2. Había una vez una costurera que llego a ser tan podre, tan podre,
que, al fin, no le quedo mas que un trozo de tela necesario para
hacer un vestido. La corto una noche, pensando coserla a la
mañana siguiente.
Al otro día fue a buscar el trabajo que había preparado y
encontró hecho el vestido. La mujer no podía creer lo que veían
sus ojos, el vestido era verdaderamente perfecto; a leguas se veía
que estaba hecho por manos de un profesional en el oficio.
3. Poco después entro a la tiendita de costura una compradora que
quiso probarse el vestido, y, como le quedo maravilloso, pago por el
más del precio acostumbrado, de modo que la costurera tuvo
bastante dinero para adquirir tela necesaria para otros mas vestidos.
Igual que la noche anterior, dejo cortada la tela para hacer los
vestidos al día siguiente.
Pero cuando se levanto, los encontró terminados y tampoco le falto
una nueva compradora y así pudo comprar tela para mas vestidos. A
primera hora de la mañana siguiente estaba acabados también, y la
mismo sucedió siempre.
¡Era algo maravilloso! Los vestidos que cortaba por la noche
aparecían cosidos al día siguiente por la mañana con el mayor primor
y perfección. Total, que pronto pudo vivir bien la pobre costurera y
llego a convertirse en una mujer acomodada.
4. Una noche-faltaban poco para la navidad, cuando la costurera se iba a
descansar concluido su trabajo, dijo a su esposo: ¿Qué te parece si no
nos acostamos esta noche para ver quien nos prodiga tanto favores?
¡ojala pudiéramos pagárselos algún día! El esposo estuvo de acuerdo y
encendió una lámpara. Se ocultaron detrás de una cortina dispuestos a
vigilar.
Al sonar la medianoche, vieron entrar en la tiendita a dos hombrecillos
desnudos que se sentaron delante de la mesa de la costurera y
comenzaron a coser con más velocidad que la costurera, maravillados,
apenas podía seguirlos con la vista. Los hombrecillos nos pararon ni
un momento hasta que terminaron su trabajo. Después, se levantaron
de un salto y salieron corriendo a la calle.
5. Al día siguiente por la mañana, el esposo de la costurera
dijo a su esposa:
-estos hombrecillos nos han hechos ricos y debemos
agradecerles. Como andan desnudos
por el mundo, deben tener mucho frio, mira voy a
hacerles unos zapatos. Tú, naturalmente te encargas de
hacerles unas camisas, chaquetas, chalecos y pantalones,
un par de medias y un par de guantes para cada uno. La
costurera accedió con gusto a la proposición de su
esposo. Enseguida, los dos, muy ilusionados, pusieron
manos a la obra y no abandonaron su trabajo hasta que
lo tuvieron terminado del todo al anochecer.
Entonces, se fueron a cenar, y cuando llego la hora de
acostarse dejaron los regalos sobre la mesa, en lugar de
las telas cortadas de cada día, y se colocaron de modo
que pudieron observar lo que hacían los duendecillos.
6. Al sonar las doce, entraron los duendes dispuestos a
ponerse a trabajar, pero, al ver las prendas de ropa, se
quedaron perplejos. Sin embargo, reaccionaron
enseguida: cogieron las camisas, chaquetas, y
pantalones y se los pusieron, mientras cantaban
alegremente:
-¡oh, oh! ¡Que trajes tan elegantes!
¡Hasta llevamos zapatos y guantes!
Danzaron y cantaron dando vueltas por la tiendita y, por
fin sin dejar de danzar, salieron a la calle.
La costurera no volvió a verlos jamás, pero pudo vivir
feliz el resto de sus días.