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EL DESTINO TRASCENDENTE DEAMÉRICA
IINTUICIÓN, RAZÓN Y VERDAD

No creo que haya nada más importante para un pueblo, para una raza, para un Continente, que
precisar en su conciencia vigilante -hasta donde esto sea posible lanota característica que viene a
emitir en el acorde del mundo.Saber su melodíaen la vasta armonía de lo huma-no, es haber
comprendido el sentido de su destino. Mas,el destino está constituido y determinado no sólo por
las fuerzas racionales sino, también, por las potencias irracionales que actúan en planos adonde
no podemos llegar sino con el poderoso garfio de la intuición. La asociación conceptual corriente
no nos conduce jamás a las metas, alos alumbramientos totales. Se revuelve sobre sí misma, como
la serpiente simbólica que se muerde la cola. Actúa dentro de una constelación dada de verdades
que la intuición ha hecho accesibles a la conciencia, pero, no esel rayo que produce el resplandor
en la tiniebla, ni la Inteligencia o el Logos que reorganiza el Caos, que hace surgir del Espacio y en
el Espacio, el Cosmos. Nuestra razón, en puridad de verdad, en un sentido irrestricto, no es un
instrumento de investigación, sino un instrumento de realización y de expresión, un vehículo
trasmisor de verdades, una potencia transitiva y de contagio para el entendimiento de los otros.
Una suerte de pioneerque abre la vía y rotura el camino en la aventura peligrosa y problemática
de la sabiduría.Conocer una cultura y comprenderla es haber precisado las intuiciones capitales en
que se funda y es, también, precisar las razones nuevas que ha puesto en circulación. Que la razón
es una potencia independiente de laverdad o verdades que expresa nos lo revela de una manera
deslumbrante la prodigiosa aventura de lossofistas griegos que probaron el pro y el contra de
unacosa y que manejaron, con una gallardía que no ha vueltoa repetirse en la historia, la facultad
razonante o racionalizante del hombre. En la Edad Media el continuador dela tradición sofística
fue el teólogo escolástico, y en lavida contemporánea, el abogado y el rábula son losúnicos que
han mantenido la flexibilidad de la razóncomo instrumento expresivo. En los últimos tres
siglos,nunca el poder del sofisma racional alcanzó la eficacia yla universalización dogmática que en
1914, cuando cadagrupo de beligerantes se disputaba la opinión favorabledel mundo.La potencia
racional del hombre actúa en círculoscerrados, como la serpiente de la fábula, y nunca es capazde
traspasar su propia frontera. El loco razona con admirable destreza dentro del círculo cerrado de
sus obsesiones o ideas fijas, pero, jamás intuye ninguna verdad acerca de su propio destino o del
destino del Mundo. Dentrode su constelación racional privativa, el demente es irrebatible por el
hecho sencillo de que las razones de losunos no sirven para los otros; porque el valor convincente
de un determinado género de razones está en relación y correspondencia directa con el
temperamento del sujeto que razona. Ya Pitágoras dijo que el vicio de la razónera la locura.La
América necesita crear sus propias razones; necesita dar un vehículo racional a sus intuiciones
sobre latotalidad y significación de la vida. Las verdades que afloran en la conciencia tienen
queracionalizarse por ser eficaces, para construir la sólida y tangible armazón de una cultura. La
razón es como el sistema óseo de un organismo, en torno del cual toman forma y consistencia las
intuiciones, las verdades, las emociones, las reacciones vitales de una raza, de un pueblo, de un
continente.El destino de un pueblo es la resultante de una ecuación de factores biológicos,
síquicos, telúricos e históricos que se organizan y se conforman en un sentido determinado, en
una modalidad vital, en un estilo.

La verdad deuna raza es sólo y únicamente su estilo, y la grandeza deella depende de la mayor o
menor profundidad con querealice y exprese este estilo. No hay verdades impalpables, etéreas y
objetivas, en el sentido absoluto, sino verdades que seencarnanen formas racionales, en armazón
vital, en plasmas germinativos. Ahora bien, América no ha tenido un estilo porque no ha tenido
una verdad o conjunto de verdades origina-les que expresar ante el mundo encarnadas en una
organización biológica, en una forma concatenada y congruente, en un todo tramado y contextura
para su expresión adecuada. Más, es preciso que lo tenga. De un caos parecido salieron todos los
pueblos en que florecieron las más gran-des culturas de la historia. Caóticos fueron siempre todos
los principios. Una y otra vez ha de cumplirse la ley cósmica que establece que de una involución
emerja unnuevo proceso evolutivo.Ningún organismo -pueblos, razas, hombres deuna manera fija
y conclusa. Todo organismo se hace ydeviene perpetuamente. Tanto está el presente en el
ayer,como el ayer en el porvenir. El presente es el trampolín yel plan del mañana. En la historia no
hay pleonasmos, no cuenta la peripecia superflua. Lo que fue hecho una vez está siemprehaciendo
y creando. Cada hecho está cargado de consecuencias y él mismo es una consecuencia de otros
hechosanteriores. El instante histórico engendra y es engendra-do. Es paternidad y, a la vez,
filiación. En América ha faltado el ojo histórico. Por eso no ha surgido todavía una conciencia
histórica, una conciencia continental. Su realizarse ha sido una realización instintiva, sin intención
ni propósito alumbrado. Hasta aquí el azar o lo que aparecía como el azar, por-que aún no se había
expresado en razón histórica. De hoyen adelante, la conciencia, el propósito trascendente,
elsentido histórico.

II EL DESGARRÓN HISTÓRICO

Desde la Conquista, América ha tenido una historia periférica y extravertida. El mundo se ha
insertado enella, como una avalancha que rompe el dique de contención y permanece extraña al
área invadida. Sus acontecimientos eran acontecimientos europeos, extraños, exóticos; letras de
un alfabeto que pertenecían a un lenguaje distinto; signos y símbolos impuestos desde fuera y, por
lo tanto, incapaces de expresar ningúnestilo, ninguna intimidad entrañable y congénita. Cuando
Roma somete a Grecia, la cultura griega conquista, a su vez, al invasor; pervive dentro de él y se
continúa en floraciones magníficas. Más aún, la cultura griegaa través de Roma se universaliza,
toma un vuelo poderoso y gana el imperio del mundo. Conquistadora de su vencedor hace de él el
mejor vehículo de su expansión universal. Hasta Roma, la cultura griega no fue sino una
culturaprovincial, una cultura mediterránea, hasta cierto puntolocalista y circunscrita. Con Roma,
el mundo se helenizay la abeja ática prende sus panales en Britania, en la Galia, en Germania, en
Hispania, centros de donde se irradia después al porvenir. Ninguna conquista, como la romana,
sirvió mejor los designios más profundos, el destino esencial de una raza “vencida”. Roma jugó un
papel decisivo para Grecia y, tal vez, sin ella, su cultura habrías extinguido sin repercusión mundial,
a orillas del marEgeo. El mundo habría tomado entonces, otros caminos.En realidad, la conquista
romana no fue para Grecia, enúltimo extremo, una tragedia, sino un florecimiento, unaexpansión
vital, una continuidad histórica.Para América, la conquista Europa fue unacatástrofe,una tragedia
de proporciones cósmicas, ya que ella significó no sólo el hundimiento y el eclipse de una raza
quehabía llegado a un estadio resplandeciente de civilización, sino, también, la inserción de un
alma extraña quevino, a su vez, a trazarse o, cuando menos, a deformarsedentro de las poderosas
fuerzas geo-biológicas que actuaban en la tierra continental como disolvente, como unaenergía
letal y corrosiva. De este choque salieron moribundas y cada erizadas, como sombras espectrales,
el antigua alma indígena y el alma invasora de España. En la historia del mundo, América es un
gran desgarrón. El desgarrón de una raza vigorosa por obra de la con-quista y la violencia de la
barbarie occidental. Esta raza cumple un ciclo de vida y de cultura superior, sin el con-curso ni la
aportación de las otras razas. Caso único en que se abre el seno de un Continente como un
hipogeo cósmico, para que viniera a cada ver izarse y podrirse todos lospueblos de la tierra,
dejando unhumos humano, rico en elementos fecundantes y en posibilidades inauditas.Por eso,
América ha vivido sin su propia experiencia.Toda su vida histórica, es decir, toda aquella parte de
suvida que se inserta en el acontecer del mundo, ha sinounabismarsede Europa en ella, una fusión
de todas lasrazas en sus tórridas entrañas. Caso en que una prehistoria es superior, es más que la
historia, porque lo queconocemos del Imperio Incaico era ya, desde hacíamucho tiempo una
decadencia, no ha creado todavíanada en América, no ha hecho sino repetirse mal, yrepetirse
destruyendo lo que había de vivir, orgánico yfuerte en esta parte del mundo.

Y éste es el desgarro de América. Un desgarro que secumple hasta en el hecho simbólico de que
un navegantesale en busca de una cosa y, de súbito, se encuentra conotra. América es, pues, la
aventura, el gran tropezón his-tórico de Colón y, por eso, en cierto sentido, la hija de lofortuito y
de lo inesperado. América constituye el reco-mienzo de una vida nueva para la cual no sirve, en su
sig-nificado concreto y particular, ni la experiencia, ni lasleyes, ni las normas que ensayaron el
hombre europeo y elhombre oriental a través de los siglos. América es unanueva posibilidad
humana.Mientras el resto del mundo se encuentra, ya enforma cristalizada y fija, ya en plena
fusión disgregativa.América es, todavía, un plasma móvil, un fenómeno enplena refundición vital.
Mientras todas las demás cultu-ras se hallan en su madurez o en su declinación porquehan
encontrado el sentido de su solución humana, Amé-rica es todavía una infancia, una incógnita
problemática.Y, si hasta hoy ha sido un Sepulcro, es indudable que yacomienza a ser una Cuna.

IIISÍNTESIS DE RAZAS Y CULTURAS

Desde hace cuatro siglos todas las razas están derri-tiéndose en la hoguera de América. Para ayer,
necesariafusión disgregativa; proceso de integramiento y dereconstitución, para mañana. El ojo
miope y retrasadomiope no ve sino el caos, la heterogeneidad momentánea y epidérmica de la
cual casi no puede hablarse sino en pre-térito, puesto que ha comenzado el proceso de integra-
ción. El indio, el blanco, el asiático, el negro y todos hantraído su aporte y se han podrido o están
acabando depodrirse en esta inmensa axila cósmica, para libertar susrespectivas superioridades
integrantes que harán elhom-bre americano, cumplido ya para el porvenir de la huma-nidad.Ha
sido precisa esta encrucijada de América para quetodas las razas no encuentren elultra, el más allá
del hom-bre sino desintegrándose. Parada o involución de un pro-ceso que habría de seguir,
después su continuidad, Amé-rica está cumpliendo o ha cumplido ya su función de osa-rio o
pudridero para ser la microcósmica entraña del por-venir.Hasta este momento las razas se han
desarrollado uni-lateralmente, aisladas, circunscriptas, ignorándose y des-preciándose
mutuamente. La palabraostys,con que el ciu-dadano romano designaba al extranjero, continúa
defi-niendo todavía la actitud que, en el fondo, un puebloadopta con respecto al otro, por más
que se disimule estesentimiento, bajo las ceñidas fórmulas de la cortesíainternacional. Los
nacionalismos deflagrantes que hangenerado el ambiente explosivo de Europa, no sólo hansurgido
de causas puramente económicas -aunque éstassean los factores principales-, sino también, de la
abismá-tica incomprensión e ignorancia que hay entre pueblo ypueblo, entre raza y raza. Es
particularmente significativoque dos pueblos vecinos y fronterizos como el francés y elalemán, se
odien hasta el exterminio y que la palabraostys,el enemigo, tenga casi el mismo sentido
destructivoque en la vieja Roma. Y este ejemplo puede multiplicarseen la vida
contemporánea.Hasta cierto punto, era necesario esta desconexiónhostil. Los pueblos no alcanzan
un estadio superior, desdesus planos inferiores, sino chocando y negándose entre sí.Si es cierto
que esta desconexión fue negativa, en ciertorespecto, cobijaba, sin embargo, por contraste, a
cadaraza en sus respectivas afirmaciones y posibilidades vita-les dentro de su propio ser.
Realización o expresión, tantocomo libertad es límite. No se puede vivir sin limitarseporque
significaría la disgregación antes de la madurez, ladispersión periférica antes de encontrar y definir
su pro-pia alma. La palabra y la acción expresan el pensamiento y lo matan, para seguir viviendo.
Vivimos muriendo. Es elsentidoagonístico.Pero, a diferencia de los demás continentes, Américaes
un nudo. En ella se cruzan, confluyen y conectan,como en el centro de una rosa náutica, los
caminos detodas las razas. Arrastradas por fuerzas biológicas supe-riores, obedeciendo a sus más
profundos designios de con-tinuidad vital, a la manera como ciertos peces de losmares del norte,
atraídos por fuerzas telúricas irresisti-bles, emigran a las aguas del sur para cumplir el
actosupremo de la fecundación, los pueblos de toda la tierrabuscaron la confluencia de América
para superarse e inte-grarserecíprocamente.Es la confluencia del Oriente y del Occidente en
unatierra nueva. El Oriente nos trae el conocimiento delhombre en su totalidad subjetiva, en su yo
trascendente,en su concordancia con el Cosmos, en su fusión o sumer-sión en “Dios”. Gracias al
Oriente, el hombre sabe que, ala vez que un centro, es un punto periférico del Universo.El Oriente,
por sobre las razas y las diferencias, nos da elhombre universal, el hombre cósmico. De allí su
profun-do, su acendrado sentido religioso, su comunión mística yfísica con la naturaleza.Ninguna
filosofía, como la oriental, llegó a la síntesissuprema de su pensamiento, al alumbramiento de
losgrandes y totales panoramas del espíritu, a la armonía delalma interna. El pensamiento
europeo es analítico, anatómico, disgregativo. No supera jamás la razón que cons-tituye su
realidad, su vida y su fuerza, pero que también essu cárcel. El pensamiento oriental comienza
donde acabael occidental, donde éste encuentra su barrera intras-montable, su frontera última. El
filósofo de Koenigsbergseñaló con admirable precisión, el límite del conocimien-to europeo. El
pensamiento occidental es racional y cons-ciente; el oriental, supra-racional y supra-consciente.
EnOriente la facultad intuitiva se hace constatación experi-mental por medio de los órganos
internos. No hay con-flicto entre la religión y l aciencia.Europa, en cambio, aporta sus técnicas, nos
da el hom-bre concreto y colectivo, el hombre en convivenciamutua, el hombre político y posesivo
por excelencia.Mientras que el Oriente nos da el hombre genérico a true-que de gasificarse por
falta de contención terrestre, elOccidente nos da el hombre de carne y hueso, la criaturatelúrica
enfocada en sus inmediatas realidades vitales. Sufilosofía, su arte, su industria, su política, su
economíason un reflejo de estas características esenciales.Hombre político o externo, en el
sentido que decíaAristóteles, y hombre subjetivo e interno, he aquí los fac-tores de la síntesis que
dará el Oriente y el Occidente enAmérica.




IVAMÉRICA, EQUÍVOCO DE AMÉRICA

Como América, es un hipogeo, cumple su acciónfuneraria aun en aquellas porciones del
Continente,como Estados Unidos, en que se nos aparece bajo unasuperficie progresiva y brillante.
Paramento vistoso comofúlgicos alamares que cubre un esqueleto sin alma. Esestucado perfecto
de una civilización que disimula y ocul-ta la fermentación corrosiva de un pudridero cósmico.Este
fenómeno se explica diáfanamente por el hecho queen Estados Unidos, la invasión europea no
tuvo que cho-car con la poderosa resistencia espiritual de una culturasuperior, como en el Perú o
en México. Los pieles rojas alcontacto con el europeo retrocedieron hacia los lugaresdesolados y
abruptos para ser, luego, cazados como fieras.El puritano y el bandido europeo se establecieron
sin cho-car con ninguna fuerza indígena pugnaz. Política y eco-nómicamente se organizarona su
gusto, para emplear sugráfica expresión popular, mientras que en México y en elPerú los
españoles, para establecer sus instituciones polí-ticas, religiosas y económicas, se encontraron con
seriosproblemas que resolver. Por eso, en Norteamérica pudorealizarse la yuxtaposición casi
perfecta de una culturaextraña, y los utopistas europeos de la época pensaron enla tierra nueva
para instituir, como entábula rasa, sin tra-dición cultural alguna, sus falansterios y sus
repúblicasplatónicas. Más de un presunto o efectivo discípulo deCampanella o de Fourier, soñó en
las “tierras vírgenes” deAmérica para sus realizaciones ideales. Para el puritanoel territorio
invadido fueres nullius, en sentido absoluto;para el español, significó una lucha tenaz y
desgarradacontra una organización jurídica milenaria y perfecta ensu nivel y en su época. Tuvo
que trizar y romper violenta-mente un sistema económico, social, político y religiosoque, dentro
de sus condiciones peculiares, era superior aleuropeo.Porque Europa se estableció sin resistencia
culturalalguna en América Sajona, Estados Unidos es unequívo-code la americanizad, Europa no
quiere reconocerse allí y, sin embargo, nunca se definieron con mayor nitidez los valores
occidentales en su proyección excéntrica y exter-na. Contemplar a Estados Unidos es contemplar,
con níti-da rotundidad, la defunción de la Antigua Europa. Todoslos males que han herido de
muerte al Occidente, en suestado actual de cultural, se reconocen al escudriñar, pro-fundamente,
la vida norteamericana. El industrialismomanufacturero, el maquinismo, las tendencias económi-
cas y financieras, la actividad febril de los negocios des-plazando toda intimidad espiritual, han
alcanzado sumáxima tensión. Es la muestra de todo lo que ha podidodar el Occidente en este
sentido. No hay ya mucho queforzar para que la cuerda reviente. Es una organizaciónque ha
entregado toda su elasticidad, es decir, toda sucapacidad de absorción. Como el Imperio Romano
fue lamáxima floración del mundo antiguo antes de extinguir-se, Estados Unidos es, a su vez, el
postrer resplandor mara-villoso del Occidente industrialista, antes de hundirsecarcomido por los
disolventes de sus propias contradic-ciones.Como lo repito, Europa no quiere reconocerse en
suhija de carne y hueso. No solamente los hombres, sino,también, los pueblos, suelen estar ciegos
para reconocerlos signos evidentes de su decadencia y ruina final. Si aalgo puede llamarse
pleonasmo en la historia, aun a true-que de violentar la realidad de las cosas, Estados Unidoses el
pleonasmo de Europa. No es el acaso que Lindberg,un norteamericano, sea el primer aviador que
cruza elAtlántico en vuelo directo hacia Europa. Una civiliza-ción esencialmentehazañosa,tenía que
señalarse por unadesorbitada hazaña mecánica. Estados Unidos aplica engrande, lo que Europa
inventó o hizo en pequeño. El ras-cacielo es la hazaña de la arquitectura sin alma que se des-
mesura hacia el espacio para disimular su abismáticaoquedad interna. Organización deraidsy
derecords,acabará de morirse en el país supremo de los raidsde losrecords.

Pero no vaya a entenderse, por lo que acabamos dedecir, que en Estados Unidos no esté naciendo
un pueblonuevo, una raza de superiores destinos humanos. Bajo laNorte América europea y
yuxtapuesta, existe la NorteAmérica del porvenir, la Norte América microcósmicaque está
generando y nutriendo en sus entrañas el hom-bre americano del futuro, el hombre universal del
maña-na. Eso nos explica por qué, para el observador atento,Estados Unidos da la impresión de
una coexistenciaextraña entre el tipo super-civilizado y el tipo primitivode hombre que, con
frecuencia, se produce en el mismoindividuo. Hecho paradójico y, sin embargo, cierto.
EnEstadosUnidos, como en Sud América, hay una infancia y una tumba; un requiem funerario y
una diana de naci-miento.

VAMÉRICA HACIA SU AMERICANIZACIÓN

Toda cultura, para ser ella misma, precisa entrañarseen sus ingénitas raíces vitales. Un pueblo o
una raza nollega a ser órgano de expresión histórica, mientras nopenetra, con ojo buído, en la
intimidad secreta de su pro-pio ser. Intimidad que, por serlo, no puede prestarse aotro y que es
inalienable en absoluto. Intimidad no es másqueestilo, ritmo privativo de una existencia valía
circuns-crita en un Cosmos que se vierte a través de un especialorganismo síquico y biológico.Los
pueblos y los hombres en su infancia no compren-den el secreto de su intimidad. Viven imitando
las intimi-dades ajenas, que confunden con la suya propia. Sólo des-pués de una larga experiencia
dolorosa se descubren a sí mismos. Conocerse a sí mismo es ser uno mismo, es tocarlas alas de su
espíritu. El conocimiento es consustancial ala existencia y al ser de una criatura. Es lo que
quiereexpresarse en la sentencia del Oráculo de Delfos:Conó-cete a ti mismo.Esto lo ha ignorado
el hombre americanodurante cuatro siglos.América -lo repetimos-ha vivido extraviada, reco-
giendo las resonancias periféricas del Viejo Mundo,como el infante que convierte en modelo a su
padre.Nuestros pueblos han convertido en mueca los estilos ajenos, que buscan un mercado de
ideas y una proyecciónnarcisista en ultramar, que se convertían por ello en meroreflejo, en
deformación grotesca. De allí que Américahaya sido una vacua gesticulación cadavérica e hiperbo-
lizada de la palabra viva. Nada más ni nada menos que lode la caverna de Platón.

“-¿Verán algo más que la sombra de los objetos que pasandetrás de ellos?-No.-Si pudieron
conversar, ¿no convendrían en dar a las som-bras que ven los hombres de las cosas mismas?-Sin
duda alguna.-Y si tuviesen en el fondo de su prisión un eco… que repi-tiese las palabras de los
transeúntes, ¿no se imaginarían oírhablar a las sombras mismas de los que pasan delante de
susojos?-Sí.-En fin, ¿no creerían que existe otra cosa real que esas som-bras?...”“-Les será preciso
largo tiempo para acostumbrarse a ello(los seres reales): primero, discernirán más fácilmente las
som-bras, en seguida, las imágenes de los hombres y de los demásobjetos reflejados en la
superficie de las aguas, y, por último,los objetos mismos”.

Y esto es laamericanización de América, el hecho inau-dito que significa en la vida de un pueblo
que éste llegue adiscernirse a sí mismo, que alcance el fondo de su serlogrando la expresión de su
alma, que salga de la “caver-na” -donde no percibe sino sombras-, a plena luz del Sol,donde está el
alumbramiento y la percepción directa de sí mismo. Y esto no puede ser si no discierne entre las
som-bras y su ser esencial, entre los ecos y su voz viva; si no dis-tingue entre los espectros de los
otros y su inalienable inti-midad.

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El destino trascendente deamérica

  • 1. EL DESTINO TRASCENDENTE DEAMÉRICA IINTUICIÓN, RAZÓN Y VERDAD No creo que haya nada más importante para un pueblo, para una raza, para un Continente, que precisar en su conciencia vigilante -hasta donde esto sea posible lanota característica que viene a emitir en el acorde del mundo.Saber su melodíaen la vasta armonía de lo huma-no, es haber comprendido el sentido de su destino. Mas,el destino está constituido y determinado no sólo por las fuerzas racionales sino, también, por las potencias irracionales que actúan en planos adonde no podemos llegar sino con el poderoso garfio de la intuición. La asociación conceptual corriente no nos conduce jamás a las metas, alos alumbramientos totales. Se revuelve sobre sí misma, como la serpiente simbólica que se muerde la cola. Actúa dentro de una constelación dada de verdades que la intuición ha hecho accesibles a la conciencia, pero, no esel rayo que produce el resplandor en la tiniebla, ni la Inteligencia o el Logos que reorganiza el Caos, que hace surgir del Espacio y en el Espacio, el Cosmos. Nuestra razón, en puridad de verdad, en un sentido irrestricto, no es un instrumento de investigación, sino un instrumento de realización y de expresión, un vehículo trasmisor de verdades, una potencia transitiva y de contagio para el entendimiento de los otros. Una suerte de pioneerque abre la vía y rotura el camino en la aventura peligrosa y problemática de la sabiduría.Conocer una cultura y comprenderla es haber precisado las intuiciones capitales en que se funda y es, también, precisar las razones nuevas que ha puesto en circulación. Que la razón es una potencia independiente de laverdad o verdades que expresa nos lo revela de una manera deslumbrante la prodigiosa aventura de lossofistas griegos que probaron el pro y el contra de unacosa y que manejaron, con una gallardía que no ha vueltoa repetirse en la historia, la facultad razonante o racionalizante del hombre. En la Edad Media el continuador dela tradición sofística fue el teólogo escolástico, y en lavida contemporánea, el abogado y el rábula son losúnicos que han mantenido la flexibilidad de la razóncomo instrumento expresivo. En los últimos tres siglos,nunca el poder del sofisma racional alcanzó la eficacia yla universalización dogmática que en 1914, cuando cadagrupo de beligerantes se disputaba la opinión favorabledel mundo.La potencia racional del hombre actúa en círculoscerrados, como la serpiente de la fábula, y nunca es capazde traspasar su propia frontera. El loco razona con admirable destreza dentro del círculo cerrado de sus obsesiones o ideas fijas, pero, jamás intuye ninguna verdad acerca de su propio destino o del destino del Mundo. Dentrode su constelación racional privativa, el demente es irrebatible por el hecho sencillo de que las razones de losunos no sirven para los otros; porque el valor convincente de un determinado género de razones está en relación y correspondencia directa con el temperamento del sujeto que razona. Ya Pitágoras dijo que el vicio de la razónera la locura.La América necesita crear sus propias razones; necesita dar un vehículo racional a sus intuiciones sobre latotalidad y significación de la vida. Las verdades que afloran en la conciencia tienen queracionalizarse por ser eficaces, para construir la sólida y tangible armazón de una cultura. La razón es como el sistema óseo de un organismo, en torno del cual toman forma y consistencia las intuiciones, las verdades, las emociones, las reacciones vitales de una raza, de un pueblo, de un continente.El destino de un pueblo es la resultante de una ecuación de factores biológicos, síquicos, telúricos e históricos que se organizan y se conforman en un sentido determinado, en una modalidad vital, en un estilo. La verdad deuna raza es sólo y únicamente su estilo, y la grandeza deella depende de la mayor o menor profundidad con querealice y exprese este estilo. No hay verdades impalpables, etéreas y
  • 2. objetivas, en el sentido absoluto, sino verdades que seencarnanen formas racionales, en armazón vital, en plasmas germinativos. Ahora bien, América no ha tenido un estilo porque no ha tenido una verdad o conjunto de verdades origina-les que expresar ante el mundo encarnadas en una organización biológica, en una forma concatenada y congruente, en un todo tramado y contextura para su expresión adecuada. Más, es preciso que lo tenga. De un caos parecido salieron todos los pueblos en que florecieron las más gran-des culturas de la historia. Caóticos fueron siempre todos los principios. Una y otra vez ha de cumplirse la ley cósmica que establece que de una involución emerja unnuevo proceso evolutivo.Ningún organismo -pueblos, razas, hombres deuna manera fija y conclusa. Todo organismo se hace ydeviene perpetuamente. Tanto está el presente en el ayer,como el ayer en el porvenir. El presente es el trampolín yel plan del mañana. En la historia no hay pleonasmos, no cuenta la peripecia superflua. Lo que fue hecho una vez está siemprehaciendo y creando. Cada hecho está cargado de consecuencias y él mismo es una consecuencia de otros hechosanteriores. El instante histórico engendra y es engendra-do. Es paternidad y, a la vez, filiación. En América ha faltado el ojo histórico. Por eso no ha surgido todavía una conciencia histórica, una conciencia continental. Su realizarse ha sido una realización instintiva, sin intención ni propósito alumbrado. Hasta aquí el azar o lo que aparecía como el azar, por-que aún no se había expresado en razón histórica. De hoyen adelante, la conciencia, el propósito trascendente, elsentido histórico. II EL DESGARRÓN HISTÓRICO Desde la Conquista, América ha tenido una historia periférica y extravertida. El mundo se ha insertado enella, como una avalancha que rompe el dique de contención y permanece extraña al área invadida. Sus acontecimientos eran acontecimientos europeos, extraños, exóticos; letras de un alfabeto que pertenecían a un lenguaje distinto; signos y símbolos impuestos desde fuera y, por lo tanto, incapaces de expresar ningúnestilo, ninguna intimidad entrañable y congénita. Cuando Roma somete a Grecia, la cultura griega conquista, a su vez, al invasor; pervive dentro de él y se continúa en floraciones magníficas. Más aún, la cultura griegaa través de Roma se universaliza, toma un vuelo poderoso y gana el imperio del mundo. Conquistadora de su vencedor hace de él el mejor vehículo de su expansión universal. Hasta Roma, la cultura griega no fue sino una culturaprovincial, una cultura mediterránea, hasta cierto puntolocalista y circunscrita. Con Roma, el mundo se helenizay la abeja ática prende sus panales en Britania, en la Galia, en Germania, en Hispania, centros de donde se irradia después al porvenir. Ninguna conquista, como la romana, sirvió mejor los designios más profundos, el destino esencial de una raza “vencida”. Roma jugó un papel decisivo para Grecia y, tal vez, sin ella, su cultura habrías extinguido sin repercusión mundial, a orillas del marEgeo. El mundo habría tomado entonces, otros caminos.En realidad, la conquista romana no fue para Grecia, enúltimo extremo, una tragedia, sino un florecimiento, unaexpansión vital, una continuidad histórica.Para América, la conquista Europa fue unacatástrofe,una tragedia de proporciones cósmicas, ya que ella significó no sólo el hundimiento y el eclipse de una raza quehabía llegado a un estadio resplandeciente de civilización, sino, también, la inserción de un alma extraña quevino, a su vez, a trazarse o, cuando menos, a deformarsedentro de las poderosas fuerzas geo-biológicas que actuaban en la tierra continental como disolvente, como unaenergía letal y corrosiva. De este choque salieron moribundas y cada erizadas, como sombras espectrales, el antigua alma indígena y el alma invasora de España. En la historia del mundo, América es un gran desgarrón. El desgarrón de una raza vigorosa por obra de la con-quista y la violencia de la barbarie occidental. Esta raza cumple un ciclo de vida y de cultura superior, sin el con-curso ni la
  • 3. aportación de las otras razas. Caso único en que se abre el seno de un Continente como un hipogeo cósmico, para que viniera a cada ver izarse y podrirse todos lospueblos de la tierra, dejando unhumos humano, rico en elementos fecundantes y en posibilidades inauditas.Por eso, América ha vivido sin su propia experiencia.Toda su vida histórica, es decir, toda aquella parte de suvida que se inserta en el acontecer del mundo, ha sinounabismarsede Europa en ella, una fusión de todas lasrazas en sus tórridas entrañas. Caso en que una prehistoria es superior, es más que la historia, porque lo queconocemos del Imperio Incaico era ya, desde hacíamucho tiempo una decadencia, no ha creado todavíanada en América, no ha hecho sino repetirse mal, yrepetirse destruyendo lo que había de vivir, orgánico yfuerte en esta parte del mundo. Y éste es el desgarro de América. Un desgarro que secumple hasta en el hecho simbólico de que un navegantesale en busca de una cosa y, de súbito, se encuentra conotra. América es, pues, la aventura, el gran tropezón his-tórico de Colón y, por eso, en cierto sentido, la hija de lofortuito y de lo inesperado. América constituye el reco-mienzo de una vida nueva para la cual no sirve, en su sig-nificado concreto y particular, ni la experiencia, ni lasleyes, ni las normas que ensayaron el hombre europeo y elhombre oriental a través de los siglos. América es unanueva posibilidad humana.Mientras el resto del mundo se encuentra, ya enforma cristalizada y fija, ya en plena fusión disgregativa.América es, todavía, un plasma móvil, un fenómeno enplena refundición vital. Mientras todas las demás cultu-ras se hallan en su madurez o en su declinación porquehan encontrado el sentido de su solución humana, Amé-rica es todavía una infancia, una incógnita problemática.Y, si hasta hoy ha sido un Sepulcro, es indudable que yacomienza a ser una Cuna. IIISÍNTESIS DE RAZAS Y CULTURAS Desde hace cuatro siglos todas las razas están derri-tiéndose en la hoguera de América. Para ayer, necesariafusión disgregativa; proceso de integramiento y dereconstitución, para mañana. El ojo miope y retrasadomiope no ve sino el caos, la heterogeneidad momentánea y epidérmica de la cual casi no puede hablarse sino en pre-térito, puesto que ha comenzado el proceso de integra- ción. El indio, el blanco, el asiático, el negro y todos hantraído su aporte y se han podrido o están acabando depodrirse en esta inmensa axila cósmica, para libertar susrespectivas superioridades integrantes que harán elhom-bre americano, cumplido ya para el porvenir de la huma-nidad.Ha sido precisa esta encrucijada de América para quetodas las razas no encuentren elultra, el más allá del hom-bre sino desintegrándose. Parada o involución de un pro-ceso que habría de seguir, después su continuidad, Amé-rica está cumpliendo o ha cumplido ya su función de osa-rio o pudridero para ser la microcósmica entraña del por-venir.Hasta este momento las razas se han desarrollado uni-lateralmente, aisladas, circunscriptas, ignorándose y des-preciándose mutuamente. La palabraostys,con que el ciu-dadano romano designaba al extranjero, continúa defi-niendo todavía la actitud que, en el fondo, un puebloadopta con respecto al otro, por más que se disimule estesentimiento, bajo las ceñidas fórmulas de la cortesíainternacional. Los nacionalismos deflagrantes que hangenerado el ambiente explosivo de Europa, no sólo hansurgido de causas puramente económicas -aunque éstassean los factores principales-, sino también, de la abismá-tica incomprensión e ignorancia que hay entre pueblo ypueblo, entre raza y raza. Es particularmente significativoque dos pueblos vecinos y fronterizos como el francés y elalemán, se odien hasta el exterminio y que la palabraostys,el enemigo, tenga casi el mismo sentido destructivoque en la vieja Roma. Y este ejemplo puede multiplicarseen la vida contemporánea.Hasta cierto punto, era necesario esta desconexiónhostil. Los pueblos no alcanzan
  • 4. un estadio superior, desdesus planos inferiores, sino chocando y negándose entre sí.Si es cierto que esta desconexión fue negativa, en ciertorespecto, cobijaba, sin embargo, por contraste, a cadaraza en sus respectivas afirmaciones y posibilidades vita-les dentro de su propio ser. Realización o expresión, tantocomo libertad es límite. No se puede vivir sin limitarseporque significaría la disgregación antes de la madurez, ladispersión periférica antes de encontrar y definir su pro-pia alma. La palabra y la acción expresan el pensamiento y lo matan, para seguir viviendo. Vivimos muriendo. Es elsentidoagonístico.Pero, a diferencia de los demás continentes, Américaes un nudo. En ella se cruzan, confluyen y conectan,como en el centro de una rosa náutica, los caminos detodas las razas. Arrastradas por fuerzas biológicas supe-riores, obedeciendo a sus más profundos designios de con-tinuidad vital, a la manera como ciertos peces de losmares del norte, atraídos por fuerzas telúricas irresisti-bles, emigran a las aguas del sur para cumplir el actosupremo de la fecundación, los pueblos de toda la tierrabuscaron la confluencia de América para superarse e inte-grarserecíprocamente.Es la confluencia del Oriente y del Occidente en unatierra nueva. El Oriente nos trae el conocimiento delhombre en su totalidad subjetiva, en su yo trascendente,en su concordancia con el Cosmos, en su fusión o sumer-sión en “Dios”. Gracias al Oriente, el hombre sabe que, ala vez que un centro, es un punto periférico del Universo.El Oriente, por sobre las razas y las diferencias, nos da elhombre universal, el hombre cósmico. De allí su profun-do, su acendrado sentido religioso, su comunión mística yfísica con la naturaleza.Ninguna filosofía, como la oriental, llegó a la síntesissuprema de su pensamiento, al alumbramiento de losgrandes y totales panoramas del espíritu, a la armonía delalma interna. El pensamiento europeo es analítico, anatómico, disgregativo. No supera jamás la razón que cons-tituye su realidad, su vida y su fuerza, pero que también essu cárcel. El pensamiento oriental comienza donde acabael occidental, donde éste encuentra su barrera intras-montable, su frontera última. El filósofo de Koenigsbergseñaló con admirable precisión, el límite del conocimien-to europeo. El pensamiento occidental es racional y cons-ciente; el oriental, supra-racional y supra-consciente. EnOriente la facultad intuitiva se hace constatación experi-mental por medio de los órganos internos. No hay con-flicto entre la religión y l aciencia.Europa, en cambio, aporta sus técnicas, nos da el hom-bre concreto y colectivo, el hombre en convivenciamutua, el hombre político y posesivo por excelencia.Mientras que el Oriente nos da el hombre genérico a true-que de gasificarse por falta de contención terrestre, elOccidente nos da el hombre de carne y hueso, la criaturatelúrica enfocada en sus inmediatas realidades vitales. Sufilosofía, su arte, su industria, su política, su economíason un reflejo de estas características esenciales.Hombre político o externo, en el sentido que decíaAristóteles, y hombre subjetivo e interno, he aquí los fac-tores de la síntesis que dará el Oriente y el Occidente enAmérica. IVAMÉRICA, EQUÍVOCO DE AMÉRICA Como América, es un hipogeo, cumple su acciónfuneraria aun en aquellas porciones del Continente,como Estados Unidos, en que se nos aparece bajo unasuperficie progresiva y brillante. Paramento vistoso comofúlgicos alamares que cubre un esqueleto sin alma. Esestucado perfecto de una civilización que disimula y ocul-ta la fermentación corrosiva de un pudridero cósmico.Este fenómeno se explica diáfanamente por el hecho queen Estados Unidos, la invasión europea no
  • 5. tuvo que cho-car con la poderosa resistencia espiritual de una culturasuperior, como en el Perú o en México. Los pieles rojas alcontacto con el europeo retrocedieron hacia los lugaresdesolados y abruptos para ser, luego, cazados como fieras.El puritano y el bandido europeo se establecieron sin cho-car con ninguna fuerza indígena pugnaz. Política y eco-nómicamente se organizarona su gusto, para emplear sugráfica expresión popular, mientras que en México y en elPerú los españoles, para establecer sus instituciones polí-ticas, religiosas y económicas, se encontraron con seriosproblemas que resolver. Por eso, en Norteamérica pudorealizarse la yuxtaposición casi perfecta de una culturaextraña, y los utopistas europeos de la época pensaron enla tierra nueva para instituir, como entábula rasa, sin tra-dición cultural alguna, sus falansterios y sus repúblicasplatónicas. Más de un presunto o efectivo discípulo deCampanella o de Fourier, soñó en las “tierras vírgenes” deAmérica para sus realizaciones ideales. Para el puritanoel territorio invadido fueres nullius, en sentido absoluto;para el español, significó una lucha tenaz y desgarradacontra una organización jurídica milenaria y perfecta ensu nivel y en su época. Tuvo que trizar y romper violenta-mente un sistema económico, social, político y religiosoque, dentro de sus condiciones peculiares, era superior aleuropeo.Porque Europa se estableció sin resistencia culturalalguna en América Sajona, Estados Unidos es unequívo-code la americanizad, Europa no quiere reconocerse allí y, sin embargo, nunca se definieron con mayor nitidez los valores occidentales en su proyección excéntrica y exter-na. Contemplar a Estados Unidos es contemplar, con níti-da rotundidad, la defunción de la Antigua Europa. Todoslos males que han herido de muerte al Occidente, en suestado actual de cultural, se reconocen al escudriñar, pro-fundamente, la vida norteamericana. El industrialismomanufacturero, el maquinismo, las tendencias económi- cas y financieras, la actividad febril de los negocios des-plazando toda intimidad espiritual, han alcanzado sumáxima tensión. Es la muestra de todo lo que ha podidodar el Occidente en este sentido. No hay ya mucho queforzar para que la cuerda reviente. Es una organizaciónque ha entregado toda su elasticidad, es decir, toda sucapacidad de absorción. Como el Imperio Romano fue lamáxima floración del mundo antiguo antes de extinguir-se, Estados Unidos es, a su vez, el postrer resplandor mara-villoso del Occidente industrialista, antes de hundirsecarcomido por los disolventes de sus propias contradic-ciones.Como lo repito, Europa no quiere reconocerse en suhija de carne y hueso. No solamente los hombres, sino,también, los pueblos, suelen estar ciegos para reconocerlos signos evidentes de su decadencia y ruina final. Si aalgo puede llamarse pleonasmo en la historia, aun a true-que de violentar la realidad de las cosas, Estados Unidoses el pleonasmo de Europa. No es el acaso que Lindberg,un norteamericano, sea el primer aviador que cruza elAtlántico en vuelo directo hacia Europa. Una civiliza-ción esencialmentehazañosa,tenía que señalarse por unadesorbitada hazaña mecánica. Estados Unidos aplica engrande, lo que Europa inventó o hizo en pequeño. El ras-cacielo es la hazaña de la arquitectura sin alma que se des- mesura hacia el espacio para disimular su abismáticaoquedad interna. Organización deraidsy derecords,acabará de morirse en el país supremo de los raidsde losrecords. Pero no vaya a entenderse, por lo que acabamos dedecir, que en Estados Unidos no esté naciendo un pueblonuevo, una raza de superiores destinos humanos. Bajo laNorte América europea y yuxtapuesta, existe la NorteAmérica del porvenir, la Norte América microcósmicaque está generando y nutriendo en sus entrañas el hom-bre americano del futuro, el hombre universal del maña-na. Eso nos explica por qué, para el observador atento,Estados Unidos da la impresión de una coexistenciaextraña entre el tipo super-civilizado y el tipo primitivode hombre que, con frecuencia, se produce en el mismoindividuo. Hecho paradójico y, sin embargo, cierto.
  • 6. EnEstadosUnidos, como en Sud América, hay una infancia y una tumba; un requiem funerario y una diana de naci-miento. VAMÉRICA HACIA SU AMERICANIZACIÓN Toda cultura, para ser ella misma, precisa entrañarseen sus ingénitas raíces vitales. Un pueblo o una raza nollega a ser órgano de expresión histórica, mientras nopenetra, con ojo buído, en la intimidad secreta de su pro-pio ser. Intimidad que, por serlo, no puede prestarse aotro y que es inalienable en absoluto. Intimidad no es másqueestilo, ritmo privativo de una existencia valía circuns-crita en un Cosmos que se vierte a través de un especialorganismo síquico y biológico.Los pueblos y los hombres en su infancia no compren-den el secreto de su intimidad. Viven imitando las intimi-dades ajenas, que confunden con la suya propia. Sólo des-pués de una larga experiencia dolorosa se descubren a sí mismos. Conocerse a sí mismo es ser uno mismo, es tocarlas alas de su espíritu. El conocimiento es consustancial ala existencia y al ser de una criatura. Es lo que quiereexpresarse en la sentencia del Oráculo de Delfos:Conó-cete a ti mismo.Esto lo ha ignorado el hombre americanodurante cuatro siglos.América -lo repetimos-ha vivido extraviada, reco- giendo las resonancias periféricas del Viejo Mundo,como el infante que convierte en modelo a su padre.Nuestros pueblos han convertido en mueca los estilos ajenos, que buscan un mercado de ideas y una proyecciónnarcisista en ultramar, que se convertían por ello en meroreflejo, en deformación grotesca. De allí que Américahaya sido una vacua gesticulación cadavérica e hiperbo- lizada de la palabra viva. Nada más ni nada menos que lode la caverna de Platón. “-¿Verán algo más que la sombra de los objetos que pasandetrás de ellos?-No.-Si pudieron conversar, ¿no convendrían en dar a las som-bras que ven los hombres de las cosas mismas?-Sin duda alguna.-Y si tuviesen en el fondo de su prisión un eco… que repi-tiese las palabras de los transeúntes, ¿no se imaginarían oírhablar a las sombras mismas de los que pasan delante de susojos?-Sí.-En fin, ¿no creerían que existe otra cosa real que esas som-bras?...”“-Les será preciso largo tiempo para acostumbrarse a ello(los seres reales): primero, discernirán más fácilmente las som-bras, en seguida, las imágenes de los hombres y de los demásobjetos reflejados en la superficie de las aguas, y, por último,los objetos mismos”. Y esto es laamericanización de América, el hecho inau-dito que significa en la vida de un pueblo que éste llegue adiscernirse a sí mismo, que alcance el fondo de su serlogrando la expresión de su alma, que salga de la “caver-na” -donde no percibe sino sombras-, a plena luz del Sol,donde está el alumbramiento y la percepción directa de sí mismo. Y esto no puede ser si no discierne entre las som-bras y su ser esencial, entre los ecos y su voz viva; si no dis-tingue entre los espectros de los otros y su inalienable inti-midad.