El documento resume 10 errores comunes que cometen los pastores recién ordenados y ofrece consejos para evitarlos: 1) permitir que pocas personas absorban mucho tiempo, 2) fomentar dependencias, 3) alinearse con la oposición, 4) no hablar con otros pastores sobre asuntos serios, 5) descuidar a la familia, 6) temer a los poderosos, 7) discutir sobre temas secundarios, 8) hablar demasiado, 9) dejar de leer, y 10) tomarse las cosas demasiado en serio. El autor recomienda que
1. Formación Pastoral
Aproveche y aprenda de sus errores
Por Gregorio P. Elder *
Todos los que estamos en el ministerio cometemos errores, pero
los que recientemente inician están más propensos a ellos. Todo
comienzo es difícil y las elecciones que hacemos al iniciar un
pastorado pueden resultar en bendición o en traumas que perduran
durante años.
Al concluir mi primer período de servicio como pastor asistente,
habiendo estado bajo la dirección de uno mayor que yo (y también más sabio),
enumeré algunos de los errores que cometí al principio. Estos son los que ahora
procuro evitar:
1.- Permitir que un reducido número de personas
absorban gran cantidad de mi tiempo
Siempre entendí que una cita de una hora significaba dedicarle sesenta minutos de
mi tiempo, pero no todas las personas de la iglesia lo veían de ese modo.
Hay algunas personas con necesidades genuinas que quieren ser oídas por
nosotros, y sin buscarlo absorben nuestro tiempo. Son aquellos que vienen a
consultar sobre un problema y terminan relatando toda su vida y dando una buena
cantidad de opiniones religiosas y políticas. Cuando descubren que estamos
dispuestos a escuchar tales divagaciones, se presentan frecuentemente.
Sí. Ciertos problemas requieren determinado tiempo de análisis, y algunas personas
necesitan más de una hora. Pero la mayoría requiere una segunda entrevista o una
mano firme que los guíe hacia la puerta de salida cuando el tiempo se ha acabado.
Para esto se necesita firmeza y no es fácil hacerlo sin sentirse mal. Pero
pregúntense si hablarían tanto ante un psicólogo o abogado que les cobra por el
tiempo que les proporciona.
2.- Dejar que se formen relaciones de dependencia
Debido a los halagos que uno recibe es muy fácil llegar a pensar: «Yo soy el único
que en verdad puede ayudarlo -o convertirlo, o sanarlo o aconsejarlo, etcétera---.»
Las personas necesitadas a menudo alientan esta actitud; quizá ellos mismos lo
creen así. Y los que se inician en el ministerio son muy vulnerables ante esto, ya
que ansían ser útiles.
Sin embargo, esto también es vanidad, pues el ministerio es algo que pertenece a
toda la iglesia. Habrá unos pocos que tengan una relación singular con el pastor,
pero la mayoría pueden recibir ayuda de muchas otras personas competentes, que
muestren amor y cuidado. Cuando permitimos que algunas personas lleguen a
considerar que nosotros somos los únicos que pueden ayudarlos, los perjudicamos
a ellos y a la iglesia.
3.- Llegar a ser el pastor de la «oposición leal»
Toda la congregación tiene un porcentaje de personas que consideran que el pastor
principal es un terrible holgazán sin educación, que debe ser despedido. Y la verdad
es que cualquier ministro en todo el mundo tiene suficientes faltas como para
proporcionarle a este grupo abundantes municiones.
Uno de los juegos favoritos de estas personas es atraer al pastor asistente hacia su
territorio. Al alabar a ese pastor y expresar críticas legítimas del pastor principal,
creen haber obtenido un pastor propio. Aun cuando esto no amenace dividir la
congregación es espiritualmente mortífero.
2. Si alguien realmente ha sido herido por un pastor en particular, deja la iglesia y se
va a otra. Pero los que eligen permanecer en la congregación donde se encuentran
terriblemente descontentos, tienen problemas no resueltos que un pastor novato no
puede solucionar. Es mejor rehusarse a escucharlos a menos que el pastor principal
esté involucrado en algún escándalo grave.
4.- No hablar sobre asuntos serios
con otros pastores jóvenes
Algunos pastores se ven a menudo, pero gran parte del tiempo que pasan juntos se
dedican a ponerse al día con las noticias o discutir sobre el nuevo órgano, y no a
ministrarse el uno al otro. Esto no está del todo errado; es necesario intercambiar
noticias «del ministerio». Pero también necesitamos oportunidades de encontrarnos
para hablar más privadamente.
Cuando fui ordenado, algunos de nuestro grupo pensamos en organizar encuentros
para pastores asistentes y líderes de las iglesias de nuestra localidad. Nunca lo
hicimos y esto fue un error. ¡Qué bien nos hubiera hecho encontrarnos
regularmente para intercambiar ideas y orar juntos! Mirando en retrospectiva
descubro que algunos de mis amigos se han ido de la localidad, o han dejado el
ministerio por completo, y pienso que un grupo como el que habíamos propuesto
podría haberlos ayudado cuando atravesaban las circunstancias que los movieron a
tomar esas decisiones.
Verdadera comunión es difícil. Involucra confianza, paciencia y tiempo. Requiere
personas con las cuales tengamos algo en común. La mayoría de nosotros tiene,
contados con los dedos, colegas con los que puede compartir, pero hoy, me siento
más dispuesto a esforzarme por lograr esa comunión porque me doy cuenta cuánto
la necesito.
5.- Abandonar a la familia
Todos hemos oído esta advertencia vez tras vez, y sin embargo, es
extremadamente fácil no vivir de acuerdo con ella.
En mi caso, no estaba consciente de que estaba ignorando a mi esposa hasta el día
en que mi secretaria me anunció que había llegado la persona anunciada para las
14 horas. Le dije que la hiciera pasar, entonces entró mi esposa. Iba para presentar
la queja ante el pastor de que «su esposo la estaba ignorando». Su presencia me
sacudió y reconocí mi error. Después de todo, las entrevistas y las reuniones de
comisión vienen y van, pero «mujer virtuosa, ¿quién hallará? Su estima sobrepasa
largamente a .... » (Pr 31.10)
La ceremonia de ordenación no es de mayor peso que la del matrimonio. Ambas
son vocaciones loables y nobles, y una no es más alta que la otra. Ambas fueron
instituidas por Dios para la santificación de su pueblo. Por algún curioso acto de su
gracia, esta santificación incluye también a los ministros.
6.- Temor a los poderosos
Toda congregación tiene personas de gran influencia a quienes el pastor principal
presta mucha atención. Son ellos los que deciden su salario y cuánto tiempo libre
dispondrá. Han visto desfilar a muchos asistentes. Las opiniones de ellos sobre sus
sermones, su cuidado pastoral, su esposa, y su automóvil tienen peso con otras
personas. Debemos admitir que son formidables. Es fácil procurar evitarlos o decir
y hacer lo que uno piensa que les caerá bien. Sin embargo, al examinar mis
primeros dos años, creo que la mayoría me respetaba más cuando disentía con
ellos que cuando aceptaba sus opiniones. No siempre era así, pero sobreviví a las
diferencias de opinión. Las personas que realmente tienen poder, no tienen nada
3. que temer de un pastor novato; son aquellos que buscan el poder los que más
amenazan.
7.- Discutir sobre temas secundarios
Por supuesto, recién egresado del seminario uno no los considera secundarios. Pero
en retrospectiva, me siento avergonzado al pensar que discutí sobre tales cosas con
el pastor principal. No es que he cambiado de opinión en la mayoría de los asuntos.
Si alguna vez llego a estar a cargo de una iglesia, ciertamente actuaré de acuerdo
con mis convicciones. Pero no eran asuntos tan importantes como para arruinarle el
día al pastor. Lo más serio de esto es que discutir sobre la ubicación de una silla en
el santuario me descalificó para señalar algo en un debate más serio. Incluso con
los pastores mayores, hay «tiempo de guerra y tiempo de paz» (Ec 3.8).
Para determinar la importancia de un asunto, debemos preguntarnos cuánto
estaríamos dispuestos a sufrir para defender una opinión en particular. ¿Estaría
dispuesto a aceptar una disminución en el salario? ¿Estaría dispuesto a afeitarme la
barba para que se permitiera el uso de una guitarra en el culto dominical? ¿Cuántos
libros personales quemaría para lograr establecer una nueva política de
casamientos y bautismos? Preguntas como estas nos ayudarán a colocar las cosas
en su correcta perspectiva.
8.- Hablar demasiado
Uno de los peligros de ser pastor es que la gente tiende a escucharnos. Excepto
otros pastores, pocos nos interrumpen. Quieren oír nuestras opiniones sobre una
variedad de asuntos. Si es que tenernos uno o dos títulos universitarios, a menudo
suponen que sabemos algo. La tentación que enfrentamos es de utilizar la
oportunidad para expresar opiniones personales sobre la Palabra de Dios.
Nosotros quizá tengamos más conocimiento doctrinal que la mayoría de los
creyentes en la congregación, pero el hecho es que ellos conocen más acerca del
mundo. Tuve que aprender que Santiago 1.19 es de especial aplicación a pastores
jóvenes: «Prontos para oír, tardos para hablar». Si no estamos seguros de conocer
determinado tema, debemos decirlo. De todos modos, a su tiempo la gente
comprobará esta realidad.
9.- No leer
Me pareció rara la gran facilidad con la que dejé de estudiar después de haber sido
ordenado. Cualquiera pensaría que después de años de estudio la disciplina
autodidacta ya hubiera sido adquirida. Pero lo que ocurrió fue que el tiempo para
preparar las notas para el estudio bíblico o el sermón se redujo considerablemente.
¿Por qué?
El problema con la formación del hábito de estudio -y devocional- en el contexto del
seminario es que ese ambiente los propicia, pero ningún otro medio nos da el
tiempo para pensar, orar y discutir teología como se tiene allí no parecía así en ese
momento, ¿verdad?. En el ministerio deben establecerse nuevos esquemas porque
los que uno tenía en el seminario ¡lo funcionan fuera de él.
Cuando fui ordenado, prometí que dedicaría un día de la semana para estudiar. Por
un tiempo lo logré, pero no tardé mucho en ir dejándolo. Finalmente, no hacía
ningún trabajo académico y se dejaba ver en mi predicación. Fue sólo al establecer
un programa modesto, pero realista, que pude volver a leer. Siguiendo el consejo
de otro pastor, dispuse dedicar ciertas horas para la lectura y anotarlas en mi
agenda, respetándolas como cualquier otra cita o tarea.
4. 10.- Tomar las cosas muy en serio
Cuando miro algunas de las fotos mías de hace cuatro años con mi nuevo cuello
clerical, me avergüenzo. Era tan correcto, tan preciso, tan formal. Lo mejor en
estos casos es reírnos de nosotros mismos.
Se dice que Satanás cayó por gravedad. Por cierto que muchos de nosotros caemos
también al ser demasiado graves o serios. Rodeado por los problemas de la vida
congregacional es muy difícil actuar de otra manera. Pero los creyentes recuerdan
mejor lo jocoso de mis sermones que las ilustraciones más serias. Quizá en esta
época tan atribulada será lo risueño lo que comunique mejor el evangelio.
Idea básica de este artículo
Errores cometemos todos los pastores, la clave está en reconocerlos y determinar
las acciones específicas para no repetirlos y optar por prácticas concretas que nos
alejen de ellos.
Preguntas para pensar y dialogar
1.- ¿Con cuál o cuáles experiencias del autor se identifica usted?
2. ¿Tiene alguna forma de compilar sus experiencias para ayudar después a otros?
Además de los errores que el autor comparte, ¿qué errores de propia experiencia
añadiría a estos? Señale lo que el Señor le ha enseñado con ellos a fin de usarlos
para orientar otros pastores.
3. ¿Hará cambios o correcciones en su vida y ministerial a la luz de las sugerencias
del autor? ¿Qué pasos específicos dará?
*CRÉDITOS:
Apuntes Pastorales
Vol. XIX Nº 4 págs. 28-30
Edit. Desarrollo Cristiano