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VIAJE POR LA NOCHE DE LOS DIFUNTOS

Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que
banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente
banales.
Miguel Delibes

Abríguense esta noche de noviembre los que osen salir de su segura morada.
Hará frío de ánimas capaz de helar al mismo fuego. Es la noche de Ellos, de
aquellos que vuelven al mundo embozados en la oscuridad de los siglos. No
somos nosotros quienes los visitamos en sus cementerios, son Ellos quienes nos
vienen a visitar y penar, para dejarnos una sombra de condolencia encima de
nuestras tumbas de vida.
Los que opten por permanecer en sus hogares, acérquense al fuego que siente los
crujidos de esas pisadas cercanas, y escuchen la voz pausada de la literatura
que se acercó al temblor de esas ánimas.
Feliz viaje -y retorno- para ambos.
Gustavo Adolfo Bécquer, en su leyenda “El Monte de las
ánimas”

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el
doble de las campanas; su tañido monótono y eterno
me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco
en Soria. (…)
La noche se acerca, es día de Todos los Santos y
estamos en el Monte de las Ánimas. (…)
Ese monte que hoy llaman de las Ánimas,
pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a
la margen del río. Los Templarios eran guerreros y
religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el
rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la
ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que
así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por
algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde
reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los
segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas
prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los
otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron
de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por
sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de
cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último,
intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró
abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se
enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana
de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren
como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman
espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto
impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le
llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
(…)
José Zorrilla, y su Don Juan Tenorio.
Nos vamos a Sevilla. Tiemblen los burladores de mujeres,
provocadores de hombres y retadores de dioses. Aquellos a los que
escarnecieron y asesinaron regresarán de su morada eterna para
venir a convidarlos a un festín mortal:

ESTATUA.
Aquí me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
DON JUAN:
¡Jesús!
ESTATUA:
¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre
plato con sus calaveras?
DON JUAN:
¡Ay de mí!
(…)
ESTATUA:
Aprovéchale con tiento,
(Tocan a muerto.)
porque el plazo va a expirar,
y las campana doblando
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.
(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)
DON JUAN:
¿Conque por mí doblan?
ESTATUA:
Sí.
DON JUAN:
¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA:
Los salmos penitenciales,
que están cantando por ti.
(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.)
DON JUAN:
¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA:
Es el tuyo.
DON JUAN:
¡Muerto yo!
Paremos en la capital del reino, Madrid. El último
romántico español que nos acompaña en este viaje
durante esta fría noche es Mariano José de Larra. Se
unió muy pronto a esta comitiva de ánimas, a sus 28
años, tal y como se intuía en un artículo de costumbres
titulado “El día de difuntos de 1836” que escribió tres
meses antes de suicidarse:

Hoy, día de difuntos de 1836, (…)
Un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida
existencia.
-¡Día de difuntos!- exclamé. (…)
Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas
en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso
salían de las puertas de Madrid!
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo
espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid.
Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia,
cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza
o de un deseo (…)
¿Os movéis para ver muertos? (…) ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente
veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando
vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única
posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos
no serán alistados, ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen
bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de
imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se
atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa
ley de la Naturaleza que allí los puso, y ésa la obedecen. (…)
Incluso los versos de los poetas tañen a muerto. Las campanas
del amor han enmudecido. Nos acercamos a Huelva. La
hipersensibilidad del de Moguer, Juan Ramón Jiménez, le hace
desear ser un ánima más vagando por esas calles iluminadas
por la luna llena de la Noche de todos los Santos en su
poema “Viento negro, luna blanca”:

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
– ¡campanas que están doblando! –
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero, ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
– ¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario! –
Sentimentalismo, frío.
La ciudad está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.
Seguimos el viaje por esos cementerios castellanos
austeros de barro y campo.
Nos detenemos en
Salamanca. El silencio de los difuntos es violado por las
risas y lloros de los vivos tal y como denuncia el
vehemente Miguel de Unamuno en su poema “En un
cementerio de lugar castellano”. No osen hacerlo. Su
alma no fue de poeta pero sí supo captar ese sentimiento
trágico de la vida… y de la muerte:

Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
(…)
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
(…)
Crucemos el Atlántico. Los románticos estadounidenses
también sintieron a los espíritus de la muerte, y mejor que
nadie, Edgar Allan Poe, en su poema “Espíritus de la
noche”. Estos os buscarán si estáis vivos u os acompañarán
si estáis muertos. Tienen una cita en la tumba de piedra
gris:

Tu alma, en la tumba de piedra gris,
estará a solas con sus tristes pensamientos.
Ningún ser humano te espiará
a la hora de tu secreto.
¡Permanece callado en esa soledad!
No estás completamente abandonado:
los espíritus de la muerte, en la vida te buscan
y en la muerte te rodean. (…)
Juan Rulfo

Y desde América del Norte nos dirigimos a la Central, a Méjico, a visitar
a Juan Rulfo y a su novela “Pedro Páramo”. ¿Qué ocurre si entramos esta noche
en el pueblo de Comala? Lo encontraremos vacío de vivos y repleto de ánimas
en pena vagando por sus calles. Comala es un cementerio vivo, ¿se atreven?:

Lo que acontece es que se la pasan encerrados. De día no sé qué harán; pero las noches se las
pasan en su encierro. Aquí esas horas están llenas de espantos. Si usted viera el gentío de
ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir, y a nadie le
gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar
porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría
un pedazo de Padrenuestro.
Wenceslao Fernández Flórez

Regresemos de América y desembarquemos en la mítica y
mágica Galicia. Introduzcámonos esta noche en “El bosque
animado” de Wenceslao Fernández Flórez. Con toda seguridad
nos saldrá al paso el labrador Xan de Malvís, convertido en el
bandido “Fendetestas” y su peor sueño, Fiz de Cotovelo, ánima
en pena que vaga por el bosque y que se animará a seguir a la
Santa Compaña de ánimas difuntas. ¿Nos unimos al grupo?:

Cierta noche, sentados sobre el pico más alto de las rocas, vieron marchar por la negra lejanía
una serie de puntitos de luz que avanzaban de oriente a occidente, uno tras otro, conservando
siempre una distancia igual entre sí. Fendetestas se levantó sobresaltado.
—Así Dios me salve como es la Santa Compaña.
—Es —asintió el fantasma naturalmente, sin inmutarse.
—Viene hacia aquí.
—No. Va hacia el mar.
Xan de Malvís volvió a sentarse. Acababa de ocurrírsele una idea.
— ¿Es cierto que no hay obstáculo para ella, que signe siempre en derechura, sobre los montes
y sobre los barrancos y sobre el agua…?
—Sí.
— ¿Y hasta podrá dar la vuelta al mundo?
El fantasma alzó los hombros con desdén.
—Claro que puede.
—Pues si ésos van hacia el mar —siguió intencionadamente Fendetestas—, todo por ahí,
siguiendo en línea recta, a donde llegará no es otro sitio que las Américas. Por ahí se van
también los vapores. El espectro calló.
—Ahora es la zafra en Cuba —continuó Malvís—. Buena ocasión de ver aquello. Se trabajará
de firme en los campos de caña y habrá allí muchos hombres ganando buenos jornales. No
digo yo que quisiera ser uno de ellos, pero me gustaría verlo si pudiese y no me hicieran pagar
el viaje.
—Sí, Malvís —reconoció el ánima en pena, con una rara excitación—. Debe de ser un buen
espectáculo.
—Sobre todo, verlo, Cotoveliño; haber estado allí… Porque, mira, no haber ido a San Andrés
de Teixido…, bueno…, no está bien; pero hay mucha gente que no fue y no siente vergüenza.
Pero… ser de la tierra y no conocer América, Cotovelo…
—Es verdad, es.
—No poder contar nunca: «Cuando yo estuve en Cienfuegos…» Los pobres que nunca
logramos ir no somos nadie. Ahí tienes unos compañeros tuyos que van para allá. ¿Qué te iban
a decir si te unieses a ellos? Seguramente…
Pero no hizo falta que continuase. El secular afán emigratorio, reforzado por el también
secular afán de no pagar el pasaje, habló en el alma del campesino difunto. Erguido, lúgubre,
el fantasma de Fiz Cotovelo se alejaba ya, como empujado por el viento, hacia la negra lejanía.
Buena Noche de Difuntos a todas las ánimas literarias mencionadas que han
vagado hoy por este Espejo. Espero que su presencia no haya causado pavor
sino placer a todos los que se hayan animado a viajar con su imaginación por
esta noche, en la que el vivo se aleja de la muerte y el difunto recupera la vida.
Que la noche les sea propicia.

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  • 1. VIAJE POR LA NOCHE DE LOS DIFUNTOS Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales. Miguel Delibes Abríguense esta noche de noviembre los que osen salir de su segura morada. Hará frío de ánimas capaz de helar al mismo fuego. Es la noche de Ellos, de aquellos que vuelven al mundo embozados en la oscuridad de los siglos. No somos nosotros quienes los visitamos en sus cementerios, son Ellos quienes nos vienen a visitar y penar, para dejarnos una sombra de condolencia encima de nuestras tumbas de vida. Los que opten por permanecer en sus hogares, acérquense al fuego que siente los crujidos de esas pisadas cercanas, y escuchen la voz pausada de la literatura que se acercó al temblor de esas ánimas. Feliz viaje -y retorno- para ambos.
  • 2. Gustavo Adolfo Bécquer, en su leyenda “El Monte de las ánimas” La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. (…) La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas. (…) Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche. (…)
  • 3. José Zorrilla, y su Don Juan Tenorio. Nos vamos a Sevilla. Tiemblen los burladores de mujeres, provocadores de hombres y retadores de dioses. Aquellos a los que escarnecieron y asesinaron regresarán de su morada eterna para venir a convidarlos a un festín mortal: ESTATUA. Aquí me tienes, don Juan, y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están. DON JUAN: ¡Jesús! ESTATUA: ¿Y de qué te alteras, si nada hay que a ti te asombre, y para hacerte eres hombre plato con sus calaveras? DON JUAN: ¡Ay de mí! (…) ESTATUA: Aprovéchale con tiento, (Tocan a muerto.) porque el plazo va a expirar, y las campana doblando por ti están, y están cavando la fosa en que te han de echar. (Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.) DON JUAN: ¿Conque por mí doblan? ESTATUA: Sí. DON JUAN: ¿Y esos cantos funerales? ESTATUA: Los salmos penitenciales, que están cantando por ti. (Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.) DON JUAN: ¿Y aquel entierro que pasa? ESTATUA: Es el tuyo. DON JUAN: ¡Muerto yo!
  • 4. Paremos en la capital del reino, Madrid. El último romántico español que nos acompaña en este viaje durante esta fría noche es Mariano José de Larra. Se unió muy pronto a esta comitiva de ánimas, a sus 28 años, tal y como se intuía en un artículo de costumbres titulado “El día de difuntos de 1836” que escribió tres meses antes de suicidarse: Hoy, día de difuntos de 1836, (…) Un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia. -¡Día de difuntos!- exclamé. (…) Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid! Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo (…) ¿Os movéis para ver muertos? (…) ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados, ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí los puso, y ésa la obedecen. (…)
  • 5. Incluso los versos de los poetas tañen a muerto. Las campanas del amor han enmudecido. Nos acercamos a Huelva. La hipersensibilidad del de Moguer, Juan Ramón Jiménez, le hace desear ser un ánima más vagando por esas calles iluminadas por la luna llena de la Noche de todos los Santos en su poema “Viento negro, luna blanca”: Viento negro, luna blanca. Noche de Todos los Santos. Frío. Las campanas todas de la tierra están doblando. El cielo, duro. Y su fondo da un azul iluminado de abajo, al romanticismo de los secos campanarios. Faroles, flores, coronas – ¡campanas que están doblando! – ...Viento largo, luna grande, noche de Todos los Santos. ...Yo voy muerto, por la luz agria de las calles; llamo con todo el cuerpo a la vida; quiero que me quieran; hablo a todos los que me han hecho mudo, y hablo sollozando, roja de amor esta sangre desdeñosa de mis labios. ¡Y quiero ser otro, y quiero tener corazón, y brazos infinitos, y sonrisas inmensas, para los llantos aquellos que dieron lágrimas por mi culpa! ...Pero, ¿acaso puede hablar de sus rosales un corazón sepulcrado? – ¡Corazón, estás bien muerto! ¡Mañana es tu aniversario! – Sentimentalismo, frío. La ciudad está doblando. Luna blanca, viento negro. Noche de Todos los Santos.
  • 6. Seguimos el viaje por esos cementerios castellanos austeros de barro y campo. Nos detenemos en Salamanca. El silencio de los difuntos es violado por las risas y lloros de los vivos tal y como denuncia el vehemente Miguel de Unamuno en su poema “En un cementerio de lugar castellano”. No osen hacerlo. Su alma no fue de poeta pero sí supo captar ese sentimiento trágico de la vida… y de la muerte: Corral de muertos, entre pobres tapias, hechas también de barro, pobre corral donde la hoz no siega, sólo una cruz, en el desierto campo señala tu destino. (…) Cerca de ti el camino de los vivos, no como tú, con tapias, no cercado, por donde van y vienen, ya riendo o llorando, ¡rompiendo con sus risas o sus lloros el silencio inmortal de tu cercado! (…)
  • 7. Crucemos el Atlántico. Los románticos estadounidenses también sintieron a los espíritus de la muerte, y mejor que nadie, Edgar Allan Poe, en su poema “Espíritus de la noche”. Estos os buscarán si estáis vivos u os acompañarán si estáis muertos. Tienen una cita en la tumba de piedra gris: Tu alma, en la tumba de piedra gris, estará a solas con sus tristes pensamientos. Ningún ser humano te espiará a la hora de tu secreto. ¡Permanece callado en esa soledad! No estás completamente abandonado: los espíritus de la muerte, en la vida te buscan y en la muerte te rodean. (…)
  • 8. Juan Rulfo Y desde América del Norte nos dirigimos a la Central, a Méjico, a visitar a Juan Rulfo y a su novela “Pedro Páramo”. ¿Qué ocurre si entramos esta noche en el pueblo de Comala? Lo encontraremos vacío de vivos y repleto de ánimas en pena vagando por sus calles. Comala es un cementerio vivo, ¿se atreven?: Lo que acontece es que se la pasan encerrados. De día no sé qué harán; pero las noches se las pasan en su encierro. Aquí esas horas están llenas de espantos. Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir, y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría un pedazo de Padrenuestro.
  • 9. Wenceslao Fernández Flórez Regresemos de América y desembarquemos en la mítica y mágica Galicia. Introduzcámonos esta noche en “El bosque animado” de Wenceslao Fernández Flórez. Con toda seguridad nos saldrá al paso el labrador Xan de Malvís, convertido en el bandido “Fendetestas” y su peor sueño, Fiz de Cotovelo, ánima en pena que vaga por el bosque y que se animará a seguir a la Santa Compaña de ánimas difuntas. ¿Nos unimos al grupo?: Cierta noche, sentados sobre el pico más alto de las rocas, vieron marchar por la negra lejanía una serie de puntitos de luz que avanzaban de oriente a occidente, uno tras otro, conservando siempre una distancia igual entre sí. Fendetestas se levantó sobresaltado. —Así Dios me salve como es la Santa Compaña. —Es —asintió el fantasma naturalmente, sin inmutarse. —Viene hacia aquí. —No. Va hacia el mar. Xan de Malvís volvió a sentarse. Acababa de ocurrírsele una idea. — ¿Es cierto que no hay obstáculo para ella, que signe siempre en derechura, sobre los montes y sobre los barrancos y sobre el agua…? —Sí. — ¿Y hasta podrá dar la vuelta al mundo? El fantasma alzó los hombros con desdén. —Claro que puede. —Pues si ésos van hacia el mar —siguió intencionadamente Fendetestas—, todo por ahí, siguiendo en línea recta, a donde llegará no es otro sitio que las Américas. Por ahí se van también los vapores. El espectro calló. —Ahora es la zafra en Cuba —continuó Malvís—. Buena ocasión de ver aquello. Se trabajará de firme en los campos de caña y habrá allí muchos hombres ganando buenos jornales. No digo yo que quisiera ser uno de ellos, pero me gustaría verlo si pudiese y no me hicieran pagar el viaje. —Sí, Malvís —reconoció el ánima en pena, con una rara excitación—. Debe de ser un buen espectáculo. —Sobre todo, verlo, Cotoveliño; haber estado allí… Porque, mira, no haber ido a San Andrés de Teixido…, bueno…, no está bien; pero hay mucha gente que no fue y no siente vergüenza. Pero… ser de la tierra y no conocer América, Cotovelo… —Es verdad, es. —No poder contar nunca: «Cuando yo estuve en Cienfuegos…» Los pobres que nunca logramos ir no somos nadie. Ahí tienes unos compañeros tuyos que van para allá. ¿Qué te iban a decir si te unieses a ellos? Seguramente… Pero no hizo falta que continuase. El secular afán emigratorio, reforzado por el también secular afán de no pagar el pasaje, habló en el alma del campesino difunto. Erguido, lúgubre, el fantasma de Fiz Cotovelo se alejaba ya, como empujado por el viento, hacia la negra lejanía.
  • 10. Buena Noche de Difuntos a todas las ánimas literarias mencionadas que han vagado hoy por este Espejo. Espero que su presencia no haya causado pavor sino placer a todos los que se hayan animado a viajar con su imaginación por esta noche, en la que el vivo se aleja de la muerte y el difunto recupera la vida. Que la noche les sea propicia.