1. Camille Claudel, el talento a la sombra de Rodin
La figura de esta escultora francesa ha estado siempre ensombrecida por el genio y la celebridad de su
maestro, Auguste Rodin. Una mujer adelantada a su tiempo, apenas conocida, nunca reconocida y
que ahora encuentra su sitio en la Fundación Mapfre de Madrid hasta el 13 de enero de 2008. Con
motivo de esta exposición monográfica dedicada a su vida y obra, queremos saber quién fue y qué hizo
Camille Claude.
Una vida fuera de guión
Con un inclinación natural hacia la escultura y apoyada tan solo por su padre y su hermano, el escritor
Paul Claude, Camille manifestó desde su juventud una voluntad terrible, un carácter extraordinario
que chocó con las convenciones de la época y de su propia familia.
Contraviniendo los deseos maternos, dedicará su juventud a perfeccionar su técnica estudiando en la
Academia Colarussi y, posteriormente, en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Una vez demostrada su
maestría, se hizo con su propio taller junto a unas compañeras y allí trabaja de forma autónoma. Hasta
que, en 1883, se cruza en su camino el también escultor Auguste Rodin y a partir de entonces
comienza una relación tanto personal como profesional.
Influyendo uno en el otro y compartiendo ambos su genio creativo, Camille trabaja en el taller de Rodin,
posa para él en algunas de sus obras, se convierte en su musa y es la inspiración del escultor en obras
como la Danaïde y Fugit Amor. Pero Camille también muestra su talento, y junto a sus propias
creaciones, participa en las de Rodin, como la impactante Puertas del Infierno. Crea y esculpe junto a su
maestro y la influencia mutua es evidente, incluso permite que Rodin firme alguna de sus obras, pero
Camille presenta una factura original, sensible y autónoma. Y mantienen una especie de diálogo creativo
que algunas de sus obras nos traen hasta el presente: El abandono de Camille como respuesta a El beso
de Rodin, El eterno ídolo del maestro con Sakountala, de la alumna.
Se establece entre los dos una difícil convivencia marcada por el mutuo aprendizaje, la rivalidad que
Rodin comienza a sentir ante la genialidad de la alumna, y un amor apasionado pero destinado al
fracaso. Rodin nunca abandonó a su esposa, Rose Beuret, y Camille sufrió el desgarro y el abandono,
plasmándolos con originalidad y fuerza en su obra.
Junto a la tortuosa relación con Rodin, Camille padece además la separación de su hermano Paul, al que
siempre estuvo muy apegada. Paul fue un reconocido escritor, que sí gozó en su tiempo de la atención y
el beneplácito negado a su hermana. También esta situación supone para Camille una punzada de dolor
y aumenta su desesperación y soledad. Su exquisita sensibilidad, su capacidad para dar forma y vida a
la piedra no encontraron mayor eco en la sociedad contemporánea que la posibilidad de encargos
públicos. Entre los círculos públicos solo era conocida, de hecho, por ser la amante del famoso escultor.
El aislamiento comienza a ser palpable en su carácter. Aislada en su estudio, comienza a crear de forma
frenética en un intento por dar forma los hechos que tanto la afectan. De esta época son obras tan
delicadas como Rêv au coin du feu o La profonde pensé, con la mujer y su esencia como protragonista.
Sufre una serie de crisis nerviosas que le llevan incluso a destruir muchas de sus obras. Se encierra en
el silencio, en la inestabilidad mental y en la locura. Momento que aprovecha su madre para internarla
en un psiquiátrico, de donde ya nunca salió en los últimos treinta años de su vida. Y donde sabemos que
recuperó la cordura por la correspondencia que mantuvo regularmente con su hermano, hasta su
muerte en 1943.
Un destino trágico para una artista reivindicada posteriormente que hizo palpable su inmensa
sensibilidad y su visión del mundo en su escasa obra, y que ahora podemos contemplar hasta el 13 de
enero de 2008 en la Fundación Mapfre, la primera exposición de esta artista en nuestro país. Una
recopilación de las esculturas que se salvaron de la autodestrucción de Camille, junto a numerosos
documentos, fotografías originales y muestras de la correspondencia entre Rodin y ella, y textos que su
hermano Paul escriben sobre ella. Una oportunidad única de recuperar y traer del olvido el pulso
exquisito, la factura delicada pero poderosa de Camille Claudel.