador de baloncesto) y Smyslov escogió un extra­ ño método de preparación antes de encontrarse con él en el tablero; el alto y tranquilo Smyslov recibió lecciones de boxeo. Pero, como sabemos, todo fue en vano. Entre los grandes jugadores hay algunos dedicados completamente al ajedrez y sólo al ajedrez, en tanto que otros tienen distintos intere­ ses o por lo menos aficiones. Smyslov pertenece, desde luego, al se­ gundo grupo. Uno saca la impresión de que él quería llegar a ser cantante de ópera más que ninguna otra cosa, pero sus dotes excep­ cionales lo transformaron en campeón de ajedrez. No tenia ninguna otra profesión más que el ajedrez. Sin embargo, siempre permaneció dividido dentro de sí mismo. Hay algo extraño en la personalidad de Smyslov. Está dispuesto a hacer unas tablas rápidas, incluso con blancas, como por ejemplo con Reshevsky en Mar del Plata o conmigo en Montecarlo. Otras veces gana haciendo sus usuales jugadas simples (¿son realmente tan sim­ ples?) cuando adivina que el momento está maduro. Podría pensarse que es perezoso por naturaleza; no obstante, entre los maestros con­ temporáneos, es él quien ha inventado el mayor número de nuevas ideas básicas en la Ruy López, Francesa, Caro-Kann, Gambito de Dama aceptado, Defensa Eslava, Nimzo-India, Defensa Grünfeld, Aper­ tura Inglesa e incluso en sistemas irregulares. Tiene un genio in­ tuitivo para mantener el equilibrio o tomar la iniciativa. Tiene tam­ bén un talento excepcional para los finales, pero no muestra ningún interés por la paciente memorización de variantes. como el moderno ajedrez competitivo requiere cada vez más.
  • 30. z BOTVINNIK·TAL 1959-1961 Tal aparece en escena En 1 959 vino a Yugoslavia un joven moreno de veintitrés años de edad y de mirada llameante, cuya carrera meteórica recuerda vívida­ mente la de Bronstein en el período 1948-1950. Vino con la idea de que a todo el mundo hay que tratarlo igual, lo mismo si se trata de Benko que de Olafsson o el joven Fischer o incluso Smyslov y Keres. Mijail Tal era muy inteligente y había aprobado todos sus estu­ dios tres años antes del tiempo normal. Sin embargo, implacables analistas están todavía buscando una explicación al fenómeno de que alguien, incluso en el siglo XX, pudiese ganar torneos como si los nombres famosos no le importasen un ápice. Los analistas hacen ma­ lévolamente la disección de las combinaciones de Tal y con tono de victoria señalan este o aquel fallo. Tal era aficionado a un irónico juego de palabras y contestaba ingeniosamente: -Me comparan con Lasker, lo cual es un honor exagerado. ¡Las­ ker cometía errores en todas sus partidas y yo solamente en una sí y en otra no! En la antigua Esparta, antes de dejarle partir para la guerra, una madre le decía a su hijo al entregarle su escudo: «¡O con él o sobre él» Este slogan lnmisericordioso podría haber sido adoptado por los grandes maestros desde que Tal apareció en los torneos. ¿Alguien quie­ re ser el primero? Entonces. que abandone todas sus costumbres y persiga sin respirar. . . a Tal. Durante seis años, el infalible Smyslov mandó en la palestra inter­ nacional y habían llegado a establecerse ciertos códigos de <ebuen comportamiento:.. Los grandes maestros se respetaban mutuamente entre sí. La impenetrabilidad con las negras y una cierta eficiencia cuando uno tiene la iniciativa con las blancas eran las claves para el éxito en las más potentes competiciones. El porcentaje de puntos que obtenía el vencedor no .era muy alto ni los otros contendientes eran sus víctimas desventuradas. 27
  • 31. Entonces apareció Tal, quince años más joven que Smyslov. «Pe­ caba» grandemente, pera rara vez se le amonestaba, e impuso un ritmo feroz en los tanteos. Entre los demás competidores reinó un sentimiento de «carnicería». Ei acostumbrado número de tablas dis­ minuyó de repente y las discusiones sobre si el ajedrez estaba agoni­ zando desaparecieron de modo espontáneo. Los demás, al perseguir a Tal. se superaban a sí mismos y ganaban más partidas que nunca, asegurándose su éxito. . . en el segundo puesto. ¡Infortunado Keres! El torneo de Yugoslavia fue el punto culmi­ nante de la obra de su vida. Con aquellos dieciocho puntos y medio de unos veintiocho posibles, habría quedado el primero en las tres competiciones precedentes de este tipo: en Budapest en 1950, en Zu­ rich en 1953 y en Amsterdam en 1956. Ni siquiera esta vez, a sus cuarenta y tres años de edad, iba a lograr su soñado match contra Botvinnik. La siguiente comparación muestra hasta qué punto Keres había mejorado su segundo puesto de Amsterdam tres años antes, donde, descontando las tablas, había tenido una derrota y tres victorias. Ahora, en Yugoslavia, seis derrotas, pero quince victorias, esto es, ¡en lugar de dos, nueve de más! Pero, ¿de qué le servía, cuando Tal estaba allí con sus veinte puntos? Bobby Fischer estaba furioso. En el banquete me dijo: «iEn cuatro partidas estaba yo en posición ganadora y las perdí todas ante Tal!» El análisis, en efecto, muestra a veces una falta de consistencia en las partidas de Tal. Cuando ganó el campeonato soviético por primera vez, todos gruñeron: (<¡Ha tenido una suerte endiablada!lt El amar­ gado Taimanov incluso amenazó con abandonar el ajedrez si Tal vol­ vía una vez más a ser campeón soviético. Cuando aquella sucedió, Taimanov, prudentemente, se olvidó de su amenaza. ¿Tenía Tal suerte? Su estilo le hacía tenerla. ¿Qué pasó, par ejem­ plo, en el Torneo de Candidatos en su partida con Smyslov? Éste lo había superado estratégicamente. Tal siguió complicando el juego. Smyslov ganó una pieza. Tal continuó complicando la partida. Smys­ lov, finalmente, se metió en apuros de tiempo, cometió un error y en dos partidas ganó sólo medio punto. Muchos pensarán que ya es hora de mencion�r algunas de las bri­ llantes victorias de Tal. Como ejemplo de la frialdad de nervios de Tal en coyunturas peligrosas, consideren su partida contra Olaf�son en la décimooctava ronda del Torneo Interzonal de Portoroz en 1958. Tal estaba amenazado por la derrota. Macilento por los repetidos apu­ ros de tiempo, el delgado rostro ascético del rubio islandés parecía estar hecho enteramente de ojos. Había, en efecto, energía bastante aún en aquel joven alto, exageradamente delgado, pero, faltándole tiempo para pensar, cometió un error que le proporcionó al joven campeón soviético una posibilidad de continuar su resistencia al día siguiente. Tal no podía permitirse perder, ya que ello amenazaría su margen de puntos ganadores. Resultaba interesante observarlo en su nuevo 28
  • 32. papel. Siempre había aprobado con éxito sus exámenes en las asigna­ turas de «ataqueJ, «combinación» o «sacrificio». pero ahora tenía que escribir pacientemente su ensayo sobre el tema «cómo lograr unas tablas» en una posición difícil contra Olafsson. Para el estudiante de Riga de veintidós años de edad, aquel exa­ men desagradable constaba de dos partes. Primeramente. análisis de la partida aplazada. tste mostraba que las negras perdían en todas las variantes. Quedaba un solo cable para el hombre que se estaba ahogando: la psicología del tablero. Tenía que elegir una continua­ ción que, teniendo en cuenta el carácter de su oponente. constituyese la mayor sorpresa, y las réplicas naturales de las blancas serian justa­ mente aquellas jugadas que eran erróneas. El examen de una defensa resultaba penoso para el agresivo Tal, pero lo aprobó brillantemente. Sabía que después de ocho jugadas correctas por Olafsson sería inútil proseguir la lucha, pero se com­ portó como si aquello le fuera indiferente, jugó con rapidez y, como siempre, se metió en el terreno del enemigo. La tercera jugada del vivaz Tal llegó como una sorpresa para Olafsson y le hizo perder el equilibrio. A la cuarta jugada de las negras, Olafsson replicó «natu­ ralmente», pero de modo incorrecto y las incómodas negras se apun­ taron el precioso medio punto con rápidas y confiadas jugadas. Un doble esfuerzo era siempre necesario para hacer caer a Tal de espaldas en el mate. Su segundo, Averbach, ingeniosamente lo comparaba a un luchador que pelea vigorosamente, forcejea, hace un quiebro y de pronto se tuerce y ¡ya está!, su adversario, que ha es­ tado ejerciendo todo el tiempo presión sobre él, queda ahora debajo. Recuerdo mi propia partida con Tal en Zurich. Yo nunca le había ganado y lo conseguí sólo porque adiviné la mejor jugada posible en un momento en que no me quedaba ya tiempo para pensar. Aquella usuerte>> no era accidental. Era fruto de la inagotable faci­ lidad de Tal para encontrar respuestas inesperadas. A esto debe aña­ dirse su espíritu de lucha. Nuestro cuarto enfrentamiento tuvo lugar en el Torneo de Candidatos; yo había encontrado una combinación salvadora que a Tal se le había pasado por alto. ¿Qué hizo él enton­ ces? Rehuyó la combinación normal, porque eso me habría propor­ cionado una clara línea de acción. Aceptó el riesgo y cambió su dama por dos torres. tl podría haber, incluso, perdido pero contó audaz­ mente con mi extremada falta .de tiempo para pensar. ;Con toda ra­ zón! Pronto cometí un error catastrófico. ¿Cómo era posible destruir las normas existentes? ¿Cómo podía la acumulada experiencia de más de cien años de práctica en torneos internacionales ser olvidada de pronto y ser borrada toda la defensa técnica enormemente aumentada? Todo aquello continuaba. Lo que Tal hacía era poner de manifiesto la verdad vieja de un siglo de que los grandes maestros no son enciclopedias de ajedrez, sino hombres de carne y hueso. Estas «revelaciones» no son tanto cuestión de la inteligencia o de algún enmarañado razonamiento psicológico de Tal como producto 29
  • 33. de su manera de ser. Tal no puede jugar si piensa que su adversario se siente sereno. Por tanto, lo importante para Tal no es si tiene un peón o una pieza de más o de menos. Es esencial que su oponente se vea confrontado con nuevos problemas que deben ser resueltos «ab initiot. Su contrincante ha parado todas las amenazas de Tal. ¿Qué debe hacer éste entonces? Tal tiene otro tiro en la recámara; sacrifica una pieza. Lo hace por intuición, sin calcular las consecuencias. ¿Está Tal convencido en ese momento de la corrección de su aventurada idea? Quizá lo está (se quedó atónito cuando la combinación que urdió contra Fischer no logró un premio de belleza, sin darse cuenta de que su sacrificio contenía un fallo). Pero esto no es lo importante. Su objetivo es desconcertar a su oponente; siempre que éste salve un escollo, debe verse enfrentado con otro. Sólo entonces se siente Tal a salvo; si su arriesgado pensamiento no está del todo justificado, en­ tonces la fatiga de su oponente o la falta de tiempo ayudarán su propósito. Recuerdo el reconocimiento que de esto me hizo Tal en Zurich. Lo frené en seco cuando rechacé su oferta de tablas después de la apertura. La seguridad de su oponente significaba su inseguridad. Lo inaccesible de mi posición le irritaba. Aunque yo no podía hacer nada él no se dio cuenta. No tuvo paciencia para esperar y en lugar de eso sacrificó un peón. Aquello fue mi oportunidad. Así pues, ¡nunca le ofrezca usted tablas a Tal! Sería tanto como revelarle la momentánea debilidad en que usted se encuentra y que él ha estado aguardando ansiosamente. Consideremos sus encuentros con Keres en el Torneo de Candidatos de 1 959. En tres ocasiones Keres consolidó su posición. Tal no puede sopor�ar posiciones cerra­ das en que su oponente se sienta seguro, y en esas tres veces sacrificó un caballo. ¡Tres derrotas innecesarias! En una única partida Keres cometió el error de ofrecer unas tablas. Tal no estaba en mejor posi­ ción, quizás incluso peor, pero a pesar de sus malas experiencias rehusó la oferta. Al final su adversario terminó por titubear. Aquel día Tal ganó. Ése fue el punto decisivo en su lucha por el primer puesto. Des­ pués de la primera mitad, jugada en Bled, Keres tenía un aspecto sombrío, aun cuando iba a la cabeza del torneo, como si conjeturase que una ventaja de medio punto era un obstáculo ridículamente pe­ queño para Tal. Éste tomó el mando en Zagreb desde el comienzo mismo. Tal se decidió por la lucha a ultranza. Les hizo saber a Fischer, Benko y Olafsson que tenia el propósito de aniquilarlos por 4-0. Per­ dían la serenidad cuando jugaban con éL Eso era lo que quería Tal. Cada vez que se movía. hacía perder los nervios a sus adversarios con su continuo caminar alrededor de la mesa y sus paradas a las espaldas de aquéllos. Cuando jugaba con Tal, Benko se ponía gafas oscuras para demostrar simbólicamente que no quería ver a su adver­ sario. A Tal le gustaba el humor (en la universidad su tesis fue la 30
  • 34. sátira) y él también se puso gafas oscuras de una forma grotesca. La cprotestu de Benko se transformó en una comedia que despertó risas generales en la sala. En Belgrado, Keres hizo todo lo que pudo por alcanzar a Tal. Pero !ue derrotado ppr Smyslov, quien, el día anterior, no había consegui­ do hacer lo mismo contra TaL Ambos pertenecían á otra generación, tenían otro estilo, y el reservado Keres le dijo en broma a Smyslov: -Tú, Vasily, estás de parte de Tal. Al final, Keres hizo lo imposible. Tal, ya perdiendo, concibió una astuta celada de jaque mate. El metódico Paul estaba en guardia y la vio. Derrotó a Tal con negras, pero aquello no era bastante. Sin embargo, dos rondas antes del final, surgió un momento crítico cuan­ do Tal jugó contra Fischer. Por primera vez Tal tenía un aspecto ansioso. Pero Fischer no supo estar a la altura de las circunstancias. Todo acabó como se esperaba. Parecía que los demás se habían preparado mal. Habían estudiado sistemas en lugar de estudiar a los hombres con los que iban a com­ petir. Había comenzado otra época. El portaestandarte de esa época era Tal. Quizá la historia estaba repitiéndose. En sus propios tiem­ pos, también Lasker babia sid-o subestimado. No tuvo discípulos y no había añadido mucho a la teoría del ajedrez. No obstante, fue el mayor jugador de torneos de todos los tiempos y campeón del mundo durante veintisiete años. Cuando le preguntaron a Tal de quién era seguidor, replicó que de Bronstein. En verdad, por su estilo y la riqueza de su imagina­ ción, recordaba a Bronstein más que a ningún otro. Pero Tal estaba enamorado de la lucha y de su resultado deportivo y Bronstein lo estaba de la herencia creadora que la lucha legaba. Así se llegó a la situación paradójica de que Bronstein, el maestro. renegaba de su discípulo de más éxito, Tal. ¿Qué era lo que a Bronstein no le gustaba en Tal? Sobre todo su juego rápido en la apertura. La velocidad insólita, casi desdeñosa con que Tal hacía sus jugadas de apertura formaban parte de su com­ bate técnico, fastidiando, provocando y azuzando a su oponente. Para Bronstein, esto constituía una imperdonable superficialidad, una falta de esfuerzo por conseguir la chispa creadora. Bronstein era por natu­ raleza prudente y se limitó al comentario de que Tal tenía sus pro­ pias razones para su conducta. En una partida real, a David solía faltarte tiempo para resolver en sus fases críticas todos los proble­ mas que se le presentaban. Sin embargo no estaba conforme con la actitud pragmática de reservar su energía basta más tarde. ¿Por qué fue Tal en aquel tiempo el luchador que tenía más éxitos en el mundo jugando torneos? Como Lasker, veía muchísimo y, como Bronstein, tenía una imaginación más viva que los demás grandes maestros. Aunque lo opuesto a Smyslov, Tal, con sus éxitos en los torneos, era el sucesor directo de aquél y, por su estilo y carácter, era lo opuesto a Botvinnik. ¿Le sucedería? 31
  • 35. En vísperas del match Botvinnlk-Tal Un match es diferente de un torneo. Considerando las debilidades objetivas de Tal, Bronstein, en vísperas del primer match Botvinnik­ Tal, previó que el nuevo aspirante tendría que cambiar de estilo para aquella ocasión. En Yugoslavia, Tal había sacado puntos de jugadores inferiores y no contra sus iguales. Muchos dudaban que Tal pudiese desarrollar sus cualidades en toda su extensión cuando se viera rechazado por la estrategia férrea de Botvinnik. ¿Estaban equivocados? Tal tenía extraordinaria expe­ riencia y en el torneo de partidas rápidas de Belgrado, por ejemplo, recordaba al dios Siva. Mientras su adversario estaba tanteando con la mano en busca del reloj, Tal ya había jugado y apretaba su botón, de forma que su adversario¡ hablando en general, no conseguía hacer que el reloj de Tal corriese durante la partida. Había que recordar el match Botvinnik-Bronstein de diez años antes, al que el match inminente por el campeonato mundial se .pare­ cía como un huevo a otro huevo. ¿No habían extenuado a Botvinnik las ideas tácticas de Bronstein y casi lo habían llevado al borde del abismo? En una partida, Botvinnik incluso llegó a tener una torre de más ( ¿no recuerda esta situación creada por Bronstein a una de Tal?) y sólo hizo tablas. ¿Cuántas combinaciones peligrosas no sería capaz de imaginar Tal? Había parecido que el duelo titánico entre Botvinnik y Smyslov continuaría todavía durante largo tiempo hasta que el de más edad, siguiendo el curso natural de las cosas, se retirase. De pronto había intervenido un tercero en discordia: Mijail Tal. ¿Quién dice que la historia no se repite? Todo estaba pendiente de un hilo, como cuando Bronstein había aparecido. ¡La misma velocidad, los mismos primeros puestos: Rlga, Moscú, Portoroz, Zurich, Belgrado! El mundo aún no se había recobrado de su asombro y Tal ya había llegado hasta Bot­ vinnik. Pero esta vez el aspirante era veinticinco años más joven. ¿Podría Botvinnik, ahora diez años más viejo que cuando había jugado contra Bronstein, soportar una vez más la presión a que Bronstein lo había sometido? Los grandes maestros soviéticos, por extraño que parezca, a pesar de la inclinación humana a anhelar un cambio, estaban unidos en sus augurios contra Tal. ¿Qué era lo que no les gustaba en él? Tal los había sobrepasado a todos ellos, casi como bromeando. Al mismo ·tiempo no había probado suficientemente su superioridad sobre sus rivales soviéticos en encuentros individua­ les. Quizá no les gustaba el temperamento de Tal que le impulsaba a éste a jugar de una manera especulativa, por intuición. Cada uno de ellos estaba preocupado por lo que la generación venidera pensaría de la creatividad de los mismos, pero Tal parecía como si no estu­ viese interesado por el valor de la contienda, sino sólo por el resul­ tado del encuentro. De aquí el deseo de todos de que alguien le diese, por fin, a Tal una lección; ese hombre era Botvinnik. Por primera vez el aspirante no era de Moscú. Esto introducía 32
  • 36. un cambio considerable en la recoleta atmósfera hogareña. El joven, sólo de veintitrés años de edad, era ya concejal, y Riga estaba dis­ puesta a levantarle una estatua. Había sido donado un edificio como centro ajedrecístico y se había promovido un periódico estatal de ajedrez. No le bastaba con publicarse mensualmente, sino dos veces al mes, en contraste con el de Moscú. Durante el torneo de Yugos­ lavia, la calle principal de Riga estaba abarrotada de gente, y cada jugada de Tal se comunicaba por teléfono. ;Nada de este tipo había ocurrido nunca en Moscú! No cabe duda alguna de que Tal estaba a la vez contento y an­ sioso de jugar con Botvinnik. Hay una historieta de que en cierta ocasión en que estaba Botvinnik de vacaciones en Letonia, Tal, un niño entonces, llegó a la casa veraniega de Botvinnik con un tablero en la mano y pidió jugar una partida con el campeón. Le dijeron que Botvinnik estaba durmiendo y que no se le podía molestar. La ambición largamente acariciada del niño se había hecho ahora reali­ dad (hasta entonces nunca se habían encontrado a un lado y otro del tablero) . Los que conocían a Botvinnik calculaban que s i el campeón del mundo no conseguía crear una sólida ventaja por su mayor conoci­ miento del juego en la primera mitad del match, Tal le ganaría. Se recordaba que en la segunda parte de su match de desquite con Smyslov, Botvinnik, inmerso en el análisis y algo fatigado, se había olvidado del reloj y había sobrepasado el límite de tiempo estand·o en una posición ganadora. Un golpe así podría ser fatal si Botvinnik no llevaba ya varios puntos de ventaja. O bien citemos su primer match con Smyslov en el que Botvinnik había tenido una eufórica salida, pero sólo consiguió empatar. Aun­ que estaba en excelentes condiciones físicas y parecía más joven de lo que era en realidad, probablemente Botvinnik seria el que se can­ saría primero en este su quinto match por el título mundial. Por tanto, el campeón debía comportarse desde el principio como una ardilla cuando se acerca el invierno, o por lo menos eso era lo que se pensaba entonces. . . Siempre había sido un misterio cómo este ingeniero técnico que aparecía en público como jugador de ajedrez una vez cada dos años no había experimentado nunca ninguna pérdida de «forma». ¿Cómo era posible que estuviese siempre en tan magnífica capacidad prácti­ ca, más que ningún otro, ·a pesar de los largos intervalos que ningún gran maestro se permitía? ¿Cómo era que las leyes que afectaban · a otros no le afectaban a él? No aparecía ante un tablero durante diez, veinte meses y, sin embargo, desde su primera partida en público, estaba completamente integrado con la nueva atmósfera, no se mostraba afectado por difi­ cultades de tiempo y normalmente jugaba con mucha exactitud. El campeón del mundo no ocultaba su secreto. . . o al menos una parte del mismo. Conseguía cuatro meses de permiso. Se preparaba. estudiaba la teoría de aperturas de su oponente. Intensificaba su en- 33 1. - CAM PP.ONATO� MUNOO
  • 37. trenamiento físico. Su paso era firme, una prueba sorprendente de su régimen estricto. Parecía un milagro. Pero el «milagro» era el tremendo trabajo preparatorio que Botvinnik llevaba a cabo y su dedicación a la tarea escogida. Sólo Botvinnik era capaz, durante meses, día tras día, de jugar exhaustivos matches privados de los que no extraía ninguna ventaja obvia y de los que el mundo nunca sabría nada. Algunas de estas partidas podían repetirse en un torneo efectivo como, por ejem­ plo, la famosa victoria de Botvinnik sobre Spielmann en Moscú en 1935 en sólo once jugadas, o algunas de sus victorias en el match­ torneo de 1948 cuando se convirtió en campeón del mundo. En estas ocasiones los adversarios de Botvinnik parecían contrincantes desar­ mados contra un campeón armado hasta los dientes. ¿Quién era el ttsparring-partnen (o eran varios) ? Ni siquiera sus amigos más íntimos lo sabían. Se suponía que en una ocasión lo fue Ragozin, luego Averbach, ahora quizá su entrenador oficial: Goldberg. ¿O quizás elegía a sus «partnes» según las circunstancias; esta vez Bronstein o Geller, los más parecidos a Tal? ¿Eran muchos o sola­ mente uno? Todo está envuelto en el velo del misterio. Botvinnik, muy cauto por naturaleza, no confiaba ni siquiera en sus colegas más allegados, y su entrenador o entrenadores estaban como ligados por un voto de silencio y, si puede haber habido varios, probablemente ni siquiera lo sabía el uno del otro. La suspicacia innata de Botvinnik tenía también su razón lógica; si cualquiera traicionaba el contenido de las preparaciones de Botvinnik, el campeón mundial se habría en­ contrado, en grado considerable, inerme ante su retador. Había una disparidad intrínseca entre sus métodos de entrena­ miento y su afán de seguridad.. Él no podía renunciar a la coopera­ ción con otros durante su preparación, pues eso habría significado que más tarde, en el curso de la contienda, tendría que dejar mucho al azar, y el espíritu concienzudo de Botvinnlk no perdonaría nunca la aceptación de cualquier sistema que él no hubiese probado en secreto y comprobado a fondo. Al mismo tiempo. Botvinnik no podía menos que sentirse atormentado por dudas. En el prefacio al libro sobre su primer match con Smyslov en 1954, Botvinnik no pudo abstenerse de claras alusiones. Por motivos de tacto no dice nada directamente. Sólo cita tres ejemplos del match en los que introdujo nuevas jugadas a las que Smyslov, ante la cons­ ternación de Botvinnik, encontró las mejores réplicas casi sin re­ flexionar. Botvinnik luego { ¡y con qué ironía!) añade que Smyslov puso de manifiesto nuevos métodos de preparación en sus aperturas. Antigua­ mente. las preparaciones se hacían contra el repertorio conocido del propio adversario, pero Smyslov había dado <<Un paso más adelante» y se había preparado también ¡para lo que su adversario se proponía jugar! ¿Qué quería decir Botvinnik con este «paso más adelante>)? Qui- 34
  • 38. zás en un tiempo se refería a Kan y luego, qu1zas, ¡a Simagin! Si­ magín había sido una vez segundo de Botvinnik y más tarde había entrenado a Smyslov. El desconsolado Simagin se quejaba a todos los amigos de Botvinnik de haber sido injustamente atacado y de que Botvinnik se había confundido. Simagin pensaba que, si no por su l'ionor personal, al menos por el tiempo que había transcurrido entre los dos matches, los conocimientos que él mismo pudiera tener se habían quedado anticuados. ¿En qué consistía el método de entrenamiento de Botvinnik? Él era incomparable en el análisis y muy probablemente él mismo había trazado el programa y dividido el trabajo en partes. Puede suponerse que después de que se jugara la partida de entrenamiento, Botvinnik no cambiase impresiones con su segundo, sino que guardase para sí sus preciosos hallazgos. ¿Cómo se preparó Tal para enfrentarse con semejante adversario? ¡Tomó parte en un torneo! ¿Es que no le bastaba con los dos meses del Torneo de Candidatos en Yugoslavia? Quizá no. El torneo si­ guiente fue en Riga. Así cumplió su obligación con su ciudad natal que lo trataba como a su «hijo predilecto». Tal incluso sufrió derrotas. Tal vez eso le hirió, ahora que todo el mundo esperaba de él que fuese el primero. Quizá significó poco para él. Lo importante era que Botvinnik no podía rehuirlo y que el mntch con el que había soñado cuando niño se haría una realidad. ¿Cómo reaccionaba Tal, entonces solamente con veintitrés años, a fracasos temporales? Como un gato, que siempre aterriza de pie sin que importe desde dónde lo arrojen. Una pequeña catástrofe perso­ nal en el Spartakiad Soviético no le impidió, un poco más tarde. conseguir su mayor triunfo en el Torneo de Candidatos en Yugosla­ via. En Riga actuó moderadamente, si tenemos en cuenta que era el favorito. Sin embargo, con su acostumbrado humor, aquello no ejer­ ció en él ningún efecto psicológico adverso respecto a su match con Botvinnik. Pero una cosa está clara: Botvinnik empezó a pensar sobre Tal mucho antes de que Tal empezara a pensar en Botvinnik. Habrá al­ gunos que dirán que Botvinnik era un hombre serio y Tal un incura­ ble optimista, pero sería más correcto decir que había entre ellos un gran abismo en años, temperamento, estilo y formación intelectual. Tal era joven. No había tenido que hollar el espinoso sendero de Smyslov. Todo le había llegado fácilmente, y de una vez. ¿Por qué habría de pensar en dificultades y en que, quizá, tuviese que jugar dos matches con Botvinnik en los dos años siguientes? Era muy po­ sible que él. como Smyslov. subestimase un poco a Botvinnik. Esto no era una cosa mala para el comienzo. pero podía ser mala para el final. El campeón del mundo creía, y no del todo sin razón, que él era el más fuerte y tenía una férrea intención de demostrarlo, sin que importase lo que sucediera en el curso de la lucha. . . 35
  • 39. Tal, campeón del .mundo Pocos expertos podian prever semejante estilo y semejante resultado al comienzo del primer match Botvinnik-Tal en 1960. Un empate era suficiente para que el campeón mundial retuviese su título, y habría sido razonable ver a Botvinnik conservando el equilibrio cautamente con las negras y buscando con las blancas los puntos débiles del re­ pertorio algo dudoso de Tal. ¿Qué sucedió, sin eJ"Qbargo? Ya en la primera partida, aunque lle­ vando las negras, Botvinnik jugó vigorosamente en busca de una victoria desde la primera jugada. Desafiando las leyes de la lógica del ajedrez de que la iniciativa d�be estar en el jugador que conduce las piezas blancas, Botvinnik jugó como si deseara barrer a Tal de la faz del tablero aun antes de que se cruzasen los primeros golpes. ¿Por qué semejante impaciencia? ¿Se había infectado Botvinnik de la condescendiente actitud que muchos grandes maestros soviéticos mostraban hacia Tal a causa de su carrera meteórica, su juego <<Ca­ prichoso», su creencia optimista en su «buena estrella11 ? ¿O tenía du­ das Botvinnik sobre su propio aguante. basándose en su experiencia de matches anteriores y quería acumular una gran ventaja al princi­ pio y asegurarse así una reserva suficiente para la segunda parte del match cuando su adversario, mucho más joven, podría tener la ini­ ciativa? Como quiera que fuese, esta táctica agresiva acabó en la derrota completa de Botvinnik en la primera partida. Quizás el juego de Tal podría criticarse por su falta de abstractos principios filosóficos, pero Botvinnik nunca debería haberse atrevido a subestimar el enorme ta­ lento especulativo de Tal y su insuperable capacidad para compren­ der la verdadera naturaleza de posiciones complicadas de tipo desco­ nocido y para encontrar las soluciones más viables con increíble ra­ pidez y facilidad. Quizás aún más desagradable para Botvinnik que el cero en sí fue el hecho de que Tal tuviese suficiente con hora y media de tiempo y que le hubiese despachado de modo sumario en treinta y dos jugadas. La proeza de Tal al demoler las concepcio­ nes de Botvinnik y desbordarlo en el tablero es digna de todo respeto, siendo así que el viejo Mijail había comprobado sus innovaciones teóricas en largos análisis en casa antes de la partida. Muchos consideraron la pérdida de la partida corno un casual error táctico cometido por Botvinnik. Puede ser que tuvieran razón; en las cuatro partidas siguientes Botvinnik tomó la iniciativa. Pero la herida psicológica sufrida por el campeón no iba a curarse tan fácilmente. En cualquier caso, Tal no necesitaba adquirir confian­ za en sí mismo y su primer encuentro con Botvinnik era justamente lo único que le faltaba en aquel momento. A partir de entonces, Tal adquirió ventaja y nunca la perdió. Es bastante extraño que la temprana ventaja de tres puntos de Tal pareció tener menos importancia que su posterior ventaja de dos puntos. El resultado 5-2 podía considerarse como una crisis -de di- 36
  • 40. mensiones desconocidas hasta entonces, pero transitoria- para Bot­ vinnik. Sin embargo, siguieron dos victorias de Botvinnik. Luego, en el momento del triunfo de Botvinnik, Tal inesperadamente asumió la iniciativa y de nuevo aumentó su ventaja. Si el primer acto del drama podía considerarse como casualidad, con el tercer acto no se podía hacer lo mismo. En eso radicaba la presión psicológica de la ventaja de Tal que en la fase siguiente pesó con doble fuerza sobre Botvinnik. Después de la undécima partida en la que Botvinnik, deprimido por su papel pasivo a lo largo de toda ella, dejó escapar una posibi­ lidad de salvar un «desmedrado» medio punto, el campeón mundial se sintió exhausto. Ejerció su derecho a aplazar el nuevo encuentro hasta tres días más tarde, de forma que pudiera recobrarse de sus grandes esfuerzos y del infeliz resultado y una vez más concentrar su vigor para repetir su hazaña de la octava y novena partidas. Botvinnik, visiblemente de refresco gracias a sus tres días de des­ canso, se sentó ante el tablero con la resolución de un hombre que quema los últimos cartuchos. Su estado de ánimo no podía haber sido un secreto para nadie y sobre todo no lo era para Tal. Fiel a su táctica de oponer en toda ocasión a su adversario el tipo de juego que más le pusiera nervioso, el primer objetivo de Tal fue desconcertar las Intenciones agresivas de Botvinnik -nada más- y así disminuir el resurgido y belicoso entusiasmo del amenazado campeón del mundo. ¿Qué sucedió? Los dos grandes contendientes adoptaron posiciones clásicas, Botvinnik porque tenía razón en creer que en eso consistía su ventaja sobre su más joven y menos experimentado retador, y Tal porque, en contra de su costumbre usual, no quería correr el menor riesgo. Sólo que su voluntad todavía poderosa indujo al exhausto Botvinnik a creer que podía destruir la fortaleza de su oponente ahora atrincherado. Así, la duodécima partida dejó de ser una contienda normal en la que leyes claras impusiesen el resultado y se transformó en un duelo psicológico entre los dos hombres de distintos caracteres. Botvinnik creía que aquél era el momento en que debía enzarzarse con Tal, y Tal estaba convencido de que si por su parte lograba imprimirle a aquella partida un tono tranquilo y pacífico, sus esfuerzos se verhm fácilmente coronados por el éxito. Cada uno estaba inmerso en sus objetivos psicológicos y ninguno de los dos veía ya la posición real en el tablero. Cada cual estaba entregado solamente a sus propios de­ seos. La duodécima partida se transformó así en una tragicomedia de dos rivales exhaustos. Botvinnik creó algunos puntos débiles en el centro negro, y Tal intentó algunos amagos en el flanco del rey. En realidad, Botvinnik, que creía en el valor perdurable de sus concepciones estratégicas, era el único que atacaba, y Tal, que estaba obligado a preparar un ata­ que contra el rey blanco, realmente sólo deseaba defenderse, tratando de equilibrar sus posibilidades mediante el contrajuego y establecer un equilibrio dinámico en el tablero. Cada uno estaba influido por el papel que había elegido, por lo 37
  • 41. cual ninguno de los dos vio la verdad real. Botvinnik jugó sin con­ vicción y no explotó la mayoría de sus posibilidades después del im­ preciso juego de apertura de Tal. Sin embargo, continuaba conside­ rando la iniciativa como suya. Tal, en su forma acostumbrada, tan pronto como la partida se fue complicando, se recuperó y rápida­ mente corrigió sus errores iniciales. Pero no se había dado cuenta de que ya tenia ventaja y, con sólo un deseo en su corazón. . . ofreció unas tablas. Botvinnik, naturalmente (!?), rehusó. No le quedaba nada, si quería ganar, más que tomar un peón indefenso en el flanco de dama. Lo tomó y como resultado apartó su dama del centro de la lucha. Tal se enfadó por la obstinación de su adversario y jugó con rapidez. La primera j ugada fue excelente. Botvinnik tenía su «res­ puesta• lista. Ahora Tal podría sacrificar una torre y llevar al rey blanco no protegido a una red de mate. En cualquier partida rápida habría visto eso. La combinación era muy simple, muy por debajo del nivel de las que Tal generalmente improvisaba en el tablero, pero estaba cegado por su nuevo papel defensivo en el match. No estaba pensando en la victoria, sino en el modo más breve de conseguir unas tablas. Jugaba rápidamente, para demostrarle a su adversario que no podría ganar. No vio -con gran asombro de todos- el sim­ ple sacrificio de torre. jY eso por parte del mejor táctico de la época! Se apresuró a poner rumbo hacia un puerto tranquilo y pasó por alto las respuestas de su contrincante. Botvinnik permanecía con un peón de más, pero no selló la mejor jugada y, después del aplaza­ miento, Tal logró las tablas. Ambos habían cometido tantos errores, que el final quizá fue un final justo. Agotados por el análisis y por todo lo que había ocurrido en la partida anterior, Tal y Botvinnik, en la partida décimotercera, hi­ cieron sus primeras «tablas de grandes maestros». Después de dieci­ séis jugadas y dieciocho minutos, Tal propuso las tablas. En vista de la posición, el desilusionado Botvinnik no tenía motivos para negarse. No logró recobrarse antes del final del match y perdió el título. De repente, para sorpresa del mundo del ajedrez ¡Tal era campeón! Botvinnik se encontró en una posición embarazosa mientras el mundo aguardaba que se decidiera a pedir un match de desquite. Sólo en un match por el campeonato del mundo había sido aún mayor la diferencia de edad entre los dos competidores. En 1894 Steinitz tenia treinta y dos años más que Lasker y nunca había reco­ brado su título. Sin embargo, Botvinnik estaba todavía en la cúspide de su poder y a nadie le era licito atreverse a establecer una analo­ gía. Pero el peligro estaba allí. Se llamaba. . . Tal. Como campeón del mundo, Tal siguió siendo el mismo de antes: el niño mimado del público. Después de la hegemonía de Botvinnik, llena de dignidad y respeto, Tal de un modo u otro rebajó la institu­ ción de campeón mundial y se puso más cerca de los amantes ordi­ narios del ajedrez; cualquiera que quisiese podía jugar ajedrez de 38
  • 42. café con el campeón del mundo hasta altas horas de la noche. ¿Cuán­ do había sucedido nada por el estilo? En la Olimpíada de Leipzig, Botvinnik, como si hubiese cambiado de costumbres bajo la influencia de Tal, a menudo permanecía hasta el alba en el saloncito de su ho­ tel. Los más experimentados decían que esto era por su edad; cuan­ rio uno se va haciendo anciano resulta más difícil acostarse pronto. Todo el mundo pensaba que a Tal el título no se le había subido a la cabeza. Era popular por no haber cambiado. ¿No había cambiado en realidad? Tal había logrado encumbrarse sin tener en cuenta nada ni a nadie. Ahora no quedaba ninguno a quien pudiera no hacerle caf!o. ¿Cómo podria adaptarse a su nueva posición? El match de desquite «Es el mayor optimista del mundo», me dijo una vez uno de sus amigos, refiriéndose a Botvinnik. Sin embargo, ni sus amigos ni sus enemigos creían que pudiese reconquistar el título que le había arre­ batado el hirviente Tal. No obstante, en el banquete de Leipzig, el rostro de Botvinnik resplandecía desde la mesa donde estaba sentado el equipo soviético; acababa de recibir la copa por el mejor tanteo en el segundo tablero. En realidad, era la primera vez en su vida en que jugaba con el se­ gundo tablero en el equipo soviético. Sin embargo irradiaba alegría. Necesitaba una prueba tangible de su creencia en sus propias facul­ tades. Ahora la tenía. Un americano escribió una vez un libro titulado «La vida empieza a los cuarenta años». Botvinnik podria haber añadido: «iNo, a los cin­ cuenta!» Los cumpliría en marzo, cuando una vez más se sentaría frente a Tal. Nadie creía en Botvinnik. . . excepto Botvinnik. Uno de­ bería haberlo conocido mejor si sintiese como él sentía. . . En abril de 1961 se puso en claro que el joven campeón mundial quería darle al match de desquite el carácter de una continuación de la segunda mitad de su match anterior. Entonces Tal había ido a la cabeza en puntos y no le había permitido a Botvinnik la posi­ bilidad de alcanzarlo. A pesar del hecho de que el curso de este nuevo match no se con­ formaba a este plan y de que Botvinnik iba en cabeza después de las primeras cuatro partidas, Tal decidió perseverar en su táctica. En cierta medida eso significaba retirarse a la defensa y falta de deseo en asumir riesgos. No cabe ninguna duda de que este tipo de juego en el que las posiciones surgían con características claramente definidas, se aco­ modaba de modo insuperable a Botvinnik. Su lógica tenía la clari­ dad del cristal y su estrategia era más rectilínea que la imaginación errática de Tal. ¿Por qué se aferró Tal tan obstinadamente a la Nimzo-India, el 39
  • 43. arma de los jugadores sólidos, inadecuada a su estilo pirático? Per· dió su primera partida (con negras) . Tal consideró que no había que echarle la culpa a la apertura. Sin embargo, perdió la tercera par­ tida también. Tal reconsideró que había que mejorar la apertura. Debía jugar de un modo más preciso. Creía que Botvinnik con blan­ cas persistiría en su camino bien trillado. Así pues, Tal confrontaría a Botvinnik con su mejora y de este modo sacudiría la confianza de Botvinnik de poder lograr algo con blancas. Tal introduciría su pro­ pia variante y más tarde o más temprano podría corregir la dife­ rencia de puntos. Sin embargo, el método psicológico de <<desgaste» no dio resul­ tados. Botvinnik seguía jugando de modo muy parecido -o sólo un poco diferentemente- y era siempre Tal el que se encontraba en­ frentado con nuevos problemas. No quería reconocer que estas posi­ ciones se adaptaban mejor al estilo de Botvinnik. Sin embargo, Tal consiguió salvar las tablas con un peón de menos y se dio por satis­ fecho. En la próxima ocasión aumentaría aún más la altura de la barricada. En la sexta partida, Tal, con blancas, empezó con grandes espe­ ranzas. En la partida cuarta había conseguido por primera vez ani· mar y complicar el juego -aunque entonces no había podido conse­ guir mucho-- y esta vez creía que tendría más suerte. Consideraba que ya era una gran cosa haber conseguido apartar a su adversario del sendero familiar. Pero, ¡desilusión!, aunque Tal aportó algunas innovaciones, Bot· vinnik construyó una posición impenetrable. Una vez más, las blan­ cas quedaron «devastadas». pero Tal creía que al final .acabarían imponiéndose. En la séptima partida, ¡sorpresa! El contrincante más vteJO, aun­ que llevaba ventaja de puntos. fue el único todavía dispuesto a arros­ trar un riesgo e impuso un ritmo cálido a su oponente. Con el pro­ pósito de aumentar aún más la diferencia y de crear así una reserva para el final, cuando el aguante del hombre de más edad pudiera ser puesto a prueba, Botvinnik mostró audacia y una capacidad aún mayor de proporcionar algunos disgustos a su rival. Una vez más la defensa Nimzo-India, pero Botvinnik, con blan­ cas, abandonó su variante anterior, que Tal ahora conocía bien. y en lugar de ella jugó la Saemisch de doble filo. Botvinnik también la había jugado en el primer match, con poco éxito, pero. . . también hay golpes de sorpresa. Esta vez Tal no se lo había esperado. ¿Se sacaría Botvinnik algo de la manga? Otra dificultad para Tal con­ sistía en que ahora unas tablas eran apenas suficientes. El joven campeón se decidió por otra continuación menos estudiada. Botvinnik estaba en su elemento. Tal había comprometido su posi­ ción y su encontraba débil en los dos flancos. Enfrentado con cre­ cientes dificultades, Tal se decidió a tomar un peón que se le ofrecía. pero aquello sólo sirvió para apresurar el fin. Botvinnik golpeaba como una maza. En mala situación, Tal se vio incapaz de ofrecer ni 40
  • 44. siquiera una mínima resistencia. Su peor derrota. . . y la victoria más rápida de Botvinnik. En el momento en que parecía que Tal no tendría fuerzas para recobrarse de esta doble conmoción, cuando estaba jugando superfi­ cialmente e iba por detrás en puntos, ocurrió algo insólito: Tal ganó su primera partida. Por alguna extraña razón, Botvinnik permitió que su Caro-Kann se transformase en la Defensa Francesa con una jugada de retraso. La consecuencia es que fue derrotado en la octava partida con la misma brevedad con que había derrotado a Tal dos días antes. La excitación creció. Tal sintió también que habin llegado et mo­ mento de golpear. En la novena partida. por primera vez, Tal jugó vigorosamente con negras. ¿Qué significaba aquello? ¿Era una subestimación de su oponente de más edad q de las leyes que reinaban en el tablero, o sólo un farol desesperado? Tal se dedicó a la caza de peones y descuidó su de­ sarrollo. No fue difícil para Botvinnik refutar una concepción tan ingenua. Al final fue el joven quien se quedó con un peón de menos. Aún tenía posibilidades de tablas. pero se defendió débilmente. Éste no era el Tal del año anterior, La iniciativa era una vez más de Botvinnik. En la décima partida, Tal aún alimentaba la esperanza de repetir su hazaña de la octava partida y de crear así la atmósfera de tensión que faltaba. Pero Bot­ vlnnik había recobrado la moral. Ya no insistió en sus ideas precon­ cebidas, sino que se atuvo a la línea convencional. Tal empleó. una vez más el farol de un ataque furioso de peones y -para un cam­ peón del mundo- jugó erróneamente la posición. Su alfil peregrinó por el flanco equivocado y la lógica de Botvinnik, como siempre en situaciones semejantes, fue inexorable. Era el borde de la catástrofe. ¿Lo aceptaría Tal así? Se esperaba que elegiría una de las armas con que podría golpear los puntos dé­ biles de Botvinnik. Pero Tal las olvidó o no pudo encontrar ninguna. En la undécima partida apareció desmoralizado y jugó mansamente por unas tablas. ¡en un momento en que tenia tres puntos en contra! Para Botvinnik el match se había convertido en un agradable entre­ tenimiento. No era inteligente por parte de Tal jugar una posición simétrica con un tiempo de menos y no disponiendo de ninguna ame­ naza. Ni siquiera los alfiles de distinto color pudieron salvarle. El match no había terminado. Pero estaba claro que Botvinnik regresaría a su trono, y eso significaba el final de la más repetina rama en el ajedrez de la postguerra. Sin embargo, resultaba difícil creer que éste era el mismo hombre que había ganado tan fácilmente en tantos torn�os y que. incluso había derrotado a Botvinnik en un· match. Quizá Tal estaba obsesionado por sus propios errores, lo mismo que lo había estado Botvinnik cuando había perdido. Sólo que, ¿a qué se debía esta falta de entendimiento de ciertos principios esen­ ciales de las sesenta y cuatro casillas? 4 1
  • 45. El verdadero soberano: Mijall Botvinnik La hazaña de Alekhine había sido sobrepasada. Botvinnik, con cin­ cuenta años, había logrado por segunda vez recuperar su título per­ dido. Alekhine había abreviado la designación de «título supremo» por la de «su título». Después que lo había recobrado de manos de Euwe, solía decir: «He recuperado mi título.» No estaba en la naturaleza de Botvin­ nik decir una cosa semejante. Pero lo mostraba por sus acciones. Sólo un hombre de tremenda voluntad que no había cesado nunca y nunca cesaría de creer en sí mismo podía haber derrotado a un adversario después de haber sido derrotado por éste un año antes. En verdad, todo había estado en contra de Botvl.nnik. Ni siquiera Smyslov le había infligido derrota semejante. El hecho de que des­ pués de la novena partida del primer match con Tal no pudiese ganar ni una sola más le daba a uno la impresión de una verdadera catás­ trofe personal. En semejante situación, ¿querría ni siquiera tratar de obtener el desquite sóbre su rival, que tenía también la irrevocable ventaja de tener sólo la mitad de años que él? Botvinnik no hizo entonces co­ mentarios. Antes, una vez, en una situación similar contra Smyslov, había pospuesto su réplica hasta el último momento posible. Aquello había irritado a Smyslov, como también le irritó la explicación pos­ terior de Botvinnik de que jugaría «ante la insistencia de sus amigos». Esta vez, Botvinnik había contestado a las preguntas sobre el tema con la declaración de que necesitaba antes que nada estudiar sus partidas con Tal y si resultaba que todavía llegaba a la conclu­ sión de que tenía una posibilidad razonable en un match de desquite, enviaría el desafío. Tomó buen cuidado de comportarse modestamente en público y de no mostrar amargura en el momento de su caída. No quería aparecer como una declinante «prima donna» que hubiese perdido todo sentido de medida y que no estuviese dispuesta a aceptar el hecho de que «SU tiempo babia pasado». Pero la ominosa verdad que se le apareció clara a Botvinnik fue la de que perdía con más frecuencia a causa de graves errores en la quinta hora de juego, cuando le sobrevenía el cansancio. En realidad, la decisión había es­ tado tomada cuando Botvinnik, con la cabeza agachada y mirando el suelo con espíritu aparentemente humilde, felicitó a Tal por su victo­ ria. Tal, por el contrario, sonreía extáticamente mientras la cámara registraba la escena. La cámara se había equivocado. ¿Iba a retirarse Mijail Botvinnik ante un recién llegado al que quizá reconocía el mundo del ajedrez, pero no sus viejos colegas en la patria, cuyo jefe había sido Botvin­ nik durante tres decenios? Desquite, eso era inevitable. Debía intentarlo todo mientras tuviese aliento en el cuerpo. Desde la época de su match fatídico con Smyslov hasta la actualidad, Bot­ vinnik había encanecido considerablemente, pero su salud aún seguía sirviéndole bien, una recompensa por la fiel observancia de un régi- 42
  • 46. men estricto que no permitía ningún titubeo ni pequeñas debilidades humanas. Fue el primer ejemplo entre los grandes maestros desde l a época en que éstos todavía llevaban barbas, para quien el entrena­ miento físico y los paseos monótonos significaban parte de un siste­ ma de torneo cuidadosamente considerado y elaborado eh todos los detalles. Su filosofía del ajedrez no era ningún secreto. Escribió que si la Acústica era una ciencia que informaba al mundo sobre los sonidos, la Música un arte que revelaba la belleza de ese mundo, y si la Ló­ gica era una ciencia que revelaba las leyes del pensamiento, entonces el ajedrez era un arte que ponía de manifiesto la belleza de la Lógica. Por eso apreciaba sobre todo la integridad de la creación ajedrecís­ tica y no podía permitir errores que, por inevitables que pudiesen ser, estropeaban la belleza de la partida. Con todo su anhelo, Botvinnik, a pesar de la conmoción de su derrota de un año antes, no podía renegar de su fe en el ajedrez, la obra de su vida y lo que le era más querido. No es muy probable que Tal se diese cuenta de la clase de hombre con que tendría que enfrentarse en el segundo encuentro. Sobre la base del primer match, Tal tenía toda clase de razones para subestimar el peligro. No sólo eso, sino que el nuevo campeón había respondido a todo requerimiento y no se había preocup�do por el paso del tiempo o por las preguntas sobre su salud, siempre algo sospechosas. Probablemente se habría comportado así incluso si no hubiese sido despreocupado por naturaleza, arrastrado por la alegría de su juventud en la que todo le babia caído tan fácilmente entre las manos. En contraste con el primer match, había ahora algunos Tomases dubitativos que no apostaban· por el joven. Estaba claro que ante el tablero se sentaría a un lado un gran ifnprovisador, y al otro el ver­ dadero campeón del mundo, aunque por el momento no detentara el título. ;Qué fantástica metamorfosis la de Botvinnik en el curso de sólo un año! Aquellas preparaciones, aquel entrenamiento en secreto, de­ bieron de haber sido tremendos. puesto que habían cambiado los pa­ peles en semejante medida. Botvinnik aparecia de pronto en la cús­ pide de sus facultades, en tanto que Tal, el mejor jugador del mundo de partidas rápidas, caía en apuros de tiempo. Muchos acusaron injustificadamente a Tal de frivolidad. Esta vez simplemente no tenia posibilidades contra una personalidad que con­ cedía tan enorme importancia al contenido de la creación ajedrecís­ tica y al título de campeón del mundo. ¿Cuáles fueron entonces los motivos para semejantes oscilaciones en la forma de Botvinnik en sus matches a lo largo de un solo de­ cenio? Botvinnik mismo da alguna explicación en su breve autobio­ grafía, donde dice: «Yo, por tanto, tengo dos vocaciones: el ajedrez y la ingeniería. Si solamente jugase al ajedrez, creo que mis éxito's no habrían sido significativamente mayores. Sólo puedo jugar bien al 43