El documento describe la transición entre el arte clásico grecorromano y el arte medieval en el siglo VI d.C., especialmente en Rávena. El arte medieval enfatizó más el simbolismo e intuición sobre lo material y racional. Las formas de arte antiguas fueron reinterpretadas bajo una nueva luz cristiana que priorizaba lo espiritual sobre lo físico. Los estilos romano y bizantino marcaron esta transición hacia nuevas formas de expresión verbal, visual y auditiva para representar visiones ultraterrenas.
2. El arte del siglo VI en Rávena, a semejanza del de otros centros importantes como Constantinopla y Roma, estableció la transición entre el mundo clásico grecorromano y el mundo medieval. A pesar de que perduró algo de la antigua grandeza, la enorme importancia concedida al simbolismo sentó las bases de los estilos medievales venideros. Lo material fue substituido por lo mental, y el camino racional al conocimiento, por la revelación intuitiva. Muchas de las antiguas formas de arte fueron transferidas y reinterpretadas bajo una nueva luz.
3. El concepto de espacio cambió desde la representación tridimensional limitada clásica del mundo natural, hasta el mundo infinito simbólico bidimensional cristiano. Las cosas invisibles adquirieron mayor importancia que las visibles. El hombre clásico consideraba su mundo objetivamente desde el exterior; a diferencia, el cristiano primitivo lo contempló subjetivamente desde el interior. El drama griego alcanzó su cima paso a paso con lógica ineludible; a diferencia, el drama cristiano inflamó las llamas de la fe y llegó a su clímax místico por medios intuitivos. La negación de la carne y la convicción que sólo el alma podía ser bella ahogó la corporeidad clásica y exaltó la incorporeidad abstracta. En vez de captar y revestir la imagen divina con un cuerpo y sangre, la nueva preocupación fue liberar al espíritu de las cadenas y la servidumbre de la carne.
4. Los estilos romano y bizantino de principios del cristianismo fueron la respuesta a la necesidad de nuevas formas de expresión verbal, visual y auditiva. En uno y otro casos, se produjo un cambio de la forma con que se buscaba representar el mundo terrenal, a otras capaces de evocar visiones ultraterrenas. Por medio de la poesía del lenguaje, los modelos coreográficos de porte y ademán, y las melodías exaltadas del canto, el drama sobrecogedor de la humanidad, plasmado en la liturgia, fue representado en teatros sublimes que contaban con toda una parafernalia de decorados, ornamentos, vestiduras y utilería creados por las manos de los más finos artífices y artistas de la época. Aún más, la liturgia perdura como todo un aparato destinado a durar no algunas horas, sino a desenvolverse con variación constante durante la sucesión continua de fiestas solemnes y gozosas, en las semanas, meses y estaciones del año, y en las décadas, los siglos y los milenios.