Este documento resume un sermón sobre la parábola de las diez vírgenes en Mateo 25:1-13. El sermón enfatiza la importancia de la vigilancia y la preparación para la llegada del Señor, que podría ocurrir en cualquier momento. Vivimos en un mundo que nos ha hecho olvidar la esperanza y la necesidad de prepararnos. Debemos mantener viva la esperanza de la venida de Cristo y estar listos con nuestras lámparas encendidas para entrar al banquete cuando él regrese.
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LECTIO DIVINA, DOMINGO XXXII,
CICLO A, (Mt 25, 1 - 13)
P. Juan José Bartolomé, sdb
Hoy la Palabra de Dios centra nuestra atención en una de las
actitudes que mejor caracterizan la vida del cristiano, ’la
vigilancia activa’.
¡Cuánta falta nos hace darnos cuenta del riesgo que corremos, si no nos preparamos con
diligencia para la llegada de Jesús! Ojalá sepamos aprovechar nuestra imaginación para
darnos cuenta qué necesitamos para gozar de su presencia.
No es fácil vigilar y saber esperar; el esfuerzo nos parece imposible…Vivimos en un
mundo muy organizado y a nuestro parecer cómodo; pero nos hemos desacostumbrado a
esperar.
No mantenemos viva la ilusión ante el mañana; nos contentamos con lo que logramos
cada día, no anhelamos un futuro mejor. Lo que está por venir, nuestro porvenir y el de
los nuestros, no despierta nuestras mejores energías ni nos alienta para empeñarnos
más.
Nos cuesta sacrificarnos por algo que todavía no tenemos; sólo luchamos por lo que
podemos perder y no ya, por lo que podemos lograr con nuestro esfuerzo.
SEGUIMIENTO:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
1 «Se parecerá el Reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y
salieron a esperar al esposo.
2 Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas.
3 Las necias, al tomar las lámparas, olvidaron tomar más aceite.
4 En cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
5 El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
6 A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salgan a recibirlo!"
7 Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus
lámparas.
8 Y las necias dijeron a las sensatas: "Denos un poco de su aceite, que se nos
apagan las lámparas".
9 Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para ustedes y
nosotras, mejor es que vayan a la tienda y se lo compren."
10 Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas
entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
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11 Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor,
ábrenos."
12 Pero él respondió: "Se los aseguro: no las conozco."
13 Por tanto, velen, porque no saben el día ni la hora.»
I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
El último gran discurso de Jesús en Mateo (24,1-26,1) está dirigido solo a los discípulos,
quienes, entusiasmados por la espléndida visión del Templo, desde el monte de los
Olivos, se quedaron pasmados al oír que Jesús predecía el final, inmediato y total, de
‘ese’ mundo.
Preguntado sobre cuándo acaecerá (24,3), Jesús adelanta algunas señales (24,4-41),
pero lo que le urge es advertirles de qué y, sobre todo, cómo tenían que prepararse:
“Velen, pues, porque no saben qué día llegará Nuestro Señor” (24,42).
La parábola de las diez vírgenes (25,1-13) quiere ser una apremiante llamada a la
vigilancia. Parte del hecho de vida: una comitiva de jóvenes, doncellas más que vírgenes,
acompañaban al novio en su trayecto de regreso de la casa de la novia a la propia casa.
Pero se dio algo insólito: un novio por lo general no retrasa la celebración de su boda. El
retraso, inexplicado en el relato (25,5), es una posibilidad con la que hay que contar. El
relato centra su atención en lo que importa estar preparados para cualquier eventualidad,
también la inesperada y larga espera.
Si hay que esperar a quien no ha llegado y no se sabe cuándo va a venir, hay que
prepararse para una espera sin fin y proveerse de lo necesario para estar vigilando.
Sólo participarán en la fiesta no las que no hayan dormido, sino las que, estando
despiertas, hayan conservado sus lámparas encendidas. Quienes la tenían encendida
pudieron entrar en el banquete de su Señor. Lo que distingue a las prudentes de las
necias no es el sueño, o la larga espera, sino que hayan sabido prevenirse.
El Esposo podría llegar en cualquier momento, a media noche incluso; esto pediría a las
vírgenes tener su lámpara encendida, haciendo acopio de lo necesario. No basta, con
esperar ni siquiera permanecer ‘vírgenes’ ya que el esposo sólo quería ser acompañado
por las que con prudencia lo supieron esperar, proveyéndose del aceite.
Quien quiera ser reconocido y entrar en el banquete, tiene que velar siempre y tener su
lámpara encendida.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Mateo inicia el último gran discurso de Jesús, con el propósito de prevenir a su comunidad
contra la inseguridad del descuido. Quienes aún esperan algo, no lo tienen todavía todo.
No se pueden sentir seguros si no saben cuándo llegará el Señor.
No por el hecho de presentar Jesús su exhortación como parábola, es menos grave su
advertencia. La historia refleja bien las costumbres del tiempo de Jesús: un cortejo de
jóvenes llevando candelas acompañaba a la novia hasta la casa del novio.
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El retraso inesperado del novio hace que la fiesta no empiece; la luz se hace aún más
necesaria, esa luz que tenían que mantener con responsabilidad. No sabiendo cuándo se
presentaría el esposo, algunas si guardaron aceite: su prudencia les aseguro su lugar en
la fiesta.
No basta con vivir esperando al Señor para gozar de su presencia: hay que estar
preparados por si se retrasa y tener la luz encendida.
Estamos dejando un mundo a las nuevas generaciones en el que todo se puede hacer o
experimentar, sin esperas inútiles y sin tener que responder por ello. La vida ha dejado de
ser prometedora, porque la podemos producir nosotros mismos como queramos; porque
la ciencia y la técnica nos han facilitado todo, siempre y al costo que sea.
Por no soportar la espera de lo que es aún mejor de cuanto ya tenemos, hemos
dejado de soñar con un porvenir mejor y vivimos hoy, mayoritariamente, sin esperanzas.
Nuestra incapacidad para creer en algo mejor nos ha quitado las ganas de ir a su
encuentro; nadie sale en busca de aquello que no espera. Lo malo es que, pudiendo
vivir felices, sin tenerlo todo, seguimos viviendo insatisfechos por no haberlo conseguido
ya.
El cristiano puede sentirse dichoso no porque ya tenga todo lo que la vida puede darle,
sino porque lo espera todo de Dios, y porque sabe que le falta Él y lo que su presencia
significa en su vida. Puede tener todo lo necesario; pero será realmente feliz cuando lo
tenga a Él, por eso lo espera con fe, con esperanza y con amor …
Cuántas personas andamos por la vida sin esperar nada nuevo, nada mejor,
desilusionados de nosotros mismos y de Dios. No haber obtenido ya todo lo que
desearíamos, nos tendría que hacer más abiertos a la espera; si no hemos satisfecho
todas nuestras necesidades, tendríamos que recordarnos que Dios es el único que puede
darnos satisfacción completa.
Jesús recuerda a la comunidad este domingo que no basta con conservar la fe en Él,
sino que es preciso esperar su regreso. Solo quien se prepara con las lámparas
encendidas y con suficiente aceite, entrará con el novio al banquete.
Este evangelio es una advertencia que Jesús nos hace a quienes nos hemos vuelto
perezosos; nuestro cansancio aumenta más que nuestra esperanza. Como no creemos
que Él pueda venir hoy, tampoco lo esperamos mañana, y nuestra luz, como nuestras
mejores ilusiones, son para otros, sean proyectos por realizar o personas con quienes
preferimos estar. Nuestra vida se hace cada vez menos resplandeciente y más
desilusionada.
Pero tenemos que pensar que si alguien tiene razón para esperar un mundo mejor, somos
nosotros. En el credo confesamos que creemos en su venida. No deberíamos vivir como
los que no tienen esperanza. Saber que Él vendrá nos tiene que hacer fieles en la espera,
testigos de la esperanza que tenemos que el Señor nos lo ha dicho y nos cumplirá: Su
regreso es inminente.
El primer paso para convertirse a la esperanza es extrañar al novio…sentir su ausencia,
anhelar su retorno. Las vírgenes prudentes se pasaron día y noche esperando, vigilaron
hasta que llegara el esposo, porque él era importante para ellas. La falta de las necias fue
no pensar lo que podrían gozar en su compañía, tal vez ocupadas en otros asuntos no
previeron el aceite que iban a necesitar.
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El Señor nos invita a esperar, vigilantes y listos, para compartir el gozo y el
banquete que se ha preparado para su llegada. Si estamos listos gozaremos en su
compañía. Si creemos que Dios puede llamar a nuestra puerta en cualquier momento,
hemos de estar siempre dispuesto a responderle. La certeza de que Dios, como el esposo
de la parábola, está ya en camino, nos tiene que hacer lo necesario para recibirlo. Si se
retrasa no tenemos que desanimarnos, sino ser precavidos; bien de tarde, o de noche,
tendremos una fiesta inimaginada con Él.
Los cristianos, como amamos al que está por venir, tenemos una misión que
cumplir: llenar de luz la noche hasta que llegue su día. ¿Podremos tener una misión más
urgente que ésta?
III. ORAMOS nuestra vida desde esta Palabra
Señor, concédenos esperar tu llegada. Que te amemos cada
día más y anhelemos tu regreso, previendo el aceite que
lleguemos a necesitar.
Perdónanos porque las seguridades de este mundo
no nos han dejado buscarte ni nos hacen esperar tu promesa
de salvación.
Pero gracias, también porque tu Palabra nos invita a entender
lo importante que es darte el lugar que mereces en nuestra vida; que vivamos en
comunión contigo siempre y también con quienes nos rodean, para que cuando llegues
se acreciente y fortalezca nuestra hermandad. ¡Así sea!