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DULCE CONSUELO
PARA LOS SANTOS DÉBILES
«No quebrará la cana cascada, ni apagará el pabilo que humea, hasta que haga triunfar la
justicia» (Mateo 12:20)
A la charlatana fama le gusta siempre hablar de un hombre o de otro. Algunos hay cuya
gloria proclama con toque de trompeta, y cuyo honor ensalza hasta los cielos. Algunos son sus
favoritos, y sus nombres están tallados en mármol, y de ellos se oye en todas las tierras y bajo
todos los cielos. La fama no es un juez imparcial: tiene sus favoritos. A algunos los exalta, y casi
deifica; a otros, cuyas virtudes son muy superiores y cuyos caracteres merecen más encomio, los
pasa por alto, y pone el dedo del silencio sobre sus labios. Generalmente, veréis que las personas
amadas por la fama están hechas de bronce o de hierro, y que han sido vaciadas en un molde
rudo. La fama acaricia a César porque rigió la tierra con cetro de hierro. La fama ama a Lutero,
porque desafió abierta y varonilmente al Papa de Roma, y con frente dura osó reírse de los
truenos del Vaticano. La fama admira a Knox, porque fue duro y demostró ser valiente entre los
valientes. Generalmente, encontraréis que escoge a hombres fogosos y tenaces, que se
mantuvieron frente a sus semejantes sin temor a ellos; hombres hechos de valor; manojos
consolidados de temeridad, y que nunca supieron qué era la timidez. Pero sabéis que hay otra
clase de personas igualmente virtuosas, e igualmente apreciables -quizá aún más y a los que la
fama olvida totalmente. No oís hablar del tolerante Melancton; la fama nos dice bien poco de él;
pero quizá hizo tanto por la Reforma como el poderoso Lutero. No oís a la fama hablar mucho
del gentil y bendito Rudlerford, y de las palabras celestiales que destilaban de sus labios; ni del
Arzobispo Leighton, de quien se dijo que nunca en su vida se encolerizó. A la fama le gustan los
escabrosos picos de granito que desafían a la nube de la tormenta; no se preocupa de la piedra
más humilde del valle, sobre la que reposa el cansado viajero; quiere algo atrevido y prominente;
algo que corteje la popularidad; algo que destaque delante del mundo. No se cuida de los que se
retiran a la sombra. Por ello es, hermanos míos, que el bienaventurado Jesús, nuestro adorable
Maestro, ha escapado de la fama. No encontramos su nombre escrito entre los de los hombres
grandes y poderosos, aunque en verdad es el más grande, poderoso, santo, puro y bueno de todos
los que jamás vivieran; pero por cuanto era el «Gentil Jesús, amable y apacible», y fue
enfáticamente el hombre cuyo reino no es de este mundo; porque no había en él rudeza alguna,
sino que era todo amor; por cuanto sus palabras eran más suaves que la mantequilla, sus
pronunciamientos más gentiles en su manar que el aceite; por cuanto nunca nadie habló tan
gentilmente como este hombre, es por ello descuidado y olvidado. No vino como conquistador,
espada en mano; no como un Mahoma con desatada elocuencia; sino que vino a hablar con una
voz «suave y apacible» que derrite los corazones rocosos, que venda a los quebrantados de
espíritu, y que dice continuamente: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados»,
«Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas.» Jesucristo era todo gentileza, y es por esto que no ha
sido exaltado entre los hombres como en caso contrario lo habría sido. ¡Amados!, nuestro texto
está lleno de gentileza; parece haber sido impregnado de amor; y espero que podré mostraros
algo de la inmensa simpatía y de la poderosa ternura de Jesús, al intentar exponerlo. Hay tres
cosas que observar: primero, la fragilidad de los mortales; segundo, la compasión divina; y
tercero, el triunfo seguro -«hasta que haga triunfar la justicia».
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I. Primero tenemos ante nosotros una perspectiva de la fragilidad de los mortales -la caña
cascada y el pabilo humeante- dos metáforas muy sugestivas y muy llenas de significado. Si no
fuera cosa demasiado fantasiosa -y si lo es, sé que me excusaréis por ello os diría que la caña
cascada es el emblema de un pecador en la primera etapa de su convicción. El Espíritu Santo
comienza quebrantando. A fin de ser salvo, la tierra inculta tiene que ser arada; el corazón
endurecido tiene que ser quebrantado; la roca tiene que ser hendida en dos. Un antiguo teólogo
dice que no hay entrada en el cielo sin pasar muy cerca de los portales del infierno -sin mucha
angustia del alma y ejercicios del corazón. Entiendo, así, que la caña cascada es una imagen del
pobre pecador cuando Dios comienza al principio sus operaciones en el alma; es una caña
cascada, casi totalmente quebrantada y consumida; hay en él poca fuerza. El pabilo humeante lo
entiendo como un cristiano recaído; como uno que ha sido una luz brillante ardiendo en este día,
pero que al descuidar los medios de la gracia ha apagado el Espíritu, y habiendo caído en pecado,
su luz casi está apagada -no del todo; no puede apagarse del todo: nunca puede apagarse
completamente, porque Cristo dijo: «No la apagaré»; sin embargo, se torna como una lámpara
que al estar mal suplida de aceite resulta casi inútil. No está del todo apagada; suelta humo; fue
en el pasado una lámpara útil, pero ahora se ha transformado en un pabilo humeante. Por esto
creo que estas metáforas describen muy probablemente al pecador contrito como una caña
cascada, y al cristiano recaído como un pabilo humeante. Sin embargo, no emplearé esta
división, sino que pondré ambas metáforas juntas, y espero que podamos sacar unos cuantos
pensamientos de ellas.
Primero, el aliento que se ofrece en-nuestro texto se aplica a personas débiles. ¿Qué hay
en el mundo más débil que una caña cascada o que un pabilo humeante? Una caña que crece en
el marjal o en el pantano, si un pato salvaje se posa sobre ella, se parte; si tan sólo el pie de un
hombre la roza, queda cascada y rota; los vientos que llegan soplando a través del río la sacuden
de lado a lado, y casi la desarraiga. No se puede pensar en nada más débil y quebradizo, o cuya
existencia dependa de más circunstancias que una caña cascada. Luego miremos el pabilo
humeante, ¿qué es? Es cierto que le queda una chispa en su seno, pero casi está ahogada; el soplo
de un bebé podría apagarla, o las lágrimas de una doncella ponerle fin en un momento; nada
tiene una existencia más precaria que la diminuta chispa oculta en un pabilo humeante. Como
veis, lo que aquí se describe son cosas depiles. Bien, pues Cristo dice de ellas: «No apagaré el
pabilo que humea; no quebraré la caña cascada.» Dejad que vaya a buscar a los débiles. ¡Ah, no
tendré que ir lejos! Muchos hay en esta casa de oración esta mañana, que verdaderamente son
débiles. Algunos de los hijos de Dios, bendito sea su nombre, son fortalecidos para llevar a cabo
grandes hazañas para él. Dios tiene sus poderosos Sansones aquí, que pueden desencajar las
pesadas puertas de Gaza y llevarlas hasta la cumbre del monte; y aquí y allá tiene a sus
poderosos Gedeones, que pueden llegarse al campamento de los madianitas y desbaratar sus
ejércitos; tiene a sus valientes, que pueden entrar en el foso en invierno, y dar muerte a los
leones; pero la mayoría de su pueblo son tímidos, una raza débil. Son como los cachorros, que se
asustan por todo aquel que pasa por su lado; un pequeño rebaño asustadizo. Si viene la tentación,
caen ante ella; si les sobreviene una prueba, son abrumados por ella; su frágil esquife es sacudido
arriba y abajo por cada ola, y cuando llega el vendaval, son arrastrados por él, como un ave
marina sobre la cresta de las olas; débiles, sin poder, sin fuerza, sin fortaleza, sin energía. ¡Ah,
queridos amigos, sé que os he tomado a algunos ahora de la mano, y que también os he tocado el
corazón, porque estáis diciendo: «¡Débil! Ah, sí, lo soy. Bien a menudo me siento obligado a
decir: Quema, mas no puedo cantar; querría, mas no puedo orar; querría, mas no puedo creer.»
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Estás diciendo que no puedes hacer nada; tus mejores resoluciones son débiles y vanas; y cuando
clamas: «Renueva mis fuerzas», te sientes más débil que antes. Eres débil, ¿verdad? ¿Cañas
cascadas y pabilos humeantes? Bendito sea Dios, entonces este texto es para vosotros. Estoy
contento de que podáis entrar bajo la denominación de débiles, porque aquí hay una promesa de
que nunca los romperá ni apagará, sino que los sostendrá y mantendrá. Sé que hay aquí algunas
personas muy fuertes -me refiero a que son fuertes en cuanto a sus propias ideas. A menudo me
he encontrado con gente que no confesaría una debilidad de esta clase. Tienen mentes fuertes..
Dicen: «¿Acaso piensa que caemos en pecado, señor? ¿Nos dice usted que nuestros corazones
están corrompidos? No creemos nada de eso. Somos buenos, puros y rectos; tenemos fuerza y
poder.» No os estoy predicando a vosotros esta mañana; a vosotros no os digo nada; pero
cuidado -vuestra fuerza es vanidad, vuestro poder es un engaño- porque por mucho que os jactéis
en lo que podéis hacer, esto pasará; cuando lleguéis a la verdadera lucha con la muerte, os daréis
cuenta de que no tenéis fuerza para enfrentaros a ella; y cuando venga uno de aquellos días de
intensa tentación, te tomará a ti, oh hombre moral, y abajo caerás; y el glorioso ornamento de tu
moralidad quedará tan manchado que aunque te laves las manos en agua de nieve y te limpies
como sea, quedarás tan contaminado que tus propias ropas te aborrecerán. Creo que es una
bienaventuranza ser débil. El débil es sagrado. El Espíritu Santo le ha hecho así. ¿Puedes tú
decir: «Fuerzas yo no tengo»? Entonces este texto es para ti.
En segundo lugar, las cosas mencionadas en nuestro texto no sólo son débiles, sino que
también son carentes de valor. He oído de un hombre que si se encontraba una aguja por la calle,
por principio de economía se agachaba a recogerla; pero todavía no he oído de nadie que se
agachara a recoger cañas cascadas. No vale la pena. ¿Quién querría una caña cascada -algo
totalmente inútil echado al suelo? Todos lo desdeñamos como sin valor. Y un pabilo humeando,
¿qué es? Es algo molesto y maloliente; pero su valor es nulo. Nadie daría lo más mínimo por la
caña cascada ni por el pabilo humeante. Bien, entonces, amados, en nuestra propia valoración
hay muchos entre nosotros que carecemos totalmente de valor. Los hay aquí que si pudieran
pesarse en las balanzas del santuario y pusieran sus corazones en las balanzas de la conciencia,
aparecerían como buenos para nada -sin valor, inútiles. Hubo un tiempo en que pensabais de
vosotros mismos que erais la mejor gente del mundo; cuando, si alguien os hubiera dicho que
teníais más de lo que os merecíais, hubierais dado una coz a tal comentario, y habríais
contestado: «Creo que soy tan bueno como cualquier otro.» Os considerabais como algo
maravilloso, algo extremadamente digno del amor y de la consideración de Dios; pero ahora os
consideráis como carentes de valor. A veces os imagináis que Dios apenas si puede saber dónde
estáis, por lo menospreciables que sois -tan indignos- inmerecedores de su atención. Puedes
comprender cómo puede contemplar a un infusorio en una gota de agua, o a un grano de polvo
en el rayo de luz, o al insecto del atardecer de verano; pero apenas puedes comprender cómo
puede pensar en ti; te consideras tan indigno -un punto vacío en el mundo, algo sin valor. Dices:
«¿Para qué valgo? No estoy haciendo nada. Por lo que respecta al ministro del evangelio, él hace
algún servicio; por lo que respecta al diácono de la iglesia, vale para algo; el maestro de escuela
dominical está haciendo algo que vale la pena; pero ¿para qué valgo yo?» Pero podrías hacer la
misma pregunta aquí. ¿Para qué vale una caña cascada? ¿Puede alguien apoyarse sobre ella?
¿Puede alguien fortalecerse con ella? ¿La usaré como pilar en mi casa? ¿Puedes atarla para hacer
con ella las flautas de Pan, y sacar música de una caña cascada? ¡Ah, no vale para nada! ¿Y para
qué sirve un pabilo humeante? El viajero en medio de la noche no puede sacar luz de ella; el
estudiante no puede leer junto a su llama. No sirve para nada. La gente tira esto al fuego y lo
quema. ¡Ah!, así es como habláis de vosotros mismos. No servís para nada; y tampoco estas
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cosas. Pero Cristo no os echará a un lado porque no tengáis ningún valor. Vosotros no sabéis qué
servicio podáis dar, y no podéis saber, después de todo, cuál es el valor que Cristo os asigna. Allí
hay una buena mujer, quizá es una madre, y dice: «Bueno, no salgo mucho; me cuido de la casa
y de mis niños, y no parece que esté haciendo bien alguno.» Madre, no digas eso; tu posición es
elevada, sublime, responsable; y al instruir a los hijos para el Señor estás haciendo tanto por su
nombre como aquel elocuente Apolos, que predicaba la verdad de manera tan denodada. Y tú,
pobre hombre, todo lo que puedes hacer es trabajar de la mañana a la noche, y no tienes nada que
poder dar, y cuando llegas a la Escuela Dominical, sólo puedes leer, no puedes enseñar
demasiado bueno, pero al que poco le es dado, poco le es demandado. ¿No sabes que se puede
glorificar a Dios barriendo la travesía de la calle? Si dos ángeles fueran enviados a la tierra, uno
para gobernar un imperio y el otro para barrer una calle, no querrían escoger en cuanto a ello, en
tanto que fuera Dios quien lo ordenase. Así que Dios, en su providencia, te ha llamado a trabajar
duro por tu pan diario; hazlo para su gloria. «Ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis
cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.» Pero, ¡ah!, los hay aquí entre vosotros
que parecen inútiles para la iglesia. Hacéis todo lo que podéis, pero cuando lo habéis hecho, no
es nada; no podéis ayudarnos ni con dinero, ni con talentos, ni con tiempo, y por ello pensáis que
Dios ha de echaros fuera. Pensáis que si fueseis como Pablo o Pedro podríais estar a salvo. ¡Ah,
amados, no habléis así!; Jesucristo dice que él no apagará el pabilo que humea, ni quebrará la
caña cascada, aunque carezca de valor. Tiene algo para los inútiles y para los que no tienen valor
alguno. Pero observad esto, no hablo para excusar la pereza -para excusar a aquellos que pueden
hacer pero no hacen; esto es ya algo muy diferente. Hay un látigo para el asno, y un azote para
los holgazanes, y a veces se les tiene que aplicar. Ahora me refiero a aquellos que no tienen
posibilidad de hacer cosas; no a Isacar, que es como un asno fuerte, echado entre dos cargas, y
demasiado perezoso para levantarlas. No digo nada en favor del perezoso, que no está dispuesto
a arar porque hace frío, sino de aquellos hombres y mujeres que realmente sienten que poco
servicio pueden dar -que no pueden hacer más que lo que hacen; es a ellos que son de aplicación
las palabras del texto.
Ahora haremos otra observación. Las dos cosas mencionadas aquí son cosas ofensivas.
Una caña cascada es ofensiva, porque creo que hay una alusión aquí a las flautas de Pan, que
como ya sabéis son cañas puestas juntas, y a lo largo de las que uno mueve la boca, para hacer
alguna clase de música. Éste es, creo yo, el órgano que inventó Jubal, y que menciona David,
porque está bien claro que el órgano que empleamos hoy en día no se conocía entonces. Así, la
caña cascada estropearía naturalmente la melodía de todos los tubos; un tubo estropeado dejaría
salir el aire de tal manera que produciría un son discordante, o ningún son en absoluto, de
manera que el impulso que uno tendría sería el de quitar la caña estropeada y poner otra nueva.
En cuanto a un pabilo humeante, de una vela o alguna cosa semejante, no me es necesario
informaros que el humo es ofensivo. Para mí, no hay olor en el mundo tan abominablemente
repelente como el de un pabilo humeando. Pero algunos podrán decir: «¿Cómo puede hablar de
una manera tan baja?» No he ido más bajo de lo que podría ir yo mismo, ni más bajo de lo que
vosotros podéis ir conmigo, porque estoy seguro de que si el Espíritu Santo realmente os ha
humillado, sois así repelentes para vuestras propias almas, igual de repelentes para Dios como lo
sería una caña rota entre los otros tubos, o como lo sería un pabilo humeante para los ojos y la
nariz. A menudo pienso en el gran y querido John Bunyan, cuando dijo que deseaba que Dios le
hubiera hecho un renacuajo, o una serpiente, o cualquier cosa mejor que un hombre, porque
sentía que era tan ofensivo. ¡Oh!, yo puedo pensar en un nido de víboras, y pensar que son
perjudiciales; puedo imaginar un estanque con toda clase de criaturas pestilentes, criando
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corrupción, pero no hay nada que sea ni la mitad de aborrecible que el corazón humano. Dios
esconde de todos los ojos, excepto de los propios, aquel terrible espectáculo, el corazón humano.
Y si tú y yo pudiésemos ver una sola vez nuestros corazones; nos volveríamos locos, por lo
horrible que sería el espectáculo. ¿Sientes esta sensación? ¿Sientes que has de ser tan ofensivo
delante de Dios -que te has rebelado de tal manera contra él, que te has apartado de tal manera de
sus mandamientos, que ciertamente has de serle aborrecible? Si sientes esto, entonces mi texto es
el tuyo.
Ahora bien, puedo imaginar alguna mujer aquí esta mañana que se ha apartado del
camino de la virtud; y que mientras está aquí en medio de esta multitud, o sentada, siente como si
no tuviera derecho a pisar estos santos atrios, y permanecer entre el pueblo de Dios. Piensa que
Dios casi podría hacer que la capilla se desmoronase encima de ella para destruirla, por lo gran
pecadora que es. ¡No importa, caña cascada, pabilo humeante! Aunque seas escarnecida por los
hombres, e inmunda para ti misma, sin embargo Jesús te dice: «Tampoco yo te condeno; ve, y no
peques más, no sea que te venga algo peor.» Hay alguien aquí que tiene algo en su corazón que
yo no conozco -que puede haber cometido crímenes en secreto, que no querrá mencionar en
público; sus pecados se le pegan encima como sanguijuelas, v le privan de todo bienestar. Aquí
estás, joven, temblando y atemorizado, por si tu crimen es divulgado en medio del alto cielo;
estás quebrantado, cascado como una caña, humeando como un pabilo. ¡Ah!, también tengo una
palabra para ti. ¡Consuélate, consuélate, consuélate!, no desesperes; porque Jesús dijo que no
apagará el pabilo que humeare, que no quebrará la caña cascada.
Y, con todo, mis queridos amigos, hay un pensamiento antes de apartarme de este punto.
Estos dos oráculos, por carentes de valor que sean, pueden sin embargo prestar toda vez algún
servicio. Cuando Dios pone su mano sobre un hombre, si era antes sin valor e inútil, puede
hacerlo muy valioso. Sabéis que el precio de un artículo no depende tanto del valor de la materia
prima como del trabajo que se le ha hecho. Aquí tenemos un material muy malo con el que
comenzar, cañas cascadas y pabilos humeantes, pero con la operación divina estas dos cosas
adquieren un valor maravilloso. Me decís que la caña cascada no vale para nada; yo os digo que
no es así, sino que Cristo tomará la caña cascada y la reparará, y la montará con los tubos del
cielo. Luego, cuando la gran orquesta lance su música, cuando los órganos de los cielos emitan
sus bien afinados sones, preguntaremos: «¿Cuál es aquella dulce nota que suena allí,
mezclándose con el resto?» Y alguien dirá: «Es una caña que había estado cascada.» Ah, la voz
de María Magdalena en el cielo, me imagino que suena más dulce y argentina que la de ninguna
otra; y la voz del pobre ladrón que dijo: «Señor, acuérdate de mí», si es una voz de un bajo
profundo, es más aterciopelada y dulce que la voz de cualquier otro, porque amó mucho, porque
mucho le fue perdonado. Esta caña puede aún ser útil. No digas que no vales para nada; todavía
cantarás en el cielo. No digas que careces de todo valor; al final estarás en pie delante del trono
entre los que han sido lavados con sangre, y cantarás las alabanzas de Dios. ¿Y el pabilo
humeante, también, para qué puede servir? Pronto os lo diré. Hay una chispa en aquel pabilo en
algún lugar; casi está apagado, pero sigue permaneciendo una chispa. ¡Mirad la pradera,
encendida! ¿Veis cómo avanzan las llamas? Ved cómo corre el frente de fuego inundando la
llanura hasta que todo el continente arde y se abrasa -hasta que el cielo queda enrojecido con la
llama. El negro rostro de la vieja noche queda desfigurado por la quemadura, y las estrellas
parecen asustadas ante la conflagración. ¡Cómo se encendió esta gran masa boscosa! Y fue por
un pabilo humeante echado por algún viajero, avivado por el suave viento, hasta que toda la
pradera se prendió. Así el pobre hombre, un hombre ignorante, incluso recaído, puede ser el
medio de la conversión de toda una nación. ¿Quién sabe si tú, que nada eres ahora, puedes ser
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más útil que nosotros que parecemos ser más usados por Dios, porque tengamos más dones y
talentos? Dios puede hacer que una chispa encienda todo el mundo -puede encender toda una
nación con la chispa de una pobre alma orando. Puedes aún ser útil; por ello, aliéntate. El musgo
crece sobre las lápidas de las tumbas; la hiedra trepa por la desgastada pilastra; el muérdago
crece sobre una rama muerta, y asimismo la gracia, piedad, virtud y santidad y bondad saldrán
del pabilo que humea y de cañas cascadas.
II. Así entonces, queridos amigos, he tratado de encontrar a aquellos para quienes es de
aplicación este texto, y os he mostrado algo de la fragilidad de los mortales; ahora subo un
peldaño más arriba -ala compasión divina: «No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo
que humea.»
Observemos lo que se dice primero de todo, y entonces dejadme que os cuente que
Jesucristo significa mucho más de lo que dice. Primero de todo, ¿qué dice? Dice bien claramente
que no quebrará la caña cascada. Tengo delante de mí una caña cascada -un pobre hijo de Dios
embargado de un profundo sentimiento de pecado. Parece como si el azote de la ley nunca vaya a
detenerse. Sigue azotando, zas, zas, zas; y aunque uno diga: «Señor, detén eso, y dame un poco
de alivio», sigue sintiendo el recio cuero, zas, zas, zas. Sientes tus pecados. ¡Ah!, ya sé que dices
esta mañana: «Si Dios prosigue un poco más se me romperá el corazón; moriré desesperado; casi
estoy enloquecido por mi pecado; si yazgo de noche no puedo dormir; parece como si hubiera
fantasmas en mi habitación -fantasmas de mis pecados- y cuando despierto a medianoche veo la
negra forma de la muerte mirándome de hito en hito, diciendo: "Tú eres mi presa, te tendré",
mientras que detrás el infierno parece estar ardiendo.» Ah, pobre caña cascada, no te quebrará; la
convicción no será demasiado intensa; será suficientemente fuerte como para fundirte, y hacerte
ir a los pies de Jesús; pero no será tan fuerte como para partir del todo tu corazón de modo que
mueras. Nunca serás llevado a la desesperación, sino que serás librado; saldrás del fuego, pobre
caña cascada, y no serás quebrada.
Así que tenemos esta mañana un recaído aquí con nosotros. Es como un pabilo humeante.
Hace años encontrabas tanta dicha en los caminos del Señor, y tanto gozo en su servicio, que
decías: «Ahí querría para siempre estar.»
«Qué horas de paz entonces gozaba; ¡Cuán dulce aún la memoria de ellas es! Pero un
doloroso vacío han dejado, Que el mundo jamás llenar podrá.»
Estás humeando, y crees que Dios te apagará. Si yo fuera arminiano, te diría que así lo
hará. Pero siendo creyente en la Biblia, y nada más, te digo que no te apagará. Aunque estés
humeando, no morirás. Sea cual fuere tu crimen, el Señor dice: «Volveos, hijos apostatas, y
sanaré vuestras apostasías.» Él no te echará fuera, pobre Efraín; sólo vuélvete a él -note
menospreciará, aunque tú te hayas lanzado al cieno y a la suciedad, aunque estés cubierto de
inmundicia de la cabeza a los pies; vuelve, pobre pródigo, vuelve, ¡vuelve! Tu Padre te llama.
¡Oye, pobre recaído! Vuelve en el acto a aquel que tiene los brazos abiertos para acogerte.
Él dice que no apagará -que no quebrará. Pero hay más bajo cubierta que lo que vemos a
simple vista. Cuando Jesús dice que no quebrará, significa mucho más que esto; quiere decir:
«Tomaré esta pobre caña cascada, la plantaré junto a los ríos de aguas, y (milagro de milagros) la
haré crecer a un árbol cuya hoja no se secará; la regaré a cada momento; la vigilaré; habrá frutos
celestiales sobre ella; la guardaré de aves rapaces; pero las aves del cielo, las más dulces cantoras
del paraíso, harán sus nidos en sus ramas.» Cuando él dice que no quebrará la caña cascada,
significa más; significa que nutrirá, que ayudará, que fortalecerá, que sustentará y que glorificará
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-que cumplirá su misión sobre ella, y que la hará gloriosa para siempre. Y cuando le dice al
recaído que no le apagará, significa más que esto -significa que lo avivará hasta que dé una
llama. Algunos de vosotros, me atrevería a decir, habéis vuelto de la capilla a vuestras casas y
habéis visto que vuestro fuego estaba casi apagado; sé cómo actuáis: sopláis muy gentilmente
aquella chispa solitaria, si hay una, y para no soplar demasiado fuerte ponéis vuestros dedos
delante de ella; y si estuvieseis solos y tuvierais sólo una cerilla, o una sola chispa en el hogar,
cuán gentilmente soplaríais sobre ella. Así es, recaído, que Jesucristo trata contigo. Note apaga,
sino que sopla suavemente; dice: «No te apagaré»; quiere decir con ello, «Seré muy tierno, muy
cuidadoso, muy solícito»; pondrá material seco, para que pronto la pequeña chispa crezca hasta
ser una llama, y arda hacia el cielo, y grande será el fuego.
Ahora quiero decir una o dos cosas a Pequeña-Fe esta mañana. Los hijitos de Dios que
están aquí mencionados como cañas cascadas o pabilos humeantes están tan seguros como los
grandes santos de Dios. Quisiera extenderme un momento acerca de este pensamiento, y luego
terminaré con el otro encabezamiento. Los santos de Dios que son llamados cañas cascadas y
pabilos humeantes están tan a salvo como los que son poderosos para su Maestro, y con gran
fuerza, por varias razones. Primero de todo, el santo pequeño es tanto un escogido de Dios como
el gran santo. Cuando Dios escogió a su pueblo, los escogió a todos a una, y en conjunto; y eligió
tanto al uno como al otro. Si yo escojo una cierta cantidad de cosas, una puede ser menos que el
resto, pero es tan escogida como las otras cosas; y así la señora Temerosa y la señorita
Desalentada son tan escogidas como el señor Gran Corazón o el Viejo Padre Honesto. También:
los pequeñitos están redimidos al igual que los grandes; los santos débiles le costaron a Cristo
tantos padecimientos como los fuertes. El hijo más pequeño de Dios no hubiera podido ser
adquirido con menos que la preciosa sangre de Jesús. Y el más grande hijo de Dios no le costó
más. Pablo no costó más que Benjamín --estoy seguro de que no- porque en la Biblia leo que «no
hay diferencia». Además, cuando en tiempo antiguo vinieron a pagar el dinero de la redención,
cada uno dio un sido. El pobre no dará menos, y el rico no dará más que simplemente un sido. El
mismo precio fue pagado por el uno que por el otro. Ahora bien, hijito de Dios, toma este
pensamiento dentro de W alma. Tú ves a algunos hombres muy importantes en la causa de Cristo
–y es cosa buena que lo sean- pero no le costaron a Jesús un céntimo más que tú; él pagó el
mismo precio por ti que el que pagó por ellos. Recuerda otra vez, eres tanto un hijo de Dios
como el mayor de los santos. Algunos de vosotros tenéis cinco o seis hijos. Hay uno de vuestros
hijos, quizá, que es alto y apuesto, y que además tiene dotes intelectuales; tenéis otro hijo que es
el más pequeño de la familia, quizá tenga sólo poca capacidad de comprensión. Pero, ¿cuál es
más hijo vuestro? «¡Más hijo nuestro! », decís: «los dos son mis hijos por un igual, desde luego,
tanto el uno como el otro.» Y así, queridos amigos, puede que tengáis muy poca instrucción
académica, puede que estéis muy a oscuras acerca de las cosas divinas, puede que veáis
«hombres como árboles andando», pero sois tan hijos de Dios como los que han alcanzado la
estatura de hombres en Cristo Jesús. Así recuerda, pobre santo sometido a prueba, que tú estás
tan justificado como cualquier otro hijo de Dios. Yo sé que estoy totalmente justificado:
«Su sangre y justicia
Mi hermosura son, mi gloriosa vestidura.»
No quiero ningún otro ropaje más que las acciones de Jesús, y su justicia imputada.
El más denodado hijo de Dios no necesita más que esto; y yo, que soy «menos que el más
pequeño de todos los santos», no puedo contentarme con nada menos, y no tendré menos. Oh tú,
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Tímido, estás tan justificado como Pablo, Pedro, Juan Bautista, o el más elevado santo en el
cielo. En eso no hay diferencia. ¡Oh, aliéntate y regocíjate! Y ahora, otra cosa: Si te perdieras, el
honor de Dios quedaría tan manchado como si se perdiera el cristiano más grande. Una vez leí
algo curioso en un antiguo libro acerca de los hijos y pueblo de Dios como formando parte de
Cristo y estando unidos con él. Dice el escritor: «Un padre está sentado en su salón, y entra un
visitante; el visitante sienta a un niño sobre su rodilla, y al niño le duele un dedo, y entonces le
dice: «Pequeño, ¿te duele este dedo?» «Sí.» «Bueno, deja entonces que te lo quite, y te daré uno
de oro.» El niño mira al visitante, y le dice: «No quiero estar más con ese señor, porque dice que
me quitará el dedo; a mí me gusta mi dedo, y no quiero uno de oro en lugar del mío.» De la
misma manera, el santo dice así: «Yo soy uno de los miembros de Cristo, pero soy como un dedo
que duele, y él me quitará y pondrá uno de oro.» «No», dice Cristo, «no, no; no puedo sufrir que
me quiten a ninguno de mis miembros; si el dedo duele, lo vendaré; lo fortaleceré.» Cristo no
quiere ni oír que le corten uno de sus miembros. Si Cristo perdiera a uno de su pueblo, ya no
podría ser un Cristo entero. Si el más pequeño de sus hijos pudiera ser echado fuera, Cristo
carecería de una parte de su plenitud; sí, Cristo estaría incompleto sin su iglesia. Si uno de sus
hijos se hubiera de perder, sería mejor que fuera uno de grande que no de pequeño. Si se perdiera
uno de los pequeños, Satanás diría: «¡Ah!, tú salvas a los grandes porque son fuertes y se pueden
ayudar a sí mismos; pero al pequeño que no tiene fuerza no le pudiste salvar.» Tú sabes lo que
Satanás diría, pero Dios cerrará la boca a Satanás, proclamando: «Aquí están todos, Satanás, a
pesar de tu malicia, todos están aquí; todos están a salvo; ahora, ¡quédate para siempre en tu
guarida, y sé eternamente atado en cadenas, y humea en el fuego!» De esta manera él sufrirá el
tormento eterno, pero ningún hijo de Dios lo sufrirá jamás.
Un pensamiento más, y habré acabado esta parte. La salvación de los grandes santos
depende a menudo de la salvación de los pequeños. ¿Lo entiendes, esto? Sabes que mi salvación,
0 la salvación de cualquier hijo de Dios, si contemplamos las causas segundas, depende mucho
de la conversión de otra persona. Supongamos que tu madre es el medio de tu conversión; tú
dirías, hablando como los hombres, que tu conversión dependió de la suya, porque al ser ella
convertida, vino a ser el instrumento de introducirte a d. Supongamos que este o aquel ministro
es el medio de tu llamamiento; entonces, en cierto sentido, aunque no de manera absoluta, tu
conversión depende de la suya. Así sucede con frecuencia que la salvación de los más poderosos
siervos de Dios depende de la conversión de otros de pequeños. Hay una pobre madre; nadie ha
sabido nunca nada acerca de ella; ella va a la casa de Dios; su nombre no sale en los diarios ni en
ningún otro medio de comunicación; ella enseña a su hijo, y lo cría en el temor de Dios; ora por
aquel chico; se debate con Dios, y sus lágrimas y oraciones se mezclan. El muchacho crece.
¿Quién es? Un misionero, un William Knibb, un Moffatt, un Williams. Pero vosotros no oiréis
nada acerca de la madre. ¡Ah!, pero si la madre no hubiera sido salva, ¿dónde habría quedado el
muchacho? Que esto sirva de aliento a los pequeños; y regocijaos al saber que él os alimentará y
abrigará, aunque seáis como cañas cascadas y pabilos humeantes.
III. Y ahora, para terminar, hay una victoria cierta: «Hasta que haga triunfar la justicia.»
¡Triunfar! Hay algo hermoso en esta palabra. La muerte de Sir John Moore, en la Guerra de
Independencia española, fue muy conmovedora; cayó sobre los brazos del triunfo; y por triste
que fuera su suerte, no dudo que sus ojos estaban iluminados por el grito de la victoria. También,
supongo que Wolfe habló con verdad cuando dijo: «Muero feliz» --siendo que acababa de oír el
grito: «¡Huyen, huyen!» Sé que la victoria, incluso en este mal sentido -porque no considero las
victorias terrenales como de valor alguno- tiene que haber alentado al guerrero. Pero, ¡ah!,
8
¡cuánto aliento recibe el santo, cuando sabe que la victoria es suya! Lucharé toda mi vida, pero
escribiré «vici» sobre mi escudo. Seré «más que vencedor por medio de aquel que me amó».
Cada débil santo alcanzará la victoria; cada uno sobre sus muletas; cada cojo; cada uno lleno de
debilidad, dolor, enfermedad y debilidad, alcanzará la victoria. «Volverán a Sión cantando»; «y
entre ellos a ciegos y cojos, a la mujer que está encinta y a la que dio a luz juntamente». Así dice
la Escritura. Nadie será dejado de lado, sino que hará «triunfar la justicia». ¡Triunfo, triunfo,
triunfo! Ésta es la parte de cada cristiano: triunfará por el nombre de su amado Redentor.
Ahora, una palabra acerca de esta victoria. Hablo primero a los hombres y mujeres
ancianos. Queridos hermanos y hermanas -vosotros sois a menudo, lo sé, como la caña cascada.
Los acontecimientos venideros arrojan sus sombras delante de ellos; y la muerte arroja la sombra
de la ancianidad sobre vosotros. Sentís el saltamontes como una carga; os sentís llenos de
debilidad y de decadencia; vuestro cuerpo apenas se puede mantener en uno. ¡Ah!, tenéis aquí
una promesa especial. «No quebrará la caña cascada.» «Te fortaleceré.» «Cuando tu carne y tu
corazón desfallezcan, yo seré la roca de tu corazón y tu porción para siempre.»
«Hasta la ancianidad, todo mi pueblo probará
Mi soberano amor, eterno, inmutable;
Y cuando cabellos canos, adornen sus sienes,
Cual corderos seguirán siendo llevados en mi seno.»
Vacilante y apoyado en tu cayado, postrado, débil, flojo y pálido; no temas la última
hora; esta última hora será para ti la mejor; tu último día será una consumación muy deseable.
Débil como eres, Dios atemperará la prueba de tu debilidad; aminorará tu dolor, si tu fuerza es
menor; pero en el cielo cantarás: «¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!» Hay algunos de nosotros que
podríamos desear cambiar de lugar con vosotros, para estar tan cerca del cielo, tan cerca del
hogar. Con todas vuestras debilidades, vuestros cabellos grises son para vosotros una corona de
gloria; porque estáis cerca del fin, así como en el camino de justicia.
Una palabra para vosotros, hombres de edad madura, batallando en la recia tormenta de
esta vida. A menudo sois cañas cascadas, vuestra religión queda muy cubierta por vuestras
demandas terrenales, y tan cargada por el fragor diario de vuestras actividades, actividades,
actividades, que parecéis pabilos humeantes; es todo lo que podéis hacer para servir a vuestro
Dios, y no podéis decir que seáis «fervientes en espíritu», así como «diligentes en los negocios».
Hombre de negocios, que te afanas y luchas en este mundo, no te apagará cuando seas como un
pabilo que humeare; no te quebrará cuando seas como una caña cascada, sino que te liberará de
tus aflicciones, nadarás a través del mar de la vida, y estarás de pie sobre la feliz costa del cielo,
y cantarás «¡Victoria!» por medio de aquel que te amó.
¡Vosotros, muchachos y muchachas! A vosotros me dirijo, y tengo derecho a hacerlo.
Vosotros y yo sabemos a menudo qué es la caña cascada, cuando la mano de Dios lanza una
plaga sobre nuestras bellas esperanzas. Estamos llenos de atolondramiento y de extravío, y es
sólo la vara de la aflicción que puede quitar la insensatez de dentro de nosotros, porque tenemos
mucho de esto en nuestro interior. Resbaladizos son los pasos de la juventud, y peligrosos son los
caminos del joven, pero Dios no nos quebrará ni nos destruirá. Los hombres, muy cautos, nos
invitan a que nunca demos un paso, no sea que caigamos; pero Dios nos invita a andar, y a hacer
nuestros pies como los de gacelas, para que podamos andar por lugares altos. Servid a Dios en
9
vuestros primeros días; dadle a él vuestros corazones, v entonces nunca os echará a un lado, sino
que os alimentará y abrigará.
No acabaré sin decir una palabra a los niños pequeños. Vosotros que habéis oído a Jesús,
él os dice: «La caña cascada no quebraré; el pabilo humeante no apagaré.» Creo que hay muchos
pequeñuelos, que no tienen aún seis años, que conocen al Salvador. Nunca menosprecio la
piedad infantil; la amo. He oído hablar a niños pequeños de misterios que hombres encanecidos
no conocían. ¡Ah!, niños pequeños que habéis sido criados en escuelas dominicales y que amáis
el nombre del Salvador, si otros dicen que sois demasiado precoces, no temáis, seguid amando a
Cristo.
***
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  • 1. DULCE CONSUELO PARA LOS SANTOS DÉBILES «No quebrará la cana cascada, ni apagará el pabilo que humea, hasta que haga triunfar la justicia» (Mateo 12:20) A la charlatana fama le gusta siempre hablar de un hombre o de otro. Algunos hay cuya gloria proclama con toque de trompeta, y cuyo honor ensalza hasta los cielos. Algunos son sus favoritos, y sus nombres están tallados en mármol, y de ellos se oye en todas las tierras y bajo todos los cielos. La fama no es un juez imparcial: tiene sus favoritos. A algunos los exalta, y casi deifica; a otros, cuyas virtudes son muy superiores y cuyos caracteres merecen más encomio, los pasa por alto, y pone el dedo del silencio sobre sus labios. Generalmente, veréis que las personas amadas por la fama están hechas de bronce o de hierro, y que han sido vaciadas en un molde rudo. La fama acaricia a César porque rigió la tierra con cetro de hierro. La fama ama a Lutero, porque desafió abierta y varonilmente al Papa de Roma, y con frente dura osó reírse de los truenos del Vaticano. La fama admira a Knox, porque fue duro y demostró ser valiente entre los valientes. Generalmente, encontraréis que escoge a hombres fogosos y tenaces, que se mantuvieron frente a sus semejantes sin temor a ellos; hombres hechos de valor; manojos consolidados de temeridad, y que nunca supieron qué era la timidez. Pero sabéis que hay otra clase de personas igualmente virtuosas, e igualmente apreciables -quizá aún más y a los que la fama olvida totalmente. No oís hablar del tolerante Melancton; la fama nos dice bien poco de él; pero quizá hizo tanto por la Reforma como el poderoso Lutero. No oís a la fama hablar mucho del gentil y bendito Rudlerford, y de las palabras celestiales que destilaban de sus labios; ni del Arzobispo Leighton, de quien se dijo que nunca en su vida se encolerizó. A la fama le gustan los escabrosos picos de granito que desafían a la nube de la tormenta; no se preocupa de la piedra más humilde del valle, sobre la que reposa el cansado viajero; quiere algo atrevido y prominente; algo que corteje la popularidad; algo que destaque delante del mundo. No se cuida de los que se retiran a la sombra. Por ello es, hermanos míos, que el bienaventurado Jesús, nuestro adorable Maestro, ha escapado de la fama. No encontramos su nombre escrito entre los de los hombres grandes y poderosos, aunque en verdad es el más grande, poderoso, santo, puro y bueno de todos los que jamás vivieran; pero por cuanto era el «Gentil Jesús, amable y apacible», y fue enfáticamente el hombre cuyo reino no es de este mundo; porque no había en él rudeza alguna, sino que era todo amor; por cuanto sus palabras eran más suaves que la mantequilla, sus pronunciamientos más gentiles en su manar que el aceite; por cuanto nunca nadie habló tan gentilmente como este hombre, es por ello descuidado y olvidado. No vino como conquistador, espada en mano; no como un Mahoma con desatada elocuencia; sino que vino a hablar con una voz «suave y apacible» que derrite los corazones rocosos, que venda a los quebrantados de espíritu, y que dice continuamente: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados», «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.» Jesucristo era todo gentileza, y es por esto que no ha sido exaltado entre los hombres como en caso contrario lo habría sido. ¡Amados!, nuestro texto está lleno de gentileza; parece haber sido impregnado de amor; y espero que podré mostraros algo de la inmensa simpatía y de la poderosa ternura de Jesús, al intentar exponerlo. Hay tres cosas que observar: primero, la fragilidad de los mortales; segundo, la compasión divina; y tercero, el triunfo seguro -«hasta que haga triunfar la justicia». 1
  • 2. I. Primero tenemos ante nosotros una perspectiva de la fragilidad de los mortales -la caña cascada y el pabilo humeante- dos metáforas muy sugestivas y muy llenas de significado. Si no fuera cosa demasiado fantasiosa -y si lo es, sé que me excusaréis por ello os diría que la caña cascada es el emblema de un pecador en la primera etapa de su convicción. El Espíritu Santo comienza quebrantando. A fin de ser salvo, la tierra inculta tiene que ser arada; el corazón endurecido tiene que ser quebrantado; la roca tiene que ser hendida en dos. Un antiguo teólogo dice que no hay entrada en el cielo sin pasar muy cerca de los portales del infierno -sin mucha angustia del alma y ejercicios del corazón. Entiendo, así, que la caña cascada es una imagen del pobre pecador cuando Dios comienza al principio sus operaciones en el alma; es una caña cascada, casi totalmente quebrantada y consumida; hay en él poca fuerza. El pabilo humeante lo entiendo como un cristiano recaído; como uno que ha sido una luz brillante ardiendo en este día, pero que al descuidar los medios de la gracia ha apagado el Espíritu, y habiendo caído en pecado, su luz casi está apagada -no del todo; no puede apagarse del todo: nunca puede apagarse completamente, porque Cristo dijo: «No la apagaré»; sin embargo, se torna como una lámpara que al estar mal suplida de aceite resulta casi inútil. No está del todo apagada; suelta humo; fue en el pasado una lámpara útil, pero ahora se ha transformado en un pabilo humeante. Por esto creo que estas metáforas describen muy probablemente al pecador contrito como una caña cascada, y al cristiano recaído como un pabilo humeante. Sin embargo, no emplearé esta división, sino que pondré ambas metáforas juntas, y espero que podamos sacar unos cuantos pensamientos de ellas. Primero, el aliento que se ofrece en-nuestro texto se aplica a personas débiles. ¿Qué hay en el mundo más débil que una caña cascada o que un pabilo humeante? Una caña que crece en el marjal o en el pantano, si un pato salvaje se posa sobre ella, se parte; si tan sólo el pie de un hombre la roza, queda cascada y rota; los vientos que llegan soplando a través del río la sacuden de lado a lado, y casi la desarraiga. No se puede pensar en nada más débil y quebradizo, o cuya existencia dependa de más circunstancias que una caña cascada. Luego miremos el pabilo humeante, ¿qué es? Es cierto que le queda una chispa en su seno, pero casi está ahogada; el soplo de un bebé podría apagarla, o las lágrimas de una doncella ponerle fin en un momento; nada tiene una existencia más precaria que la diminuta chispa oculta en un pabilo humeante. Como veis, lo que aquí se describe son cosas depiles. Bien, pues Cristo dice de ellas: «No apagaré el pabilo que humea; no quebraré la caña cascada.» Dejad que vaya a buscar a los débiles. ¡Ah, no tendré que ir lejos! Muchos hay en esta casa de oración esta mañana, que verdaderamente son débiles. Algunos de los hijos de Dios, bendito sea su nombre, son fortalecidos para llevar a cabo grandes hazañas para él. Dios tiene sus poderosos Sansones aquí, que pueden desencajar las pesadas puertas de Gaza y llevarlas hasta la cumbre del monte; y aquí y allá tiene a sus poderosos Gedeones, que pueden llegarse al campamento de los madianitas y desbaratar sus ejércitos; tiene a sus valientes, que pueden entrar en el foso en invierno, y dar muerte a los leones; pero la mayoría de su pueblo son tímidos, una raza débil. Son como los cachorros, que se asustan por todo aquel que pasa por su lado; un pequeño rebaño asustadizo. Si viene la tentación, caen ante ella; si les sobreviene una prueba, son abrumados por ella; su frágil esquife es sacudido arriba y abajo por cada ola, y cuando llega el vendaval, son arrastrados por él, como un ave marina sobre la cresta de las olas; débiles, sin poder, sin fuerza, sin fortaleza, sin energía. ¡Ah, queridos amigos, sé que os he tomado a algunos ahora de la mano, y que también os he tocado el corazón, porque estáis diciendo: «¡Débil! Ah, sí, lo soy. Bien a menudo me siento obligado a decir: Quema, mas no puedo cantar; querría, mas no puedo orar; querría, mas no puedo creer.» 2
  • 3. Estás diciendo que no puedes hacer nada; tus mejores resoluciones son débiles y vanas; y cuando clamas: «Renueva mis fuerzas», te sientes más débil que antes. Eres débil, ¿verdad? ¿Cañas cascadas y pabilos humeantes? Bendito sea Dios, entonces este texto es para vosotros. Estoy contento de que podáis entrar bajo la denominación de débiles, porque aquí hay una promesa de que nunca los romperá ni apagará, sino que los sostendrá y mantendrá. Sé que hay aquí algunas personas muy fuertes -me refiero a que son fuertes en cuanto a sus propias ideas. A menudo me he encontrado con gente que no confesaría una debilidad de esta clase. Tienen mentes fuertes.. Dicen: «¿Acaso piensa que caemos en pecado, señor? ¿Nos dice usted que nuestros corazones están corrompidos? No creemos nada de eso. Somos buenos, puros y rectos; tenemos fuerza y poder.» No os estoy predicando a vosotros esta mañana; a vosotros no os digo nada; pero cuidado -vuestra fuerza es vanidad, vuestro poder es un engaño- porque por mucho que os jactéis en lo que podéis hacer, esto pasará; cuando lleguéis a la verdadera lucha con la muerte, os daréis cuenta de que no tenéis fuerza para enfrentaros a ella; y cuando venga uno de aquellos días de intensa tentación, te tomará a ti, oh hombre moral, y abajo caerás; y el glorioso ornamento de tu moralidad quedará tan manchado que aunque te laves las manos en agua de nieve y te limpies como sea, quedarás tan contaminado que tus propias ropas te aborrecerán. Creo que es una bienaventuranza ser débil. El débil es sagrado. El Espíritu Santo le ha hecho así. ¿Puedes tú decir: «Fuerzas yo no tengo»? Entonces este texto es para ti. En segundo lugar, las cosas mencionadas en nuestro texto no sólo son débiles, sino que también son carentes de valor. He oído de un hombre que si se encontraba una aguja por la calle, por principio de economía se agachaba a recogerla; pero todavía no he oído de nadie que se agachara a recoger cañas cascadas. No vale la pena. ¿Quién querría una caña cascada -algo totalmente inútil echado al suelo? Todos lo desdeñamos como sin valor. Y un pabilo humeando, ¿qué es? Es algo molesto y maloliente; pero su valor es nulo. Nadie daría lo más mínimo por la caña cascada ni por el pabilo humeante. Bien, entonces, amados, en nuestra propia valoración hay muchos entre nosotros que carecemos totalmente de valor. Los hay aquí que si pudieran pesarse en las balanzas del santuario y pusieran sus corazones en las balanzas de la conciencia, aparecerían como buenos para nada -sin valor, inútiles. Hubo un tiempo en que pensabais de vosotros mismos que erais la mejor gente del mundo; cuando, si alguien os hubiera dicho que teníais más de lo que os merecíais, hubierais dado una coz a tal comentario, y habríais contestado: «Creo que soy tan bueno como cualquier otro.» Os considerabais como algo maravilloso, algo extremadamente digno del amor y de la consideración de Dios; pero ahora os consideráis como carentes de valor. A veces os imagináis que Dios apenas si puede saber dónde estáis, por lo menospreciables que sois -tan indignos- inmerecedores de su atención. Puedes comprender cómo puede contemplar a un infusorio en una gota de agua, o a un grano de polvo en el rayo de luz, o al insecto del atardecer de verano; pero apenas puedes comprender cómo puede pensar en ti; te consideras tan indigno -un punto vacío en el mundo, algo sin valor. Dices: «¿Para qué valgo? No estoy haciendo nada. Por lo que respecta al ministro del evangelio, él hace algún servicio; por lo que respecta al diácono de la iglesia, vale para algo; el maestro de escuela dominical está haciendo algo que vale la pena; pero ¿para qué valgo yo?» Pero podrías hacer la misma pregunta aquí. ¿Para qué vale una caña cascada? ¿Puede alguien apoyarse sobre ella? ¿Puede alguien fortalecerse con ella? ¿La usaré como pilar en mi casa? ¿Puedes atarla para hacer con ella las flautas de Pan, y sacar música de una caña cascada? ¡Ah, no vale para nada! ¿Y para qué sirve un pabilo humeante? El viajero en medio de la noche no puede sacar luz de ella; el estudiante no puede leer junto a su llama. No sirve para nada. La gente tira esto al fuego y lo quema. ¡Ah!, así es como habláis de vosotros mismos. No servís para nada; y tampoco estas 3
  • 4. cosas. Pero Cristo no os echará a un lado porque no tengáis ningún valor. Vosotros no sabéis qué servicio podáis dar, y no podéis saber, después de todo, cuál es el valor que Cristo os asigna. Allí hay una buena mujer, quizá es una madre, y dice: «Bueno, no salgo mucho; me cuido de la casa y de mis niños, y no parece que esté haciendo bien alguno.» Madre, no digas eso; tu posición es elevada, sublime, responsable; y al instruir a los hijos para el Señor estás haciendo tanto por su nombre como aquel elocuente Apolos, que predicaba la verdad de manera tan denodada. Y tú, pobre hombre, todo lo que puedes hacer es trabajar de la mañana a la noche, y no tienes nada que poder dar, y cuando llegas a la Escuela Dominical, sólo puedes leer, no puedes enseñar demasiado bueno, pero al que poco le es dado, poco le es demandado. ¿No sabes que se puede glorificar a Dios barriendo la travesía de la calle? Si dos ángeles fueran enviados a la tierra, uno para gobernar un imperio y el otro para barrer una calle, no querrían escoger en cuanto a ello, en tanto que fuera Dios quien lo ordenase. Así que Dios, en su providencia, te ha llamado a trabajar duro por tu pan diario; hazlo para su gloria. «Ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.» Pero, ¡ah!, los hay aquí entre vosotros que parecen inútiles para la iglesia. Hacéis todo lo que podéis, pero cuando lo habéis hecho, no es nada; no podéis ayudarnos ni con dinero, ni con talentos, ni con tiempo, y por ello pensáis que Dios ha de echaros fuera. Pensáis que si fueseis como Pablo o Pedro podríais estar a salvo. ¡Ah, amados, no habléis así!; Jesucristo dice que él no apagará el pabilo que humea, ni quebrará la caña cascada, aunque carezca de valor. Tiene algo para los inútiles y para los que no tienen valor alguno. Pero observad esto, no hablo para excusar la pereza -para excusar a aquellos que pueden hacer pero no hacen; esto es ya algo muy diferente. Hay un látigo para el asno, y un azote para los holgazanes, y a veces se les tiene que aplicar. Ahora me refiero a aquellos que no tienen posibilidad de hacer cosas; no a Isacar, que es como un asno fuerte, echado entre dos cargas, y demasiado perezoso para levantarlas. No digo nada en favor del perezoso, que no está dispuesto a arar porque hace frío, sino de aquellos hombres y mujeres que realmente sienten que poco servicio pueden dar -que no pueden hacer más que lo que hacen; es a ellos que son de aplicación las palabras del texto. Ahora haremos otra observación. Las dos cosas mencionadas aquí son cosas ofensivas. Una caña cascada es ofensiva, porque creo que hay una alusión aquí a las flautas de Pan, que como ya sabéis son cañas puestas juntas, y a lo largo de las que uno mueve la boca, para hacer alguna clase de música. Éste es, creo yo, el órgano que inventó Jubal, y que menciona David, porque está bien claro que el órgano que empleamos hoy en día no se conocía entonces. Así, la caña cascada estropearía naturalmente la melodía de todos los tubos; un tubo estropeado dejaría salir el aire de tal manera que produciría un son discordante, o ningún son en absoluto, de manera que el impulso que uno tendría sería el de quitar la caña estropeada y poner otra nueva. En cuanto a un pabilo humeante, de una vela o alguna cosa semejante, no me es necesario informaros que el humo es ofensivo. Para mí, no hay olor en el mundo tan abominablemente repelente como el de un pabilo humeando. Pero algunos podrán decir: «¿Cómo puede hablar de una manera tan baja?» No he ido más bajo de lo que podría ir yo mismo, ni más bajo de lo que vosotros podéis ir conmigo, porque estoy seguro de que si el Espíritu Santo realmente os ha humillado, sois así repelentes para vuestras propias almas, igual de repelentes para Dios como lo sería una caña rota entre los otros tubos, o como lo sería un pabilo humeante para los ojos y la nariz. A menudo pienso en el gran y querido John Bunyan, cuando dijo que deseaba que Dios le hubiera hecho un renacuajo, o una serpiente, o cualquier cosa mejor que un hombre, porque sentía que era tan ofensivo. ¡Oh!, yo puedo pensar en un nido de víboras, y pensar que son perjudiciales; puedo imaginar un estanque con toda clase de criaturas pestilentes, criando 4
  • 5. corrupción, pero no hay nada que sea ni la mitad de aborrecible que el corazón humano. Dios esconde de todos los ojos, excepto de los propios, aquel terrible espectáculo, el corazón humano. Y si tú y yo pudiésemos ver una sola vez nuestros corazones; nos volveríamos locos, por lo horrible que sería el espectáculo. ¿Sientes esta sensación? ¿Sientes que has de ser tan ofensivo delante de Dios -que te has rebelado de tal manera contra él, que te has apartado de tal manera de sus mandamientos, que ciertamente has de serle aborrecible? Si sientes esto, entonces mi texto es el tuyo. Ahora bien, puedo imaginar alguna mujer aquí esta mañana que se ha apartado del camino de la virtud; y que mientras está aquí en medio de esta multitud, o sentada, siente como si no tuviera derecho a pisar estos santos atrios, y permanecer entre el pueblo de Dios. Piensa que Dios casi podría hacer que la capilla se desmoronase encima de ella para destruirla, por lo gran pecadora que es. ¡No importa, caña cascada, pabilo humeante! Aunque seas escarnecida por los hombres, e inmunda para ti misma, sin embargo Jesús te dice: «Tampoco yo te condeno; ve, y no peques más, no sea que te venga algo peor.» Hay alguien aquí que tiene algo en su corazón que yo no conozco -que puede haber cometido crímenes en secreto, que no querrá mencionar en público; sus pecados se le pegan encima como sanguijuelas, v le privan de todo bienestar. Aquí estás, joven, temblando y atemorizado, por si tu crimen es divulgado en medio del alto cielo; estás quebrantado, cascado como una caña, humeando como un pabilo. ¡Ah!, también tengo una palabra para ti. ¡Consuélate, consuélate, consuélate!, no desesperes; porque Jesús dijo que no apagará el pabilo que humeare, que no quebrará la caña cascada. Y, con todo, mis queridos amigos, hay un pensamiento antes de apartarme de este punto. Estos dos oráculos, por carentes de valor que sean, pueden sin embargo prestar toda vez algún servicio. Cuando Dios pone su mano sobre un hombre, si era antes sin valor e inútil, puede hacerlo muy valioso. Sabéis que el precio de un artículo no depende tanto del valor de la materia prima como del trabajo que se le ha hecho. Aquí tenemos un material muy malo con el que comenzar, cañas cascadas y pabilos humeantes, pero con la operación divina estas dos cosas adquieren un valor maravilloso. Me decís que la caña cascada no vale para nada; yo os digo que no es así, sino que Cristo tomará la caña cascada y la reparará, y la montará con los tubos del cielo. Luego, cuando la gran orquesta lance su música, cuando los órganos de los cielos emitan sus bien afinados sones, preguntaremos: «¿Cuál es aquella dulce nota que suena allí, mezclándose con el resto?» Y alguien dirá: «Es una caña que había estado cascada.» Ah, la voz de María Magdalena en el cielo, me imagino que suena más dulce y argentina que la de ninguna otra; y la voz del pobre ladrón que dijo: «Señor, acuérdate de mí», si es una voz de un bajo profundo, es más aterciopelada y dulce que la voz de cualquier otro, porque amó mucho, porque mucho le fue perdonado. Esta caña puede aún ser útil. No digas que no vales para nada; todavía cantarás en el cielo. No digas que careces de todo valor; al final estarás en pie delante del trono entre los que han sido lavados con sangre, y cantarás las alabanzas de Dios. ¿Y el pabilo humeante, también, para qué puede servir? Pronto os lo diré. Hay una chispa en aquel pabilo en algún lugar; casi está apagado, pero sigue permaneciendo una chispa. ¡Mirad la pradera, encendida! ¿Veis cómo avanzan las llamas? Ved cómo corre el frente de fuego inundando la llanura hasta que todo el continente arde y se abrasa -hasta que el cielo queda enrojecido con la llama. El negro rostro de la vieja noche queda desfigurado por la quemadura, y las estrellas parecen asustadas ante la conflagración. ¡Cómo se encendió esta gran masa boscosa! Y fue por un pabilo humeante echado por algún viajero, avivado por el suave viento, hasta que toda la pradera se prendió. Así el pobre hombre, un hombre ignorante, incluso recaído, puede ser el medio de la conversión de toda una nación. ¿Quién sabe si tú, que nada eres ahora, puedes ser 5
  • 6. más útil que nosotros que parecemos ser más usados por Dios, porque tengamos más dones y talentos? Dios puede hacer que una chispa encienda todo el mundo -puede encender toda una nación con la chispa de una pobre alma orando. Puedes aún ser útil; por ello, aliéntate. El musgo crece sobre las lápidas de las tumbas; la hiedra trepa por la desgastada pilastra; el muérdago crece sobre una rama muerta, y asimismo la gracia, piedad, virtud y santidad y bondad saldrán del pabilo que humea y de cañas cascadas. II. Así entonces, queridos amigos, he tratado de encontrar a aquellos para quienes es de aplicación este texto, y os he mostrado algo de la fragilidad de los mortales; ahora subo un peldaño más arriba -ala compasión divina: «No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humea.» Observemos lo que se dice primero de todo, y entonces dejadme que os cuente que Jesucristo significa mucho más de lo que dice. Primero de todo, ¿qué dice? Dice bien claramente que no quebrará la caña cascada. Tengo delante de mí una caña cascada -un pobre hijo de Dios embargado de un profundo sentimiento de pecado. Parece como si el azote de la ley nunca vaya a detenerse. Sigue azotando, zas, zas, zas; y aunque uno diga: «Señor, detén eso, y dame un poco de alivio», sigue sintiendo el recio cuero, zas, zas, zas. Sientes tus pecados. ¡Ah!, ya sé que dices esta mañana: «Si Dios prosigue un poco más se me romperá el corazón; moriré desesperado; casi estoy enloquecido por mi pecado; si yazgo de noche no puedo dormir; parece como si hubiera fantasmas en mi habitación -fantasmas de mis pecados- y cuando despierto a medianoche veo la negra forma de la muerte mirándome de hito en hito, diciendo: "Tú eres mi presa, te tendré", mientras que detrás el infierno parece estar ardiendo.» Ah, pobre caña cascada, no te quebrará; la convicción no será demasiado intensa; será suficientemente fuerte como para fundirte, y hacerte ir a los pies de Jesús; pero no será tan fuerte como para partir del todo tu corazón de modo que mueras. Nunca serás llevado a la desesperación, sino que serás librado; saldrás del fuego, pobre caña cascada, y no serás quebrada. Así que tenemos esta mañana un recaído aquí con nosotros. Es como un pabilo humeante. Hace años encontrabas tanta dicha en los caminos del Señor, y tanto gozo en su servicio, que decías: «Ahí querría para siempre estar.» «Qué horas de paz entonces gozaba; ¡Cuán dulce aún la memoria de ellas es! Pero un doloroso vacío han dejado, Que el mundo jamás llenar podrá.» Estás humeando, y crees que Dios te apagará. Si yo fuera arminiano, te diría que así lo hará. Pero siendo creyente en la Biblia, y nada más, te digo que no te apagará. Aunque estés humeando, no morirás. Sea cual fuere tu crimen, el Señor dice: «Volveos, hijos apostatas, y sanaré vuestras apostasías.» Él no te echará fuera, pobre Efraín; sólo vuélvete a él -note menospreciará, aunque tú te hayas lanzado al cieno y a la suciedad, aunque estés cubierto de inmundicia de la cabeza a los pies; vuelve, pobre pródigo, vuelve, ¡vuelve! Tu Padre te llama. ¡Oye, pobre recaído! Vuelve en el acto a aquel que tiene los brazos abiertos para acogerte. Él dice que no apagará -que no quebrará. Pero hay más bajo cubierta que lo que vemos a simple vista. Cuando Jesús dice que no quebrará, significa mucho más que esto; quiere decir: «Tomaré esta pobre caña cascada, la plantaré junto a los ríos de aguas, y (milagro de milagros) la haré crecer a un árbol cuya hoja no se secará; la regaré a cada momento; la vigilaré; habrá frutos celestiales sobre ella; la guardaré de aves rapaces; pero las aves del cielo, las más dulces cantoras del paraíso, harán sus nidos en sus ramas.» Cuando él dice que no quebrará la caña cascada, significa más; significa que nutrirá, que ayudará, que fortalecerá, que sustentará y que glorificará 6
  • 7. -que cumplirá su misión sobre ella, y que la hará gloriosa para siempre. Y cuando le dice al recaído que no le apagará, significa más que esto -significa que lo avivará hasta que dé una llama. Algunos de vosotros, me atrevería a decir, habéis vuelto de la capilla a vuestras casas y habéis visto que vuestro fuego estaba casi apagado; sé cómo actuáis: sopláis muy gentilmente aquella chispa solitaria, si hay una, y para no soplar demasiado fuerte ponéis vuestros dedos delante de ella; y si estuvieseis solos y tuvierais sólo una cerilla, o una sola chispa en el hogar, cuán gentilmente soplaríais sobre ella. Así es, recaído, que Jesucristo trata contigo. Note apaga, sino que sopla suavemente; dice: «No te apagaré»; quiere decir con ello, «Seré muy tierno, muy cuidadoso, muy solícito»; pondrá material seco, para que pronto la pequeña chispa crezca hasta ser una llama, y arda hacia el cielo, y grande será el fuego. Ahora quiero decir una o dos cosas a Pequeña-Fe esta mañana. Los hijitos de Dios que están aquí mencionados como cañas cascadas o pabilos humeantes están tan seguros como los grandes santos de Dios. Quisiera extenderme un momento acerca de este pensamiento, y luego terminaré con el otro encabezamiento. Los santos de Dios que son llamados cañas cascadas y pabilos humeantes están tan a salvo como los que son poderosos para su Maestro, y con gran fuerza, por varias razones. Primero de todo, el santo pequeño es tanto un escogido de Dios como el gran santo. Cuando Dios escogió a su pueblo, los escogió a todos a una, y en conjunto; y eligió tanto al uno como al otro. Si yo escojo una cierta cantidad de cosas, una puede ser menos que el resto, pero es tan escogida como las otras cosas; y así la señora Temerosa y la señorita Desalentada son tan escogidas como el señor Gran Corazón o el Viejo Padre Honesto. También: los pequeñitos están redimidos al igual que los grandes; los santos débiles le costaron a Cristo tantos padecimientos como los fuertes. El hijo más pequeño de Dios no hubiera podido ser adquirido con menos que la preciosa sangre de Jesús. Y el más grande hijo de Dios no le costó más. Pablo no costó más que Benjamín --estoy seguro de que no- porque en la Biblia leo que «no hay diferencia». Además, cuando en tiempo antiguo vinieron a pagar el dinero de la redención, cada uno dio un sido. El pobre no dará menos, y el rico no dará más que simplemente un sido. El mismo precio fue pagado por el uno que por el otro. Ahora bien, hijito de Dios, toma este pensamiento dentro de W alma. Tú ves a algunos hombres muy importantes en la causa de Cristo –y es cosa buena que lo sean- pero no le costaron a Jesús un céntimo más que tú; él pagó el mismo precio por ti que el que pagó por ellos. Recuerda otra vez, eres tanto un hijo de Dios como el mayor de los santos. Algunos de vosotros tenéis cinco o seis hijos. Hay uno de vuestros hijos, quizá, que es alto y apuesto, y que además tiene dotes intelectuales; tenéis otro hijo que es el más pequeño de la familia, quizá tenga sólo poca capacidad de comprensión. Pero, ¿cuál es más hijo vuestro? «¡Más hijo nuestro! », decís: «los dos son mis hijos por un igual, desde luego, tanto el uno como el otro.» Y así, queridos amigos, puede que tengáis muy poca instrucción académica, puede que estéis muy a oscuras acerca de las cosas divinas, puede que veáis «hombres como árboles andando», pero sois tan hijos de Dios como los que han alcanzado la estatura de hombres en Cristo Jesús. Así recuerda, pobre santo sometido a prueba, que tú estás tan justificado como cualquier otro hijo de Dios. Yo sé que estoy totalmente justificado: «Su sangre y justicia Mi hermosura son, mi gloriosa vestidura.» No quiero ningún otro ropaje más que las acciones de Jesús, y su justicia imputada. El más denodado hijo de Dios no necesita más que esto; y yo, que soy «menos que el más pequeño de todos los santos», no puedo contentarme con nada menos, y no tendré menos. Oh tú, 7
  • 8. Tímido, estás tan justificado como Pablo, Pedro, Juan Bautista, o el más elevado santo en el cielo. En eso no hay diferencia. ¡Oh, aliéntate y regocíjate! Y ahora, otra cosa: Si te perdieras, el honor de Dios quedaría tan manchado como si se perdiera el cristiano más grande. Una vez leí algo curioso en un antiguo libro acerca de los hijos y pueblo de Dios como formando parte de Cristo y estando unidos con él. Dice el escritor: «Un padre está sentado en su salón, y entra un visitante; el visitante sienta a un niño sobre su rodilla, y al niño le duele un dedo, y entonces le dice: «Pequeño, ¿te duele este dedo?» «Sí.» «Bueno, deja entonces que te lo quite, y te daré uno de oro.» El niño mira al visitante, y le dice: «No quiero estar más con ese señor, porque dice que me quitará el dedo; a mí me gusta mi dedo, y no quiero uno de oro en lugar del mío.» De la misma manera, el santo dice así: «Yo soy uno de los miembros de Cristo, pero soy como un dedo que duele, y él me quitará y pondrá uno de oro.» «No», dice Cristo, «no, no; no puedo sufrir que me quiten a ninguno de mis miembros; si el dedo duele, lo vendaré; lo fortaleceré.» Cristo no quiere ni oír que le corten uno de sus miembros. Si Cristo perdiera a uno de su pueblo, ya no podría ser un Cristo entero. Si el más pequeño de sus hijos pudiera ser echado fuera, Cristo carecería de una parte de su plenitud; sí, Cristo estaría incompleto sin su iglesia. Si uno de sus hijos se hubiera de perder, sería mejor que fuera uno de grande que no de pequeño. Si se perdiera uno de los pequeños, Satanás diría: «¡Ah!, tú salvas a los grandes porque son fuertes y se pueden ayudar a sí mismos; pero al pequeño que no tiene fuerza no le pudiste salvar.» Tú sabes lo que Satanás diría, pero Dios cerrará la boca a Satanás, proclamando: «Aquí están todos, Satanás, a pesar de tu malicia, todos están aquí; todos están a salvo; ahora, ¡quédate para siempre en tu guarida, y sé eternamente atado en cadenas, y humea en el fuego!» De esta manera él sufrirá el tormento eterno, pero ningún hijo de Dios lo sufrirá jamás. Un pensamiento más, y habré acabado esta parte. La salvación de los grandes santos depende a menudo de la salvación de los pequeños. ¿Lo entiendes, esto? Sabes que mi salvación, 0 la salvación de cualquier hijo de Dios, si contemplamos las causas segundas, depende mucho de la conversión de otra persona. Supongamos que tu madre es el medio de tu conversión; tú dirías, hablando como los hombres, que tu conversión dependió de la suya, porque al ser ella convertida, vino a ser el instrumento de introducirte a d. Supongamos que este o aquel ministro es el medio de tu llamamiento; entonces, en cierto sentido, aunque no de manera absoluta, tu conversión depende de la suya. Así sucede con frecuencia que la salvación de los más poderosos siervos de Dios depende de la conversión de otros de pequeños. Hay una pobre madre; nadie ha sabido nunca nada acerca de ella; ella va a la casa de Dios; su nombre no sale en los diarios ni en ningún otro medio de comunicación; ella enseña a su hijo, y lo cría en el temor de Dios; ora por aquel chico; se debate con Dios, y sus lágrimas y oraciones se mezclan. El muchacho crece. ¿Quién es? Un misionero, un William Knibb, un Moffatt, un Williams. Pero vosotros no oiréis nada acerca de la madre. ¡Ah!, pero si la madre no hubiera sido salva, ¿dónde habría quedado el muchacho? Que esto sirva de aliento a los pequeños; y regocijaos al saber que él os alimentará y abrigará, aunque seáis como cañas cascadas y pabilos humeantes. III. Y ahora, para terminar, hay una victoria cierta: «Hasta que haga triunfar la justicia.» ¡Triunfar! Hay algo hermoso en esta palabra. La muerte de Sir John Moore, en la Guerra de Independencia española, fue muy conmovedora; cayó sobre los brazos del triunfo; y por triste que fuera su suerte, no dudo que sus ojos estaban iluminados por el grito de la victoria. También, supongo que Wolfe habló con verdad cuando dijo: «Muero feliz» --siendo que acababa de oír el grito: «¡Huyen, huyen!» Sé que la victoria, incluso en este mal sentido -porque no considero las victorias terrenales como de valor alguno- tiene que haber alentado al guerrero. Pero, ¡ah!, 8
  • 9. ¡cuánto aliento recibe el santo, cuando sabe que la victoria es suya! Lucharé toda mi vida, pero escribiré «vici» sobre mi escudo. Seré «más que vencedor por medio de aquel que me amó». Cada débil santo alcanzará la victoria; cada uno sobre sus muletas; cada cojo; cada uno lleno de debilidad, dolor, enfermedad y debilidad, alcanzará la victoria. «Volverán a Sión cantando»; «y entre ellos a ciegos y cojos, a la mujer que está encinta y a la que dio a luz juntamente». Así dice la Escritura. Nadie será dejado de lado, sino que hará «triunfar la justicia». ¡Triunfo, triunfo, triunfo! Ésta es la parte de cada cristiano: triunfará por el nombre de su amado Redentor. Ahora, una palabra acerca de esta victoria. Hablo primero a los hombres y mujeres ancianos. Queridos hermanos y hermanas -vosotros sois a menudo, lo sé, como la caña cascada. Los acontecimientos venideros arrojan sus sombras delante de ellos; y la muerte arroja la sombra de la ancianidad sobre vosotros. Sentís el saltamontes como una carga; os sentís llenos de debilidad y de decadencia; vuestro cuerpo apenas se puede mantener en uno. ¡Ah!, tenéis aquí una promesa especial. «No quebrará la caña cascada.» «Te fortaleceré.» «Cuando tu carne y tu corazón desfallezcan, yo seré la roca de tu corazón y tu porción para siempre.» «Hasta la ancianidad, todo mi pueblo probará Mi soberano amor, eterno, inmutable; Y cuando cabellos canos, adornen sus sienes, Cual corderos seguirán siendo llevados en mi seno.» Vacilante y apoyado en tu cayado, postrado, débil, flojo y pálido; no temas la última hora; esta última hora será para ti la mejor; tu último día será una consumación muy deseable. Débil como eres, Dios atemperará la prueba de tu debilidad; aminorará tu dolor, si tu fuerza es menor; pero en el cielo cantarás: «¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!» Hay algunos de nosotros que podríamos desear cambiar de lugar con vosotros, para estar tan cerca del cielo, tan cerca del hogar. Con todas vuestras debilidades, vuestros cabellos grises son para vosotros una corona de gloria; porque estáis cerca del fin, así como en el camino de justicia. Una palabra para vosotros, hombres de edad madura, batallando en la recia tormenta de esta vida. A menudo sois cañas cascadas, vuestra religión queda muy cubierta por vuestras demandas terrenales, y tan cargada por el fragor diario de vuestras actividades, actividades, actividades, que parecéis pabilos humeantes; es todo lo que podéis hacer para servir a vuestro Dios, y no podéis decir que seáis «fervientes en espíritu», así como «diligentes en los negocios». Hombre de negocios, que te afanas y luchas en este mundo, no te apagará cuando seas como un pabilo que humeare; no te quebrará cuando seas como una caña cascada, sino que te liberará de tus aflicciones, nadarás a través del mar de la vida, y estarás de pie sobre la feliz costa del cielo, y cantarás «¡Victoria!» por medio de aquel que te amó. ¡Vosotros, muchachos y muchachas! A vosotros me dirijo, y tengo derecho a hacerlo. Vosotros y yo sabemos a menudo qué es la caña cascada, cuando la mano de Dios lanza una plaga sobre nuestras bellas esperanzas. Estamos llenos de atolondramiento y de extravío, y es sólo la vara de la aflicción que puede quitar la insensatez de dentro de nosotros, porque tenemos mucho de esto en nuestro interior. Resbaladizos son los pasos de la juventud, y peligrosos son los caminos del joven, pero Dios no nos quebrará ni nos destruirá. Los hombres, muy cautos, nos invitan a que nunca demos un paso, no sea que caigamos; pero Dios nos invita a andar, y a hacer nuestros pies como los de gacelas, para que podamos andar por lugares altos. Servid a Dios en 9
  • 10. vuestros primeros días; dadle a él vuestros corazones, v entonces nunca os echará a un lado, sino que os alimentará y abrigará. No acabaré sin decir una palabra a los niños pequeños. Vosotros que habéis oído a Jesús, él os dice: «La caña cascada no quebraré; el pabilo humeante no apagaré.» Creo que hay muchos pequeñuelos, que no tienen aún seis años, que conocen al Salvador. Nunca menosprecio la piedad infantil; la amo. He oído hablar a niños pequeños de misterios que hombres encanecidos no conocían. ¡Ah!, niños pequeños que habéis sido criados en escuelas dominicales y que amáis el nombre del Salvador, si otros dicen que sois demasiado precoces, no temáis, seguid amando a Cristo. *** 10