El documento resume el mito griego de Ío. Júpiter se enamora de Ío, hija del río Ínaco, y la seduce tomando la forma de una nube. Para ocultar su infidelidad a Juno, Júpiter transforma a Ío en una ternera. Juno descubre la verdad y pone a Ío bajo la vigilancia del perro de cien ojos Argo. Mercurio mata a Argo y Ío huye hasta Egipto, donde da a luz a Epafos y es devuelta a su
2. El río Ínaco, que corre cercano al Peneo, estaba llorando. Oculto en su cueva, lugar en el que nacía, hacía crecer con sus lágrimas el caudal de las aguas. Lloraba por su hija, la hermosa Ío, que había desaparecido de la faz de la tierra. Un día, cuando ella volvía de visitar a su padre, la vio Júpiter, padre de los dioses, y quedó prendado de su belleza. Allí mismo intentó seducirla, pero Ío echó a correr horrorizada. Entonces Júpiter extendió por la tierra una neblina profunda. Con ella envolvió a la joven, consiguió detenerla y poseerla.
3. Juno, la esposa de Júpiter, contemplaba sorprendida desde el cielo esa niebla que había oscurecido con su sombra la luz radiante del día . Pronto comprendió que no se trataba del vaho producido por el río o del que nace de la húmeda tierra y buscó a su esposo, acostumbrada como estaba a los trucos con los que él, el padre de los dioses, escondía sus aventuras amorosas. Al no hallarlo en el cielo, bajó a la tierra a investigar la razón del extraño fenómeno.
4. Júpiter había visto la llegada de su esposa y, para no ser descubierto, transformó a Ío en una ternera que, aun bajo la apariencia animal, seguí conservando toda su belleza. Pero también entonces comprendió Juno el engaño de su marido y quiso ponerlo a prueba. Tras preguntarle insistentemente por el origen de tan hermoso animal, le pidió que se lo regalara. ¿Qué podía hacer Júpiter? No quería renunciar al amor de la muchacha, pero tampoco quería pasar por infiel ante Juno. Entre el amor y la dignidad de esposo venció esta última. Con hondo pesar, Júpiter entregó la ternera a su esposa.
5. Pero no por ello se calmaron sus celos. Para evitar que pudiera engañarla de nuevo, confió a Ío a la vigilancia de Argo, un perro con cien ojos repartidos por todo el cuerpo. De ellos, solo dos se entregaban, por turno al sueño, mientras los demás seguían vigilantes. Así, no perdía de vista a Ío ni por un momento. La muchacha intentó lamentarse de su situación pero solo salían de su boca mugidos lastimeros. Se acercó a la corriente de Ínaco y, al comprobar su aspecto reflejado en las aguas, huyó aterrorizada. Para hacer saber a su padre la transformación horrible que había sufrido, hizo en el suelo unos signo con las pezuñas. El dolor del padre al descubrir la desgracia de Ío fue inmenso.
6. Derramando abundantes lágrimas, dijo a su hija: “ Hija mía muy querida, la angustia que sentía al no saber de ti no es comparable con el dolor que siento al verte en ese estado. Y, por ser un dios, ni siquiera tengo consuelo de que la muerte ponga fin a mi sufrimiento.” Así se lamentaba el río Ínaco, padre de Ío, y su dolor conmovió al propio Júpiter. Llamó a Mercurio, su hijo, que le hace de mensajero, y le ordenó dar muerte a Argo. Mercurio bajó a la tierra disfrazado de pastor, conduciendo un rebaño de cabras. Llevaba en la mano una varita que produce el sueño y una flauta de sonidos dulcísimos. Con ella y con su agradable conversación fue adormeciendo a Argo, hasta que todos sus ojos estuvieron cerrados. Entonces, hizo más profundo su sueño, al tocar sus párpados con la varita, y lo mató clavando su espada en el cuello del monstruo.
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8. Juno, compadecida del triste final de Argo y agradecida por sus servicios, colocó sus cien ojos en las plumas del ave que le está consagrada, el pavo real, llenado así su cola de coloreadas perlas. Pero no cesó su cólera contra Ío. Infundió en la mente de la joven una locura para que la persiguiera constantemente y le impidiera permanecer tranquila en ningún sitio.
9. Hasta los confines del río Nilo llegó en su huida la desgraciada ninfa. Allí, tumbada en el suelo, levantaba una y otra vez su cabeza al cielo y rogaba a Júpiter que la liberara de su desgracia. Este, compadecido, juró solemnemente ante Juno que, en adelante, nunca le daría motivos para sentir celos de Ío y, con el consentimiento de su esposa, devolvió a la joven a su antigua figura. Allí, en Egipto, dio a luz a hijo de Júpiter, que se llamó Épafo; madre e hijo aún hoy reciben plegarias de los hombres.