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EL
SECRETO DE
LA .
FAMILIA
PIZARRO
Cocido Madrileño
-250gr. de garbanzos -1punta de jamón
-500gr. de carne (morcillo) -1 repollo
-Caparazón de gallina -3 zanahorias
-6 chorizos -6 patatas pequeñas
- 1 trozo de tocino -1 diente de ajo, pasta o arroz para la
. sopa (40gr. Por persona)
La familia Pizarro poseía un bar humilde a las afueras de Madrid, donde
apenas pasaba gente. Su falta de clientes se debía a la mala calidad de la
comida, pues no disponían de presupuesto para poder mejorar las calidades
del local, tanto en los alimentos que servían como en la apariencia física del
local.
La familia estaba formada por cuatro miembros: Fernando, el cabeza de familia
y creador del bar; Teresa, la cocinera y la madre; Emilia, el hermano mayor que
ayudaba a Teresa en la cocina, y Roberto, el hijo menor que estudiaba la
carrera de psicología.
Un día, como otro normal, entró un cliente al bar. Se sentó y pidió el plato típico
de la ciudad, cocido madrileño. Teresa, con todo su esmero, se puso a
preparar el plato tradicional. Para ello, empezó por poner a cocer, poniendo
agua fría, la carne, la punta de jamón, la panceta y el pollo (caparazón y
pechugas). Mantuvo el fuego a una temperatura media constante.
Cuando el agua estaba hirviendo, Roberto añadió los garbanzos, previamente
escurridos y lavados, la cebolla, la sal y esperaron de 2 a 3 horas. A 30 minutos
del final, Teresa puso, en un puchero, aparte, a cocer el repollo y en el puchero
del cocido. El hijo añadió los chorizos, las morcillas y las zanahorias (peladas y
partidas en trozos grandes). A los 15 minutos, añadieron las patatas al puchero
del cocido madrileño.
Finalmente, colaron el caldo e hicieron la sopa con arroz. Seguidamente se
disculparon por la tardanza, ya que ese día, como muchos otros, no esperaban
clientes. Le sirvieron el plato y, al poco rato, la reacción del cliente no fue de
satisfacción, sino todo lo contrario. El cocido estaba asqueroso y olía fatal.
El cliente, exaltado, pidió que le devolvieran el dinero o les denunciaba por
servir platos repugnantes. En ese mismo instante, entró Roberto por la puerta
del bar, con síntomas de cansancio, todo sudado por la frente. Anunció que
medio kilómetro más lejos se había roto una cañería de agua; que los policías,
hasta que no cerraran el agua por esa zona, estaban diciendo que el agua no
era potable, motivo por el cual el caldo del cocido estaba tan malo.
El cliente se calmó y Fernando le devolvió el dinero. Le propuso que esa misma
noche fuera a cenar para que le pudiera servir un plato en condiciones sanas.
Esa misma tarde Teresa fue al aeropuerto para dar la bienvenida y acoger a
sus primas de Alemania. Mientras esperaba sentada en unos asientos de por
allí, vio que el primero en salir fue un hombre robusto, gordo y grande. Tenía
pintas de espía, porque iba todo tapado y vestido de negro, con un sombrero
negro. Este pasó cerca de su lado, cuando en ese mismo instante se le cayó
un frasco pequeñito de un maletín que llevaba. Teresa se levantó para cogerlo
y devolvérselo, pero, cuando quiso darse cuenta, este ya había desaparecido.
Dos minutos más tarde de lo ocurrido, aparecieron sus dos primas alemanas,
Ángela y Agatha. Después de tantos abrazos, besos y lágrimas, Teresa les
contó lo del hombre que había visto y el frasco; pero a ellas no les sonaba de
nada haber visto al hombre que describía en el avión.
Sin más demora, volvieran al pueblo, donde toda la familia los esperaban con
ansias y con miles de historias que contarles.
Cuando llegaron, las primas se fueron con Roberto y Fernando para enseñarles
la casa, mientras que Teresa y Emilio se pusieron otra vez manos a la obra con
el cocido madrileño; esta vez con agua potable. A mitad de la preparación del
plato, la cocinera se dio cuenta de que en su bolsillo llevaba el frasco de color
naranja que cogió en el aeropuerto. Decidió abrirlo y olerlo, pero no desprendía
ningún aroma. Lo dejó sobre la estantería y siguió con el trabajo.
Eran las 21:00. Al cocido le faltaban los últimos retoques. El cliente insatisfecho
entró por la puerta del bar y se sentó. Emilio se dispuso a echar el cocido en el
plato, cuando, de repente, entro en la cocina Fernando. Sin darse cuenta de
que había una cazuela tirada en el suelo, la pisó y resbaló. Se dio fuerte con la
cabeza en la estantería y dejó caer el frasco naranja medio abierto abierto sobe
el cocido.
Fernando fue rápidamente atendido por las primas y Teresa; mientras que
Roberto, sacando el frasco del cocido, probó un poco el sabor del caldo. Este
se quedó de piedra, pues nunca en su vida había probado un manjar tan
exquisito como aquel. Reclamó la presencia de todos en la cocina y les hizo
probar el maravilloso cocido. Seguidamente todos se quedaron alucinados,
hasta el cliente, que decepcionado por lo que había ocurrido esa misma
mañana, no se esperaba gran cosa. Este mismo repitió el plato tres veces y
pagó muy satisfecho.
Al día siguiente, Teresa visitó a un científico que había a las afueras de Madrid.
El motivo de la visita fue saber de qué componentes estaba formado el frasco.
El científico lo examinó y dedujo que el frasco contenía, en su mayor parte,
agua; otra parte muy pequeña, jugo de naranja; un porcentaje muy pequeño de
alcohol y el ingrediente secreto que Teresa no quiso desvelar.
El mismo día, el rumor del cocido que servían se extendió y, a la hora de cenar,
el bar estaba a rebosar de gente. Todos estaban trabajando y sirviendo como
nunca lo habían hecho, menos Fernando, que seguía con la lesión del golpe en
la cabeza.
Terminaron a las tantas de la madrugada por el exceso de gente; incluso
tuvieron que echar a bastante gente por falta de espacio y tiempo para
servirles.
Desde ese momento, gracias al frasco con el ingrediente secreto, los Pizarro
empezaron a obtener muchas ganancias. Pudieron comprar un local mucho
más grande en el centro de Madrid; mejorar las calidades de los alimentos;
contratar más gente para cocinar y servir a los clientes; pagar deudas que
debían y los análisis del gran golpe de Fernando en la cabeza.
Roberto pudo pagar su carrera de Psiología y Emilio consiguió un puesto fijo
en el bar y se casó, tuvo hijos y el bar se fue heredando, de generación en
generación. El bar pasó a ser historia de la familia Pizarro.

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El secreto de la

  • 1. EL SECRETO DE LA . FAMILIA PIZARRO Cocido Madrileño -250gr. de garbanzos -1punta de jamón -500gr. de carne (morcillo) -1 repollo -Caparazón de gallina -3 zanahorias -6 chorizos -6 patatas pequeñas - 1 trozo de tocino -1 diente de ajo, pasta o arroz para la . sopa (40gr. Por persona) La familia Pizarro poseía un bar humilde a las afueras de Madrid, donde apenas pasaba gente. Su falta de clientes se debía a la mala calidad de la comida, pues no disponían de presupuesto para poder mejorar las calidades del local, tanto en los alimentos que servían como en la apariencia física del local. La familia estaba formada por cuatro miembros: Fernando, el cabeza de familia y creador del bar; Teresa, la cocinera y la madre; Emilia, el hermano mayor que ayudaba a Teresa en la cocina, y Roberto, el hijo menor que estudiaba la carrera de psicología. Un día, como otro normal, entró un cliente al bar. Se sentó y pidió el plato típico de la ciudad, cocido madrileño. Teresa, con todo su esmero, se puso a
  • 2. preparar el plato tradicional. Para ello, empezó por poner a cocer, poniendo agua fría, la carne, la punta de jamón, la panceta y el pollo (caparazón y pechugas). Mantuvo el fuego a una temperatura media constante. Cuando el agua estaba hirviendo, Roberto añadió los garbanzos, previamente escurridos y lavados, la cebolla, la sal y esperaron de 2 a 3 horas. A 30 minutos del final, Teresa puso, en un puchero, aparte, a cocer el repollo y en el puchero del cocido. El hijo añadió los chorizos, las morcillas y las zanahorias (peladas y partidas en trozos grandes). A los 15 minutos, añadieron las patatas al puchero del cocido madrileño. Finalmente, colaron el caldo e hicieron la sopa con arroz. Seguidamente se disculparon por la tardanza, ya que ese día, como muchos otros, no esperaban clientes. Le sirvieron el plato y, al poco rato, la reacción del cliente no fue de satisfacción, sino todo lo contrario. El cocido estaba asqueroso y olía fatal. El cliente, exaltado, pidió que le devolvieran el dinero o les denunciaba por servir platos repugnantes. En ese mismo instante, entró Roberto por la puerta del bar, con síntomas de cansancio, todo sudado por la frente. Anunció que medio kilómetro más lejos se había roto una cañería de agua; que los policías, hasta que no cerraran el agua por esa zona, estaban diciendo que el agua no era potable, motivo por el cual el caldo del cocido estaba tan malo. El cliente se calmó y Fernando le devolvió el dinero. Le propuso que esa misma noche fuera a cenar para que le pudiera servir un plato en condiciones sanas. Esa misma tarde Teresa fue al aeropuerto para dar la bienvenida y acoger a sus primas de Alemania. Mientras esperaba sentada en unos asientos de por allí, vio que el primero en salir fue un hombre robusto, gordo y grande. Tenía pintas de espía, porque iba todo tapado y vestido de negro, con un sombrero negro. Este pasó cerca de su lado, cuando en ese mismo instante se le cayó un frasco pequeñito de un maletín que llevaba. Teresa se levantó para cogerlo y devolvérselo, pero, cuando quiso darse cuenta, este ya había desaparecido. Dos minutos más tarde de lo ocurrido, aparecieron sus dos primas alemanas, Ángela y Agatha. Después de tantos abrazos, besos y lágrimas, Teresa les contó lo del hombre que había visto y el frasco; pero a ellas no les sonaba de nada haber visto al hombre que describía en el avión. Sin más demora, volvieran al pueblo, donde toda la familia los esperaban con ansias y con miles de historias que contarles. Cuando llegaron, las primas se fueron con Roberto y Fernando para enseñarles la casa, mientras que Teresa y Emilio se pusieron otra vez manos a la obra con el cocido madrileño; esta vez con agua potable. A mitad de la preparación del plato, la cocinera se dio cuenta de que en su bolsillo llevaba el frasco de color
  • 3. naranja que cogió en el aeropuerto. Decidió abrirlo y olerlo, pero no desprendía ningún aroma. Lo dejó sobre la estantería y siguió con el trabajo. Eran las 21:00. Al cocido le faltaban los últimos retoques. El cliente insatisfecho entró por la puerta del bar y se sentó. Emilio se dispuso a echar el cocido en el plato, cuando, de repente, entro en la cocina Fernando. Sin darse cuenta de que había una cazuela tirada en el suelo, la pisó y resbaló. Se dio fuerte con la cabeza en la estantería y dejó caer el frasco naranja medio abierto abierto sobe el cocido. Fernando fue rápidamente atendido por las primas y Teresa; mientras que Roberto, sacando el frasco del cocido, probó un poco el sabor del caldo. Este se quedó de piedra, pues nunca en su vida había probado un manjar tan exquisito como aquel. Reclamó la presencia de todos en la cocina y les hizo probar el maravilloso cocido. Seguidamente todos se quedaron alucinados, hasta el cliente, que decepcionado por lo que había ocurrido esa misma mañana, no se esperaba gran cosa. Este mismo repitió el plato tres veces y pagó muy satisfecho. Al día siguiente, Teresa visitó a un científico que había a las afueras de Madrid. El motivo de la visita fue saber de qué componentes estaba formado el frasco. El científico lo examinó y dedujo que el frasco contenía, en su mayor parte, agua; otra parte muy pequeña, jugo de naranja; un porcentaje muy pequeño de alcohol y el ingrediente secreto que Teresa no quiso desvelar. El mismo día, el rumor del cocido que servían se extendió y, a la hora de cenar, el bar estaba a rebosar de gente. Todos estaban trabajando y sirviendo como nunca lo habían hecho, menos Fernando, que seguía con la lesión del golpe en la cabeza. Terminaron a las tantas de la madrugada por el exceso de gente; incluso tuvieron que echar a bastante gente por falta de espacio y tiempo para servirles. Desde ese momento, gracias al frasco con el ingrediente secreto, los Pizarro empezaron a obtener muchas ganancias. Pudieron comprar un local mucho más grande en el centro de Madrid; mejorar las calidades de los alimentos; contratar más gente para cocinar y servir a los clientes; pagar deudas que debían y los análisis del gran golpe de Fernando en la cabeza. Roberto pudo pagar su carrera de Psiología y Emilio consiguió un puesto fijo en el bar y se casó, tuvo hijos y el bar se fue heredando, de generación en generación. El bar pasó a ser historia de la familia Pizarro.