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Eduardo Londoño
Museo del Oro
El mundo visto desde la religión
Como se dijo inicialmente, la
religión tenía un lugar de privilegio
entre los muiscas; no es de
extrañar que se intercambiaran
entre regiones plantas medicinales
y plantas dotadas de poderes que
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coca) de tierras cálidas como el
cañón del Chicamocha, o el
borrachero (Datura sp.) oriundo
del altiplano.
Para esto tienen dos yerbas que ellos comen, que llaman yop y osca, las cuales
acabadas de tomar cada una por sí, desde allí a ciertas horas o espacios dicen
ellos que les dice el Sol lo que han de hacer en aquellas cosas que le preguntan...
Si ciertas coyunturas se les mueven después de haber comido las yerbas,... es
señal que han de acabar bien su deseo e negocio; e si se mueven otras ciertas
coyunturas, es señal que no les ha de subceder bien, sino mal; y para este
desvarío tienen repartidas las coyunturas, intituladas y conoscidas por buenas las
unas, y las otras por malas. (Oviedo, [1548]: 3: 122).
Una hierba que llaman hayo... traen los indios en la boca, e aunque la mascan no
la tragan y la echan cuando les paresce; y en unos calabacitos traen una mixtura
que paresce cal viva, y así arde como yesca, y con un palillo sacan de ella y dánse
por las encías a una parte e a otra. Dicen los indios que el hayo y esa cal los
sustenta mucho e los tiene sanos. Holgando o trabajando o caminando, de día e
de noche, comen o ejercitan lo que es dicho... (Oviedo, [1548]: 3: 126).
Hay una hierba en aquella tierra, que llaman tectec, que enloquesce, y tanta
podría comer un hombre della, que lo matase. Y para hacer que uno enloquezca,
echan desa hierba en la olla en que guisan de comer, y comiendo después de la
hierba que con la carne se coció, quedan locos los convidados o comedores para
tres o cuatro días; e según la cantidad que echaren, así es más o menos la locura.
(Oviedo, [1548]: 3: 111).
Aunque por lo general los cronistas evitan registrar aspectos de la religión muisca
por considerarla "cosa del diablo", los trabajos de antropólogos contemporáneos
entre los grupos sobrevivientes de la familia linguística Chibcha nos brindan una
oportunidad de acercarnos a un entendimiento de lo que fueron sus creencias.
Estudios como los de Gerardo Reichel-Dolmatoff entre los kogui de la Sierra
Nevada de Santa Marta ([1949]) o los de Ann Osborn entre los tunebos de la
Sierra Nevada del Cocuy (1982) proveen de contexto a las anotaciones de los
primeros conquistadores de los muiscas. Así por ejemplo, fray Pedro Simón
describe los elementos de un ritual de yopo en Tota, donde los franciscanos se
encargaban de la doctrina, en términos similares a los de los actuales tunebos
([1625]: 6: 118; otro caso en Colmenares, [1970]: 28-29). Estos conjuran los
peligros de una cercanía extrema de las deidades cumpliendo en los meses
lluviosos que rodean el solsticio del norte (mayo a julio), un período de ayuno y
abstinencia donde sólo consumen alimentos del bosque y mantienen el fogón
apagado; lo mismo anotaron los primeros conquistadores como una práctica
extraña de los muiscas que variaba en duración según las regiones:
Tienen dieta dos meses al año, como cuaresma, en los cuales no pueden tocar a
mujer ni comer sal. (Gómara, [1551]: 1: 120).
Reparten los tiempos del año, para sus negocios, muy ordenadamente, y dividen
los meses o lunas en tres partes; y los diez días primeros, casi la mayor parte del
día y toda la noche comen una hierba que [en la costa de la mar] se dice hayo,
mezclada con la que ellos tienen para medicina, para conservar su salud, y en
este tiempo no comunican a sus mujeres y duermen en diversos apartamientos. Y
los otros diez días segundos se ocupan en sus labranzas y contractaciones y
negocios; y los últimos o postreros diez días del mes toman para su recreación e
comunicación con sus mujeres, y en algunas partes de aquella tierra abrevian más
estos términos... (Oviedo, [1548]: 3: 111, 121; Epítome, [1547]: 297).
Los mitos muiscas que los jeques o sacerdotes cantaban en las ceremonias,
hablaban de un ser supremo llamado Chiminigagua que al principio del tiempo
hizo la luz y envió unas aves negras a recorrer el mundo iluminando (creando)
cada lugar con su aliento. Para poblar la tierra la madre Bachué habría salido de la
laguna de Iguaque con un niño, con quien una vez crecido tuvo centenares de
hijos a quienes enseñó preceptos y leyes, hasta que al cabo de los años,
convertidos ambos en serpientes, se sumergieron en la laguna de donde habían
salido.
Otra versión propone que el cacique de Sogamoso y su sobrino el de Ramiriquí-
Tunja hicieron a los demás hombres de tierra amarilla y a las mujeres de una
caña, y luego, en el solsticio de diciembre, se transformaron el de Ramiriquí en Sol
y el de Sogamoso en Luna, siendo desde entonces objeto de adoración (Pérez de
Barradas, 1938).
Ellos tienen al Sol y a la Luna por criadores de todas las cosas, y creen dellos que
se juntan como marido y muger a tener sus ayuntamientos. Sin esto, tienen otra
munchedumbre de ídolos, los cuales tienen como nosotros acá a los santos, para
que rueguen al Sol y a la Luna por sus cosas. (Epítome, [1547]: 300).
Los mismos relatos se referían a un héroe civilizador de barbas blancas —un
apóstol según los españoles— que predicó la inmortalidad del alma y enseñó el
arte textil. Podía caminar sobre las aguas y desapareció finalmente en Sogamoso
(Pacheco, 1971: 30). Castellanos llama a este personaje Bochica, pero Simón le
dice Chimizapagua o mensajero de los dioses. En la crónica de este último
Bochica es un dios a quien acuden los muiscas para desanegar la Sabana
inundada cuando el enfurecido Chibchachum creó el río Teusacá:
De los ríos que dan más aguas a este grande [de Bunza o Bogotá] son
principalmente uno que llaman Sopó, que tomó el nombre de un pueblo de indios
por donde pasa, y el otro Tivitó o río de Chocontá...
...Por ciertas cosas que había usado con ellos... el dios Chibchachum, le
murmuraban los indios y ofendían en secreto y en público. Con que indignado
Chibchachum trató de castigarlos anegándoles las tierras, para lo cual crió o trajo
de otras partes los dos ríos dichos de Sopó y Tivitó, con que crecieron tanto las
aguas del valle... e iba creciendo cada día tan a varas la inundación, que no tenían
ya esperanza del remedio,... por lo cual [la gente] toda se determinó por mejor
consejo de ir con la queja y pedir el remedio al dios Bochica, ofreciéndole en su
templo clamores, sacrificios y ayunos. (Simón, [1624]: 3: 379-380).
Bochica apareció entonces sobre el arco iris con una vara de oro en la mano y
remedió la pesadumbre de los muiscas abriendo como desagüe de la Sabana el
salto del Tequendama:
"Me doy por satisfecho de lo bien que me servís... y así, aunque no os quitaré los
dos ríos porque algún tiempo de sequedad los habréis menester, abriré una sierra
por donde salgan las aguas y queden libres vuestras tierras". Y diciendo y
haciendo, arrojó la vara de oro hacia Tequendama y abrió aquellas peñas por
donde ahora pasa el río. (Simón, [1624]: 3: 380).
Una diferencia mayor entre los indígenas de hoy y del pasado es el volumen de
oro que antaño se encontraba en los muchos templos arrasados por los europeos,
ya fuera en las capitanías rasas, en templos con calzadas ceremoniales como los
que existieron en Guatavita y entre Chía y Cajicá (Velandia, 1980: 3: 1380) o en
los dominios del cacique mayor de Sogamoso.
Quanto a la religión destos indios, digo que en su manera de error son
religiosísimos, porque allende de tener en cada pueblo sus templos, que los
españoles llaman allá santuarios, tienen fuera del lugar, así mesmo, munchos con
grandes carreras y andenes que tienen hechos dende los mesmos pueblos hasta
los mesmos templos. Tienen, sin esto, infinidad de hermitas en montes, en
caminos y en diversas partes. En todas estas casas de adoración tienen puesto
muncho oro y esmeraldas... Y a cada cosa destas tienen apropiadas sus
oraciones, las cuales dizen cantadas. (Epítome, [1547]: 298).
Viendo los cristianos esto, fueron en demanda de otro cacique que estaba de allí a
8 o 9 leguas, que decían Sagamoso, diciendo que tenía muy gran cantidad de oro;
...Hallaron en sus santuarios hasta 30 y tantos mil pesos de oro en joyas hechas y
ofrecidas a sus tunjos o dioses. Eran águilas, coronas y otras joyas de otras
maneras, tejuelos de oro, pan de oro de diez marcos de peso. Halláronse algunas
esmeraldas, buenas mantas y cuentas. (Anónimo, [1545]: 240-241).
Los muiscas, como hasta hoy los koguis, hacían pagamentos u ofrendas en
lugares sagrados, como bosques, rocas, montañas y lagunas. Se trata de una
forma de actuar para mantener el equilibrio del mundo colocando objetos cargados
de simbolismo en lugares asimismo simbólicos: cuando el mundo por algún motivo
se tona muy masculino o muy seco, el jeque busca con la ofrenda darle más peso
al carácter femenino o húmedo. Objetos de ofrenda eran por ejemplo las cuentas
de collar, algodones embebidos de semen o piezas de oro (Lleras, 1999; Londoño,
1989). Este fin cumplían los conocidos tunjos muiscas, representaciones en oro o
tumbaga —aleación con cobre— de hombres, mujeres o animales votivos.
También el oro, en forma de adornos, acompañaba a los caciques y personajes en
sus tumbas.
Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no
tocan a cortar un árbol ni tomarán una poca de agua por todo el mundo. En estos
bosques van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en
ellos... Lo mesmo es en lo de las lagunas, las que tienen dedicadas para sus
sacrificios: que van allí y echan muncho oro y piedras preciosas, que quedan
pérdidas para siempre. (Epítome, [1547]: 300).
En los enterramientos tienen diferentes costumbres, porque en Bogotá se
entierran debajo de tierra, excepto el cacique principal y señor de todos, que lo
echan en una laguna grande, con un ataúd de oro en que va metido. En la tierra
de Tunja, las personas principales e otros capitanes que entre ellos tienen
preeminencia, no se entierran, sino así como agora diré. Ponen sus cuerpos, con
todo el oro que tienen, en sus santuarios y casas de oración, en ciertas camas que
los españoles allá las llaman barbacoas, que son lechos levantados sobre la tierra
en puntales; e allí se los dejan con todas sus riquezas pegadas o junto al cuerpo
muerto. (Oviedo, [1548]: 3: 118).
En esta última cita, adaptada por Gonzalo Fernández de Oviedo a partir de su
lectura del "Gran cuaderno" redactado por Jiménez de Quesada, tenemos la
primera versión del mito del Dorado entre los muiscas. Un gran cacique de la
provincia de Bogotá que al morir es arrojado a una laguna, dentro de un ataúd de
oro. Más tarde el Dorado habría de identificarse con una tradición del cacicazgo de
Guatavita, donde cada nuevo cacique debía, según lo narra Juan Rodríguez
Freyle, entrar a la laguna navegando en una balsa cargada de ofrendas, desnudo
y recubierto de polvo de oro, para arrojar los tesoros a las aguas:
Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo... coronada de infinidad de indios
e indias, con mucha plumería, chagualas y coronas de oro, con infinitos fuegos a
la redonda, y luego que en la balsa comenzaba el sahumerio lo encendían en
tierra, en tal manera, que el humo impedía ver la luz del día.
...Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies
en medio de la laguna, y los cuatro caciques que iban con él y le acompañaban
hacían lo propio; ...y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos
con muy largos corros de bailes y danzas a su modo, con la cual ceremonia
recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe. De esta
ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado de El Dorado... (Freyle, [1636]:
65-66).
Con Guatavita, este autor menciona "cinco altares o puestos de devoción" de los
muiscas: la laguna de Guasca, la de Siecha y la de Teusacá, "que también tiene
gran tesoro, según fama, porque se decía tenía dos caimanes de oro, amén de
otras joyas y santillos, y hubo muchos golosos que le dieron tiento, pero es
hondable y de muchas peñas" (Freyle, [1636]: 83). Por lo que nos ha llegado de
estos mitos, narraciones y consejas, los colombianos que nos acercamos hoy a
las aguas tranquilas de las lagunas del altiplano sentimos todavía viva la sombra
furtiva y dorada de los muiscas, "gente que quieren paz y no guerra, porque
aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas".

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Articulo historia de muiscas

  • 1. Eduardo Londoño Museo del Oro El mundo visto desde la religión Como se dijo inicialmente, la religión tenía un lugar de privilegio entre los muiscas; no es de extrañar que se intercambiaran entre regiones plantas medicinales y plantas dotadas de poderes que intervenían en numerosas ceremonias religiosas y actos adivinatorios: el yopo (Anadenantera peregrina) venido de los Llanos, la coca (Eritroxylon coca) de tierras cálidas como el cañón del Chicamocha, o el borrachero (Datura sp.) oriundo del altiplano. Para esto tienen dos yerbas que ellos comen, que llaman yop y osca, las cuales acabadas de tomar cada una por sí, desde allí a ciertas horas o espacios dicen ellos que les dice el Sol lo que han de hacer en aquellas cosas que le preguntan... Si ciertas coyunturas se les mueven después de haber comido las yerbas,... es señal que han de acabar bien su deseo e negocio; e si se mueven otras ciertas coyunturas, es señal que no les ha de subceder bien, sino mal; y para este desvarío tienen repartidas las coyunturas, intituladas y conoscidas por buenas las unas, y las otras por malas. (Oviedo, [1548]: 3: 122). Una hierba que llaman hayo... traen los indios en la boca, e aunque la mascan no la tragan y la echan cuando les paresce; y en unos calabacitos traen una mixtura que paresce cal viva, y así arde como yesca, y con un palillo sacan de ella y dánse por las encías a una parte e a otra. Dicen los indios que el hayo y esa cal los sustenta mucho e los tiene sanos. Holgando o trabajando o caminando, de día e de noche, comen o ejercitan lo que es dicho... (Oviedo, [1548]: 3: 126). Hay una hierba en aquella tierra, que llaman tectec, que enloquesce, y tanta podría comer un hombre della, que lo matase. Y para hacer que uno enloquezca, echan desa hierba en la olla en que guisan de comer, y comiendo después de la hierba que con la carne se coció, quedan locos los convidados o comedores para
  • 2. tres o cuatro días; e según la cantidad que echaren, así es más o menos la locura. (Oviedo, [1548]: 3: 111). Aunque por lo general los cronistas evitan registrar aspectos de la religión muisca por considerarla "cosa del diablo", los trabajos de antropólogos contemporáneos entre los grupos sobrevivientes de la familia linguística Chibcha nos brindan una oportunidad de acercarnos a un entendimiento de lo que fueron sus creencias. Estudios como los de Gerardo Reichel-Dolmatoff entre los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta ([1949]) o los de Ann Osborn entre los tunebos de la Sierra Nevada del Cocuy (1982) proveen de contexto a las anotaciones de los primeros conquistadores de los muiscas. Así por ejemplo, fray Pedro Simón describe los elementos de un ritual de yopo en Tota, donde los franciscanos se encargaban de la doctrina, en términos similares a los de los actuales tunebos ([1625]: 6: 118; otro caso en Colmenares, [1970]: 28-29). Estos conjuran los peligros de una cercanía extrema de las deidades cumpliendo en los meses lluviosos que rodean el solsticio del norte (mayo a julio), un período de ayuno y abstinencia donde sólo consumen alimentos del bosque y mantienen el fogón apagado; lo mismo anotaron los primeros conquistadores como una práctica extraña de los muiscas que variaba en duración según las regiones: Tienen dieta dos meses al año, como cuaresma, en los cuales no pueden tocar a mujer ni comer sal. (Gómara, [1551]: 1: 120). Reparten los tiempos del año, para sus negocios, muy ordenadamente, y dividen los meses o lunas en tres partes; y los diez días primeros, casi la mayor parte del día y toda la noche comen una hierba que [en la costa de la mar] se dice hayo, mezclada con la que ellos tienen para medicina, para conservar su salud, y en este tiempo no comunican a sus mujeres y duermen en diversos apartamientos. Y los otros diez días segundos se ocupan en sus labranzas y contractaciones y negocios; y los últimos o postreros diez días del mes toman para su recreación e comunicación con sus mujeres, y en algunas partes de aquella tierra abrevian más estos términos... (Oviedo, [1548]: 3: 111, 121; Epítome, [1547]: 297). Los mitos muiscas que los jeques o sacerdotes cantaban en las ceremonias, hablaban de un ser supremo llamado Chiminigagua que al principio del tiempo hizo la luz y envió unas aves negras a recorrer el mundo iluminando (creando) cada lugar con su aliento. Para poblar la tierra la madre Bachué habría salido de la laguna de Iguaque con un niño, con quien una vez crecido tuvo centenares de hijos a quienes enseñó preceptos y leyes, hasta que al cabo de los años, convertidos ambos en serpientes, se sumergieron en la laguna de donde habían salido. Otra versión propone que el cacique de Sogamoso y su sobrino el de Ramiriquí- Tunja hicieron a los demás hombres de tierra amarilla y a las mujeres de una caña, y luego, en el solsticio de diciembre, se transformaron el de Ramiriquí en Sol
  • 3. y el de Sogamoso en Luna, siendo desde entonces objeto de adoración (Pérez de Barradas, 1938). Ellos tienen al Sol y a la Luna por criadores de todas las cosas, y creen dellos que se juntan como marido y muger a tener sus ayuntamientos. Sin esto, tienen otra munchedumbre de ídolos, los cuales tienen como nosotros acá a los santos, para que rueguen al Sol y a la Luna por sus cosas. (Epítome, [1547]: 300). Los mismos relatos se referían a un héroe civilizador de barbas blancas —un apóstol según los españoles— que predicó la inmortalidad del alma y enseñó el arte textil. Podía caminar sobre las aguas y desapareció finalmente en Sogamoso (Pacheco, 1971: 30). Castellanos llama a este personaje Bochica, pero Simón le dice Chimizapagua o mensajero de los dioses. En la crónica de este último Bochica es un dios a quien acuden los muiscas para desanegar la Sabana inundada cuando el enfurecido Chibchachum creó el río Teusacá: De los ríos que dan más aguas a este grande [de Bunza o Bogotá] son principalmente uno que llaman Sopó, que tomó el nombre de un pueblo de indios por donde pasa, y el otro Tivitó o río de Chocontá... ...Por ciertas cosas que había usado con ellos... el dios Chibchachum, le murmuraban los indios y ofendían en secreto y en público. Con que indignado Chibchachum trató de castigarlos anegándoles las tierras, para lo cual crió o trajo de otras partes los dos ríos dichos de Sopó y Tivitó, con que crecieron tanto las aguas del valle... e iba creciendo cada día tan a varas la inundación, que no tenían ya esperanza del remedio,... por lo cual [la gente] toda se determinó por mejor consejo de ir con la queja y pedir el remedio al dios Bochica, ofreciéndole en su templo clamores, sacrificios y ayunos. (Simón, [1624]: 3: 379-380). Bochica apareció entonces sobre el arco iris con una vara de oro en la mano y remedió la pesadumbre de los muiscas abriendo como desagüe de la Sabana el salto del Tequendama: "Me doy por satisfecho de lo bien que me servís... y así, aunque no os quitaré los dos ríos porque algún tiempo de sequedad los habréis menester, abriré una sierra por donde salgan las aguas y queden libres vuestras tierras". Y diciendo y haciendo, arrojó la vara de oro hacia Tequendama y abrió aquellas peñas por donde ahora pasa el río. (Simón, [1624]: 3: 380). Una diferencia mayor entre los indígenas de hoy y del pasado es el volumen de oro que antaño se encontraba en los muchos templos arrasados por los europeos, ya fuera en las capitanías rasas, en templos con calzadas ceremoniales como los que existieron en Guatavita y entre Chía y Cajicá (Velandia, 1980: 3: 1380) o en los dominios del cacique mayor de Sogamoso. Quanto a la religión destos indios, digo que en su manera de error son religiosísimos, porque allende de tener en cada pueblo sus templos, que los españoles llaman allá santuarios, tienen fuera del lugar, así mesmo, munchos con grandes carreras y andenes que tienen hechos dende los mesmos pueblos hasta los mesmos templos. Tienen, sin esto, infinidad de hermitas en montes, en caminos y en diversas partes. En todas estas casas de adoración tienen puesto
  • 4. muncho oro y esmeraldas... Y a cada cosa destas tienen apropiadas sus oraciones, las cuales dizen cantadas. (Epítome, [1547]: 298). Viendo los cristianos esto, fueron en demanda de otro cacique que estaba de allí a 8 o 9 leguas, que decían Sagamoso, diciendo que tenía muy gran cantidad de oro; ...Hallaron en sus santuarios hasta 30 y tantos mil pesos de oro en joyas hechas y ofrecidas a sus tunjos o dioses. Eran águilas, coronas y otras joyas de otras maneras, tejuelos de oro, pan de oro de diez marcos de peso. Halláronse algunas esmeraldas, buenas mantas y cuentas. (Anónimo, [1545]: 240-241). Los muiscas, como hasta hoy los koguis, hacían pagamentos u ofrendas en lugares sagrados, como bosques, rocas, montañas y lagunas. Se trata de una forma de actuar para mantener el equilibrio del mundo colocando objetos cargados de simbolismo en lugares asimismo simbólicos: cuando el mundo por algún motivo se tona muy masculino o muy seco, el jeque busca con la ofrenda darle más peso al carácter femenino o húmedo. Objetos de ofrenda eran por ejemplo las cuentas de collar, algodones embebidos de semen o piezas de oro (Lleras, 1999; Londoño, 1989). Este fin cumplían los conocidos tunjos muiscas, representaciones en oro o tumbaga —aleación con cobre— de hombres, mujeres o animales votivos. También el oro, en forma de adornos, acompañaba a los caciques y personajes en sus tumbas. Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no tocan a cortar un árbol ni tomarán una poca de agua por todo el mundo. En estos bosques van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos... Lo mesmo es en lo de las lagunas, las que tienen dedicadas para sus sacrificios: que van allí y echan muncho oro y piedras preciosas, que quedan pérdidas para siempre. (Epítome, [1547]: 300). En los enterramientos tienen diferentes costumbres, porque en Bogotá se entierran debajo de tierra, excepto el cacique principal y señor de todos, que lo echan en una laguna grande, con un ataúd de oro en que va metido. En la tierra de Tunja, las personas principales e otros capitanes que entre ellos tienen preeminencia, no se entierran, sino así como agora diré. Ponen sus cuerpos, con todo el oro que tienen, en sus santuarios y casas de oración, en ciertas camas que los españoles allá las llaman barbacoas, que son lechos levantados sobre la tierra en puntales; e allí se los dejan con todas sus riquezas pegadas o junto al cuerpo muerto. (Oviedo, [1548]: 3: 118). En esta última cita, adaptada por Gonzalo Fernández de Oviedo a partir de su lectura del "Gran cuaderno" redactado por Jiménez de Quesada, tenemos la primera versión del mito del Dorado entre los muiscas. Un gran cacique de la provincia de Bogotá que al morir es arrojado a una laguna, dentro de un ataúd de oro. Más tarde el Dorado habría de identificarse con una tradición del cacicazgo de Guatavita, donde cada nuevo cacique debía, según lo narra Juan Rodríguez Freyle, entrar a la laguna navegando en una balsa cargada de ofrendas, desnudo y recubierto de polvo de oro, para arrojar los tesoros a las aguas:
  • 5. Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo... coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chagualas y coronas de oro, con infinitos fuegos a la redonda, y luego que en la balsa comenzaba el sahumerio lo encendían en tierra, en tal manera, que el humo impedía ver la luz del día. ...Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en medio de la laguna, y los cuatro caciques que iban con él y le acompañaban hacían lo propio; ...y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo, con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe. De esta ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado de El Dorado... (Freyle, [1636]: 65-66). Con Guatavita, este autor menciona "cinco altares o puestos de devoción" de los muiscas: la laguna de Guasca, la de Siecha y la de Teusacá, "que también tiene gran tesoro, según fama, porque se decía tenía dos caimanes de oro, amén de otras joyas y santillos, y hubo muchos golosos que le dieron tiento, pero es hondable y de muchas peñas" (Freyle, [1636]: 83). Por lo que nos ha llegado de estos mitos, narraciones y consejas, los colombianos que nos acercamos hoy a las aguas tranquilas de las lagunas del altiplano sentimos todavía viva la sombra furtiva y dorada de los muiscas, "gente que quieren paz y no guerra, porque aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas".