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LOS ALBORES DE LA HUMANIDAD
El
horizonte
más lejano
Publicado en NATIONAL GEOGRAPHIC MAGAZINE, septiembre de 1995
Como mensajeros de hace cuatro
millones de años, los fósiles
exhumados en la región del lago
Turkana, en África oriental, ayudan a
los científicos a formarse una idea
sobre la especie cúspide entre
simios y humanos. John Gurche hizo
un esbozo de homínido
”transicional”, con muchos rasgos
simiescos, bípedo y con el cerebro
pequeño. La posición erguida era el
rasgo esencial de los primeros
miembros del árbol genealógico
humano. Después, con la aparición
del género Homo hace unos dos
millones de años, surgieron
cerebros más grandes y una mayor
inteligencia.
Por MEAVE LEAKEY
Fotografías de KENNETH GARRETT
llustraciones de JOHN GURCHE
“SEGURAMENTE procedemos de este lugar”, susurró Kamoya mientras
observaba con admiración los tres extraños dientes que sostenía con delicadeza en las
manos. Enseguida entendí a qué se refería. Los dientes, de aspecto simiesco pero a la
vez vagamente humano, procedían de unos sedimentos de cuatro millones de años de
antigüedad situados en un lugar llamado Kanapoi, en el norte de Kenia. Eso los hacía
significativamente más antiguos que la mayoría de los vestigios del linaje humano
conocidos hasta ese momento. ¿Eran los dientes de una nueva especie? Y de serlo,
¿podían haber pertenecido al primer antepasado de la humanidad? Todas estas
preguntas surcaron mi mente.
Nuestro compañero Peter Nzube Mutiwa fue quien encontró los dientes mientras
yo estaba en Nairobi atendiendo unos compromisos como directora del departamento de
paleontología del Museo Nacional de Kenia. Kamoya Kimeu, que dirige el equipo de bus-
cadores de fósiles del museo, al que llamamos la Banda de los Homínidos, me llamó por
el radiotransmisor y me dijo: ”Tenemos algo para usted”. Los homínidos son los animales
del árbol genealógico humano – nosotros y todos nuestros antepasados desde que nos
separamos de los simios –, y durante las tres últimas décadas los hombres de Kamoya
han desenterrado algunos de los especímenes más importantes.
En cuanto Kamoya me informó del hallazgo, viajé hasta Kanapoi lo más
rápidamente que pude. Tras felicitar a Nzube, que era quien había descubierto los dientes
entre una alfombra de guijarros de lava, empezamos a planificar la manera de recuperar
más. Primero marcamos una gran zona y retiramos las piedras más grandes, y después
pasamos por un cedazo la tierra y las piedras más pequeñas.
Poco a poco fuimos recuperando casi toda la dentición inferior de ese extraño
animal, la cual presentaba un estado perfecto, y también encontramos fragmentos de
dientes de otro individuo. Mi antigua corazonada de que Kanapoi proporcionaría
importantes restos de los primeros homínidos era acertada.
[Texto continúa en pg. 6]
Ver Zona Ampliada en la página siguiente.
El yacimiento se ubica a unos 48 kilómetros al suroeste del lago Turkana,
un gran mar interior de tonalidades verde jade. Aunque en la orilla abundan los cocodrilos,
la cuenca del Turkana se convierte enseguida en un desierto tierra adentro, en cuyos
parajes la temperatura supera normalmente los 370
C. Aquí me encuentro como en mi
propia casa. Llevo trabajando en la cuenca del Turkana desde 1969 con equipos dirigidos
por mi esposo, el paleoantropólogo Richard Leakey. Es prácticamente seguro que
nuestros primeros antepasados simiescos surgieron en África, y pocos lugares nos
proporcionan un registro fósil tan rico como esta región. La actividad tectónica ha puesto
al descubierto sedimentos antiguos, exponiendo a una rápida erosión los suelos donde los
huesos de los primeros homínidos se fosilizaron. De esta manera, cada tormenta puede
sacar a la luz nuevos fósiles. Además, como la actividad volcánica ha ido depositando a lo
largo de las diferentes épocas muchas capas de ceniza, y los minerales radiactivos de la
ceniza pierden actividad a un ritmo conocido, podemos datar con fiabilidad cada estrato y
los fósiles que contiene.
Richard acabó por dedicarse exclusivamente a la conservación de la fauna salvaje
africana, así que fui yo quien asumió la coordinación de nuestra investigación en la
cuenca del Turkana, financiada en gran parte por National Geographic Society. Las
expediciones de Richard se habían centrado básicamente en el período comprendido
entre uno y tres millones de años de antigüedad, cuando nuestros antepasados
desarrollaron cerebros más grandes. El aumento del tamaño cerebral condujo a la
aparición de nuestro género, Homo, y finalmente de nuestra especie, Homo sapiens. La
cuenca del Turkana ofrece muchos sedimentos de la época adecuada para revelar este
proceso evolutivo, pero también contiene otros más antiguos, y a finales de la década de
1980 decidí buscar fósiles anteriores a los primeros homínidos.
Hasta la campaña de 1994, los científicos tenían escasas evidencias de homínidos
anteriores a 3.6 millones de años. El primer antepasado conocido era una criatura de baja
estatura y simiesca, el Australopithecus afarensis, cuya representante más célebre es
Lucy, un esqueleto parcial de hembra hallado en 1974 por Donald Johanson en Hadar,
Etiopía.
Lucy tenía los brazos largos como los simios, pero los huesos de su pelvis y de sus
piernas indican que era bípeda. Vivió hace unos 3.18 millones de años, aunque sabemos
que tenía parientes más antiguos. En 1978, mi suegra, Mary Leakey, encontró en el
yacimiento de Laetoli, Tanzania, las huellas de los pies dejadas sobre ceniza volcánica
por tres miembros anteriores de la misma especie que Lucy, y que han sido datadas en
3.56 millones de años.
Los homínidos y los simios africanos comparten un antepasado común, un animal
cuyo aspecto desconocemos pero del que podemos deducir que, como nuestros
antepasados vivos más próximos, los chimpancés y los gorilas, vivía en bosques y se
desplazaba por los árboles, colgándose de los brazos y trepando a cuatro patas. En un
momento determinado, un grupo de estos antepasados dio el primer paso crucial en el
camino evolutivo hacia los humanos actuales: desarrollaron el hábito de caminar sobre
dos piernas. No sabemos por qué se convirtieron en bípedos, pero esto supuso cambios
anatómicos tan profundos que marcó la separación entre los homínidos y los simios.
[Texto continúa en pg. 12]
¿EI homínido más antiguo?
¿Simio, homínido o algo intermedio? Algunos investigadores suponen que el fragmento de mandíbula
con un diente incrustado (arriba, a la izq.), de 5.6 millones de años y desenterrado en Lothagam en
1967, es el fósil de homínido más antiguo que se ha descubierto hasta hoy. Otros hallazgos en la
década de 1970 se han iden-tificado como ejemplares del homínido Australopithecus afarensis: un
esqueleto parcial llamado Lucy procedente de Hadar, en Etiopía, y una mandíbula de 3.5 millones de
años exhumada en Tanzania (arriba, a la der.) por Mary Leakey. Con la expedición a Turkana en 1994,
el horizonte retrocedió otros 600 mil años. En Etiopía, Tim White ha desenterrado fósiles todavía más
antiguos, identificados como un nuevo género: el Ardipithecus.
Millones de años atrás
Linaje del chimpancé
Posible homínido LOTHAGAM (arriba izquierda)
ARDIPITHECUS RAMIDUS (ARAMIS)
5.6
?
Linaje homínido
Linaje del
Gorila
Homínido de KANAPOI
A. AFARENSIS (LAETOLI), ARRIBA DERECHA
A. AFARENSIS (HADAR)
4.4
4.1
3.5 3.2
7.5 7 6 5 4 3 3.5
Primeros pasos en el camino hacia el género humano
Como el bipedalismo es el factor primordial que separa a simios y homínidos, los investigadores de
Turkana se interesaron en particular por huesos de pierna . Dos secciones de una tibia halladas en
el yacimiento de Kanapoi muestran que su propietario caminaba erguido. Los dos cóndilos de la
rodilla son cóncavos (arriba, a la derecha), rasgo común en los homínidos; en un simio uno de los
cóndilos es convexo. El ensanchamiento del extremo superior de la tibia (arriba a la izquierda),
donde se une al tobillo, también es como el de los homínidos. A modo de amortiguador interno, el
aumento del hueso indica que se trataba de un animal que concentraba más peso vertical que un
simio. Otra prueba de bipedalismo es la fragilidad del peroné, insinuada en la unión a la rodilla.
Muy endeble para sostener a un simio de pies prensiles, sí podría ser lo bastante sólido para un
homínido con los dedos de los pies más diestros que los de un humano actual. Hasta qué punto
estos homínidos habitaban o trepaban árboles, es todavía una incógnita.
En el yacimiento de Allia Bay en
Turkana, el equipo dirigido por Alan
Walker (izq., al fondo, a la derecha),
de la Universidad Estatal de
Pensilvania, EUA, tamiza la arena
en busca de fósiles expuestos por la
erosión y fragmentados.
Homínido de
Kanapoi
Colmillos
Chimpancé
Tunel carpiano
Hueso
ganchoso
Hamulus
Más indicios sobre el desarrollo de los homínidos
Mandíbula transicional
Mary Leakey (der.) se deleita escarbando
después de que el equipo de buscadores de
fósiles, conocido como la Banda de los
Homínidos, decubriera en Kanapoi una
mandíbula de 4.1 millones de años (arriba, a la
izquierda) y un maxilar superior con dientes
sobresalientes. Antes de la campaña de 1994
había escasas evidencias de homínidos con
más de 3.6 millones de años.
La mandíbula de Kanapoi tiene menos
barbilla, por lo que su aspecto es más simiesco
que el de Australopithecus afarensis. Pero los
dientes apuntan que este primate era un
homínido, no un simio. La raíz vertical del
colmillo (pg. anterior recuadro) es más humana
que la raíz ladeada de los chimpancés. Estas
diferencias hacen pensar a Leakey que
posiblemente ha descubierto una nueva especie.
ROBERT M. CAMPBELL
Brazos arbóreos
En Turkwell, en el Lago Turkana, se hallaron los huesos carpianos de un homínido de 3.5
millones de años. Uno de ellos ―un hueso ganchoso― es una pista valiosa para deducir la fuerza
manual.
Los huesos de la muleca (pág. anterior, arriba) forman el “túnel carpiano”, por el que pasan los
tendones del brazo a los dedos. Ya que el hamulus del hueso ganchoso de Turkwell es el doble
que el de los humanos, Leakey cree que el túnel era más profundo, con tendones más grandes
para manos más fuertes. Esto avala la teoría de que los primeros homínidos trepaban a los
árboles.
Con el estudio de las diferencias en los genes y en las proteínas de la sangre de
humanos, chimpancés y gorilas, los biólogos moleculares calculan que la línea homínida
se desvió de otros simios africanos hace entre cinco y siete millones de años, una época
poco conocida en el registro de fósiles africanos.
Había oído hablar de un yacimiento llamado Lothagam, en la cuenca del Turkana,
que contenía sedimentos de esa época en concreto. Allí, un equipo estadounidense
dirigido por Bryan Patterson recuperó en 1967 un fragmento de mandíbula posiblemente
homínida (pág. 8, arriba). Yo había sobrevolado con frecuencia Lothagam, una tierra por
la que hace mucho tiempo serpenteaba un gran río. En los bosques que crecían a lo largo
de ese curso fluvial había elefantes, dos especies de rinoceronte, muchos jabalíes, jirafas,
antílopes, tres especies de caballo y numerosos carnívoros, entre ellos grandes felinos de
dientes de sable.
En cinco años de búsqueda habíamos recuperado abundantes fósiles animales,
pero, por desgracia, sólo hallamos dos posibles dientes de homínido. Llegué a la
conclusión de que nuestros antepasados con una antigüedad de entre cinco y siete
millones de años, preferían un medio ambiente más boscoso.
Decidí entonces trasladarme a yacimientos más recientes, con sedimentos de
entre cuatro y cinco millones de años. Durante gran parte de esa época existió un lago
mucho mayor que el Turkana, que contiene fósiles de cocodrilos, peces y tortugas, pero
pocos de animales terrestres. Sabía que Kanapoi, después de haber permanecido
sumergido hace 4.2 millones de años, quedó expuesto por el nivel fluctuante del lago
durante los siguientes 200 mil años.
Además, el equipo de Patterson había hallado allí el fragmento de un hueso del
brazo de un homínido. Y también estaba Allia Bay, yacimiento más reciente con
sedimentos depositados a lo largo de un río después de que el gran lago empezara a
retroceder.
Primero quería trabajar en Kanapoi. Nos reuníamos por las tardes y discutíamos
sobre el aspecto que tendrían los primeros homínidos. Suponíamos que sus mandíbulas y
dientes debían de parecerse a los de un chimpancé, mientras que del cuello para abajo
serían igual que los homínidos posteriores, como el A. afarensis.
UN DÍA, Wambua Mangao, miembro de la Banda de los Homínidos, nos condujo
hasta un lugar en el que había cinco pequeñas áreas de esmalte dental azulado
incrustado en una roca. Al girarla, descubrí que contenía medio maxilar superior de un
homínido. Pertenecía a un animal de un tamaño similar al de un chimpancé y se trataba
de un individuo viejo, ya que los dientes estaban muy desgastados.
Días después, Kamoya descubrió la parte superior de una tibia. Ligeramente
mayor que la tibia de afarensis más grande de las descubiertas hasta entonces, su
tamaño nos sorprendió, particularmente porque la mandíbula que habíamos encontrado
cerca era de un tamaño equivalente a la de un chimpancé.
[Texto continúa en pág. 14]
Desde los bosques ...
... hasta las llanuras, los
homínidos pudieron hacerse
bípedos como resultado de
sus incursiones en terrenos
peligrosos y poco conocidos.
La teoría se sustenta en el
mosaico natural del valle del
rift de África Oriental, donde
los bosques ―como éste
junto al lecho seco del
Turkwell (arriba) ―
salpicaban la saban. El
registro fósil ha confirmado
que hace 4 millones de años
se dieron condiciones
similares en el lugar. Restos
de monos y antílopes de los
bosques fueron descubiertos
en los sedimentos de Allia
Bay, junto a criaturas de la
pradera como ratones de
campo y jerbos.
Kamoya, Wambua y Samuel Ngui, otro miembro de la Banda de los Homínidos,
hallaron enseguida el extremo inferior de la tibia. Se parecía bastante a la de un afarensis,
lo que sugería que este homínido también era bípedo.
Estos descubrimientos eran muy importantes, de modo que regresé a Nairobi de
mala gana, para recibir allí la llamada de Kamoya informándome sobre los dientes
desenterrados por Nzube. Cuanto más examinaba los dientes, mayor era mi
convencimiento de que este animal era muy diferente a los homínidos posteriores y a
todos los fósiles de simio conocidos. De hecho, todo indicaba que la Banda de los
Homínidos había hallado una especie nueva, con algunos rasgos típicos de los
chimpancés y de los afarensis, y con otros únicos.
En el yacimiento de Wambua empezamos a recuperar dientes de un segundo
individuo muy joven, así como el resto del maxilar superior del primero con casi todos los
dientes. Ahora esperábamos hallar un cráneo completo, pero la campaña se acababa. En
el último fin de semana Richard se unió a nosotros. Nzube disfrutaba tanto de su
presencia, que no veía la hora de partir para supervisar el trabajo en otro yacimiento
cercano. Tuve que insistir para que se fuera.
Nzube había recorrido ese camino a menudo, pero esta vez su ruta, o quizás el
ángulo de la luz, debió de variar ligeramente, porque a los pocos minutos regresó gritando
en swahili: “Vengan rápidamente. Es maravilloso". No podía creer lo que veía sobresa-
liendo del sedimento: una mandíbula inferior completa y un fragmento de la región parietal
de un cráneo.
Los nuevos fósiles de Nzube se parecían a los que ya habíamos encontrado du-
rante la campaña, ya que presentaban una mezcla de rasgos de chimpancé y A. afaresis,
y características únicas. Los colmillos, más pequeños, sugerían que este individuo podía
ser una hembra.
La parte del maxilar inferior, que en los humanos forma la barbilla, se inclinaba
bruscamente hacia atrás. El maxilar inferior del afarensis también se inclina, pero mucho
menos que en este nuevo individuo. Casi inmediatamente, Nzube recuperó un molar
inferior de otro individuo. Éste era el tercer yacimiento en el que habíamos encontrado los
restos de más de un homínido. Quizás eran las sobras de los banquetes de algún carnívo-
ro.
De regreso a Nairobi me sentía emocionada con los hallazgos: los especímenes
conocidos más completos de un homínido de esta época y, casi con certeza, una nueva
especie más antigua que Lucy. Además, podíamos defender de forma convincente que
este animal era bípedo.
Entonces llegó la noticia de que Tim White, paleoantropólogo de la Universidad de
California en Berkeley, EUA, estaba a punto de anunciar la existencia de una nueva
especie de homínido, procedente de un yacimiento llamado Aramís, en Etiopía, que era
aun más antigua: 4.4 millones de años. Había encontrado dientes y huesos del brazo de
un animal que supuso era bípedo. Sus descripciones y fotografías indicaban que podía
tratarse del mismo que teníamos en Kanapoi. Lo había llamado Australopithecus ramidus,
nombre de especie derivado de la palabra afar que significa “raíz”.
Tim y su colega etiope Berhane Asfaw tuvieron la generosidad de invitarme a Ad-
dis Abeba en enero de 1995 para que viese los fósiles de Aramis con mis propios ojos.
Tim acababa de regresar de su última campaña con más sorpresas. Otro de sus colabo-
radores etíopes, Yohannes Haile Selassie, había encontrado un esqueleto parcial de
ramidus que incluía la pelvis y una tibia, hueso fundamental para conocer el grado de
bipedalismo del animal. Tim llegó a la conclusión de que los fósiles eran suficientemente
diferentes a otros hallazgos anteriores como para ubicarlos en un nuevo género: el
Ardipithecus o “simio terrestre"
Cazador de homínidos
Después de 35 años en el campo, Kamoya Kimeu aún hace gala de una extraordinaria destreza
para detectar fósiles. Su hallazgo en 1984 de un fragmento craneal de Homo erectus condujo a la
recuperación de un esqueleto casi completo que data de 1.6 millones de años. Kimeu imagina
que los fósiles le hablan desde las piedras, revelándole los secretos de nuestros parientes más
antiguos.
Al comparar los moldes de los huesos y los dientes de los primeros descubrimien-
tos de Tim con nuestros hallazgos en Kanapoi, tanto Alan Walker, de la Universidad
Estatal de Pensilvania, como yo creemos que los dientes de Kanapoi parecen más de
Australopithecus afarensis que de Ardipihecus ramidus. Sospecho que los fósiles de
Kanapoi podrían ser de un antepasado de Lucy, y que el Ardipithecus pertenecía a otra
rama del árbol de los homínidos.
Es posible que numerosas especies de homínidos evolucionaran durante esos
años. El bipedalismo era un concepto anatómico profundamente nuevo, y los homínidos
debieron de desarrollar muchas variaciones sobre este tema, aunque sólo una ha perdu-
rado.
Después de mi visita a Addis Abeba volé hasta Allia Bay con Alan Walker y Katey
Coffing, una alumna de la Universidad Johns Hopkins que se unió a nuestro equipo.
Planeábamos excavar un yacimiento excepcional donde miles de fragmentos óseos se
concentraban en las riberas de un río hace menos de cuatro millones de años. En 1988
nuestro equipo de campo recuperó, cerca del yacimiento, un radio de homínido no identi-
ficado.
Después de mi primer día de prospección regresé cansada y acalorada al campa-
mento, donde encontré a un Kamoya radiante. Conocía muy bien esa sonrisa.
―“Qué tienes?”, le pregunté.
―“Homínido”, dijo.
Me eché a reír y lo abracé. Nadie puede encontrarlos como Kamoya.
Los días siguientes excavamos su descubrimiento: un trozo del maxilar superior
con un diente. Hallamos más dientes cerca de allí. Son fragmentos, si, pero también son
indicios. La búsqueda continúa, y poco a poco acumularemos suficientes pistas para
empezar a entender a nuestros antepasados más antiguos. ■
Este artículo se ha digitalizado y reformateado a partir de la edición especial del verano del 2002
del NATIONAL GEOGRAPHIC EN ESPAÑOL, © Editorial Televisa S.A.. © 2002, National Geo-
graphic Society. La edición recoge los artículos de la serie “Los albores de la humanidad”, publica-
dos con anterioridad a la aparición de la edición en español de National Geographic.
Sólo para uso personal.

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El horizonte mas lejano

  • 1. LOS ALBORES DE LA HUMANIDAD El horizonte más lejano Publicado en NATIONAL GEOGRAPHIC MAGAZINE, septiembre de 1995 Como mensajeros de hace cuatro millones de años, los fósiles exhumados en la región del lago Turkana, en África oriental, ayudan a los científicos a formarse una idea sobre la especie cúspide entre simios y humanos. John Gurche hizo un esbozo de homínido ”transicional”, con muchos rasgos simiescos, bípedo y con el cerebro pequeño. La posición erguida era el rasgo esencial de los primeros miembros del árbol genealógico humano. Después, con la aparición del género Homo hace unos dos millones de años, surgieron cerebros más grandes y una mayor inteligencia. Por MEAVE LEAKEY Fotografías de KENNETH GARRETT llustraciones de JOHN GURCHE
  • 2.
  • 3. “SEGURAMENTE procedemos de este lugar”, susurró Kamoya mientras observaba con admiración los tres extraños dientes que sostenía con delicadeza en las manos. Enseguida entendí a qué se refería. Los dientes, de aspecto simiesco pero a la vez vagamente humano, procedían de unos sedimentos de cuatro millones de años de antigüedad situados en un lugar llamado Kanapoi, en el norte de Kenia. Eso los hacía significativamente más antiguos que la mayoría de los vestigios del linaje humano conocidos hasta ese momento. ¿Eran los dientes de una nueva especie? Y de serlo, ¿podían haber pertenecido al primer antepasado de la humanidad? Todas estas preguntas surcaron mi mente. Nuestro compañero Peter Nzube Mutiwa fue quien encontró los dientes mientras yo estaba en Nairobi atendiendo unos compromisos como directora del departamento de paleontología del Museo Nacional de Kenia. Kamoya Kimeu, que dirige el equipo de bus- cadores de fósiles del museo, al que llamamos la Banda de los Homínidos, me llamó por el radiotransmisor y me dijo: ”Tenemos algo para usted”. Los homínidos son los animales del árbol genealógico humano – nosotros y todos nuestros antepasados desde que nos separamos de los simios –, y durante las tres últimas décadas los hombres de Kamoya han desenterrado algunos de los especímenes más importantes. En cuanto Kamoya me informó del hallazgo, viajé hasta Kanapoi lo más rápidamente que pude. Tras felicitar a Nzube, que era quien había descubierto los dientes entre una alfombra de guijarros de lava, empezamos a planificar la manera de recuperar más. Primero marcamos una gran zona y retiramos las piedras más grandes, y después pasamos por un cedazo la tierra y las piedras más pequeñas. Poco a poco fuimos recuperando casi toda la dentición inferior de ese extraño animal, la cual presentaba un estado perfecto, y también encontramos fragmentos de dientes de otro individuo. Mi antigua corazonada de que Kanapoi proporcionaría importantes restos de los primeros homínidos era acertada. [Texto continúa en pg. 6]
  • 4. Ver Zona Ampliada en la página siguiente.
  • 5.
  • 6. El yacimiento se ubica a unos 48 kilómetros al suroeste del lago Turkana, un gran mar interior de tonalidades verde jade. Aunque en la orilla abundan los cocodrilos, la cuenca del Turkana se convierte enseguida en un desierto tierra adentro, en cuyos parajes la temperatura supera normalmente los 370 C. Aquí me encuentro como en mi propia casa. Llevo trabajando en la cuenca del Turkana desde 1969 con equipos dirigidos por mi esposo, el paleoantropólogo Richard Leakey. Es prácticamente seguro que nuestros primeros antepasados simiescos surgieron en África, y pocos lugares nos proporcionan un registro fósil tan rico como esta región. La actividad tectónica ha puesto al descubierto sedimentos antiguos, exponiendo a una rápida erosión los suelos donde los huesos de los primeros homínidos se fosilizaron. De esta manera, cada tormenta puede sacar a la luz nuevos fósiles. Además, como la actividad volcánica ha ido depositando a lo largo de las diferentes épocas muchas capas de ceniza, y los minerales radiactivos de la ceniza pierden actividad a un ritmo conocido, podemos datar con fiabilidad cada estrato y los fósiles que contiene. Richard acabó por dedicarse exclusivamente a la conservación de la fauna salvaje africana, así que fui yo quien asumió la coordinación de nuestra investigación en la cuenca del Turkana, financiada en gran parte por National Geographic Society. Las expediciones de Richard se habían centrado básicamente en el período comprendido entre uno y tres millones de años de antigüedad, cuando nuestros antepasados desarrollaron cerebros más grandes. El aumento del tamaño cerebral condujo a la aparición de nuestro género, Homo, y finalmente de nuestra especie, Homo sapiens. La cuenca del Turkana ofrece muchos sedimentos de la época adecuada para revelar este proceso evolutivo, pero también contiene otros más antiguos, y a finales de la década de 1980 decidí buscar fósiles anteriores a los primeros homínidos. Hasta la campaña de 1994, los científicos tenían escasas evidencias de homínidos anteriores a 3.6 millones de años. El primer antepasado conocido era una criatura de baja estatura y simiesca, el Australopithecus afarensis, cuya representante más célebre es Lucy, un esqueleto parcial de hembra hallado en 1974 por Donald Johanson en Hadar, Etiopía. Lucy tenía los brazos largos como los simios, pero los huesos de su pelvis y de sus piernas indican que era bípeda. Vivió hace unos 3.18 millones de años, aunque sabemos que tenía parientes más antiguos. En 1978, mi suegra, Mary Leakey, encontró en el yacimiento de Laetoli, Tanzania, las huellas de los pies dejadas sobre ceniza volcánica por tres miembros anteriores de la misma especie que Lucy, y que han sido datadas en 3.56 millones de años. Los homínidos y los simios africanos comparten un antepasado común, un animal cuyo aspecto desconocemos pero del que podemos deducir que, como nuestros antepasados vivos más próximos, los chimpancés y los gorilas, vivía en bosques y se desplazaba por los árboles, colgándose de los brazos y trepando a cuatro patas. En un momento determinado, un grupo de estos antepasados dio el primer paso crucial en el camino evolutivo hacia los humanos actuales: desarrollaron el hábito de caminar sobre dos piernas. No sabemos por qué se convirtieron en bípedos, pero esto supuso cambios anatómicos tan profundos que marcó la separación entre los homínidos y los simios. [Texto continúa en pg. 12]
  • 7. ¿EI homínido más antiguo? ¿Simio, homínido o algo intermedio? Algunos investigadores suponen que el fragmento de mandíbula con un diente incrustado (arriba, a la izq.), de 5.6 millones de años y desenterrado en Lothagam en 1967, es el fósil de homínido más antiguo que se ha descubierto hasta hoy. Otros hallazgos en la década de 1970 se han iden-tificado como ejemplares del homínido Australopithecus afarensis: un esqueleto parcial llamado Lucy procedente de Hadar, en Etiopía, y una mandíbula de 3.5 millones de años exhumada en Tanzania (arriba, a la der.) por Mary Leakey. Con la expedición a Turkana en 1994, el horizonte retrocedió otros 600 mil años. En Etiopía, Tim White ha desenterrado fósiles todavía más antiguos, identificados como un nuevo género: el Ardipithecus. Millones de años atrás Linaje del chimpancé Posible homínido LOTHAGAM (arriba izquierda) ARDIPITHECUS RAMIDUS (ARAMIS) 5.6 ? Linaje homínido Linaje del Gorila Homínido de KANAPOI A. AFARENSIS (LAETOLI), ARRIBA DERECHA A. AFARENSIS (HADAR) 4.4 4.1 3.5 3.2 7.5 7 6 5 4 3 3.5
  • 8. Primeros pasos en el camino hacia el género humano Como el bipedalismo es el factor primordial que separa a simios y homínidos, los investigadores de Turkana se interesaron en particular por huesos de pierna . Dos secciones de una tibia halladas en el yacimiento de Kanapoi muestran que su propietario caminaba erguido. Los dos cóndilos de la rodilla son cóncavos (arriba, a la derecha), rasgo común en los homínidos; en un simio uno de los cóndilos es convexo. El ensanchamiento del extremo superior de la tibia (arriba a la izquierda), donde se une al tobillo, también es como el de los homínidos. A modo de amortiguador interno, el aumento del hueso indica que se trataba de un animal que concentraba más peso vertical que un simio. Otra prueba de bipedalismo es la fragilidad del peroné, insinuada en la unión a la rodilla. Muy endeble para sostener a un simio de pies prensiles, sí podría ser lo bastante sólido para un homínido con los dedos de los pies más diestros que los de un humano actual. Hasta qué punto estos homínidos habitaban o trepaban árboles, es todavía una incógnita. En el yacimiento de Allia Bay en Turkana, el equipo dirigido por Alan Walker (izq., al fondo, a la derecha), de la Universidad Estatal de Pensilvania, EUA, tamiza la arena en busca de fósiles expuestos por la erosión y fragmentados.
  • 9.
  • 11. Más indicios sobre el desarrollo de los homínidos Mandíbula transicional Mary Leakey (der.) se deleita escarbando después de que el equipo de buscadores de fósiles, conocido como la Banda de los Homínidos, decubriera en Kanapoi una mandíbula de 4.1 millones de años (arriba, a la izquierda) y un maxilar superior con dientes sobresalientes. Antes de la campaña de 1994 había escasas evidencias de homínidos con más de 3.6 millones de años. La mandíbula de Kanapoi tiene menos barbilla, por lo que su aspecto es más simiesco que el de Australopithecus afarensis. Pero los dientes apuntan que este primate era un homínido, no un simio. La raíz vertical del colmillo (pg. anterior recuadro) es más humana que la raíz ladeada de los chimpancés. Estas diferencias hacen pensar a Leakey que posiblemente ha descubierto una nueva especie. ROBERT M. CAMPBELL Brazos arbóreos En Turkwell, en el Lago Turkana, se hallaron los huesos carpianos de un homínido de 3.5 millones de años. Uno de ellos ―un hueso ganchoso― es una pista valiosa para deducir la fuerza manual. Los huesos de la muleca (pág. anterior, arriba) forman el “túnel carpiano”, por el que pasan los tendones del brazo a los dedos. Ya que el hamulus del hueso ganchoso de Turkwell es el doble que el de los humanos, Leakey cree que el túnel era más profundo, con tendones más grandes para manos más fuertes. Esto avala la teoría de que los primeros homínidos trepaban a los árboles.
  • 12. Con el estudio de las diferencias en los genes y en las proteínas de la sangre de humanos, chimpancés y gorilas, los biólogos moleculares calculan que la línea homínida se desvió de otros simios africanos hace entre cinco y siete millones de años, una época poco conocida en el registro de fósiles africanos. Había oído hablar de un yacimiento llamado Lothagam, en la cuenca del Turkana, que contenía sedimentos de esa época en concreto. Allí, un equipo estadounidense dirigido por Bryan Patterson recuperó en 1967 un fragmento de mandíbula posiblemente homínida (pág. 8, arriba). Yo había sobrevolado con frecuencia Lothagam, una tierra por la que hace mucho tiempo serpenteaba un gran río. En los bosques que crecían a lo largo de ese curso fluvial había elefantes, dos especies de rinoceronte, muchos jabalíes, jirafas, antílopes, tres especies de caballo y numerosos carnívoros, entre ellos grandes felinos de dientes de sable. En cinco años de búsqueda habíamos recuperado abundantes fósiles animales, pero, por desgracia, sólo hallamos dos posibles dientes de homínido. Llegué a la conclusión de que nuestros antepasados con una antigüedad de entre cinco y siete millones de años, preferían un medio ambiente más boscoso. Decidí entonces trasladarme a yacimientos más recientes, con sedimentos de entre cuatro y cinco millones de años. Durante gran parte de esa época existió un lago mucho mayor que el Turkana, que contiene fósiles de cocodrilos, peces y tortugas, pero pocos de animales terrestres. Sabía que Kanapoi, después de haber permanecido sumergido hace 4.2 millones de años, quedó expuesto por el nivel fluctuante del lago durante los siguientes 200 mil años. Además, el equipo de Patterson había hallado allí el fragmento de un hueso del brazo de un homínido. Y también estaba Allia Bay, yacimiento más reciente con sedimentos depositados a lo largo de un río después de que el gran lago empezara a retroceder. Primero quería trabajar en Kanapoi. Nos reuníamos por las tardes y discutíamos sobre el aspecto que tendrían los primeros homínidos. Suponíamos que sus mandíbulas y dientes debían de parecerse a los de un chimpancé, mientras que del cuello para abajo serían igual que los homínidos posteriores, como el A. afarensis. UN DÍA, Wambua Mangao, miembro de la Banda de los Homínidos, nos condujo hasta un lugar en el que había cinco pequeñas áreas de esmalte dental azulado incrustado en una roca. Al girarla, descubrí que contenía medio maxilar superior de un homínido. Pertenecía a un animal de un tamaño similar al de un chimpancé y se trataba de un individuo viejo, ya que los dientes estaban muy desgastados. Días después, Kamoya descubrió la parte superior de una tibia. Ligeramente mayor que la tibia de afarensis más grande de las descubiertas hasta entonces, su tamaño nos sorprendió, particularmente porque la mandíbula que habíamos encontrado cerca era de un tamaño equivalente a la de un chimpancé. [Texto continúa en pág. 14]
  • 13. Desde los bosques ... ... hasta las llanuras, los homínidos pudieron hacerse bípedos como resultado de sus incursiones en terrenos peligrosos y poco conocidos. La teoría se sustenta en el mosaico natural del valle del rift de África Oriental, donde los bosques ―como éste junto al lecho seco del Turkwell (arriba) ― salpicaban la saban. El registro fósil ha confirmado que hace 4 millones de años se dieron condiciones similares en el lugar. Restos de monos y antílopes de los bosques fueron descubiertos en los sedimentos de Allia Bay, junto a criaturas de la pradera como ratones de campo y jerbos.
  • 14. Kamoya, Wambua y Samuel Ngui, otro miembro de la Banda de los Homínidos, hallaron enseguida el extremo inferior de la tibia. Se parecía bastante a la de un afarensis, lo que sugería que este homínido también era bípedo. Estos descubrimientos eran muy importantes, de modo que regresé a Nairobi de mala gana, para recibir allí la llamada de Kamoya informándome sobre los dientes desenterrados por Nzube. Cuanto más examinaba los dientes, mayor era mi convencimiento de que este animal era muy diferente a los homínidos posteriores y a todos los fósiles de simio conocidos. De hecho, todo indicaba que la Banda de los Homínidos había hallado una especie nueva, con algunos rasgos típicos de los chimpancés y de los afarensis, y con otros únicos. En el yacimiento de Wambua empezamos a recuperar dientes de un segundo individuo muy joven, así como el resto del maxilar superior del primero con casi todos los dientes. Ahora esperábamos hallar un cráneo completo, pero la campaña se acababa. En el último fin de semana Richard se unió a nosotros. Nzube disfrutaba tanto de su presencia, que no veía la hora de partir para supervisar el trabajo en otro yacimiento cercano. Tuve que insistir para que se fuera. Nzube había recorrido ese camino a menudo, pero esta vez su ruta, o quizás el ángulo de la luz, debió de variar ligeramente, porque a los pocos minutos regresó gritando en swahili: “Vengan rápidamente. Es maravilloso". No podía creer lo que veía sobresa- liendo del sedimento: una mandíbula inferior completa y un fragmento de la región parietal de un cráneo. Los nuevos fósiles de Nzube se parecían a los que ya habíamos encontrado du- rante la campaña, ya que presentaban una mezcla de rasgos de chimpancé y A. afaresis, y características únicas. Los colmillos, más pequeños, sugerían que este individuo podía ser una hembra. La parte del maxilar inferior, que en los humanos forma la barbilla, se inclinaba bruscamente hacia atrás. El maxilar inferior del afarensis también se inclina, pero mucho menos que en este nuevo individuo. Casi inmediatamente, Nzube recuperó un molar inferior de otro individuo. Éste era el tercer yacimiento en el que habíamos encontrado los restos de más de un homínido. Quizás eran las sobras de los banquetes de algún carnívo- ro. De regreso a Nairobi me sentía emocionada con los hallazgos: los especímenes conocidos más completos de un homínido de esta época y, casi con certeza, una nueva especie más antigua que Lucy. Además, podíamos defender de forma convincente que este animal era bípedo. Entonces llegó la noticia de que Tim White, paleoantropólogo de la Universidad de California en Berkeley, EUA, estaba a punto de anunciar la existencia de una nueva especie de homínido, procedente de un yacimiento llamado Aramís, en Etiopía, que era aun más antigua: 4.4 millones de años. Había encontrado dientes y huesos del brazo de un animal que supuso era bípedo. Sus descripciones y fotografías indicaban que podía tratarse del mismo que teníamos en Kanapoi. Lo había llamado Australopithecus ramidus, nombre de especie derivado de la palabra afar que significa “raíz”. Tim y su colega etiope Berhane Asfaw tuvieron la generosidad de invitarme a Ad- dis Abeba en enero de 1995 para que viese los fósiles de Aramis con mis propios ojos.
  • 15. Tim acababa de regresar de su última campaña con más sorpresas. Otro de sus colabo- radores etíopes, Yohannes Haile Selassie, había encontrado un esqueleto parcial de ramidus que incluía la pelvis y una tibia, hueso fundamental para conocer el grado de bipedalismo del animal. Tim llegó a la conclusión de que los fósiles eran suficientemente diferentes a otros hallazgos anteriores como para ubicarlos en un nuevo género: el Ardipithecus o “simio terrestre" Cazador de homínidos Después de 35 años en el campo, Kamoya Kimeu aún hace gala de una extraordinaria destreza para detectar fósiles. Su hallazgo en 1984 de un fragmento craneal de Homo erectus condujo a la recuperación de un esqueleto casi completo que data de 1.6 millones de años. Kimeu imagina que los fósiles le hablan desde las piedras, revelándole los secretos de nuestros parientes más antiguos.
  • 16. Al comparar los moldes de los huesos y los dientes de los primeros descubrimien- tos de Tim con nuestros hallazgos en Kanapoi, tanto Alan Walker, de la Universidad Estatal de Pensilvania, como yo creemos que los dientes de Kanapoi parecen más de Australopithecus afarensis que de Ardipihecus ramidus. Sospecho que los fósiles de Kanapoi podrían ser de un antepasado de Lucy, y que el Ardipithecus pertenecía a otra rama del árbol de los homínidos. Es posible que numerosas especies de homínidos evolucionaran durante esos años. El bipedalismo era un concepto anatómico profundamente nuevo, y los homínidos debieron de desarrollar muchas variaciones sobre este tema, aunque sólo una ha perdu- rado. Después de mi visita a Addis Abeba volé hasta Allia Bay con Alan Walker y Katey Coffing, una alumna de la Universidad Johns Hopkins que se unió a nuestro equipo. Planeábamos excavar un yacimiento excepcional donde miles de fragmentos óseos se concentraban en las riberas de un río hace menos de cuatro millones de años. En 1988 nuestro equipo de campo recuperó, cerca del yacimiento, un radio de homínido no identi- ficado. Después de mi primer día de prospección regresé cansada y acalorada al campa- mento, donde encontré a un Kamoya radiante. Conocía muy bien esa sonrisa. ―“Qué tienes?”, le pregunté. ―“Homínido”, dijo. Me eché a reír y lo abracé. Nadie puede encontrarlos como Kamoya. Los días siguientes excavamos su descubrimiento: un trozo del maxilar superior con un diente. Hallamos más dientes cerca de allí. Son fragmentos, si, pero también son indicios. La búsqueda continúa, y poco a poco acumularemos suficientes pistas para empezar a entender a nuestros antepasados más antiguos. ■ Este artículo se ha digitalizado y reformateado a partir de la edición especial del verano del 2002 del NATIONAL GEOGRAPHIC EN ESPAÑOL, © Editorial Televisa S.A.. © 2002, National Geo- graphic Society. La edición recoge los artículos de la serie “Los albores de la humanidad”, publica- dos con anterioridad a la aparición de la edición en español de National Geographic. Sólo para uso personal.