Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 por
La entrega de Jesús en la cruz atrae a todos
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LECTIO DIVINA
5º Domingo de Cuaresma, CICLO B (Jn 12, 20-32)
Juan José Bartolomé, sdb
Tras su entrada triunfal en Jerusalén, unos griegos sienten
curiosidad por ver a Jesús. En esto, Jesús reconoce la
inminencia de su hora; que los extraños le busquen acerca
el momento de su muerte.
Y siente miedo real, aunque lo supere adelantando el
sentido de su trágico fin: la necesidad de su muerte es
consecuencia de la necesidad de la vida de muchos.
De paso, Jesús explicita claramente que ésta ley de vida no le es exclusiva, alcanza a todo el
que quiera servirle. La pasión de Jesús es su glorificación y la salvación para todos: en ella
se unen la gloria del Padre y la redención del hombre. Ser alzado en cruz le valió a Jesús
vencer su miedo a la muerte, dar gloria a su Dios y atraer a sí todo el mundo.
Un mundo que pierde interés por Jesús es un mundo perdido: sólo la entrega de la propia
vida podrá salvarlo. Los cristianos, en vez de lamentarnos de los demás, deberíamos
recordar mejor nuestros deberes: encontrar a quien quiera ver a Jesús y llevarlo hasta él,
para que siga salvando a todos.
SEGUIMIENTO
En aquel tiempo entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión
de la fiesta, había algunos griegos.
Éstos, se acercaron a Felipe, que era natural de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor,
queremos ver a Jesús”.
Felipe se lo dijo a Andrés; y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús.
Jesús contestó: “Ha llegado la hora en que Dios va a glorificar al Hijo del Hombre.”
“Yo les aseguro que si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda infecundo; pero
si muere dará fruto abundante.”
Quien aprecie su vida terrena, la perderá; en cambio, quien sepa desprenderse de ella, la
conservará para la vida eterna.
Si alguien quiere servirme, que me siga, correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me
sirva será honrado por mi Padre.
Me encuentro profundamente angustiado; pero, ¿Qué es lo que puedo decir?
¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo; porque he venido precisamente para
aceptar esta hora.
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Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: “Yo lo he glorificado y volveré a
glorificarlo.”
De los que estaban presentes, unos creyeron que había sido un trueno; otros decían: “Le ha
hablado un ángel.”
Jesús explicó: “Esta voz se ha dejado oír no por mi, sino por ustedes”.
“Es ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el que tiraniza a este mundo
va a ser arrojado afuera.”
Y yo una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice:
La entrada de Jesús en Jerusalén, su camino hacia la tumba, hizo que todo el mundo se
sintiera interesado por conocerle y se le acercaron a través de sus primeros discípulos. La
curiosidad de unos griegos es fue motivo del último discurso público de Jesús, primero
dirigido a sus discípulos (Jn 12,23-32), luego, a la gente (Jn 12,35-36).
Jesús es interrumpido, primero por la voz celeste (Jn 12,28), luego por la gente (Jn 12,29).
Para aclarar el malentendido, Jesús debe explicarse más y mejor (Jn 12,30). Unos griegos,
deseaban ver a Jesús (Jn 12,21). Para Juan ver, además de expresar el deseo de entrar en
contacto con Jesús, denota disposición para creer en Él, es inicio del proceso personal de fe
(Jn 9,37; 20,29).
Las primeras palabras de Jesús a los discípulos que le hablaron del deseo de los griegos,
fueron inesperadas (Jn 12,23-26). No fueron una respuesta a la información de los
discípulos, ni tampoco respondían a las expectativas de los griegos. Jesús hablaba sin
importarle mucho los que le rodeaban y buscaban. Había llegado la hora de la glorificación
del Hijo del Hombre (Jn 12,23.28; 17,1) su hora.
Habló de la comparación del grano del trigo para referirse a su momento. La necesaria
destrucción del grano es condición previa del esperado fruto que se espera. Sin muerte no
hay vida; la fecundidad vital va unida a la entrega de la vida.
Pero Jesús avanzaba más, y para sorpresa del oyente, establecía que la ley que regiría su
existencia y le “condenaba” a la muerte, marcaba su existencia y la de los suyos: sólo quien
estuviera dispuesto a entregar su vida, la retendría para siempre (Jn 12,25).
Esta norma del existir cristiano, paradójica no sólo en su expresión (quien ama su vida, la
pierda; quien la aborrece, la guarda), es convicción fundamental cristiana, presente en toda
la tradición evangélica (cf. Mc 8,34-35; Mt 10,38-39; 16,24-25; Lc 9,23-24; 17,33).
El destino de Jesús, alcanza totalmente al discípulo; la muerte de Jesús no deja de tener
consecuencias: no existe otro camino de vida para el creyente, diverso del recorrido por
Jesús. Únicamente quien le sirve, porque le sigue en ese camino, llegará a estar donde el
Hijo esté: quien le siga en la muerte le seguirá en la gloria. La gravedad del momento quedó
marcada por la angustia de Jesús (Jn 12,27), un raro instante de fragilidad de Jesús en todo
el evangelio (Jn 11,33; 13,21; 14,1.27) ante la presentida muerte: su tristeza mortal le llevó
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a orar, momento de duda y angustia. Jesús oró con la convicción de salir victorioso de la
muerte (Jn 12,27).o perdió contacto con su Padre: no buscó más que su gloria (Jn 12,28a).
Las obras del Hijo le habían continuamente glorificado (Cfr. Jn 4,34; 5,36; 9,4; 10,25.37;
11,40; 17,4) y en su obra definitiva, su muerte, Dios fue glorificado definitivamente.
La respuesta de Dios no se dejó esperar. El cuarto evangelio, no ha narrado la
transfiguración de Jesús (Mc 9,2-10; Mt 17,5; Lc 9,35) ni ha mencionado la voz de Dios
durante el bautismo (Mc 1,9-11; Mt 3,17; Lc 3,22), pero si relata la presencia de una voz
celeste respondiendo a su petición (Jn 12,28b): Resonó la misma voz que se oyó ante el
Bautista (Jn 1,33): “Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré.” Así queda transfigurada la única
escena de debilidad y angustia del evangelio.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida
El evangelio nos transmite una parte de los recuerdos que los discípulos guardaron sobre
Jesús, dispuesto a morir por nosotros; podemos asomarnos un poco más al misterio
personal de Jesús, descubriendo mejor los sentimientos de su corazón y contemplando las
razones que le llevaron a aceptar su muerte en nuestro favor.
Recordando cómo afrontó Jesús su final tendría que preguntarnos si nuestra vida ha
cambiado algo en esta cuaresma, si nos hemos abierto a sus exigencias, si logramos
aceptar su voluntad, si nos hemos dejado impresionar por su amor. Si no mejoramos
nuestra vida, si no renunciamos al mal que nos domina, si no optamos por el bien,
sabiendo que Jesús ha renunciado a su vida, que ha optado por entregarla en nuestro
favor y en nuestro lugar no habríamos entendido qué es la conversión.
El relato evangélico habla de la voluntad de Jesús de morir; indica la cruz como la señal y el
lugar de su entrega, la confirmación de su amor. Es significativo que el evangelio se haya
abra mencionando a unos extranjeros que querían ver a Jesús.
Entre tanta gente que había ido a Jerusalén a las fiestas, unos desconocidos se interesaron
por Jesús y quisieron conocerle; los demás, todo un gentío, no se preocuparon por Él,
preocupados solo por celebrar las fiestas. No hacían nada malo, pues a eso habían ido a
Jerusalén. Cuántos eran indiferentes. No se daban cuenta que creían conocer a Jesús lo
suficiente como para que nos les llamara demasiado la atención; no esperaban nada nuevo
ni nada bueno de Él.
Y nosotros, acostumbrados como estamos a tenerle cerca, no tenemos curiosidad por
conocerle más; tal vez nuestros muchos años ya de práctica religiosa nos están
sofocando la ganas de descubrirle de nuevo; lo estamos perdiendo poco a poco, sólo
porque lo tratamos día a día con desinterés e indiferencia. Bien nos pide el Papa
Francisco que nos dejemos encontrar por Él (Cfr. EG 3).
Jesús fue advertido de la presencia de unos griegos que le querían ver, y comprendió que la
hora de la prueba había llegado: su muerte y su glorificación estaban a las puertas.
La muerte de Jesús por nosotros en cruz es la fuente y el motivo de nuestro interés en
Él; a pesar de nuestra inconstancia y olvidos, Jesús ha pagado un alto precio para
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ganarse nuestras atenciones: olvidarse de ello nos hace más penoso la vuelta a él; para
hacer que nos interesemos por él, Cristo ha muerto en cruz.
Los discípulos conocían a Jesús. Quien busca a Dios, debe ir a través de quien vive en su
compañía: Buscar a Dios sin intermediarios, no nos da garantías de encontrarlo. Él es más
grande que nuestras esperanzas.
Tenemos necesidad de encontrar quien nos encamine hacia Él, creyentes que hayan
recorrido el camino que nosotros intentamos recorrer; vayamos de su mano
aprovechándonos de su experiencia y cuando lo hayamos encontrado, sintámonos
capaces de guiar a otros hacia Él…
El ejemplo del grano de trigo que Jesús usa nos da a entender que quien se acerca a Jesús lo
verá, no como se lo esperaría, glorioso, potente, atractivo, estupendo; sino escondido,
desconocido, sepultado, suspendido de una cruz.
Si nos hemos alejado del Dios que está en cruz, volvamos a Él: nos está esperando, por
eso precisamente se ha quedado ahí, para salvarnos…
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Dios, también nosotros, como los griegos, queremos ver a tu Hijo.
Llegar a Él, que es la fuente de vida. Haznos comprender que la fe parte
del verle, y se convierte en conocerle cada vez mejor, para traducirse en
actos…
Crea en nosotros un corazón puro, lávanos de nuestros delitos y
límpianos de nuestros pecados. Que como el grano de trigo muramos
para encontrar la vida y entregártela, en el servicio a nuestros
hermanos, como Él te la entregó. ¡Así sea!