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Teatro Municipal Miguel de Cervantes
Sábado 5 de abril de 2014
© El autor
© De esta edición: Agrupación de Cofradías
de Semana Santa de Málaga
Diseño:
Imprime: Gráficas Anarol
Depósito Legal: MA-397-2014
Pregón 2014
Colabora
Presentación del pregonero por
Rvdo. Rafael J. Pérez Pallarés
pregonero de la Semana Santa de Málaga 2013

Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo,
Excelentísmo Señor Alcalde,
Ilustrísimas autoridades,
Señor Presidente y Junta de Gobierno
de la Agrupación de Cofradías
de Semana Santa de Málaga,
Hermanos cofrades, señoras y señores
«Mi señorita Susana nos ha dicho en clase de reli, que escriba-
mos un pregón de Semana Santa. Yo sé que esto es muy difícil, por-
que el año pasado vi por la tele a la señorita Mari Carmen, que hizo
el pregón de los mayores. Y me quedé asombrada». Estas palabras
pronunciadas por la pregonera infantil del pasado año, Ana María
Serna Ortega recogen bellamente ante lo que se enfrenta un prego-
nero cuando es designado para anunciar la inminente llegada de la
Semana Santa.
«El Señor hace pública su victoria, a la vista de las naciones revela
su salvación, ha recordado su amor y su fidelidad». Esta otra afirma-
ción del Salmo 98 recoge la vocación del pregonero: hacer pública
la victoria del amor de Dios que hunde sus raíces en corazones con-
cretos. Estamos ante una empresa, esto de pregonar, de altísima res-
ponsabilidad. Porque se pregona el amor de Dios manifestado a los
hombres y mujeres en Cristo Jesús, especialmente a los más pobres.
El pregonero cuando escribe su pregón vuela acariciando el cielo
con sus manos. Sus ilusiones y sueños, en tantos casos enraizados
en su infancia cofrade, se concretan en el momento de elaborar y
pronunciar el pregón.
Félix Gutiérrez Moreno es el pregonero de este año. Apenas lo
conozco personalmente. Pero quienes conocen bien a este malague-
ño le atribuyen las palabras del poeta de quien celebramos el 75 ani-
versario de su muerte, Antonio Machado: «en el buen sentido de la
palabra, bueno». Su sinceridad, capacidad de trabajo y lealtad cuen-
tan que son rasgos de su manera de ser.
Hablar sobre cualquier persona me da mucho respeto. Máxime
cuando se hace pública la valoración sobre ella. Entiendo que en el
fondo es una forma de hacer juicio. Y, aunque se trate de un juicio
constructivo, probablemente nos quedemos cortos en lo que alber-
ga el corazón y sus misterios. Solo Dios conoce a fondo el cora-
zón humano de cualquier cofrade. Eso sí, podríamos acercarnos a
quienes lo conocen bien, quienes comparten con él vida y corazón,
sus hijos Nicolás y Noel o su madre Ángeles. O a su padre que ya
falleció: Francisco.
Cuentan que cuando murió Francisco, figura central y modelo en
la vida de Félix, fue incapaz de derramar ni una sola lágrima. Félix,
hoy desde el cielo quizá tu papá exprese con la lágrima que no derra-
maste la satisfacción de un padre que ve a su hijo pregonando desde
las tablas del Cervantes la Semana Santa que amas y a la que te sien-
tes especialmente vinculado a través de la antiquísima Hermandad
de Viñeros. Una Hermandad sacramental que remite directamente al
misterio de la Redención. A la sangre derramada por nuestros peca-
dos. Al vino que se convierte en la sangre de Cristo en la Eucaristía.
Un misterio que los cofrades de la mano de la mística popular habéis
sabido expresar para calmar la sed de Dios que solamente los pobres y
sencillos pueden conocer. Una forma de vivir la fe que no todos com-
prenden en su profundidad porque para entender esta realidad hace
falta acercarse a ella con la mirada que no busca juzgar, sino amar
porque es un lugar teológico. (Cfr. EG 123–125).
Dicen que Félix era tímido cuando pequeño. Y que pensó que
para superar tanta timidez la mejor manera era irse de voluntario
a la Brigada Paracaidista: si se iba a quitar la timidez, lo haría a lo
grande. Y cuando Félix terminó con los saltos, pasó a la siguiente
fase: enfrentarse al público ante los micrófonos ya fuera radio o pre-
sentando eventos.
Hermano, ahora tienes delante de ti a la audiencia que siempre
has soñado tener: los cristianos a los que vas a pregonar la Semana
10
Santa de Málaga, los que pasaban por aquí y que sin especial vincu-
lación con el seguimiento de Cristo cada primavera vibran en la Se-
mana Santa malagueña. O la aprovechan para sus intereses particu-
lares. Da igual. Es tu audiencia. Cuéntales qué es la Semana Santa,
los días en los que los cristianos celebramos los misterios centrales
de nuestra fe. Pronuncia tu pregón. Félix, se te quiere. La oportuni-
dad que he tenido de conocerte y mirarte a los ojos me ha mostrado
que custodias, detrás de esa mirada clara, el niño que todos lleva-
mos dentro. De esa bondad que hace posible que el mundo sea más
amable. Gracias por estar y ser.
Señoras y señores, recibamos al pregonero de la Semana Santa de
Málaga: Félix Gutiérrez.
Suya es la palabra.
11
NuestraSeñoradelTraspasoySoledaddeViñeros
Pregón
de la Semana Santa de Málaga 2014
a cargo de
D. Félix Gutiérrez Moreno
15
AGRADECIMIENTOS
Gracias a mis hermanos de la Sacramental de Viñeros y,
en especial, a Miguel Ángel Campos
por su colaboración en estos momentos.
Quiero tener un recuerdo especial para Pepeprado
y Augusto Pansard, más que amigos, hermanos, por su compañía,
sus tertulias y su afecto incondicional. Gracias, porque caminar
a vuestro lado ha hecho más dulce el camino.
Debo agradecer a María del Carmen Ledesma
y a Miguel Ángel Blanco su colaboración,
su esfuerzo para que esta aventura llegase a buen puerto;
así como al magnífico artista Adán Jaime.
Y, para terminar, he de recordar en estas breve líneas
a todos aquellos cofrades, unos conocidos y otros no,
que durante estos meses me han demostrado su apoyo y su calor.
A mis hijos Nicolás y Noel.
Ellos son la brújula que guía mi camino.
A mi ángel de la guarda. ¡Existe!
A los que me abandonaron en
el camino de la vida y a los que
decidieron seguir a mi lado
como hermanos.
A los cofrades de mi Málaga.
19
Morena, coqueta,
de ojos azules al amanecer, perfumada de olor a
semblanza inolvidable en cada uno de sus atardeceres,
cercana, jovial, risueña,
humilde como el carpintero que quiso habitarla,
redentora de penas, tristezas y desconsuelo,
cobijo del mismo Nazareno.
Así es mi niña.
La conocí porque así lo quiso mi destino,
me enamoré porque así rezaba en los libros de mi propia historia,
la desposé en la catedral de mi corazón.
Me vio crecer, sufrir, sonreír, llorar;
me vio desfallecer y levantarme;
algún día me verá partir, pero
allá donde mi alma encuentre posada,
de mis labios nacerán palabras de amor hacia ella.
Muchacha de mis amores tempranos y compañera en mi madurez,
Esperanza de mis desvelos,
Amparo de preocupaciones,
Gracia plena de ilusión llena y
Gran poder de hermandad humana.
Victoria del corazón,
Málaga.
21
Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo,
Excelentísimo Sr. Alcalde,
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades,
Sr. Presidente y Junta de Gobierno
	 de la Agrupación de Cofradías
	 de Semana Santa de Málaga,
Hermanos mayores,
Correonistas,
Cofrades,
Señoras y Señores.
Esta noche será difícil llegar a saldar la deuda que adquiero para
con mi Málaga cofrade.
Quiero agradecer a mi hermano y amigo, Eduardo Pastor, el ha-
ber conseguido hacer feliz a mucha gente que me quiere. Gracias
por haber hecho realidad el sueño para cualquier cristiano y cofrade
malagueño que presuma de querer a su tierra, a su gente y, por su-
puesto, a su Semana Santa.
Gracias a nuestra Agrupación por haber refrendado esa confian-
za depositada en mi persona.
Y agradecido he de estar a la introducción nacida de la voz de un
gran ser humano que hoy ha venido a entregarme el testigo de la
responsabilidad hecha felicidad ante el mayor auditorio cofrade del
mundo; al menos así lo entiendo yo.
22
De su boca siempre nacen «palabras para la vida». Y esas son las
palabras que necesitamos oír en estos tiempos un tanto difíciles.
Gracias al pregonero. Gracias a la persona de Rafael Pérez Pallarés y
gracias al cura que alienta siempre esperanzas con gestos acertados.
Estar aquí impone, y mucho; os lo puedo asegurar.
Por esta tribuna, y ante este jurado de sabios cofrades, han des-
filado grandes voces y grandes oradores que han volcado vivencias,
pregones, historias y homilías variadas para venir a anunciar que la
Semana Santa de Málaga está a la vuelta de unos traslados. Hoy es-
pero estar a un nivel equiparable al de alguno de ellos.
Asimismo, espero la benevolencia de todos vosotros al tiempo
que mis palabras quisiera dedicarlas a los que no han tenido nunca
ocasión de contemplar un pregón en el Cervantes y lo siguen año
tras año desde una radio, una televisión o quizás en internet.
Esta noche me ha tocado a mí, pero tened bien claro que cual-
quiera de vosotros, allí o aquí, merecería estar tras este atril desglo-
sando su propio pregón.
Lo he dicho muchas veces ante los micrófonos y fuera de ellos: todo
cofrade, todo cristiano al que la vida le haya regalado la suerte de cono-
cer esta bendita tierra, lleva un pregonero y un pregón dentro de sí.
Por tanto, os puedo adelantar que estas letras serán el sentimien-
to hecho pregón de cosas que cualquier cristiano y cofrade puede
sentir. De forma clara y manera sencilla. A corazón abierto.
Aquí, esta noche, se sube un cofrade más en la amplia nómina de la
entrega desinteresada en lo que yo vengo a llamar «mi Semana Santa».
23
Por eso también os pido que entendáis estas palabras como un
conjunto, sin preferencias hacia nada ni nadie. Porque los cofrades
malagueños somos un todo… somos grandes… muy grandes.
24
Cuando recibí la noticia de mi nombramiento, la primera
persona de la que me acordé fue de mi padre. Mi padre
nunca fue muy amigo de todo esto. No hubo en mi estirpe
generaciones cofrades anteriores a mí. Y sin embargo, aquí estoy.
Estoy aquí porque, cuando contaba 19 años de edad, quiso el
vendimiador más sublime de esta tierra de caldos dulces cruzar-
se en mi camino; al igual que años más tarde lo haría también,
por primera y última vez, en el camino de un hombre ya muy
enfermo.
A veces basta un solo gesto para salvar un alma.
Estoy aquí porque quizás hayan sido muchos años de ofrenda a
una causa que mueve montañas, al tiempo que es el principal motor
en la vida de todos nosotros: nuestra Fe.
Y así fui echando raíces… Y me hice cofrade. Aunque quizás ya
lo era de curiosidad y algo de sentimiento, cuando desde mi casa
allá en calle Peña, siendo aún muy pequeño, una cita obligada nos
llevaba a mi madre, a mí y a una sillita de enea hasta la calle Álamos
cada Martes Santo. Todo me parecía entonces más enorme si cabe.
Esas pudieron ser mis verdaderas raíces cofrades.
Esas y aquella otra cálida tarde de primavera que nos invitaba
a unos chiquillos amigos a transformar una caja de zapatos en un
trono, o un tambor de polvos de lavar boca abajo en eso, en un
tambor cofrade que, por aquel entonces, no molestaba tanto como
ahora parece molestar. Jinetes, Peña, la Cruz Verde y a su templo.
Ese era nuestro itinerario.
Mi Semana Santa, quizás poco parecida a la tuya. Y, sin em-
bargo, seguro que en muchas cosas coincidimos. Y coincidimos en
pensar que, donde hay Fe, reside la fuerza del cofrade. Y coincidi-
mos en pensar que, allá donde reside la fuerza del cofrade, se abre
una puerta a la esperanza. Y coincidimos en pensar que, si una
puerta a la esperanza anda abierta, nada ni nadie nos podrá parar,
aunque muchas veces algunos pierden el sentido de la razón y vie-
nen a malherir sentimientos con los que nunca se debería jugar.
Pero tened muy claro que Judas no solo besó a Cristo allá por
Capuchinos, Judas te puede besar en la esquina de cualquier calle.
Cofrades todos, esta noche, este es el atril de los recuerdos, el refu-
gio de las vivencias y el confesionario de un cofrade malagueño que
viene a anunciar que Cristo ha querido resucitar aquí un año más.
«Porque quiso la Virgen de la Victoria
venir a parirte a Málaga,
y en Málaga, con su gente,
quiso verte padecer
antes de volverte a mecer,
nuevamente entre sus brazos».
Y así comienza «mi Semana Santa», y puede que la tuya también.
25
26
Sí; Cristo resucitará por los rincones del centro, en nuestras
casas y en cada uno de nuestros corazones.
Pero antes de todo eso…
El enunciado plástico tomará las calles; tragedia y barroco se
embarcarán en una travesía soñada durante meses; la expresión en
movimiento se adueñará de nosotros y la teatralidad pasionista nos
traerá sonidos y olores que volverán a invadir nuestros recuerdos…
El resto lo pondrá Málaga.
Sí; Cristo resucitará por los rincones de nuestros barrios, en
nuestras casas y en cada uno de nuestros corazones. Y lo hará en la
forma y medida en la que cada uno de vosotros desee. Serán tantos
itinerarios del alma como cofrades tiene este bendito lugar.
Pero antes de todo eso…
Una Señora criada en una casita humilde junto a la Cruz del
Molinillo volverá a mecerlo como años atrás. Piedad dicen que es
su nombre, aunque muchos la llaman Madre. Esa noche, en Mála-
ga, un monte de lirios esconde una última gota de sangre que qui-
so hacerse clavel para dormir en su mano y ser ungüento en carne
ya exánime.
Ahora solo hay miradas para su niño. Ahora, Madre y Señora
del Molinillo, eres Dolores en el Amparo y Misericordia de un
27
momento de Cruz, de Santa Cruz desnuda; Amargura de la Er-
mita que te acoge; Fe y Consuelo que bajas de la Victoria; Mayor
Dolor en tu Soledad extrema; y Angustias que desde el Parque an-
das transida de dolor.
Y, con lágrimas en unos ojos arrugados por el tiempo y el trabajo,
y con la voz entrecortada por la pena, una carta le interpreta desde
un balcón y con mano temblorosa un vecino que durante muchos
años lo ha visto pasear por las calles de su barrio:
«Maestro y amigo mío, dicen que todo se ha consumado y yo me
resisto a creerlo. Esto no se puede acabar aquí. Las calles de tu Má-
laga te esperan nuevamente, como desde siempre. Tú ya nos cono-
ces. Somos cofrades cristianos. Yo, uno más de los miles que aquí te
quieren cada día. Esto no puede acabar aquí, Cristo malagueño.
Dime ahora qué hago yo si te marchas así. Déjame volverte a ver
en el varal de la vida, junto a mis hermanos; déjame sentirte de nue-
vo en el sonido de una campana de trono o vuelve a ser mi guía en
la oscuridad de una venda sobre mis ojos. Ahora quiero que mis pies
descalzos alfombren de luz y cera el camino que elegiste. Déjame
ser un Nazareno más; tu Nazareno».
Por todo ello, andan las hojas de este pregón plagadas de filas de
nazarenos que se afanan en mantener encendida la luz de pasión
de las infinitas historias que se encierran bajo un capirote.
¡Nazarenos de Málaga!
A vosotros; hombres, mujeres, jóvenes y niños, quiero entregaros
mi voz desde este atril para proclamar y reclamar el verdadero re-
conocimiento de ese penitente anónimo que siente cómo se parali-
za el tiempo cuando, al despertar el día, una túnica planchada con
mimo y esmero se dispone a tomar las calles en la búsqueda del mis-
mo Dios al que probablemente saludáis cada mañana.
¡Nazarenos de Málaga!
Compromiso y sacrificio forman parte de vuestro camino. En-
trega incondicional en la catequesis de nuestra Fe.
Que nadie pueda llegar a deciros que solo sois penitentes a ratos
o por horas. Aquí se es Nazareno toda una vida entera. Con capiro-
te o capillo; con vela, bastón, campanilla, guion, estandarte, o por-
tando un Libro de Reglas. Y, por supuesto, en el día a día, cuando
las calles de nuestra Málaga se llenan de anónimos Nazarenos que
se afanan en construir un mundo mejor y más humano.
Enarbolad la Cruz de Guía del Nazareno malagueño con la satis-
facción de ser incondicionales de Cristo y de María bajo cualquier
28
advocación. Salid a uniros al sacrificio de vuestros titulares por las
calles del lugar elegido por el hijo de un carpintero, para venir a do-
tar de sentido a todo esto.
¡Nazarenos de Málaga!
Esta noche, en este lugar, mis palabras os rinden homenaje. A
vosotros, que sois parte importante de la esencia de «mi Semana
Santa».
Cuando se es Nazareno en Málaga, se tatúa en la piel el com-
promiso de anunciar al mundo entero que Jesús quiso ser también
malagueño y cofrade. Tenéis la dicha de poder estar más cerca de su
cara, tenéis la posibilidad de abrazar y soportar mejor que nadie su
sufrimiento. Tenéis la oportunidad de acompañarlo.
Hermanos Nazarenos, ajustaos bien el capirote, encended vues-
tros cirios y salid a iluminar el camino con el orgullo suficiente para
enseñar que el amor y los sacrificios de la vida misma, en esta tierra,
llevan túnica o hábito penitente. Y, si al salir de aquí esta noche, veis
que el propio Marqués de Larios se ha despojado de su chistera, es
porque anda esperando al tío de los capirotes para tomarse medi-
das, que este año sale con todas, todos los días.
Nazarenos de Málaga, gracias por vuestra humildad y entrega.
29
La tierra prometida tuvo que ser algo parecido a Málaga. Y digo
yo que, si esta es la tierra prometida del cofrade, ¿cómo no iba
a querer entrar el Señor de la Pollinica por la calle Parras, si
un ejército de apóstoles lo espera cada año con impaciencia? Y, de
entre ellos, siempre destaca un batallón de minúsculas criaturas que
enarbolan palmas y olivos aún sin saber casi por qué.
Ese puede ser el inicio; así comenzaron a caminar en cofrade
muchos pequeños infantes que, llegado el día y bien temprano, se
apuraban en coger la mano de sus padres al igual que hoy ellos mis-
mos cogen las pequeñas manos de sus hijos que comienzan a saber
qué se siente cuando los gusarapos cofrades anidan en el estómago.
Os suena, ¿verdad?
Es igual y diferente a la vez. Pero esa mañana siempre es especial.
Ese día también puede ser el banderín de enganche donde nace la
amistad y el amor hacia un vecino que jamás te dejará tirado.
A mí me da que el Señor de la Pollinica siempre vivió por aquí.
Málaga fue su Amparo; la que protege, la que da cobijo. Él se sin-
tió malagueño y, por eso, su Madre quiso también llamarse así,
Amparo. Y desde entonces, puedes enamorarte de su sonrisa cada
mañana.
Os habéis levantado sabiendo que no serán unos días más en el
calendario. Aquel al que dais los buenos días a diario, esta semana
acentúa su protagonismo en nuestras calles.
30
31
Por ello, siendo consciente de su Pasión cercana, quiso celebrar
una última Cena con sus apóstoles. Y esa Cena tuvo que ser aquí,
en Málaga. Y allí estaban todos los cofrades de mi tierra. Porque
aquí los cofrades somos por encima de todo Iglesia y, como apósto-
les de la misma, también predicamos y enseñamos.
Y se sentaron a la mesa Pedro, Andrés, Mateo, Tomás, Santiago
o Judas el Iscariote; y así hasta doce. Pero también Paco el taxis-
ta, Antonio el albañil y Carlos el parado. También en esa última
Cena estaba Rosa la farmacéutica, Elisa la abogada y Cristina,
ama de casa. Y el Señor de la Cena volvió a compartir pan y vino
con nosotros.
¡Cofrades de Málaga!
Cuando sus hombres de trono lo posen sobre el rail de los sen-
timientos humanos, el maquinista de nuestras vidas querrá bajar a
lavarnos los pies, mientras su cuerpo y su sangre serán señal en el
destino a seguir.
Esto es tan grande que somos insignificantes peregrinos en el ca-
mino de la historia, pero hacemos camino juntos. Y en ese camino,
un incensario llega batiéndose en duelo con el aire.
Una nube de incienso viene anunciando que a Cristo se le ha perdi-
do la mirada a las puertas de una capilla oratorio. La Agonía hace bro-
tar en sus ojos el reflejo de un sufrimiento extremo. Una serpiente de
espinos clava sus colmillos en la frente del Redentor, al tiempo que sus
brazos buscan el abrazo más tierno, el de María. Débil y casi perdido
en su Agonía, en su lucha particular por las maldades del corazón hu-
mano, minutos antes el hijo de Dios hecho hombre quiso hacerse Señor
del Perdón en la misma Cruz. Cruzó el puente para hacerse también
Salesiano y entregarnos no solo su vida, sino a su propia Madre.
Y los cofrades allí presentes comprobaron cómo aquel Cristo del
Perdón, al que en Málaga han clavado entre dos ladrones, fue Se-
ñor de las Penas, y aquella que le dio vida quiso llamarse también
así, María, Virgen del Gran Perdón. María, Virgen de las Penas.
María, Virgen del Auxilio Salesiano y cristiano en la impotencia de
una mujer que desde ese momento será refugio de los cofrades mala-
gueños. Y ella se quedó a vivir en nuestros corazones para siempre.
Y desde un balcón cercano a ese Calvario, la voz de un bordador
de sueños cambió la letra de una canción. Y gritó, al momento que
miraba los llorosos ojos y el pelo negro de la prisionera de Málaga:
«María de la O,
que 'desgraciaíta', gitana, tú eres
perdiéndolo 'tó'.
Te quieres morir,
y hasta los ojitos los tienes 'moraos'
de tanto sufrir…».
32
33
Y, en ese instante, una campana sonó con más fuerza si cabe, al
tiempo que la fragua de un trono malagueño, allá donde se forjan
los hombres y mujeres de esta tierra, le acercó un pañuelo que fue
bálsamo para su cara morena. Y María de la O dejó de ser «desgra-
ciaíta» para ser la Divina Alegría de Málaga.
Porque, en Málaga, la Madre de Dios no debe estar triste por
más tiempo.
Y tú, Señora, serás Patrocinio de un anhelo allá por San Felipe.
Y serás Lágrimas, pero también Favores recibidos junto a San Juan,
donde una acuarela se hizo cofrade y los pinceles la besaron para
la eternidad. Y tú, Madre, serás Señora de la Merced, misericordia
misma, junto al Santuario de un barrio que te quiere con locura.
Y todo esto que os cuento hará estremecer mis sentimientos de
cristiano, de cofrade y malagueño. Y quizás también los vuestros. Y
todo esto que os cuento forma parte de ese trocito de alma que ando
desnudando aquí ante vosotros esta noche: mi Semana Santa.
Mi Semana Santa guarda aromas de una generación cria-
da a la sombra de antiguos «tinglaos», entre los que bus-
cábamos los chiquillos un resquicio para poder contem-
plar los entresijos de aquello que, a temprana edad, se nos antojaba
complicado de entender. Tras esos andamios y grandes lonas de
plástico se escondían maderas, hierros, tornillos, flores y, cercano el
día, buscábamos las imágenes que nos dejaban absortos y ensimis-
mados en la Pasión de Cristo según esta bendita tierra. Fueron mu-
chas horas de trabajo y esfuerzo denodado; como ahora.
Después llegaban los días en los que sonidos como «al rico co-
qui» y «tres paquetes veinte duros» se convertían en mis compañe-
ros de tardes y noches en la Tribuna de los Pobres. Hoy miro esa
tribuna y me pregunto, ¿pobres de qué?
Eran días de mayúsculas gafas de sol y gomina, mucha gomina
(no es mi caso); días de guantes y calcetines blancos, en combina-
ción sincronizada con la variedad más infinita que jamás se haya
conocido de trajes azules. Supongo que eso era fruto del reflejo de
nuestro cielo y nuestro mar. Era también la búsqueda del guiño a
la pareja que compartió contigo aquel momento, o que aún lo hace,
sin distinción alguna, siendo hoy compañeros de viaje en la trave-
sía de la vida.
En realidad, tampoco hemos cambiado tanto.
34
En aquella tribuna que aún seguimos llamando «de los pobres»,
algunos mayores portaban primitivos aparatos de radio con
unos pequeñísimos auriculares de color blanco, cable finísi-
mo y sonido mono. Los más jóvenes lucíamos walkman y estéreos
auriculares de esponjilla color naranja. Importante, estaba de moda
aquello de la esponjilla color naranja.
Fueron momentos en los que mayores y jóvenes comenzamos a
sintonizar con un buen puñado de valientes cofrades que se aden-
traban con su voz en el futuro de lo que hoy es presente. Muchas
cosas comenzaron a cambiar gracias a ellos. Ellos han sido, son y
seguirán siendo los nazarenos de la comunicación.
Fueron, son y serán la cruz guía en la procesión que hoy abarca
desde la radio, televisión o prensa escrita y gráfica, hasta las nuevas
tecnologías.
A todos, desde este atril, mi homenaje también.
Porque tras esa página web o ese programa de televisión, tras ese
periódico, fotografía, revista cofrade y ese programa de radio, un
grupo de curtidos portadores se pone la túnica, mete el hombro y
levanta durante todo el año el trono de la información cofrade.
Grandes mayordomos y mejores capataces en una entrega de
muchas, muchísimas horas de trabajo tantas veces desinteresada. El
esfuerzo de buenas y preparadas personas que, además de grandes
profesionales, son cristianos y cofrades.
35
Esta noche me permito ser también la voz de cuantos han en-
tregado y entregan parte de su vida para hacer más llevadera la de
otros que quizás no pueden estar en la esquina de una calle sintien-
do el perfume del incienso pero que, a través de una imagen, de un
sonido o unas líneas, volverán a ser partícipes privilegiados a los pies
de un Cristo o una Virgen. Y esa será nuestra recompensa.
Compañeros de los medios de mi Málaga, vosotros sois los Nazare-
nos de la comunicación de «mi Semana Santa». Sois los ojos, las ma-
nos y el oído también de la Pasión de Cristo o del dolor de María.
Penitentes del teclado, de la imagen o el micrófono, nazarenos
de la comunicación, mi Semana Santa os debe mucho, y esta noche
aquí lo digo a boca llena:
Gracias por vuestro esfuerzo y trabajo.
36
El Monte de los Olivos, aquí en mi tierra, se encuentra en el
manto de una Virgen: Concepción, aquella que no solo fue
valiente para concebir al mejor de los nacidos, sino también
capaz de venir a parirlo a nuestras calles. Y en ese manto, al amparo
de un olivo, cabemos todos. Y bajo él, también.
Allí se arrodilló siendo niño y allí volvió siendo ya un hombre, su
hijo, el fruto de su vientre. Y así, mientras algunos, aún hoy día si-
guen dormitando, lloró y sudó sangre entre la Plaza de los Mártires
y la orilla de un río ausente.
La Oración en el Huerto se pudo escuchar en cada rincón de la
ciudad, a uno y otro lado del río. Clavó sus rodillas en la tierra y oró
por Málaga y los cofrades de aquí. Pero su oración también generó
envidias. Y llegó a oídos de un tal Judas que subió por la calle Ca-
rrión para encontrarse con el rostro de su maestro. Y Málaga no lo
impide año tras año para, como bien dijo un buen cofrade y prego-
nero, no quedarnos sin Semana Santa. Pero ya os dije que aquí Ju-
das te puede besar en cualquier esquina y, por ello, quiero invitaros
a estar siempre alerta ante los agravios que intentan desestabilizar el
trono de nuestras creencias.
Dijo San Agustín: Vale más una lágrima derramada en memo-
ria de la Pasión de Cristo que hacer una peregrinación a Jerusalén
y ayunar durante un año a pan y agua. Por eso, la Semana Santa
de Málaga es la peregrinación de cada uno de nosotros en el iti-
nerario de los sentimientos. Por eso, valen mucho más las miles
37
de lágrimas malagueñas derramadas en memoria de su Pasión que
muchas otras peregrinaciones y ayunos.
Todas esas lágrimas se convertirán en afluentes de un torrente pe-
queño, llamado Cedrón, que corre entre la Plaza de San Francisco y la
calle Carretería. Por allí pasó Jesús luciendo la mejor túnica bordada en
un cuerpo, que empezaba a ser tallado por el dolor. Abatido, a mitad de
aquel puente, se acrecentó su sufrimiento y nació la fealdad, que ya sa-
béis que aquí tiene cara y apodo. Agachó la cabeza y se mantuvo sereno,
consciente de lo injusto, pero entregado al hombre hasta el final.
El Señor de la Puente ya ha sido Señor del Prendimiento en
la donación de un sacrificio anunciado que será Redención de los
hombres y mujeres de esta tierra, cuando su cuerpo se encuentre
inerte en el madero. Es posible que hoy mismo, Señor del Pren-
dimiento, si tocases a la puerta de nuestras vidas y no supiéramos
reconocerte, volveríamos a besarte nuevamente. Y, antes de que el
gallo cante, algunos serán capaces, también en Málaga, de negar al
Nazareno más de tres veces y hasta cuatro para dejarlo solo. Jesús de
la Soledad en el abandono de su Pasión se entrega a pecho descu-
bierto cerca de la Catedral. Pero eso de negarte, tan solo es cuestión
de una minoría. Jamás bajarás desde Capuchinos en el desamparo,
en la melancolía o en la soledad de un sufrimiento aceptado.
Por eso, aquí, un año más, en esa tribuna que seguimos llaman-
do «de los pobres» se produce el pequeño gran milagro. O quizás el
grande gran milagro, según Málaga.
38
Cuando baja prendido desde calle Agua, su dolor queda apaci-
guado al llegar hasta una multitud que sale a su Rescate. Sí, Jesús
es rescatado en Málaga como símbolo del inconformismo de este
pueblo ante tantas cosas que vienen sacudiendo nuestra manera
de entender la Fe. Y, al rescatarlo cada año, rescatamos no solo su
dolor y pasión, sino también la alegría de saber que todo esto tie-
ne final feliz.
Si en esa misma escalinata Pilato le hubiera preguntado al pue-
blo allí congregado sobre la posibilidad de elegir entre Jesús y Ba-
rrabás, la historia habría cambiado para siempre. Por eso, cada año,
un grito unánime se oye para decir que allí no se sentencia al Cristo
hermoso de Málaga. Las inquietudes cotidianas quedan aparcadas
cuando el Señor de la Sentencia aparece para hacer que en los la-
bios de miles de malagueños el dolor quede extasiado ante la dulzu-
ra de una noble mirada. Esta noche, el Señor de la Sentencia tiene
a los mejores juristas a su lado. Y seremos nosotros los condenados
a quererle mientras dure nuestra vida.
¡No te preocupes, Maestro!; sigue buscando al fondo de ese
mar color celeste la estela de un Rosario encarnado en los ojos de
tu Madre para marcar con una sencilla plegaria el ritmo de hom-
bres y mujeres que se mueven al compás que marca el tintineo de
las bambalinas de su palio. Y seremos nosotros los condenados a
quererla a ella también.
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Bendita condena que en esta tierra tiene nombre de mujer, Ma-
ría. Por eso, encontrarnos con la capuchinera del Dulce Nombre
siendo camino de luz para la Soledad de su hijo, no tiene precio.
Llorar junto a la perchelera del Gran Poder, vientre del «chiquito», pe-
queño gran milagro en un suspiro eterno en una calle que es estrecha y
se hace ancha, tampoco precio alguno posee. Sentarse a esperar impa-
ciente en la tribuna que yo llamo «de los novios», a que la mocita de San
Lázaro llegue repeinada y oliendo a perfume de azahar de la Victoria
hace que el tiempo se pare, pero los corazones se aceleren. Y se aceleran
las voces, el pueblo se hace una flor y la tarde se hace júbilo. Y un grito se
apodera de Málaga: Rocío, para ti, un clavel y una corona. Bendita con-
dena que en esta tierra viene tallada a golpe de gubia mariana.
— ¿Y tú, cómo te llamas? –le preguntó un malagueño que anda-
ba también por allí.
— Paz. –Quizás, las tres letras que mejor definen a una Madre.
Y así, para los restos de la eternidad cofrade, si quieres encontrar-
la tendrás que venir a Málaga y buscarla.
Paz, tres letras para soñar en un rostro de belleza interminable.
Y a golpe de gubia mariana, María es clamor de Nueva Espe-
ranza prendida en el corazón de un barrio entero que la entrega por
unas horas a la ilusión y devoción de un pueblo.
Y a golpe de gubia mariana, María es Málaga y Málaga es Ma-
ría; malagueña, mujer y madre.
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Mi Semana Santa, la mía, tiene una deuda pendiente con
un grupo de valientes nazarenos y esta noche vengo a
intentar saldarla.
Cofrades y no cofrades de Málaga, decidme, ¿acaso es esto ruido?
A mí me da que eso suena a consuelo para sus heridas hecho mú-
sica. A mí me da que es un pañuelo fabricado con el mimo de una
trompeta que seca las lágrimas de una Virgen malagueña. A mí me
da que es el fruto de una devoción que, en muchos casos, nace con
la vida misma y casi no podrías explicar por qué.
¡Nazarenos malagueños del pentagrama!
Mis palabras quieren ser hoy el tributo que merecéis recibir. A
vosotros que decís: «la música es mi vida». A vosotros, hombres y
mujeres más y menos jóvenes, que robáis tiempo a la familia para
entregarlo con mucho esfuerzo en hacer más grande mi Semana
Santa. A vosotros, que camináis durante muchos días, horas y kiló-
metros sin esbozar una queja delante o tras una imagen. A vosotros,
que aún con frío, calor, lluvia o viento os mueve una causa noble
que hace que las páginas de la música cofrade que andáis escribien-
do, en la historia de Málaga, cobren más valor si cabe.
A vosotros vengo a deciros: como buenos nazarenos, vestid con
orgullo el hábito de vuestra corporación musical; salid a la calle mos-
trando el banderín que os une y dejad constancia de vuestra misión.
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42
Mostrad que el trabajo bien hecho tiene re-
compensa; encended los cirios del pentagra-
ma e iluminad, a pasito corto, los días que
se han hecho de rogar en las hojas también
de ese calendario donde vais tachando las
fechas. Dejad atrás los sinsabores de la in-
comprensión de algunos y enseñad a los ma-
lagueños que aquí un tambor y una corneta
son lamentos de dolor bajo una Cruz; que
un ejército de clarinetes pugna por encender
la vela de una corchea más cerquita de su
cara; que un saxofón, una tuba o un trom-
bón visten igualmente hábito penitente; y
que el compañero que va a tu lado es tu her-
mano ya para siempre.
Sí, la música aquí en mi Semana Santa
es bálsamo para su dolor y vosotros los cire-
neos del pentagrama. Que nadie apague ja-
más el sonido de un tambor o una corneta
cofrade que anda rezando todo el año por
las calles de mi Málaga.
¡Nazarenos de la música! ¡Nazarenos de la
partitura! Gracias… Para vosotros, el regalo
de mis palabras y mi aplauso más sentido…
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En mi Semana Santa, como en la tuya, hay muchas personas
que no comparten nuestra forma de ver todo esto.
Cofrade malagueño, ¿tú crees que somos anticuados?
Déjame que te diga: ¿Qué importa que te llamen anticuado
aquellos que son pobres en el espíritu de la misma vida? Esos no
suman, esos dividen. Pero como cristiano y cofrade también te
digo que, a veces, poner la otra mejilla llega a cansar. Por ello ven-
go también a pedir en este atril, y en voz muy alta, el mismo res-
peto a mis creencias, sentimientos y tradiciones que yo profeso a
los demás. No pido más. Sí, soy cristiano y te respeto. Respétame
tú a mí también.
Ya está bien de que solo se acuerden de todo esto al amparo de
intereses variopintos y fotografías diversas. Venid a meter el hom-
bro con nosotros bajo el trono de la Caridad y del Auxilio a los
necesitados todo el año; no solo en los días señalados. Venid a
ver cómo se entregan los cofrades de mi tierra cada día de forma
y manera anónima, siempre con los brazos abiertos. Venid a en-
fundaros la túnica del nazareno malagueño y pisad descalzos el
campo de los corazones olvidados. Quizás así, las cosas se verían
de otra manera.
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También en mi Semana Santa hay muchos otros cristianos que
no practican y que viven la Fe a su manera. No son cofrades de
cuota, no son cofrades de herencia, no son cofrades. Nunca los
podrás ver en presentaciones de carteles o pregones de Semana San-
ta. No saben de nombres, cofradías, enseres, itinerarios o fechas. Ni
siquiera visitan o conocen nuestras iglesias. De eso ya se encargan
otros, supongo que pensarán. Muy típico también de nuestra tierra.
Sin embargo, algo les viene a decir que hay momentos en los que
sobre el esfuerzo de unos hombros curtidos en el amor extremo ca-
mina uno al que pueden confiarle las pequeñas o grandes inquie-
tudes que azotan sus vidas. Débiles, muchas veces, de espíritu e in-
defensos de Fe, año tras año lo siguen o lo esperan. Y es cuando la
cera de los cirios se funde con las lágrimas de muchos de ellos que se
arremolinan en el borde de una acera para esperar y seguir a aquel
que es capaz de vestir a la oscuridad de blanco y volver creyente al
que no cree.
Aquí, seas o no cofrade, seguro que no te importaría venir a morir
en los brazos del que camina por el puente de las promesas. El niño
de la Trinidad ha salido cogido de la mano de su Madre al encuentro
de Málaga. Es hombre y Señor Cautivo a la vez el que mira desde su
trono cómo absortos contemplamos tanto sufrimiento y callamos.
Y Málaga se hace trinitaria. Y en ese instante la tierra se arrodilla
ante él, mientras aquella que lo llevó muy dentro de sí, en la mecida
de su manto, lo busca para decirle que no vuelva tarde a casa.
Señora de la Trinidad, bien arropado lo llevan; tú no te preocu-
pes, mi Reina.
La Trinidad es cautiva del amor de su barrio y su barrio ahora es
una ciudad entera.
Agachó la cabeza y se mantuvo sereno; creyó en Málaga y
su gente. Si lo observas bien, descubrirás que aquí la Fe es algo
más que ver a un Cristo malagueño con las manos atadas ca-
minando cabizbajo. Nuestra Fe hay que vivirla, demostrarla y
transmitirla.
Por eso, aquel discípulo del varal se puso frente a él y lo miró
como solo los entregados pueden hacerlo, como solo aquel que ha
soportado el peso de la vida puede hacer. Y el mismo Cristo de la
Humillación pareció devolver dicha mirada.
Con voz temblorosa le susurró:
— Maestro, vaya usted encargándose de lo divino que de lo huma-
no ya me hago cargo yo ahora mismo… –Y se fundió con el varal para
cumplir su promesa. Y el varal se hizo columna. Y en la columna,
Azotes que dejaron ensangrentadas las calles cercanas a San Juan.
Y allí había cofrades.
Y en la columna, un «quejío» por peteneras que desde la Cruz Ver-
de acude a contarnos que todos somos hermanos atados al mismo
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pilar de la vida, donde un Cristo gitano se viene apagando muy po-
quito a poco. Y allí también había cofrades.
Y cofrades hay cuando en mi Semana Santa se alza la voz para
cantar que hemos de alegrarnos mientras la juventud nos acom-
pañe. Así reza en la letra que alcanza muchos corazones de otros
tantos nazarenos, cuando Cristo, el estudiante avanzado del mis-
mo Dios, se enfrenta a la asignatura más difícil: ser condenado en
Málaga.
Coronado de Espinas lo llevan frente a un balcón donde las vo-
ces que entonan el Gaudeamus Igitur dejan paso al silencio que ate-
sora su Humildad. Ecce Homo, «he aquí el hombre»… Y el hombre
que era Dios quiso ser el más humilde de los mortales allá por don-
de su imperio se extiende, en la Victoria. Y así, cuando en la Exal-
tación lo eleven a las alturas camino de ese hueco donde un madero
se estremecerá de rabia contenida, un tambor fusionado no lo aban-
donará nunca. Y podrá dejar caer dulcemente su rostro ensangren-
tado siendo Vera+Cruz de la madrugada de Málaga.
Y así, cuando muchos hayan perdido la Esperanza en su Gran
Amor, de nuevo el puente de las promesas lo volverá a cobijar para
ahuyentar el relente que trae la tarde de un domingo de Cruz desde
San Pablo. Y allí también cofrades había.
Y una voz pregonó a boca llena en esa noche; «He aquí a una mu-
jer, su Madre». Y la Virgen de la Salud entró por los poros de nuestra
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piel para quedarse a vivir en aquellos que la necesitan y también en
los que no. Y aquel que se fundió con el varal atisbó a decir:
— No sé si mañana tendré alegrías o fracasos, pero hoy, Señora de
la Salud, hoy te tengo a ti. Es una cosa de dos, entre tú y yo, sin nadie
más. Y allí, había cristianos de Málaga.
Y un Cireneo perdido preguntó: «¿Qué dolor será tan grande que
ni él mismo pueda vencer?». «El dolor de una Madre», contestó un
nazareno.
Por eso, aquí el Amor Doloroso ante el dintel de una puerta hace
más grande el sacrificio de la Pasión siendo testigos Ciriaco y Pau-
la, aquellos a los que aún seguimos martirizando. Manos apreta-
das, lealtad y cariño, aun sabiendo que su hijo viene a morir cerca
en el tiempo y ella será bautizada como señora del Monte Calva-
rio allá donde un día quiso ser Victoria. Amor es la Victoria. Amor
prudente y desmesurado al mismo tiempo. Amor para la Madre de
aquel al que titulan «El Rico». Seamos todos reos de su amor. Del
dolor ya nos liberará su hijo. Será la bendición de la libertad del
alma. Y allí estarán todos los cofrades de esta tierra.
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En la Semana Santa de la que os vengo contando, la mía, fui testi-
go de un cambio generacional que se venía fraguando años atrás.
Y sus frutos, en muchos casos, afortunadamente aún perduran.
Sin embargo, soy consciente de que desde hace tiempo ya, nue-
vos y buenos mimbres vienen conformando la cesta cofrade de lo
que sería un futuro que ya es prácticamente presente. Bendita ju-
ventud cofrade.
Pienso que es hora ya de que aquellos que aún son reacios a dar
un pasito corto hacia atrás en la vida de una Hermandad, después de
muchos años de trabajo en primera línea, lo hagan sin temor a perder
algo que no nos pertenece a ninguno y a la vez es de todos. Es tiempo
de que los herederos de nuestra tradición más arraigada vayan toman-
do las riendas de la responsabilidad cofrade. La sabiduría del que ha
dado tanto y tantas cosas ha de ser plasmada en ese imaginario libro
de texto que los jóvenes, cargados de ilusión de futuro, han de apren-
der con su esfuerzo y entrega. Porque aquí no se regala nada; no es
este un trabajo de veinte minutos; no podrás preparar tu examen en
unas semanas sueltas allá por la Cuaresma o en un par de días en Se-
mana Santa; aquí lo trabajamos duramente todo el año.
Jóvenes cofrades de mi Málaga, seguid demostrando que merecéis es-
tar en esos otros lugares donde muchas veces se os han cerrado puertas.
Aprended a ser pacientes y a escuchar. Demostrad que formar
parte de un grupo joven dentro de una Hermandad malagueña
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no es sino ser parte importante en ese
elixir de Fe adolescente del que los de-
más podemos, y debemos también be-
ber para seguir sintiendo la ilusión de
que todo esto tiene continuidad ga-
rantizada en vuestras manos. Haced
de vuestro futuro el presente que siga
amamantando de Iglesia los corazones
de aquellos que llegarán tras de voso-
tros. De esa forma, todo esto seguirá
teniendo sentido.
Porque los cofrades, seamos jóve-
nes o no, somos ante todo Iglesia, pero
también la misma Iglesia ha de sentirse
y ser cofrade a nuestro lado. Juntos he-
mos de caminar siendo conscientes de
la crisis no solo social sino también de
espíritu que nos acompaña. Abramos
los ojos; no nos encerremos en el pa-
sado y sigamos construyendo bajo un
mismo cimiento la Iglesia y las Cofra-
días del futuro. Tengamos muy claro
que nada sería lo mismo en esta tierra
de no haber cofrades sobre ella. Ese es
el trono que vamos a llevar entre todos
y todos estáis invitados a hacerlo.
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No sé si a alguno de vosotros os pasará, pero en la Semana
Santa de mis sentimientos hay un día al año en el que, si
desde cualquier rincón del mundo miras al cielo y cuentas
las estrellas, te faltarán un buen puñado de ellas; menos aquí.
Ese día, las estrellas que abandonan el cielo vienen a pasearse por
Málaga en el manto y en el nombre de una Virgen de porte distin-
guido. La Estrella perchelera, que casi se nos viene muriendo de
pena, es luz de una misma esquina que horas antes fue oscuridad de
llanto cuando, siendo Dolores Coronada, la del puente, un cofra-
de desde el cielo andaba diseñándole pañuelillos de encaje para sus
divinas lágrimas. Pañuelillos de encaje para esa niña bonita que es
capaz de enamorarte si al secarse las lágrimas deja ver sus grandes
ojos verdes y se hace Paloma de vuelo infinito cuando sus alas, que
en Málaga son arbotantes grandes, se baten al vaivén del susurro
que sus hombres de trono vienen despertando cuando ella, la Palo-
ma, la niña de la placita y joyero del mayor de los cofrades, anda en-
sanchando nuestras calles con su guapura y su trono malagueño.
Y si se tiene que cumplir su palabra, tras verlo dialogar con
aquellos dos ladrones, aquí ella seguirá siendo Dolores Coronada
cuando ya expire en su aliento último aquel al que la buganvilla y
un tricornio protegen. Cristo es Expiración en Málaga y Málaga
expira con Él.
Y un uniforme verde se acercará y estará siempre a su lado, por-
que al pie de una Cruz en San Pedro, como ya ocurrió con mi
50
Cristo Salesiano, él, antes de sentirse abandonado por su propio
Padre, le dirá:
— Mater mea, ahí tienes a tu hijo. Benemérito, ahí tienes a tu madre.
Y se dejó llevar hasta el límite de lo humano en aquella cruci-
fixión infamante. Y el entumecimiento de sus miembros fue la he-
rencia de su dolor. Expira tranquilo, Señor, parece decirle su Mála-
ga cofrade. Ella queda en buenas manos.
Y, aunque será Señora del Mayor Dolor, nosotros la aliviaremos
para consuelo de sus lágrimas. Consolación y Lágrimas de la ma-
dre de un cofrade al que la lanza de la perdición humana traspasó.
Malva y besos malagueños para la amapola de la calle Dos Aceras.
Reina de los Cielos; malacitana chiquilla, adolescente, esposa y
madre. Una Virgen de mi Semana Santa; una Madre de Málaga;
una Madre, aquella que nunca contempla lo imposible.
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Artesano de la aguja y el dedal, bordadores malagueños de
sueños cofrades hilvanados en una túnica, saya o manto
que cobra vida a golpe de puntadas. Puntadas de hilo fino
en paños de bocina o estandartes donde los pintores de la pasión,
muerte y resurrección dejan impresa también su estela de colores en
el esfuerzo de tatuar en un lienzo inmaculado el sentido de nuestra
Semana Santa.
Imagineros de la gubia y del amor de un pueblo que no es otro que
mi Málaga, golpe a golpe, poco a poco, con mimo mayúsculo dais
sentido también a nuestra Fe con vuestras manos bendecidas por ese
Cristo o esa Virgen a los que mimáis desde el barro a la madera.
Diseñadores de la luz cofrade que se hace divina en un papel
cuando un arbotante toma forma en unos trazos retorcidos de cari-
ño e imaginación para que un carpintero los talle.
Carpinteros cofrades, doradores; también aquellos que forjan el
hierro para que un trono sea cobijo de nuestro amor; orfebres de
reluciente plata trabajada a golpe de martillo, a todos vosotros y a
otros muchos que seguro olvido, gracias. Sois pilares indiscutibles
también en todo esto. Vuestro trabajo os hace grandes; vuestro es-
fuerzo hace grande a mi Semana Santa.
Por eso, he querido buscar un pequeño rinconcito en estas hojas
para poder esculpir y tallar palabras que vengan a reconocer vues-
tro quehacer de años. He querido bordar torpemente unas frases
52
diseñadas en el lienzo de este pregón como reconocimiento al tra-
bajo de todos los que, de alguna forma, han escrito, escriben y se-
guirán escribiendo páginas de arte con mayúsculas, que en muchos
casos nos harán esbozar un rezo o una plegaria ante una imagen. La
gubia de mi imaginación os rinde tributo; desde este atril siempre
mi respeto y admiración por vuestro trabajo.
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Hubo una vez en la que a mí el trono de la Sangre me sobre-
saltó. Con casi ocho años y a punto de conocer a mi herma-
no pequeño que andaba próximo a nacer, una vez más los
dos, mi madre y yo en la esquina de Dos Aceras y la Plaza de Mon-
taño pudimos comprobar cómo las calles se ensanchaban milagro-
samente para que un tal Longinos de Cesarea, y su caballo tam-
bién, cumpliesen con su cometido. El varal pasó; muy cerca, pero
pasó. Y yo lo pasé mal, muy mal.
Allí fue donde me di perfectamente cuenta de que aquí los tro-
nos son grandes para que el más grande vaya en él. Y, por eso, las
calles de Málaga y sus casas se arrodillan cuando el Crucificado de
San Felipe inunda de rojo nuestra Semana Santa. Así viene siendo
y así será.
Dicen que donar sangre es donar vida. ¿Cuánta vida no habrás
dado Tú, Eterno Crucificado de San Felipe? En Málaga, parte de
esa sangre queda reflejada para siempre, cuando las mujeres mala-
gueñas acuden a su Salutación a secar el sufrimiento de su rostro
en un paño, que es emblema para que todos los cofrades malague-
ños sigamos impregnando parte de nuestra vida con su faz. Y así, el
mejor de los cofrades; aquel que pudo obrar en su poder inmenso,
no lo hizo. Quiso marchar caminando desde su ermita, siendo Su-
plicio, hasta muy lejos para volver a bajar como Nazareno del Per-
dón. Y cuando vio cómo Málaga lo esperaba quiso hacerse Señor
de los Milagros para seguir caminando junto a todos aquellos que
acuden día a día en su busca.
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Malagueños cofrades de mi Semana Santa, si la veis llorar por San
Juan siendo Dolores, mientras sus labios balbucean su nombre, es
porque el niño que correteaba por la calle Cinco Bolas ha entregado
su vida y la Redención vive ahora allí. Si la veis llena de Gracia y Es-
peranza, llenaos también vosotros de ella con la ilusión del estudian-
te que comienza. Porque de su divina Gracia sabe mucho la calle del
Agua, allí ella es la Reina y Señora de una capilla que hace que hasta
el tiempo se pare un ratito a mirarla y decirle cosas bonitas al oído.
Pero, en mi Semana Santa, y puede que en la tuya también, si la
ves paseando por el puente que lleva su nombre es porque el mo-
mento de morirte de amor ha llegado. Aquí, siempre de la tuya,
pero también siempre de ella. Las piernas te tiemblan y el estóma-
go es espacio de ensayo de cornetas y tambores en forma de nervios
que intentan no desafinar. A lo lejos suena un clarín. El rostro subli-
me y cansado del Nazareno del Paso se vuelve no solo a bendecir a
este pueblo. Aquel al que la sangre y el dolor parecen haber abando-
nado por momentos en el abrazo de su Cruz, para hacer más digno
su Dulce Nombre, la busca, la mira y hasta quisiera cantarle bajito.
Señora de Málaga, siempre a tus pies divinos.
Porque dicen que en una ciudad del sur, existen dos primaveras;
Una la que llega en marzo, la otra dura una vida entera,
Una olores de jazmines trae, la otra a romero y pena.
Una de ellas, pasajera; la otra, eterna y serena.
De la una me da igual, de la otra… de la otra me apasiono has-
ta la muerte.
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Dicen los mayores que ya de niña era bonita.
No pudo ser de otra manera.
Perchelera, marinera; cobijo de Málaga entera, desde siempre y
para siempre.
El infinito llega a su límite al tropezar con tu rostro, Señora.
Dicen los que la abrazan que, bajo el varal de su trono, el cansancio
se hace piropo y el camino alfombra verde de besos inagotables.
Madre, mi varal son estas letras y mi voz siempre alabanza, cuan-
do pases por mi lado y pueda gritar con acierto, con un nudo en la
garganta…
Malagueño…tú siempre serás de la tuya y también de la Señora,
la Virgen de la Esperanza.
Cofrades cristianos de mi tierra, cargar con la cruz de la vida
hoy día se me antoja mucho más difícil. De eso sabe mucho la gen-
te de este pueblo. El camino que ha de llevar hasta el Calvario, en
Málaga, es a veces largo y sinuoso. Aquel al que en la calle Carrión
haremos Señor de la Crucifixión en el martirio de unos clavos in-
crustados a golpe de miseria y traiciones, ya lo han visto caer en los
Percheles. Diálogo en la Cruz, invitándonos al paraíso de su miseri-
cordia. Misericordia para el chiquito niño de María que hace gran-
de a la eternidad. Misericordia para el que apoya una mano sobre
la roca desnuda y cae habiendo dejado desnuda también su alma y
su Gran Poder en el rostro de una Madre.
Es la pasión de la propia vida. Es la pasión de mi tierra. Es la Pasión
de un Nazareno portentoso al que las fuerzas abandonan a pesar de su
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fortaleza. Pero en Málaga vive Simón, el Cireneo. Y, afortunada-
mente, el Nazareno de Pasión lo tiene siempre cerca de su rostro
para aliviar el peso de esa Cruz que, en estos tiempos, se disfraza de
injusticias, de pobreza, de desigualdades y miserias. Pero también
viste hábito de Fe.
¡Cireneos cofrades malagueños! Salid a nuestras calles abrazando
la cruz cerca de su rostro y ayudad, como sabéis, a todos aquellos que
van cayendo en el camino de su propio Calvario. Eso te hará sen-
tir Rico en la bendición que el Nazareno, al que así titulan, impar-
te, dándonos la libertad de las penas que la propia existencia impone.
Veritas liberabit vobis, la verdad os hará libres. En Málaga, la libertad
verdadera vive allá por Santiago; Jesús Nazareno titulado «el Rico»,
tu rostro es la auténtica libertad, riqueza de la vida misma.
Y un poco más arriba, en el Jardín de los Monos, lo he visto mu-
chos días de mi vida caer de nuevo. Nazareno de los Pasos, Señor,
un último esfuerzo te pido; no te pierdas en el camino angosto de
la calle de la amargura. Que hablen los capataces de tu trono «¡Des-
pacito, a pasito corto!», que, aunque el Nazareno de la Victoria ca-
mina roto, nuestros hombros seguirán siendo su cura. Y así, cuando
en una capilla figure crucificado porque ha de cumplirse lo escri-
to, querrá llamarse del Calvario para ser después Yacente. Y Mála-
ga entera gritará buscando esa escalera, de la que el poeta escribió
para subir al madero, quitarle los clavos y ser testigos de su Descen-
dimiento. Y en las calles de nuestra tierra se respirará olor a mar y
salitre de la Malagueta; y olor a incienso trinitario cuando en una
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sábana lo lleven buscando la losa fría del Sepulcro. Traslado de un
Cristo muerto por San Pablo al que una vez le dije y hoy repito:
«Descansa mi niño trinitario, el sol no se ha puesto del todo para ti».
Ubi Caritas et amor, deus ibi est. Donde hay Caridad y Amor, allí
está Dios. Y digo yo que Dios, entonces, tiene que vivir en la Victo-
ria. Allí, donde un crucificado pequeño se hace el más grande, sobra
Amor. Mi Cristo del Amor, desde su Cruz y arropado por un gran
ejército de nazarenos ha dejado dicho que los cofrades de Málaga
han de amarse los unos a los otros así como al prójimo también. Y,
por todo ello, la Caridad nunca dejará nuestras calles y nuestras vi-
das. Y tomará forma en el rostro de una dulce vecina victoriana en-
tregada a la mejor de las virtudes, amar sin medida alguna. Y allí, a
sus pies, mis palabras se dormirán igual que el angelito de su trono,
queriéndola besar noche y día mientras mis labios se encomiendan
a su nombre, Caridad.
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Yme despertará nuevamente la caricia de un martillo en la cam-
pana de un trono de carrete. Y el varal, que durante veinticinco
años me acompañó, volverá a ser el lagar donde el mosto se hará
vino cuando el vendimiador de Málaga pise sobre los hombros cansa-
dos de unos correonistas que vienen muriéndose de amor en el esfuerzo.
Y seguro que a ti te pasará algo similar porque, en nuestra Semana San-
ta, sentir el peso de unos pies o unas manos benditas cuando suena una
campana, te hace ver las cosas de forma y manera que muchas veces re-
sulta difícil de explicar. Y así es como se llevan los tronos en Málaga.
Hombres y mujeres de trono de esta tierra, portadores y co-
rreonistas, sois los Cireneos de mi Semana Santa; en el silencio o
en el clamor de unos piropos, en la eternidad de una mecida o en el
pulso más malagueño como muestra de amor cofrade; cada uno en
su día, en su momento y a su manera. Nos aferraremos al varal de la
creencia que nos une mientras que, al elevar la mirada, seguiremos
buscando ese guiño de ternura en los pliegues de una túnica o una
saya. Todo lo demás, poco importa.
Así también se sienten mis palabras esta noche cuando, en la pro-
cesión de este pregón, llegan buscando una hoja en blanco donde se
venga a posar el trono del que hoy me siento capataz sin discusión
alguna. Y encima de él, el vendimiador de la Fe.
Señor de los Viñeros de Málaga, mi Nazareno, esta noche las pa-
labras hacia ti son simplemente de agradecimiento por los días y no-
ches en los que has sido y sigues siendo refugio de mis pensamientos
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perdidos. Ando totalmente convencido de que la gubia guio al ar-
tista en tus hechuras; ella tuvo que verte pasar cargando con el peso
del madero camino del Gólgota malacitano por aquella ventana del
taller. Si no, no se entiende tanta perfección.
Más allá de todo eso, gracias por haber permitido que aquel en
cuyo camino te cruzaste, por primera y última vez, siendo un hom-
bre ya desterrado de la vida, pudiese contemplar tu rostro al tiempo
que deseara ser también correonista junto a ti.
— Ahora entiendo por qué lo haces, musitó. –Y todo quedó entre tú y yo.
A veces basta un solo gesto para salvar un alma.
Vendimiador de Málaga, Nazareno de Viñeros, Señor de Carrete-
ría, solo te pido que la llave de tu Sagrario sea la que abra la puerta a to-
dos los cofrades de esta tierra en el sentimiento de unidad, esperanza y fe,
que ha de ser el verdadero estandarte en la procesión de nuestras vidas.
Y ella, ella viene dolorida por el puñal de la incomprensión. Tras-
pasada y en Soledad. A ella le han arrebatado el niño que corría de pe-
queño por entre las vides de esta tierra. Reina de Carretería, cubierta
de puñales que hacen de tu nombre, Traspaso y Soledad, un senti-
miento único en el corazón de este cofrade cuando escucho el susurro
de un martillo en la campana de tu trono. Paso a la madre de los Vi-
ñeros de Málaga. Paso a la Señora que tuvo dentro de sí a aquel que
pisó sobre nosotros y transformó en sangre el vino malagueño. Paso
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al trono de aquella que lo acunó y hoy quiere seguir siendo Soledad
cuando se arrodille junto a la Cruz a orillas de la torre de San Pablo.
Y si sus ojos lloran con lágrimas de un Traslado de incomprensión
humana, habrá trinitarios que le lleven pañuelillos inmaculados. Y si en
la gélida noche se sintiera sola, allí estará la Trinidad siempre a su lado.
Soledad de San Pablo, las calles de tu barrio han querido hacerse varal
y llevarte de paseo para demostrarte que hasta el culmen de la belleza, al
tropezar con tu cara, no tuvo por más que arrodillarse también ante ti.
Por eso, cofrades de mi Málaga, cuando empecéis a sentir el cos-
quilleo de la fuerza de la pasión; cuando en el cine de vuestros re-
cuerdos proyecten ese momento, ese cruce de miradas, ese sonido o
ese olor a Málaga pasionista, que no os importe mirar hacia el cie-
lo buscando el catafalco donde yace el infante de la Placita de los
Mártires que se fue a vivir al Císter. Allí estaremos, Señor, un año
más para besarte los pies y seguir compartiendo aquello que supon-
go te sigue cantando, guitarra en mano, un cofrade inolvidable:
—A la verde olivita, verde olivita de los olivos; que tú Señor no has
muerto, que vas dormido.
Por eso, antes de que los Siervos de María la arropen en la pe-
numbra de la noche, que su trono sea un majestuoso haz de luz ma-
lagueña para su cara y su nombre, Soledad. Aunque la fría noche te
traiga los fúnebres sonidos de una marcha, nunca olvides, Madre,
que tu niño hoy dormirá acunado por los brazos de su Padre.
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Os he dicho aquí, esta noche, que todo aquel cofrade al que
la vida le haya regalado la suerte de conocer esta bendita
tierra, lleva un pregonero y un pregón dentro de sí. Ojalá
todos pudieseis cumplir el sueño que hago realidad hoy aquí mis-
mo. Como sé que eso no será posible, he querido convertir un folio
de este pregón en altavoz de los sentimientos más íntimos de algu-
no de vosotros que habéis contestado en cofrade y sin dudar, cuan-
do os pregunté: «Málaga, Semana Santa. Y a ti, ¿qué te pone el
vello como escarpias?».
Vosotros lo habéis dejado escrito y yo así lo digo: la Semana San-
ta es la cara de un mayor al paso de un Cristo o una Virgen, el sor-
do sonido de un tambor en la oscuridad de la noche, ver salir a tu
Cristo mientras esperas agachado bajo el trono de su Madre, el cru-
jir de los varales, el olor de la madera, unos enfermos en el Hospital
Civil, el abrazo de un hermano, el primer toque de campana, la voz
rota de un capataz, un encierro, una salida, unos pies que se arras-
tran por el suelo, unos llantos, unas palmas, un silencio que puede
valer más que cien piropos o la frialdad en el aire de la madrugada
cuando ya todo está sentenciado. Eso es una pequeña parte de vues-
tra Semana Santa y también de la mía, la de Málaga.
Y alguno de vosotros también me preguntó: «¿Y a ti, pregone-
ro, a ti qué te pone el vello como escarpias?».
A mí me pone el vello de punta cuando, en el silencio de la no-
che, irrumpe el sonido de una trompeta que se hace guía del Cristo
62
de Ánimas de Ciegos, al que un paracaidista que tuvo luz, acom-
paña tras su trono en la oscuridad de una ceguera. Y, si una vez lo
hizo portando un arma, hoy lo hace con una vela, mientras intenta
coger la mano de aquel que fue niño de San Juan y hoy yace muer-
to en su trono fusionado. Porque en Málaga también se reza a los
sones de un bolero que viene anunciando que en el ejército de la fe
cabemos todos, sin distinción alguna.
Y en mi Semana Santa también me pone el vello como escarpias
cuando suena a los lejos una música que invita a la misma muerte
a ser buena compañera al final de un largo viaje. Cruz de Buena
Muerte que anuncia que aquí, Cristo fue legionario.
El Crucificado de la Buena Muerte quiere alistarse no solo en
la túnica de cientos de nazarenos; también se hace estampa o foto-
grafía en el bolsillo de muchos hombres y mujeres que marcharon y
marchan muy lejos a repartir vida y esperanza, cobijo, enseñanza y
fe, en esos rincones necesitados y conflictivos del mundo.
Cristo de la Buena Muerte, allí algunos encontraron tu rostro
de forma temprana. Y no me importa decir que, si Málaga se hace
dominica y legionaria en la noche del Jueves Santo, esos soldados de
la paz, son también cofrades de mi Semana Santa.
Y es entonces cuando las páginas de este pregón tropiezan con su
mirada de niña bonita, y la guardia de honor hoy aquí le dedica a
ella las palabras que fluyen del corazón mismo. Soledad de Mena,
63
en las líneas de este pregón vienen a unirse nazarenos, legionarios,
marineros y cofrades que esta noche se ponen ante tu trono y en la
ansiada espera de verte Coronada como mereces, hacen que un tro-
cito del novio de la muerte sea oración para ti, de aquellos que sen-
timos algo especial por tu cara de divina majestad.
Soledad, Virgen marinera y legionaria,
«Por ir a tu lado a verte,
mi más leal compañera,
me hice Novio de la Muerte,
te estreché con lazo fuerte y
tu amor, fue mi bandera».
64
No hay nada imposible en la imaginación de mis sentimien-
tos de cofrade. Por eso, en mi Semana Santa, y puede que
en la tuya también, paseará un Nazareno que será Reden-
tor del Mundo mientras que aquella que lo vio nacer, Mediadora
de la Salvación, habrá de sentirse igualmente Madre de Dolores y
Esperanza ante la injusticia incomprensible que parece asumir con
Humildad y Paciencia, sentado junto a una roca, su niño. Y el cír-
culo cofrade de este pregón estará completo entonces para que mi
Semana Santa siga siendo la mejor del mundo.
Tampoco hay nada imposible en la memoria de mi corazón de
cofrade. Mi Semana Santa es, por ello, también una mención en ese
recuerdo hacia personas a las que una veces conocí y otras no, pero
que fueron seres de los que aprendí a través de una conversación, un
libro, una noticia, una tertulia, una homilía, un gesto o una voz en
la radio, a comprender mejor el sentido de ser cofrade, de ser mejor
cristiano y más humano si cabe.
A ellos, igualmente, quiero dedicar unas palabras en este atril. A
ellos les quiero regalar mi voz. Porque allá, en esa otra tribuna don-
de no existen distinciones; allá, desde donde se divisa el amor y la
honradez, andan algo alborotados de felicidad porque sienten que
la tarea continúa.
Son muchos los que nos dijeron adiós en horas tempranas porque
también en el mismo cielo necesitan de buenos cofrades. Juntos, allí,
conforman el mejor ejército de vencedores. Se hicieron paracaidistas
65
de Dios en los caminos de vida eterna y luz infinita. Se vistieron con
hábito nazareno para formar un arco iris de colores pasionistas de
Málaga. Y conocen, muy de cerca, al Señor Resucitado.
Son ellos los que nos podrán consolar allá cuando la pena nos al-
cance por un cofrade perdido, allá cuando el adiós dolorido busque
en la fe su esperanza…
Son muchos, pero a través del recuerdo de algunos, me gustaría
deciros que nadie mejor que ellos, paracaidistas cofrades de mi Se-
mana Santa, podrán transmitirnos al oído en noches de soledad y
amargura que «La muerte no es el final».
66
Cofrades de mi Málaga bendita; sentíos orgullosos de serlo.
Pensad que esta vida es tan solo un peldaño en la escale-
ra de la historia y hemos tenido la fortuna de estar aquí,
en este lugar donde los tronos se acercan un poco más al cielo;
aquí, donde una lágrima caída hace seguir germinando la semilla
de nuestra Semana Santa; aquí, donde hasta los árboles de la Ala-
meda llevan capirote.
Este puede ser un gran momento. Salid a la calle, asomaos al cie-
lo de esta tierra bendita y dad gracias por haber tenido la fortuna
de ser simientes en un espacio donde Dios quiso venir a entregarse
a la humanidad.
Sentíos orgullosos de ser como sois; de ser cofrades.
Sentíos privilegiados de ser nazarenos, pertigueros, aguadores,
acólitos, músicos, monaguillos, hombre o mujer de trono. Porta-
dores al fin y al cabo de la palabra de Jesús. Buscad un rincón libre
dentro de vuestro corazón y llenadlo de Málaga; llenad a vuestras
familias y amigos de Cristo y María. Convertíos en labradores que
en la siembra dejan la semilla de algo que crecerá en las calles más
antiguas, en los barrios, en las Iglesias y en vosotros mismos.
Mirad, como hago yo con los míos, a vuestros hijos y pensad que
hemos de dejar bien engrasada la puerta del futuro. Ellos tienen la
llave de ese libro en el que nosotros estamos escribiendo páginas y
serán muchas otras las que dejemos en blanco.
67
Sí, Cristo quiso venir a Málaga en una borriquita, aquí quiso que
habitara su Madre, quiso padecer y morir y aquí también deseó re-
sucitar. Nos dejó una túnica, un capirote y un trono. Anda día a día
en nuestras calles con nosotros y, en nuestras vidas, siempre.
Cofrades de mi Málaga bendita, sentíos orgullosos de serlo.
Hermanos cofrades, cristianos y malagueños, he reído, llorado,
sentido y dejado muchas horas y esfuerzo en estas palabras. Emo-
cionado y de corazón, os lo digo: si acaso he conseguido ilusionaros
y haceros recordar, me doy por satisfecho en esa recompensa; si no
es así, os pido perdón. Pero antes de que descanse mi voz y vuestros
corazones hablen, me gustaría deciros que nada ni nadie apague
nunca la fuerza de vuestros sentimientos cristianos y cofrades. Vo-
sotros sois los mejores pregoneros de la Semana Santa de Málaga.
¡Mirad a vuestro alrededor!
Somos un todo, somos grandes, muy grandes…
Somos pasado, somos presente y seremos futuro…
Aquí y ahora, un último favor os pido: ¡Daos la mano y sentid la
magnitud de todo esto de lo que os he venido hablando! ¡Daos la mano!
¡Cerrad vuestros ojos y dejaos llevar por la mejor de las procesiones, la de
vuestro corazón! ¡Daos la mano! Aquí y allá; también en vuestras casas.
Contemplad cómo los hermanos Pollinicos, del Traslado y del
Rescate portan juntos el mismo estandarte.
68
Faroles traen de la Paloma y Salud, de la Columna y del Huerto.
Sentid cómo hombres de trono de Salesianos y la Estrella abra-
zan el varal de un sueño único.
Allí, bajo el varal, cofrades también de la Cena, Santa Cruz,
Descendimiento, Salutación y Prendimiento.
De capataces, el Amor, Crucifixión, Zamarrilla y Dolores de
San Juan.
Esperanza, Sangre y Expiración en el arco de campana.
«¡Quietos ahí! ¡Esos cuerpos derechos!» –grita una voz del Rico.
«¡Quietos atrás también!» –dicen los de Nueva Esperanza.
«Fusionados, otro esfuerzo. Medio pasito a la derecha».
«Medio más…» –apuntan desde Sentencia «¡Que no se mueva
una vela!».
En el guion el Cautivo y, a su lado, Estudiantes, Misericordia
y Piedad.
Faroles de mano del Sepulcro y Cruz Guía de Pasión.
Vía Crucis del Rocío, dalmáticas del Dulce Nombre.
Túnicas de Dolores del Puente e incienso de las Penas.
El tercio lo pone Mena y Viñeros la agrupación.
Monte Calvario le reza y Humildad nos lo presenta.
Sí, los Servitas ahora son de la Reina de los Cielos.
Y Cristo vuelve a resucitar en Málaga.
HE DICHO.
69
Se terminó de imprimir este volumen,
que contiene el Pregón de la
Semana Santa de Málaga,
el día 19 de marzo del
Año del Señor 2014,
festividad de San José,
y CCCXCIX Aniversario
de la Fundación de la Cofradía
de N. P. Jesús Nazareno de Viñeros.
LAUS DEO
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  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4.
  • 5.
  • 6.
  • 7. Teatro Municipal Miguel de Cervantes Sábado 5 de abril de 2014
  • 8. © El autor © De esta edición: Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga Diseño: Imprime: Gráficas Anarol Depósito Legal: MA-397-2014 Pregón 2014 Colabora
  • 9. Presentación del pregonero por Rvdo. Rafael J. Pérez Pallarés pregonero de la Semana Santa de Málaga 2013 Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo, Excelentísmo Señor Alcalde, Ilustrísimas autoridades, Señor Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga, Hermanos cofrades, señoras y señores «Mi señorita Susana nos ha dicho en clase de reli, que escriba- mos un pregón de Semana Santa. Yo sé que esto es muy difícil, por- que el año pasado vi por la tele a la señorita Mari Carmen, que hizo el pregón de los mayores. Y me quedé asombrada». Estas palabras pronunciadas por la pregonera infantil del pasado año, Ana María Serna Ortega recogen bellamente ante lo que se enfrenta un prego- nero cuando es designado para anunciar la inminente llegada de la Semana Santa.
  • 10. «El Señor hace pública su victoria, a la vista de las naciones revela su salvación, ha recordado su amor y su fidelidad». Esta otra afirma- ción del Salmo 98 recoge la vocación del pregonero: hacer pública la victoria del amor de Dios que hunde sus raíces en corazones con- cretos. Estamos ante una empresa, esto de pregonar, de altísima res- ponsabilidad. Porque se pregona el amor de Dios manifestado a los hombres y mujeres en Cristo Jesús, especialmente a los más pobres. El pregonero cuando escribe su pregón vuela acariciando el cielo con sus manos. Sus ilusiones y sueños, en tantos casos enraizados en su infancia cofrade, se concretan en el momento de elaborar y pronunciar el pregón. Félix Gutiérrez Moreno es el pregonero de este año. Apenas lo conozco personalmente. Pero quienes conocen bien a este malague- ño le atribuyen las palabras del poeta de quien celebramos el 75 ani- versario de su muerte, Antonio Machado: «en el buen sentido de la palabra, bueno». Su sinceridad, capacidad de trabajo y lealtad cuen- tan que son rasgos de su manera de ser. Hablar sobre cualquier persona me da mucho respeto. Máxime cuando se hace pública la valoración sobre ella. Entiendo que en el fondo es una forma de hacer juicio. Y, aunque se trate de un juicio constructivo, probablemente nos quedemos cortos en lo que alber- ga el corazón y sus misterios. Solo Dios conoce a fondo el cora- zón humano de cualquier cofrade. Eso sí, podríamos acercarnos a quienes lo conocen bien, quienes comparten con él vida y corazón,
  • 11. sus hijos Nicolás y Noel o su madre Ángeles. O a su padre que ya falleció: Francisco. Cuentan que cuando murió Francisco, figura central y modelo en la vida de Félix, fue incapaz de derramar ni una sola lágrima. Félix, hoy desde el cielo quizá tu papá exprese con la lágrima que no derra- maste la satisfacción de un padre que ve a su hijo pregonando desde las tablas del Cervantes la Semana Santa que amas y a la que te sien- tes especialmente vinculado a través de la antiquísima Hermandad de Viñeros. Una Hermandad sacramental que remite directamente al misterio de la Redención. A la sangre derramada por nuestros peca- dos. Al vino que se convierte en la sangre de Cristo en la Eucaristía. Un misterio que los cofrades de la mano de la mística popular habéis sabido expresar para calmar la sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Una forma de vivir la fe que no todos com- prenden en su profundidad porque para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada que no busca juzgar, sino amar porque es un lugar teológico. (Cfr. EG 123–125). Dicen que Félix era tímido cuando pequeño. Y que pensó que para superar tanta timidez la mejor manera era irse de voluntario a la Brigada Paracaidista: si se iba a quitar la timidez, lo haría a lo grande. Y cuando Félix terminó con los saltos, pasó a la siguiente fase: enfrentarse al público ante los micrófonos ya fuera radio o pre- sentando eventos. Hermano, ahora tienes delante de ti a la audiencia que siempre has soñado tener: los cristianos a los que vas a pregonar la Semana
  • 12. 10 Santa de Málaga, los que pasaban por aquí y que sin especial vincu- lación con el seguimiento de Cristo cada primavera vibran en la Se- mana Santa malagueña. O la aprovechan para sus intereses particu- lares. Da igual. Es tu audiencia. Cuéntales qué es la Semana Santa, los días en los que los cristianos celebramos los misterios centrales de nuestra fe. Pronuncia tu pregón. Félix, se te quiere. La oportuni- dad que he tenido de conocerte y mirarte a los ojos me ha mostrado que custodias, detrás de esa mirada clara, el niño que todos lleva- mos dentro. De esa bondad que hace posible que el mundo sea más amable. Gracias por estar y ser. Señoras y señores, recibamos al pregonero de la Semana Santa de Málaga: Félix Gutiérrez. Suya es la palabra.
  • 13. 11
  • 15. Pregón de la Semana Santa de Málaga 2014 a cargo de D. Félix Gutiérrez Moreno
  • 16.
  • 17. 15 AGRADECIMIENTOS Gracias a mis hermanos de la Sacramental de Viñeros y, en especial, a Miguel Ángel Campos por su colaboración en estos momentos. Quiero tener un recuerdo especial para Pepeprado y Augusto Pansard, más que amigos, hermanos, por su compañía, sus tertulias y su afecto incondicional. Gracias, porque caminar a vuestro lado ha hecho más dulce el camino. Debo agradecer a María del Carmen Ledesma y a Miguel Ángel Blanco su colaboración, su esfuerzo para que esta aventura llegase a buen puerto; así como al magnífico artista Adán Jaime. Y, para terminar, he de recordar en estas breve líneas a todos aquellos cofrades, unos conocidos y otros no, que durante estos meses me han demostrado su apoyo y su calor.
  • 18.
  • 19. A mis hijos Nicolás y Noel. Ellos son la brújula que guía mi camino. A mi ángel de la guarda. ¡Existe! A los que me abandonaron en el camino de la vida y a los que decidieron seguir a mi lado como hermanos. A los cofrades de mi Málaga.
  • 20.
  • 21. 19 Morena, coqueta, de ojos azules al amanecer, perfumada de olor a semblanza inolvidable en cada uno de sus atardeceres, cercana, jovial, risueña, humilde como el carpintero que quiso habitarla, redentora de penas, tristezas y desconsuelo, cobijo del mismo Nazareno. Así es mi niña. La conocí porque así lo quiso mi destino, me enamoré porque así rezaba en los libros de mi propia historia, la desposé en la catedral de mi corazón. Me vio crecer, sufrir, sonreír, llorar; me vio desfallecer y levantarme; algún día me verá partir, pero allá donde mi alma encuentre posada, de mis labios nacerán palabras de amor hacia ella. Muchacha de mis amores tempranos y compañera en mi madurez, Esperanza de mis desvelos, Amparo de preocupaciones, Gracia plena de ilusión llena y Gran poder de hermandad humana. Victoria del corazón, Málaga.
  • 22.
  • 23. 21 Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo, Excelentísimo Sr. Alcalde, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades, Sr. Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga, Hermanos mayores, Correonistas, Cofrades, Señoras y Señores. Esta noche será difícil llegar a saldar la deuda que adquiero para con mi Málaga cofrade. Quiero agradecer a mi hermano y amigo, Eduardo Pastor, el ha- ber conseguido hacer feliz a mucha gente que me quiere. Gracias por haber hecho realidad el sueño para cualquier cristiano y cofrade malagueño que presuma de querer a su tierra, a su gente y, por su- puesto, a su Semana Santa. Gracias a nuestra Agrupación por haber refrendado esa confian- za depositada en mi persona. Y agradecido he de estar a la introducción nacida de la voz de un gran ser humano que hoy ha venido a entregarme el testigo de la responsabilidad hecha felicidad ante el mayor auditorio cofrade del mundo; al menos así lo entiendo yo.
  • 24. 22 De su boca siempre nacen «palabras para la vida». Y esas son las palabras que necesitamos oír en estos tiempos un tanto difíciles. Gracias al pregonero. Gracias a la persona de Rafael Pérez Pallarés y gracias al cura que alienta siempre esperanzas con gestos acertados. Estar aquí impone, y mucho; os lo puedo asegurar. Por esta tribuna, y ante este jurado de sabios cofrades, han des- filado grandes voces y grandes oradores que han volcado vivencias, pregones, historias y homilías variadas para venir a anunciar que la Semana Santa de Málaga está a la vuelta de unos traslados. Hoy es- pero estar a un nivel equiparable al de alguno de ellos. Asimismo, espero la benevolencia de todos vosotros al tiempo que mis palabras quisiera dedicarlas a los que no han tenido nunca ocasión de contemplar un pregón en el Cervantes y lo siguen año tras año desde una radio, una televisión o quizás en internet. Esta noche me ha tocado a mí, pero tened bien claro que cual- quiera de vosotros, allí o aquí, merecería estar tras este atril desglo- sando su propio pregón. Lo he dicho muchas veces ante los micrófonos y fuera de ellos: todo cofrade, todo cristiano al que la vida le haya regalado la suerte de cono- cer esta bendita tierra, lleva un pregonero y un pregón dentro de sí. Por tanto, os puedo adelantar que estas letras serán el sentimien- to hecho pregón de cosas que cualquier cristiano y cofrade puede sentir. De forma clara y manera sencilla. A corazón abierto. Aquí, esta noche, se sube un cofrade más en la amplia nómina de la entrega desinteresada en lo que yo vengo a llamar «mi Semana Santa».
  • 25. 23 Por eso también os pido que entendáis estas palabras como un conjunto, sin preferencias hacia nada ni nadie. Porque los cofrades malagueños somos un todo… somos grandes… muy grandes.
  • 26. 24 Cuando recibí la noticia de mi nombramiento, la primera persona de la que me acordé fue de mi padre. Mi padre nunca fue muy amigo de todo esto. No hubo en mi estirpe generaciones cofrades anteriores a mí. Y sin embargo, aquí estoy. Estoy aquí porque, cuando contaba 19 años de edad, quiso el vendimiador más sublime de esta tierra de caldos dulces cruzar- se en mi camino; al igual que años más tarde lo haría también, por primera y última vez, en el camino de un hombre ya muy enfermo. A veces basta un solo gesto para salvar un alma. Estoy aquí porque quizás hayan sido muchos años de ofrenda a una causa que mueve montañas, al tiempo que es el principal motor en la vida de todos nosotros: nuestra Fe. Y así fui echando raíces… Y me hice cofrade. Aunque quizás ya lo era de curiosidad y algo de sentimiento, cuando desde mi casa allá en calle Peña, siendo aún muy pequeño, una cita obligada nos llevaba a mi madre, a mí y a una sillita de enea hasta la calle Álamos cada Martes Santo. Todo me parecía entonces más enorme si cabe. Esas pudieron ser mis verdaderas raíces cofrades. Esas y aquella otra cálida tarde de primavera que nos invitaba a unos chiquillos amigos a transformar una caja de zapatos en un trono, o un tambor de polvos de lavar boca abajo en eso, en un tambor cofrade que, por aquel entonces, no molestaba tanto como
  • 27. ahora parece molestar. Jinetes, Peña, la Cruz Verde y a su templo. Ese era nuestro itinerario. Mi Semana Santa, quizás poco parecida a la tuya. Y, sin em- bargo, seguro que en muchas cosas coincidimos. Y coincidimos en pensar que, donde hay Fe, reside la fuerza del cofrade. Y coincidi- mos en pensar que, allá donde reside la fuerza del cofrade, se abre una puerta a la esperanza. Y coincidimos en pensar que, si una puerta a la esperanza anda abierta, nada ni nadie nos podrá parar, aunque muchas veces algunos pierden el sentido de la razón y vie- nen a malherir sentimientos con los que nunca se debería jugar. Pero tened muy claro que Judas no solo besó a Cristo allá por Capuchinos, Judas te puede besar en la esquina de cualquier calle. Cofrades todos, esta noche, este es el atril de los recuerdos, el refu- gio de las vivencias y el confesionario de un cofrade malagueño que viene a anunciar que Cristo ha querido resucitar aquí un año más. «Porque quiso la Virgen de la Victoria venir a parirte a Málaga, y en Málaga, con su gente, quiso verte padecer antes de volverte a mecer, nuevamente entre sus brazos». Y así comienza «mi Semana Santa», y puede que la tuya también. 25
  • 28. 26 Sí; Cristo resucitará por los rincones del centro, en nuestras casas y en cada uno de nuestros corazones. Pero antes de todo eso… El enunciado plástico tomará las calles; tragedia y barroco se embarcarán en una travesía soñada durante meses; la expresión en movimiento se adueñará de nosotros y la teatralidad pasionista nos traerá sonidos y olores que volverán a invadir nuestros recuerdos… El resto lo pondrá Málaga. Sí; Cristo resucitará por los rincones de nuestros barrios, en nuestras casas y en cada uno de nuestros corazones. Y lo hará en la forma y medida en la que cada uno de vosotros desee. Serán tantos itinerarios del alma como cofrades tiene este bendito lugar. Pero antes de todo eso… Una Señora criada en una casita humilde junto a la Cruz del Molinillo volverá a mecerlo como años atrás. Piedad dicen que es su nombre, aunque muchos la llaman Madre. Esa noche, en Mála- ga, un monte de lirios esconde una última gota de sangre que qui- so hacerse clavel para dormir en su mano y ser ungüento en carne ya exánime. Ahora solo hay miradas para su niño. Ahora, Madre y Señora del Molinillo, eres Dolores en el Amparo y Misericordia de un
  • 29. 27 momento de Cruz, de Santa Cruz desnuda; Amargura de la Er- mita que te acoge; Fe y Consuelo que bajas de la Victoria; Mayor Dolor en tu Soledad extrema; y Angustias que desde el Parque an- das transida de dolor. Y, con lágrimas en unos ojos arrugados por el tiempo y el trabajo, y con la voz entrecortada por la pena, una carta le interpreta desde un balcón y con mano temblorosa un vecino que durante muchos años lo ha visto pasear por las calles de su barrio: «Maestro y amigo mío, dicen que todo se ha consumado y yo me resisto a creerlo. Esto no se puede acabar aquí. Las calles de tu Má- laga te esperan nuevamente, como desde siempre. Tú ya nos cono- ces. Somos cofrades cristianos. Yo, uno más de los miles que aquí te quieren cada día. Esto no puede acabar aquí, Cristo malagueño. Dime ahora qué hago yo si te marchas así. Déjame volverte a ver en el varal de la vida, junto a mis hermanos; déjame sentirte de nue- vo en el sonido de una campana de trono o vuelve a ser mi guía en la oscuridad de una venda sobre mis ojos. Ahora quiero que mis pies descalzos alfombren de luz y cera el camino que elegiste. Déjame ser un Nazareno más; tu Nazareno».
  • 30. Por todo ello, andan las hojas de este pregón plagadas de filas de nazarenos que se afanan en mantener encendida la luz de pasión de las infinitas historias que se encierran bajo un capirote. ¡Nazarenos de Málaga! A vosotros; hombres, mujeres, jóvenes y niños, quiero entregaros mi voz desde este atril para proclamar y reclamar el verdadero re- conocimiento de ese penitente anónimo que siente cómo se parali- za el tiempo cuando, al despertar el día, una túnica planchada con mimo y esmero se dispone a tomar las calles en la búsqueda del mis- mo Dios al que probablemente saludáis cada mañana. ¡Nazarenos de Málaga! Compromiso y sacrificio forman parte de vuestro camino. En- trega incondicional en la catequesis de nuestra Fe. Que nadie pueda llegar a deciros que solo sois penitentes a ratos o por horas. Aquí se es Nazareno toda una vida entera. Con capiro- te o capillo; con vela, bastón, campanilla, guion, estandarte, o por- tando un Libro de Reglas. Y, por supuesto, en el día a día, cuando las calles de nuestra Málaga se llenan de anónimos Nazarenos que se afanan en construir un mundo mejor y más humano. Enarbolad la Cruz de Guía del Nazareno malagueño con la satis- facción de ser incondicionales de Cristo y de María bajo cualquier 28
  • 31. advocación. Salid a uniros al sacrificio de vuestros titulares por las calles del lugar elegido por el hijo de un carpintero, para venir a do- tar de sentido a todo esto. ¡Nazarenos de Málaga! Esta noche, en este lugar, mis palabras os rinden homenaje. A vosotros, que sois parte importante de la esencia de «mi Semana Santa». Cuando se es Nazareno en Málaga, se tatúa en la piel el com- promiso de anunciar al mundo entero que Jesús quiso ser también malagueño y cofrade. Tenéis la dicha de poder estar más cerca de su cara, tenéis la posibilidad de abrazar y soportar mejor que nadie su sufrimiento. Tenéis la oportunidad de acompañarlo. Hermanos Nazarenos, ajustaos bien el capirote, encended vues- tros cirios y salid a iluminar el camino con el orgullo suficiente para enseñar que el amor y los sacrificios de la vida misma, en esta tierra, llevan túnica o hábito penitente. Y, si al salir de aquí esta noche, veis que el propio Marqués de Larios se ha despojado de su chistera, es porque anda esperando al tío de los capirotes para tomarse medi- das, que este año sale con todas, todos los días. Nazarenos de Málaga, gracias por vuestra humildad y entrega. 29
  • 32. La tierra prometida tuvo que ser algo parecido a Málaga. Y digo yo que, si esta es la tierra prometida del cofrade, ¿cómo no iba a querer entrar el Señor de la Pollinica por la calle Parras, si un ejército de apóstoles lo espera cada año con impaciencia? Y, de entre ellos, siempre destaca un batallón de minúsculas criaturas que enarbolan palmas y olivos aún sin saber casi por qué. Ese puede ser el inicio; así comenzaron a caminar en cofrade muchos pequeños infantes que, llegado el día y bien temprano, se apuraban en coger la mano de sus padres al igual que hoy ellos mis- mos cogen las pequeñas manos de sus hijos que comienzan a saber qué se siente cuando los gusarapos cofrades anidan en el estómago. Os suena, ¿verdad? Es igual y diferente a la vez. Pero esa mañana siempre es especial. Ese día también puede ser el banderín de enganche donde nace la amistad y el amor hacia un vecino que jamás te dejará tirado. A mí me da que el Señor de la Pollinica siempre vivió por aquí. Málaga fue su Amparo; la que protege, la que da cobijo. Él se sin- tió malagueño y, por eso, su Madre quiso también llamarse así, Amparo. Y desde entonces, puedes enamorarte de su sonrisa cada mañana. Os habéis levantado sabiendo que no serán unos días más en el calendario. Aquel al que dais los buenos días a diario, esta semana acentúa su protagonismo en nuestras calles. 30
  • 33. 31 Por ello, siendo consciente de su Pasión cercana, quiso celebrar una última Cena con sus apóstoles. Y esa Cena tuvo que ser aquí, en Málaga. Y allí estaban todos los cofrades de mi tierra. Porque aquí los cofrades somos por encima de todo Iglesia y, como apósto- les de la misma, también predicamos y enseñamos. Y se sentaron a la mesa Pedro, Andrés, Mateo, Tomás, Santiago o Judas el Iscariote; y así hasta doce. Pero también Paco el taxis- ta, Antonio el albañil y Carlos el parado. También en esa última Cena estaba Rosa la farmacéutica, Elisa la abogada y Cristina, ama de casa. Y el Señor de la Cena volvió a compartir pan y vino con nosotros. ¡Cofrades de Málaga! Cuando sus hombres de trono lo posen sobre el rail de los sen- timientos humanos, el maquinista de nuestras vidas querrá bajar a lavarnos los pies, mientras su cuerpo y su sangre serán señal en el destino a seguir. Esto es tan grande que somos insignificantes peregrinos en el ca- mino de la historia, pero hacemos camino juntos. Y en ese camino, un incensario llega batiéndose en duelo con el aire.
  • 34. Una nube de incienso viene anunciando que a Cristo se le ha perdi- do la mirada a las puertas de una capilla oratorio. La Agonía hace bro- tar en sus ojos el reflejo de un sufrimiento extremo. Una serpiente de espinos clava sus colmillos en la frente del Redentor, al tiempo que sus brazos buscan el abrazo más tierno, el de María. Débil y casi perdido en su Agonía, en su lucha particular por las maldades del corazón hu- mano, minutos antes el hijo de Dios hecho hombre quiso hacerse Señor del Perdón en la misma Cruz. Cruzó el puente para hacerse también Salesiano y entregarnos no solo su vida, sino a su propia Madre. Y los cofrades allí presentes comprobaron cómo aquel Cristo del Perdón, al que en Málaga han clavado entre dos ladrones, fue Se- ñor de las Penas, y aquella que le dio vida quiso llamarse también así, María, Virgen del Gran Perdón. María, Virgen de las Penas. María, Virgen del Auxilio Salesiano y cristiano en la impotencia de una mujer que desde ese momento será refugio de los cofrades mala- gueños. Y ella se quedó a vivir en nuestros corazones para siempre. Y desde un balcón cercano a ese Calvario, la voz de un bordador de sueños cambió la letra de una canción. Y gritó, al momento que miraba los llorosos ojos y el pelo negro de la prisionera de Málaga: «María de la O, que 'desgraciaíta', gitana, tú eres perdiéndolo 'tó'. Te quieres morir, y hasta los ojitos los tienes 'moraos' de tanto sufrir…». 32
  • 35. 33 Y, en ese instante, una campana sonó con más fuerza si cabe, al tiempo que la fragua de un trono malagueño, allá donde se forjan los hombres y mujeres de esta tierra, le acercó un pañuelo que fue bálsamo para su cara morena. Y María de la O dejó de ser «desgra- ciaíta» para ser la Divina Alegría de Málaga. Porque, en Málaga, la Madre de Dios no debe estar triste por más tiempo. Y tú, Señora, serás Patrocinio de un anhelo allá por San Felipe. Y serás Lágrimas, pero también Favores recibidos junto a San Juan, donde una acuarela se hizo cofrade y los pinceles la besaron para la eternidad. Y tú, Madre, serás Señora de la Merced, misericordia misma, junto al Santuario de un barrio que te quiere con locura. Y todo esto que os cuento hará estremecer mis sentimientos de cristiano, de cofrade y malagueño. Y quizás también los vuestros. Y todo esto que os cuento forma parte de ese trocito de alma que ando desnudando aquí ante vosotros esta noche: mi Semana Santa.
  • 36. Mi Semana Santa guarda aromas de una generación cria- da a la sombra de antiguos «tinglaos», entre los que bus- cábamos los chiquillos un resquicio para poder contem- plar los entresijos de aquello que, a temprana edad, se nos antojaba complicado de entender. Tras esos andamios y grandes lonas de plástico se escondían maderas, hierros, tornillos, flores y, cercano el día, buscábamos las imágenes que nos dejaban absortos y ensimis- mados en la Pasión de Cristo según esta bendita tierra. Fueron mu- chas horas de trabajo y esfuerzo denodado; como ahora. Después llegaban los días en los que sonidos como «al rico co- qui» y «tres paquetes veinte duros» se convertían en mis compañe- ros de tardes y noches en la Tribuna de los Pobres. Hoy miro esa tribuna y me pregunto, ¿pobres de qué? Eran días de mayúsculas gafas de sol y gomina, mucha gomina (no es mi caso); días de guantes y calcetines blancos, en combina- ción sincronizada con la variedad más infinita que jamás se haya conocido de trajes azules. Supongo que eso era fruto del reflejo de nuestro cielo y nuestro mar. Era también la búsqueda del guiño a la pareja que compartió contigo aquel momento, o que aún lo hace, sin distinción alguna, siendo hoy compañeros de viaje en la trave- sía de la vida. En realidad, tampoco hemos cambiado tanto. 34
  • 37. En aquella tribuna que aún seguimos llamando «de los pobres», algunos mayores portaban primitivos aparatos de radio con unos pequeñísimos auriculares de color blanco, cable finísi- mo y sonido mono. Los más jóvenes lucíamos walkman y estéreos auriculares de esponjilla color naranja. Importante, estaba de moda aquello de la esponjilla color naranja. Fueron momentos en los que mayores y jóvenes comenzamos a sintonizar con un buen puñado de valientes cofrades que se aden- traban con su voz en el futuro de lo que hoy es presente. Muchas cosas comenzaron a cambiar gracias a ellos. Ellos han sido, son y seguirán siendo los nazarenos de la comunicación. Fueron, son y serán la cruz guía en la procesión que hoy abarca desde la radio, televisión o prensa escrita y gráfica, hasta las nuevas tecnologías. A todos, desde este atril, mi homenaje también. Porque tras esa página web o ese programa de televisión, tras ese periódico, fotografía, revista cofrade y ese programa de radio, un grupo de curtidos portadores se pone la túnica, mete el hombro y levanta durante todo el año el trono de la información cofrade. Grandes mayordomos y mejores capataces en una entrega de muchas, muchísimas horas de trabajo tantas veces desinteresada. El esfuerzo de buenas y preparadas personas que, además de grandes profesionales, son cristianos y cofrades. 35
  • 38. Esta noche me permito ser también la voz de cuantos han en- tregado y entregan parte de su vida para hacer más llevadera la de otros que quizás no pueden estar en la esquina de una calle sintien- do el perfume del incienso pero que, a través de una imagen, de un sonido o unas líneas, volverán a ser partícipes privilegiados a los pies de un Cristo o una Virgen. Y esa será nuestra recompensa. Compañeros de los medios de mi Málaga, vosotros sois los Nazare- nos de la comunicación de «mi Semana Santa». Sois los ojos, las ma- nos y el oído también de la Pasión de Cristo o del dolor de María. Penitentes del teclado, de la imagen o el micrófono, nazarenos de la comunicación, mi Semana Santa os debe mucho, y esta noche aquí lo digo a boca llena: Gracias por vuestro esfuerzo y trabajo. 36
  • 39. El Monte de los Olivos, aquí en mi tierra, se encuentra en el manto de una Virgen: Concepción, aquella que no solo fue valiente para concebir al mejor de los nacidos, sino también capaz de venir a parirlo a nuestras calles. Y en ese manto, al amparo de un olivo, cabemos todos. Y bajo él, también. Allí se arrodilló siendo niño y allí volvió siendo ya un hombre, su hijo, el fruto de su vientre. Y así, mientras algunos, aún hoy día si- guen dormitando, lloró y sudó sangre entre la Plaza de los Mártires y la orilla de un río ausente. La Oración en el Huerto se pudo escuchar en cada rincón de la ciudad, a uno y otro lado del río. Clavó sus rodillas en la tierra y oró por Málaga y los cofrades de aquí. Pero su oración también generó envidias. Y llegó a oídos de un tal Judas que subió por la calle Ca- rrión para encontrarse con el rostro de su maestro. Y Málaga no lo impide año tras año para, como bien dijo un buen cofrade y prego- nero, no quedarnos sin Semana Santa. Pero ya os dije que aquí Ju- das te puede besar en cualquier esquina y, por ello, quiero invitaros a estar siempre alerta ante los agravios que intentan desestabilizar el trono de nuestras creencias. Dijo San Agustín: Vale más una lágrima derramada en memo- ria de la Pasión de Cristo que hacer una peregrinación a Jerusalén y ayunar durante un año a pan y agua. Por eso, la Semana Santa de Málaga es la peregrinación de cada uno de nosotros en el iti- nerario de los sentimientos. Por eso, valen mucho más las miles 37
  • 40. de lágrimas malagueñas derramadas en memoria de su Pasión que muchas otras peregrinaciones y ayunos. Todas esas lágrimas se convertirán en afluentes de un torrente pe- queño, llamado Cedrón, que corre entre la Plaza de San Francisco y la calle Carretería. Por allí pasó Jesús luciendo la mejor túnica bordada en un cuerpo, que empezaba a ser tallado por el dolor. Abatido, a mitad de aquel puente, se acrecentó su sufrimiento y nació la fealdad, que ya sa- béis que aquí tiene cara y apodo. Agachó la cabeza y se mantuvo sereno, consciente de lo injusto, pero entregado al hombre hasta el final. El Señor de la Puente ya ha sido Señor del Prendimiento en la donación de un sacrificio anunciado que será Redención de los hombres y mujeres de esta tierra, cuando su cuerpo se encuentre inerte en el madero. Es posible que hoy mismo, Señor del Pren- dimiento, si tocases a la puerta de nuestras vidas y no supiéramos reconocerte, volveríamos a besarte nuevamente. Y, antes de que el gallo cante, algunos serán capaces, también en Málaga, de negar al Nazareno más de tres veces y hasta cuatro para dejarlo solo. Jesús de la Soledad en el abandono de su Pasión se entrega a pecho descu- bierto cerca de la Catedral. Pero eso de negarte, tan solo es cuestión de una minoría. Jamás bajarás desde Capuchinos en el desamparo, en la melancolía o en la soledad de un sufrimiento aceptado. Por eso, aquí, un año más, en esa tribuna que seguimos llaman- do «de los pobres» se produce el pequeño gran milagro. O quizás el grande gran milagro, según Málaga. 38
  • 41. Cuando baja prendido desde calle Agua, su dolor queda apaci- guado al llegar hasta una multitud que sale a su Rescate. Sí, Jesús es rescatado en Málaga como símbolo del inconformismo de este pueblo ante tantas cosas que vienen sacudiendo nuestra manera de entender la Fe. Y, al rescatarlo cada año, rescatamos no solo su dolor y pasión, sino también la alegría de saber que todo esto tie- ne final feliz. Si en esa misma escalinata Pilato le hubiera preguntado al pue- blo allí congregado sobre la posibilidad de elegir entre Jesús y Ba- rrabás, la historia habría cambiado para siempre. Por eso, cada año, un grito unánime se oye para decir que allí no se sentencia al Cristo hermoso de Málaga. Las inquietudes cotidianas quedan aparcadas cuando el Señor de la Sentencia aparece para hacer que en los la- bios de miles de malagueños el dolor quede extasiado ante la dulzu- ra de una noble mirada. Esta noche, el Señor de la Sentencia tiene a los mejores juristas a su lado. Y seremos nosotros los condenados a quererle mientras dure nuestra vida. ¡No te preocupes, Maestro!; sigue buscando al fondo de ese mar color celeste la estela de un Rosario encarnado en los ojos de tu Madre para marcar con una sencilla plegaria el ritmo de hom- bres y mujeres que se mueven al compás que marca el tintineo de las bambalinas de su palio. Y seremos nosotros los condenados a quererla a ella también. 39
  • 42. Bendita condena que en esta tierra tiene nombre de mujer, Ma- ría. Por eso, encontrarnos con la capuchinera del Dulce Nombre siendo camino de luz para la Soledad de su hijo, no tiene precio. Llorar junto a la perchelera del Gran Poder, vientre del «chiquito», pe- queño gran milagro en un suspiro eterno en una calle que es estrecha y se hace ancha, tampoco precio alguno posee. Sentarse a esperar impa- ciente en la tribuna que yo llamo «de los novios», a que la mocita de San Lázaro llegue repeinada y oliendo a perfume de azahar de la Victoria hace que el tiempo se pare, pero los corazones se aceleren. Y se aceleran las voces, el pueblo se hace una flor y la tarde se hace júbilo. Y un grito se apodera de Málaga: Rocío, para ti, un clavel y una corona. Bendita con- dena que en esta tierra viene tallada a golpe de gubia mariana. — ¿Y tú, cómo te llamas? –le preguntó un malagueño que anda- ba también por allí. — Paz. –Quizás, las tres letras que mejor definen a una Madre. Y así, para los restos de la eternidad cofrade, si quieres encontrar- la tendrás que venir a Málaga y buscarla. Paz, tres letras para soñar en un rostro de belleza interminable. Y a golpe de gubia mariana, María es clamor de Nueva Espe- ranza prendida en el corazón de un barrio entero que la entrega por unas horas a la ilusión y devoción de un pueblo. Y a golpe de gubia mariana, María es Málaga y Málaga es Ma- ría; malagueña, mujer y madre. 40
  • 43. Mi Semana Santa, la mía, tiene una deuda pendiente con un grupo de valientes nazarenos y esta noche vengo a intentar saldarla. Cofrades y no cofrades de Málaga, decidme, ¿acaso es esto ruido? A mí me da que eso suena a consuelo para sus heridas hecho mú- sica. A mí me da que es un pañuelo fabricado con el mimo de una trompeta que seca las lágrimas de una Virgen malagueña. A mí me da que es el fruto de una devoción que, en muchos casos, nace con la vida misma y casi no podrías explicar por qué. ¡Nazarenos malagueños del pentagrama! Mis palabras quieren ser hoy el tributo que merecéis recibir. A vosotros que decís: «la música es mi vida». A vosotros, hombres y mujeres más y menos jóvenes, que robáis tiempo a la familia para entregarlo con mucho esfuerzo en hacer más grande mi Semana Santa. A vosotros, que camináis durante muchos días, horas y kiló- metros sin esbozar una queja delante o tras una imagen. A vosotros, que aún con frío, calor, lluvia o viento os mueve una causa noble que hace que las páginas de la música cofrade que andáis escribien- do, en la historia de Málaga, cobren más valor si cabe. A vosotros vengo a deciros: como buenos nazarenos, vestid con orgullo el hábito de vuestra corporación musical; salid a la calle mos- trando el banderín que os une y dejad constancia de vuestra misión. 41
  • 44. 42 Mostrad que el trabajo bien hecho tiene re- compensa; encended los cirios del pentagra- ma e iluminad, a pasito corto, los días que se han hecho de rogar en las hojas también de ese calendario donde vais tachando las fechas. Dejad atrás los sinsabores de la in- comprensión de algunos y enseñad a los ma- lagueños que aquí un tambor y una corneta son lamentos de dolor bajo una Cruz; que un ejército de clarinetes pugna por encender la vela de una corchea más cerquita de su cara; que un saxofón, una tuba o un trom- bón visten igualmente hábito penitente; y que el compañero que va a tu lado es tu her- mano ya para siempre. Sí, la música aquí en mi Semana Santa es bálsamo para su dolor y vosotros los cire- neos del pentagrama. Que nadie apague ja- más el sonido de un tambor o una corneta cofrade que anda rezando todo el año por las calles de mi Málaga. ¡Nazarenos de la música! ¡Nazarenos de la partitura! Gracias… Para vosotros, el regalo de mis palabras y mi aplauso más sentido…
  • 45. 43 En mi Semana Santa, como en la tuya, hay muchas personas que no comparten nuestra forma de ver todo esto. Cofrade malagueño, ¿tú crees que somos anticuados? Déjame que te diga: ¿Qué importa que te llamen anticuado aquellos que son pobres en el espíritu de la misma vida? Esos no suman, esos dividen. Pero como cristiano y cofrade también te digo que, a veces, poner la otra mejilla llega a cansar. Por ello ven- go también a pedir en este atril, y en voz muy alta, el mismo res- peto a mis creencias, sentimientos y tradiciones que yo profeso a los demás. No pido más. Sí, soy cristiano y te respeto. Respétame tú a mí también. Ya está bien de que solo se acuerden de todo esto al amparo de intereses variopintos y fotografías diversas. Venid a meter el hom- bro con nosotros bajo el trono de la Caridad y del Auxilio a los necesitados todo el año; no solo en los días señalados. Venid a ver cómo se entregan los cofrades de mi tierra cada día de forma y manera anónima, siempre con los brazos abiertos. Venid a en- fundaros la túnica del nazareno malagueño y pisad descalzos el campo de los corazones olvidados. Quizás así, las cosas se verían de otra manera.
  • 46. 44 También en mi Semana Santa hay muchos otros cristianos que no practican y que viven la Fe a su manera. No son cofrades de cuota, no son cofrades de herencia, no son cofrades. Nunca los podrás ver en presentaciones de carteles o pregones de Semana San- ta. No saben de nombres, cofradías, enseres, itinerarios o fechas. Ni siquiera visitan o conocen nuestras iglesias. De eso ya se encargan otros, supongo que pensarán. Muy típico también de nuestra tierra. Sin embargo, algo les viene a decir que hay momentos en los que sobre el esfuerzo de unos hombros curtidos en el amor extremo ca- mina uno al que pueden confiarle las pequeñas o grandes inquie- tudes que azotan sus vidas. Débiles, muchas veces, de espíritu e in- defensos de Fe, año tras año lo siguen o lo esperan. Y es cuando la cera de los cirios se funde con las lágrimas de muchos de ellos que se arremolinan en el borde de una acera para esperar y seguir a aquel que es capaz de vestir a la oscuridad de blanco y volver creyente al que no cree. Aquí, seas o no cofrade, seguro que no te importaría venir a morir en los brazos del que camina por el puente de las promesas. El niño de la Trinidad ha salido cogido de la mano de su Madre al encuentro de Málaga. Es hombre y Señor Cautivo a la vez el que mira desde su trono cómo absortos contemplamos tanto sufrimiento y callamos. Y Málaga se hace trinitaria. Y en ese instante la tierra se arrodilla ante él, mientras aquella que lo llevó muy dentro de sí, en la mecida de su manto, lo busca para decirle que no vuelva tarde a casa.
  • 47. Señora de la Trinidad, bien arropado lo llevan; tú no te preocu- pes, mi Reina. La Trinidad es cautiva del amor de su barrio y su barrio ahora es una ciudad entera. Agachó la cabeza y se mantuvo sereno; creyó en Málaga y su gente. Si lo observas bien, descubrirás que aquí la Fe es algo más que ver a un Cristo malagueño con las manos atadas ca- minando cabizbajo. Nuestra Fe hay que vivirla, demostrarla y transmitirla. Por eso, aquel discípulo del varal se puso frente a él y lo miró como solo los entregados pueden hacerlo, como solo aquel que ha soportado el peso de la vida puede hacer. Y el mismo Cristo de la Humillación pareció devolver dicha mirada. Con voz temblorosa le susurró: — Maestro, vaya usted encargándose de lo divino que de lo huma- no ya me hago cargo yo ahora mismo… –Y se fundió con el varal para cumplir su promesa. Y el varal se hizo columna. Y en la columna, Azotes que dejaron ensangrentadas las calles cercanas a San Juan. Y allí había cofrades. Y en la columna, un «quejío» por peteneras que desde la Cruz Ver- de acude a contarnos que todos somos hermanos atados al mismo 45
  • 48. pilar de la vida, donde un Cristo gitano se viene apagando muy po- quito a poco. Y allí también había cofrades. Y cofrades hay cuando en mi Semana Santa se alza la voz para cantar que hemos de alegrarnos mientras la juventud nos acom- pañe. Así reza en la letra que alcanza muchos corazones de otros tantos nazarenos, cuando Cristo, el estudiante avanzado del mis- mo Dios, se enfrenta a la asignatura más difícil: ser condenado en Málaga. Coronado de Espinas lo llevan frente a un balcón donde las vo- ces que entonan el Gaudeamus Igitur dejan paso al silencio que ate- sora su Humildad. Ecce Homo, «he aquí el hombre»… Y el hombre que era Dios quiso ser el más humilde de los mortales allá por don- de su imperio se extiende, en la Victoria. Y así, cuando en la Exal- tación lo eleven a las alturas camino de ese hueco donde un madero se estremecerá de rabia contenida, un tambor fusionado no lo aban- donará nunca. Y podrá dejar caer dulcemente su rostro ensangren- tado siendo Vera+Cruz de la madrugada de Málaga. Y así, cuando muchos hayan perdido la Esperanza en su Gran Amor, de nuevo el puente de las promesas lo volverá a cobijar para ahuyentar el relente que trae la tarde de un domingo de Cruz desde San Pablo. Y allí también cofrades había. Y una voz pregonó a boca llena en esa noche; «He aquí a una mu- jer, su Madre». Y la Virgen de la Salud entró por los poros de nuestra 46
  • 49. piel para quedarse a vivir en aquellos que la necesitan y también en los que no. Y aquel que se fundió con el varal atisbó a decir: — No sé si mañana tendré alegrías o fracasos, pero hoy, Señora de la Salud, hoy te tengo a ti. Es una cosa de dos, entre tú y yo, sin nadie más. Y allí, había cristianos de Málaga. Y un Cireneo perdido preguntó: «¿Qué dolor será tan grande que ni él mismo pueda vencer?». «El dolor de una Madre», contestó un nazareno. Por eso, aquí el Amor Doloroso ante el dintel de una puerta hace más grande el sacrificio de la Pasión siendo testigos Ciriaco y Pau- la, aquellos a los que aún seguimos martirizando. Manos apreta- das, lealtad y cariño, aun sabiendo que su hijo viene a morir cerca en el tiempo y ella será bautizada como señora del Monte Calva- rio allá donde un día quiso ser Victoria. Amor es la Victoria. Amor prudente y desmesurado al mismo tiempo. Amor para la Madre de aquel al que titulan «El Rico». Seamos todos reos de su amor. Del dolor ya nos liberará su hijo. Será la bendición de la libertad del alma. Y allí estarán todos los cofrades de esta tierra. 47
  • 50. En la Semana Santa de la que os vengo contando, la mía, fui testi- go de un cambio generacional que se venía fraguando años atrás. Y sus frutos, en muchos casos, afortunadamente aún perduran. Sin embargo, soy consciente de que desde hace tiempo ya, nue- vos y buenos mimbres vienen conformando la cesta cofrade de lo que sería un futuro que ya es prácticamente presente. Bendita ju- ventud cofrade. Pienso que es hora ya de que aquellos que aún son reacios a dar un pasito corto hacia atrás en la vida de una Hermandad, después de muchos años de trabajo en primera línea, lo hagan sin temor a perder algo que no nos pertenece a ninguno y a la vez es de todos. Es tiempo de que los herederos de nuestra tradición más arraigada vayan toman- do las riendas de la responsabilidad cofrade. La sabiduría del que ha dado tanto y tantas cosas ha de ser plasmada en ese imaginario libro de texto que los jóvenes, cargados de ilusión de futuro, han de apren- der con su esfuerzo y entrega. Porque aquí no se regala nada; no es este un trabajo de veinte minutos; no podrás preparar tu examen en unas semanas sueltas allá por la Cuaresma o en un par de días en Se- mana Santa; aquí lo trabajamos duramente todo el año. Jóvenes cofrades de mi Málaga, seguid demostrando que merecéis es- tar en esos otros lugares donde muchas veces se os han cerrado puertas. Aprended a ser pacientes y a escuchar. Demostrad que formar parte de un grupo joven dentro de una Hermandad malagueña 48
  • 51. no es sino ser parte importante en ese elixir de Fe adolescente del que los de- más podemos, y debemos también be- ber para seguir sintiendo la ilusión de que todo esto tiene continuidad ga- rantizada en vuestras manos. Haced de vuestro futuro el presente que siga amamantando de Iglesia los corazones de aquellos que llegarán tras de voso- tros. De esa forma, todo esto seguirá teniendo sentido. Porque los cofrades, seamos jóve- nes o no, somos ante todo Iglesia, pero también la misma Iglesia ha de sentirse y ser cofrade a nuestro lado. Juntos he- mos de caminar siendo conscientes de la crisis no solo social sino también de espíritu que nos acompaña. Abramos los ojos; no nos encerremos en el pa- sado y sigamos construyendo bajo un mismo cimiento la Iglesia y las Cofra- días del futuro. Tengamos muy claro que nada sería lo mismo en esta tierra de no haber cofrades sobre ella. Ese es el trono que vamos a llevar entre todos y todos estáis invitados a hacerlo. 49
  • 52. No sé si a alguno de vosotros os pasará, pero en la Semana Santa de mis sentimientos hay un día al año en el que, si desde cualquier rincón del mundo miras al cielo y cuentas las estrellas, te faltarán un buen puñado de ellas; menos aquí. Ese día, las estrellas que abandonan el cielo vienen a pasearse por Málaga en el manto y en el nombre de una Virgen de porte distin- guido. La Estrella perchelera, que casi se nos viene muriendo de pena, es luz de una misma esquina que horas antes fue oscuridad de llanto cuando, siendo Dolores Coronada, la del puente, un cofra- de desde el cielo andaba diseñándole pañuelillos de encaje para sus divinas lágrimas. Pañuelillos de encaje para esa niña bonita que es capaz de enamorarte si al secarse las lágrimas deja ver sus grandes ojos verdes y se hace Paloma de vuelo infinito cuando sus alas, que en Málaga son arbotantes grandes, se baten al vaivén del susurro que sus hombres de trono vienen despertando cuando ella, la Palo- ma, la niña de la placita y joyero del mayor de los cofrades, anda en- sanchando nuestras calles con su guapura y su trono malagueño. Y si se tiene que cumplir su palabra, tras verlo dialogar con aquellos dos ladrones, aquí ella seguirá siendo Dolores Coronada cuando ya expire en su aliento último aquel al que la buganvilla y un tricornio protegen. Cristo es Expiración en Málaga y Málaga expira con Él. Y un uniforme verde se acercará y estará siempre a su lado, por- que al pie de una Cruz en San Pedro, como ya ocurrió con mi 50
  • 53. Cristo Salesiano, él, antes de sentirse abandonado por su propio Padre, le dirá: — Mater mea, ahí tienes a tu hijo. Benemérito, ahí tienes a tu madre. Y se dejó llevar hasta el límite de lo humano en aquella cruci- fixión infamante. Y el entumecimiento de sus miembros fue la he- rencia de su dolor. Expira tranquilo, Señor, parece decirle su Mála- ga cofrade. Ella queda en buenas manos. Y, aunque será Señora del Mayor Dolor, nosotros la aliviaremos para consuelo de sus lágrimas. Consolación y Lágrimas de la ma- dre de un cofrade al que la lanza de la perdición humana traspasó. Malva y besos malagueños para la amapola de la calle Dos Aceras. Reina de los Cielos; malacitana chiquilla, adolescente, esposa y madre. Una Virgen de mi Semana Santa; una Madre de Málaga; una Madre, aquella que nunca contempla lo imposible. 51
  • 54. Artesano de la aguja y el dedal, bordadores malagueños de sueños cofrades hilvanados en una túnica, saya o manto que cobra vida a golpe de puntadas. Puntadas de hilo fino en paños de bocina o estandartes donde los pintores de la pasión, muerte y resurrección dejan impresa también su estela de colores en el esfuerzo de tatuar en un lienzo inmaculado el sentido de nuestra Semana Santa. Imagineros de la gubia y del amor de un pueblo que no es otro que mi Málaga, golpe a golpe, poco a poco, con mimo mayúsculo dais sentido también a nuestra Fe con vuestras manos bendecidas por ese Cristo o esa Virgen a los que mimáis desde el barro a la madera. Diseñadores de la luz cofrade que se hace divina en un papel cuando un arbotante toma forma en unos trazos retorcidos de cari- ño e imaginación para que un carpintero los talle. Carpinteros cofrades, doradores; también aquellos que forjan el hierro para que un trono sea cobijo de nuestro amor; orfebres de reluciente plata trabajada a golpe de martillo, a todos vosotros y a otros muchos que seguro olvido, gracias. Sois pilares indiscutibles también en todo esto. Vuestro trabajo os hace grandes; vuestro es- fuerzo hace grande a mi Semana Santa. Por eso, he querido buscar un pequeño rinconcito en estas hojas para poder esculpir y tallar palabras que vengan a reconocer vues- tro quehacer de años. He querido bordar torpemente unas frases 52
  • 55. diseñadas en el lienzo de este pregón como reconocimiento al tra- bajo de todos los que, de alguna forma, han escrito, escriben y se- guirán escribiendo páginas de arte con mayúsculas, que en muchos casos nos harán esbozar un rezo o una plegaria ante una imagen. La gubia de mi imaginación os rinde tributo; desde este atril siempre mi respeto y admiración por vuestro trabajo. 53
  • 56. Hubo una vez en la que a mí el trono de la Sangre me sobre- saltó. Con casi ocho años y a punto de conocer a mi herma- no pequeño que andaba próximo a nacer, una vez más los dos, mi madre y yo en la esquina de Dos Aceras y la Plaza de Mon- taño pudimos comprobar cómo las calles se ensanchaban milagro- samente para que un tal Longinos de Cesarea, y su caballo tam- bién, cumpliesen con su cometido. El varal pasó; muy cerca, pero pasó. Y yo lo pasé mal, muy mal. Allí fue donde me di perfectamente cuenta de que aquí los tro- nos son grandes para que el más grande vaya en él. Y, por eso, las calles de Málaga y sus casas se arrodillan cuando el Crucificado de San Felipe inunda de rojo nuestra Semana Santa. Así viene siendo y así será. Dicen que donar sangre es donar vida. ¿Cuánta vida no habrás dado Tú, Eterno Crucificado de San Felipe? En Málaga, parte de esa sangre queda reflejada para siempre, cuando las mujeres mala- gueñas acuden a su Salutación a secar el sufrimiento de su rostro en un paño, que es emblema para que todos los cofrades malague- ños sigamos impregnando parte de nuestra vida con su faz. Y así, el mejor de los cofrades; aquel que pudo obrar en su poder inmenso, no lo hizo. Quiso marchar caminando desde su ermita, siendo Su- plicio, hasta muy lejos para volver a bajar como Nazareno del Per- dón. Y cuando vio cómo Málaga lo esperaba quiso hacerse Señor de los Milagros para seguir caminando junto a todos aquellos que acuden día a día en su busca. 54
  • 57. Malagueños cofrades de mi Semana Santa, si la veis llorar por San Juan siendo Dolores, mientras sus labios balbucean su nombre, es porque el niño que correteaba por la calle Cinco Bolas ha entregado su vida y la Redención vive ahora allí. Si la veis llena de Gracia y Es- peranza, llenaos también vosotros de ella con la ilusión del estudian- te que comienza. Porque de su divina Gracia sabe mucho la calle del Agua, allí ella es la Reina y Señora de una capilla que hace que hasta el tiempo se pare un ratito a mirarla y decirle cosas bonitas al oído. Pero, en mi Semana Santa, y puede que en la tuya también, si la ves paseando por el puente que lleva su nombre es porque el mo- mento de morirte de amor ha llegado. Aquí, siempre de la tuya, pero también siempre de ella. Las piernas te tiemblan y el estóma- go es espacio de ensayo de cornetas y tambores en forma de nervios que intentan no desafinar. A lo lejos suena un clarín. El rostro subli- me y cansado del Nazareno del Paso se vuelve no solo a bendecir a este pueblo. Aquel al que la sangre y el dolor parecen haber abando- nado por momentos en el abrazo de su Cruz, para hacer más digno su Dulce Nombre, la busca, la mira y hasta quisiera cantarle bajito. Señora de Málaga, siempre a tus pies divinos. Porque dicen que en una ciudad del sur, existen dos primaveras; Una la que llega en marzo, la otra dura una vida entera, Una olores de jazmines trae, la otra a romero y pena. Una de ellas, pasajera; la otra, eterna y serena. De la una me da igual, de la otra… de la otra me apasiono has- ta la muerte. 55
  • 58. Dicen los mayores que ya de niña era bonita. No pudo ser de otra manera. Perchelera, marinera; cobijo de Málaga entera, desde siempre y para siempre. El infinito llega a su límite al tropezar con tu rostro, Señora. Dicen los que la abrazan que, bajo el varal de su trono, el cansancio se hace piropo y el camino alfombra verde de besos inagotables. Madre, mi varal son estas letras y mi voz siempre alabanza, cuan- do pases por mi lado y pueda gritar con acierto, con un nudo en la garganta… Malagueño…tú siempre serás de la tuya y también de la Señora, la Virgen de la Esperanza. Cofrades cristianos de mi tierra, cargar con la cruz de la vida hoy día se me antoja mucho más difícil. De eso sabe mucho la gen- te de este pueblo. El camino que ha de llevar hasta el Calvario, en Málaga, es a veces largo y sinuoso. Aquel al que en la calle Carrión haremos Señor de la Crucifixión en el martirio de unos clavos in- crustados a golpe de miseria y traiciones, ya lo han visto caer en los Percheles. Diálogo en la Cruz, invitándonos al paraíso de su miseri- cordia. Misericordia para el chiquito niño de María que hace gran- de a la eternidad. Misericordia para el que apoya una mano sobre la roca desnuda y cae habiendo dejado desnuda también su alma y su Gran Poder en el rostro de una Madre. Es la pasión de la propia vida. Es la pasión de mi tierra. Es la Pasión de un Nazareno portentoso al que las fuerzas abandonan a pesar de su 56
  • 59. fortaleza. Pero en Málaga vive Simón, el Cireneo. Y, afortunada- mente, el Nazareno de Pasión lo tiene siempre cerca de su rostro para aliviar el peso de esa Cruz que, en estos tiempos, se disfraza de injusticias, de pobreza, de desigualdades y miserias. Pero también viste hábito de Fe. ¡Cireneos cofrades malagueños! Salid a nuestras calles abrazando la cruz cerca de su rostro y ayudad, como sabéis, a todos aquellos que van cayendo en el camino de su propio Calvario. Eso te hará sen- tir Rico en la bendición que el Nazareno, al que así titulan, impar- te, dándonos la libertad de las penas que la propia existencia impone. Veritas liberabit vobis, la verdad os hará libres. En Málaga, la libertad verdadera vive allá por Santiago; Jesús Nazareno titulado «el Rico», tu rostro es la auténtica libertad, riqueza de la vida misma. Y un poco más arriba, en el Jardín de los Monos, lo he visto mu- chos días de mi vida caer de nuevo. Nazareno de los Pasos, Señor, un último esfuerzo te pido; no te pierdas en el camino angosto de la calle de la amargura. Que hablen los capataces de tu trono «¡Des- pacito, a pasito corto!», que, aunque el Nazareno de la Victoria ca- mina roto, nuestros hombros seguirán siendo su cura. Y así, cuando en una capilla figure crucificado porque ha de cumplirse lo escri- to, querrá llamarse del Calvario para ser después Yacente. Y Mála- ga entera gritará buscando esa escalera, de la que el poeta escribió para subir al madero, quitarle los clavos y ser testigos de su Descen- dimiento. Y en las calles de nuestra tierra se respirará olor a mar y salitre de la Malagueta; y olor a incienso trinitario cuando en una 57
  • 60. sábana lo lleven buscando la losa fría del Sepulcro. Traslado de un Cristo muerto por San Pablo al que una vez le dije y hoy repito: «Descansa mi niño trinitario, el sol no se ha puesto del todo para ti». Ubi Caritas et amor, deus ibi est. Donde hay Caridad y Amor, allí está Dios. Y digo yo que Dios, entonces, tiene que vivir en la Victo- ria. Allí, donde un crucificado pequeño se hace el más grande, sobra Amor. Mi Cristo del Amor, desde su Cruz y arropado por un gran ejército de nazarenos ha dejado dicho que los cofrades de Málaga han de amarse los unos a los otros así como al prójimo también. Y, por todo ello, la Caridad nunca dejará nuestras calles y nuestras vi- das. Y tomará forma en el rostro de una dulce vecina victoriana en- tregada a la mejor de las virtudes, amar sin medida alguna. Y allí, a sus pies, mis palabras se dormirán igual que el angelito de su trono, queriéndola besar noche y día mientras mis labios se encomiendan a su nombre, Caridad. 58
  • 61. Yme despertará nuevamente la caricia de un martillo en la cam- pana de un trono de carrete. Y el varal, que durante veinticinco años me acompañó, volverá a ser el lagar donde el mosto se hará vino cuando el vendimiador de Málaga pise sobre los hombros cansa- dos de unos correonistas que vienen muriéndose de amor en el esfuerzo. Y seguro que a ti te pasará algo similar porque, en nuestra Semana San- ta, sentir el peso de unos pies o unas manos benditas cuando suena una campana, te hace ver las cosas de forma y manera que muchas veces re- sulta difícil de explicar. Y así es como se llevan los tronos en Málaga. Hombres y mujeres de trono de esta tierra, portadores y co- rreonistas, sois los Cireneos de mi Semana Santa; en el silencio o en el clamor de unos piropos, en la eternidad de una mecida o en el pulso más malagueño como muestra de amor cofrade; cada uno en su día, en su momento y a su manera. Nos aferraremos al varal de la creencia que nos une mientras que, al elevar la mirada, seguiremos buscando ese guiño de ternura en los pliegues de una túnica o una saya. Todo lo demás, poco importa. Así también se sienten mis palabras esta noche cuando, en la pro- cesión de este pregón, llegan buscando una hoja en blanco donde se venga a posar el trono del que hoy me siento capataz sin discusión alguna. Y encima de él, el vendimiador de la Fe. Señor de los Viñeros de Málaga, mi Nazareno, esta noche las pa- labras hacia ti son simplemente de agradecimiento por los días y no- ches en los que has sido y sigues siendo refugio de mis pensamientos 59
  • 62. perdidos. Ando totalmente convencido de que la gubia guio al ar- tista en tus hechuras; ella tuvo que verte pasar cargando con el peso del madero camino del Gólgota malacitano por aquella ventana del taller. Si no, no se entiende tanta perfección. Más allá de todo eso, gracias por haber permitido que aquel en cuyo camino te cruzaste, por primera y última vez, siendo un hom- bre ya desterrado de la vida, pudiese contemplar tu rostro al tiempo que deseara ser también correonista junto a ti. — Ahora entiendo por qué lo haces, musitó. –Y todo quedó entre tú y yo. A veces basta un solo gesto para salvar un alma. Vendimiador de Málaga, Nazareno de Viñeros, Señor de Carrete- ría, solo te pido que la llave de tu Sagrario sea la que abra la puerta a to- dos los cofrades de esta tierra en el sentimiento de unidad, esperanza y fe, que ha de ser el verdadero estandarte en la procesión de nuestras vidas. Y ella, ella viene dolorida por el puñal de la incomprensión. Tras- pasada y en Soledad. A ella le han arrebatado el niño que corría de pe- queño por entre las vides de esta tierra. Reina de Carretería, cubierta de puñales que hacen de tu nombre, Traspaso y Soledad, un senti- miento único en el corazón de este cofrade cuando escucho el susurro de un martillo en la campana de tu trono. Paso a la madre de los Vi- ñeros de Málaga. Paso a la Señora que tuvo dentro de sí a aquel que pisó sobre nosotros y transformó en sangre el vino malagueño. Paso 60
  • 63. al trono de aquella que lo acunó y hoy quiere seguir siendo Soledad cuando se arrodille junto a la Cruz a orillas de la torre de San Pablo. Y si sus ojos lloran con lágrimas de un Traslado de incomprensión humana, habrá trinitarios que le lleven pañuelillos inmaculados. Y si en la gélida noche se sintiera sola, allí estará la Trinidad siempre a su lado. Soledad de San Pablo, las calles de tu barrio han querido hacerse varal y llevarte de paseo para demostrarte que hasta el culmen de la belleza, al tropezar con tu cara, no tuvo por más que arrodillarse también ante ti. Por eso, cofrades de mi Málaga, cuando empecéis a sentir el cos- quilleo de la fuerza de la pasión; cuando en el cine de vuestros re- cuerdos proyecten ese momento, ese cruce de miradas, ese sonido o ese olor a Málaga pasionista, que no os importe mirar hacia el cie- lo buscando el catafalco donde yace el infante de la Placita de los Mártires que se fue a vivir al Císter. Allí estaremos, Señor, un año más para besarte los pies y seguir compartiendo aquello que supon- go te sigue cantando, guitarra en mano, un cofrade inolvidable: —A la verde olivita, verde olivita de los olivos; que tú Señor no has muerto, que vas dormido. Por eso, antes de que los Siervos de María la arropen en la pe- numbra de la noche, que su trono sea un majestuoso haz de luz ma- lagueña para su cara y su nombre, Soledad. Aunque la fría noche te traiga los fúnebres sonidos de una marcha, nunca olvides, Madre, que tu niño hoy dormirá acunado por los brazos de su Padre. 61
  • 64. Os he dicho aquí, esta noche, que todo aquel cofrade al que la vida le haya regalado la suerte de conocer esta bendita tierra, lleva un pregonero y un pregón dentro de sí. Ojalá todos pudieseis cumplir el sueño que hago realidad hoy aquí mis- mo. Como sé que eso no será posible, he querido convertir un folio de este pregón en altavoz de los sentimientos más íntimos de algu- no de vosotros que habéis contestado en cofrade y sin dudar, cuan- do os pregunté: «Málaga, Semana Santa. Y a ti, ¿qué te pone el vello como escarpias?». Vosotros lo habéis dejado escrito y yo así lo digo: la Semana San- ta es la cara de un mayor al paso de un Cristo o una Virgen, el sor- do sonido de un tambor en la oscuridad de la noche, ver salir a tu Cristo mientras esperas agachado bajo el trono de su Madre, el cru- jir de los varales, el olor de la madera, unos enfermos en el Hospital Civil, el abrazo de un hermano, el primer toque de campana, la voz rota de un capataz, un encierro, una salida, unos pies que se arras- tran por el suelo, unos llantos, unas palmas, un silencio que puede valer más que cien piropos o la frialdad en el aire de la madrugada cuando ya todo está sentenciado. Eso es una pequeña parte de vues- tra Semana Santa y también de la mía, la de Málaga. Y alguno de vosotros también me preguntó: «¿Y a ti, pregone- ro, a ti qué te pone el vello como escarpias?». A mí me pone el vello de punta cuando, en el silencio de la no- che, irrumpe el sonido de una trompeta que se hace guía del Cristo 62
  • 65. de Ánimas de Ciegos, al que un paracaidista que tuvo luz, acom- paña tras su trono en la oscuridad de una ceguera. Y, si una vez lo hizo portando un arma, hoy lo hace con una vela, mientras intenta coger la mano de aquel que fue niño de San Juan y hoy yace muer- to en su trono fusionado. Porque en Málaga también se reza a los sones de un bolero que viene anunciando que en el ejército de la fe cabemos todos, sin distinción alguna. Y en mi Semana Santa también me pone el vello como escarpias cuando suena a los lejos una música que invita a la misma muerte a ser buena compañera al final de un largo viaje. Cruz de Buena Muerte que anuncia que aquí, Cristo fue legionario. El Crucificado de la Buena Muerte quiere alistarse no solo en la túnica de cientos de nazarenos; también se hace estampa o foto- grafía en el bolsillo de muchos hombres y mujeres que marcharon y marchan muy lejos a repartir vida y esperanza, cobijo, enseñanza y fe, en esos rincones necesitados y conflictivos del mundo. Cristo de la Buena Muerte, allí algunos encontraron tu rostro de forma temprana. Y no me importa decir que, si Málaga se hace dominica y legionaria en la noche del Jueves Santo, esos soldados de la paz, son también cofrades de mi Semana Santa. Y es entonces cuando las páginas de este pregón tropiezan con su mirada de niña bonita, y la guardia de honor hoy aquí le dedica a ella las palabras que fluyen del corazón mismo. Soledad de Mena, 63
  • 66. en las líneas de este pregón vienen a unirse nazarenos, legionarios, marineros y cofrades que esta noche se ponen ante tu trono y en la ansiada espera de verte Coronada como mereces, hacen que un tro- cito del novio de la muerte sea oración para ti, de aquellos que sen- timos algo especial por tu cara de divina majestad. Soledad, Virgen marinera y legionaria, «Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice Novio de la Muerte, te estreché con lazo fuerte y tu amor, fue mi bandera». 64
  • 67. No hay nada imposible en la imaginación de mis sentimien- tos de cofrade. Por eso, en mi Semana Santa, y puede que en la tuya también, paseará un Nazareno que será Reden- tor del Mundo mientras que aquella que lo vio nacer, Mediadora de la Salvación, habrá de sentirse igualmente Madre de Dolores y Esperanza ante la injusticia incomprensible que parece asumir con Humildad y Paciencia, sentado junto a una roca, su niño. Y el cír- culo cofrade de este pregón estará completo entonces para que mi Semana Santa siga siendo la mejor del mundo. Tampoco hay nada imposible en la memoria de mi corazón de cofrade. Mi Semana Santa es, por ello, también una mención en ese recuerdo hacia personas a las que una veces conocí y otras no, pero que fueron seres de los que aprendí a través de una conversación, un libro, una noticia, una tertulia, una homilía, un gesto o una voz en la radio, a comprender mejor el sentido de ser cofrade, de ser mejor cristiano y más humano si cabe. A ellos, igualmente, quiero dedicar unas palabras en este atril. A ellos les quiero regalar mi voz. Porque allá, en esa otra tribuna don- de no existen distinciones; allá, desde donde se divisa el amor y la honradez, andan algo alborotados de felicidad porque sienten que la tarea continúa. Son muchos los que nos dijeron adiós en horas tempranas porque también en el mismo cielo necesitan de buenos cofrades. Juntos, allí, conforman el mejor ejército de vencedores. Se hicieron paracaidistas 65
  • 68. de Dios en los caminos de vida eterna y luz infinita. Se vistieron con hábito nazareno para formar un arco iris de colores pasionistas de Málaga. Y conocen, muy de cerca, al Señor Resucitado. Son ellos los que nos podrán consolar allá cuando la pena nos al- cance por un cofrade perdido, allá cuando el adiós dolorido busque en la fe su esperanza… Son muchos, pero a través del recuerdo de algunos, me gustaría deciros que nadie mejor que ellos, paracaidistas cofrades de mi Se- mana Santa, podrán transmitirnos al oído en noches de soledad y amargura que «La muerte no es el final». 66
  • 69. Cofrades de mi Málaga bendita; sentíos orgullosos de serlo. Pensad que esta vida es tan solo un peldaño en la escale- ra de la historia y hemos tenido la fortuna de estar aquí, en este lugar donde los tronos se acercan un poco más al cielo; aquí, donde una lágrima caída hace seguir germinando la semilla de nuestra Semana Santa; aquí, donde hasta los árboles de la Ala- meda llevan capirote. Este puede ser un gran momento. Salid a la calle, asomaos al cie- lo de esta tierra bendita y dad gracias por haber tenido la fortuna de ser simientes en un espacio donde Dios quiso venir a entregarse a la humanidad. Sentíos orgullosos de ser como sois; de ser cofrades. Sentíos privilegiados de ser nazarenos, pertigueros, aguadores, acólitos, músicos, monaguillos, hombre o mujer de trono. Porta- dores al fin y al cabo de la palabra de Jesús. Buscad un rincón libre dentro de vuestro corazón y llenadlo de Málaga; llenad a vuestras familias y amigos de Cristo y María. Convertíos en labradores que en la siembra dejan la semilla de algo que crecerá en las calles más antiguas, en los barrios, en las Iglesias y en vosotros mismos. Mirad, como hago yo con los míos, a vuestros hijos y pensad que hemos de dejar bien engrasada la puerta del futuro. Ellos tienen la llave de ese libro en el que nosotros estamos escribiendo páginas y serán muchas otras las que dejemos en blanco. 67
  • 70. Sí, Cristo quiso venir a Málaga en una borriquita, aquí quiso que habitara su Madre, quiso padecer y morir y aquí también deseó re- sucitar. Nos dejó una túnica, un capirote y un trono. Anda día a día en nuestras calles con nosotros y, en nuestras vidas, siempre. Cofrades de mi Málaga bendita, sentíos orgullosos de serlo. Hermanos cofrades, cristianos y malagueños, he reído, llorado, sentido y dejado muchas horas y esfuerzo en estas palabras. Emo- cionado y de corazón, os lo digo: si acaso he conseguido ilusionaros y haceros recordar, me doy por satisfecho en esa recompensa; si no es así, os pido perdón. Pero antes de que descanse mi voz y vuestros corazones hablen, me gustaría deciros que nada ni nadie apague nunca la fuerza de vuestros sentimientos cristianos y cofrades. Vo- sotros sois los mejores pregoneros de la Semana Santa de Málaga. ¡Mirad a vuestro alrededor! Somos un todo, somos grandes, muy grandes… Somos pasado, somos presente y seremos futuro… Aquí y ahora, un último favor os pido: ¡Daos la mano y sentid la magnitud de todo esto de lo que os he venido hablando! ¡Daos la mano! ¡Cerrad vuestros ojos y dejaos llevar por la mejor de las procesiones, la de vuestro corazón! ¡Daos la mano! Aquí y allá; también en vuestras casas. Contemplad cómo los hermanos Pollinicos, del Traslado y del Rescate portan juntos el mismo estandarte. 68
  • 71. Faroles traen de la Paloma y Salud, de la Columna y del Huerto. Sentid cómo hombres de trono de Salesianos y la Estrella abra- zan el varal de un sueño único. Allí, bajo el varal, cofrades también de la Cena, Santa Cruz, Descendimiento, Salutación y Prendimiento. De capataces, el Amor, Crucifixión, Zamarrilla y Dolores de San Juan. Esperanza, Sangre y Expiración en el arco de campana. «¡Quietos ahí! ¡Esos cuerpos derechos!» –grita una voz del Rico. «¡Quietos atrás también!» –dicen los de Nueva Esperanza. «Fusionados, otro esfuerzo. Medio pasito a la derecha». «Medio más…» –apuntan desde Sentencia «¡Que no se mueva una vela!». En el guion el Cautivo y, a su lado, Estudiantes, Misericordia y Piedad. Faroles de mano del Sepulcro y Cruz Guía de Pasión. Vía Crucis del Rocío, dalmáticas del Dulce Nombre. Túnicas de Dolores del Puente e incienso de las Penas. El tercio lo pone Mena y Viñeros la agrupación. Monte Calvario le reza y Humildad nos lo presenta. Sí, los Servitas ahora son de la Reina de los Cielos. Y Cristo vuelve a resucitar en Málaga. HE DICHO. 69
  • 72. Se terminó de imprimir este volumen, que contiene el Pregón de la Semana Santa de Málaga, el día 19 de marzo del Año del Señor 2014, festividad de San José, y CCCXCIX Aniversario de la Fundación de la Cofradía de N. P. Jesús Nazareno de Viñeros. LAUS DEO