1. A dónde voy?
“Nadie puede amar lo que no conoce”
OBJETIVO
Que la persona realmente descubra qué sentido tiene estar en el
mundo, para que descubra hacia donde va.
DESARROLLO DEL TEMA
Todos, en algún u otro momento de nuestra existencia, nos hemos
preguntado si la vida tiene un sentido o fin y cuál es.
Ésta es una de las preguntas más importantes que podemos
formularnos y su respuesta es fundamental para todos y cada uno de
nosotros, pues de ella va a depender el modo en que vivamos nuestra
vida. Vivir al día sin plantearnos el problema es, como mínimo, una
frivolidad que no podemos permitirnos.
La diferencia está en "vivir la vida" o, simplemente, "pasar por la vida"
dejándonos llevar. Ciertamente, venimos a la vida sin que nadie nos
pregunte si queremos o no nacer. Nadie nos coloca un "manual de
instrucciones" debajo del brazo diciéndonos qué debemos o no hacer, y
qué podemos o no esperar.
Tal y como dirían los existencialistas, nos encontramos "arrojados",
"implantados" en la existencia. Sin embargo, a pesar de ello, sí que
podemos descubrir una serie de "pistas" mirando en nosotros mismos y
en los demás.
La vida es algo así como un viaje cuya meta es la felicidad; y hacia ese
objetivo vamos.
En la vida todos tenemos metas a largo y corto plazo. Aquéllas
determinan éstas, así como las metas más inmediatas son las que nos van a
conducir a las de más largo alcance. Como sé que la amistad es buena y me hace
bien, busco tener amigos y cuido mi relación con ellos. Son los pequeños
detalles los que van cultivando la amistad. Esos pequeños detalles quizá no
tengan mucho valor en sí mismos, pero adquieren una gran importancia en
función de lo que más deseo. Y si quiero agasajar a alguien con una buena
comida para cultivar nuestra amistad, el mero hecho de ir a por unos vasos
2. para llevarlos a la mesa se trasforma en algo importante por el fin que
pretendo. Por eso, la importancia que dé en mi vida a mis deseos más
profundos, va a condicionar el mimo con que realice las pequeñas cosas. Cuando
tenemos grandes metas, damos sentido a las pequeñas, e incluso las
dificultades que encontramos empiezan a tener un contenido que engrandece lo
que más deseamos.
Muchas veces nos hemos sorprendido viviendo las cosas con pasión,
cuidando los pequeños detalles, pues había un deseo claro y profundo que nos
impulsaba a ello. Y quizá otras muchas nos hayamos sorprendido actuando como
por inercia, sin motivación ni deseo, como si ya no palpáramos esa atracción
primera que era como una anticipación plena del fin perseguido. Pero no
podemos engañarnos, no siempre podemos “sentir ardientemente” la meta que
deseamos. Nuestro caminar es como un barco en el mar, no puede sentir
claramente su avance, pero es real.
Para ir a la meta que no vemos, hemos de ir por las pequeñas metas que
sí vemos y a veces no quisiéramos ver. En primer lugar está la aceptación
humilde de lo que somos, nuestros temores y ansiedades, nuestra fragilidad e
incoherencia, nuestros fracasos y falta de amor. Ver incluso en eso la
presencia amorosa de Dios es anticipar ya la meta de nuestro camino. Es
entonces cuando dejamos de huir de nuestros problemas para aceptarlos como
parte de una realidad más plena, de un camino que nos lleva a una meta capaz
de iluminar todo nuestro recorrido.
San Bernardo nos anima diciendo: “Una espuerta de estiércol es óptima
para la raíz del árbol” (Parábolas, VII), siguiendo la idea de San Agustín cuando
nos hace ver que el abono por sí mismo no vale para nada, pero que es capaz de
hacer maravillas en manos de un experto jardinero.
¿Cuál es nuestra meta más valiosa, nuestro deseo más profundo?
Probablemente ni lo sepamos a ciencia cierta. En la vida son varias las cosas que
nos atraen poderosamente y nos hacen orientar nuestra existencia. Pero no
siempre lo más consciente es lo más valioso. Necesitamos el aire más que nada,
pero no nos damos cuenta de ello hasta que nos falta. No puede haber nada tan
importante como mi propia razón de ser. Mi vida encierra un sentido en sí
misma, un lugar de partida y una meta a la que estoy orientado, y en cuyo
recorrido experimento otras más pequeñas.
3. El evangelio de San Juan comienza diciéndonos: “Al principio ya existía la
Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1). La
expresión griega dice pros ton Theon, que significa que la Palabra no sólo
estaba “junto”, sino “orientada hacia” Dios, el Hijo orientado hacia el Padre.
Por eso, cuando la Palabra se encarnó siguió teniendo esa actitud, por lo que
vemos a Jesús de Nazaret siempre “orientado hacia” su Padre, buscando hacer
sólo su voluntad, confiando en él, buscando momentos de soledad e intimidad
con él.
Nosotros, hechos a imagen divina, participamos de Dios y él es nuestra
última meta. Ese Dios Amor que refleja su luz en todo amor. Hay un precioso
poema de Sta Teresa de Jesús que dice: “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué
mandáis hacer de mí?” Esa pregunta que también Jesús hacía a su Padre
buscando hacer su voluntad, encontró respuesta en el anuncio del Reino: “Salí
del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”,
Jn 16,28; “Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”, Jn
18,37; “Padre mío.... que se haga tu voluntad y no la mía”, Mt 26,39. Nuestra
misma existencia encierra una meta última -estar orientados hacia Dios Amor-
y pequeñas metas que configuran el itinerario de Jesús: ser plenamente
humanos en el amor, poniendo amor allí donde no lo hay, poniendo humanidad
donde esa humanidad es pisoteada.
Al final tendremos que hacer balance recogiendo toda nuestra vida en
un instante. Quizá lo más importante no sean las cosas hechas o los
acontecimientos vividos, sino el valor dado a todos ellos, la motivación con que
los hemos afrontado, la orientación dada a nuestra vida. Esa orientación es la
que nos habrá ido preparando para afrontar la última meta en sintonía con lo
que hemos vivido.