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LAS MANOS MÁS HERMOSAS

Alberto Durero fue un afamado pintor y grabador alemán, sin duda alguna el
representante más genial del Renacimiento en el norte de Europa. Hombre de
un profundo humanismo, gozó durante su vida de gran prestigio y popularidad.
Entre las obras que más gustan a la gente y que han sido reproducidas en
millones de copias, se encuentra sus “Manos Orantes”. Esta es su historia:
                                                       Alberto Durero y Franz
                                                       Knigstein eran dos jóvenes
                                                       amigos      que     luchaban
                                                       contra toda adversidad por
                                                       llegar a ser artistas. Como
                                                       eran muy pobres y no
                                                       tenían ningún mecenas
                                                       que       los        ayudara,
                                                       decidieron que uno de
                                                       ellos estudiaría arte y el
                                                       otro buscaría trabajo y
                                                       sufragaría los gastos de
                                                       los dos. Pensaban que,
                                                       cuando        el      primero
culminara sus estudios y ya fuera un artista, con la venta de sus cuadros podría
subvencionar los estudios del compañero.
Echaron a suertes para decidir quién de los dos iría primero a la universidad.
Durero fue a las clases y Knigstein se puso a trabajar. Durero alcanzó pronto la
fama y la genialidad. Después de haber vendido algunos de sus cuadros,
regresó para cumplir su parte en el trato y permitir que Franz comenzara a
estudiar. Cuando se encontraron de nuevo, Alberto comprobó dolorosamente el
altísimo precio que había tenido que pagar el compañero. Sus delicados y
sensibles dedos habían quedado estropeados por los largos años de duro
trabajo. Tuvo que abandonar su sueño artístico, pero no se arrepintió de ello,
sino que se alegró del éxito de su amigo y de haber podido contribuir a ello.
Un día, Alberto sorprendió a su amigo de rodillas y con sus nudosas manos
entrelazadas en actitud de oración. De inmediato, el artista delineó un esbozo
de la que llegaría a ser una de sus obras más famosas “Manos Orantes”.
Necesitamos una educación que se oriente no meramente a formar la mente,
sino también el corazón y las manos. Manos siempre abiertas a la ayuda y el
servicio, que nunca se cierren en puño que amenaza y que golpea. Manos
hábiles, trabajadoras, que asumen el trabajo como medio fundamental de
realización y buscan la excelencia en todo lo que hacen. Manos que acarician,
que saludan con afecto, que aplauden con júbilo los triunfos ajenos, que dan
pero también reciben y agradecen. Manos que sanan, dan calor, acortan
distancias. Manos encallecidas por el servicio y el trabajo. Como las de Dios:
Dios tiene las manos sucias
el pelo despeinado
su ropa huele a tierra y a sudor
sus modales son rudos.
Sí, porque Dios está en el pobre que
encontramos en la calle,
el mendigo que interrumpe nuestros pasos
el obrero de manos callosas
el muchacho que vende periódicos

el mecánico embadurnado de grasa. Dios está en el obrero de manos callosas
y frente bañada de sudor luchando por sembrar la justicia por sembrar el amor
en medio de protestas y rebeldías. Así es Dios,
siempre ocupado, construyendo un ideal. Pero hay quienes lo imaginan
sentado en su trono celestial limpio, sereno, inmaculado rodeado de ángeles
puros, y entonces piensan que seguir a Dios es apartarse del mundo que les
rodea y caminan en la orilla con las manos juntas, limpios, tranquilos, felices de
vivir allí. De vez en cuando meten las manos en el mundo para hacer una
buena acción que es más bien un tranquilizante de conciencia y procuran no
mancharse no contaminarse con la suciedad y vuelven a tomar su camino
convencidos de que siguen a Dios. Pero se olvidan que Dios tiene las manos
sucias y que vive con los pobres y que quien quiere seguirle debe disponerse a
ensuciarse las manos. Dios está aquí, con sus hijos predilectos: los pobres.
¿De qué sirve si te vas por la orilla? Dios quiere que te ensucies las manos con
El que te enredes en la trama humana, como lo hace El.
No te ocultes en el manto de Dios para no tener nada que ver con los que te
rodean. Dios lucha en el hombre de hoy y cuenta contigo.
***
Cuenta una leyenda que hace muchos años vivían tres hermosas princesas en
un palacio real. Una mañana, mientras paseaban por el maravilloso jardín con
sus fuentes y rosales, empezaron a preguntarse cuál de las tres tenía las
manos más hermosas. Elena, que se había teñido los dedos de rojo agarrando
unas fresas, aseguraba que las suyas eran las más hermosas. Antonieta, que
había estado entre las rosas y sus manos habían quedado impregnadas de
perfume, no tenía la menor duda de que las suyas eran las más bellas. Juana

había metido los dedos en el arroyo cristalino y las gotas de agua brillaban
como diamantes. También ella estaba convencida de que sus manos eran las
más hermosas.
En esos momentos, llegó una muchacha menesterosa que les pidió una
limosna. Las princesas, al ver su aspecto sucio y lamentable, pusieron cara de
asco y se fueron de allí. La mendiga pasó a una cabaña que se hallaba cerca
donde una mujer tostada por el sol y de manos toscas y manchadas por el
trabajo, le dio un pan.
Cuenta la leyenda, que la mendiga se transformó en un ángel que apareció en
la puerta del jardín y les dijo a las princesas:
-Las manos más hermosas son aquellas que están dispuestas a bendecir y
ayudar a sus semejantes.

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  • 1. LAS MANOS MÁS HERMOSAS Alberto Durero fue un afamado pintor y grabador alemán, sin duda alguna el representante más genial del Renacimiento en el norte de Europa. Hombre de un profundo humanismo, gozó durante su vida de gran prestigio y popularidad. Entre las obras que más gustan a la gente y que han sido reproducidas en millones de copias, se encuentra sus “Manos Orantes”. Esta es su historia: Alberto Durero y Franz Knigstein eran dos jóvenes amigos que luchaban contra toda adversidad por llegar a ser artistas. Como eran muy pobres y no tenían ningún mecenas que los ayudara, decidieron que uno de ellos estudiaría arte y el otro buscaría trabajo y sufragaría los gastos de los dos. Pensaban que, cuando el primero culminara sus estudios y ya fuera un artista, con la venta de sus cuadros podría subvencionar los estudios del compañero. Echaron a suertes para decidir quién de los dos iría primero a la universidad. Durero fue a las clases y Knigstein se puso a trabajar. Durero alcanzó pronto la fama y la genialidad. Después de haber vendido algunos de sus cuadros, regresó para cumplir su parte en el trato y permitir que Franz comenzara a estudiar. Cuando se encontraron de nuevo, Alberto comprobó dolorosamente el altísimo precio que había tenido que pagar el compañero. Sus delicados y sensibles dedos habían quedado estropeados por los largos años de duro trabajo. Tuvo que abandonar su sueño artístico, pero no se arrepintió de ello, sino que se alegró del éxito de su amigo y de haber podido contribuir a ello. Un día, Alberto sorprendió a su amigo de rodillas y con sus nudosas manos entrelazadas en actitud de oración. De inmediato, el artista delineó un esbozo de la que llegaría a ser una de sus obras más famosas “Manos Orantes”. Necesitamos una educación que se oriente no meramente a formar la mente, sino también el corazón y las manos. Manos siempre abiertas a la ayuda y el servicio, que nunca se cierren en puño que amenaza y que golpea. Manos hábiles, trabajadoras, que asumen el trabajo como medio fundamental de realización y buscan la excelencia en todo lo que hacen. Manos que acarician, que saludan con afecto, que aplauden con júbilo los triunfos ajenos, que dan pero también reciben y agradecen. Manos que sanan, dan calor, acortan distancias. Manos encallecidas por el servicio y el trabajo. Como las de Dios: Dios tiene las manos sucias el pelo despeinado su ropa huele a tierra y a sudor sus modales son rudos. Sí, porque Dios está en el pobre que encontramos en la calle, el mendigo que interrumpe nuestros pasos
  • 2. el obrero de manos callosas el muchacho que vende periódicos el mecánico embadurnado de grasa. Dios está en el obrero de manos callosas y frente bañada de sudor luchando por sembrar la justicia por sembrar el amor en medio de protestas y rebeldías. Así es Dios, siempre ocupado, construyendo un ideal. Pero hay quienes lo imaginan sentado en su trono celestial limpio, sereno, inmaculado rodeado de ángeles puros, y entonces piensan que seguir a Dios es apartarse del mundo que les rodea y caminan en la orilla con las manos juntas, limpios, tranquilos, felices de vivir allí. De vez en cuando meten las manos en el mundo para hacer una buena acción que es más bien un tranquilizante de conciencia y procuran no mancharse no contaminarse con la suciedad y vuelven a tomar su camino convencidos de que siguen a Dios. Pero se olvidan que Dios tiene las manos sucias y que vive con los pobres y que quien quiere seguirle debe disponerse a ensuciarse las manos. Dios está aquí, con sus hijos predilectos: los pobres. ¿De qué sirve si te vas por la orilla? Dios quiere que te ensucies las manos con El que te enredes en la trama humana, como lo hace El. No te ocultes en el manto de Dios para no tener nada que ver con los que te rodean. Dios lucha en el hombre de hoy y cuenta contigo. *** Cuenta una leyenda que hace muchos años vivían tres hermosas princesas en un palacio real. Una mañana, mientras paseaban por el maravilloso jardín con sus fuentes y rosales, empezaron a preguntarse cuál de las tres tenía las manos más hermosas. Elena, que se había teñido los dedos de rojo agarrando unas fresas, aseguraba que las suyas eran las más hermosas. Antonieta, que había estado entre las rosas y sus manos habían quedado impregnadas de perfume, no tenía la menor duda de que las suyas eran las más bellas. Juana había metido los dedos en el arroyo cristalino y las gotas de agua brillaban como diamantes. También ella estaba convencida de que sus manos eran las más hermosas. En esos momentos, llegó una muchacha menesterosa que les pidió una limosna. Las princesas, al ver su aspecto sucio y lamentable, pusieron cara de asco y se fueron de allí. La mendiga pasó a una cabaña que se hallaba cerca donde una mujer tostada por el sol y de manos toscas y manchadas por el trabajo, le dio un pan. Cuenta la leyenda, que la mendiga se transformó en un ángel que apareció en la puerta del jardín y les dijo a las princesas: -Las manos más hermosas son aquellas que están dispuestas a bendecir y ayudar a sus semejantes.