1. a experiencia del hombre a la luz de la
Revelación se ve grandemente marcada por la
acción de Dios en toda su historia.
El Antiguo Testamento es el
testigo de la Alianza que Dios mismo
hace con la porción de su heredad, el
pueblo de Israel, a quien ha elegido
como predilecto para que ellos vean
sobre sí mismos y transmitan de
generación en generación las proezas
que realiza el Dios que vino a
liberarlos de la esclavitud de Egipto,
del faraón.
Dios, que es eterno, se hace
historia manifestando su acción en los
hechos concretos del pueblo, esta ha
sido una Alianza que surge de la
iniciativa y voluntad divina, nace de lo
más profundo de las entrañas de Dios,
donde, sobre todo, muestra su fidelidad, ante la cual el
pueblo no corresponde sino con reproches e idolatrías,
violentando así la Alianza, pero Él no los deja en el
olvido, los guiará por siempre jamás.
Ya desde los inicios de la asunción de la tierra
y su distribución entre las doce tribus, la realidad del
pueblo empieza a verse marcada por el indiferentismo,
por la ambición entre los mismos israelitas, desde
entonces florece la injusticia social, porque los menos
favorecidos o familias pequeñas obtendrían menos, y
las más numerosas obtendrían grandes posesiones a
como también tendrían más posibilidades de trabajar la
tierra, y el resto se vería asediado por la pobreza. ¿No
son estos pobres también parte del pueblo predilecto de
Dios? ¿Por qué tienen que vivir el suplicio de la
indiferencia y la marginación? ¿Acaso Dios permitió
este mal?
Es aquí donde se alza la voz profética que
anuncia el tiempo de gracia del Señor, pero también
denuncia vigorosamente la injusticia de quienes son
oprimidos, de los más pequeños, de los pobres del
Señor. Ante esta perspectiva de la injusticia social, al
leer las páginas de los profetas Amós y Ageo, tal parece
que esta historia se actualiza en nuestros días, a los
pobres los tendremos siempre entre nosotros, porque
quien más tiene oprime al más pequeño, y hasta incluso
le quita lo poco que pudiera tener. Más los pobres no
están solos, sobre ellos aguarda la
bienaventuranza de una mejor
recompensa que los espera donde el
ladrón no roba ni la polilla corroe.
Un gran peligro que acecha a
los cristianos desde dentro y fuera, es la
sombra del ateísmo. ¡Vivir como si
Dios no existe! es el veneno que va
matando poco a poco el interior del
hombre y, por tanto, de la sociedad, le
hace olvidarse de la necesidad que tiene
de encontrase consigo mismo, y peor
aún, vive indiferente ante la necesidad
de su prójimo.
El ateísmo en sus diversas
formas, es enclaustrarse en la vaga idea de que Dios es
un problema, del cual para poder solucionar las cosas
hay que deshacerlo de una vez por todas; así, el hombre
queda a la intemperie confiado de sus propias fuerzas y
sumiso en la arrogancia de no querer reconocer la
posibilidad de encontrar las soluciones a las diversas
necesidades sociales y personales, sin obviar la
necesidad de Dios en su vida, que venga a reordenar la
casa.
Desde esta experiencia de relación entre Dios y
el hombre, de los testimonios transmitidos de viva voz
y que han sido puestos por escrito, llegando así a
conformarse con el pasar del tiempo lo que hoy
conocemos como Sagrada Escritura, se aprecia en este
hermoso conjunto que aquello que Dios inició con el
pueblo de Israel y que quiso extenderlo a toda la
humanidad, esto es, el plan de salvación, se renueva y
se actualiza en el corazón de los fieles que hasta
nuestros días esperan el retorno glorioso del Señor.
Juan José Guevara Castro
Responsable de Diagramación y Diseño
L
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La palabra del Señor permanece por siempre.
Ésta es la palabra que os ha traído el evangelio
» (1 P 1, 25). Una
Palabra que es capaz de hacer
feliz el corazón del hombre. Una
felicidad real y continua, no una
desesperación ilusoria.
Pero ¿a qué viene todo
esto? Salimos al paso de una
cultura llena de inseguridad en la
que el caos, la muerte, la guerra y
las aberraciones políticas y
religiosas ya no son una novedad,
una cultura angustiada de
insensibilidad. Ajena y separada
del proyecto de Dios. En la cual
el creerle a Dios resulta una
ilusión para unos pocos y por
ende se crean sustitutos de la
divinidad.
En consecuencia tendremos una cultura
positivista y pragmatizada que hunde sus raíces en la
frustración, la inseguridad y la adicción desenfrenada al
placer narcótico. De alguna manera es una cultura
aferrada en hacer lo que se puede mientras se pueda, e
ignorar el proyecto de Dios, incluso conscientes de que
todo es fútil y que sin ÉL carece de sentido.
A esta adicción la llamamos el más alto nivel
de vida social, buena vida e incluso buena esperanza.
Amamos estar distraídos en visiones magníficas, las
vibraciones del sonido y nos excitamos en el bagaje de
discursos ficticios y pasatiempos ilusorios en el que
procuramos que el tiempo sea más breve.
Son tantos signos y manifestaciones sociales
que solo puedo detenerme para nombrar una cultura
que se basa en la ambigüedad. Son muchas las cosas
que suceden en el mismo momento y cada una sigue su
propia dirección como una contraposición tan radical
en la que somos capaces de promover la vida y
financiar la muerte sin que esto parezca una doble
moral.
Si bien es cierto “por las vísperas se saca el día” pero
nuestros signos actuales solo representan un desafío y
no una premonición del futuro. Por primera vez
estamos viviendo en el caos y la oscuridad. Es un
desafío a la fe de los creyentes, una fe cada vez más
pisoteada e incluso prostituida en los centros de
ocultismo y leyendas mágicas.
Con todo es fácil
percibir, que a pesar de ser una
cultura ambigua y ansiosa,
estamos necesitados de
espiritualidad, una espiritualidad
que llene los vacíos del
individualismo y convenza
nuestro afán de razón y
autosuficiencia, que ponga
quietud a la ambición del
profesionalismo sin sentido que es
capaz de perder los mejores
momentos de la vida por
conseguir una miseria salarial.
Ante estos desafíos, que encausan
nuestra era digital, Jesús sigue siendo
la respuesta a las inquietudes humanas. Pero no solo
una respuesta sino la razón de la auténtica felicidad del
hombre. Porque él “es la Palabra divina que ilumina la
existencia humana y mueve a la conciencia a revisar en
profundidad la propia vida” (VD 99).
Del mismo modo, la Palabra de Dios debe
instaurar en nuestros corazones un verdadero
compromiso con la rectitud de la justicia desde la que
se denuncie “sin ambigüedades las injusticias y
promueva la solidaridad y la igualdad” (Cf. VD 100)
entre todos los seres humanos. Corresponde
principalmente a los jóvenes hacer brillar con sus ideas
a una cultura que hunda sus raíces en la verdad y la
transparencia, pero sobretodo en la fraternidad y la
concordia.
Esta actuación de la Palabra de Dios en el
mundo debe ser un verdadero motivo para el
compromiso de acogida y cercanía con los más
necesitados, principalmente con los emigrantes a los
que “se les ha de ofrecer mejores condiciones de vida,
salud y trabajo” (VD 105).
En este mismo sentido, los cristianos estamos
llamados a seguir siendo inspiradores de la cultura,
constructores de nuevas sociedades, defendiendo los
valores fundamentales. Biblia, fe y cultura no han de
«
3. r e v i s t a . s e m i n a r i u m @ g m a i l . c o m Página 3
ser una tricotomía distanciada sino una unidad
vinculada con lo sagrado.
En consecuencia hemos de seguir afirmando
que la Palabra de Dios sigue siendo una respuesta a los
desafíos a los que el hombre se enfrenta. Pero la Biblia
no es, en ningún modo, un libro de recetas ambiguas, es
ante todo una Palabra que inspira el corazón del
hombre y le prepara para el diálogo con su Señor.
Como es natural, la Biblia también debe ser
leída desde nuestra realidad histórica, porque en ella
encontramos la Palabra actuante, real y presente en
cada época y en cada nación y en ella encontramos la
solución a todos nuestros problemas y la iluminación
para todas nuestras realidades.
Sin embargo, no hemos de prestarnos al
fanatismo en el que muchos han caído. La Biblia que
narra la historia sagrada de Dios y su pueblo no ha de
ser un arma contra tu prójimo, no es una fuente para
sacar argumentos de abogacía contra quien no confiese
tu fe o no practique tu espiritualidad. Es ante todo una
Palabra para ponerse en acción.
Con el envío de Jesús al maestro de la ley,
después del episodio del buen samaritano, “vete y has
tú lo mismo” (Lc 10, 37) quiero hacer manifiesto el
profundo deseo de nuestra y misión de nuestra revista:
que las Sagradas Escrituras sean realmente una
experiencia de encuentro con el Dios vivo que se ha
manifestado plenamente en Jesucristo.
En definitiva, que este numeral de nuestra
revista SEMINARIUM sea para muchos una ayuda
para emprender el camino del encuentro y también sea
un punto de impulso para recobrar el ánimo y
perseverar al lado de la Palabra divina. Recordemos
que la verdadera respuesta a los desafíos de nuestro
tiempo no está en las distracciones cotidianas y
tampoco en los devocionales consecuentes sino en el
corazón enamorado que ama con todas sus fuerzas. Por
ello que cada lector se ponga en marcha, presuroso a
enamorarse de las letras sagradas de la Biblia, de ella
brotará la conversión y el auténtico amor al prójimo, el
Espíritu de Dios se encargará de lo demás.
Finalizo recordando que el auténtico
discipulado cristiano es fruto de una llamada constante
y de una respuesta inmediata que se auténtica al pie de
la cruz, junto al crucificado. Es un camino que se
orienta exclusivamente al amor manifestado en la cruz
frente al contraste paradójico de la fácil felicidad y las
extravagantes ideas triunfalistas de un mesianismo sin
cruz.
Que María, la mujer dichosa por creer,
escuchar y poner por obra la Palabra del Padre (Cf. Lc
1, 45; 11, 28), nos auxilie y nos encamine al encuentro
con la Palabra de Dios que se ha hecho carne en su
seno virginal y nos ha transformado en herederos del
Reino.
Con afecto fraterno.
Pbro. Félix Mejía Jirón
Secretario Académico del Seminario Nacional
Equipo de formadores, junto a los seminaristas de cuarto año de
teología celebrando el día de San Juan María, día del sacerdote.
Decir sí es cada día más difícil: Al
principio tenemos muchas
expectativas, queremos dar todo a
Cristo, hasta la sangre si
fuera necesario. Con el tiempo, así
como en el amor, las cosas se
van enfriando, el Sí dicho en el pasado
poco a poco se va convirtiendo en un
recuerdo lejano de un tiempo que no
vuelve. A veces tenemos la impresión
de que nos arrastramos con
dificultad mientras esperamos el día de
la ordenación (o la muerte si no es
mucho pedir). A pesar de ser un reto,
decir que sí cada día vale más la pena.
Así las cosas dejan de ser una carga
para asumir la hermosa dimensión de
la grandeza de lo que esperamos.